Para las islas del Egeo, incluyendo, desde un punto de vista cultural y no geográfico, a Chipre, pero no a Creta, en el tercer milenio se detecta una amplia e intensa actividad donde se favorecen los intercambios. Ello también permitió el paso arqueológico rápido hacia lo que se define como perteneciente ya a un período de Bronce Medio, en que Chipre tiene el protagonismo. Las características culturales de la región resultan bien definidas en relación con los vecinos griegos y más vinculadas al oriente del Mediterráneo. Tampoco parece que pueda hablarse en las Cícladas de concentraciones de carácter social o económico que justifiquen la denominación de estructuras jerárquicas o estatales. En cualquier caso, así como las islas Cícladas comienzan a declinar a partir del Bronce Medio, tal vez afectadas por el desarrollo de potentes estados minoicos o heládicos, en Chipre el panorama cambia, en contacto con Levante y con la misma Creta, y con Egipto, hasta el punto de que el momento de mayor apogeo suele situarse hacia 1200 a.C., después de que allí aparezca la cerámica micénica que caracteriza el ultimo período, sin hacer perder preponderancia a los rasgos propios. Chipre se convirtió en un centro cultural privilegiado que conservó su personalidad y la potenció en múltiples contactos. En una cierta medida, el punto de máximo apogeo fue también el inicio de su decadencia, hacia 1200 a.C., dentro de la catástrofe que afectó a toda la zona oriental del Mediterráneo, incluidos los griegos, en un movimiento que desde el punto de vista historiográfico se identifica con los Pueblos del Mar, concepto que vale para incluir pueblos no bien identificados que, en algunos casos, coinciden simplemente con los que son conocidos, a través de otras fuentes, con otros nombres. El problema de las fuentes afecta también a Chipre. Al margen de la rica documentación arqueológica, las fuentes orientales usan un nombre, Alasiya, que, cada vez con menos dudas, los investigadores identifican con la isla y con una estructura política allí desarrollada que resultaría coherente con el tipo de hallazgos que la arqueología proporciona cada vez con más solidez. No se trata sólo de los restos indicativos de la permanencia de los establecimientos, sino también de la clara evidencia de que Chipre mantenía contactos con una amplia zona del Mediterráneo oriental, que justificaría la presencia prestigiosa de las autoridades de Alasiya en documentos del continente asiático. En Ugarit, entre los egipcios y entre los hititas, una especia de rey de Alasiya recibe la consideración propia de quien posee un fuerte poder. De otro lado, también importa considerar la presencia de los griegos micénicos, que dejaron una huella, no indicativa de dominio, sino más bien de relaciones relativamente paritarias. Allí apareció igualmente una escritura similar al lineal A, producto de contactos mediterráneos complejos, en este caso concreto con Creta, pero la lengua que luego se descifró como chipriota revela similitudes con el arcadio, lengua del centro del Peloponeso, de rasgos arcaicos, que para algunos sería la mas parecida a la lengua micénica, la de los griegos de la península al final de la Edad del Bronce, antes de que se operaran las transformaciones de la Edad Oscura en el Peloponeso, las que acabaron con la imposición del dialecto dórico. Según algunas interpretaciones, el chipriota sería el lenguaje de los micénicos que acudieron allí antes de la crisis de 1200 a.C. Los contactos favorecieron, pues, el desarrollo y la decadencia de las estructuras sociales y políticas de la isla. Puede tal vez hablarse de una koiné mediterránea oriental en el tercer cuarto del segundo milenio, donde Chipre desempeñaría un papel aglutinador y potenciador entre estados tal vez más fuertes, pero cuya capacidad estaba también coartada por las rivalidades que llevaban a las constantes guerras como para permitir que una entidad relativamente marginal sirva de encuentro entre el Próximo Oriente, tanto africano como asiático, y las civilizaciones minoica y micénica.
