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Los frescos del Fondaco dei Tedeschi fueron descubiertos tras la capa de enlucido blanco que los ocultaba en el año 1966. Desde ese momento se han intentado recuperar en la medida de lo posible, quedando impactantes restos tanto de la figura principal -la Justicia- como de la decoración monocroma que la acompañaba. Si bien todas las miradas se centraban en la grandiosa figura femenina que muestra su pecho y tiene a sus pies una cabeza, desbordando los límites del espacio pictórico, no dejan de ser tremendamente interesantes estas escenas en las que con un solo color el maestro veneciano sabe reflejar la intensidad dramática de la lucha, superando incluso a Giorgione, con cuyo estilo se muestra estrechamente vinculado. Pero Tiziano también presenta en estos trabajos una significativa dependencia de Mantegna, Pollaiolo y los pintores nórdicos.
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Acompañando a la Justicia en la decoración del Fondaco dei Tedeschi de Venecia pintó Tiziano un espectacular fresco monocromo en el que se produce el combate entre monstruos y gigantes. En esta obra se aprecia la asimilación del estilo de Giorgione pero también encontramos ecos de Mantegna, Pollaiolo y de los artistas nórdicos, manifestándose tremendamente expresivo a través del vigoroso realismo y de las dimensiones monumentales de su obra. Tritón con un amorcillo, Combate de amorcillo y monstruo y Escudos son sus compañeros.
contexto
Combate de Iztacpalapan Ocho días estuvo Cortés sin salir de Tezcuco, fortaleciendo la casa en que habitaba; que toda la ciudad, por ser grandísima, no podía, y abasteciéndose por si le cercasen los enemigos, y después, como no le acometían, tomó quince de a caballo, doscientos españoles, entre los que había diez escopetas y treinta ballestas, y unos cinco mil indios amigos, y se fue orilla adelante de la laguna a Iztacpalapan derecho, que está a cinco leguas de allí. Los de la ciudad fueron avisados por los de la guarnición de Culúa, con humos que hicieron desde las atalayas, de que iban sobre ellos españoles, y metieron su ropa y las mujeres y niños en las casas que están dentro del agua; enviaron gran flota de acalles, y salieron a unas dos leguas de camino muchos, y bien armados a su manera y hechos escuadrones. No pelearon de hecho, sino que se volvieron al pueblo escaramuzando, con el pensamiento de meter y matar allí a los enemigos. Los españoles se metieron a revueltas dentro, que era lo que querían, y pelearon fuertemente hasta echar los vecinos al agua, donde muchos de ellos se ahogaron; mas como son nadadores, y no les llegaba más que al pecho, y tenían muchas barcas que los recogían, no murieron tantos como se pensaba. Todavía mataron los de Tlaxcallan más de seis mil, y si la noche no los dispersara, hubiesen matado muchos más. Los españoles recogieron algún despojo, prendieron fuego a muchas casas y se dispusieron a alojarse; pero Cortés les mandó salir fuera a más andar, aunque era muy de noche, para que no se ahogasen, pues los de la ciudad habían abierto la calzada, y entraba tanta agua que lo cubría todo; y ciertamente, si aquella noche se hubiesen quedado allí, no hubiera escapado hombre alguno de su compañía, y aun con toda la prisa que se dio, eran las nueve de la noche cuando acabaron de salir. Pasaron el agua a volapié; perdióse todo el despojo, y se ahogaron algunos de Tlaxcallan. Tras este peligro pasaron muy mala noche de frío, porque estaban mojados, y de comida, porque no pudieron sacarla. Los de México, que sabían todo esto, cayeron sobre ellos a la mañana siguiente, y les fue forzoso irse a Tezcuco, peleando con los enemigos que los apretaban mucho por tierra, y con otros que salían del agua; y ni podían dañar a éstos, que se acogían en seguida a sus barquillos, ni se atrevían a meterse entre los otros, que eran muchos. Y así, llegaron a Tezcuco con grandísimo trabajo y hambre. Murieron muchos indios de nuestros amigos y un español, que creo fue el primero que murió peleando en el campo. Cortés estuvo triste aquella noche, pensando que con la jornada pasada dejaba mucho ánimo a los enemigos, y miedo a otros, que no se le diesen; mas luego, a la mañana siguiente, vinieron mensajeros de Otumba, donde fue la renombrada batalla que Cortés venció, según atrás se dijo, y de otras cuatro ciudades, que están a cinco o seis leguas de Tezcuco, a pedir perdón por las guerras pasadas y ofrecerse a su servicio, y a rogarle los protegiese de los de Culúa, que