Cómo Canec quemó los ídolos
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Cómo Canec quemó los ídolos De Izancanac, que es cabecera de Acalan, habían de ir nuestros españoles a Mazatlan, pueblo que también se llama de otra manera en otro lenguaje, mas no sé cómo se tiene que escribir; y aunque he procurado mucho informarme muy bien de los propios vocablos y nombres de los lugares que nuestro ejército pasó en este viaje de las Higueras, no estoy satisfecho del todo. Por tanto, si algunos no se pronuncian como deben, nadie se maraville, pues aquel camino no se pisa. Cortés, para que no le faltase provisión, hizo mochila para seis días, aunque no había de estar en el camino más que tres, o cuando mucho cuatro, escarmentado de la necesidad pasada. Envió delante cuatro españoles con dos guías que le dio Apoxpalon. Pasó la ciénaga y estero con el puente y canoas que aderezó aquel señor, y a cinco leguas de andar, volvieron los cuatro españoles diciendo que había buen camino y mucho pasto y labranzas; que fue buena nueva para todos, que iban hostigados de los malos caminos pasados. Envió otros corredores más sueltos a coger a algunos de la tierra para saber cómo tomaban la llegada de españoles; los cuales trajeron presos dos hombres de Acalan, mercaderes, según iban cargados de ropa para vender, y ellos dijeron que en Mazatlan no había memoria de tales hombres, y que el lugar estaba lleno de gente. Cortés dejó volver a los que traía de Izancanac, y llevó por guías aquellos dos mercaderes. Durmió aquella noche, como la pasada, en un monte.
Al otro día los españoles que descubrían tropezaron con cuatro hombres de Mazatlan, que estaban de escuchas, y tenían arcos y flechas, y que, cuando los vieron, desembrazaron sus arcos, hirieron un indio nuestro y se refugiaron en un monte. Corrieron tras ellos los españoles, y no pudieron coger sino a uno. Le entregaron a los indios, y prosiguieron el camino por ver si había más. Aquellos tres que se metieron en el monte, cuando vieron marchar a los españoles, cayeron sobre nuestros indios, que eran otros tantos, y por fuerza les quitaron el preso. Ellos, corridos de la afrenta, corrieron tras los otros, volvieron a pelear, hirieron a uno de Mazatlan, en un brazo, de una gran cuchillada, y le prendieron; los demás huyeron porque llegaba cerca el ejército. Este herido dijo que no sabían nada en su lugar de aquella gente barbuda, y que estaban allí por velas, como es su costumbre, para que sus enemigos, que tenían muchos por la comarca, no llegasen sin ser sentidos a asaltar el pueblo y las labranzas, y que no estaba lejos el lugar. Cortés aguijó por llegar allá aquella noche, mas no pudo. Durmió cerca de una ciénaga en una cabañuela, sin tener agua que beber. Al amanecer se preparo la ciénaga con ramas y mucha broza, y pasaron los caballos del diestro no con mucho trabajo, y a las tres leguas andadas llegaron a un lugar puesto sobre un peñón en mucho orden, pensando hallar resistencia; mas no la hubo, porque los moradores habían huido de miedo. Hallaron muchos gallipavos, miel, judías, maíz, y otras provisiones en gran cantidad.
