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Son escasos los paisajes pintados por Pissarro en los que no aparezca una figurilla, lo que se conoce normalmente por paisaje puro. Los amplios y ricos campos de centeno que rodean Pontoise protagonizan una composición dominada por el efecto lumínico creado. Una tormenta se cierne sobre el lugar, mostrando zonas con mayor iluminación y otras más ensombrecidas. La sensación que Camille ha conseguido es difícil de superar, transmitiendo de manera soberbia un momento atmosférico concreto. El cielo se puebla de colores malvas, grises, blancos y azules mientras que los verdes, amarillos y rojos dominan la superficie. Al fondo se contempla la lejana silueta del pueblo, presidida por la torre de su iglesia. La zona de primer plano queda casi en penumbra por esos nubarrones que pronto descargarán su lluvia. La pincelada es rápida, apreciándose la dirección de cada una, provocando la paulatina desaparición de la forma, contra la que reaccionarán Renoir y Cézanne.
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Chavín aparece así, no como una cultura o un imperio, sino como la expresión de un culto que se extendió por una gran zona de la sierra y de la costa peruana en el período Formativo. Chavín llegó a ser probablemente una religión pan-peruana que se acabó disgregando en una serie de cultos locales debido a la creciente regionalización de las culturas peruanas, llegando a su fin en torno al 300 a. C. Pero su influencia persistió en mayor o menor medida en culturas y estilos posteriores. En algunas regiones se copiarán los elementos del arte Chavín, pero con un desconocimiento aparente de su significado. En otras se mantendrán los rasgos iconográficos, y probablemente el significado, aunque con un estilo distinto, como será el caso de la persistencia de la iconografía del dios de las varas. En cualquier caso, la importancia de Chavín en el contexto Formativo peruano es evidente. Otro significativo centro ceremonial, correspondiente, al parecer, al Formativo Tardío, es Cerro Sechín, ubicado en el Valle de Casma, al norte del Perú. Se encuentra allí una gran cantidad de piedras grabadas con diversos motivos antropomorfos que debieron constituir el paramento de una plataforma que quizás formase parte de un edificio piramidal. Las piedras son de diversos tamaños, algunas de más de dos metros de altura, y parece que originalmente estuvieron dispuestas alternativamente, grandes y pequeñas. Las piedras de menores dimensiones son de forma rectangular o cuadrada, mientras que las mayores tienden a un rectángulo alargado con la parte superior irregular. En una de sus caras, toscamente igualada, tienen todas grabada una figura humana de cuerpo entero o parte de la misma. Unas parecen representaciones de guerreros, con tocado y la peculiar porra o macana peruana; otras figuras, también completas, aparecen como seccionadas por la mitad del cuerpo. Hay también cabezas aisladas, al modo de las cabezas-trofeo, brazos y otras partes de cuerpos seccionados, e incluso algo que se ha interpretado como vértebras y ojos. Estas figuras se han asociado con representaciones de sacrificios humanos, con costumbres guerreras e incluso con una práctica temprana de la medicina-cirugía, pero nos movemos en un terreno de especulación y la realidad es que se desconoce su significado. Lo que sí puede concluirse es el peso específico de la religión y de ciertos cultos en el formativo peruano, cultos que debieron estar mantenidos por grupos sacerdotales que se legitimaban a través de sus oráculos y ceremonias y que debieron controlar a ciertas masas de población que en última instancia sostenían los centros en los que se rendía, culto. Y parte consustancial de esos centros se debieron a las representaciones artísticas que, realizadas, contribuían de alguna manera a la visualización de ese culto y de esos ritos y por lo tanto a la legitimación de sus dirigentes. La presencia o al menos la influencia del estilo Chavín se hace patente en algunos elementos iconográficos, como por ejemplo en las líneas paralelas que atraviesan los ojos y cara de algunas figuras. Pero la aparición de elementos de carácter religioso no se limita a las construcciones arquitectónicas y a la escultura, sino que también se manifestarán en tejidos, orfebrería del oro y cerámica. La cerámica Chavín se ha encontrado sobre todo en el interior de las galerías de El Castillo y se ha clasificado en dos estilos: Rocas y Ofrendas. Dentro de la cerámica Rocas, de aspecto más tosco, se encuentran en grandes y gruesos cuencos de color rojo decorados con anchas incisiones. Hay también cuencos de lados rectos y bordes biselados, y ollas sin bordes, de cerámica negra, muy fina