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Al sur de la iglesia se alza el claustro de San Fernando. Sus pandas se abrían al patio interior por arcos apuntados, que volteaban sobre columnas con capiteles de crochets. De todos ellos sólo se conservan tres, ubicados en el ángulo noreste, junto a la capilla de Belén, ya que los demás se macizaron con un muro, por amenazar ruina, en una reforma del siglo XVII. Se cubre con bóvedas de ladrillo de cañón apuntado, dividido por arcos fajones que apoyan en ménsulas de ornamentación vegetal. En los plementos de dichas bóvedas todavía se conservan fragmentos de yeserías, de tradición hispanomusulmana, con decoraciones de lacerías, atauriques, temas vegetales, epigráficos y motivos heráldicos, con restos de la policromía original. La Sala Capitular, una de las mejores construcciones del monasterio, se comunica con el claustro de San Fernando por tres vanos; los laterales, en arco apuntado y de medio punto el central. Cuatro soportes la dividen en tres naves de igual altura, cubiertas por nueve tramos de bóvedas de ojivas. Dichos soportes están constituidos por un núcleo central cilíndrico al que se adosan ocho columnillas, cuyos capiteles, como los de los arcos de la entrada, quedaron sin tallar. Las tradiciones francesas en Las Huelgas son claras: elementos aquitanos en la cabecera, angevinos en las bóvedas de las capillas laterales; o bien influjos indirectos de Borgoña o del Norte de Francia. A pesar de todo ello, existe una gran unidad tanto en lo arquitectónico como en lo decorativo. Asimismo, no sólo se recogen tradiciones francesas, sino que también se pueden establecer semejanzas con otros edificios españoles coetáneos, como las catedrales de Sigüenza y Cuenca, o monásticos como Santa María de Huerta. Para concluir, y en relación con la cronología de Las Huelgas, hay que decir que el grueso de las obras se inició en el primer cuarto del siglo XIII (1220-1225). A partir de estas fechas hay que considerar una primera campaña unitaria que responde a las características del gótico pleno. En ella se acometen las obras de la iglesia, claustro de San Fernando -con sus dependencias- y atrio. Dichas obras estarían concluidas, o muy avanzadas, en el último tercio del siglo XIII, pues en 1279 el obispo de Albarracín, don Miguel Sánchez, consagra iglesia, atrio y cementerio, a la vez que la capilla de San Juan. A todo esto hay que añadir que en este mismo año tuvo lugar el traslado de los cuerpos de los fundadores, desde la capilla de la Asunción a su emplazamiento definitivo en la nave central de la iglesia. Este plan, concebido en tiempos de Fernando III, se ha mantenido hasta nuestros días, salvo algunas alteraciones que tuvieron lugar en el siglo XVII. Entre ellas destaca la realización de un claustro alto, cuyas obras fueron costeadas por Ana de Austria, abadesa de Las Huelgas entre 1611 y 1629, para lo que fue necesario macizar las arcadas del claustro.
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Fue un estamento numeroso, que destacaba especialmente por su poder económico. Sin embargo, en su seno también podían observar claras diferencias de situación jerárquica. Así, mientras que el alto clero se codeaba con la alta nobleza y la monarquía, algunos sacerdotes apenas poseían recursos muy limitados. La sede eclesiástica de Toledo fue la más rica de España, alcanzando unos 200.000 ducados de renta. El número de clérigos fue alto, si bien no tanto como a veces se ha querido ver. Ya en la época algunos pensadores denunciaron lo pernicioso de mantener un número tan alto de clérigos. Lo cierto es que desde la Contrarreforma se fomentó la ordenación de sacerdotes, alcanzándose a finales del XVI el número de 100.000. El Concilio de Trento promocionó el papel del clero secular frente al regular, fomentando la figura del párroco y convirtiendo al obispo en la máxima autoridad en materia eclesiástica. El motivo de ello es atajar a los díscolos monasterios y conventos, cuyo control se quiere asumir desde Roma. Así, se establece una reestructuración de las órdenes religiosas, suprimiendo algunas y refundiendo otras. El monacato femenino crecerá hasta igualarse con el masculino, cuyo número ha experimentado un vertiginoso descenso. Fomentados por Roma, los clérigos aumentan como lo hace también su capacidad económica y de intervención en la vida cotidiana. Controlan la educación, la beneficencia, el régimen festivo, y poco a poco ser convierten en una referencia de primer orden en la vida de las localidades. La Contrarreforma intenta así evitar el peligro que supone la desviación de la doctrina, de la que hace una interpretación rígida y rigurosa. La moral se estrechó hasta límites hasta entonces no conocidos, y el control de los párrocos sobre las conductas ajenas se hizo cada vez más visible, reconviniendo especialmente aquéllas que