Aquel lugar es fuerte por estar en gran risco; no tiene más que una puerta, pero llana la entrada; está rodeado por una parte de una laguna y por otra de un arroyo muy hondo que también entra en la laguna; tiene un foso bien profundo, y luego un pretil de madera hasta los pechos, y después una cerca de tablones y vigas, de dos estados de alto, en la cual hay muchas troneras para flechar, a trechos garitas que sobrepasan la cerca otro estado y medio, con muchas piedras y saetas, y hasta las casas son fuertes y tienen sus travesías y saeteras para tirar, que responden a las calles. Todo, en fin, era fuerte y bien ordenado para las armas que usan en aquella tierra, y tanto más se alegraron los nuestros, cuanto más fuerte era el lugar, porque lo abandonaron; mayormente que era frontera y tenía guarnición de soldados. Cortés envió uno de aquellos de Acalan a llamar al señor y a la gente. Vino el gobernador; dijo que el señor era un niño y tenía mucho miedo, y se fue con él hasta Tiac, que está a seis leguas de allí; pero ya cuando llegaron se habían ido los vecinos al monte, huyendo de temor. Era Tiac un pueblo mayor, pero no tan fuerte, por estar en llano. Tiene tres barrios cercados cada uno por sí, y otra cerca que los rodea a todos juntos. No pudo Cortés conseguir de los de allí que viniesen estando dentro su ejército, aunque le dieron vituallas y alguna ropa y un hombre que lo guiase, el cual dijo que había visto otros hombres barbudos y otros ciervos; así llaman por allí a los caballos.
Cuando tuvo Cortés tan buen guía, dio permiso y paga a los de Acalan, para que se fuesen a su tierra, y muchos saludos para Apoxpalon. De Tiac fue a dormir a Xucahuitl, que también era lugar fuerte y cercado como los demás, y estaba yermo de gente, pero lleno de mantenimiento. Allí se proveyó el ejército para cinco días que había de camino y despoblado, hasta Taica, según el nuevo guía. Cuatro noches hicieron en sierras; pasaron un mal puerto que se llamó de Alabastro, por ser todas las peñas y piedras de ello. Al quinto día llegaron a una gran laguna, en una isleta en la cual estaba una gran pueblo, que, según el guía dijo, era cabecera de aquella provincia de Taica y no se podía entrar en él sino por barca. Los corredores cogieron a un hombre de aquel lugar en una canoa, y hasta no le cogieron ellos, sino un perro de ayuda que llevaban; ese hombre dijo que en la ciudad no se sabía nada de semejantes hombres, y que si querían entrar allí, que fuesen a unas labranzas que estaban cerca de un brazo de la laguna, y podrían coger muchas barcas de los labradores. Cortés cogió doce ballesteros, y a pie siguió por donde le llevaba aquel hombre. Pasó un gran rato de aguacero hasta la rodilla y más arriba. Como tardó mucho en el mal camino, y no podía ir encubierto, le vieron los labradores y se metieron en sus canoas por la laguna adelante. Se asentó el campamento entre aquellos panes, y se fortificó lo mejor posible, porque le dijo el guía que los de aquella ciudad estaban muy ejercitados en la guerra y eran hombres a quien toda la comarca temía; y si quería, que él iría en aquella canoíta suya a la isleta, y entraría en el lugar y hablaría con Canec, señor de Taica, que ya de otras veces le conocía, y le diría su intención y venida, Cortés le dejó ir y llevar al dueño de la barquilla.
Fue, pues, y volvió a medianoche; pues, como hay dos leguas de distancia de la costa al pueblo y malos remos, no pudo antes. Trajo dos personas, a lo que mostraban honradas, las cuales dijeron venir de parte de Canec, su señor, a visitar al capitán de aquel ejército y a saber lo que quería. Cortés le habló alegremente; les dio un español que quedase en rehenes, para que viniese Canec al campamento. Ellos se alegraron infinito de mirar los caballos, el traje y barbas de nuestros españoles, y se fueron. Al otro día por la mañana vino el señor con treinta personas y seis canoas; trajo consigo al español, y ninguna demostración de miedo ni de guerra. Cortés lo recibió con mucho placer, y por hacerle fiesta y mostrarle cómo honraban los cristianos a su Dios, hizo cantar la misa con solemnidad, y tañer los menestriles, sacabuches y chirimías que llevaban. Canec oyó la música y canto con mucha atención, y miró muy bien en las ceremonias y servicio del altar, y a lo que mostraba se divirtió mucho, y alabó grandemente aquella música, cosa que nunca había oído. Los clérigos y frailes, al acabar el oficio divino, se llegaron a él; le hicieron acatamiento, y después con el faraute le predicaron. Respondió que de buen grado desharía sus ídolos, y que quería mucho saber y tener la manera cómo debía honrar y servir al Dios que le declaraban. Pidió una cruz para poner en su pueblo; replicaron que la cruz después se la darían, como hacían en cada sitio que llegaban, y que pronto le enviarían religiosos que lo adoctrinasen en la ley de Cristo, pues por entonces no podía ser.