y pulida, decorada con motivos sellados de figuras estilizadas de felinos, círculos y puntos. Y botellas con caño-estribo, pequeño y ancho, con el pico terminado en un grueso reborde, de color gris o negro, pulidas, decoradas con estampados de doble círculo y sobre todo con decoración en relieve representando felinos u otros animales. La cerámica Ofrendas, de aspecto más fino y delicado, presenta un gran número de tipos y variedades. Destaca el llamado Wacheqsa, o cerámica roja con pintura negra de grafito que cubre zonas delimitadas por finas líneas incisas. Otros tipos como el gris pulido y el negro fino usan el relieve para la decoración, predominando los motivos de las piedras labradas, donde destacan las aves y los felinos. Fuera de Chavín la cerámica mejor conocida es la Cupisnique, cuyo centro de distribución es el valle de Chicama, en la costa, que se conoce incluso con el nombre de Chavín costeño. La forma más característica es la de una botella globular con base plana y caño-estribo con el tubo superior recto. El cuerpo se reemplaza muchas veces por figuras modeladas. La cerámica será precisamente uno de los mejores indicadores para conocer la influencia de Chavín en otras regiones del área peruana. Ese es el caso de Paracas, en la costa sur peruana, cuyas cerámicas mas antiguas emparentan con Chavín y cuyas espectaculares tumbas han producido los mejores ejemplos de tejidos en Perú. Aunque las raíces de esta cultura y su arte se encuentran en este período formativo, dada su continuidad con la subsiguiente cultura Nazca parece preferible considerarlas conjuntamente.
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Las pequeñas aldeas que viven de la agricultura del maíz, la calabaza y el frijol como productos básicos tienen una tecnología muy sencilla en piedra y en cerámica (otros materiales posibles como fibras y madera han desaparecido del registro arqueológico), y una organización sociopolítica de carácter tribal. Sus elaboraciones ideológicas se corresponden, como es natural, con el grado de desarrollo cultural. En los inicios del Formativo (2500 a 1200 a. C.), no se pasa de este nivel aldeano de carácter igualitario. De ahí que las únicas realizaciones artísticas que encontremos sean las referentes a un sustrato animista de tipo agrario por medio de toscas figurillas de cerámica. En Tlapacoya se halló una estatuilla de 2300 a. C. que representa a una mujer embarazada confeccionada a partir de cuatro incisiones para configurar los ojos; no tiene boca ni brazos y su aspecto general es de tosquedad. Coincide cronológicamente con la invención de la cerámica, de la cual tenemos evidencia en tres regiones: la cerámica Pox de Guerrero y Purrón de Tehuacán, ambas en México, y Swazey de Cuello (Belice), todas ellas fechadas entre el 2300 y el 2500 a. C. El arte aldeano trata de plasmar de manera muy directa la naturaleza, la fertilidad de la tierra y tiene clara correspondencia con la fertilidad femenina. La preocupación de los especialistas por la abundancia y la curación posibilitó la potenciación de cultos animistas llevados a cabo por chamanes, y con ellos la aparición de figurillas. En determinados lugares, como Tlatilco, estas estatuillas denominadas "mujeres bonitas" (pretty ladies), tienen brazos cortos, talle delgado y amplias caderas, mostrando una conexión con los cultos a la fertilidad de la tierra y de la mujer, la cual se ve acentuada por la representación abultada de sus órganos sexuales. Sin embargo, la sociedad de México Central no permanece estática, sino que poco a poco incorpora actividades que ponen de manifiesto el inicio de la especialización en una sociedad que ve aumentar seis éxitos económicos con los excedentes agrícolas: en Tlatilco y otros poblados como Zacatenco, El Arbolillo y Ticomán, este arte en arcilla modelada se hace cada vez más complejo: tecnológicamente, estas figurillas incluyen el pulimento externo. Su modelado sigue siendo tosco, pero al registro de manifestaciones femeninas características se incorporan danzantes, acróbatas, músicos, guerreros, jugadores de pelota y chamanes. También existen tarados y figurillas con dos cabezas, una clara referencia al concepto de dualidad que será básico en las ideologías imperantes en la región. Otro tipo básico de terracotas es el de representaciones altas, huecas y pintadas en rojo que, después del 1200 a. C., serán depositarias de la influencia olmeca de la Costa del Golfo. El dominio de la manufactura cerámica lleva a los artesanos a incluir diseños en unas formas que, si bien en un principio son exclusivamente domésticas, con el tiempo se hacen variadas e incluyen una diversidad de motivos y decoraciones que siempre están presididas por el naturalismo. La