A comienzos de la década de los cuarenta, el abastecimiento de armas a Australia se tambalea, por lo que se crea la infraestructura necesaria para autoabastecerse. Entre los proyectos inminentes que surgen en ese momento hay que destacar la fabricación del Boomerang, un caza inspirado en el NA-33 norteamericano. Este emprende su primer vuelo en 1942 y en junio de 1943 su fabricación se pone en marcha. En un principio se realizaron 105 aparatos y luego 95 Boomerang MK II, muy similar al primero.
Busqueda de contenidos
fuente
Desde mediados de los años treinta, el gobierno australiano inicia un proyecto para crear su propia industria aeronáutica y evitar el gasto en importaciones. De este plan surge la Commonwealth Aircraft Corporation -CAC-. El primer aparato que se diseñó fue el CA-1 Wirraway. Este modelo tenía su antecedente en el NA-33 y el NA-26 norteamericano. En 1939 se estrena el primer prototipo. A partir de esta fecha se diseñaron otras variantes del mismo modelo y se fabricaron 755 aparatos. Gracias a sus excelentes prestaciones intervino en diversas operaciones bélicas desde 1942.
contexto
Cómo algunos murieron por romper los ídolos Metían en la doctrina cristiana a los hijos de los señores y hombres principales, para ejemplo a los demás. No contradecían sus padres, por cariño a Cortés, aunque algunos los escondían hasta ver en qué paraba la nueva religión, o enviaban otros por ellos. Acxotencatl, señor principal en Tlaxcallan, tenía cuatro hijos y aun sesenta mujeres. Dio tres de ellos a la doctrina, y retuvo al mayor, que sería de doce o trece años, mas al cabo lo dio, porque se supo, no le tuviesen por falso. Aprendió muy bien el muchacho la doctrina y el romance; se bautizó, y le llamaron Cristóbal. Derramaba el vino que tenía su padre, reprendiendo la embriaguez; le acusaba la multitud de mujeres, y rompía los ídolos de casa y pueblos que podía coger. Acxotencatl tenía enojo de ello, pero lo pasaba por quererlo mucho y ser su mayorazgo. Entró el diablo en él, y a persuasión de Xochipapaloacín, una de sus mujeres, lo apaleó, acuchilló y echó en el fuego, para que se quemase; de lo cual murió al día siguiente. Le enterró secretamente en una casa suya de Atlihuezan, pueblo suyo, a dos leguas de Tlaxcallan. Hizo matar, para que no lo dijese, a Tlapalxilocín, madre de Cristóbal y mujer suya, en Chimichuca, que está cerca de la venta de Tecouac. Esto fue el año 27, y estuvo mucho tiempo sin saberse. Maltrató después a un español porque hizo algunas demasías pasando por unos pueblos suyos. Fue sobre ello Martín de Calahorra desde México como pesquisidor, y averiguó las muertes de Cristóbal y de Tlapalxilocín, y lo ahorcó. También mataron a otros de la doctrina que iban por ídolos a los lugares, hasta que la justicia puso remedio con grandes castigos. En Ezatlan, que andaban levantados, mataron el año 41 a fray Juan Calero, que llamaban de Esperanza, fraile francisco, porque les hacía abatir un ídolo que habían levantado y adoraban; y en Ameca mataron a fray Antonio de Cuéllar, francisco, porque les predicaba. En Quivira mataron a fray Juan de Padilla y a su compañero, que se quedaron a predicar. En la Florida mataron a fray Luis Cancel, dominico, que fue a convertir; en fin, matan a cuantos predicadores pueden coger, si no hay soldados que temer.
