Cómo puso el Emperador Audiencia en México Estaba en España Pánfilo de Narváez, y negociaba la conquista del río de las Palmas y la Florida, donde al fin murió; y a vueltas no hacía otra cosa que dar quejas de Cortés en la corte, y hasta al mismo Emperador le dio un memorial que contenía muchos capítulos, y entre ellos uno que afirmaba que Cortés tenía tantas barras de oro y plata como Vizcaya de hierro, y se ofreció a probarlo; y aunque no era cierto, era sospecha. Insistía en que le castigasen, diciendo que le sacó un ojo, y que mató con hierbas al licenciado Luis Ponce de León, como había hecho a Francisco de Garay, y por sus muchas peticiones se trataba de enviar a México a don Pedro de la Cueva, hombre feroz y severo, que era mayordomo del Rey, y después fue general de la artillería y comendador mayor de Alcántara, para que si aquello era verdad le degollase. Pero como llegaron a la sazón cartas de Cortés, hechas en México el 3 de septiembre de 1526, y los testimonios del doctor Ojeda y del licenciado Pero López, médicos, que curaron a Luis Ponce, no se efectuó; y cuando Cortés vino a Castilla, se reía mucho con don Pedro de la Cueva sobre esto, diciendo: "A luengas vías luengas mentiras". El Emperador y todo su Consejo de Indias hizo chancillería en México, adonde recurriesen con pleitos y negocios todos los de Nueva España; y por quitar y castigar los bandos entre españoles y para tomar residencia a Cortés, que se quería satisfacer de sus servicios y culpas, y también para visitar a los oficiales y tesorería real. Mandó a Nuño de Guzmán, gobernador de Pánuco, ir como presidente y gobernador, con cuatro licenciados por oidores. Nuño de Guzmán fue a México entonces el año 29. Comenzó en seguida a ocuparse en negocios con el licenciado Juan Ortiz de Matienzo, y Delgadillo; pues los otros murieron. E hizo una terrible residencia y condena contra Cortés; y como estaba ausente, le metía la lanza hasta el regatón. Hicieron almoneda de todos sus bienes a menos precio, le llamaron por pregones, le encartaron, y si allí hubiese estado, corriera riesgo de la vida; aunque barba a barba honra se cata, y es corriente embravecerse los jueces contra el ausente. Pero aquellos creo que le fatigaran, porque persiguieron tanto a sus enemigos, que ni aun a andar por las calles se atrevían; y así, prendieron a Pedro de Albarado, recién llegado de España, solamente porque hablaba en favor de Cortés, y achacándole la rebelión de México cuando vino Narváez. Prendió también a Alonso de Estrada y a otros muchos, haciéndoles manifiestos agravios. En breve tiempo tuvo el Emperador más quejas de Nuño de Guzmán y sus oidores que de todos los pasados, y así, le quitó el cargo el año 30. Y no sólo se probó su injusticia y pasión en México, más aún en la corte, y en muchos lugares de España lo probó el licenciado Francisco Núñez con personas que de allá entonces vinieron. Y después pronunciaron los oidores y presidentes que fueron tras ellos, por parciales y enemigos de Cortés a Nuño de Guzmán y licenciados Matienzo y Delgadillo, y los condenó la Audiencia a que le pagasen lo que le malvendieron. Viendo Nuño de Guzmán que le quitaban de la presidencia, temió y se fue contra los teuchichimecas en demanda de Culoacan, que según algunos, es de donde vinieron los mexicanos. Llevó quinientos españoles, la mayoría de ellos a caballo. Unos presos, otros contra su voluntad; y los que iban de grado eran novicios en la tierra, y casi todos los que con él pasaron. En Michuacan prendió al rey Cazoncin, amigo de Cortés, servidor de los españoles y vasallo del Emperador, y que estaba en paz. Y le sacó, según fama, diez mil marcos de plata y mucho oro. Y después le quemó con otros muchos caballeros y hombres principales de aquel reino, para que no se quejasen; que perro muerto no muerde. Cogió seis mil indios para carga y servicio de su ejército. Comenzó la guerra, y conquistó Jalisco, que llaman Nueva Galicia, como en otro lado dije. Estuvo Nuño de Guzmán en Jalisco hasta que el virrey don Antonio de Mendoza y la chancillería de México le hizo prender y traer a España a dar cuenta de sí; y nunca más le dejaron volver allá. Si Nuño de Guzmán fuera tan gobernador como caballero, habría tenido el mejor lugar de Indias; empero se llevó mal con los indios y con los españoles. El mismo año 1530, que salió de México Nuño de Guzmán, fue allá por presidente y a visitar y reformar la Audiencia, ciudad y tierra, Sebastián Ramírez de Fuenleal, natural de Villaescusa, que era obispo y presidente de la isla de Santo Domingo. Le dieron por oidores a los licenciados Juan de Salmerón, de Madrid; Vasco Quiroga, de Madrigal; Francisco Reinos, de Zamora, y Alonso Maldonado, de Salamanca; los cuales rigieron con justicia la tierra. Poblaron la ciudad de los ángeles, que los indios llaman Cuetlaxcoapan, que quiere decir culebra en agua, y por otro nombre Vicilapan, que significa pájaro en agua. Y esto a causa de dos fuentes que tiene, una de agua mala y otra de buena. Está a veinte leguas de México, y en el camino de Veracruz. El obispo comenzó a poner a los indios en libertad, y por eso muchos españoles de los pobladores dejaban la tierra y se iban a buscar la vida a Jalisco, Honduras, Cuahutemallan y otras partes en donde había guerras y entradas.