cerámica es monócroma y bícroma en marrón, rojo y negro, aunque la variedad formal es bastante superior. A cuencos, cántaros y vasos, se le unen diseños en forma de acróbatas, peces, pájaros, patos, armadillos y otros animales propios del lugar. En lo que se refiere a su excelente acabado, muchos autores señalan que los gruesos engobes de las cerámicas negras y su pulimento difícilmente serán superados en etapas más tardías. Tlatilco es el yacimiento principal en estos momentos, aunque por desgracia desconocemos sus características básicas, ya que fue tapado por la ciudad de México. No obstante, se excavaron 340 enterramientos en los cuales se colocaron como ofrendas las figurillas y cerámicas ya comentadas. La arquitectura pública comienza en el Formativo Medio (1200-300 a. C.), en particular en el sitio de Cuicuilco, que se constituye así en el primer núcleo urbano, coincidiendo con los experimentos de irrigación más tempranos en el valle. La única estructura conocida es la base de una futura pirámide de forma circular y cuatro pisos, que alcanzará una altura de 25 m. La base, de 135 m de diámetro, y los basamentos en talud, confieren a la edificación un aspecto que no tendrán el resto de las pirámides mesoamericanas las cuales, conceptuadas como imagen del firmamento y morada de los dioses, se elevarán como flechas hacia él.
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El valle de México se levanta a 2.236 m. de altitud media y tiene una extensión aproximada de 7.200 km2. La topografia de la cuenca ha hecho que se genere un drenaje interno y una sucesión de lagos y cursos de agua que se extienden sobre los 1.000 km2; estos lagos son salinos al norte -Xaltocan, Zumpango y Texcoco-, y de agua dulce al sur -Chalco y Xochimilco. El régimen de lluvias también es desigual, siendo más abundante y regular al sur, razón por la cual se van a gestar aquí los principales acontecimientos culturales del Formativo. Esta zona había soportado sistemas de vida sedentarios a lo largo de la fase Playa (6.000-4.500 a.C.); después se establecieron dos pequeños poblados en tiempos Zohapilco (3.000?2.000 a.C.). La población fue evolucionando poco a poco y ocupando la cuenca, de manera que para la fase Tlalpan (1.600 a.C.) se estableció en Tlatilco y formó una pequeña aldea. Asentamientos similares surgieron en Zacatenco, El Arbolillo y Ticoman, dando lugar a un estilo de figurillas que, con las lógicas transformaciones del tiempo, perdurará hasta los aztecas. Durante todo el Formativo Medio, tanto este sitio como Tlapacoya tuvieron influencia olmeca, introduciendo una cerámica de engobe blanco con borde negro, grandes figurillas huecas y decoraciones de hombres jaguar y serpientes de fuego. Existe arquitectura pública de arcilla desde 1.300 a.C. en Tlatilco, aunque este es un sitio bastante desconocido por la superposición de la ciudad de México. Otro centro de importancia fue Cuicuilco, que levantó una gran estructura circular de varios niveles desde el 400 a.C. La documentación arqueológica señala que la sociedad de Cuicuilco tuvo un sistema intensivo agrícola, incluyendo diques y canales para el riego. La población pudo vivir en torno a los conjuntos arquitectónicos, en un sistema similar al que más tarde pondría en práctica Teotihuacan y, hacia el 200 a.C., pudo haber alcanzado los 20.000 habitantes. También el valle de Teotihuacan fue ocupado por pequeñas aldeas campesinas a finales del Formativo Temprano que tuvieron una baja evolución cultural hasta que en el 400 a.C. levantaron sus primeras estructuras públicas. Esta actividad se vio acompañada por la ocupación de las colinas bien defendidas que rodean el valle, fuera de las buenas tierras agrícolas, donde cada comunidad levantó al menos una pequeña pirámide, conformando unos centros a los que se ha denominado Tezoyuca. Seguramente, en esta época la cuenca estuvo ocupada por diversos grupos que se enfrentaban entre sí por su control. Entre el 200 y el 100 a.C. tres jefaturas pugnan por el control del valle de Teotihuacan -Tezoyuca, Cuanalan y Teotihuacan-, al mismo tiempo que se llevan a cabo importantes obras de canalización y de drenaje, y se produce una innovación agrícola de singular importancia, la chinampa, que permitió la obtención de mayores excedentes de producción. Hacia el 150 a.C. Cuicuilco, el centro competidor más importante en el sur de la cuenca, fue destruido por una erupción volcánica. Al mismo tiempo, se produce la victoria de Teotihuacan sobre las demás unidades políticas, de manera que para el 100 a. C. el sitio consigue su verdadera traza urbana y alcanza una extensión de 8 km2, transformándose en una gran metrópoli que, durante el Clásico, dominará políticamente el centro de México.
