CRÓNICA MEXICANA. INTRODUCCIÓN
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Desarrollo
INTRODUCCIÓN En principio existen tantos datos sobre la historia y la cultura de los mexicanos prehispánicos como sobre las de los antiguos griegos. Pero, a diferencia de éstos, las fuentes de información textual de que disponemos sobre los aztecas no se basan en sus propias palabras sino en las de quienes acabaron con su cultura y con su historia: los religiosos dedicados a la cristianización de los indígenas y los laicos de toda laya que llevaron a cabo la exploración, conquista y colonización del continente americano. Merece, pues, especial atención el testimonio de uno de los pocos indígenas, en realidad el único de pura cepa, que historió el desarrollo de su propio pueblo hasta la llegada de los españoles. Por desgracia, no será un indígena anterior a la invasión extranjera, ajeno a las consecuencias de esta decisiva catástrofe. Si así fuera quizás no hubiera tenido razón para escribir esa historia y, desde luego, no la habría escrito cómo lo hizo. Será un indígena nacido bajo la dominación española, cuya cultura es ya mestiza --pero no predominantemente hispanizada-- al que no le cabe sino (hacer) recordar unos hechos y unas realidades ya impertinentes con las nuevas circunstancias en que se encontraba su pueblo. No tan impertinentes, sin embargo, como sin duda las creían los cronistas foráneos. Y ahí es donde su testimonio y su postura testimonial tienen un valor y una significación distintos del de los demás relatores de lo que entonces se llamaba las antiguallas mexicanas.
Este es el caso de Hernando de Alvarado Tezozomoc y de su Crónica mexicana, escrita hacia 1598. Tanto el texto como la persona de su autor son mal conocidos. La publicación impresa de la crónica tuvo que esperar hasta el siglo pasado: en 1848 la edición inmanejable y hoy rara de Lord Kingsborough; y en 1878 la del benemérito Orozco y Berra, que ha venido reimprimiéndose tal cual hasta el presente. Una y otra procedían de copias tardías del original, entonces desconocido. Se sabía ya entonces que esta crónica estaba emparentada con las de los padres Durán y Tovar. Hace cincuenta años se llegó a hablar, en consecuencia, de una Crónica X, que sería el documento o cuerpo de documentos del que todas ellas proceden. Desde luego, se ignoraba y se sigue ignorando por qué conductos. Sobre Hernando de Alvarado Tezozomoc se sabía entonces muy poco: que era nieto, por parte de madre, y sobrino-nieto, por parte de padre, de Motecuhzoma II el Joven; que vivió durante la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVII; y que acaso en alguna ocasión trabajó como intérprete de nahuatl. Desde entonces acá se ha establecido con cierto detalle su árbol genealógico, gracias sobre todo a otro texto del que es parcialmente autor, la Crónica de la mexicanidad o mexicayotl. En 1951 salió a la luz pública en los Estados Unidos un códice comprado poco antes en turbias circunstancias en España, que fue donado a la Biblioteca del Congreso a la muerte de su comprador.
Allí sigue a disposición del público con la signatura H. P. Kraus Collection, # 117. Es un volumen en folio, en muy buen estado de conservación, reencuadernado en piel en el siglo XVIII, pero cuyo papel y cuya grafía --muy cuidada, como documento en limpio que tiene visos de ser-- son de principios del siglo XVII. Entre sus varias notas marginales, de distintas tintas y manos, una al menos es reconocible, la del historiador mexicano Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, de mediados del XVIII. De ahí que se pueda concluir que se trata del ejemplar del que este sacó las primeras copias conocidas en 1755, de las que a su vez saldrían las utilizadas para la edición impresa. Por el momento, pues, es el texto más antiguo conocido de esta crónica. Sus diferencias con la versión conocida son numerosísimas, aunque en todos los casos pequeñas: por un lado, las involuntarias de la copia repetida, pero, por otro, las hechas de propósito --probablemente por Veytia mismo-- para corregir castellanamente el lenguaje del texto. En efecto, este se aparta llamativamente de la norma de la época --aunque lo entiende perfectamente cualquier hispanoparlante-- hasta el punto de haberse barajado las hipótesis de que o bien su autor conocía malamente el castellano o bien --y esto parece más factible-- se trata de la transcripción inmediata de una traducción oral al hilo de la lectura de textos en nahuatl. Sea válida una u otra hipótesis, lo cierto es que se impone una edición que respete escrupulosamente ese texto por ahora más antiguo.
