Busqueda de contenidos
obra
Esta imagen del castillo de Dolbadern, al norte de Gales, es significativa del primer estilo de Turner, al estar interesado por los colores oscuros, el dramatismo y lo imponente de los temas. El viaje realizado al norte de Gales en 1798 sirvió al pintor británico para tomar un buen número de bocetos y realizar acuarelas de la zona. Estos estudios se convertirán dos años después en cuadros al óleo, lienzos que pierden la frescura y la inmediatez de la imagen tomada del natural, dando paso a una escena salida de la imaginación del artista aunque exista un poso de realidad. Los paisajes del artista británico son siempre adornados con varias figuras que otorgan mayor alegría y dinamismo a la composición, haciendo reflexionar al espectador sobre la grandeza de la naturaleza en relación con el ser humano, mostrando así una de las primeras lecciones de ecología y vinculándose directamente con el pensamiento romántico que también mostrará Friedrich. Los juegos de luz y sombra son muy apreciados por Turner; quizá sea ésta la causa de su posterior interés por Rembrandt. El cuadro fue expuesto en la Royal Academy de Londres en 1800 y regalado dos años después por Turner a la institución al ser elegido miembro de la Academia.
video
En la villa vallisoletana de Medina del Campo se alza uno de los castillos más importantes de Castilla. Recibe el nombre de castillo de la Mota por estar situado sobre una pequeña elevación del terreno, lo que hace aún más señorial su figura. Castillo de remoto origen, Alfonso VIII procedió a su reconstrucción y los Reyes Católicos a su renovación, siendo también blasonado por éstos. La fortaleza consta de dos recintos. El exterior está constituido por la barbacana que rodea todo el perímetro. Se accede por un puente levadizo defendido por torres cilíndricas. El siguiente espacio es el patio de armas, que da paso al recinto interior. Este ámbito está constituido por un patio cuadrado, rodeado de cuatro torres. Aquí se disponían las dependencias del castillo. La Torre del Homenaje domina el conjunto. Se trata de la más alta de Castilla, con 40 metros, dos garitones y coronada por un balconcillo con almenas. Fue construida en el siglo XV. En este castillo se produjeron importantes hechos de la historia de España. Aquí residió durante una temporada la reina Juana de Castilla, antes de convertirse en prisión, por donde pasaron ilustres personajes como Hernando Pizarro, don Rodrigo Calderón, el duque Fernando de Calabria, César Borgia o el conde de Aranda. Y es en este castillo donde fallece la reina Isabel la Católica en el año 1504.
obra
En 1840 Turner visitó varios países europeos, entre ellos Alemania. Tuvo interés por conocer el castillo de Rosenau, residencia habitual del príncipe Alberto de Coburgo, en aquellos momentos esposo de la reina Victoria I de Inglaterra. esta imagen que contemplamos fue realizada a su regreso a Londres para lo que utilizaría bocetos tomados directamente del natural, práctica habitual en el maestro británico aunque posteriormente la naturaleza fuera distorsionada por su fantasía en los lienzos definitivos. Esta es una de las razones por las que sus paisajes presentan grandes dosis de romanticismo. Simepre interesado por las atmósferas, el maestro londinense nos presenta una vista preciosa de los alrededores del castillo con el sol semioculto por las nubes pero iluminando con su dorada luz toda la campiña y reflejándose en las cristalinas aguas del río. Pero curiosamente, el castillo casi desaparece envuelto en la potente luz solar. Los colores claros utilizados convierten la imagen más alegre y placentera, a lo que también contribuyen las figurillas que contemplamos en primer plano y las que aparecen más difuminadas, tras las primeras.
