Cómo Cortés cortó las manos a cincuenta espías Al día siguiente, tras los presentes como a dioses, que fue el 6 de septiembre, vinieron al real unos cincuenta indios de los de Tlaxcallan, honrados a su manera, y dieron a Cortés mucho pan, cerezas y gallipavos, que traían ordinariamente de comida; y le preguntaron cómo estaban los españoles, y qué querían hacer, y si necesitaban alguna cosa; y tras esto anduvieron por el campamento, mirando los vestidos y armas de España, y los caballos y artillería, y se hacían los bobos y maravillados; aunque en verdad también se maravillaban de veras; pero todo su motivo era andar espiando. Entonces se llegó a Cortés Teuch, de Cempoallan, hombre experto y criado desde niño en la guerra, y le dijo que no le parecían bien aquellos tlaxcaltecas, porque miraban mucho las entradas y salidas y lo flaco y fuerte del real. Por eso, que se enterase si eran espías aquellos bellacos. Cortés le agradeció el buen aviso, y se sorprendió cómo él ni español alguno no habían caído en aquello, en tantos días que entraban y salían indios enemigos en su real con comida, y había caído en ello aquel cempoallanés. Y no fue por ser aquel indio más agudo y sabio que los españoles con los de Iztacmixtlitan, para sacar de ellos con puntadas lo que querían saber. Así que Cortés conoció que no venían por hacerle bien, sino a espiar, mandó coger al que más a mano y apartado estaba de la compañía, y meterlo secretamente donde no lo viesen; y allí lo examinó con Marina y Aguilar; el cual, al cabo de una hora, confesó que era espía, y que venia a ver y anotar los pasos y lados por donde mejor le pudiesen dañar y ofender, y quemar aquellas chocillas suyas; y que puesto que ellos habían probado fortuna a todas las horas del día, y no les salía nada a su propósito, ni a la fama y antigua gloria que de guerreros tenían, habían decidido venir de noche, y quizá tendrían mejor suerte; y aun también para que no temiesen los suyos de noche y con la oscuridad a los caballos ni las cuchilladas y estragos de los tiros de fuego; y que Xicotencatl, su capitán general, estaba ya para tal efecto con muchos millares de soldados detrás de algunos cerros, en un valle fronterizo y cercano al campamento. Cuando Cortés vio la confesión de éste, hizo luego tomar a otros cuatro o cinco, cada uno aparte, y confesaron asimismo que ellos y todos los que en su compañía venían eran espías, y dijeron lo mismo que el primero, casi con los mismos términos. Así que por los dichos de éstos los prendió a los cincuenta, y allí después les hizo cortar a todos las manos, y los envió a su ejército, amenazando que otro tanto harían a todos los espías que cogiese; y que dijesen a quien los envió que, de día y de noche, y cada y cuando que viniesen, verían quiénes eran los españoles. Grandísimo pavor tomaron los indios de ver cortadas las manos a sus espías, cosa nueva para ellos, y creían que tenían los nuestros algún familiar que les decía lo que ellos tenían allá en su pensamiento; y así, se fueron todos, cada uno por donde mejor pudo, para que no les cortasen las suyas, y alejaron las vituallas que traían para la hueste, para que no se aprovechasen de ellas los adversarios.
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Cómo Cortés puso grillos a Moctezuma Antes de que los llevasen a la hoguera, dijo Cortés a Moctezuma que Cualpopoca y los demás habían dicho y jurado que por su aviso y mandato mataron a los dos españoles; y que lo había hecho muy mal, siéndole tan amigos y sus huéspedes; y que si no fuese por el cariño que le tenía, de otra forma terminaría el negocio. Y le puso unos grillos, diciendo: "Quien mata, merece morir, según ley de Dios", Esto lo hizo por ocuparle el pensamiento en sus duelos y dejase los ajenos. Moctezuma se puso como muerto, y recibió grandísimo espanto y alteración con los grillos, cosa nueva para rey, y dijo que no tenía culpa ni sabía nada de aquello. Y así, aquel mismo día, después de hacer la quema, le quitó Cortés los grillos, y le propuso la libertad para que se fuese a palacio. Él quedó muy gozoso en verse sin prisiones, y agradeció el comedimiento, pero no quiso irse, o porque le pareció, como así debía de ser, todo palabras y cumplidos, o porque no se atrevía, de miedo a que los suyos le matasen viéndole fuera de los españoles, por haberse dejado prender y tener así; y decía que si se iba de allí le harían rebelarse, y matar a él y a sus españoles. Hombre sin corazón y de poco debía ser Moctezuma, pues se dejó prender, y ya preso, nunca procuró la libertad, convidándole a ella Cortés y rogándoselo los suyos; y siendo tal, era tan obedecido, que nadie se atrevía en México a enojar a los españoles por no enojarle; y que Cualpopoca vino de setenta leguas sólo con decirle que el señor le llamaba y con mostrarle la figura de su sello, y que en muchas leguas a la redonda hacían todo lo que quería y mandaba.