Busqueda de contenidos
contexto
Cómo rogó Moctezuma a Cortés que se fuera de México En tres cosas empleaba Cortés el pensamiento, cuando se vio rico y pujante. Una era enviar a Santo Domingo y otras islas, dinero y noticias de la tierra y su prosperidad, para traer gente, armas y caballos, pues los suyos eran pocos para tan gran reino. La otra era tomar todo el estado de Moctezuma, pues lo tenía a él preso, y tenía a su devoción a los de Tlaxcallan, a Coatelicamatlh y a Tunchintlec, y sabía que los de Pánuco y Tecoantepec, y los de Michuacan eran muy enemigos de los mexicanos y le ayudarían si le fuese menester. Era la tercera hacer cristianos a todos aquellos indios; lo cual comenzó en seguida como mejor y más principal. Pues aunque no asoló los ídolos por las causas ya dichas, prohibió matar hombres en sacrificio, puso cruces e imágenes de nuestra Señora y de otros santos por los templos, y hacía a los clérigos y frailes que dijesen misa cada día, y bautizasen; aunque pocos se bautizaron, o porque los indios tenían mucho apego a su envejecida religión, o porque los nuestros atendían a otras cosas, esperando para esto tiempo que fuese mejor. Él oía misa todos los días y mandaba que todos los españoles la oyesen también, pues siempre se celebraba en casa. Mas relegáronse por entonces estos pensamiento suyos, porque Moctezuma volvía la hoja, o al menos quiso, y porque vino Pánfilo de Narváez contra él, y porque tras esto le echaron los indios de México. Todas estas cosas, que son muy notables, las contaremos por su orden. La vuelta de Moctezuma, como algunos quieren, fue decir a Cortés que se fuese de su tierra si no quería que le matasen con los demás españoles. Tres razones o causas le movieron a ello, de las cuales dos de ellas eran públicas. Una fue el combate grande y continuo que los suyos le daban constantemente a que saliese de prisión, y echase de allí a los españoles o los matase, diciendo que era grande afrenta y mengua suya y de todos ellos, estar así preso y abatido y que los mandasen a coces aquellos poquitos extranjeros, que les quitaban la honra y robaban la hacienda, cosechando todo el oro y riqueza de los pueblos y señores para sí y para su rey, que debía de ser pobre; y que si él quería, bien; si no, aunque no quisiese, que puesto que no quería ser su señor, tampoco ellos sus vasallos; y que no esperase mejor fin que Coalpopoca y Cacama, su sobrino, aunque mejores palabras y halagos le hiciesen. Otra fue que el diablo, como se le aparecía, puso muchas veces en el corazón a Moctezuma que matase a los españoles o los echase de allí, diciendo que si no lo hacía, se iría, y no le hablaría más, por cuanto le atormentaban y causaban enojo las misas, el Evangelio, la cruz y el bautismo de los cristianos. Él le decía que no estaba bien matarlos siendo sus amigos y hombres de bien; pero que les rogaría que se fuesen, y si no quisiesen, entonces los mataría. A esto replicó el diablo que lo hiciese así, y que le haría grandísimo placer; que, o se tenía que ir él o los españoles, pues sembraban la fe cristiana, muy contraria religión a la suya, pues no se compadecían juntas entrambas. La tercera razón, y que no se publicaba, era, según sospecha de muchos, que como los hombres son mudables y nunca permanecen en un ser y voluntad, así Moctezuma se arrepintió de lo que había hecho, y sentía la prisión de Cacamacín, al que algún tiempo quiso mucho, y que a falta de sus hijos, le había de heredar, y porque reconocía ser como le decían los suyos, y porque le dijo el diablo que no podía hacer mayor servicio, ni sacrificio más agradable a los dioses, que matar y echar de su tierra a los cristianos; y echándolos, que ni se acabaría en él la casta de los reyes de Culúa, antes bien se alargaría, ni dejarían de reinar sus hijos tras él; y que no creyese en agüeros, pues había ya pasado el octavo año, y andaba en el decimooctavo de su reinado. Por estas causas, pues, o por ventura por otras que no sabemos, Moctezuma preparó cien mil hombres tan secretamente, que Cortés no lo supo, para que si los españoles no se iban diciéndoselo, los prendiesen y matasen. Así que, con esto, determinó hablar a Cortés. Y una día salió disimuladamente al patio con muchos de sus caballeros, a quien debía dar parte, y envió a llamar a Cortés. Cortés dijo: "No me agrada esta novedad; quiera Dios sea para bien", Tomó doce españoles, los que más a mano halló, y fue a ver qué le quería o para qué le llamaba, cosa que no solía hacer. Moctezuma se levantó a él, lo cogió de la mano, lo metió en una sala, mandó traer asientos para ambos, y le dijo: "Os ruego que os vayáis de esta mi ciudad y tierra, pues mis dioses están conmigo muy enojados porque os tengo aquí; pedidme lo que quisiereis, y dároslo he, porque os amo mucho; y no penséis que os digo esto burlando, sino muy de veras. Por lo demás, cumple que así se haga en todo caso". Cortés cayó en seguida en la cuenta, pues no le pareció que le recibía con el talante de otras veces, puesto que usó con él todas aquellas ceremonias y buena crianza; y antes de que el faraute acabase de declararle la voluntad de Moctezuma, dijo a un español de los doce que fuese a avisar a los compañeros que se aparejasen, por cuanto se trataba con él de sus vidas. Entonces se acordaron los nuestros de lo que les habían dicho en Tlaxcallan, y todos vieron que era menester gracia de Dios y buen corazón para salir de aquella afrenta. Cuando acabó el intérprete, respondió Cortés: "He entendido lo que decía, y os lo agradezco mucho; ved cuándo mandáis que nos vayamos, y así se hará". Replicó Moctezuma: "No quiero que os vayáis sino cuando quisiereis, y tomad el término que os parezca, que para entonces os daré a vos dos cargas de oro, y una a cada uno de los vuestros". Entonces le dijo Cortés: "Ya, señor, sabéis cómo eché al través mis naos en cuanto llegamos a vuestra tierra; por tanto, quería que llamaseis a vuestros carpinteros para cortar y labrar madera, que yo tengo quien haga las naos; y hechas, nos iremos, si nos dais lo que habéis prometido, y decidlo así a vuestros dioses y vuestros vasallos". Gran contento mostró entonces Moctezuma, y dijo: "Sea así". Y luego hizo llamar a muchos carpinteros; fueron a unos pinares, cortaron muchos y grandes árboles y comenzaron a labrarlos. Moctezuma, que no debía ser muy malicioso, lo creyó; sin embargo, Cortés habló con sus españoles, y dijo a los que enviaba: "Moctezuma quiere que nos vayamos de aquí porque sus vasallos y el diablo le andan al oído; cumple que se hagan navíos; id con estos indios por vuestra fe, y córtese harta madera, que entre tanto, Dios nuestro Señor, cuyo negocio tratamos, proveerá de gente, socorro y remedio para que no perdamos esta buena tierra; y conviene mucho que pongáis la mayor dilación posible, pareciendo que hacéis algo, no sospechen ésos mal, para que así los engañemos y hagamos acá lo que nos cumple. Vais con Dios, y avisadme siempre cómo estáis allí y qué hacen o dicen ésos".
