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Desde un principio, estuvo muy claro cuál era el propósito de la Alemania de Hitler. Se trataba de poner fuera de combate a la URSS en un plazo muy corto de tiempo. El Ejército Rojo sería rodeado y destruido junto a las fronteras, mediante una serie de movimientos de pinza, de modo que se pensaba que en cuatro semanas la victoria sería completa. La propia brutalidad de la guerra emprendida por los alemanes -que tomaron casi seis millones de prisioneros y más de la mitad murió como consecuencia del trato recibido- no tuvo más consecuencia que la de fomentar la resistencia enemiga y a ello contribuyó que Stalin respondiera con idéntica dureza. Para alentar la decaída moral norteamericana, se decidió una réplica adecuada al ataque de Pearl Harbor: el bombardeo del mismísimo Japón, objetivo que la distancia hacía teóricamente inalcanzable. A bordo del portaaviones Hornet, se embarcaron 16 fortalezas volantes B-25, cada una con cuatro bombas de 250 kilos a repartir entre Tokio, Nagoya, Osaka y Kobe. Atacaron el 18 de abril de 1942, sorprendiendo a los japoneses y dirigiéndose luego al aeródromo chino de Chochow. El general Tojo ordenó una operación de réplica contra Midway, de donde parecían haber despegado los B-25. Era esta isla la posición americana más avanzada, a medio camino entre Japón y Hawai, y el almirante Yamamoto pensaba que, si la flota norteamericana se presentaba a defenderla, tendría la posibilidad de destruirla.
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La primera guerra árabe-israelí se produjo en 1948. La Liga árabe lanzó un ataque sobre territorio israelí, que fue rechazado por la aviación judía. Tras combatir en el Negev, los israelíes conquistaron Eilat. En 1949 se firma el armisticio, por el que la franja de Gaza pasa a Egipto. La paz, sin embargo, no aliviará la tensión. En octubre de 1956, en respuesta a las incursiones de comandos árabes de sabotaje y al cierre del Canal de Suez y del puerto de Eilat, Israel ataca a Egipto. Los israelíes lanzan varias incursiones fulgurantes sobre la península egipcia del Sinaí, pero los combates fundamentales se producirán cerca de Rafah, en la franja de Gaza. Los egipcios se habían establecido en colinas fortificadas en torno a Rafah, con cañones antitanque, alambradas y campos de minas. Dos compañías israelitas asaltaron la colina 25 y, después, la cota gemela. Al mismo tiempo, la infantería asaltaba la colina 29. Cuatro compañías israelíes atacaron las colinas 36 y 34, bajo un intenso fuego de las posiciones egipcias que produjo numerosas bajas. Un batallón israelí cayó sobre la colina 5 y, más tarde, sobre la 10. La 8 fue la última en caer. Los egipcios fueron rápidamente expulsados de todas sus posiciones y, al cabo de 30 minutos, los israelíes seguían en dirección hacia su próximo objetivo: El Arish. Tras vencer en Rafah, los israelíes prosiguen su fulgurante avance por el Sinaí, que es conquistado en tres días. La Guerra de Suez culmina con la retirada egipcia y la ocupación israelí de la península del Sinaí y la franja de Gaza, territorios de los que un año más tarde se harán cargo los cascos azules de Naciones Unidas. Sin embargo, la paz aún quedará muy lejos.