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Cómo dejó Cortés el cargo que llevaba Cuando Cortés volvió a donde los navíos estaban con los demás españoles, les habló a todos juntos, diciendo que ya veían cuánta merced les había hecho Dios en guiarlos y traerlos sanos y con bien a una tierra tan buena y tan rica, según las muestras y apariencias habían visto en tan breve espacio de tiempo, y cuán abundante de comida, poblada de gente, más vestida, más pulida y de razón, y que mejores edificios y labranzas tenía de cuantas hasta entonces se habían visto ni descubierto en Indias; y que era de esperar fuese mucho más lo que no veían que lo que parecía, y por tanto que debían dar muchas gracias a Dios y poblar allí, y entrar tierra adentro a gozar la gracia y mercedes del señor; y que para poderlo hacer mejor, le parecía asentar al presente allí, o en el mejor sitio y puerto que pudiesen hallar, y hacerse muy bien fuertes con cerca y fortaleza para defenderse de aquellas gentes de la tierra, que no se alegraban mucho de su venida y permanencia; y aun también para desde allí poder con más facilidad tener amistad y contratación con algunos indios y pueblos comarcanos, como era Cempoallan y otros en los que había contrarios y enemigos de la gente de Moctezuma, y que asentando y poblando, podían descargar los navíos, y enviarlos después a Cuba, Santo Domingo, Jamaica, Boriquen y otras islas, o a España por mas gente, armas y caballos, y por más vestidos y provisiones; y además de esto, era razón de enviar relación y noticia de lo que pasaba a España, al Emperador ley, su señor, con la muestra de oro y plata y cosas ricas de pluma que tenían; y para que todo esto se hiciese con mayor autoridad y consejo, él quería, como su capitán, nombrar cabildo, sacar alcaldes y regidores, y señalar a todos los demás oficiales que eran necesarios para el regimiento y buena gobernación de la villa que habían de hacer, los cuales rigiese, vedasen y mandasen hasta tanto que el Emperador proveyese y mandase lo que más a su servicio conviniese. Y tras esto, tomó la posesión de toda aquella tierra con la demás por descubrir, en nombre del emperador don Carlos, rey de Castilla. Hizo los demás autos y diligencias que en tal caso se requerían, y lo pidió así por testimonio a Francisco Fernández, escribano real, que estaba presente. Todos respondieron que les parecía muy bien lo que había dicho, y loaban y aprobaban lo que quería hacer; por tanto, que lo hiciese como decía, pues ellos habían venido con él para seguirle y obedecerle. Cortés entonces nombró alcaldes, regidores, procurador, alguacil, escribano y todos los demás oficios a cumplimiento del cabildo entero, en nombre del Emperador, su señor natural; y les entregó después las varas, y puso nombre al concejo la Villarrica de la Veracruz, porque el viernes de la Cruz habían entrado en aquella tierra. Tras estos autos, hizo luego Cortés otro ante el mismo escribano y ante los nuevos alcaldes, que eran Alonso Fernández Portocarrero y Francisco de Montejo, en que dejó, desistió y cedió en manos y poder de ellos, y como justicia real y ordinaria, el mando y cargo de capitán y descubridor que le dieron los frailes jerónimos, que residían y gobernaban en la isla Española por su majestad; y que no quería usar del poder que tenía de Diego Velázquez, lugarteniente del gobernador en Cuba por el almirante de las indias, para rescatar y descubrir, buscando a Juan de Grijalva, por cuanto ninguno de ellos tenía mando ni jurisdicción en aquella tierra, que él y ellos acababan de descubrir, y comenzaban a poblar en nombre del rey de Castilla, como sus naturales y leales vasallos; y así lo pidió por testimonio, y se lo dieron.