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CICLO DE QUETZALCÓATL Y LOS TOLTECAS EL ESPLENDOR DE TULA Quetzalcóatl reinaba en Tula... Todo era abundancia y dicha, no se vendían por precio los víveres, todo cuanto es nuestro sustento. Es fama que eran tan grandes y gruesas las calabazas y tenían tan ancho su contorno que apenas podían ceñirlo los brazos de un hombre abiertos. Eran tan gruesas y largas las mazorcas de maíz, cual la mano del metate. Por todas partes rodaban, caídas cual cosa inútil. Y las matas de los bledos, semejantes a las palmas, a las cuales se podía subir, bien se podía trepar en ellas. También se producía el algodón de mil colores teñido: rojo, amarillo, rosado, morado, verde, verdeazulado, azul marino, verde claro, amarillo rojizo, moreno y matizado de diferentes colores y de color de león. Todos estos colores los tenía por su naturaleza, así nacían de la tierra, nadie tenía que pintarlos. También se criaban allí aves de rico plumaje: color de turquesa, de verde reluciente, de amarillo, de pecho color de llama. Y aves preciosas de todo linaje, las que cantan bellamente, las que en las montañas trinan. También las piedras preciosas y el oro era visto como si no tuviera precio: tanto era el que todos tenían. También se daba el cacao, el cacao más rico y fino, y por todas partes se alzaban las plantas del cacao. Todos los moradores de Tula eran ricos y felices, nunca sentían pobreza o pena, nada en sus casas faltaba, nunca había hambre entre ellos, y las mazorcas mal dadas sólo servían para calentar el baño. Allí edificó Quetzalcóatl un templo con columnas en forma de serpientes, y lo dejó sin concluir para alarde de grandeza. Él nunca se veía en público, sino que vivía en silencio en las sombras de su templo. A las puertas había pajes que a nadie dejaban pasar. Tenía palacios de sombra y penitencia, en donde se escondía apartado de todos. Uno tenía el pavimento hecho de losas de jade, otro tenía el pavimento hecho de plumas de quetzal, otro tenía el pavimento hecho de láminas de oro, y en medio de todos ellos estaba la casa del ayuno y la penitencia. Pero fueron negligentes Quetzalcóatl y sus vasallos. Y fue entonces cuando vinieron tres magos con sus prestigios... Un día vino a él el mago Tecatlipoca y envuelto en telas traía un espejo de doble faz. Por ambos lados tenía la figura de un conejo. Como hubo llegado al palacio dijo a los pajes de Quetzalcóatl: --Id y decid al señor que ha venido un joven para mostrarle su imagen. Van ellos con el mensaje al rey y el rey les respondió: --¿Cuál es mi imagen? ¡Que diga! Vienen con la respuesta al mago y le dicen: --Dice que muestres su imagen. Pero el mago les responde: --No vine a mostrarla a todos, vine a mostrarla al rey. Debo llegar hasta él para mostrarle su imagen. Van una vez más al rey llevando esta respuesta: --No quiere mostrar tu imagen, dice que ha de entrar él mismo y lleno de reverencia te ha de hablar de lo que intenta. Dijo entonces Quetzalcóatl: --Que entre, que llegue hasta mí. Llegó el mago a su presencia y después de saludarle diciendo: --Señor, rey y sacerdote, vengo a mostrarle a Quetzalcóatl 1-Caña: tu cuerpo, tu propia carne, respondió el rey: --¿De dónde vienes? Cansado estás y rendido. ¿Cuál es mi imagen? Muéstrala, déjame que yo la vea. Dijo el mago: --Vengo de la montaña de los extranjeros, soy yo tu siervo y esclavo. Esta que ves es tu imagen, cual ella del espejo sale, así has de salir tú en tu propia figura corporal. Vio Quetzalcóatl el conejo que en el espejo estaba y lleno de ira arrojó de sí el espejo. Dio gritos lleno de enojo: --¿Es posible que me vean, que me miren mis vasallos, que me vean sin alterarse, sin que se alejen de mí? Feo es mi cuerpo: ya estoy viejo, ya tengo de arrugas surcado el rostro, todo el cuerpo acancerado y mi figura es espantosa. Aquí me quedaré oculto para siempre, no volveré a salir, para que no me vean mis vasallos. Aquí viviré para siempre. Una vez más vienen los magos. Llegan al palacio real, piden