atentaban contra la castidad y el recato sexual. El galanteo de monjas, por ejemplo, fue una actividad muy perseguida. El control del clero de la vida cotidiana se hizo de manera programada. Desde Trento se dieron instrucciones para que el párroco local ordenara y administrara la vida de la comunidad, no sólo en los aspectos eclesiásticos. A partir de entonces se le considera responsable de la educación moral y espiritual de sus feligreses, y debe anotar y estar presentes en todos los acontecimientos relevantes de la vida cotidiana: bautismos, defunciones, bodas, fiestas, misas dominicales y diarias, etc. La iglesia se convierte así en reguladora y centro de la vida diaria, centralizando en su edificio y en la figura del párroco la administración de la fe y la religión. Así, la misa sólo puede oficiarse en la iglesia, que deberá tener unas determinadas características. El rito se regula en tiempo y forma, y los comparecientes han de adecuarse a unas normas concretas en cuanto a su comportamiento. Se impone un nuevo misal y un breviario romano, en aras de lograr una uniformidad que hasta entonces no era la norma. Sin embargo, se trata de un proceso lento, tardándose más de cincuenta años en conseguir la uniformización del culto. Además, la prohibición constante de trabajar en domingo indica que era una práctica repetida. La nueva ideología contrarreformista se instaló más fácilmente por medio de la iconografía. Fiestas, romerías y procesiones sirvieron de vehículo para hacer llegar al pueblo la doctrina religiosa oficial, y cada vez se fueron haciendo más complejas y llenas de ceremoniosidad.
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Aunque el clero era un grupo humano definido por la función religiosa y unido por creencias y obediencias, estaba internamente dividido por la posición económica y la extracción social de sus miembros. En la dirección de la Iglesia había en la Corona dos arzobispos (el de Tarragona y el de Zaragoza) y un conjunto de obispos, procedentes, en general, de las filas de la alta nobleza y de la propia familia real; unas jerarquías intermedias de canónigos, abades y priores, que dirigían instituciones clave de la Iglesia o colaboraban con la alta jerarquía en el gobierno, y que procedían de la pequeña nobleza y los grupos altos de la ciudades, y el bajo clero (frailes, monjes y clero parroquial), que integraba las filas del monacato (cluniacenses, cistercienses), de las órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos, mercedarios) y el grueso del clero secular, que se ocupaba de los feligreses en el marco de las parroquias rurales y urbanas. El bajo clero procedía de familias campesinas acomodadas y del artesanado urbano. Desde los siglos XI y XII, la Iglesia era el principal sostén de la monarquía, a la que ayudó incluso cuando la incorporación de Sicilia valió a Pedro el Grande la excomunión (1282). Cuando a finales del siglo XIII ya era evidente que las rentas del patrimonio real resultaban insuficientes para desarrollar la política exterior que la situación aconsejaba, las abundantes riquezas de la Iglesia, formadas de dominios y señoríos con sus rentas (sólo en Cataluña un tercio de los hogares pertenecía al señorío de la Iglesia), y de tributos eclesiásticos (el diezmo), atrajeron la atención del monarca. Con el pretexto de organizar una cruzada contra los musulmanes, Jaime II obtuvo entonces (1295) del papa Bonifacio VIII autorización para quedarse con la décima parte de los ingresos de los eclesiásticos de la Corona, situación que se perpetuó para el resto del período medieval. A pesar de esta punción en las rentas de la Iglesia, la relación armoniosa de la institución con la monarquía se mantuvo, y, durante el siglo XIV, el estamento eclesiástico sostuvo al rey en las Cortes y no dudó en votar, junto al brazo real, la concesión de subsidios extraordinarios y donativos con los que sufragar los gastos crecientes de la política real. A cambio, el clero obtuvo la confirmación de sus privilegios. Los dirigentes de la Iglesia (arzobispos, obispos, arcedianos, abades y comendadores de las órdenes militares), en los distintos reinos de la Corona, formaban el brazo eclesiástico de las Cortes, y los jerarcas más importantes se integraban en el consejo real. Cuando desde mediados del siglo XV los reyes Trastámara de la Corona desarrollaron en Cataluña una política filopopular de sostén de las reivindicaciones campesinas y de las clases medias urbanas, el alto clero catalán, que poseía enormes intereses agrarios, se dividió: el canónigo barcelonés Felip de Malla, diputado de la Generalitat, se distinguió por su oposición a Alfonso el Magnánimo, mientras que Joan Margarit, obispo de Elna y Gerona, dio acogida a la reina Juana Enríquez y al príncipe Fernando (futuro Fernando II el Católico) cuando la Generalitat se levantó en armas contra la monarquía.