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Cómo derribó Cortés los ídolos en Acuzamil Al día siguiente de venir Aguilar, volvió Cortés a hablar a los acuzamilanos para informarse mejor de las cosas de la isla, pues serían bien entendidas con tal fiel intérprete; y para confirmarlos en la veneración de la cruz y apartarlos de la de los ídolos, considerando que aquél era el verdadero camino para dejar más pronto la gentilidad y volverse cristianos; y en verdad, la guerra y la gente con armas es para quitar a estos indios los ídolos, los ritos bestiales y sacrificios abominables que tienen de sangre y comida de hombres, que abiertamente es contra Dios y natura; porque con esto más fácilmente y más pronto y mejor reciben, oyen y creen a los predicadores, y toman el Evangelio y el bautismo de su propio grado y voluntad, en lo que reside la cristiandad y la fe. Así que Jerónimo de Aguilar les predicó aconsejándoles su salvación; y con lo que les dijo, o porque ya ellos habían comenzado, se alegraron de que les acabase de derribar sus ídolos y dioses, y hasta ellos mismos ayudaron a ello, quebrando y desmenuzando lo que poco antes adoraban. Y rápidamente no dejaron ídolo sano ni en pie nuestros españoles, y en cada capilla y altar ponían una cruz o la imagen de nuestra Señora, a quien todos aquellos isleños adoraban con gran devoción y oraciones, y ponían su incienso, y ofrecían codornices, maíz y frutas, y las demás cosas que solían llevar al templo por ofrenda. Y tanta devoción tomaron con la imagen de nuestra Señora santa María, que salían después con ella a los navíos españoles que tocaban en la isla, diciendo "Cortés, Cortés", y cantando "María, María", como hicieron a Alonso de Parada, a Pánfilo de Narváez y a Cristóbal de Olid cuando pasaron por allí. y hasta después de esto, rogaron a Cortés que les dejase quien les enseñase cómo habían de creer y servir al Dios de los cristianos. Mas él no se atrevió de miedo a que los matasen, y porque llevaba pocos clérigos y frailes; en lo cual no acertó, pues de tan buena gana lo querían y pedían.
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Cómo dieron tormento a Cuahutimoccín para saber del tesoro No se halló en México todo el oro que primeramente tuvieron los nuestros, ni rastro del tesoro de Moctezuma, que tenía gran fama; de lo que mucho se lamentaban los españoles, pues pensaban, cuando acabaron de ganar a México, hallar un gran tesoro, o al menos que hallaran cuanto perdieran al huir de tal ciudad. Cortés se maravillaba de que ningún indio le descubría oro ni plata. Los soldados presionaban a los vecinos por sacarles dinero. Los oficiales del Rey querían descubrir el oro, plata perlas, piedras y joyas, para juntar mucho quinto; empero: nunca pudieron conseguir que ningún mexicano dijese nada, aunque todos decían que era grande el tesoro de los dioses y de los reyes; así que acordaron dar tormento a Cuahutimoccín y a otro caballero privado suyo. El caballero tuvo tanto sufrimiento, que, aunque murió en el tormento de fuego, no confesó cosa alguna de cuantas le preguntaron sobre tal caso, o porque no lo sabía, o porque guardan con gran constancia el secreto que su señor les confía. Cuando lo quemaban miraba mucho al rey, para que, teniendo compasión de él, le diese licencia, como dicen, de manifestar lo que sabía, o lo dijese él. Cuahutimoccín le miró con ira y, lo trato vilmente, como persona muelle y de poco, diciendo si estaba él en algún deleite o baño. Cortés quitó del tormento a Cuahutimoccín, pareciéndole afrenta y crueldad, o porque dijo que había echado en la laguna, diez días antes de su prisión, las piezas de artillería, el oro y plata, las piedras, perlas y ricas joyas que tenía, por haberle dicho el diablo que sería vencido. Acusaron esta muerte a Cortés en su residencia como cosa fea e indigna de tan gran rey, y que lo hizo de avaro y cruel; mas él se defendía con que se hizo a petición de Julián de Alderete, tesorero del Rey, y porque se averiguase la verdad; pues todos decían que se guardaba él toda la riqueza de Moctezuma, y no quería atormentarle para que no se supiese. Muchos buscaron este tesoro en la laguna y en tierra, por lo que dijo Cuahutimoccín, mas nunca se halló; y es cosa notable haber escondido tanta cantidad de oro y plata y no decirlo.
Personaje
Escultor
Una de las primeras referencias que se tienen de este escultor se remontan a 1246, fecha que aparece grabada, junto con su nombre, en la pila bautismal del baptisterio de Pisa. Pocos años después también colaboró en la realización del púlpito de San Bartolomeo in Pantano en Pistoia. Su trabajo revela cierta influencia de Antelami.