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Combates que unos a otros se daban Muerto que fue Moctezuma, envió a decir Cortés a sus sobrinos y a los otros señores y capitanes que sustentaban la guerra, que les quería hablar. Vinieron, y él les dijo desde aquella misma azotea donde le mataran, que puesto que había muerto Moctezuma, dejasen las armas y atendiesen a elegir otro rey y a enterrar el difunto, que se quería hallar en las honras como amigo. Y que supiesen cómo, por cariño a Moctezuma, que se lo rogaba, no les había ya derribado y asolado la ciudad, como a rebelde y obstinada. Mas puesto que ya no tenía a quién tener respeto, les quemaría las casas y los castigaría si no cesaba la guerra y eran sus amigos. Ellos respondieron que no dejarían las armas hasta verse libres y vengados; y que sin su consejo sabrían tomar el rey que por derecho les venía, pues los dioses les habían llevado su querido Moctezuma. Que del cuerpo harían lo que con otros reyes muertos. Y que si él quería ir a morar con los dioses y hacer compañía a su amigo, que saliese y lo matarían. Y que más querían guerra que paz, si había de estar en la ciudad. Y si se enojaba, que tendría dos males; pues ellos no eran como otros, que se rendían a palabras. Que también ellos, puesto que había muerto su señor, por cuya reverencia no les habían quemado las casas y a ellos asado y comido, le matarían si no se iba. Y una vez por todas, que saliese fuera, y que después hablarían de amistad. Cortés, como los halló duros, comprendió que iba malo su partido, y que le decían que se fuese para cogerlo entre puentes. Tanto les rogaba por el daño que recibía como por el que hacía. Así que, viendo que las vidas y el mandar consistían en los puños y en tener fuerte corazón, salió una mañana con los tres ingenios, con cuatro tiros, con más de quinientos españoles y con tres mil tlaxcaltecas, a pelear con los enemigos, a derribar y quemar las casas. Arrimaron los ingenios a unas grandes casas que estaban junto a un puente. Echaron escalas para subir a las azoteas, que estaban llenas de gente, y comenzaron a combatirlas; mas pronto se volvieron al fuerte sin hacer cosa que dañase mucho a los contrarios, y con un español muerto y otros muchos heridos, y con los ingenios rotos. Fueron tantos los indios que al ruido cargaron, y apretaron de tal forma a los nuestros, que no les dieron lugar ni tiempo de soltar los tiros. Y los de aquella casa tiraron tantas piedras y tan grandes de las azoteas, que desbarataron los ingenios y los ingenieros. Y los hicieron volver más que a paso en poco tiempo. Cuando los hubieron encerrado, recobraron todas las casas y calles perdidas, y el templo mayor, en cuya torre se encastillaron quinientos hombres principales. Metieron muchos bastimentos, muchas piedras, muchas lanzas largas y con puntas de pedernal, anchas y agudas. Y en verdad, con ninguna arma hacían tanto daño como con piedras, ni tan a su salvo. Era fuerte aquella torre y alta, según ya dije, y estaba tan cerca del fuerte de los nuestros, que les hacía muy gran daño. Cortés, aunque con mucha tristeza, animaba siempre a los suyos, y siempre iba delante a las afrentas y peligros. Y por no estar acorralado, que no lo sufría su corazón, coge trescientos españoles y va a combatir aquella torre. La acometió tres o cuatro veces y otros tantos días, mas nunca la pudo subir, porque era muy alta y había muchos defensores con buenas piedras y armas, con las que por detrás le fatigaban mucho. Antes por el contrario, siempre acababan rodando gradas abajo y huyendo, de lo que, orgullosos los indios, seguían a los nuestros hasta las puertas del real. Y los españoles iban de hora en hora desmayando más, y muchos murmurando. Estaba su corazón con estas cosas como podéis pensar. Y porque los indios, con tener la torre y victorias, andaban más bravos que nunca, así en obras como en palabras, decide Cortés salir, y no volver sin ganarla. Se ató la rodela al brazo que tenía herido; fue, cercó y combatió la torre con muchos españoles, tlaxcaltecas y amigos; y aunque los de arriba la defendieron mucho y duramente, y derribaron a tres o cuatro españoles por las escaleras, y vinieron muchos a socorrerla, la subió y ganó, Pelearon arriba con los indios hasta que los hicieron saltar a unos pretiles y andenes que tenía la torre alrededor, un paso o más de anchos; los cuales eran tres, y uno dos estados más alto que otro, conforme a los sobrados de las capillas. Algunos indios cayeron al suelo por saltar de uno en otro, que además del golpe llevaron muchas estocadas de los nuestros que quedaron abajo. Españoles hubo que, abrazados con los enemigos, se arrojaron a los pretiles, y hasta de uno a otro, por matarlos o tirarlos al suelo; y así, no dejaron a ninguno vivo. Pelearon tres horas allá arriba, pues, como eran muchos indios, ni los podían vencer ni acabar de matar. Al fin, murieron los quinientos indios como valientes hombres. Y si hubiesen tenido armas iguales, más mataran que murieran, según el lugar y corazón tenían. No se halló la imagen de nuestra Señora, que al principio de la rebelión no podían quitar; y Cortés prendió fuego a las capillas y a otras tres torres, en las que se quemaron muchos ídolos. No perdieron coraje aunque perdieron la torre; con el cual, y por la quema de sus dioses, que les llegó al alma, hacían muchas arremetidas a la casa fuerte de los nuestros.