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En la XII Dinastía encontramos las primeras alusiones al clero de Amón. Era dirigido por un gran sacerdote llamado el "primer profeta de Amón" que paulatinamente alcanzará mayor peso político en la vida de Egipto, llegando un momento en el que se nombren miembros de la familia real para ejercer un control mayor sobre el cargo. El gran sacerdote contaba con un alto clero y un bajo clero como asistentes. El alto clero lo integraban los "sacerdotes divinos" y tenían exclusividad en la participación de los sacrificios. El bajo clero estaba formado por los purificadores - llevaban la barca del dios, purificaban el templo y adornaban las estatuas - y los sacerdotes lectores que se encargaban del ritual. Entre los sacerdotes existían jerarquías. Un amplio personal femenino acompañaba a los sacerdotes: las cantoras y las esposas del dios. La reina tenía el título de "divina adoratriz" ya que creían que Amón se unía a ella para mantener el divino linaje de los faraones. Los sacerdotes de Amón estaban entre los más ricos de Egipto ya que contaban con tierras, depósitos, tributos llegados de las provincias y ganados, contando con un amplio número de trabajadores a su cargo. Esta riqueza favorecerá el incremento de poder del clero de Amón.
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La iglesia americana tuvo dos grandes cometidos: Convertir a los paganos y cuidar las almas de las comunidades cristianas (españoles, criollos y mestizos). Los esclavos estaban incluidos teóricamente entre las últimas, pues eran bautizados al llegar. Lo primero se encomendó a los regulares, lo segundo a los seculares. Surgieron así dos Iglesias, una de choque, encargada de las almas de los indios, y otra de retaguardia, que atendía las de los ciudadanos, principalmente españoles. Las órdenes religiosas de franciscanos, dominicos, agustinos y finalmente jesuitas, hicieron una gigantesca labor de adoctrinamiento de los naturales. Roma intentó asumir cierto protagonismo en esta actividad el año 1568, cuando creó la Congregación para la Conversión de los Infieles y, sobre todo, a partir de 1622, año en que creó Propaganda Fide, precisamente con un propósito misional en América, pero España (también Portugal) no permitieron que el Papa se injiriese en sus asuntos, por lo que tuvo que limitarse a recomendar políticas de evangelización a través de su nuncio. Tampoco las órdenes regulares respondieron favorablemente a la intromisión papal, pues por entonces tenían ya organizado su sistema misional en tierras marginales de la colonización y necesitaba sostenerlo con ayuda del rey de España, más que con los buenos consejos papales. La actividad del clero regular en Hispanoamérica fue enorme, sobre todo en el siglo XVI, cuando América tuvo una iglesia que puede calificarse de frailes. Entre 1493 y 1600, pasaron a América 5.428 de ellos, que controlaron no sólo las misiones sino también las primeras parroquias de las ciudades recién fundadas y hasta altos cargos eclesiásticos. Baste decir que 142 de los 214 obispos nombrados a lo largo del siglo XVI fueron regulares. Durante el siglo XVII este clero perdió preponderancia, pero ganó enraizamiento, pues se nutrió de vocaciones criollas y mestizas. El clero regular jugó un gran papel en la defensa de los indios, particularmente los dominicos. La gran figura de Las Casas representó la mejor crítica al sistema laboral impuesto a los indios y de ella derivaron numerosas leyes en favor de los naturales. El clero secular cuidaba de la atención espiritual de los cristianos con su organización jerárquica y estaba bajo