contexto
Cómo salió Cortés de México contra Cristóbal de Olid No descansaba Cortés ni cesaba de mostrar con palabras el enojo que dentro del pecho tenía de Cristóbal de Olid, por haberse alzado siendo su hechura y amigo, ni se confiaba de la diligencia de Francisco de las Casas, porque Olid tenía muchos amigos; así que determinó ir allá. Apercibe a sus amigos, adereza su partida y publica su determinación. Los oficiales del Rey le rogaron que dejase aquel viaje, pues importaba más la seguridad de México que la de Higueras, y no diese ocasión a que con su ausencia se rebelasen los indios y matasen a los pocos españoles que quedaban; pues, según entendían, no estaban muy fuera de ello, porque siempre andaban llorando la muerte de sus padres, la prisión de sus señores y su cautiverio; y que perdiéndose México, se perdía toda la tierra; y que más le temían y acataban a él solo que a todos juntos; y que a Cristóbal de Olid, o el tiempo o Francisco de las Casas o el Emperador lo castigaría. Además de esto, le dijeron que era un camino muy largo, trabajoso y sin provecho, y que ir era mover guerra civil entre españoles. Cortés respondía que dejar sin castigo a aquél, era dar a otros ruines causa de hacer otro tanto; lo cual él temía mucho, por haber muchos capitanes por la Nueva España desparramados, que por ventura se le desacatarían, tomando ejemplo de Cristóbal de Olid, y que harían excesos en la tierra, por donde se rebelase todo, y no bastase después él ni ellos ni nadie a recobrarla. Ellos entonces le requirieron de parte del Emperador que no fuese, y él prometió que no iría más que a Coazacoalco y otras provincias por allí rebeladas; y con tanto, se eximió de los ruegos y requerimientos, y preparó su partida, aunque con mucho seso; porque, como de él pendían todos los negocios, y el bien o mal de la tierra, tuvo bien qué pensar y qué proveer. Ordenó muchas cosas tocantes a su gobernación; mandó que la conversión de los indios se continuase y con todo el calor posible y necesario; escribió a los concejos y encomenderos que derribasen todos los ídolos; dio repartimientos a los oficiales del Rey y a otros muchos, por no dejar a nadie descontento; dejó por sus tenientes de gobernadores a Alonso de Estrada, tesorero, y al contador Rodrigo de Albornoz, que le parecieron hombres para ello; y al licenciado Alonso Zuazo para las cosas de justicia; y para que Gonzalo de Salazar y Peralmíndez Chirino no se resintiesen de aquello, los llevó consigo. Dejó a Francisco de Solís como capitán de la artillería y alcaide de las atarazanas, y muy bien proveídos los bergantines, y muchas armas y municiones, por si algo aconteciese. Decidió llevar con él a todos los señores y principales de México y Culúa que podían alterar la tierra y causar algún bullicio en su ausencia, y entre ellos estaban el rey Cuahutimoccín; Couanacochcín, señor que fue de Tezcuco; Tetepanquezatl, señor de Tlacopan; Oquici, señor de Azcapuzalco; Xihuacoa, Tlacatlec y Mexicalcinco, hombres muy poderosos para cualquier revolución, estando presentes. Ordenado, pues, todo esto, partió Cortés de México por octubre del año 1524, pensando que todo se haría bien; pero todo se hizo mal, excepto la conversión de indios, que fue grandísima y bien hecha, según después largamente diremos.