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Cómo entró Cortés a ver la tierra con cuatrocientos compañeros Volvió Teudilli al cabo de diez días, y trajo mucha ropa de algodón, y algunas cosas de pluma bien hechas, en cambio de lo que enviara a México, y dijo que se fuese Cortés con su armada, porque era excusado por entonces verse con Moctezuma, y que mirase qué era lo que quería de la tierra, y que se le daría; y que siempre que por allí pasase harían lo mismo. Cortés le dijo que no haría tal cosa, y que no se iría sin hablar a Moctezuma. El gobernador replicó que no porfiase más en ello, y con tanto se despidió. Y aquella misma noche se fue con todos sus indios e indias que servían y proveían el campamento; y cuando amaneció estaban las chozas vacías. Cortés se receló de aquello, y se apercibió a la batalla; mas como no vino gente, se ocupó en buscar puerto para sus naos, y en buscar buen asiento para poblar, pues su intento era permanecer allí y conquistar aquella tierra, pues había visto grandes muestras y señales de oro y plata y otras riquezas en ella; mas no halló aparejo ninguno en una gran legua a la redonda, por ser todo aquello arenales, que con el tiempo se mudan de una parte a otra, y tierra anegadiza y húmeda y por consiguiente de mala vivienda. Por lo cual despachó a Francisco de Montejo en dos bergantines, con cincuenta compañeros y con Antón de Alaminos, piloto, a que siguiese la costa, hasta tropezar con algún razonable puerto y buen sitio de poblar. Montejo recorrió la costa sin hallar puerto hasta Pánuco, excepto el abrigo de un peñón que estaba metido en el mar. Se volvió al cabo de tres semanas, que empleó en aquel poco camino, huyendo de tan mala mar como había navegado, porque dio en unas corrientes tan temibles, que, yendo a vela y a remo, tornaban atrás los bergantines; pero dijo cómo le salían los de la costa, y se sacaban sangre, y se la ofrecían en pajuelas por amistad o deidad; cosa amigable. Mucho sintió Cortés la poca relación de Montejo; pero aun así propuso ir al abrigo que decía, por estar cerca de él los buenos ríos para agua y trato, y grandes montones para leña y madera, muchas piedras para edificar, y muchos pastos y tierra llana para labranzas. Aunque no era bastante puerto para poner en ella contratación y escala de naves, si poblaban, por estar muy descubierto y travesía del norte, que es el viento que por allí más corre y perjudica. De manera, pues, que como se fueron Teudilli y los otros de Moctezuma, dejándolo en blanco, no quiso que, o bien le faltasen vituallas allí, o diese las naos al través; y así, hizo meter en los navíos toda su ropa, y él, con cuatrocientos y con todos los caballos, siguió por donde iban y venían aquellos que le proveían; y a las tres leguas de andar, llegó a un río muy hermoso, aunque no muy hondo, porque se pudo vadear a pie. Halló luego, en pasando el río, una aldea despoblada, pues la gente, con miedo a su llegada, había huido. Entró en una casa grande, que debía de ser del señor, hecha de adobes y maderos, los suelos sacados a mano más de un estado encima de la tierra, los tejados cubiertos de paja, mas de hermosa y extraña manera; debajo, tenía muchas y grandes piezas, unas llenas de cántaros de miel, de centli, judías y otras semillas, que comen y guardan para provisión de todo el año; y otras llenas de ropa de algodón y plumajes, con oro y plata en ellos. Mucho de esto se halló en las otras casas, que también eran casi de aquella misma forma. Cortés mandó con público pregón que nadie tocase cosa ninguna de aquéllas, bajo pena de muerte, excepto a las provisiones, por cobrar buena fama y gracia con los de la tierra. Había en aquella aldea un templo, que parecía casa en los aposentos, y tenía una torrecilla maciza con una especie de capilla en lo alto, a donde se subía por veinte gradas, y donde estaban algunos ídolos de bulto. Se hallaron allí muchos papeles, de los que ellos usan, ensangrentados, y mucha más sangre de hombres sacrificados, según dijo Marina, y también hallaron el tajo sobre el cual ponían los del sacrificio, y los navajones de pedernal con que los abrían por el pecho y les sacaban el corazón en vida y le arrojaban al cielo como en ofrenda. Con cuya sangre untaban los ídolos y papeles que se ofrecían y quemaban. Grandísima compasión y hasta espanto puso aquella vista en nuestros españoles. De este lugarejo fue a otros tres o cuatro, que ninguno pasaba de doscientas casas, y todos los halló desiertos, aunque poblados de provisiones y sangre como el primero. Volvióse de allí, porque no hacía fruto ninguno, y porque era tiempo de descargar los navíos y de enviarlos por más gente, y porque deseaba asentar ya: en esto se detuvo por espacio de diez días.