el control del Regio Patronato, que nombraba los candidatos para las vacantes. En sentido estricto, el Consejo de Indias proponía los candidatos y los nombraba el Papa, pero en la práctica todo funcionaba como si los nombrara el Rey, ya que el elegido por éste para un beneficio partía para su plaza sin esperar el nombramiento papal, que le llegaba cuando ya estaba ejerciendo, momento en que simplemente se le consagraba. El Clero secular fue por esto doméstico a los intereses reales, cosa que no ocurría con el regular, controlado por los Priores elegidos en los capítulos de cada orden. La Corona intentó algunas maniobras para controlar a los regulares (pudo vetar el paso de los religiosos), fracasando siempre, hasta que, en 1574, entró en vigor el decreto del Concilio de Trento, que prohibía ejercer acción pastoral sobre seglares a quienes no dependían de un obispo. El clero regular debía abandonar por ello todas las antiguas iglesias misionales transformadas por el tiempo en parroquias de las ciudades y cederlas al clero regular, con la aquiescencia del Regio Patronato. El asunto se prestó a situaciones extrañas. Así, el Chocó, donde los jesuitas habían establecido misiones en 1654, se declaró de pronto una zona civilizada en 1686, a poco de haberse encontrado oro en su territorio. La verdad es que se encontraba casi igual que en la época precolombina, pero los jesuitas se fueron y llegaron los sacerdotes seculares. Los regulares buscaron el amparo del Regio Patronato para no someterse a los seculares. Algunos, como fray Alonso de la Veracruz, defendieron con ardor la teoría del Vicariato Regio, según la cual los reyes venían a ser casi pontífices (Vicarios) de la Iglesia indiana, por haber delegado los papas en ellos la labor misional. A esta postura se sumaron personalidades como Mendieta, Remesal, Silva y Solórzano. Roma denunció el peligro regalista al que conducía dicha teoría y se puso en marcha una gran polémica, en la que el Consejo de Indias no quiso mediar. De su postura de equilibrio da prueba el hecho de que 94 de los 185 prelados nombrados en el siglo XVII fueron regulares y 91 seculares. Desposeída de sus parroquias de españoles, la iglesia regular se replegó a los territorios de misión, donde tuvo una vida más opaca, aunque no menos importante.
obra
La elección de la prostituta será el tema de este aguafuerte en el que Degas muestra la familiaridad de las mujeres con el hombre al que ya conocen. Una de ellas le agarra por el brazo para mostrarle las habitaciones mientras que él no pierde la compostura, con su elegante bombín y su bastón. El espejo del fondo vuelve a reflejar los focos de las lámparas de gas que iluminaban las estancias. El exquisito dibujo y las expresiones de las figuras son dignos de mención.
lugar
El río Set divide esta pequeña localidad de Les Garrigues situada a 279 metros de altura. En sus cercanías se hallan las primeras referencias sobre el hábitat de la zona: las famosas pinturas rupestres de la Roca dels Moros, famosas por su escena de danza. También en las cercanías volvemos a encontrar nuevas referencias al pasado, en este caso musulmán. Se trata de las tumbas del Saladar, rectangulares y horadadas en la roca viva. Del pasado cristiano también hallamos referencias en una cueva, al haberse descubierto unas cruces trazadas o dibujadas en las paredes. En la población propiamente dicha se conservan algunos vestigios de la Edad Moderna, como la iglesia de Nuestra Señora de la Asunción y algunas casas de los siglos XVI y XVII. En la actualidad, la villa tiene algo más de 200 habitantes, dedicados a la agricultura de olivos y almendros.