contexto
Cómo salió Moctezuma a recibir a Cortés De Iztacpalapan a México hay dos leguas por una calzada muy ancha, por la que holgadamente van ocho caballos por ella a la par, y tan recta como hecha por nivel, y quien tenía buena vista alcanzaba a ver las puertas de México. A ambos lados de ella están Mixicalcinco, que tiene cerca de cuatro mil casas, toda dentro del agua; Coloacan, de seis mil, y Vicilopuchtli, de cinco. Tienen estas ciudades muchos templos, con tantas torres, que las hermosean, y gran comercio de sal, porque allí la hacen y venden, o llevan fuera a ferias y mercados. Sacan agua de la laguna, que es salada, por arroyuelos a hoyos de tierra, y en ellos se cuaja; y así hacen pelotas y panes de sal, y también la cuecen, y es mejor, pero más embarazosa. Era gran renta para Moctezuma. En esta calzada hay, de trecho en trecho, puentes levadizos sobre los ojos por donde corre el agua de una a otra laguna. Por esta calzada fue Cortés con sus cuatrocientos compañeros, y otros seis mil indios amigos, de los pueblos que atrás pacificó. Apenas podía andar, con la apretura de la mucha gente que salía a ver a los españoles. Llegó cerca de la ciudad, donde se junta esta calzada con otra, y donde hay un baluarte y fuerte grande, de piedra, dos estados de alto, con dos torres a los lados, y en medio un pretil almenado y dos puertas; fuerza muy fuerte. Aquí salieron cuatro mil caballeros cortesanos y ciudadanos a recibirle, vestidos ricamente a su usanza, y todos de la misma manera. Cada uno, cuando llegaba Cortés, tocaba con su mano derecha en tierra, la besaba, se humillaba, y pasaba adelante por el orden en que venían. Tardaron una hora en esto, y fue cosa digna de mirar. Desde el baluarte sigue todavía la calzada, y tiene, antes de entrar en la calle, un puente levadizo de madera, de diez pasos de ancho, por el ojo del cual corre el agua y entra de uno en otro. Hasta este puente salió Moctezuma a recibir a Cortés, debajo de un palio de pluma verde y oro, con mucha argentería colgando, que llevaban cuatro señores sobre sus cabezas. Le llevaban del brazo Cueltlauac y Cacamacín, sobrinos suyos y grandes príncipes. Venían los tres ataviados de una manera riquísima, excepto que el señor llevaba unos zapatos de oro y piedras engastadas, que solamente eran las suelas prendidas con correas, como se pintan a lo antiguo. Andaban criados suyos de dos en dos, poniendo y quitando mantas por el suelo, para que no pisase en la tierra. Seguían luego doscientos señores como en procesión, todos calzados, y con ropa de más rica librea que los tres mil primeros. Moctezuma venía por en medio de la calle, y estos otros detrás y arrimados cuanto podían a las paredes, con los ojos en tierra, para no mirarle a la cara, que es desacato. Cortés se apeó del caballo, y cuando se juntaron, le fue a abrazar según nuestra costumbre. Los que le llevaban del brazo le detuvieron, para que no llegase hasta él, pues era pecado tocarle; saludáronse, sin embargo, y Cortés le echó entonces al cuello un collar de margaritas y diamantes y otras piezas de vidrio. Moctezuma se fue adelante con uno de los sobrinos, y mandó al otro que llevase de la mano a Cortés inmediatamente detrás de él y por en medio de la calle. Al comenzar a marchar llegaron los de la librea uno a uno, a hablarle y darle el parabién de su llegada, y tocando la tierra con la mano pasaban y se volvían en orden a su sitio. No hubiesen acabado aquel día si todos los de la ciudad les hubieran, como querían, saludado; mas como el rey iba delante, volvían todos la cara a la pared, y no se atrevían a llegar a Cortés. A Moctezuma le gustó el collar de vidrio, y por no tomar sin dar mejor, como gran príncipe, mandó entonces traer dos collares de camarones encarnados, gruesos como caracoles, y que allí aprecian mucho, y de cada uno de ellos colgaban ocho camarones de oro, de labor perfectísima, y de a jeme cada uno, y se los puso al cuello con sus propias manos, que tuvieron como grandísimo favor, y se sorprendieron de ello. Ya en esto acababan de pasar por la calle, que tiene un tercio de legua, ancha, recta y muy hermosa, y llena de casas por ambas aceras; en cuyas puertas, ventanas y azoteas había tanta gente para ver a los españoles, que no sé quién se maravillaba más, si los nuestros de ver tanta muchedumbre de hombres y mujeres que aquella ciudad tenía, o ellos de la artillería, caballos, barbas y traje de hombres que nunca vieran. Llegaron, pues, a un patio grande, recamara de ídolos, que eran casas de Axaiaca. A la puerta tomó Moctezuma de la mano a Cortés y lo metió dentro de una gran sala; lo puso en un rico estrado, y le dijo: "En vuestra casa estáis; comed, descansad y haced placer; que luego torno". Tal como habéis oído fue el recibimiento que a Hernán Cortés hizo Moctezuma, rey poderosísimo, en su gran ciudad de México, a 8 días del mes de noviembre del año 1519 que Cristo nació.
contexto
Cómo se alzaron contra Cortés en México sus tenientes Alonso de Estrada y Rodrigo de Albornoz comenzaron en seguida, en saliendo Cortés de la ciudad, a tener puntillos y resabios sobre la precedencia y mando; y un día, estando en ayuntamiento, llegaron a echar mano a las espadas sobre poner un alguacil, y poco a poco llegaron a no hacer como debían su oficio. El cabildo lo escribió a Cortés por dos o tres veces; y como las cartas le cogían por el camino, no proveía de remedio, más que escribirles reprendiéndoles su yerro y desatino, y apercibiéndolos que si no se enmendaban y conformaban, les quitaría el cargo y los castigaría. Ellos ni aun por eso perdían sus pasiones, antes bien crecían las rencillas y el odio; pues Estrada, que presumía de hijo de rey, despreciaba a Albornoz, y Albornoz, como así era, presumía de tan honrado, y no se dejaba pisar. Perseverando, pues, ellos en su discordia, y avisando a Cortés la ciudad muy de prisa para que volviese a poner remedio a aquello y a apaciguar a los vecinos, así indios como españoles, que con el alboroto de aquellos dos estaban desasosegados, acordó, por no dejar su camino y empresa, de dar al factor Gonzalo de Salazar y al