video
Junto a la catedral, el edificio de mayor relevancia en la época medieval es el castillo. La ciudad del Medievo se levantaba en sus cercanías para servir de refugio a los habitantes en caso de ataque exterior. El castillo era casi inexpugnable para el enemigo y solía situarse en un terreno elevado, rodeado de foso, estando construido principalmente en piedra. Fuertes murallas y torres defensivas le otorgaban un aspecto inaccesible. A través de un puente levadizo se accede a la barbacana que da paso a la fortaleza. Cruzada la puerta principal nos encontramos en el patio de armas. Desde aquí podemos contemplar la residencia señorial, la torre del homenaje, las cocinas y el salón principal, al que se accede por una triple arquería. En el salón principal celebraba el señor sus banquetes y reuniones. La sala se organizaba a través de amplias mesas rectangulares a cuyo alrededor se colocaban bancos para asentar a los comensales. Sobre una tarima se ubicaba la mesa principal donde el señor y su familia presidían el banquete sentados en sillas. Las paredes estaban escasamente decoradas, distinguiéndose en ellas trofeos de caza, armaduras o estandartes. El suelo era de madera y el techo estaba constituido por vigas transversales también de madera.
contexto
Tanto en la poesía como en las novelas, en los libros escolares, en la interpretación de los mass media y en la imaginación colectiva, Medievo y castillo forman un binomio indisoluble. No es extraño, para una edad tan lejana y sugestiva como el Medievo, que exista una total separación entre las creencias más comunes y la práctica de la investigación histórica. Por el contrario, en lo que se refiere a los castillos, sentimiento popular e investigación especializada están muy próximos. La Edad Media es la época de los castillos. Sin embargo, es fundamental hacer una serie de aclaraciones. Las fortalezas todavía imponentes, o las ruinosas fortificaciones que salpican el paisaje de numerosas regiones europeas y españolas, en particular, pertenecen mayoritariamente a la fase final de la plurisecular historia del castillo. Eran instrumentos de control y defensa, construidos por los Estados de la Baja Edad Media en las fronteras o regiones neurálgicas, también eran las residencias estables, o más corrientemente estacionales, de las familias nobles. Pero a lo largo del Medievo, el castillo tuvo connotaciones muy diferentes y su herencia actual es algo mucho más importante que va más allá de ser simples fortificaciones pintorescas. Sólo en los últimos veinte años, los historiadores han alcanzado plena conciencia de esta realidad y se han multiplicado las investigaciones, los levantamientos topográficos, las excavaciones arqueológicas y los estudios de conjunto. El debate sobre los castillos es, por tanto, uno de los más actuales e intensos de la historiografía europea medieval. Pero cabe preguntarnos el porqué de este interés y de la importancia de estas construcciones. Tomemos como ejemplo a una región italiana, el Lacio, y vayamos atrás en el tiempo hasta la época de la definitiva fragmentación del Imperio carolingio, es decir, a los últimos decenios del siglo que se había iniciado con la coronación de Carlomagno, en la Navidad de año 800. La elección del Lacio como ejemplo no es casual, puesto que ha sido objeto de un monumental estudio, de más de 1.500 páginas, publicado en 1973 por el historiador francés Pierre Toubert. Esta investigación se ha encargado de aportar luz al papel primordial que jugaron los castillos en el contexto histórico medieval. En el centro del Lacio (que, entendido como tal, no existió como región hasta la reorganización administrativa posterior a la unidad de Italia) está Roma, una ciudad que en época carolingia se hallaba en decadencia en los aspectos edilicio, económico y demográfico, si se compara con la época imperial, pero que muy probablemente todavía era la más grande realidad urbana de Occidente; esparcido por la región existía un gran número de pequeños núcleos de población, mayoritariamente de origen prerromano, que en su mayoría han sobrevivido hasta nuestros días. Entre los centros urbanos falta sólo Viterbo, que a partir del siglo XIII sería la segunda ciudad del Lacio, después de Roma. Su ausencia no es una casualidad: Viterbo nació como castillo, y no existían castillos en el Lacio de la época carolingia.