ser introducidos. Y por una y por dos veces, hasta por tres son rechazados. Al fin los pajes indagan de qué región vienen. Responden que del Monte de los Sacerdotes y del Monte de los Artífices. Cuando Quetzalcóatl lo sabe, deja que lleguen a él. Entraron, le saludaron, le ofrecieron la comida que le llevaban preparada. Cuando el rey hubo comido, le rogaban que bebiera. No quería beber el rey: --Enfermo estoy, les decía, esa bebida que traéis me hará acaso perder el juicio, me hará acaso morir. Ellos insistían en que al menos con el dedo la probara. Probó Quetzalcóatl con el dedo y se quedó incitado a beber. Bebió él y mandó a sus guardias que también con él bebieran. Cuatro veces le dio el mago y le rogaba la quinta. Se le sirvió la quinta en honor de su grandeza, y cuando la hubo gustado, bebió en mayor cantidad. Entonces se desvanece y se pone como muerto; se ensimisma y siente en su alma los más sabrosos deleites. Lleno de gozo bebía y quería que todos bebieran. Así que todos están ebrios, le dijeron: --Quetzalcóatl, canta. Oigamos cuál es tu canto; alza el canto, Quetzalcóatl. Quetzalcóatl entonces canta: "Mis casas de ricas plumas, mis casas de caracoles, dicen que yo he de dejar". Lleno entonces de alegría, manda traer a la reina, a la Estera Preciosa: --Id y traed con vosotros a la reina Quetzalpéatl, la que es deleite en mi vida, para que juntos bebamos hasta embriagarnos. Fueron entonces los pajes hasta el palacio de Tlamachhuayan y de allí a la reina trajeron: --Señora reina, hija mía, nos manda el rey Quetzalcóatl, que te llevemos a él: quiere que con él te goces. Y ella les responde: --Iré. Cuando Quetzalpéatl llega, va a sentarse junto al rey y le dieron de beber cuatro veces, y la quinta en honor de su grandeza. Y cuando estuvo embriagada, comenzaron a cantar los magos y se levantó titubeante el mismo rey Quetzalcóatl y le dijo a la princesa en medio de cantos: --Esposa, gocemos bebiendo de este licor. Como estaban embriagados, nada hablaban ya en razón. Ya no hizo el rey penitencia, ya no fue al baño ritual, tampoco fue a orar al templo. Al fin el sueño les rinde. Y al despertar otro día, los dos se pusieron tristes, se les oprimió el corazón. Dijo entonces Quetzalcóatl: --Me he embriagado; he delinquido; nada podrá ya quitar la mancha que he echado en mí. Entonces con sus guardianes se puso a cantar un canto. A la multitud que esperaba fuera, se la hizo esperar más. --Dejad que me alivie un poco, les decía Quetzalcóatl. Al fin en un alto trono se fue a sentar el rey. Mortificado y lloroso, lleno de pena y angustia al ver que sus malos hechos eran conocidos ya, y sin que nadie le consolara, ante su dios se puso a llorar. Un nuevo prestigio hizo aquel mago. Después de ataviarse de plumas color de oro, cual si viniera de conquistar, determina que se haga un canto, que se cante y que se baile, que haya danza al son de música. Ya va a anunciarlo el heraldo desde el monte del pregón; grita e intima a todos cuantos en el país moran: por todas partes llegaban los gritos de aquel pregón. De allá en la región de las rocas se oía la voz. Van llegando los vasallos, se juntan en una todos los mancebos y doncellas: no era posible contarlos, eran tan numerosos. Su número era sin fin. Ya comienza el canto, tañe el mago su atabal. Luego el baile comienza: ya van saltando y danzando, alzan y bajan las manos, se hacen giros mostrando unos a otros las espaldas; hay una inmensa alegría. Suena el canto, sube el canto, hace oleadas el canto, se eleva alternando el canto. Y el canto que se cantaba el mago lo dirigía, y si el canto desentonaba, él luego lo armonizaba: de sus labios todos tomaban el tono de aquel canto. Comenzaba el canto junto con la danza al llegar la sombra de la noche y sólo venía a tener fin cuando era la hora de tañer las flautas. Y cuando la danza se hacía más frenética, cuando mayor ardor había en el vaivén de los giros del baile, innumerables gentes se precipitaban por los riscales al abismo y muchos allí morían