veedor Peralmíndez Chirino de úbeda igual poder que los otros tenían, para que, no afrentando a ninguno, gobernasen los cuatro. Les dio asimismo otro poder secreto para que ellos dos solos, juntamente con el licenciado Zuazo, fuesen gobernadores, revocando y suspendiendo a Alonso de Estrada y Rodrigo de Albornoz, si les parecía que convenía, y los castigasen si tenían culpa. De este poder secreto que Cortés les dio con buen fin, resultó gran odio y revueltas entre los oficiales del Rey, y nació una guerra civil, en la que murieron muchos españoles, y estuvo México a punto de perderse. Salazar y Chirino tomaron los poderes y ciertas instrucciones; se despidieron de Cortés en la villa del Espíritu Santo, aunque no en la gracia, y se volvieron a México. No procuraron gobernar juntamente con los otros, sino solos; hicieron su pesquisa e información contra ellos, y los prendieron. Enviaron preso al licenciado Alonso Zuazo, encima de una acémila y con grillos y cadena a Veracruz, para que allí le metiesen en una nao y le llevasen a Cuba a dar cuenta de cierta residencia; y tras esto, hicieron otras cosas peores que Estrada y Albornoz; y como si no hubiera rey ni Dios, así se portaban con todos los que no andaban a su labor; y pensando que Cortés no había de volver jamás a México, y por demasiada codicia, aunque publicaban ellos ser para servicio del Emperador, prendieron a Rodrigo de Paz, primo y mayordomo mayor de Cortés y alguacil mayor de México. Le dieron tormento muy cruelmente para que dijese del tesoro, y como no confesaba, pues no sabía de él ni lo había, le ahorcaron, y se apoderaron de las casas de Cortes, con la artillería armas, ropa y todas las demás cosas que dentro estaban: cosa que pareció muy mal a toda la ciudad. Por lo cual fueron después condenados a muerte, aunque no ejecutados, de los oidores y licenciados Juan de Salmerón, Quiroga, Ceinos y Maldonado, estando por presidente Sebastián Ramírez de Fuenleal, obispo de Santo Domingo, y por el Consejo de Indias de España; y mucho después los condenó la misma Audiencia de México, siendo virrey don Antonio de Mendoza, a pagar la artillería y todo lo demás que cogieron de casa de Cortés. Quedaron los buenos gobernadores con esto tan disolutos como absolutos; y estando las cosas así, se rebelaron los de Huaxacac y Zoatlan, y mataron cincuenta españoles y ocho o diez mil indios esclavos que cavaban en las minas. Fue allá Peralmíndez con doscientos españoles y ciento a caballo; y por la guerra que les dio, se refugiaron en cinco o seis peñones, y al cabo se recogieron en uno muy fuerte y grande, con toda su ropa y oro. Chirino los cercó, y estuvo sobre ellos cuarenta días; porque los del peñón tenían una gran sierpe de oro, muchas rodelas, collares, moscadores, piedras y otras ricas joyas; mas ellos una noche, sin que él los sintiese, se fueron con todo su tesoro. Gonzalo de Salazar se hizo pregonar en México públicamente y con trompetas por gobernador y capitán general de aquellas tierras de la Nueva España. Andando así las cosas, avisaron a Cortés para que viniese con el capitán Francisco de Medina, al cual mataron los de Xicalanco muy cruelmente, pues le hincaron muchas astillas de tea por el cuerpo, y lo quemaron poco a poco, haciéndole andar alrededor de un hoyo, que es ceremonia de hombre sacrificado; y mataron con él otros españoles e indios que le guiaban y servían. Fue tras Medina Diego de Ordás con gran prisa, por Cortés, y cuando supo la muerte que le dieron, se volvió; y para que no le tuviesen por cobarde, o pensando que hubiese muerto también en manos de indios, dijo que Cortés había muerto; que causó gran parte del mal. Con lo cual, y por malas nuevas que venían de muchos trabajos y peligros en que Cortés y los de su compañía andaban, lo creía casi toda la ciudad; y así, muchas mujeres hicieron exequias a sus maridos, y al mismo Cortés le hicieron también algunos parientes, amigos y criados suyos las honras como a muerto. Juana de Mansilla, mujer de Juan Valiente, dijo que Cortés estaba vivo; llegó a oídos de Gonzalo de Salazar, y la mandó azotar por las calles públicas y acostumbradas de la ciudad; dislate que no hiciera un ignorante; mas Cortés, cuando vino, restituyó a esta mujer en su honra, llevándola a las ancas por México y llamándola doña Juana; y en unas coplas que después hicieron, a imitación de las del Provincial, dijeron por allá que le habían sacado el don de las espaldas, como narices del brazo. Estaban a la sazón seis o siete naos de mercaderes en Medellín, que, a la fama de las riquezas de México, habían ido a vender sus mercaderías. Gonzalo de Salazar y todos los demás oficiales del Rey querían enviar en ellas dinero al Emperador, que era el toque de su negocio, y escribir al Consejo y a Cobos en derecho de su dedo; pero no faltó quien se lo contradijese, diciendo que no estaba bien aquello sin voluntad y cartas del gobernador Hernán Cortés. Llegó en esto Francisco de las Casas con Gil González de Ávila; y como era caballero, hombre altivo, animoso, y cuñado de Cortés, se opuso fuertemente contra ellos, y hasta los atropelló un día, maltratando a Rodrigo de Albornoz, y envió en seguida a quitar las áncoras y velas a las naos que estaban en Medellín para que no tuviesen en qué enviar a España relaciones, como él decía, falsas, mentirosas y perjudiciales; pero el factor Salazar, que era mañoso, lo prendió, juntamente con Gil González; procedió contra ellos por la muerte de Cristóbal de Olid, por la desobediencia y desacato que le tuvo por lo de las naos, y porque era gran Contraste para sus pensamientos. Los condenó a muerte, y si no hubiese sido por buenos rogadores, los hubiera degollado, aunque habían apelado para el Emperador. Todavía los envió presos a España, con el proceso y sentencia, en una nao de Juan Bono de Quexo. Envió asimismo doce mil Castellanos en barras y joyas de oro con Juan de la Peña, criado suyo; pero quiso la fortuna que se hundiese aquella carabela en la isla del Fayal, que es una de las Azores; y así se perdieron las cartas, procesos y escrituras, y se salvaron los hombres y el oro.