De ello se alegrarán, en primer lugar, los interesados en el grado de mestizaje castellano-nahuatl de la época, pero no serán los únicos pues la heterodoxia lingüística de Alvarado Tezozomoc es síntoma de un mestizaje cultural más amplio y complejo. Sobre el autor siguen siendo pocos los conocimientos que tenemos, pero al cabo de un siglo de fecundas investigaciones sobre el México colonial este silencio empieza a ser elocuente acerca de la situación marginal de Alvarado Tezozomoc en su sociedad. Ha avanzado mucho también la investigación sobre la historia prehispánica y sobre la historiografía colonial de México desde los tiempos de Orozco y Berra. Bastaría esta razón para editar de nuevo la Crónica mexicana contextualizándola de acuerdo con los mayores conocimientos de que disfrutamos. Pero es que, además, la disciplina histórica misma ha sufrido muy importantes cambios metodológicos desde entonces, sobre todo en los últimos cincuenta años. Hoy tiene tanta importancia el dato histórico como la perspectiva historiográfica: el qué dice la historia como el por qué, de qué manera y quién lo dice o lo calla. Y esta es una cuestión particularmente interesante en el caso de Alvarado Tezozomoc, historiador de tan singulares circunstancias. Por otra parte, la historiografía misma se ha convertido hoy en objeto de estudio en el marco de la historia de las ideas, de la cultura y de la literatura. La Crónica mexicana se presta a esclarecedores análisis acerca del valor relativo de la cultura española importada y de la azteca aborigen en el México del XVI; acerca de las técnicas y modelos narrativos utilizados, desechados o inventados; acerca, en fin, del lugar que corresponde a este texto y a este escritor en los orígenes de la literatura hispanoamericana actual. Esta edición trata de todas estas cuestiones en sus dos estudios introductorios, uno dedicado a los aspectos textuales y literarios de la crónica, otro a su contenido histórico y a su contexto y relaciones historiográficos. Finalmente, para facilitar al lector el manejo de tantos y tantos datos como ofrece el texto acerca de distintos episodios, personajes y costumbres aztecas, así como la comprensión de los términos nahuatl en que abunda, esta edición ofrece un glosario a modo de apéndice.
Este es el caso de Hernando de Alvarado Tezozomoc y de su Crónica mexicana, escrita hacia 1598. Tanto el texto como la persona de su autor son mal conocidos. La publicación impresa de la crónica tuvo que esperar hasta el siglo pasado: en 1848 la edición inmanejable y hoy rara de Lord Kingsborough; y en 1878 la del benemérito Orozco y Berra, que ha venido reimprimiéndose tal cual hasta el presente. Una y otra procedían de copias tardías del original, entonces desconocido. Se sabía ya entonces que esta crónica estaba emparentada con las de los padres Durán y Tovar. Hace cincuenta años se llegó a hablar, en consecuencia, de una Crónica X, que sería el documento o cuerpo de documentos del que todas ellas proceden. Desde luego, se ignoraba y se sigue ignorando por qué conductos. Sobre Hernando de Alvarado Tezozomoc se sabía entonces muy poco: que era nieto, por parte de madre, y sobrino-nieto, por parte de padre, de Motecuhzoma II el Joven; que vivió durante la segunda mitad del siglo XVI y principios del XVII; y que acaso en alguna ocasión trabajó como intérprete de nahuatl. Desde entonces acá se ha establecido con cierto detalle su árbol genealógico, gracias sobre todo a otro texto del que es parcialmente autor, la Crónica de la mexicanidad o mexicayotl. En 1951 salió a la luz pública en los Estados Unidos un códice comprado poco antes en turbias circunstancias en España, que fue donado a la Biblioteca del Congreso a la muerte de su comprador.