contexto
Cómo Alonso de Estrada desterró de México a Cortés Muerto que fue Luis Ponce de León, comenzó el bachiller Marcos de Aguilar a gobernar y proceder en la residencia de Cortés; unos se alegraron de ello, y otros no; aquéllos por destruir a Cortés, éstos por conservarle, diciendo que no valían nada los poderes, y por consiguiente lo que hiciese, puesto que Luis Ponce no los pudo dar; y así, el cabildo de México y los procuradores de las otras villas que allí estaban apelaron y contradijeron aquella gobernación, y requirieron a Cortés en forma de derecho, ante escribano, que tomase el gobierno y justicia como antes lo tenía, hasta que su majestad mandase otra cosa. Mas él no lo quiso hacer, confiado en su limpieza, y para que el Emperador entendiese de veras sus servicios y lealtad; antes bien, defendía y sostuvo a Marcos de Aguilar en el cargo; y le requirió procediese a la residencia contra él. Pero el bachiller, aunque hacía justicia, llevaba las cosas del gobernador al amor del agua. El cabildo, ya que más no pudo, le dio por acompañante a Gonzalo de Sandoval, para que mirase por las cosas de Cortés, que era su más grande amigo. Mas Sandoval no quiso serlo, con acuerdo del mismo Cortés. Gobernó Marcos de Aguilar con muchos trabajos y pesadumbres, no sé si fue por sus dolencias, o malicias de otros, o por hallarse engolfado en muy alta mar de negocios. Se puso muy flaco, le dio calentura, y como tenía las bubas, viejo mal suyo, murió dos meses después, o poco más, que Luis Ponce de León; y dos antes que él murió también un hijo suyo, que llegó malo del camino. Nombró y sustituyó por gobernador y justicia mayor al tesorero Alonso de Estrada; pues Albornoz había marchado a España, y los otros dos oficiales del Rey estaban presos; y entonces el cabildo y casi todos reprobaron la sustitución, que les parecía juego de entre compadres; y le dieron por compañero a Gonzalo de Sandoval y que Cortés estuviese a cargo de los indios y de las guerras. Duró esto algunos meses. El emperador, con el parecer de su Consejo de Indias, y por relación de Rodrigo de Albornoz, que partió de México, muerto Luis Ponce y enfermo Marcos de Aguilar, mandó y proveyó que gobernase quien hubiese nombrado el bachiller Aguilar, hasta que su voluntad fuese otra; y así, gobernando sólo Alonso de Estrada, no tuvo aquel respeto que se debía a la persona de Cortés por haber ganado aquella ciudad y conquistado tantas tierras, ni el que le debía por haberle hecho gobernador al principio; pues pensaba que por ser regidor de México, tesorero del Rey y tener aquel oficio, aunque de prestado, era su igual y le podía preceder y mandar, administrando justicia rectamente; y así, usaba con él muchos descomedimientos, palabras y cosas que ni al uno ni al otro estaban bien. De manera pues, que hubo entre ellos muchas cosillas, y se enconaron a que hubiera de ser peor que la pasada. El tal Alonso de Estrada, conociendo que si se iba con Hernán Cortés había de poder menos, se hizo amigo de Gonzalo de Salazar y de Peralmíndez, dándoles esperanza de soltarlos; y con esto era más parte que primero, aunque con bandos, que no convienen al buen juez, y con fealdad de la persona, que tanto se preciaba, del Rey Católico. Sucedió que algunos criados de Cortés acuchillaron a un capitán por algunas palabras. Se prendió a uno de ellos, y luego a éste mismo le hizo Estrada cortar la mano derecha, y volver a la cárcel a purgar las costas, o por hacer aquella befa de Cortés, su amo. Desterró asimismo a Cortés para que no le quitase el preso; cosa escandalosa, y que estuvo México a punto de ensangrentarse aquel día, y aun perderse. Mas Cortés lo remedió todo con salir de la ciudad a cumplir su destierro; y si hubiese tenido ánimo de tirano, como le achacaban, ¿qué mejor ocasión ni tiempo quería para serlo que entonces, pues casi todos los españoles y todos los indios tomaban armas en su favor y defensa? Y no digo aquella vez, mas otras muchas pudiera haberse alzado con la tierra; empero ni quiso, ni creo que lo pensó, según con obras lo demostró; y ciertamente se puede preciar de muy leal a su rey, que si no lo hubiese sido, lo hubieran castigado. Y es el caso que sus muchos y grandes émulos le acusaban siempre de desleal, y con otras más infames palabras, de tirano y de traidor para indignar al Emperador contra él; y pensaban ser creídos, con tener favor en la corte y aun en el Consejo, según en otros