contexto
Cómo se aparece el diablo Hablaba el diablo con los sacerdotes, con los señores y con otros, pero no a todos. Ofrecían cuanto tenían al que se le aparecía; se les aparecía de mil maneras, y finalmente, conversaba con todos ellos muy a menudo y muy familiar, y los bobos tenían a mucho que los dioses conversasen con los hombres; y como no sabían que fuesen demonios, y oían de su boca muchas cosas antes de que aconteciesen, creían cuanto les decían; y como él se lo mandaba, le sacrificaban tantos hombres, y le llevaban pintado consigo de tal figura cual se les mostró la primera vez; le pintaban en las puertas, en los bancos y en cada parte de la casa; y como se les aparecía de mil trajes y formas, así lo pintaban de infinitas maneras, y algunas tan feas y espantosas, que se asombraban nuestros españoles; pero ellos no lo tenían por feo. Creyendo, pues, estos indios al diablo, habían llegado a la cumbre de la crueldad, bajo el pretexto de religiosos y devotos; y lo eran tanto, que antes de comenzar a comer, tomaban un poquito, y lo ofrecían a la tierra o al Sol; de lo que bebían, derramaban alguna gota para dios, como quien hace salva; si cogían grano, fruta o rosas, le quitaban alguna hojuela antes de olerla, para ofrenda; el que no guardaba estas y semejantes cosillas, no tenía a dios en su corazón, y como ellos dicen, era mal criado con los dioses.
contexto
Cómo se apoderó Cortés de Tezcuco El día de los inocentes partió Cortés de Tlaxcallan con sus españoles muy en orden. La salida fue digna de ver, porque salieron con él más de ochenta mil hombres, y la mayoría de ellos con armas y plumajes, que daban gran lustre al ejército; pero él no quiso llevarlos consigo todos, sino que esperasen hasta que fuesen hechos los bergantines y estar cercado México, y aun también por causa de las provisiones, pues tenía por dificultoso mantener tanta muchedumbre de gente por el camino y en tierra de enemigos. Todavía llevó veinte mil de ellos, más los que fueron menester para arrastrar la artillería y para llevar la comida y fardaje, y aquella noche fue a dormir a Tezmoluca, que está a seis leguas, y es lugar de Huexocinco, donde los señores de aquella provincia le acogieron muy bien. Al otro día durmió a cuatro leguas de allí, en tierra de México, y en una sierra que, si no fuera por la mucha leña, perecieran de frío los indios; y aun con ella, pasaron trabajo ellos y los españoles. En siendo de día comenzó a subir el puerto, y envió delante cuatro peones y cuatro de a caballo a descubrir, los cuales hallaron el camino lleno de árboles recién cortados y atravesados. Mas pensando que más adelante no estaría así, y por llevar buena relación anduvieron hasta que no pudieron pasar, y volvieron a decir cómo estaba el camino, cortado con muchos y gruesos pinos, cipreses y otros árboles, y que de ninguna manera podrían pasar los caballos por él. Cortés les preguntó si habían visto gente, y cuando dijeron que no, se adelantó con todos los de a caballo y con algunos españoles de a pie, y mandó a los demás que con todo el ejército y artillería caminasen de prisa, y que le siguiesen mil indios, con los cuales comenzó a quitar los árboles del camino; y como iban llegando los demás, iban apartando las ramas y troncos; y así, limpiaron y desembarazaron el camino, y pasó la artillería y caballos sin peligro ni daño, aunque con trabajo de todos, y ciertamente si los enemigos hubiesen estado allí no hubiesen pasado, y si pasaran, fuera con mucha pérdida de gente y caballos, por ser aquello fragoso, de muy espeso monte. Mas ellos, pensando que no iría por aquella parte nuestro ejército, se contentaron con cegar el camino y se pusieron en otros pasos más llanos, pues hay tres caminos para ir de Tlaxcallan a México, y Cortés escogió el más áspero, pensando lo que fue, o porque alguien le avisó de que los enemigos no estaban en él. En pasando aquel mal paso, descubrieron las lagunas y dieron gracias a Dios, prometiendo no volver atrás sin ganar primero a México o perder las vidas. Se detuvieron un rato para que todos fuesen juntos al bajar a lo llano y raso, porque ya los enemigos hacían muchas ahumadas, y comenzaban a darles gritos y llamar a toda la tierra, y habían llamado a los que guardaban los otros caminos, y querían cogerlos entre unos puentes que hay por allí; y así, se puso en ellos un buen escuadrón; mas Cortés les echó veinte de a caballo, que los alancearon y rompieron. Llegaron luego los demás españoles, y mataron algunos, desalojando el camino, y sin recibir daño llegaron a Cuahutepec, que es jurisdicción de Tezcuco, donde durmieron aquella noche. En el lugar no había nadie, pero cerca de él había más de cien mil hombres de guerra, y aun más, los de Culúa, que enviaban los señores de México y Tezcuco contra los nuestros; por lo cual Cortés hizo ronda y vela el primero con diez de a caballo. Avisó a su gente y estuvo alerta; pero los contrarios se estuvieron quietos. Al otro día por la mañana salió de allí para Tezcuco, que está a tres leguas, y no anduvo mucho cuando vinieron a él cuatro indios del pueblo, hombres principales, con una banderilla en una barra de oro de hasta cuatro marcos, que es señal de paz, y le dijeron que Coacnacoyoccín, su señor, los