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Cómo envió Cortés a buscar oro en muchas partes Tenía Cortés mucha gana de saber cuán lejos llegaba el señorío y mando de Moctezuma, y cómo se llevaban con él los reyes y señores comarcanos, y allegar alguna buena suma de oro para enviar a España del quinto al Emperador, con entera relación de tierra, gente y cosas hechas; y por tanto, rogó a Moctezuma te dijese y mostrase las minas de donde él y los suyos tenían el oro y plata. Él dijo que le complacía, y en seguida nombró ocho indios, cuatro de ellos plateros y conocedores del mineral, y los otros cuatro que sabían la tierra a donde los quería enviar; y les mandó que de dos en dos fuesen a cuatro provincias, que son Zuzolla, Malinaltepec, Tenich y Tututepec, con otros ocho españoles que Cortés dio, a conocer los ríos y minas de oro y traer muestra de ello. Partieron aquellos ocho españoles y ocho indios con señas de Moctezuma. A los que fueron a Zuzolla, que está a ochenta leguas de México y son vasallos suyos, les mostraron tres ríos con oro, y de todo les dieron muestra de ello, mas poco, porque sacan poco, por falta de aparejos y maña o codicia. Estos, para ir y volver, pasaron por tres provincias muy pobladas y de buenos edificios y tierra fértil; y la gente de una de ellas, que se llama Tlamacolopan, es muy razonable y va mejor vestida que la mexicana. Los que fueron a Malinaltepec, a setenta leguas, trajeron también muestras de oro que los naturales sacan de un gran río que atraviesa por aquella provincia. A los que fueron a Tenich, que está río arriba de Malinaltepec, y es de otro lenguaje diferente, no dejaba entrar ni tomar razón de lo que buscaban el señor de ella, que llaman Coatelicamatl, porque ni reconoce a Moctezuma ni es amigo suyo, y pensaba que iban como espías. Mas como le informaron quiénes eran los españoles, dijo que se fuesen los mexicanos fuera de su tierra, y los españoles que hiciesen el mandato a que venían, para que llevasen recado a su capitán. Cuando vieron esto los de México, pusieron mal corazón a los españoles, diciendo que era malo aquel señor y cruel, y que los mataría. Algo dudaron los nuestros de hablar a Coatelicamatl, aunque ya tenían licencia, con lo que sus compañeros decían, y porque andaban los de la tierra armados y con unas lanzas de veinticinco palmos, y aun algunos de a treinta. Mas al cabo entraron, porque hubiese sido cobardía no hacerlo y dar que sospechar de sí y que los mataran. Coatelicamatl los recibió muy bien, les hizo mostrar luego siete u ocho ríos, de los cuales sacaron oro en su presencia y les dieron la muestra para traer, y envió embajadores a Cortés ofreciéndole su tierra y persona, y algunas mantas y joyas de oro. Cortés se alegró más de la embajada que del presente, por ver que los contrarios de Moctezuma deseaban su amistad. A Moctezuma y los suyos no les agradaba mucho, porque Coatelicamatl, aunque no es gran señor, tiene gente guerrera y tierra áspera de sierras. Los otros que fueron a Tututepec, que está cerca del mar y a doce leguas de Malinaltepec, volvieron con la muestra del oro de dos ríos que anduvieron, y con noticias de estar aquella tierra preparada para hacer en ella estancias y sacarlo; por lo cual rogó Cortés a Moctezuma que les hiciese allí una a nombre del Emperador. Él mandó en seguida ir allá oficiales y trabajadores, y al cabo de dos meses estaba hecha una casa grande, con otras tres pequeñas alrededor, para servicio, y en ella un estanque de peces con quinientos patos para pluma, que pelan muchas veces al año para mantas; mil quinientos gallipavos, y tanto ajuar y