lugares he dicho, y con que cada día perdían muchos españoles de Indias la vergüenza a su rey. Sin embargo, Hernán Cortés siempre llevaba en la boca estos dos refranes viejos: "El Rey sea mi gallo" y "Por tu ley y por tu rey morirás". El mismo día que cortaron la mano al español llegó a Tezcuco fray Luis Garcés, de la orden dominica, que iba hecho obispo de Tlaxcallan, cuya diócesis se llamó Carolense, en honor del Emperador Carlos, nuestro señor el Rey. Supo el fuego que se encendía entre los españoles, se metió en una canoa con su compañero fray Diego de Loaisa, y en cuatro horas llegó a México, donde le salieron a recibir todos los clérigos y frailes de la ciudad, con muchas cruces, pues era el primer obispo que allí entraba. Intervino luego entre Cortés y Estrada, y con su autoridad y prudencia los hizo amigos, y así cesaron los bandos. Poco después llegaron cédulas del Emperador para que soltase al factor Salazar y al veedor Peralmíndez, y les devolviesen sus oficios y hacienda; de lo que no poco se afligió Cortés, que hubiese querido alguna enmienda de la muerte de su primo Rodrigo de Paz, y que le restituyeran lo que le habían cogido de su casa. Pero quien a su enemigo popa, a sus manos muere, y no miró que perro muerto no muerde. Él hubiese podido, antes de que llegara el licenciado Luis Ponce de León, degollarlos, como algunos se lo aconsejaron, que en su mano estuvo; mas lo dejó por evitar el decir, por no ser juez en su propio caso, por ser hombre de ánimo, por estar clarísima la culpa que aquéllos tenían de haber matado sin razón a Rodrigo de Paz; confiado en que cualquier juez o gobernador que viniese los castigaría de muerte, por la guerra civil que movieron e injusticias que hicieron, y aun porque tenían, como dicen, el alcalde por suegro; pues eran criados del secretario Cobos, y no lo quería enojar porque no le dañase en otros negocios suyos que le importaban mucho más.
contexto
Cómo atendió Cortés al enriquecimiento de Nueva España No le parecía a Cortés que la gloria y fama de haber conquistado la Nueva España con los otros reinos estaba cumplida, si no la pulía y fortificaba; para lo cual llevó a México a doña Catalina Suárez con gran fausto y compañía, que se había quedado en Santiago de Cuba todo el tiempo de las guerras. Hizo enviar por mujeres a muchos vecinos de México y de las otras villas que poblara. Dio dinero para llevar de España doncellas, hidalgas y cristianas viejas; y así, fueron muchos hombres casados con sus hijas a costa de él, como fue el comendador Leonel de Cervantes, que llevó siete hijas, y se casaron rica y honradamente. Envió por vacas, puercas, ovejas, cabras, asnas y yeguas a las islas de Cuba, Santo Domingo, San Juan del Boriquen y Jamaica, para casta. Entonces, y aun antes, vedaron la saca de caballos en aquellas islas, especialmente en Cuba, para venderlos más caros, sabiendo la riqueza, necesidad y deseo de Cortés; para carne, leche, lana y corambre, y para carga, guerra y labor. Envió por cañas de azúcar, moreras para seda, sarmientos y otras plantas a las mismas islas, y a España por armas, hierro, artillería, pólvora, herramientas y fraguas, para sacar hierro, y por cuescos, pepitas y simientes, que salen vanas en las islas. Labró cinco piezas de artillería, dos de las cuales eran culebrinas, a mucha costa, por haber poco estaño y muy caro. Compró los platos de ello a peso de plata, y lo sacó con gran trabajo en Tachco, a veintiséis leguas de México, donde había unas piececitas de ello como de moneda, y hasta sacándolo se halló vena de hierro, que le alegró mucho. Con estas cinco y con las que comprara en la almoneda de Juan Ponce de León y de Pánfilo de Narváez, tuvo treinta y cinco tiros de bronce y setenta de hierro colado, con lo que fortaleció a México, y después le llegaron más de España, con arcabuces y coseletes. Hizo asimismo buscar oro y plata por todo lo conquistado, y se hallaron muchas y ricas minas, que hincharon aquella tierra y ésta, aunque costó la vida de muchos indios que llevaron a las minas por fuerza y como esclavos. Pasó el puerto y descargadero que hacían las naos en Veracruz, a dos leguas de San Juan de Ulúa, en un estero que tiene una ría para barcas y es más seguro, y mudó allí a Medellín, donde ahora se hace un gran muelle para seguridad de los navíos, y puso casa de contratación, y allanó el camino de allí a México para la recua que lleva y trae las mercaderías.
