Jan Six fue amigo y patrón de Rembrandt. Six (1618-1700) procede de una familia noble de Huguenot que había huido a Amsterdam desde Saint Omer en Francia a finales del siglo XVI y había amasado una amplia fortuna gracias al comercio textil y al teñido de seda. Six estuvo implicado en el negocio familiar hasta que se incorporó a la política de Amsterdam, sirviendo como burgomaestre de la ciudad en 1691. Interesado apasionado en las artes, particularmente la poesía, Six era un miembro del Muiderkring (círculo de Muiden). Fue un ávido coleccionisra de obras de arte -artistas holandeses e italianos, escultura antigua, gemas grabadas - y un insaciable viajero, incluyendo un viaje extendido a Italia en 1640. A él le pertenecieron un número importante de pinturas de Rembrandt, entre ellas La Predicación de San Juan Bautista (Gemäldegalerie, Berlín). Su relación era, sin embargo, de amistad más que simplemente la de patrón y artista.
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contexto
El coleccionismo es un elemento de primer orden en la Europa del quinientos, fundamentalmente asociado al mundo y a la cultura cortesanos. Paradigmáticas y modélicas habían sido las colecciones de obras de arte de Lorenzo el Magnífico en la Florencia de fines del Quattrocento, o la que iniciara en Roma, centrada en el Belvedere vaticano, el papa Julio II a principios del Cinquecento. A las piezas más buscadas y codiciadas, las obras de la Antigüedad clásica, se unían las de prestigiosos artistas contemporáneos. A medida que avanza el siglo XVI, el coleccionismo adquiere cada vez mayor importancia y significación para las monarquías europeas. La colección de objetos del soberano se convierte no sólo en un manifiesto de su gusto artístico, sino que, al ir incorporándose otras piezas no estrictamente artísticas, se convierte en la manifestación de su total concepción del mundo, del arte, de la naturaleza y de la ciencia. Es decir, a los cuadros, esculturas clásicas o contemporáneas, tapices, medallas, joyas, monedas, etc., se van incorporando en los gabinetes artísticos una serie de objetos naturales, mecánicos o exóticos -la sugestión de América que señalábamos fue decisiva para los últimos- que, en las décadas finales del siglo XVI, se convertirán en auténticas colecciones eclécticas, que proporcionaban un panorama completo del saber de la época. Puede ser válida, aunque no hay una exclusión total entre ambos, la distinción que suele hacerse de calificar el primer tipo de coleccionismo como reflejo de una concepción clasicista del gusto, en tanto que el segundo tipo, más amplio y ecléctico, donde conviven objetos artificiales y naturales, las denominadas artificialia y naturalia, se asocia al Manierismo. Desde luego, el gusto por amalgamar lo natural y lo artificial en una práctica disolución de ambos componentes, como vimos en los jardines, es algo netamente manierista. Los objetos que solían componer la naturalia, eran de lo más variado: vasos de cristal y piedras duras, objetos fantásticos de orfebrería, muchos con incrustaciones de piezas naturales (conchas, huevos de avestruz, cuernos de rinoceronte, etc.), instrumentos musicales, relojes mecánicos, instrumentos matemáticos y de observación astronómica, trabajos en coral, cerámicas, objetos exóticos de América, etc., a los que acompañaban todo tipo de grabados y mapas cartográficos o cartas de navegación. Además de la citada academia de Fontainebleau, fue famosa en los años centrales del siglo la colección de Catalina de Medici en Francia; instalada en el Hôtel de Soissons, estaba integrada por tapices, esmaltes, retratos, pinturas, porcelanas, muebles y libros; por tanto, aún dentro de una concepción no manierista. El mismo carácter tuvo la colección del cardenal Granvela, reunida hacia las mismas fechas por este importantísimo mecenas del arte en los Países Bajos, como señaláramos; poseía numerosas obras de Leone Leoni y Tiziano, compradas a su muerte por el emperador Rodolfo II. Sabemos de la existencia de algunas colecciones particulares francesas que, en la segunda mitad del quinientos, desbordaban ya la concepción clasicista del coleccionismo, pero es la Wunderkammern o colección de maravillas la que, desarrollada en el Imperio, supone el paso definitivo hacia las colecciones eclécticas, de las que, sin duda, la de Rodolfo II en Praga constituye el ejemplo más perfecto y que mejor sintetiza éste como casi todos los aspectos del Manierismo finisecular. De las Cámaras de Maravillas alemanas, la más destacada fue la confeccionada, a caballo entre los siglos XVI y XVII, en el castillo de Ambras (Innsbruck) por el archiduque Fernando del Tirol, donde los armarios de la colección mostraban el cultivo de la ciencia y la veneración por la cultura que imperaban en Ambras, presididos por el amor a la música que profesaba el Archiduque. Mediante la labor de su músico de cámara, Giovanni Buontempo, creó el "Parnassus Mussicus Ferdinandus", con un importante corpus de obras, entre las que figuraban piezas de Claudio Monteverdi, estricto contemporáneo de esta colección.