contexto
La extraordinaria originalidad de estas obras redondeó entre sus coetáneos el reconocimiento hacia Borromini y su arquitectura. Eran conscientes de su originalidad, pero sorprendidos por la enorme carga innovadora de su lenguaje, pronto le tildaron de quimérico, vocablo con el que, al igual que con el término capricho en el Cinquecento, se quería indicar el extrañamiento del concepto clásico de imitación de la naturaleza, su anticlasicismo fundamental. El mismo Bernini, con ánimo denigratorio, diría que "los pintores y los escultores cuando se empeñan en una obra de arquitectura, fundan las proporciones sobre el cuerpo humano, en cambio Borromini funda las proporciones sobre las quimeras". Sin quererlo, en el fondo, le hizo un cumplido.Es muy significativo que la empresa que marca el ápice creador de Borromini: la iglesia de Sant' Ivo alla Sapienza, sea el resultado de la inteligente simbiosis nacida de injertar un organismo absolutamente original en el tejido edilicio de una fábrica anterior. Ya hemos visto que, en 1632, había sido nombrado arquitecto del Archiginnasio, futura Universidad de Roma, un edificio definido en sus líneas esenciales por P. Ligorio y G. Della Porta, que proyectó la exedra de dos órdenes que cierra el extremo este del largo patio. Hasta 1642 no se le encargaría a Borromini construir la iglesia en el espacio entre el muro curvo y la fachada este del complejo. Iniciada en 1643, la estructura muraria estaría acabada en 1650, aunque la decoración interior y el pavimento hicieron postergar su solemne consagración hasta 1660. Como en San Carlino, Borromini concibe un edificio de planta central basado en un esquema geométrico que, extraño a la tradición italiana, se inspira en la arquitectura de la Antigüedad tardía. Procediendo con una extraña limpieza geométrica, como si demostrara algún teorema, obtiene por la yuxtaposición de dos triángulos equiláteros una planta estrellada de perfil mixtilíneo. La unidad espacial la consigue ahora mediante las grandes pilastras que marcan el desarrollo ascensional de la estrella de la planta que no cambia su diseño. Desde el potente entablamento, con ritmo cada vez más progresivo, se constriñe su amplitud conforme se aproxima al cerramiento, hasta convertirse en la clave de la cúpula en un óculo circular, de gran pureza geométrica. Allí, repitiendo el motivo y desarrollándolo vertiginosamente, vuelve a proponer el ritmo cóncavo-convexo de la planta estrellada y construye una linterna que se resuelve en una estructura en espiral. De esta manera, logra que el espacio interior se hinche, bañando la luz la inmaculada blancura del revoque y de la decoración estucada.Exteriormente, Borromini concentra su interés en la cúpula. La exedra del patio porticado, cuya concavidad es aprovechada como fachada de la iglesia y tocada por la propia dinámica borrominesca, sólo deja ver el alto también que opone pletórico su propia convexidad. Sobre el revestimiento del tambor, la cima del extradós de la cúpula es revestida de gradas divididas por aéreos contrafuertes que preparan el desenlace vertical de la lintema (que se remite a modelos clásicos de la arquitectura romana oriental) y del fantástico coronamiento en espiral, sobremontado por una estructura metálica. La energía liberada en esta concatenada sucesión de estructuras, a cual más escandalosa y desconcertante, rompe con ácrata desafío el paisaje urbano de Roma, caracterizado por el espurreo esférico de cúpulas, grandes y medianas, pero todas sometidas a precepto, tranquilizantes. Sólo Borromini fue capaz de seguirse a sí mismo, proponiendo unas soluciones exteriores similares que, como monje que predica en el desierto, esparce por Roma en la cúpula y campanarios de San Carlino, en la solución angular con la torre dell'Orologio de la zona conventual del Oratorio filipense (1647-50) y en el tambor y campanile de Sant' Andrea delle Fratte, que suenan a intraquilizadoras infracciones ante las formas al uso propias de las cúpulas por tampón del gran modelo miguelangelesco.