contexto
Cómo Canec quemó los ídolos De Izancanac, que es cabecera de Acalan, habían de ir nuestros españoles a Mazatlan, pueblo que también se llama de otra manera en otro lenguaje, mas no sé cómo se tiene que escribir; y aunque he procurado mucho informarme muy bien de los propios vocablos y nombres de los lugares que nuestro ejército pasó en este viaje de las Higueras, no estoy satisfecho del todo. Por tanto, si algunos no se pronuncian como deben, nadie se maraville, pues aquel camino no se pisa. Cortés, para que no le faltase provisión, hizo mochila para seis días, aunque no había de estar en el camino más que tres, o cuando mucho cuatro, escarmentado de la necesidad pasada. Envió delante cuatro españoles con dos guías que le dio Apoxpalon. Pasó la ciénaga y estero con el puente y canoas que aderezó aquel señor, y a cinco leguas de andar, volvieron los cuatro españoles diciendo que había buen camino y mucho pasto y labranzas; que fue buena nueva para todos, que iban hostigados de los malos caminos pasados. Envió otros corredores más sueltos a coger a algunos de la tierra para saber cómo tomaban la llegada de españoles; los cuales trajeron presos dos hombres de Acalan, mercaderes, según iban cargados de ropa para vender, y ellos dijeron que en Mazatlan no había memoria de tales hombres, y que el lugar estaba lleno de gente. Cortés dejó volver a los que traía de Izancanac, y llevó por guías aquellos dos mercaderes. Durmió aquella noche, como la pasada, en un monte. Al otro día los españoles que descubrían tropezaron con cuatro hombres de Mazatlan, que estaban de escuchas, y tenían arcos y flechas, y que, cuando los vieron, desembrazaron sus arcos, hirieron un indio nuestro y se refugiaron en un monte. Corrieron tras ellos los españoles, y no pudieron coger sino a uno. Le entregaron a los indios, y prosiguieron el camino por ver si había más. Aquellos tres que se metieron en el monte, cuando vieron marchar a los españoles, cayeron sobre nuestros indios, que eran otros tantos, y por fuerza les quitaron el preso. Ellos, corridos de la afrenta, corrieron tras los otros, volvieron a pelear, hirieron a uno de Mazatlan, en un brazo, de una gran cuchillada, y le prendieron; los demás huyeron porque llegaba cerca el ejército. Este herido dijo que no sabían nada en su lugar de aquella gente barbuda, y que estaban allí por velas, como es su costumbre, para que sus enemigos, que tenían muchos por la comarca, no llegasen sin ser sentidos a asaltar el pueblo y las labranzas, y que no estaba lejos el lugar. Cortés aguijó por llegar allá aquella noche, mas no pudo. Durmió cerca de una ciénaga en una cabañuela, sin tener agua que beber. Al amanecer se preparo la ciénaga con ramas y mucha broza, y pasaron los caballos del diestro no con mucho trabajo, y a las tres leguas andadas llegaron a un lugar puesto sobre un peñón en mucho orden, pensando hallar resistencia; mas no la hubo, porque los moradores habían huido de miedo. Hallaron muchos gallipavos, miel, judías, maíz, y otras provisiones en gran cantidad. Aquel lugar es fuerte por estar en gran risco; no tiene más que una puerta, pero llana la entrada; está rodeado por una parte de una laguna y por otra de un arroyo muy hondo que también entra en la laguna; tiene un foso bien profundo, y luego un pretil de madera hasta los pechos, y después una cerca de tablones