obra
Aunque a primera vista parezca que las obras de Fortuny son fruto de una rápida inspiración, la cantidad de dibujos y bocetos existentes indican lo contrario. En efecto, el artista meditaba y preparaba a conciencia una obra como observamos en este coleccionista, boceto preparatorio del Coleccionista de grabados que hoy se guarda en el Museo Pushkin de Moscú. En este estudio apreciamos una mayor soltura en la técnica del maestro, aplicando el color con rápidos y empastados toques de pincel, renunciando a los detalles a pesar de estar presentes como observamos en las patas de la mesa, los adornos de la casaca o el cartapacio. Esta vestimenta que porta el joven indica la denominación en España de este tipo de cuadros como "casacones".
obra
Posiblemente se trate de un estudio preparatorio para el grupo principal del Coleccionista de grabados en el que Fortuny ha introducido ligeras innovaciones, especialmente en la cercanía de la chimenea del fondo donde observamos una serie de objetos decorativos. El aspecto abocetado del conjunto contrasta con el estilo característico de Fortuny, más interesado por el detallismo y la minuciosidad, primando en este caso el toque rápido y la mancha, aunque los detalles estén presentes como las calidades de las telas o los diferentes adornos. La luz ocupa un importante papel en el conjunto al crear un acentuado contraste de claroscuro con el que obtiene un mayor volumen espacial, impactando en la figura del coleccionista, destacando su gesto concentrado y resbalando por sus ricas telas. Con este tipo de pinturas, denominado en España de "casacón", Fortuny obtendrá un sonoro éxito comercial a nivel europeo, cosechando una verdadera fortuna.
obra
Los cuadros de "casacón" -llamados así por las casacas que visten los protagonistas masculinos- tuvieron gran éxito en Francia gracias a Meissonier, el gran creador de este estilo llamado "tableautin". Cuando Fortuny estaba en Roma se lanzó a la ejecución de estos cuadritos con los que obtendrá increíble fama y fortuna, siendo esta imagen que contemplamos una de las más significativas. En un recargado interior - recogiendo el pintor como vivía la sociedad burguesa de los siglos XVIII y XIX - un coleccionista contempla las estampas que le muestra un marchante mientras al fondo otro hombre espera con un cartapacio en la mano. La estancia se encuentra en semipenumbra, iluminada por un potente foco de luz procedente de la izquierda, creando una acertada sensación espacial, recordando incluso a Las Meninas de Velázquez, uno de los maestros más admirados por Fortuny. Pero lo más significativo es la minuciosa ejecución con la que aporta todo tipo de detalles y calidades de los objetos como se aprecia en el arcón, las medias de seda, el brasero, los objetos de cristal, el tapiz, la alfombra o las expresiones de las figuras, compaginando un toque suelto de pincel que no renuncia a los detalles con un acertado y firme dibujo. De esta manera crea uno de los estilos más interesantes del siglo XIX español y europeo, llenando de vida estos trabajos. El lienzo fue comprado por Walter Fol por 2.500 francos, siendo llevado a París donde fue contemplado por el marchante Goupil, que pidió infructuosamente a su propietario que se lo vendiera. Goupil solicitará una nueva versión a Fortuny, hoy en el moscovita Museo Pushkin.