y quedaban en piedras convertidos. Más aun, en la barranca el mago quebró los puentes, aunque eran de piedra los puentes: con lo cual todos al agua cayeron allí donde el puente había estado, y todos en piedras quedaron mudados. Y todo esto lo hacían los moradores de Tula cual si les hubiera invadido la embriaguez. Muchas veces había canto, muchas veces había danza allá entre los peñascales, y cuantas veces bailaban al son del canto, otras tantas morían: se precipitaban las gentes por aquellos roquedales, entre los riscos rodaban, atropellándose unos a otros, y así muchos perecían. Otra vez el mago funesto se disfrazó de capitán guerrero. Dio voces el heraldo convocando a todos los moradores del país, mandó venir a todo el mundo. Su pregón así decía: --Hombres todos, en movimiento, los vasallos tenéis que ir a la región de los jardines, a hacer jardines flotantes, a trabajar en ellos. Acudieron los vasallos y llegaron a la región de los jardines. Estos eran los jardines que para sí tenía Quetzalcóatl. Cuando era la salida general, cuando todos se reunían para ir juntos los moradores de Tula, el mago hecho capitán los mataba, los majaba con la maza, con la maza les quebraba la cerviz: muchos, muchos a su mano, innumerables morían, con ellos acababa. Y los que por huir de él se alejaban precipitados unos a otros se atropellaban y también así morían magullados, pisoteados, contundidos unos con otros. Y ved aún otro prodigio que Tlacahuepan Cuexcoch hizo: Se fue a sentar en la mitad del merdado y en su mano hacía bailar un manequí: en su mano lo paraba y de su mano lo hacía bailar. Cuando lo vieron los moradores de Tula, hacia él corriendo vinieron, se llegaron a él en tropel para verlo. Y por venir en tal confusión, unos a otros se pisoteaban, se magullaban hasta morir. Con este solo portento a todos el mago hace morir. Una voz en los aires dice --diz que el mago mismo la dio: --¿Qué significa esto, toltecas? Un mago hace bailar a ese manequí. Oprimámosle allí a pedradas. Al momento le lapidaron, al empuje de las piedras sucumbió. Pero tan pronto como fue muerto, su cuerpo comenzó a heder. Con horrible fetidez apestaba, las cabezas abrumaba con la hediondez. Y por doquiera que el viento llevaba el hedor de aquel cadáver, todos con sólo el hedor morían. Otra vez, tras haber muerto muchos, en el aire se oyó una voz --diz que el mago mismo la dio: --Es preciso sacar este muerto, es necesario lejos llevarlo, pues causa muerte y ruina su fetidez. Sea arrastrado. Ya los toltecas con cuerdas le atan, ya hacen impulsos para arrastrarle. Pero por muchos esfuerzos que hacen, no es posible: pesaba enormemente. Muy fácil les había parecido arrastrar aquel cadáver, pero al ver que esto es imposible, el pregonero voces da: --Venga acá el mundo entero, vengan todos a tomarlo y con cuerdas arrastrarlo, vamos a echar lejos al muerto. Y se congregan todos los moradores de Tula, con cuerdas atan aquel cadáver, y entre gritos se animan: --¡Ea, toltecas, tirad con fuerza! Y nada pueden, no le arrastran, pero ni siquiera le mueven. Y alguna vez la cuerda se rompe y los que de ella tiraban, ruedan atropellándose unos a otros y en la confusión mueren. Caen y ruedan enredados unos a otros y todos mueren en el tropel. Por mucho que hicieron, no pudieron moverlo. Y una vez en los aires suena la voz --diz que el mago mismo la dio: --Toltecas, para que el muerto sea llevado, es preciso cantarte su cantar. Al momento elevan el canto, al momento alzan la canción: --¡Llevad a rastras a Tlacahuepan, al mago Tlacahuepan! Y a fuerza de cantos, le mueven al fin. Ya van rodando, ya van llevando, ya van haciendo rodar al muerto, ya lo llevan a arrojar lejos. Pero la cuerda se rompe al fin, y sobre todos cae el madero, sobre todos se precipita, y muchos curiosos que lo veían, allí apiñados ante su paso, con su caída muertos quedan. Al fin, lejano le llevaron, al fin regresan, como embriagados, como sobrecogidos de extraño mal. Nada saben de sí mismos, como si estuvieran