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Mediado el año 1928, el régimen de Primo de Rivera comenzó su decadencia que se acentuó de manera considerable en el siguiente. Varios factores confluían en este hecho. En primer lugar Primo de Rivera estuvo enfermo, durante todo el período, de la diabetes que al final le llevaría a la muerte. Ya estaban lejanos los éxitos de su política y se demostraba su evidente incapacidad de crear un régimen político nuevo. El papel de la oposición era creciente y, además, existía un ambiente de murmuración crítica en contra del sistema político vigente. Al mismo tiempo, se hicieron cada vez más frecuentes las conspiraciones armadas en contra del régimen. En enero de 1929 estalló una que tenía su origen en Valencia, cuyo principal protagonista fue Sánchez Guerra, y en la que se intentaba conseguir un retorno al sistema liberal vigente antes del golpe de Estado. Ante el aumento de las dificultades, en un primer momento Primo de Rivera trató de endurecerlo, pero siempre con conciencia de que era una solución provisional. Más adelante, parece que optó por el abandono del poder, sin tener en cuenta los riesgos que esta operación podía tener para la monarquía. Evidentemente, todas las soluciones que intentó tomar resultaban tardías. En diciembre de 1929 propuso un nuevo plan a Alfonso XIII para la convocatoria de una Asamblea única formada por 250 senadores y 250 diputados, elegidos tres por provincia y otros 100 a través de una lista nacional. El Rey le pidió tiempo para meditar sobre la solución propuesta. En 1929 reaparecieron los conflictos sociales que habían desaparecido durante la Dictadura: por las huelgas se perdieron casi cuatro millones de días de trabajo. También tomaba un importante cariz la conspiración militar, que en Andalucía se llevaba casi a la luz pública. Probablemente, si Primo de Rivera no hubiera decidido retirarse, hubiera sido una conspiración militar la que hubiera acabado con él. El Dictador, tras sopesar varias posibles salidas al régimen, eligió el procedimiento más insospechado, que sólo su mal estado de salud y las ganas que tenía de abandonar el ejercicio de sus responsabilidades pueden servir de explicación. Finalmente, acabó por salir de España y en muy poco tiempo fallecía en un modesto hotel de París. La importancia de la Dictadura radicó en que vino a demostrar lo agotado que ya a estas alturas estaba el liberalismo oligárquico. En líneas generales, suele considerarse positiva la labor del Dictador en el tema de Marruecos y en el terreno económico, y se juzga negativa su gestión en el terreno político. La realidad es que se benefició de una coyuntura positiva en la economía mundial, y la continuidad de un régimen no parlamentario y sin posibilidad de crítica fue decisiva para su actuación en Marruecos. El balance negativo en lo político era inevitable por la propia simplicidad del regeneracionismo que alimentaba las posturas del Dictador. El bagaje doctrinal podía ser popular pero resultaba también tan simple, variable y confuso que hacía presumible su fracaso. La oposición no reconoció el apoyo popular que tuvo la Dictadura y culpó a Alfonso XIII del mantenimiento del régimen y de los males del período sin poder apuntarse sus éxitos.
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Pese a que los ejércitos rusos habían mostrado una notable capacidad militar y a que el esfuerzo de guerra (producción de armas, munición y material de todo tipo) había sido extraordinario, o precisamente por eso, Rusia estaba exhausta. Sus bajas desde agosto de 1914 a diciembre de 1916 se elevaban a 1.700.000 muertos y a casi 5.000.000 de heridos; un millón y medio de soldados rusos habían sido hechos prisioneros. Rusia, además, se había visto forzada a evacuar Galitzia, Polonia y Lituania. Peor aún, la necesidad de abastecer a los frentes provocó el desabastecimiento de las grandes ciudades. El precio de alimentos y bienes de consumo aumentó entre 1914 y 1916 en un 300-500 por 100. A finales de 1916, la industria, los transportes, la agricultura estaban al borde del colapso y en el otoño de ese año, el país se vio afectado por una muy grave crisis de subsistencias que se manifestó en una dramática escasez de alimentos y combustible. En 1916, se produjeron ya 1.542 huelgas con cerca de un millón de huelguistas, huelgas en principio espontáneas, pero a las que el partido bolchevique comenzó a dar orientación