aderezos de casa en todas ellas, que valía veinte mil castellanos. Había asimismo sesenta fanegas sembradas de centli, diez de judías, y dos mil pies de cacauatlh o cacao, que se cría muy bien por allí. Se comenzó esta granjería, mas no se acabó con la llegada de Pánfilo de Narváez y con la revuelta de México que se siguieron. Le rogó también que le dijese si en la costa de su tierra, que está a este mar, había algún buen puerto en donde las naves de España pudiesen estar seguras. Dijo que no lo sabía, mas que lo preguntaría o lo enviaría a saber. Y así, hizo entonces pintar en lienzo de algodón toda aquella costa, con cuantos ríos, bahías, ancones y cabos había en lo que era suyo; y en todo lo pintado y trazado no aparecía cala ni cosa segura, sino un gran ancón que está entre las sierras que ahora llaman de San Martín y San Antón, en la provincia de Coazacoalco, y hasta los pilotos españoles pensaron que era un estrecho para ir a las Molucas y Especiería. Mas, empero, estaban muy engañados, y creían lo que deseaban. Cortés nombró diez españoles, todos pilotos y gente de mar, para que fuesen con los que Moctezuma daba, pues hacia tan bien la costa del camino. Partieron, pues, los diez españoles con los criados de Moctezuma, y fueron a dar a Chalchicocca, donde habían desembarcado, que ahora se dice San Juan de Ulúa. Anduvieron setenta leguas de costa sin hallar ancón ni río, aunque tropezaron con muchos, que fuese sondable y bueno para naos. Llegaron a Coazacoalco, y el señor de aquel río y provincia, llamado Tuchintlec, aunque enemigo de Moctezuma, recibió a los españoles porque ya sabía de ellos desde cuando estuvieron en Potonchan, y les dio barcas para mirar y sondear el río. Ellos lo midieron, y, hallaron seis brazas por el sitio más hondo. Subieron por él arriba, doce leguas. Es su ribera de grandes poblaciones, y fértil a lo que parecía. Tuchintlec envió a Cortés con aquellos españoles algunas cosas de oro, piedras, ropas de algodón, de pluma, de cuero, y trigues, y a decir que quería ser su amigo y tributario del Emperador de un tanto cada año, con tal que los de Culúa no entrasen en su territorio. Mucha alegría tuvo Cortés con este mensaje, y de que se hubiese hallado aquel río, pues decían los marineros que desde el río de Grijalva hasta el de Pánuco no había río bueno; mas creo que también se engañaron. Volvió a enviar allá algunos de aquellos mismos españoles con cosas de España para el Tuchintlec, y a que se enterasen mejor de su voluntad, y de la comodidad de la tierra y del puerto bien por entero. Fueron y volvieron muy contentos y seguros de todo; y así, despachó entonces Cortés allí a Juan Velázquez de León por capitán de ciento cincuenta españoles, para que poblase e hiciese una fortaleza.
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Cómo envió Cortés a descubrir la costa de Nueva España por el mar del Sur Cuando Cortés tuvo algo de reposo, le requirieron presidente y oidores que dentro de un año enviase armada a descubrir por el mar del Sur, conforme a la instrucción y conveniencia que traía del Emperador, hecha en Madrid a 27 de octubre del 29, y firmada por la emperatriz doña Isabel; donde no, que su majestad contrataría con otra persona. Tanto hicieron esto por alejarlo de México, como porque cumpliese lo que había capitulado con el Emperador; que bien sabían que tenía siempre muchos carpinteros y navíos en el astillero; pero querían que él mismo fuese allá. Cortés respondió que así lo haría. Metió, pues, mucha prisa a dos naos que se estaban construyendo en Acapulco. Entre tanto, anduvo un sarampión, que llamaron zauatlepiton, que