enajenados. LA HUIDA DE QUETZALCÓATL Y así Huémac Quetzalcóatl lleno estaba de zozobra y se sentía apesadumbrado, y luego pensó en irse, en dejar la ciudad abandonada, su ciudad de Tula. Y así se dispuso a hacerlo. Dicen que entonces quemó todas sus casas de oro y plata y de conchas rojas y todos los primores del arte tolteca. Obras de arte maravillosas, obras de arte preciosas y bellas, todo lo enterró, todo lo dejó escondido allá en lugares secretos, o dentro de las montañas, o dentro de los barrancos. De igual manera los árboles que producían el cacao, los mudó en acacias espinosas, y a todas las aves de ricas plumas, las de pecho color de llama, todas las que consigo había traído primero, delante de él se encaminaron y tomaron la dirección de las costas de la mar. Y hecho esto, emprendió él su viaje y comenzó su camino. Llegó luego a otra parte que llaman Junto del Árbol: muy corpulento es el árbol y también muy alto es. Junto de él se paró y entonces se vio a sí mismo y se miró en el espejo, y dijo: --Sí, viejo soy. Desde entonces este sitio se llama el Árbol de la Vejez. Entonces hiere el árbol con piedras, abruma con piedras el árbol y las piedras con que le apedreaba se iban incrustando en él y a él quedaban adheridas: es el Árbol de la Vejez. Aun ahora puede verse cómo en él fijas están: comenzaron desde el pie y suben hasta la copa. Siguió su marcha y en tanto que él marchaba con las flautas le iban acompañando. Llegó otra vez a otro sitio y se puso a descansar; se sentó sobre una piedra y en ella apoyó las manos. Se quedó mirando a Tula y con esto se echó a llorar: lloraba con grandes sollozos: doble hilo de gotas cual granizo escurrían, por su semblante ruedan las gotas y con sus lágrimas la roca perforó, las gotas de su llanto que caían la piedra misma taladraron. Las manos que en la roca había apoyado, bien impresas quedaron en la roca, cual la roca fuera de lodo y en ella imprimiera sus manos. Igualmente sus posaderas: en la piedra en que estaba sentado, bien marcadas e impresas quedaron. Aún se miran los huecos de sus manos allí donde se llama Temacpalco. Llegó en su huida a un sitio que se llama Puente de Piedra. Agua hay en ese lugar, agua que se alza brotando, agua que se extiende y se difunde. Él desgajó una roca e hizo un puente y por él pasó. Reanudó su camino y llegó a un sitio que se llama el Agua de Serpientes. Estando allí, los magos se presentan y quieren que desande su camino, quieren hacer que vuelva, que regrese. Le dijeron: --¿Adónde te encaminas?, ¿por qué todo lo dejas en olvido?, ¿quién dará culto a los dioses? Él responde a los magos: --De ningún modo me es ahora posible regresar. ¡Debo irme! --¿Dónde irás, Quetzalcóatl? --Voy, les dijo, a la tierra del color rojo, voy a adquirir saber. Ellos le dicen: --Y allí, ¿qué harás? --Yo voy llamado: el Sol me llama. Dicen ellos al fin: --Muy bien está: deja entonces toda la cultura tolteca. (Por esto dejó allí todas las artes: orfebrería, tallado de piedras, ebanistería, labrado de la piedra, pintura tanto de muros, como de códices, la obra de mosaico de plumas.) De todo los magos se adueñaron. Y él entonces allí arrojó al agua sus collares de gemas, que al momento en el agua se hundieron. De aquel tiempo se llama aquel lugar Agua de Ricos Joyeles. Avanza un punto más, llega a otro sitio que se llama Lugar en Donde Duermen. Allí sale a su encuentro el mago y dice: --¿Dónde vas? Dijo él: --Voy a la tierra del Color Rojo, voy a adquirir saber. Dijo el mago: --Muy bien: bebe este vino, yo he venido a traerlo para ti. Dijo el rey: --No, no puedo, ni siquiera puedo un poco gustar. Pero el mago respondió: --De fuerza habrás de beber; tampoco yo puedo dejar pasar, ni permito que siga su camino sin que beba. Yo tengo que hacerlo beber, y aun embriagarle. ¡Bebe, pues! Entonces Quetzalcóatl con una caña bebió vino. Y una vez que hubo bebido, cayó rendido del camino, comenzó a roncar en su sueño y su ronquido se oía resonar lejos. Cuando al fin despertó, miraba a un lado