enviaba a rogarle que no hiciesen daño a su tierra, y a ofrecérsele, y a que se fuese con todo su ejército a aposentarse en la ciudad, que allí sería muy bien hospedado. Cortés se alegró de la embajada, aunque le pareció fingida. Saludó a uno de ellos, que lo conocía, y les respondió que no venía para hacer mal, sino bien, y que él recibiría y tendría por amigo al señor y a todos ellos con tal de que le devolviesen lo que habían cogido a cuarenta y cinco españoles y trescientos tlaxcaltecas que mataron hacía días, y que las muertes, puesto que no tenían remedio, las perdonaba. Ellos dijeron que Moctezuma los había mandado matar, y se había quedado con el despojo, y que la ciudad no era culpable de aquello; y con esto se volvieron. Cortés se fue a Cuahutichan y Huaxuta, que son como arrabales de Tezcuco, donde fueron él y todos los suyos bien provistos. Derribó los ídolos; se fue luego a la ciudad, y entró en unas grandes casas, donde cupieron todos los españoles y muchos de sus amigos; y como al entrar no había visto mujeres ni muchachos, sospechó de traición. Se preparó, y, mandó pregonar que nadie, bajo pena de la vida, saliese fuera. Comenzaron los españoles a repartir y preparar sus aposentos, y por la tarde subieron algunos de ellos a las azoteas a mirar la ciudad, que es tan grande como México, y vieron cómo la abandonaban los vecinos y se iban con sus hatos, unos camino de los montes, y otros por agua, que era cosa muy digna de ver el bullicio de veinte mil o más barquillas que andaban sacando gente y ropa. Quiso Cortés impedirlo; pero sobrevino la noche y no pudo, y hasta hubiese querido prender al señor, mas él fue el primero que se marchó a México. Cortés, entonces, llamó a muchos de Tezcuco, y les dijo que don Fernando era hijo de Nezaualpilcintli, su amado señor, y que le hacía su rey, pues Coanacoyoccín estaba con los enemigos, y había matado malamente a Cucuzca, su hermano y señor, por codicia de reinar y a persuasión de Cuahutimoccín, enemigo mortal de los españoles. Los de Tezcuco comenzaron a venir a ver a su nuevo señor y a poblar la ciudad, y en breve estuvo tan poblada como antes; y como no recibían daño de los españoles, servían en cuanto les era mandado; y el tal don Fernando fue siempre amigo de los españoles. Aprendió nuestra legua; tomó aquel nombre por Cortés, que fue su padrino de pila. De allí a pocos días vinieron los de Cuahutichan, Huaxuta y Autenco a darse, pidiendo perdón si en algo habían errado. Cortés los recibió, perdonó y acabó con ellos que se volviesen a sus casas con hijos, mujeres y haciendas, pues también ellos se habían ido a la sierra y a México. Cuahutimoc, Coanacoyo y los demás señores de Culúa enviaron a reñir y reprender a estos tres pueblos porque se habían dado a los cristianos. Ellos prendieron y trajeron los mensajeros a Cortés, y él se informó por ellos de las cosas de México, y los envió a rogar a sus señores con la paz y amistad; mas poco le aprovechó, pues estaban muy decididos a la guerra. Anduvieron entonces algunos amigos de Diego Velázquez amotinando a la gente para volverse a Cuba y deshacer a Cortés. Él lo supo, los prendió y tomó sus dichos. Por la confesión que hicieron condenó a muerte a Antonio de Villasaña, natural de Zamora, por amotinador, y ejecutó la sentencia. Con lo cual cesó el castigo y el motín.
contexto
Cómo se casó Cortés Murió Doña Catalina Suárez sin hijos; y como en Castilla se supo, trataron muchos de casar a Cortés, que tenía mucha fama y hacienda. Don Álvaro de Zúñiga, duque de Béjar, trató con mucho calor de casarle; y así, le casó con doña Juana de Zúñiga, sobrina suya e hija del conde de Aguilar, don Carlos Arellano, por los poderes que tuvo Martín Cortés. Era doña Juana hermosa mujer, y el conde don Alonso y sus hermanos muy valerosos y favorecidos del Emperador; por lo cual, como colmaba la nobleza y antigüedad de aquel linaje, se tuvo por bien casado y emparentado. Traía Cortés cinco esmeraldas, entre otras que consiguió de los indios, finísimas, y que las tasaron en cien mil ducados. Una de ellas estaba labrada como rosa, la otra como corneta, otra era un pez con los ojos de oro, obra maravillosa de los indios; otra era como una campanilla, con una rica perla por debajo, y guarnecida de oro, con "Bendito quien te crió" por lema; la otra era una tacita con el pie de oro, y con cuatro cadenitas para tenerla, asidas en una perla larga por botón; tenía el bebedero de oro, y por letrero, Inter natos mulierum non surrexit major. Por esta sola pieza, que era la mejor, le daban unos genoveses, en la Rábida, cuarenta mil ducados, para revender al Gran Turco; pero no las hubiera dado él entonces por ningún precio; aunque después las perdió en Argel, cuando fue allá el Emperador, según lo contamos en las guerras de mar de nuestro tiempo. Le dijeron que la Emperatriz deseaba ver aquellas piezas, y que se las pediría y pagaría el Emperador; por lo cual las envió a su esposa con otras muchas cosas, antes de entrar en la corte, y así se excusó cuando le preguntaron por ellas. Las dio a su esposa por joyas, que fueron las mejores que nunca en España tuvo mujer alguna. Se casó, pues, con doña Juana de Zúñiga, y se volvió a México con ella y con título de marqués.