y vigas, de dos estados de alto, en la cual hay muchas troneras para flechar, a trechos garitas que sobrepasan la cerca otro estado y medio, con muchas piedras y saetas, y hasta las casas son fuertes y tienen sus travesías y saeteras para tirar, que responden a las calles. Todo, en fin, era fuerte y bien ordenado para las armas que usan en aquella tierra, y tanto más se alegraron los nuestros, cuanto más fuerte era el lugar, porque lo abandonaron; mayormente que era frontera y tenía guarnición de soldados. Cortés envió uno de aquellos de Acalan a llamar al señor y a la gente. Vino el gobernador; dijo que el señor era un niño y tenía mucho miedo, y se fue con él hasta Tiac, que está a seis leguas de allí; pero ya cuando llegaron se habían ido los vecinos al monte, huyendo de temor. Era Tiac un pueblo mayor, pero no tan fuerte, por estar en llano. Tiene tres barrios cercados cada uno por sí, y otra cerca que los rodea a todos juntos. No pudo Cortés conseguir de los de allí que viniesen estando dentro su ejército, aunque le dieron vituallas y alguna ropa y un hombre que lo guiase, el cual dijo que había visto otros hombres barbudos y otros ciervos; así llaman por allí a los caballos. Cuando tuvo Cortés tan buen guía, dio permiso y paga a los de Acalan, para que se fuesen a su tierra, y muchos saludos para Apoxpalon. De Tiac fue a dormir a Xucahuitl, que también era lugar fuerte y cercado como los demás, y estaba yermo de gente, pero lleno de mantenimiento. Allí se proveyó el ejército para cinco días que había de camino y despoblado, hasta Taica, según el nuevo guía. Cuatro noches hicieron en sierras; pasaron un mal puerto que se llamó de Alabastro, por ser todas las peñas y piedras de ello. Al quinto día llegaron a una gran laguna, en una isleta en la cual estaba una gran pueblo, que, según el guía dijo, era cabecera de aquella provincia de Taica y no se podía entrar en él sino por barca. Los corredores cogieron a un hombre de aquel lugar en una canoa, y hasta no le cogieron ellos, sino un perro de ayuda que llevaban; ese hombre dijo que en la ciudad no se sabía nada de semejantes hombres, y que si querían entrar allí, que fuesen a unas labranzas que estaban cerca de un brazo de la laguna, y podrían coger muchas barcas de los labradores. Cortés cogió doce ballesteros, y a pie siguió por donde le llevaba aquel hombre. Pasó un gran rato de aguacero hasta la rodilla y más arriba. Como tardó mucho en el mal camino, y no podía ir encubierto, le vieron los labradores y se metieron en sus canoas por la laguna adelante. Se asentó el campamento entre aquellos panes, y se fortificó lo mejor posible, porque le dijo el guía que los de aquella ciudad estaban muy ejercitados en la guerra y eran hombres a quien toda la comarca temía; y si quería, que él iría en aquella canoíta suya a la isleta, y entraría en el lugar y hablaría con Canec, señor de Taica, que ya de otras veces le conocía, y le diría su intención y venida, Cortés le dejó ir y llevar al dueño de la barquilla. Fue, pues, y volvió a medianoche; pues, como hay dos leguas de distancia de la costa al pueblo y malos remos, no pudo antes. Trajo dos personas, a lo que mostraban honradas, las cuales dijeron venir de parte de Canec, su señor, a visitar al capitán de aquel ejército y a saber lo que quería. Cortés le habló alegremente; les dio un español que quedase