y a otro, se miraba a sí mismo y se alisaba el cabello. De esta razón el nombre de aquel sitio: Lugar en Donde Duermen. De nuevo emprendió el viaje; llegó a la cima que está entre el Monte Humeante y la Mujer Blanca, y allí sobre él y sobre sus acompañantes, que consigo llevaba, sus enanos, sus bufones, sus tullidos, cayó la nieve y todos congelados se quedaron allí muertos. Él, lleno de pesadumbre, ya cantaba, ya lloraba: largamente lloró y de su pecho lanzaba hondos suspiros. Fijó la vista en la Montaña Matizada y allá se encaminó. Por todas partes iba haciendo prodigios y dejando señales maravillosas de su paso. Al llegar a la playa, hizo una armazón de serpientes y una vez formada, se sentó sobre ella y se sirvió de ella como de un barco. Se fue alejando, se deslizó en las aguas y nadie sabe cómo llegó al lugar del Color Rojo, al lugar del Color Negro, a Tlilan, Tlapalan, el país de la Sabiduría.
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Aunque se pueden señalar algunos matices diferenciales, el ciclo demográfico antiguo se caracterizaba, en líneas generales, por unas elevadas tasas de natalidad -en torno al 40 por 1.000; en 1990, la tasa de natalidad global de Europa fue del 13 por 1.000- y mortalidad -con tasas variables y de difícil medición, que se pueden cifrar entre el 25 y 38 por 1.000; tasa europea en 1990: 10 por 1.000-, periódica y bruscamente elevada esta última por la aparición de mortalidades catastróficas, con el resultado final de un crecimiento vegetativo débil y discontinuo (como es sabido, en demografía las tasas brutas relacionan número de acontecimientos producidos en un año en el seno de una población determinada y volumen de esta población). La natalidad elevada se correspondía con una fecundidad -las tasas de fecundidad relacionan nacimientos y número de mujeres en edad fértil- también alta, pero no natural. Diversos factores, biológicos y sociales, la limitaban eficazmente. En primer lugar, la natalidad se producía casi siempre en el seno de familias legítimamente constituidas -la natalidad ilegítima no solía superar, en conjunto, el 1 o 2 por 100 del total de nacimientos-, pero el matrimonio no era universal y, según el modelo establecido por J. Hajnal, la proporción de mujeres que permanecían solteras toda su vida (celibato definitivo) llegaba en ocasiones hasta el 15-20 por 100, aunque habitualmente fuera menor. Por otra parte, el acceso al matrimonio, aunque dependía del modelo familiar dominante, solía ser más bien tardío, con edades medias femeninas al contraer el primer matrimonio de 25-26 años (algo más bajas en los países del sur y el este de Europa). Es imposible calcular el final biológico del período de fertilidad, pero la edad media de la mujer al nacer el último hijo rara vez superaba los cuarenta años. El período fértil efectivo resultaba, pues, bastante más reducido que el biológico. A ello hay que añadir que, si bien frecuentemente el primer hijo venía al mundo pronto, los períodos intergenésicos -tiempo transcurrido entre dos nacimientos sucesivos- solían ser bastante amplios, con medias de dieciocho a veinticuatro meses, debido a la combinación de diversos factores: amenorrea (esterilidad temporal) posparto, prolongada por la lactancia materna -casi universal en el medio rural; no tanto en determinadas ciudades, en las que, por cierto, la fecundidad solía ser más elevada- y, en ocasiones, provocada por estados de subalimentación, abortos espontáneos, disminución natural de la fecundidad y la frecuencia del coito al avanzar la edad, sin olvidar la esterilidad posinfecciosa, más frecuente que en nuestros días. El resultado era un número medio de hijos nacidos en las familias completas -en las que ambos cónyuges viven durante todo el período de fertilidad femenina- no muy lejano a siete. Cifra que descendía hasta situarse en torno a cinco debido a la frecuencia de los matrimonios rotos por el fallecimiento de alguno de los cónyuges antes de concluir el período de fertilidad