Cortés, tras este sermón, te hizo otra breve plática sobre la grandeza del Emperador, y rogándole que fuese vasallo suyo, como lo eran los de México Tenuchtitlan. Él dijo que desde allí se daba por tal, y que hacia algunos años que los de Tabasco, como pasan por su tierra a las ferias, le habían dicho que llegaron a su pueblo algunos extranjeros como ellos, y que peleaban mucho porque los habían vencido en tres batallas. Cortés entonces le dijo que era él mismo el capitán de aquellos hombres que los de Tabasco decían, y para que creyese ser esto verdad, que se informase de los de allí. Con tanto, se acabaron las pláticas y se sentaron a comer. Canec hizo sacar de las canoas aves, peces, tortas, miel, fruta y oro, aunque poca cantidad, y unos sartales de caracoles coloradillos que estiman mucho. Cortés le dio una camisa, una gorra de terciopelo negro, y otras cosillas de hierro, como decir tijeras y cuchillos; y le preguntó si sabía algo de algunos españoles suyos que habían de estar no muy lejos de allí, en la costa de mar. Él dijo que tenía mucha noticia de ellos, porque muy cerca de donde andaban había unos vasallos suyos, y si quería, que le daría una persona que lo llevase allí sin errar el camino; pero que era áspero y malo de pasar, por las grandes montañas, y que si iba por mar, que no sería tan trabajoso. Cortés le agradeció las noticias y guía, y le dijo que no eran buenas aquellas barquillas para llevar caballos ni líos ni tanta gente, y por eso le era forzoso ir por tierra; que le diese medios para pasar aquella laguna. Canec dijo que a tres leguas de allí la desecharía, y entre tanto que el ejército la andaba, se fuese con él a la ciudad a ver su casa, y vería quemar los ídolos. Cortés se fue con él muy contra la voluntad de los compañeros, y llevó consigo veinte ballesteros. Osadía fue demasiada. Estuvo en aquel lugar con mucho regocijo de los vecinos, hasta la tarde. Vio arder muchos ídolos; tomó guía, encargó que curasen un caballo que dejaba en el campamento, cojo de una estaca que se metió por el pie, y se salió a dormir con el campo que ya había dado la vuelta a la laguna.
Al otro día los españoles que descubrían tropezaron con cuatro hombres de Mazatlan, que estaban de escuchas, y tenían arcos y flechas, y que, cuando los vieron, desembrazaron sus arcos, hirieron un indio nuestro y se refugiaron en un monte. Corrieron tras ellos los españoles, y no pudieron coger sino a uno. Le entregaron a los indios, y prosiguieron el camino por ver si había más. Aquellos tres que se metieron en el monte, cuando vieron marchar a los españoles, cayeron sobre nuestros indios, que eran otros tantos, y por fuerza les quitaron el preso. Ellos, corridos de la afrenta, corrieron tras los otros, volvieron a pelear, hirieron a uno de Mazatlan, en un brazo, de una gran cuchillada, y le prendieron; los demás huyeron porque llegaba cerca el ejército. Este herido dijo que no sabían nada en su lugar de aquella gente barbuda, y que estaban allí por velas, como es su costumbre, para que sus enemigos, que tenían muchos por la comarca, no llegasen sin ser sentidos a asaltar el pueblo y las labranzas, y que no estaba lejos el lugar. Cortés aguijó por llegar allá aquella noche, mas no pudo. Durmió cerca de una ciénaga en una cabañuela, sin tener agua que beber. Al amanecer se preparo la ciénaga con ramas y mucha broza, y pasaron los caballos del diestro no con mucho trabajo, y a las tres leguas andadas llegaron a un lugar puesto sobre un peñón en mucho orden, pensando hallar resistencia; mas no la hubo, porque los moradores habían huido de miedo. Hallaron muchos gallipavos, miel, judías, maíz, y otras provisiones en gran cantidad.
