Busqueda de contenidos

lugar
Cortes es un pequeño pueblo al sur de Loio y cuna de la Orden de Santiago, donde se acordaron los Estatutos de la Orden en 1170, durante el reinado de Fernando II. Por Cortes pasa el Camino de peregrinación hacia Santiago de Compostela.
contexto
Cortés a los de Tlaxcallan Al día siguiente llamó Cortés a todos los señores, capitanes y personas principales de Tlaxcallan, Huexocinco, Chololla, Chalco, y de otros pueblos que allí estaban, y por sus farautes les dijo: "Señores y amigos míos, ya sabéis la jornada y camino que voy a hacer. Mañana, si Dios quiere, he de partir a la guerra y cerco de México y entrar por tierra de mis enemigos y vuestros. Lo que os ruego delante de todos, es que estéis seguros y constantes en la amistad y concierto que entre nosotros hay hecho, como hasta aquí habéis estado, y como de vosotros pregono y confío; y porque no podría yo acabar tan pronto esta guerra, según mis designios y vuestro deseo, sin tener estos bergantines que aquí se están haciendo, puestos sobre la laguna de México, os pido por merced que tratéis a los españoles que dejo construyéndolos, con el cariño que acostumbráis, dándoles todo lo que para sí y para la obra pidieren; que yo prometo quitar de sobre vuestra cerviz el yugo de servidumbre que os tienen puesto los de Culúa, y hacer con el Emperador que os haga muchas y muy crecidas mercedes". Todos los indios que estaban presentes hicieron gestos y señas de que les parecía bien, y en pocas palabras respondieron los señores que no sólo harían lo que les rogaba, sino que, acabados los bergantines, los llevarían a México y se irían todos con él a la guerra.
contexto
Cortés a los suyos "Muchas gracias doy a Jesucristo, hermanos míos, de veros ya sanos de vuestras heridas y libres de enfermedad. Me alegra mucho veros así armados y deseosos de volver de nuevo sobre México a vengar la muerte de nuestros compañeros y recobrar aquella gran ciudad; lo cual confío en Dios haréis en breve tiempo, por estar de nuestra parte Tlaxcallan y otras muchas provincias, por ser vosotros quien sois, y los enemigos los que suelen, y por la fe cristiana que vinimos a publicar. Los de Tlaxcallan y los demás que nos han seguido siempre, están dispuestos y armados para esta guerra, y con tanta gana de vencer y sujetar a los mexicanos como nosotros; pues en ello no sólo les va la honra, sino la libertad y aun la vida también; porque si no venciésemos, ellos quedaban perdidos y esclavos, pues los de Culúa los quieren peor que a nosotros, por habernos recogido en su tierra, por cuya causa jamás nos desampararán, y con tino procurarán servirnos y proveernos, y hasta de atraer a sus vecinos a nuestro favor. Y ciertamente lo hacen tan bien y cumplidamente como al principio me lo prometieron y yo os lo certifiqué; pues tienen a punto de guerra cien mil hombres para enviar con nosotros, y gran número de tamemes, que nos lleven de comer, la artillería y fardaje. Vosotros, pues, sois los mismos que siempre fuisteis; y que siendo yo vuestro capitán habéis vencido muchas batallas, peleado con ciento y con doscientos mil enemigos, ganado por fuerza muchas y fuertes ciudades, y sujetado grandes provincias, no siendo tantos como ahora sois. Y aunque cuando en esta tierra entramos no éramos