obra
Los cuadros de temática anecdótica y vestimentas dieciochescas estaban triunfando en Francia gracias a Meissonier y sus "tableautin". Fortuny heredará esa temática con la que obtendrá más éxito que el pintor francés, poniendo de moda en España los asuntos de "casacón" con los que también triunfará en toda Europa. Esta imagen que contemplamos es una de sus primeras escenas costumbristas, logrando tal éxito que realizará varias versiones. Fortuny cambió el lienzo a Capobianchi por un fusil sardo y éste lo vendió al marchante francés Goupil en 4.000 liras. Fortuny nos presenta al coleccionista sentado en un sillón mientras observa con detenimiento la serie de grabados que le presenta un hombre que se acoda sobre el sillón. En el arcón observamos diversos objetos de vidrio mientras que al fondo hallamos una armadura japonesa, una chimenea ricamente decorada sobre la que aparece un jarrón y un abanico orientales así como una pieza de metal. Otro coleccionista espera con una carpeta para presentar sus grabados al comprador. La escena se cierra con un grueso tapiz y un espectacular retrato de rico marco sobre la chimenea, recordando las efigies pintadas por Velázquez. Un loro acentúa el orientalismo de los diversos elementos. La luz penetra en el espacio desde la izquierda, bañando los lugares más importantes y creando un contraste de gran maestría con el que obtiene el ritmo y el volumen de la composición. Pero lo más significativo será el preciosismo exhibido por Fortuny, uniendo una pincelada rápida y suelta con una minuciosidad sorprendente como apreciamos en los objetos o las expresiones de los rostros, creándose un estilo particular en el que la luz ocupa un papel relevante.
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La atracción por los grabados japoneses resulta una característica común a todos los pintores del Impresionismo y del Post-impresionismo. Es cierto que el gusto por lo oriental estaba muy de moda entre la burguesía francesa de mediados del siglo XIX, pero la atracción hacia sus formas artísticas es casi exclusiva de estos movimientos. Degas también se sentirá fascinado por estos grabados y en esta escena nos muestra claramente esta afición. Un coleccionista sentado en una silla, inspecciona su propia colección. Parece sacar uno de los grabados de su carpeta a la vez que eleva la mirada hacia el espectador en un gesto de ligera irritación, molesto por nuestra actitud al haberle sorprendido en su especial "éxtasis". El pintor ha cortado el plano de las piernas para que el modelo se introduzca en el espacio del espectador, acercándonos así la figura. Tras él contemplamos una vitrina con un caballo japonés, un cuadro con telas japonesas y algunos grabados más encima de una mesa. El coleccionista tiene una relación especial con el retrato de Emile Zola realizado por Manet dos años más tarde, al existir una profunda admiración por lo japonés en ambas escenas y predominar las tonalidades negras, ocres y blancas, contrastando los colores claros con los oscuros. Incluso la iluminación empleada es similar, al resbalar el foco de luz por la figura barbada y vestida de oscuro. También los rectángulos se disponen en los fondos de ambos cuadros. La pincelada empleada es suelta, especialmente en la barba del coleccionista, aunque apreciamos rasgos dibujísticos en las manos y el rostro.
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Algunos aspectos de la vida burguesa también serán tratados por Daumier, más interesado en representar escenas populares como la Mujer con su hija o el Compartimento de tercera clase. Nos hallamos ante una escena posiblemente inspirada en el Hotel Drouot de París, donde solía ser habitual la venta de grabados antiguos y diversas estampas. La afición del artista hacia los maestros del Barroco le llevaría con frecuencia a este lugar. El coleccionista se afana en la localización de la lámina deseada, ajeno al observador ojo del pintor. La pared está repleta de grabados, iluminados unos y en penumbra otros gracias al efecto de la luz, inspirado en Rembrandt y Caravaggio. Las negras líneas de los contornos están bien definidas, diluyéndose en algunos casos al aplicar largas pinceladas de otras tonalidades. A pesar de no matizar el rostro de la figura, se aprecia claramente el gesto observador del personaje. La ejecución es bastante abocetada, no atiende a detalles concretos y recuerda las últimas obras de Goya.
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Fotografía cedida por la Sociedade Anónima de Xestión do Plan Xacobeo