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Hemos visto, pues, que desde finales del Precerámico, conviven en los Andes Centrales dos tradiciones de arquitectura monumental: una en la sierra definida por fogones rituales de forma circular y uso exclusivo ritual; otra en la costa, consistente en grandes volúmenes que delimitan amplios espacios y dejan una plaza circular hundida. En su entorno existe habitación jerarquizada y sistemas de irrigación e intensificación agrícola. El volumen de la construcción, los conocimientos que requiere su planificación y las nuevas tecnologías de carácter agrícola, ponen de manifiesto que estamos ante una sociedad desigual, con segmentos jerarquizados, sin que exista coincidencia en denominarla una sociedad de jefatura o un estado teocrático incipiente. Este período se inicia con la evidencia de las primeras cerámicas en los Andes Centrales en el 1.800 a.C. y finaliza con la integración cultural de las sociedades durante la etapa Chavín. La cerámica más antigua es la conocida con el nombre de Wayrajirca de Kotosh en la sierra norte, definida por botellas con gollete, tazas hondas, acabado brochado y pulido en marrón y negro, y decoradas con incisión y pintura postcocción. Los diseños son simples y geométricos y a lo largo del período se le irán añadiendo figuras antropomorfas. Más al norte de Kotosh, Pacopampa es un centro importante del valle de Cajamarca. En este sitio se levantó una ciudadela con edificios públicos y religiosos, rodeados de núcleos de viviendas. Está fechado entre 1.835 y 1.350 a.C., y con él se define ya una jerarquía de sitios dependientes, como el más pequeño Agua Blanca. También Cajamarca, Huacaloma y Kuntur-Wasi son centros importantes. Además del volumen arquitectónico, los canales de Cumbemayo definen una tecnología de irrigación muy adelantada. En todos estos centros es destacable la aparición de objetos en piedra, madera y cerámica decorados con motivos geométicos y zoomorfos; en particular felinos y serpientes, dando lugar a una tradición que sólo es interrumpida por la superposición Chavín en el 700 a.C. También en la sierra, pero más al sur, Huaricoto es un sitio importante en el Callejón del Huaylas, ya que en él están manifiestos muchos de los elementos ideológicos que alcanzarán su expresión clásica con el desarrollo Chavín. Con estas evidencias la trascendencia de Chavín es menor de lo que se había establecido previamente. En la sierra sur surgen poblados como Waykawaka, Marcavalle y Pikicallepata entre el 1.200 y el 800 a.C., con cerámicas y motivos decorativos de orientación meridional, con una arquitectura monumental menos desarrollada y predominio de las aldeas agrícolas y pastoralistas. En cuanto a la costa norte se producen fenómenos que culminan en una mayor complejidad cultural. Los sitios representativos proceden, en parte, de la etapa anterior: Guañape, Cerro Prieto, Las Haldas, Cerro Sechín y Bandurria. A lo largo de toda la costa se levantan estos centros que, aun de evolución local e independiente, interactúan entre sí. Los materiales empleados son piedra y barro, y algunos de los edificios están decorados con losas esculpidas con motivos antropomorfos, generando una iconografia que, al igual que ocurría en la sierra, será integrada por Chavín. Por último, la costa central fue otra zona de integración intervalles con sitios públicos de gran categoría como Huaca La Florida, Garagay, Ancon y otros centros de integración local. Como podemos observar, pues, los Andes Centrales tuvieron a lo largo del período Cerámico Inicial una gran población, que se puede estimar muy similar a la existente durante el período Chavín. La mayoría de los valles entre la sierra y la costa estuvieron ocupados por aldeas y poblados agrícolas integrados social y políticamente por centros con edíficios públicos, mientras que la puna era ocupada solamente por sociedades dedicadas al pastoreo. La organización comunal del trabajo y la construcción de centros con pirámides y otros edificios menores continuó, y expandió de modo considerable una