más, ni al presente necesitamos más por los muchos amigos que tenemos; y aunque no los tuviésemos, sois tales, que sin ellos conquistaríais toda esta tierra, dándoos Dios salud; pues los españoles al mayor temor se atreven; el pelear lo tienen por gloria, y el vencer, por costumbre. Vuestros enemigos ni son más ni mejores que hasta aquí, según lo demostraron en Tepeacac y Huacacholla, Izcuzan y Xalacinco, aunque tienen otro señor y capitán; el cual, por más que ha hecho, no ha podido quitarnos la parte y pueblos de esta tierra que le tenemos; antes bien allí en México, donde está, teme nuestra llegada y nuestra ventura; pues, como todos los suyos piensan, hemos, de ser señores de aquella gran ciudad de Tenuchtitlan. Y mal contada nos sería la muerte de Moctezuma si Cuahutimoc quedase con el reino. Y poco nos haría al caso, para lo que pretendemos, todo, mientras que no ganemos México; y nuestras victorias serían tristes si no vengamos a nuestros compañeros y amigos. La causa principal por la que venimos a estos lugares es por ensalzar y predicar la fe de Cristo, aunque juntamente con ella nos viene honra y provecho, que pocas veces caben en un saco. Derrocamos los ídolos, impedimos que sacrificasen ni comiesen hombres, y comenzamos a convertir indios aquellos pocos días que estuvimos en México. No es razón que dejemos tanto bien comenzado, sino que vamos a donde nos llaman la fe y los pecados de nuestros enemigos, que merecen un gran azote y castigo; que si bien os acordáis, los de aquella ciudad, no contentos de matar infinidad de hombres, mujeres y niños delante de las estatuas en sus sacrificios por honra de sus dioses, o mejor hablando, diablos, se los comen sacrificados; cosa inhumana y que mucho aborrece Dios y castiga, y que todos los hombres de bien, especialmente los cristianos, abominan, prohíben y castigan. Además de esto, cometen sin pena ni vergüenza el maldito pecado por que fueron quemadas y asoladas aquellas cinco ciudades con Sodoma. Pues, ¿qué mayor ni mejor premio desearía nadie aquí en el suelo que arrancar estos males e implantar entre estos crueles hombres la fe, predicando el Santo Evangelio? Luego entonces, vayamos ya, sirvamos a Dios, honremos a nuestra nación, engrandezcamos a nuestro rey, y enriquezcámonos nosotros, que para todo es la empresa de México. Mañana, Dios mediante, comenzaremos". Todos los españoles respondieron a una con muy grande alegría, que fuese muy en buena hora; que ellos no le faltarían. Y tanto entusiasmo tenían, que hubiesen querido partir inmediatamente, o porque son los españoles de tal condición, o arregostados al mando y riquezas de aquella ciudad, de la que gozaron ocho meses. Hizo luego, tres esto, pregonar algunas ordenanzas de guerra, tocantes a la buena gobernación y orden del ejército, que tenía escritas, entre las cuales estaban éstas: Que nadie blasfemase el santo nombre de Dios. Que no riñese un español con otro. Que no se jugasen las armas ni el caballo. Que no forzasen a las mujeres. Que nadie cogiese ropa ni cautivase indios, ni hiciese correrías, ni saquease sin licencia suya y acuerdo del cabildo. Que no injuriasen a los indios de guerra amigos, ni pegasen a los de carga. Puso, además de esto, tasa en el herraje y vestidos, por los excesivos precios a que estaban.