política y coordinación desde la clandestinidad. El descontento con el curso de la guerra abrió la crisis política. El 1 de agosto de 1915, se reunió la Duma: el 22, los partidos moderados (232 diputados), cuyo eje eran, como se recordará, el partido constitucional-demócrata (o "cadete") de Miliukov y el "octubrista" de Gouchkov y Rodzjanko, formaron un bloque progresista que pidió la formación de un gobierno que tuviese la confianza de la nación y exigió responsabilidades ministeriales y militares. Casi al mismo tiempo, el Zar -que poco antes había cesado al ministro de la Guerra, general Sukhomlinov- asumió personalmente el mando de la guerra. Fueron igualmente cesados otros ministros. Algunos de ellos, y ciertos periódicos influyentes, recomendaron ya la formación de un gobierno de la Duma. El primer ministro, I. L. Goremykin, un ultra-conservador que ocupaba el cargo desde 1914, fue cesado en febrero de 1916. Le siguieron el nuevo ministro de la Guerra, Polivanov, y el de Exteriores, Sazonov. La crisis era ya incontenible: el Zar cambió hasta tres veces de primer ministro -Stürmer, Trepov, Golitsyn- entre febrero de 1916 y marzo de 1917. A medida que la situación se deterioraba -motines de tropas, deserciones-, la oposición fue creciendo. El descontento se canalizó hacia la Zarina, por su condición de alemana, y hacia su asesor Gregory Rasputín, un campesino intuitivo y audaz, perteneciente a una secta "quiliástica", de conducta escandalosa e insolente, incorporado a la Corte en 1905 por su habilidad para tratar la hemofilia del heredero de la Corona. El rumor popular comenzó a acusarles de "traición y complicidad" con Alemania: la opinión iba volviéndose contra la Monarquía. Como dijo Miliukov en la Duma el 1 de noviembre de 1916, el país había perdido la fe en que el gobierno pudiera llevar a Rusia a la victoria. Entre noviembre de 1916 y marzo de 1917, la crisis se agravó. El asesinato de Rasputín el 16 de diciembre de 1916 por el Príncipe Félix Iusupov -en colaboración con cuatro cómplices, uno de ellos el Gran Duque Dimitrii, sobrino del Zar- para eliminar a quien se pensaba era causa principal del desprestigio de la Monarquía, no sirvió para nada. Escasez, carestía y crisis política se recrudecieron. Sólo en las seis primeras semanas de 1917 hubo más huelgas que en todo el año anterior. La oposición parlamentaria, y sobre todo el partido constitucional-demócrata, optó por una política de total confrontación con la Monarquía. El 27 de febrero de 1917, la Duma volvió a exigir la formación de un gobierno nacional, y un programa de reformas estructurales y sociales que compensasen la participación popular en la guerra. El 7 de marzo, cuando el Zar marchó a su cuartel general en Mogilev (a unos 40 km.. de la capital), San Petersburgo estaba casi paralizado por las huelgas. Al día siguiente, una manifestación de unas 100.000 personas convocada con motivo del Día Internacional de la Mujer recorrió la ciudad. A partir del día 10, se amotinaron soldados de la guarnición de la capital y menudearon los incidentes de orden público. El 12, la ciudad vivió una especie de revuelta general: concentraciones en plazas y calles céntricas, choques callejeros, saqueos, linchamiento de algún policía, ocupación de edificios, asalto a las cárceles. Ese mismo día se creó, por iniciativa de los mencheviques, el "soviet de Petrogrado" (nombre ruso con el que se rebautizó a la capital desde el comienzo de la guerra). Se había producido un verdadero colapso de toda autoridad. La crisis del Estado era ya irreversible: tras varios días de incertidumbre e indecisión -en los que los contactos entre el zar, sus generales, los ministros y los representantes de la Duma, fueron frenéticos- Nicolás II optó por abdicar el 15 de marzo (2 de marzo, según el calendario ruso). La caída de la Monarquía rusa fue un formidable revés para los aliados occidentales. No significaba necesariamente el fin de la participación rusa en la guerra, como Miliukov, el ministro de Exteriores del Gobierno Provisional que se hizo cargo del poder, se apresuró a hacer público. Pero era más que evidente para todos que el Ejército ruso carecía ya de disciplina interna y de moral de combate, que Rusia no tenía capacidad económica para continuar la guerra y que la mayoría de la población estaba claramente contra una guerra que sólo había traído hambre, escasez y la muerte de cientos de miles de soldados. Por si