los amenazaban y maltrataban, como hacían a todos los que se le daban. Cortés, aunque les elogió y agradeció aquello, dijo que si no le traían atados los mensajeros de México, ni los perdonaría ni los recibiría. Tras éstos de Otumba, avisaron a Cortés que los de la provincia de Chalco querían ser sus amigos y venir a dársele, pero que no les dejaba la guarnición de Culúa, que estaba allí en su tierra. Él despachó entonces a Gonzalo de Sandoval con veinte caballos y doscientos peones españoles, para que fuesen a tomar a los de Chalco y echar a los de Culúa. Envió también cartas a Veracruz, pues hacía mucho que no sabía de los españoles que allí estaban, por tener los enemigos cortado el camino. Fue, pues, Sandoval con su compañía. Lo primero que hizo fue procurar poner a salvo las cartas y mensajeros de Cortés, y encaminar a muchos tlaxcaltecas para que fuesen seguros a sus casas con la ropa que llevaban ganada, y luego juntarse con los de Chalco; mas cuando de ellos se apartó, los acometieron los enemigos, mataron a algunos, y les robaron buena parte del despojo. Tuvo aviso de ello Sandoval, acudió pronto allí, y remedió mucho daño, desbaratando y siguiendo a los contrarios, y así pudieron ir a Tlaxcallan y a Veracruz. Juntóse luego con los de Chalco, que, sabiendo su llegada, estaban en armas y aguardándole. Dieron todos juntos sobre los de Culúa, que pelearon mucho y bien; mas al cabo fueron vencidos, y muchos de ellos muertos. Les quemaron los ranchos y se los saquearon. Volvióse con tanto Sandoval a Tezcuco; vinieron con él unos hijos del señor de Chalco; trajeron a Cortés unos cuatrocientos pesos de oro en piezas, y llorando se disculparon, y dijeron que su padre, cuando murió, les mandó que se diesen a él. Cortés los consoló, les agradeció su deseo, les confirmó el estado, y les dio al mismo Sandoval para que los acompañase hasta su casa.
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El combate de las amazonas es una de las obras maestras en el género de batallas pintadas por Rubens. La obra fue encargada por Cornelis van der Geest, rico e influyente comerciante de Amberes, cuya participación fue fundamental para que Rubens recibiera el encargo de La erección de la cruz. El destino de esta tabla era su importante galería de pinturas, donde ocuparía un lugar de honor.La escena narra el triunfo de los atenienses dirigidos por Teseo -al que se reconoce en la parte superior izquierda por el plumaje rojo de su casco- ante el ejército femenino procedente de Asia Menor enviado por la reina de las Amazonas, Hipólita, que se sitúa a la derecha de Teseo, vestida con una túnica roja y tocada con un casco engalanado con plumas. La batalla tuvo lugar en el río Thermodon, en uno de cuyos puentes se ubican las figuras.Esta puesta en escena de la guerra de los sexos era habitual en los sarcófagos romanos pero muy extraña en el arte renacentista. Rubens presenta la batalla cargada de violencia, dinamismo y pasión, enlazando los caballos, jinetes y soldados como si de una ola violenta se tratara. Destacan especialmente las figuras de la esquina derecha donde la amazona cae al río seguida por su caballo, contrastando con la amazona que observamos en la otra zona, luchando bravamente contra el ateniense que aparece tras ella. La tensión de un momento como éste difícilmente puede ser superada por otro artista, situándose el flamenco en la cresta de lo pintores de su tiempo, convirtiéndose en arquetipo del Barroco.Las fuentes de este trabajo debemos buscarlos en la Batalla de Anghiari de Leonardo, la Batalla del Puente Milvio de Giulio Romano y la Batalla de Cadore de Tiziano. Años más tarde, el propio Rubens empleará esta escena como base para su Combate en el Puente Milvio del ciclo de tapices de Constantino.
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Goyesco de finas calidades fue Francisco Lameyer, aunque compartiendo esta veta con los influjos del romanticismo francés de Delacroix y las sugestiones de Alenza, siendo también exquisito dibujante de temas populares y estupendo grabador con ecos de Goya y de Rembrandt. Lo más significativo de este lienzo es la destreza a la hora de aplicar las manchas de color, anticipando el expresionismo.
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Esta última estampa también se desechó en la serie definitiva. Presenta el alanceamiento de toros desde un coche de caballos dentro del espectáculo que acompañaba la corrida propiamente dicha, siendo denominada por Lafuente Ferrari "escena de mojiganga".