en rehenes, para que viniese Canec al campamento. Ellos se alegraron infinito de mirar los caballos, el traje y barbas de nuestros españoles, y se fueron. Al otro día por la mañana vino el señor con treinta personas y seis canoas; trajo consigo al español, y ninguna demostración de miedo ni de guerra. Cortés lo recibió con mucho placer, y por hacerle fiesta y mostrarle cómo honraban los cristianos a su Dios, hizo cantar la misa con solemnidad, y tañer los menestriles, sacabuches y chirimías que llevaban. Canec oyó la música y canto con mucha atención, y miró muy bien en las ceremonias y servicio del altar, y a lo que mostraba se divirtió mucho, y alabó grandemente aquella música, cosa que nunca había oído. Los clérigos y frailes, al acabar el oficio divino, se llegaron a él; le hicieron acatamiento, y después con el faraute le predicaron. Respondió que de buen grado desharía sus ídolos, y que quería mucho saber y tener la manera cómo debía honrar y servir al Dios que le declaraban. Pidió una cruz para poner en su pueblo; replicaron que la cruz después se la darían, como hacían en cada sitio que llegaban, y que pronto le enviarían religiosos que lo adoctrinasen en la ley de Cristo, pues por entonces no podía ser. Cortés, tras este sermón, te hizo otra breve plática sobre la grandeza del Emperador, y rogándole que fuese vasallo suyo, como lo eran los de México Tenuchtitlan. Él dijo que desde allí se daba por tal, y que hacia algunos años que los de Tabasco, como pasan por su tierra a las ferias, le habían dicho que llegaron a su pueblo algunos extranjeros como ellos, y que peleaban mucho porque los habían vencido en tres batallas. Cortés entonces le dijo que era él mismo el capitán de aquellos hombres que los de Tabasco decían, y para que creyese ser esto verdad, que se informase de los de allí. Con tanto, se acabaron las pláticas y se sentaron a comer. Canec hizo sacar de las canoas aves, peces, tortas, miel, fruta y oro, aunque poca cantidad, y unos sartales de caracoles coloradillos que estiman mucho. Cortés le dio una camisa, una gorra de terciopelo negro, y otras cosillas de hierro, como decir tijeras y cuchillos; y le preguntó si sabía algo de algunos españoles suyos que habían de estar no muy lejos de allí, en la costa de mar. Él dijo que tenía mucha noticia de ellos, porque muy cerca de donde andaban había unos vasallos suyos, y si quería, que le daría una persona que lo llevase allí sin errar el camino; pero que era áspero y malo de pasar, por las grandes montañas, y que si iba por mar, que no sería tan trabajoso. Cortés le agradeció las noticias y guía, y le dijo que no eran buenas aquellas barquillas para llevar caballos ni líos ni tanta gente, y por eso le era forzoso ir por tierra; que le diese medios para pasar aquella laguna. Canec dijo que a tres leguas de allí la desecharía, y entre tanto que el ejército la andaba, se fuese con él a la ciudad a ver su casa, y vería quemar los ídolos. Cortés se fue con él muy contra la voluntad de los compañeros, y llevó consigo veinte ballesteros. Osadía fue demasiada. Estuvo en aquel lugar con mucho regocijo de los vecinos, hasta la tarde. Vio arder muchos ídolos; tomó guía, encargó que curasen un caballo que dejaba en el campamento, cojo de una estaca que se metió por el pie, y se salió a dormir con el campo que ya había dado la vuelta a la laguna.