Aquel lugar es fuerte por estar en gran risco; no tiene más que una puerta, pero llana la entrada; está rodeado por una parte de una laguna y por otra de un arroyo muy hondo que también entra en la laguna; tiene un foso bien profundo, y luego un pretil de madera hasta los pechos, y después una cerca de tablones y vigas, de dos estados de alto, en la cual hay muchas troneras para flechar, a trechos garitas que sobrepasan la cerca otro estado y medio, con muchas piedras y saetas, y hasta las casas son fuertes y tienen sus travesías y saeteras para tirar, que responden a las calles. Todo, en fin, era fuerte y bien ordenado para las armas que usan en aquella tierra, y tanto más se alegraron los nuestros, cuanto más fuerte era el lugar, porque lo abandonaron; mayormente que era frontera y tenía guarnición de soldados. Cortés envió uno de aquellos de Acalan a llamar al señor y a la gente. Vino el gobernador; dijo que el señor era un niño y tenía mucho miedo, y se fue con él hasta Tiac, que está a seis leguas de allí; pero ya cuando llegaron se habían ido los vecinos al monte, huyendo de temor. Era Tiac un pueblo mayor, pero no tan fuerte, por estar en llano. Tiene tres barrios cercados cada uno por sí, y otra cerca que los rodea a todos juntos. No pudo Cortés conseguir de los de allí que viniesen estando dentro su ejército, aunque le dieron vituallas y alguna ropa y un hombre que lo guiase, el cual dijo que había visto otros hombres barbudos y otros ciervos; así llaman por allí a los caballos.
Cuando tuvo Cortés tan buen guía, dio permiso y paga a los de Acalan, para que se fuesen a su tierra, y muchos saludos para Apoxpalon. De Tiac fue a dormir a Xucahuitl, que también era lugar fuerte y cercado como los demás, y estaba yermo de gente, pero lleno de mantenimiento. Allí se proveyó el ejército para cinco días que había de camino y despoblado, hasta Taica, según el nuevo guía. Cuatro noches hicieron en sierras; pasaron un mal puerto que se llamó de Alabastro, por ser todas las peñas y piedras de ello. Al quinto día llegaron a una gran laguna, en una isleta en la cual estaba una gran pueblo, que, según el guía dijo, era cabecera de aquella provincia de Taica y no se podía entrar en él sino por barca. Los corredores cogieron a un hombre de aquel lugar en una canoa, y hasta no le cogieron ellos, sino un perro de ayuda que llevaban; ese hombre dijo que en la ciudad no se sabía nada de semejantes hombres, y que si querían entrar allí, que fuesen a unas labranzas que estaban cerca de un brazo de la laguna, y podrían coger muchas barcas de los labradores. Cortés cogió doce ballesteros, y a pie siguió por donde le llevaba aquel hombre. Pasó un gran rato de aguacero hasta la rodilla y más arriba. Como tardó mucho en el mal camino, y no podía ir encubierto, le vieron los labradores y se metieron en sus canoas por la laguna adelante. Se asentó el campamento entre aquellos panes, y se fortificó lo mejor posible, porque le dijo el guía que los de aquella ciudad estaban muy ejercitados en la guerra y eran hombres a quien toda la comarca temía; y si quería, que él iría en aquella canoíta suya a la isleta, y entraría en el lugar y hablaría con Canec, señor de Taica, que ya de otras veces le conocía, y le diría su intención y venida, Cortés le dejó ir y llevar al dueño de la barquilla.