acaso, los alemanes facilitaron el regreso a Rusia, en un tren blindado que partió de Suiza, de Lenin, el líder del partido bolchevique y exponente del "derrotismo revolucionario". Sus previsiones se cumplieron. La continuación de la política de guerra -que se materializó en una nueva y fracasada ofensiva sobre Galitzia a fines de junio, de nuevo al mando de Brusilov- fue uno de los factores que más contribuyó a erosionar la legitimidad del nuevo poder ruso y a propiciar, en noviembre de 1917 (octubre según el calendario ruso), la revolución bolchevique. El triunfo de la revolución bolchevique fue determinante. El 8 de noviembre, el gobierno revolucionario ofreció a todos los beligerantes "una paz sin anexiones ni indemnizaciones". El hundimiento del Imperio ruso fue, además, total. El 20 de noviembre, los ucranianos proclamaron la República Popular de Ucrania. El 28 de noviembre, el parlamento local proclamó la independencia de Estonia (los alemanes habían ocupado Riga finalmente el 3 de septiembre). Finlandia declaró la suya el 6 de diciembre; la república de Moldavia (la Besarabia rusa) lo hizo el día 23, y Letonia, el 12 de enero de 1918. Antes incluso de que terminara 1917, el 17 de diciembre, el gobierno bolchevique ordenó el alto el fuego en todas las líneas; y el 22, inició ya las negociaciones con Alemania y Austria-Hungría. Éstas distaron mucho de ser fáciles. El gobierno revolucionario, representado en las negociaciones por Trotsky, su ministro de Asuntos Exteriores, trató de ganar tiempo, con la esperanza de que estallara la revolución en Alemania y Austria-Hungría. Los poderes centrales rompieron las conversaciones el 10 de febrero de 1918 y reanudaron inmediatamente las hostilidades ocupando Dvinsk, Tallin, Pskov y otras ciudades cercanas al Báltico, amenazando Petrogrado. El Gobierno soviético volvió a la mesa de negociaciones y el 3 de marzo se firmó la "paz de Brest-Litovsk". Rusia renunciaba a Finlandia, Ucrania, Polonia -ocupada por los alemanes desde 1916-, Moldavia, Letonia, Estonia y Lituania y cedía Kars y otros enclaves en Transcaucasia a Turquía. Perdía así más de un millón de kilómetros cuadrados, cerca de 46 millones de su población de antes de la guerra, el 73 por 100 de sus minas de hierro y carbón y el 25 por 100 de sus tierras arables, red ferroviaria e industria. Alemania exigió además reparaciones por valor de 3.000 millones de rublos en oro. Era el mayor éxito de Alemania y Austria-Hungría en la guerra: significaba la desaparición del frente del Este. Alemania procedió además a la creación de una serie de Estados-satélite. En marzo-abril de 1918, tropas alemanas ocuparon las principales ciudades de Ucrania (Kiev, Odessa) e invadieron Crimea, ocupando Sebastopol. Entraron igualmente (abril de 1918) en Finlandia e impusieron un gobierno "blanco" simpatizante (y la Dieta finlandesa eligió rey el 8 de octubre a un príncipe alemán). El 4 de julio, la asamblea lituana eligió rey al duque Guillermo de Württemberg.
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El centro educativo femenino de mayor prestigio fue el Colegio de Santa Isabel, fundado en Manila en 1632 para acoger a huérfanas de españoles. Su creación responde a los mismos motivos que el de Santa Potenciana. El colegio tomó este nombre en honor de la reina Isabel de Borbón y en 1634 quedó emplazado en un edificio propio situado entre la calle del Arzobispo y la Calle Real, en Intramuros. Pronto asumió una labor educativa que desbordó los objetivos previstos en su fundación y el número de alumnas externas superó con creces el de las internas. En 1720 habían pasado por sus aulas 13.270 alumnas, la mayoría de ellas filipinas. Para su sostenimiento contó además con una dotación anual de la Casa de la Misericordia y dos encomiendas confirmadas por el rey en 1680, más las aportaciones de algunas alumnas y donativos de particulares. En 1862 fue entregada su administración a las Hijas de la Caridad, llegadas al archipiélago ese mismo año. El terremoto de 1863 destruyó la capilla y causó serios daños en la estructura del edificio. Aprovechando esta circunstancia se emprendió al año siguiente una ampliación que abarcó toda la manzana delimitada por las calles Palacio, Arzobispo, Real y Anda. De esta forma en 1861 pudo hacerse cargo de las alumnas internas del colegio de Santa Potenciana, que quedó integrado en el de Santa Isabel. Su actividad prosiguió después de la Independencia.