tradición que ya estaba formulada desde finales del Precerámico en sitios como Aspero, Salinas de Chao o La Galgada. De ahí que algunos autores estimen que las jefaturas surgen en los Andes Centrales hacia el 3.000 a.C. y que los centros del período Cerámico Inicial definen, en realidad, la existencia de pequeños estados teocráticos. Otra característica de gran relevancia es el regionalismo y localismo cultural que está sobrepasado por una red regional de intercambio costa/sierra. Así, grandes asentamientos como Pacopampa, Huancaloma, Kuntur-Wasi, Caballo Muerto, Cerro Sechín, Bandurria, Huarmay, Ancón, Garagay, La Florida, Huaricoto, Kotosh, Shillacoto, La Galgada y Mercavalle, por citar los más importantes, hicieron confluir desde sus instituciones ceremoniales locales amplios territorios en una esfera ceremonial regional, que se demuestra por la uniformidad en los estilos arquitectónicos -en las costas y en la sierra-, y en otros materiales secundarios. La base económica de este desarrollo, que se puede considerar como el punto culminante de la experiencia acumulada desde el Precerámico, se fundamenta en la explotación agrícola en los valles, el pastoreo en las punas y la explotación masiva de productos del mar en las costas; si bien es cierto que cada vez ha ido tomando un papel más relevante la agricultura, en la que maíz y frijol se han sumado al acervo de plantas nativas. Este sistema se ha intensificado mediante la modificación hidráulica del territorio en las partes bajas de los valles con la creación de los sistemas de riego. Esta dilatada etapa, pues, resulta fundamental, ya que en ella se sientan las bases en las que se sustenta la civilización andina, para cuya expansión Chavín de Huantar constituirá un nexo crucial que tipifica la etapa que voy a comentar a continuación, ya que este centro significa la síntesis entre las más complejas tradiciones de la costa, del altiplano y de la selva.
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El golpe de Estado de 2 de diciembre de 1851 significó la disolución de la Asamblea Nacional y el Consejo de Estado, a la vez que se restablecía el sufragio universal y se hacía la convocatoria de un plebiscito para aprobar la redacción de una nueva Constitución. La rápida ejecución del golpe, con la participación del ministro de la Guerra (general Saint-Arnoud), del de Interior (C. de Morny) y del prefecto de policía de París (Maupas) hizo casi imposible la resistencia, aunque la actitud más común fue la de los que observaron escépticamente los acontecimientos. "Esto -comentó A. de Tocqueville, con escaso sentido profético- tiene más el aire de una aventura que continúa que de un Gobierno que se funda". De todos modos, y por primera vez en la evolución política de la Francia, fueron algunas provincias, especialmente en las zonas rurales, las que trataron de resistirse inútilmente a la nueva situación. Según la interpretación de Rémond, el golpe de Estado, que había querido ser presentado como una defensa de los ideales democráticos en la capital, aparecía como puramente reaccionario en la Francia rural meridional.
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A partir de la década de 1890 Cézanne se sintió atraído por el paisaje de los alrededores del este de Aix, especialmente en las cercanías del Château Noir, un edificio que recibía ese nombre a que su dueño era un adinerado comerciante de carbón. Tras la venta del Jas de Bouffan en 1899 el pintor quiso adquirir este lugar, donde tenía alquilada una habitación, siendo rechazada la oferta por el propietario aunque le permitió seguir utilizando este espacio. La construcción sobresale ante las rocas y los árboles -otro de los temas favoritos del maestro en estas fechas- contrastando su tonalidad anaranjada entre los colores azules del cielo y verdes del arbolado. Las pinceladas son las encargadas de estructurar la composición, creando un entramado de toques de color que anticipan claramente el cubismo, suponiendo Cézanne un estímulo para los jóvenes artistas del siglo XX: fauvistas y expresionistas.