contexto
Cómo Cazoncín, rey de Michuacan, se entregó a Cortés Puso un gran miedo y admiración en todos la destrucción de México, que era la mayor y más fuerte ciudad de todas aquellas partes, y más poderosa en reino y riqueza. Por lo cual, no solamente se dieron a Cortés los súbditos de los mexicanos, sino también los enemigos, por alejar de sí la guerra, no les aconteciese como a Cuahutimoccín; y así, venían a Culuacan embajadores de grandes y diversas provincias y muy lejanas; pues, según cuentan, algunas estaban a más de trescientas leguas de allí. El rey de Michuacan, de nombre Cazoncín, antiguo y natural enemigo de los reyes mexicanos y muy gran señor, envió sus embajadores a Cortés, alegrándose de la victoria y dándosele por amigo. Él los recibió muy bien, y los tuvo consigo cuatro días. Hizo escaramuzar delante de ellos a los de a caballo para que fuesen a ver aquel reino y tomar lengua del mar del Sur, y los despidió. Tantas cosas dijeron de los españoles aquellos embajadores a su rey, que estuvo por venir a verlos; pero se lo estorbaron sus consejeros. Y así, envió allí a un hermano suyo con mil personas de servicio y muchos caballeros. Cortés lo recibió y trató conforme a la persona que era. Le llevó a ver los bergantines, el sitio y destrucción de México. Anduvieron los españoles el caracol en ordenanzas, y soltaron las escopetas y ballestas. Jugó la artillería al blanco que se puso en una torre. Corrieron los de a caballo y escaramuzaron con lanzas. Quedó maravillado aquel caballero de estas cosas, y de las barbas y trajes. Se fue a los cuatro días de llegar, y tuvo mucho que contar al rey su hermano. Viendo Cortés la voluntad del rey Cazoncín, envió a poblar en Chincicila de Michuacan a Cristóbal de Olid con cuarenta de a caballo y cien infantes españoles, y Cazoncín se alegró de que poblasen, y les dio mucha ropa de pluma y algodón, cinco mil pesos de oro sin ley, por tener mucha mezcla de plata, y mil marcos de plata revuelta con cobre; todo esto en piezas de aparador y joyas de cuerpo, y ofreció su persona y reino al Rey de Castilla, como se lo rogaba Cortés. La cabeza principal de la ciudad de Michuacan la llaman Chincicila, y está de México poco más de cuarenta leguas, y en una ladera de sierras, sobre una laguna dulce, tan grande como la de México, y de muchos y buenos peces. Además de esta laguna, hay en aquel reino otros muchos lagos, en los que hay grandes pesquerías; por cuya causa se llama Michuacan, que quiere decir lugar de pescado. Hay también muchas fuentes, y algunas tan calientes, que no las resiste la mano, las cuales sirven de baños. Es tierra muy templada, de buenos aires, y tan sana, que muchos enfermos de otras partes se van a sanar a ella. Es fértil en pan, fruta y verdura. Es abundante de caza, y tiene mucha cera y algodón. Los hombres son más hermosos que sus vecinos, fuertes y para mucho trabajo. Grandes tiradores de arco y muy certeros, especialmente los que llaman teuchichimecas, que están debajo o cerca de aquel señorío; a los cuales, si yerran la caza, les ponen una vestidura de mujer que llaman cueitl por afrenta. Son guerreros y diestros hombres, y siempre tenían guerra con los de México, y nunca o por maravilla perdían batalla. Hay en este reino muchas minas de plata y oro bajo, y en el año 1525 se descubrió en él la más rica mina de plata que se había visto en la Nueva España; y por ser tal, la tomaron para el Rey sus oficiales, no sin agravio de quien la halló. Mas quiso Dios que después se perdiese o acabase; y así, la perdió su dueño, y el Rey su quinto, y ellos la fama. Hay buenas salinas, mucha piedra negra, de la que hacen sus navajas, y finísimo azabache. Se cría grana de la buena. Los españoles han puesto morales para seda, sembrado trigo y criado ganado, y todo se da muy bien, pues Francisco de Terrazas cogió seiscientas fanegas, de cuatro que sembró.