contexto
Cortés da con los navíos al través Se propuso Cortés de ir a México, y lo encubría a los soldados, para que no rehusasen la ida por los inconvenientes que Teudilli con otros ponía, especialmente por estar sobre agua, que lo consideraban como fortísimo, como en efecto lo era. Y para que le siguieran todos aunque no quisiesen, acordó romper los navíos; cosa dura y peligrosa y de gran pérdida, por cuya causa tuvo mucho que pensar, y no porque le doliesen los navíos, sino porque no se lo estorbasen los compañeros, pues sin duda se lo estorbaran y hasta se amotinasen de veras si se enteraran. Decidido, pues, a romperlos, negoció con algunos maestres para que secretamente barrenasen sus navíos, de forma que se hundiesen sin poderlos agotar ni tapar; y rogó a otros pilotos que corriesen las voces de que los navíos no estaban para navegar más, de cascados y roídos de broma, y que se llegasen todos a él, estando con muchos, a decírselo así, como que le daban cuenta de ello, para que después no les echase la culpa. Ellos lo hicieron como él ordenó, y le dijeron delante de todos que los navíos no podían navegar más por hacer mucha agua y estar muy abromados; por eso, que viese lo que mandaba. Todos lo creyeron, por haber estado allí más de tres meses, tiempo suficiente para estar comidos de la broma. Y después de haber platicado mucho sobre ello, mandó Cortés que aprovechasen de ellos lo que más se pudiese, y los dejasen hundir o dar al través, haciendo sentimiento de tanta pérdida y falta. Y así, dieron luego al través en la costa con los mejores cinco navíos, sacando primero los tiros, armas, vituallas, velas, sogas, áncoras, y todas las demás jarcias que podían aprovechar. De allí a poco rompieron otros cuatro; pero ya entonces se hizo con alguna dificultad, porque la gente comprendió el trato y el propósito de Cortés, y decían que los quería meter en el matadero. Él los aplacó diciendo que los que no quisiesen seguir la guerra en tan rica tierra y en su compañía, se podían volver a Cuba en el navío que para eso quedaba; lo cual hizo para saber cuántos y cuáles eran los cobardes y contrarios, y no fiarse ni confiarse de ellos. Muchos le pidieron licencia descaradamente para volverse a Cuba; pues la mitad de ellos eran marineros, y preferían marinear que guerrear. Otros muchos hubo con el mismo deseo, viendo la grandeza de la tierra y la muchedumbre de la gente; pero tuvieron vergüenza de mostrar cobardía en público. Cortés, cuando supo esto, mandó romper aquel navío, y así quedaron todos sin esperanza de salir de allí por entonces, ensalzando mucho a Cortés por tal hecho; hazaña por cierto necesaria para el tiempo, y hecha con juicio de animoso capitán, pero de muy confiado, y cual convenía para su propósito, aunque perdía mucho en los navíos, y quedaba sin la fuerza y servicio de mar. Pocos ejemplos de éstos hay, y aquéllos son de grandes hombres, como fue Omich Barbarroja, del brazo cortado, que pocos años antes de esto rompió siete galeotas y fustas por tomar a Bujía, según extensamente escribo yo en las batallas de mar de nuestros tiempos.
Personaje Militar Político
Procedente de una familia hidalga, Hernán Cortés inició estudios universitarios en Salamanca donde conoció en profundidad el latín y el derecho, aunque sólo permaneció dos años en sus aulas. Con apenas veinte años viajó a La Española para ocupar el cargo de escribano de la villa de Azúa. Su relación con el gobernador Diego Velázquez de Cuellar se fue estrechando hasta el punto de participar Cortés como secretario en la expedición a Cuba llevada a cabo en 1511, donde fue nombrado alcalde de Santiago de Baracoa, ciudad recién fundada. En 1518, y tras permanecer algunos años en la cárcel bajo la acusación de conspiración, fue rehabilitado por Velázquez y encargado de viajar a la península de Yucatán para reconocer el terreno, prohibiéndosele la fundación de colonias permanentes. El 10 de febrero de 1519 partió de Santiago rumbo a México. Tras diez días de navegación llegaron a la isla de Cozumel desde donde se dirigieron hacia Tabasco, lugar donde se produjo el primer enfrentamiento con los indígenas que salieron