Allí sigue a disposición del público con la signatura H. P. Kraus Collection, # 117. Es un volumen en folio, en muy buen estado de conservación, reencuadernado en piel en el siglo XVIII, pero cuyo papel y cuya grafía --muy cuidada, como documento en limpio que tiene visos de ser-- son de principios del siglo XVII. Entre sus varias notas marginales, de distintas tintas y manos, una al menos es reconocible, la del historiador mexicano Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, de mediados del XVIII. De ahí que se pueda concluir que se trata del ejemplar del que este sacó las primeras copias conocidas en 1755, de las que a su vez saldrían las utilizadas para la edición impresa. Por el momento, pues, es el texto más antiguo conocido de esta crónica. Sus diferencias con la versión conocida son numerosísimas, aunque en todos los casos pequeñas: por un lado, las involuntarias de la copia repetida, pero, por otro, las hechas de propósito --probablemente por Veytia mismo-- para corregir castellanamente el lenguaje del texto. En efecto, este se aparta llamativamente de la norma de la época --aunque lo entiende perfectamente cualquier hispanoparlante-- hasta el punto de haberse barajado las hipótesis de que o bien su autor conocía malamente el castellano o bien --y esto parece más factible-- se trata de la transcripción inmediata de una traducción oral al hilo de la lectura de textos en nahuatl. Sea válida una u otra hipótesis, lo cierto es que se impone una edición que respete escrupulosamente ese texto por ahora más antiguo.
De ello se alegrarán, en primer lugar, los interesados en el grado de mestizaje castellano-nahuatl de la época, pero no serán los únicos pues la heterodoxia lingüística de Alvarado Tezozomoc es síntoma de un mestizaje cultural más amplio y complejo. Sobre el autor siguen siendo pocos los conocimientos que tenemos, pero al cabo de un siglo de fecundas investigaciones sobre el México colonial este silencio empieza a ser elocuente acerca de la situación marginal de Alvarado Tezozomoc en su sociedad. Ha avanzado mucho también la investigación sobre la historia prehispánica y sobre la historiografía colonial de México desde los tiempos de Orozco y Berra. Bastaría esta razón para editar de nuevo la Crónica mexicana contextualizándola de acuerdo con los mayores conocimientos de que disfrutamos. Pero es que, además, la disciplina histórica misma ha sufrido muy importantes cambios metodológicos desde entonces, sobre todo en los últimos cincuenta años. Hoy tiene tanta importancia el dato histórico como la perspectiva historiográfica: el qué dice la historia como el por qué, de qué manera y quién lo dice o lo calla. Y esta es una cuestión particularmente interesante en el caso de Alvarado Tezozomoc, historiador de tan singulares circunstancias. Por otra parte, la historiografía misma se ha convertido hoy en objeto de estudio en el marco de la historia de las ideas, de la cultura y de la literatura. La Crónica mexicana se presta a esclarecedores análisis acerca del valor relativo de la cultura española importada y de la azteca aborigen en el México del XVI; acerca de las técnicas y modelos narrativos utilizados, desechados o inventados; acerca, en fin, del lugar que corresponde a este texto y a este escritor en los orígenes de la literatura hispanoamericana actual. Esta edición trata de todas estas cuestiones en sus dos estudios introductorios, uno dedicado a los aspectos textuales y literarios de la crónica, otro a su contenido histórico y a su contexto y relaciones historiográficos. Finalmente, para facilitar al lector el manejo de tantos y tantos datos como ofrece el texto acerca de distintos episodios, personajes y costumbres aztecas, así como la comprensión de los términos nahuatl en que abunda, esta edición ofrece un glosario a modo de apéndice.