Fue, pues, y volvió a medianoche; pues, como hay dos leguas de distancia de la costa al pueblo y malos remos, no pudo antes. Trajo dos personas, a lo que mostraban honradas, las cuales dijeron venir de parte de Canec, su señor, a visitar al capitán de aquel ejército y a saber lo que quería. Cortés le habló alegremente; les dio un español que quedase en rehenes, para que viniese Canec al campamento. Ellos se alegraron infinito de mirar los caballos, el traje y barbas de nuestros españoles, y se fueron. Al otro día por la mañana vino el señor con treinta personas y seis canoas; trajo consigo al español, y ninguna demostración de miedo ni de guerra. Cortés lo recibió con mucho placer, y por hacerle fiesta y mostrarle cómo honraban los cristianos a su Dios, hizo cantar la misa con solemnidad, y tañer los menestriles, sacabuches y chirimías que llevaban. Canec oyó la música y canto con mucha atención, y miró muy bien en las ceremonias y servicio del altar, y a lo que mostraba se divirtió mucho, y alabó grandemente aquella música, cosa que nunca había oído. Los clérigos y frailes, al acabar el oficio divino, se llegaron a él; le hicieron acatamiento, y después con el faraute le predicaron. Respondió que de buen grado desharía sus ídolos, y que quería mucho saber y tener la manera cómo debía honrar y servir al Dios que le declaraban. Pidió una cruz para poner en su pueblo; replicaron que la cruz después se la darían, como hacían en cada sitio que llegaban, y que pronto le enviarían religiosos que lo adoctrinasen en la ley de Cristo, pues por entonces no podía ser.
Cortés, tras este sermón, te hizo otra breve plática sobre la grandeza del Emperador, y rogándole que fuese vasallo suyo, como lo eran los de México Tenuchtitlan. Él dijo que desde allí se daba por tal, y que hacia algunos años que los de Tabasco, como pasan por su tierra a las ferias, le habían dicho que llegaron a su pueblo algunos extranjeros como ellos, y que peleaban mucho porque los habían vencido en tres batallas. Cortés entonces le dijo que era él mismo el capitán de aquellos hombres que los de Tabasco decían, y para que creyese ser esto verdad, que se informase de los de allí. Con tanto, se acabaron las pláticas y se sentaron a comer. Canec hizo sacar de las canoas aves, peces, tortas, miel, fruta y oro, aunque poca cantidad, y unos sartales de caracoles coloradillos que estiman mucho. Cortés le dio una camisa, una gorra de terciopelo negro, y otras cosillas de hierro, como decir tijeras y cuchillos; y le preguntó si sabía algo de algunos españoles suyos que habían de estar no muy lejos de allí, en la costa de mar. Él dijo que tenía mucha noticia de ellos, porque muy cerca de donde andaban había unos vasallos suyos, y si quería, que le daría una persona que lo llevase allí sin errar el camino; pero que era áspero y malo de pasar, por las grandes montañas, y que si iba por mar, que no sería tan trabajoso. Cortés le agradeció las noticias y guía, y le dijo que no eran buenas aquellas barquillas para llevar caballos ni líos ni tanta gente, y por eso le era forzoso ir por tierra; que le diese medios para pasar aquella laguna. Canec dijo que a tres leguas de allí la desecharía, y entre tanto que el ejército la andaba, se fuese con él a la ciudad a ver su casa, y vería quemar los ídolos. Cortés se fue con él muy contra la voluntad de los compañeros, y llevó consigo veinte ballesteros. Osadía fue demasiada. Estuvo en aquel lugar con mucho regocijo de los vecinos, hasta la tarde. Vio arder muchos ídolos; tomó guía, encargó que curasen un caballo que dejaba en el campamento, cojo de una estaca que se metió por el pie, y se salió a dormir con el campo que ya había dado la vuelta a la laguna.