derrotados. Cortés y sus hombres, no más de 700, continuaron con su expedición, dirigiéndose hacia San Juan de Ulúa para fundar, a pesar de la expresa prohibición de Velázquez, la ciudad de la Villarrica de la Vera Cruz. El poder municipal quedaba en manos de los habitantes de la ciudad, las tropas de Cortés, y se elegía al de Medellín como comandante en jefe del ejército. En la ciudad recién fundada, Cortés tuvo noticias de la existencia de un importante imperio, el Azteca, donde las riquezas eran cuantiosas. Decidió el conquistador aventurarse en la empresa, contando con la alianza de los indios toltecas y tlaxcaltecas que estaban enfrentados a los aztecas. La ciudad sagrada de Choluca fue asaltada y saqueada, poniendo rumbo hacia la capital imperial, Tenochtitlan, donde fueron recibidos por Moctezuma. La hostilidad entre conquistadores y aztecas creció al rechazar Cortés las prácticas religiosas de la comunidad, que incluían sacrificios humanos. Esta tensa situación se complicó con la llegada de Pánfilo de Narváez a Ulúa al mando de un ejército de 1.400 hombres, con la intención de acabar con Cortes por indicación del gobernador Velázquez. Cortés se desplazó a Ulúa dejando a Pedro de Alvarado en Tenochtitlan como jefe de los 120 hombres del destacamento. El enfrentamiento entre Cortés y Narváez no se produjo y ambos regresaron a Tenochtitlan con las nuevas tropas. La revuelta contra Cortés y sus hombres se fraguó en los últimos días del mes de junio de 1520. El de Medellín consideró que sólo la presencia de Moctezuma podría calmar a sus súbditos por lo que le exigió que saliera a una terraza del palacio, donde el emperador fue abatido por las pedradas de los habitantes de la ciudad que habían elegido a Cuitláhuac como sustituto. Cortés decidió huir de Tenochtitlan en la famosa Noche Triste, la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1520, momento en el que fallecieron cerca de 800 españoles y más de 5.000 indios aliados. Cortés rehizo su ejército y marchó de nuevo sobre Tenochtitlan, venciendo el 7 de junio de 1521 en la batalla de Otumba y en el mes de agosto se conquista la ciudad. Un año más tarde el de Medellín recibe el nombramiento de gobernador y capitán general del reino de Nueva España. Los funcionarios de Carlos I pronto llegaron al territorio para recuperar las parcelas de poder cedido a los conquistadores y Cortés fue desposeído de sus cargos y obligado a volver a España. En Castilla, Cortés intenta recuperar sus honores, consiguiendo que el monarca le otorgara el título de marqués del valle de Oaxaca y el cargo de capitán general, aunque sin funciones gubernativas. Entre 1530 y 1540 estuvo de nuevo en México para regresar a España en ese año y participar en la expedición a Argel, con el objetivo de obtener el favor real, algo que no consiguió. Tras su fracaso se instaló en las cercanías de Sevilla donde organizó una tertulia literaria y humanística, falleciendo en Castilleja de la Cuesta el 2 de diciembre de 1547, siendo sus restos llevados a México por disposición testamentaria.
Personaje Político
Hijo de Hernán Cortés, en 1563 regresó a Nueva España donde fue utilizado por los encomenderos como cabeza de una sublevación. Los encomenderos deseaban mayores cotas de autogobierno que la Corona no estaba dispuesta a ceder, al tiempo que rechazaban la abolición de las encomiendas. La conjura pretendía hacer de Nueva España un territorio independiente pero no pasó de ser un proyecto. La audiencia descubrió a los conjurados, cuyos cabecillas serían ejecutados. El virrey salvó a Martín Cortés de la muerte, castigándole a destierro perpetuo.
Personaje
Mestiza. Hija de Hernán Cortés e Isabel Moctezuma. Nunca reconocida por ésta, pero si por su padre. Se cuenta que Isabel nunca la quiso ver al momento de nacer y que la dejó fuera de su testamento, pero que el Lic. Juan Altamirano y el propio Cortés le aseguraron unas rentas como herencia. Se casó con Juan de Tolosa, descubridor de las minas de plata en el cerro de la Bufa en Zacatecas. Parece que vivieron en Nochistlán, Zacatecas. Tuvieron una hija, Leonor, que contrajo matrimonio con Cristóbal de Zaldívar.