quiere decir lepra chica, a razón de las viruelas que les pegó el negro de Pánfilo de Narváez, según ya se dijo; y murieron de él muchísimos indios. Fue también enfermedad nueva y nunca vista en aquella tierra. Cuando las naos se terminaron, las armó Cortés muy bien de gente y artillería; las llenó de vituallas, armas y rescates. Envió como capitán de ellas a Diego Hurtado de Mendoza, primo suyo. Se llamaban las naos, una de San Miguel y otra de San Marcos. Fueron, por tesorero Juan de Mazuela, por veedor Alonso de Molina, maestre de campo Miguel Marroquino, alguacil mayor Juan Ortiz de Cabex, y por piloto Melchor Fernández. Salió Diego Hurtado del puerto de Acapulco el día de Corpus Christi del año 1532. Siguió la costa hacia poniente; que así estaba concertado. Llegó al puerto de Jalisco, y quiso tomar agua, no por necesidad, sino por llenar las vasijas que hasta allí habían vencido. Nuño de Guzmán, que gobernaba aquella tierra, envió gente a que les prohibiesen la entrada, o por ser de Cortés, o porque nadie entrase en su jurisdicción sin su licencia. Diego Hurtado dejó el agua, y pasó adelante unas doscientas leguas costeando lo más y mejor que pudo. Se le amotinaron muchos de su compañía; los metió en uno de los navíos, y los envió a Nueva España para ir descansado y seguro. Con el otro navío prosiguió su ruta; pero no hizo cosa que de contar sea, que yo sepa, aunque navegó y estuvo mucho tiempo sin que de él se supiese. La nave de los amotinados tuvo a la vuelta tiempo contrario y falta de agua; y así, le fue forzoso, aunque no quisieran los que dentro venían, surgir en una bahía que llaman de Banderas, donde los naturales estaban en armas por algunos tratamientos no buenos que los de Nuño de Guzmán les habían hecho. Tomaron los nuestros tierra, y sobre tomar agua riñeron. Los contrarios eran muchos, y mataron a todos los españoles de la nao, pues no escaparon más que dos solamente. Cortés, en cuanto lo supo, se fue a Tecoantepec, villa suya, que esta en México a ciento veinte leguas. Preparó dos navíos que sus oficiales acababan de hacer, los abasteció muy cumplidamente, y envió como capitán de uno a Diego Becerra de Mendoza, natural de Mérida, y por piloto a Fortún Jiménez, vizcaíno; y del otro a Hernando de Grijalva, y piloto a un portugués que se decía Acosta; creo que partieron año y medio después que Diego Hurtado. Iban con tres finalidades: a vengar los muertos, a buscar y socorrer a los vivos, y a saber el secreto y término de aquella costa. Estas dos naos se perdieron una de otra la primera noche que se hicieron a la vela, y nunca más se vieron. Fortún Jiménez se concertó con muchos vizcaínos, así marineros como hombres de tierra, y mató a Diego Becerra estando durmiendo. Debió de ser que riñeron, e hirió malamente a algunos otros. Arribó con la nao a Motín. Tomó agua, y fue de allí a dar en la bahía de Santa Cruz. Saltó a tierra, y le mataron los indios con otros veinte españoles. Con estas nuevas fueron dos marineros a Chiametlan de Jalisco en el batel, y dijeron a Nuño de Guzmán que habían hallado mucha muestra de perlas. Él fue allá, preparó aquella nao, y envió gente en ella a buscar las perlas. Hernando de Grijalva anduvo trescientas leguas por el noroeste sin ver tierra; y por eso echó luego al mar a ver si hallaría islas, y tropezó con una, que llamó Santo Tomas, porque tal día la descubrió. Estaba, según él dijo, despoblada y sin agua por la parte que entró. Está a veinte grados. Tiene muy hermosas arboledas y frescura, muchas palomas, perdices, halcones y otras aves. En esto pararon aquellas cuatro naos que Cortés envió a descubrir.