contexto
Cómo se dieron a Cortés los de Huacacholla matando a los de Culúa Estando Cortés en Segura, llegaron a él unos mensajeros del señor de Huacacholla secretamente a decirle que se le daría con todos sus vasallos si los libraba de la servidumbre de los de Culúa, que no sólo les comían sus haciendas, sino que les cogían sus mujeres y les hacían otras fuerzas y demasías; y que en la ciudad estaban aposentados los capitanes con muchos otros soldados, y por las aldeas y comarca. Y en Mexinca, que estaba cerca, habían otros treinta mil para defenderle la entrada a tierra de México, y si mandaba que fuese o enviase españoles, podría con su ayuda apoderarse de aquellos capitanes. Muchísimo se alegró Cortés con tal mensaje; y, ciertamente, era cosa para alegrarse, porque comenzaban a ganar tierra y reputación más de lo que pensaban poco antes los suyos. Alabó al Señor, honró a los mensajeros, les dio más de trescientos españoles, trece de a caballo, treinta mil tlaxcaltecas y de los otros indios amigos que tenía en su ejército, y los envió. Ellos fueron a Chololla, que está a ocho leguas de Segura, y luego, caminando por tierra de Huexocinco, dijo uno de allí a los españoles que iban vendidos; porque era trato doble entre Huacacholla y Huexocinco, llevados así para matarlos allí en su lugar, que era fuerte, por contentar a los de Culúa, con quienes estaban recién confederados y amigos. Andrés de Tapia Diego de Ordás y Cristóbal de Olid, que eran los capitanes: o por miedo, o por mejor entender el caso, prendieron a los mensajeros de Huacacholla y a los capitanes y personas principales de Huexocinco que iban con él, y se volvieron a Chololla, y desde allí enviaron los presos a Cortés con Domingo García de Alburquerque, y una carta en que le avisaban del asunto, y de cuán atemorizados quedaban todos. Cortés, cuando leyó la carta, habló y examinó a los prisioneros, y averiguó que sus capitanes habían entendido mal; porque, como estaba concertado que aquellos mensajeros tenían que meter a los nuestros sin ser sentidos en Huacacholla y matar a los de Culúa, entendieron que querían matar a los españoles, o aquel que se lo dijo les engañó. Soltó y dio satisfacciones a los capitanes y mensajeros, que estaban quejosos, y se fue con ellos, para que no aconteciese algún desastre en sus compañeros, y porque se lo rogaron. El primer día fue a Chololla, y el segundo a Huexocinco. Allí acordó con los mensajeros cómo y por dónde había de entrar en Huacacholla, y que los de la ciudad cerrasen las puertas del aposento de los capitanes, para que mejor y más pronto los prendiesen o matasen. Ellos partieron aquella noche, e hicieron lo prometido, pues engañaron a los centinelas, cercaron a los capitanes y pelearon con los demás. Cortés salió una hora antes de amanecer, y a las diez del día estaba ya sobre los enemigos, y poco antes de entrar en la ciudad salieron a él muchos vecinos con más de cuarenta prisioneros de Culúa, en señal de que habían cumplido su palabra, y lo llevaron a una gran casa donde estaban encerrados los capitanes, y peleando con tres mil del pueblo que los tenían cercados y en aprieto. Con su llegada cargaron unos y otros sobre ellos con tanta furia y muchedumbre, que ni él ni los españoles pudieron impedir que los matasen a casi todos. De los otros murieron muchos antes de que llegase Cortés, y cuando llegó, huyeron hacia los demás de su guarnición, pues ya venían treinta mil de ellos a socorrer a sus capitanes; los cuales llegaron a prender fuego a la ciudad al tiempo que los vecinos estaban ocupados y embelesados en combatir y matar enemigos. Cuando Cortés lo supo, salió a su encuentro con los españoles. Les rompió el cerco con los caballos, y los atrajo a una muy alta y grande cuesta; en la cual cuando acabaron de subir, ni ellos ni los nuestros se podían rodear. Y así, quedaron estancados dos caballos, y uno de ellos murió, y muchos de los enemigos cayeron al suelo, de puro cansados y sin herida ninguna, y se ahogaron de calor, y como luego sobrevinieron nuestros amigos, y comenzaron de refresco a pelear, en poco rato estaba el campo vacío de vivos y lleno de muertos. Tras esta matanza, los de Culúa abandonaron sus estancias, y los nuestros fueron allí y las quemaron y saquearon. Fue digno de ver el aparato y vituallas que en ellas tenían, y qué adornados estaban ellos con oro, plata y plumajes. Llevaban lanzas mayores que picas, pensando con ellas matar los caballos; y en verdad, si lo hubiesen sabido hacer, bien pudieran. Tuvo Cortés este día en campo más de cien mil hombres con armas, y tanto era de maravillar la brevedad con que se juntaron, cuanto la muchedumbre. Huacacholla es lugar de cinco mil y pico de vecinos. Está en un llano y entre dos ríos, que, con las muchas y hondas barrancas que tienen, hacen pocas entradas al lugar, y éstas tan malas, que apenas se puede subir a caballo. La cerca es de cal y canto, ancha, cuatro estados de alta, con su pretil para pelear, y solamente con cuatro puertas estrechas, largas y de tres vueltas de pared. Muchas piedras, por todas partes, para tirar; así que con poca defensa las hubiesen guardado los de Culúa, si hubiesen estado avisados. Por un lado tiene muchos cerros muy ásperos, y por el otro gran llanura y labranza. En el término y jurisdicción habrá otra tanta vecindad. Tres días estuvo Cortés en Huacacholla, y allí le enviaron algunos mensajeros de Ocopaxuin, que está a cuatro leguas y junto al volcán que llaman Popocatepec, a dársele, y a decir que su señor se había ido con los de Culúa, y le rogaban que tuviese a bien lo fuese un hermano suyo que le era muy aficionado y amigo de españoles. Él los recibió en nombre del Emperador, y les dejó tomar al que pedían por señor, y partió.
contexto
En las pinturas murales de las tumbas encontramos un amplio número de pasatiempos desarrollados por los antiguos egipcios. Entre los más apreciados por las clases elevadas estaba la caza tanto en los pantanos como en el desierto. La pesca también sería un pasatiempo apreciado entre estas clases. Los deportes como la lucha, el lanzamiento de lanzas o la gimnasia también eran muy populares al igual que el baile y la danza al son del tambor, del arpa, del oboe, de la trompeta, del laúd o de la lira, como nos atestiguan diversas imágenes. El baile y la música solían acompañar las frecuentes fiestas de las clases acomodadas en las que el vino se convertía en uno de los principales asistentes. En todas las clases sociales se jugaba al senet, todavía hoy practicado en Egipto, y a los "veinte cuadrados". La literatura también la podemos considerar un importante pasatiempo. Los que sabían leer utilizaban los rollos de papiro y los que no sabían escuchaban a los narradores.