biológica -recordamos, por ejemplo, en este sentido la peligrosidad del parto-, por más que fuera éste un fenómeno en parte compensado por la frecuencia con que los viudos -los varones más que las mujeres- volvían a contraer matrimonio. La mortalidad infantil y juvenil acortaba aún más la cifra en términos reales, haciéndola sólo ligeramente superior a lo estrictamente necesario para asegurar la sustitución generacional. La elevada mortalidad era motivada básicamente por la generalizada falta de higiene, pública y privada, que favorecía la transmisión de enfermedades infecciosas y por una medicina incapaz de plantear con eficacia la lucha contra la muerte en un contexto socio-económico en el que el muy desigual reparto de la riqueza hacía que no pocos individuos se encontraran al borde de la desnutrición permanente. Lugar destacado en la composición de las tasas brutas ocupaba la mortalidad infantil, con tasas del 200 por 1.000 y aun superiores -niños muertos antes de cumplir un año por cada 1.000 nacidos-, originada tanto por los problemas derivados del embarazo y el parto (mortalidad endógena), como por cuestiones de higiene, alimentación y enfermedades específicas (sarampión, tos ferina, viruela, diarreas estivales...; mortalidad exógena). Periódicamente, además, hacían su aparición las mortalidades catastróficas, que en un corto espacio de tiempo -a veces, sólo unas semanas- podían anular el crecimiento acumulado incluso durante años. Tres eran las grandes causas de estas crisis de mortalidad. En primer lugar, las guerras, más por la destrucción y desarticulación de la vida económica que provocaban y por la extensión de enfermedades llevada a cabo por los ejércitos en marcha, que por los muertos en el campo de batalla. En segundo lugar, las crisis de subsistencias, originadas por los efectos de los caprichos climáticos en una agricultura de escaso desarrollo técnico y agravadas por la acción de los especuladores. Aunque quizá la muerte por hambre no fue frecuente, sí se acentuaban los efectos de la malnutrición, la vulnerabilidad frente a la infección y la propagación de contagios por la proliferación de mendigos, su acentuada movilidad geográfica y su concentración en hospitales y centros de acogida. Y, finalmente, las enfermedades epidémicas, destacando entre ellas la peste y el tifus, de las que apenas se conocía más que sus terribles efectos. En estas condiciones, la esperanza de vida al nacer no iba mucho más allá de los treinta años -téngase en cuenta que en su cálculo ejerce un importante papel la mortalidad infantil- y aquellos hombres, forzosamente, se consideraban ancianos antes que en nuestros días.
acepcion
Proceso evolutivo que experimentan el individuo y el grupo a lo largo de su existencia, entre el nacimiento y la muerte, a lo largo del cual suceden cambios biológicos y culturales.
acepcion
Ser perteneciente a la mitología grecolatina, que tenía un ojo en medio de la frente. La poesía de Catulo elevó a la fama al cíclope Polifemo. La mitología describe a tres tipos de cíclopes: los uranios, hijos de Urano y Gea, los constructores que se consideran geniecillos, y los que son hijos de Poseidón.
acepcion
Término arquitectónico que alude a construcciones antiguas, de grandes dimensiones, con materiales colosales e irregulares y sin argamasa. Reciben este nombre por que en la antigua Grecia se consideraban obra de los cíclopes constructores.
contexto
La educación académica se estructuraba en tres ciclos educativos: enseñanza primaria (de 6 a 12 años), dividida en dos etapas diferenciadas, la primera de los 6 a los 10 años y la segunda de los 10 a los 12 años. El segundo ciclo, con diversas ramas: bachillerato o enseñanza secundaria (de 13 a 18 años), y enseñanza media profesional de grado equivalente al bachillerato. En último lugar el tercer ciclo, la educación universitaria, que se extendía de tres a cinco cursos, según la titulación, en el caso de peritaje tres cursos y en las licenciaturas, de cinco cursos. Gráfico