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Cómo envió Cortés naos a buscar la Especiería Mandaba el Emperador a Cortés por la carta, hecha en Granada a 20 de junio de 1526, que enviase los navíos que tenía en Zacatula a buscar la nao Trinidad y a fray García de Loaisa, comendador de San Juan, que había ido al Maluco y a Caboxo, y a descubrir camino para ir a las islas de la Especiería desde Nueva España por el mar del Sur, según él se lo había prometido en sus cartas, diciendo que enviaría o iría, si su majestad fuese servida, con tal armada que compitiese con cualquier potencia de príncipe, aunque fuese del rey de Portugal, que en aquellas islas hubiese, y que las ganaría, no sólo para rescatar en ellas las especias y otras mercaderías ricas que tienen, mas aun para cogerlas y traerlas por suyas propias; y que haría fortalezas y pueblos de cristianos que sojuzgasen todas aquellas islas y tierras que caen en su real conquista, conforme a la demarcación, como eran Gilolo, Borney, entrambas Javas, Zamotra, Malaca y toda la costa de la China; con tanto, que le concediese ciertos capítulos y mercedes. Así que, habiéndose Cortés ofrecido a esto, y queriéndolo el Emperador, y no teniendo otra guerra ni cosa en que ocuparse, determina enviar tres navíos a las Molucas, y hacer camino allá una vez para cumplir después su palabra, y también porque aportó a Ciuatlan Hortunio de Alango, de Portugalete, con un patache que fue con la armada del mencionado Loaisa, estando malo Marcos de Aguilar, por sobra de muchos vientos, o por falta de no saber la navegación de Tidore. Echó, pues, al agua, tres navíos. En la nao capitana, llamada Florida, metió cincuenta españoles; en otra, que nombraron Santiago, cuarenta y cinco, con el capitán Luis de Cárdenas, de Córdoba, y en un bergantín, quince, con el capitán Pedro de Fuentes, de Jerez de la Frontera. Las armó de treinta tiros. Las abasteció de provisión en abundancia, como para tan largo y no conocido viaje se requería, y de muchas cosas de rescate. Hizo capitán de ellas a Álvaro de Saavedra Cerón, pariente suyo, el cual partió del puerto de Ciuatlanejo, el día o la víspera de Todos los Santos del año 1527. Anduvo dos mil leguas, según la cuenta de los pilotos, aunque por recta navegación hay mil quinientas. Llegó solamente con su nao capitana; que las otras el viento las esparció de la conserva a unas muchas islas, que por ser tal día cuando llegaron, las llamaron de los Reyes; las cuales están poco más o menos a once grados en este lado de la Equinoccial. Son los hombres crecidos de cuerpo, cariluengos, morenos, muy bien barbados. Llevan cabellos largos, usan cañas por lanzas, hacen esteras muy primorosas de palma, que de lejos parecen oro, cobijan sus vergüenzas con bragas de lo mismo, pues en lo demás andan desnudos; tienen navíos grandes. Desde aquellas islas de los Reyes fue a Mindanao y Bizaya, otras islas que están a ocho grados, y que son ricas de oro, puercos, gallinas y pan de arroz. Las mujeres, hermosas; ellos, blancos. Andan todos en cabello largo. Tienen alfanjes de hierro, tiros de pólvora, flechas muy largas y cerbatanas, en que tiran con hierba; coseletes de algodón, corazas de escamas de peces. Son guerreros, confirman la paz con beber sangre del nuevo amigo, y aun sacrifican hombres a su dios Anito. Llevan los reyes coronas en la cabeza, como aquí; y el que entonces allí reinaba se llamaba Catonao; el cual mató a don Jorge Manrique y a su hermano don Diego y a otros. De allí se escapó a la nave de Álvaro de Saavedra, Sebastián del Puerto, portugués, casado en la Coruña, que había ido con Loaisa. Sirvió de faraute, y dijo que su amo le llevó a Cebut, donde supo que habían llevado de allí ocho castellanos de Magallanes a vender a la China, y que aún había otros. En fin, contó todo aquel viaje. También rescató Saavedra otros dos españoles del mismo Loaisa, en otra isla que llaman Candiga, por setenta castellanos en oro; en la cual hizo paces con el señor, bebiendo y dando a beber sangre del brazo, que tal es la costumbre de por allí, cual entre escitas. Pasó por Terrenate, donde los portugueses tenían una fortaleza, y llegó a Gilolo, donde estaba Fernando de la Torre, natural de Burgos, como capitán de ciento veinte españoles de Loaisa, y alcaide de un castillo. Allí preparó Álvaro de Saavedra su nao, tomó vituallas y todo el matalotaje que le faltaba, y veinte quintales de clavo de lo del Emperador, que le dio Fernando de la Torre. Y partió el 3 de junio de 1528. Anduvo mucho tiempo de acá para allá. Tocó en las islas de los Ladrones, y en unas con gente negra y crespa, y en otras con gente blanca, barbada y con los brazos pintados, en tan poca distancia de lugar, que se asombró mucho. Le fue forzoso volver a Tidore, donde estuvo muchos días. Partió de allí para Nueva España a 8 días de mayo de 1529, y murió navegando, el 19 de octubre de aquel mismo año. Por cuya muerte, y por falta de hombres y aires, se volvió la nave a Tidore con sólo dieciocho personas, de cincuenta que sacó de Ciuatlanejo; y como ya Fernando de la Torre había perdido su castillo, se fueron aquellos dieciocho españoles a Malaca, donde los prendió don Jorge de Castro, y los tuvo presos dos años, y allí se murieron diez de ellos; que así tratan los portugueses a los castellanos. De manera que no quedaron más que ocho. En esto paró la armada que Hernán Cortés envió a la Especiería.