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No tenemos ante nosotros una obra de Rogier van der Weyden, sino de su círculo, lo que significa que fue producida entre los numerosos pintores que imitaron el estilo del maestro, sin que necesariamente se trate de uno de sus discípulos. Esto puede apreciarse en la dispar calidad que ofrecería comparada con una obra del propio Weyden. Sin embargo, también puede verse cómo los fundamentos del arte de Weyden están presentes, interpretados fielmente en lo que sería un nuevo estilo propio y particular de los Países Bajos, frente al lenguaje del Renacimiento en Italia. Básicamente, esta tabla reproduce el gusto por el plegado anguloso, quebrado, en vestiduras y adornos. La escena se desarrolla en un interior de arquitectura gótica, que era el ejemplo de arte moderno en la época. Sin embargo, se capta la perspectiva y la profundidad de la estancia, acentuándola incluso merced al dibujo geométrico de las baldosas del suelo. Esta intención de conseguir un espacio ficticio lo más próximo a la realidad es un elemento completamente renovador, conseguido a través de la práctica y el tanteo, frente a la compleja elaboración teórica de la perspectiva en el arte italiano.
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La decoración de las celdas del convento de San Marcos no tiene un ciclo representacional claro desarrollado en continuo. Algunos historiadores opinan que la única clasificación posible sería determinar las pinturas según al grado eclesiástico del ocupante de la celda. De cualquier manera, lo que sí podemos afirmar con seguridad es que las pinturas ofrecen argumentos precisos con la única intención de servir de inspiración a su contemplador, que debe reflexionar en silencio sobre la imagen, para llevarlo a la adoración y oración en su mundo de recogimiento. Por esta razón, escenas tan ejemplificadoras como los episodios de la Pasión de Cristo están ampliamente desarrolladas en la decoración del convento. Aquí se presenta una imagen muy sucinta, pero muy clara, con el tema del Cristo a la columna. El eje central de la composición lo forma la figura de Jesús atado en la columna. Se sitúa sobre un pedestal y se recorta, casi con la potencia de una escultura, sobre un fondo de colores claros. Sentada sobre la tarima, la Virgen muestra a su hijo con expresión de dolor. En el otro extremo, Santo Domingo, semidesnudo y arrodillado, se aplica el flagelo siguiendo el ejemplo de Jesús. Las posturas de los protagonistas ejemplifican claramente los diferentes planos de la composición. Pero, lo más importante de la obra, es comprobar la potencia que Fra Angelico consigue figurando un espacio sin apenas líneas estructurales ni detalles narrativos.
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Este Cristo atado a la columna es la obra de mayor formato de varias que se conocen con el mismo tema y composición. La razón es probablemente que esta obra del Museo de Bellas Artes de Rouen fue el original, y las otras pinturas sean copias que pidieron clientes de Caravaggio al ver el éxito de la primera. Dichas copias son de menor tamaño y no reproducen la intensidad dramática de la escena original. El tema de Cristo siendo torturado antes de la Crucifixión fue muy frecuente en la pintura de Caravaggio durante sus años de exilio (1606-1610), pues el artista identificaba su propio sufrimiento con el de Cristo. La tortura es, pues, la protagonista de este lienzo, en el que aparece un Cristo de conmovedora belleza, semidesnudo y atado a una columna, mientras un par de esbirros le azotan. La luz obtiene un tremendo protagonismo, ya que parece extraer de entre las sombras los volúmenes de los cuerpos ocultos. Como puede apreciarse en todas las obras de sus últimos años, Caravaggio ha reducido bastante la gama cromática hasta casi limitarse a ocres y amarillos blancuzcos.
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Al poco de llegar Rafael a Florencia sintió una profunda admiración por la pintura de Leonardo, cuyos ecos se ponen claramente de manifiesto en este Cristo bendiciendo que contemplamos. Aun persisten referencias a Perugino como la redondez de las formas o la longitud de los dedos pero el ambiente florentino está claramente presente. Las figuras de Sanzio se hacen más dinámicas y dulces, expresando la religiosidad existente en el momento donde el Humanismo intenta acercar a Dios a los seres humanos, humanizar la religión. Esa es la razón por la que Cristo nos presenta sus heridas, mostrando en su rostro la dignidad y serenidad del Hijo de Dios. Envuelto en un rojo sudario, su musculatura tiene ligeras referencias a Miguel Ángel aunque este Cristo está más cercano a los creyentes, inspirando ternura, bondad, humanismo en una palabra.La figura se ubica en primer plano, alzando su mano derecha para bendecir, creando un juego de escorzos en los que destacan las líneas sinuosas que se refuerzan con el paisaje. Un potente foco de luz ilumina su anatomía amplia y escultórica jugando con el claroscuro leonardesco y creando una magnífica sensación atmosférica.
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Esta preciosa tabla es obra de uno de los maestros del Hispanoflamenco en Castilla. Fue realizada en la segunda mitad del siglo XV y nos muestra a Cristo como señor del mundo, bendiciendo a la Humanidad. La iconografía de Cristo es de raíz helenística, puesto que muestra a un hombre joven, hermoso, de cabellos rizados y barba partida en dos. El acto de bendecir se muestra en los dos dedos juntos y estirados de su mano derecha. En la izquierda sostiene el orbe, que le hace señor del Universo, coronado por una cruz estilizada, probablemente de coral, otro símbolo de Cristo. El Salvador se encuentra en un trono de madera con un podio, ricamente taraceado, sobre un suelo de ajedrezado que muestra las habilidades sobre la perspectiva del autor. Las ropas y el mantón de Cristo, que se sujeta con un grueso rubí, están plegadas en ángulos quebrados, a la manera flamenca, y dan la impresión de ser pesados. El trono es de estilo gótico y tras él hay un dosel dorado de brocados de la mejor calidad. La estancia apenas se insinúa en las ventanas laterales. A Cristo le rodean por un lado, los cuatro evangelistas con sus respectivas figuras, el águila, el ángel, el león y el toro alado. En los reposabrazos, por otra parte, están las alegorías de la Iglesia (joven, hermosa, triunfante con su estandarte y sus atributos de la Eucaristía) y de la Sinagoga (vieja, a punto de caer, con el vestido amarillo de la envidia, las tablas de Moisés y el estandarte quebrado).Todo ello se enmarca en una arquería fingida, con columnas irisadas, un truco ilusionista que nos pone en la órbita de la Pintura Flamenca de la más alta calidad.
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Tras el fallecimiento de Tiziano el 27 de agosto de 1576 -"di vecchieza"- quedaron en el taller numerosas obras, algunas de ellas vendidas por su hijo Pomponio a Cristoforo Barbarigo junto con la casa de Biri Grande.La monumental figura del Salvador protagoniza la composición, destacando el majestuoso gesto al levantar la mano derecha para dar la bendición. En su mano izquierda sostiene una bola del mundo con una cruz. El estilo maduro del maestro se presenta en toda su magnitud, empleando una pincelada rápida y jugosa, una iluminación intensa que crea contrastes de luz y sombra, un colorido limitado pero brillante y una intensidad digna de mención.
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Al igual que en el caso de la Monja Mártir de Guadalupe, el taller de Zurbarán cubría los numerosos encargos que se hacían al maestro mediante estas tablitas y otros cuadros que se limitan a repetir tipos establecidos previamente por el maestro. Este Cristo que bendice a los espectadores está realizado con soltura y espontaneidad, pero apenas tiene nada que ver con la hondura psicológica y la perfección técnica de otras obras similares de mano completamente de Zurbarán, como el Salvador bendiciendo del Museo del Prado.