contexto
Cómo cesaron las visiones del diablo Se aparecía y hablaba el diablo a estos indios muchas veces, según se ha contado, especialmente al principio de la conversión, sabiendo que se habían de convertir. Los persuadía a sustentar los ídolos y sacrificios en aquella religiosa costumbre que tuvieron sus padres, abuelos y antepasados. Les aconsejaba que no dejasen su buena conversación y amistad por quien nunca vieron. Les amenazaba que no llovería, ni les daría sol ni salud ni hijos. Los reprendía de cobardes, porque no mataban a aquellos pocos españoles que predicaban. Ellos, engañados con las dulces palabras, o con las sabrosas comidas de carne humana, o con la costumbre, que como otra naturaleza los tiranizaba, deseaban complacerle y quedarse en su antigua religión; así que mataron a algunos por esto, y defendían los ídolos o los escondían, diciendo que ni Vitcilopuchtli ni los otros dioses buscaron oro. Ponían cruces sobre los ídolos escondidos para engañar a los españoles, y el diablo huía de ellas; cosa de la que los indios se maravillaban; y así, comenzaban a creer en la virtud del Crucificado que les predicaban. Pusieron los nuestros el Santísimo Sacramento en muchos lugares, que ahuyentó del todo al diablo, como él mismo confesó a los sacerdotes que le preguntaron la causa de su ausencia y esquivez. De manera que no se acercaba el diablo, como solía, a los indios que, bautizados, tenían el Sacramento y cruces, y poco a poco desapareció. Aprovechaba mucho el agua bendita contra las visiones y superstición de la idolatría. Dieron a la marquesa doña Juana de Zúñiga en Teoacualco una pilita de buena piedra, en la que solía haber ídolos, ceniza y otras hechicerías. Ella, por haber servido para aquello, mandó que bebiese allí un gatito muy regalado; el cual jamás quiso beber en la pilita hasta que le echaron agua bendita; cosa notable, y que se publicó entre los indios para la devoción. Muchas veces ha faltado agua para los panes, y en haciendo rogativas y procesiones, llovía. Llovía tanto el año 28, que se perdían los panes y ganado, y hasta las casas. Hicieron procesión y oraciones en México, Tezcuco y otros pueblos, y cesaron las lluvias; que fue gran confirmación de la fe. Llovía, pues, y serenaba, y había salud, contra las amenazas del diablo, aunque se rompían los ídolos y se derribaban los templos.
contexto
Cómo comenzó Cortés a derrocar los ídolos de México Cuando Moctezuma iba al templo, era la mayoría de las veces a pie, arrimado a uno, o entre dos, que lo llevaban de los brazos, y otro señor delante con tres varas en la mano, altas y delgadas, como demostrando ir allí la persona del rey, o en señal de justicia y castigo. Si iba en andas, cogía una de aquellas varas en su mano al bajar de ellas; y si a pie, creo que la llevaba siempre como cetro. Era muy ceremonioso en todas sus cosas y servicio; pero lo más substancial ya está dicho desde que Cortés entró en México hasta aquí. Los primeros días que los españoles llegaron, y siempre que Moctezuma iba al templo, mataban hombres en el sacrificio, y para que no hiciesen tal crueldad y pecado en presencia de los españoles que tenían que ir con él allí, aviso Cortés a Moctezuma que mandase a los sacerdotes no sacrificasen cuerpo humano, si no quería le asolase el templo y la ciudad, y hasta le previno que quería derribar los ídolos delante de él y de todo el pueblo. Mas él le dijo que no hiciese tal, pues se alborotarían y tomarían armas en defensa y guarda de su antigua religión y dioses buenos, que les daban agua, pan, salud y claridad y todo lo necesario. Fueron, pues, Cortés y los españoles con Moctezuma la primera vez que después de preso salió del templo; y él por una parte y ellos por otra, comenzaron al entrar a derrocar los ídolos de las sillas y altares en que estaban, por las capillas y cámaras. Moctezuma se turbó grandemente, y se azoraron los suyos muchísimo, hasta el punto de querer tomar las armas y matarlos allí. Mas, sin embargo, Moctezuma les mandó estarse quietos, y rogó a Cortés que se dejase de aquel atrevimiento. Él lo dejó, pues le pareció que aún no era sazón ni tenía el aparejo necesario para salir con bien del intento; pero les dijo así con los intérpretes: