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Capítulo LXXXVI De Pachacuti hijo de Manco Capac y de una fábula que de él se cuentaPor haber tratado particularmente de todos los Yngas que en este Reino fueron señores, y haber seguido en ello, con el mayor cuidado que ha sido posible, la verdad y la relación más cierta que de la mucha variedad y distintas razones que los indios viejos, con sus quipos y memorias, me han dado y he colegido, me ha parecido no ser fuera de la historia, ni ajeno de mi principal intento, hacer mención y recuerdo de algunos hijos de los Yngas, los cuales aunque no le sucedieron en los estados por haber otros mayores en edad que se les preferían, fueron valerosos y se señalaron en las guerras y conquistas que el Ynga hacía, siendo capitanes de sus ejércitos, de los cuales los indios aun el día de hoy hacen memoria, contando y refiriendo algunas cosas dignas de saberse y que ellos entre sí las celebran, con no menos gusto y contento que los de sus Reyes. Príncipes, entre otros, el primero fue Pachacuti, hijo de Manco Capac, el Rey que dio orden y principio a esta monarquía. Deste refieren que fue valeroso y temido, y que ayudó a su padre a la conquista de toda la redonda del Cuzco, y que se hizo llamar Señor y que se preció más de cruel que de valiente. Dicen los indios que en su tiempo, habiendo sucedido una continua lluvia por un mes entero, que de día y de noche no cesó, espantados los moradores del Cuzco y temerosos, dijeron que la tierra se quería volver y destruir, que ellos en su lengua llaman Pachacuti. Y en esta ocasión dicen, apareció en lo alto del Cuzco, en el asiento llamado Chetaca y por otro nombre Sapi, una persona vestida de colorado, de grandísima estatura, con una trompeta en la una mano y en la otra un bordón, y que habiendo venido por el agua hasta Pizac, cuatro leguas del Cuzco, este Pachacuti le salió al camino y allí le rogó no tocase la trompeta, porque se temían los indios que si la tocaba se había de volver la tierra, y que a ruego de Pachacuti y conformándose con él, y. trabando gran amistad, no tocó la trompeta que había de ser su destrucción, y así salvaron el peligro que les amenazaba. Y al cabo de algunos días que esto pasó se volvió piedra, y por esto le llamaron Pachacuti, teniendo de antes por nombre Ynga Yupanqui. Fue temido de los enemigos por su mucha crueldad, y de los suyos por los castigos que en ellos hacía con pequeña ocasión. Y por las victorias que con él alcanzaron le tuvieron en veneración y extremo de amor, y le dieron título de supremo capitán, y le ofrecían grandes y ricos presentes, de la manera que si fuera el Ynga y Rey. Fue hijo de este Pachacuti Cusi Huana Churi, y por otro nombre llamado Manco Ynga. Este, siguiendo las pisadas y condición del padre, se acomodó a la guerra con los suyos, siendo entre ellos franco y magnífico, y con los enemigos soberbio robador y mal acondicionado. A este Cusi Huana Churi atribuyen algunos indios haber dado principio al horadarse las orejas, a causa de habérselas él horadado en cierta guerra que contra su padre tuvo, de donde vinieron todos sus descendientes a seguirle en ello, imitándole, aunque algunos tienen por opinión que Manco Capac, el primer Ynga, fue el inventor de esto. Puede ser que lo sea, que en ello hay variedad entre los indios, pero de cualquiera suerte que haya sido, entre ellos es señal infalible de nobleza y autoridad, y de ser caballeros de casta real y descendientes de los yngas. Tuvo por costumbre este Cusi Huana Churi, cada vez que bebía, brindar al sol hincado de rodillas, y pedirle beneplácito y licencia para beber con su bendición. Esta ceremonia usó toda su vida todos los días al salir del sol, y así le siguieron los de su casa. Fue casado con una ñusta, prima suya, en la cual, y en otras muchas mujeres que tuvo conforme a su usanza, engendró tantos hijos que se cree fueron más de ciento, de cuyos nombres, aunque se tuviera noticia, no se pusieran por evitar prolijidad. Dicen se casaron en el Cuzco con unas ñustas llamadas yumacas, que eran señoras principales, cada una de las cuales daban cien y cincuenta indias de servicio, que eran de las que el Cusi Huana Churi traía de la guerra cautivas, con otros indios prisioneros que había vencido.
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Cómo el Almirante fue a la Corte a dar cuenta de sí a los Reyes Católicos Tan luego como los Reyes Católicos supieron la prisión y venida del Almirante, dieron orden, a 17 de Diciembre, de que fuera puesto en libertad, y les escribieron que fuese a Granada, donde fue recibido por Sus Altezas con semblante alegre y dulces palabras, diciéndole que su prisión no había sido hecha con su mandato ni su voluntad, antes les había desagradado mucho, y juzgarían esto de modo que fuesen castigados los culpables, y él enteramente satisfecho. Con estos y otros favores mandaron entonces que se atendiese a su negocio, y, en suma, fue su resolución enviar a la Española un Gobernador que desagraviase al Almirante y a sus hermanos; que Bobadilla fuese obligado a devolverle todo lo que le había tomado; y que se diese al Almirante cuanto le correspondía por sus capitulaciones; que se hiciera proceso acerca de las culpas de los rebeldes y fuesen castigados sus delitos conforme las culpas que hubiesen cometido. Dióse el gobierno a Nicolás de Ovando, comendador de Lares, hombre de buen juicio y prudencia; bien que, como después se vio, apasionado mucho en perjuicio de tercero, pues guiaba sus pasiones con astucias cautelosas, y daba crédito a los sospechosos y malignos, ejecutando todo con crueldad y ánimo vengativo, de que da testimonio la muerte de 80 caciques en el reino de Xaraguá. Pero, volviendo al Almirante, digo que cuando en Granada acordaron los Reyes Católicos mandar al Comendador Ovando a la Española, les pareció conveniente que fuese el Almirante a otro viaje de que se le siguiese algún provecho y estuviese ocupado hasta que el Comendador sosegase las cosas y tumultos de la Española. Porque les parecía muy mal tenerle tanto tiempo fuera de su justa posesión, sin causa; pues e la información remitida por Bobadilla en contra suya resultaba la malicia y la falsedad de que estaba llena, y no de cosas porque debiese perder su Estado. Pero porque en la ejecución de esto había alguna dilación, y corría ya el mes de Octubre del año de 1501, y los maliciosos lo dilataban también, hasta ver la nueva información, determinó el Almirante hablar al Rey y pedirle promesa de defenderle y ampararle en sus riesgos, lo que después hizo también por cartas. Y así, cuando estaba para partir al viaje se lo prometieron los Reyes por una carta que contiene las siguientes palabras: "Cuanto a lo otro contenido en vuestros memoriales y letras, tocante a vos, y a vuestros hijos y hermanos, porque como vedes, a causa que Nos estamos en camino, y vos de partida, no se puede entender en ello fasta que paremos de asiento en alguna parte, e si esto hobiésedes de esperar, se perdería el viaje a que agora vais, por esto es mejor, ques, pues de todo lo necesario para vuestro viaje estáis despachado, vos partáis luego sin detenimiento, y quede a vuestro hijo el cargo de solicitar lo contenido en los dichos memoriailes. Y tened por cierto, que de vuestra prisión nos pesó mucho, y bien lo vistes vos y lo cognoscieron todos claramente, pues que luego que lo supimos, lo mandamos remediar; y sabéis el favor con que vos habemos mandado tratar siempre, y agora estamos mucho más en vos honrar y tratar muy bien, y las mercedes que vos tenemos fechas vos serán guardadas enteramente, según forma y tenor de nuestros privilegios, que dellas tenéis, sin ir en cosa contra ellas. Y vos y vuestros hijos gozaréis dellas, como es razón; y, si necesario fuere confirmarlas de nuevo las confirmaremos, y a vuestro hijo mandaremos poner en la posesión de todo ello, y en más que esto tenemos voluntad de vos honrar y facer mercedes; y de vuestros hijos y hermanos Nos tememos el cuidado que es razón. Y todo esto se podrá facer yéndovos en buena hora, y quedando el cargo a vuestro hijo, como está dicho, y así vos rogamos que en vuestra partida no haya dilación. De Valencia de la Torre a 14 días de Marzo de 502 años. Yo el Rey. Yo la Reina". Estas ofertas y palabras le escribieron los Reyes porque el Almirante estaba resuelto a no empenarse mas en las cosas de Indias, y descargar de ellas en mi hermano; lo que pensaba con acierto, porque decía que si los servicios que llevaba hechos no bastaban para castigar la maldad de aquella gente, menos los que hiciese en adelante; pues lo principal que había ofrecido antes que descubriese las Indias, lo había ya cumplido, que era mostrar que allí había islas y tierra firma, a la parte occidental, que el camino era fácil y navegable, la utilidad manifiesta, y las gentes muy domésticas y desarmadas. De modo que, habiendo probado él mismo todo lo referido, ya no le faltaba más, sino que Sus Altezas siguiesen la empresa, enviando gente que buscase y procurase entender los secretos de aquellos países. Pues estando ya abierta la puerta, cualquiera podría seguir la costa, como hacían algunos que impropiamente se llamaban descubridores, sin considerar que no descubrieron alguna nueva región, sino que siguen la descubierta, después del tiempo en que el Almirante les mostró dichas islas y la provincia de Paria, que fue la primera tierra firme que se halló. Mas habiendo tenido siempre el Almirante grande inclinación a servir a los Reyes Católicos, y especialmente a la Serenísima Reina, le agrade volver a sus naves, y hacer el viaje que adelante diremos; pues tenía por cierto que cada día se descubrirían cosas de gran riqueza, como había escrito a Sus Altezas el año de 99, hablando así de descubrimiento: "no debe dejarse de continuarlo, porque, a decir la verdad, si no a una hora, se hallará en otra alguna cosa importante". Como ya se ha mostrado con Nueva España y el Perú; bien que entonces, como suele suceder a la mayor parte de los hombres, ninguno creyese lo que decía; pero es cierto que nada dijo que no saliese verdadero, como escriben los Reyes Católicos en una carta que le dirigieron desde Barcelona el 5 de Septiembre del 93.
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El resto del viaje, y cómo la nao surgió en el puerto de Acapulco Fuese navegando con poco viento a propósito, y con terrales y virazones. De espacio hallamos corrientes contrarias, y obligados dellas y del poco contrario viento Sueste que nos llevaba a varar en la playa de Citala. Dimos fondo por dos veces: al fin llegamos cerca del puerto, donde salió una barca a remo y vela a saber la nao y gente que éramos. El capitán envió en el botiquín un mensajero, y a la barca ordenó que remolcase la nao hasta que surgimos en el puerto de Acapulco, a veinte y tres de noviembre del mismo año de mil seiscientos y seis, con sola muerte del comisario, y toda la gente sana. ¡Gracias a Dios por esta y las otras mercedes que en todo el viaje nos hizo, como se ve en la historia! Es de advertir que cuando de la bahía nos desgarró el viento Sueste, que no se entendió venir a la Nueva España, a cuya causa no vinimos, como se puede venir, a Lesnordeste: y cortar la línea equinoccial cuatrocientas leguas más a Leste de adonde la cortamos, fuera más breve el viaje; y si el viento Noroeste que tuvimos cuando fuimos de Taumaco a la bahía es durable, será mucho más breve. El día siguiente, que fue de Santa Caterina mártir, salió de la nao el capitán y su gente siguiendo el estandarte Real, que muchos del lugar acompañaron desde la playa a la iglesia. Llevamos a Pedro y Pablo, ambos vestidos de nuevo, a la pila; habiendo dicho la misa el vicario, que les puso el óleo y crisma que les faltó por recibir, porque no dio lugar la tormenta cuando fueron bautizados: y con la orden que salimos nos recogimos a la nao. A pocos días después de nuestra llegada, vino de las Filipinas un navío y trajo por nuevas como don Pedro de Acuña, gobernador de ellas, ganó la isla de Torrenate con poco daño de su gente. Fue esta nueva muy alegre, y celebrada luego aquí con repique de campanas y alegría en la gente. En México se hicieron grandes fiestas bien debidas a vitoria tan deseada. Esto digo, y espero mayores fiestas y gozos por tantas islas y tierras que Dios fue servido mostrarme; pues todo es de un mismo dueño, y ser muy justo que suene esto en el mundo para más gloria de Dios, y honra de nuestra España. También llegó otra nao donde murieron en la mar setenta y nueve personas, y otras once en el puerto, de una grande enfermedad que da en aquella carrera; y según se dijo, cuando venían navegando se compró una gallina por dos mil y cuatrocientos reales, y por otra daban tres mil y doscientos y no la quisieron vender. Cuéntase la solenidad con que fue desembarcada y recebida la cruz de naranjo que se arboló en la bahía de San Felipe y Santiago Envidioso el padre Fr. Juan de Mendoza, guardián del convento de San Francisco de los descalzos de este puerto, de la veneración con que la cruz fue recebida de los religiosos de su orden el día que se arboló en la bahía de San Felipe y Santiago, como está dicho, con grande encarecimiento la pidió al capitán; diciendo que en la playa la quería recebir, y en procesión llevarla a su convento, Hubo sobre esto un muy honrado y santo pleito, porque el vicario del lugar la quería recibir con la misma reverencia para ponerla en su iglesia. Alegóse de parte a parte el derecho; mas al fin, por ciertos ruegos, el vicario largó la palabra que el capitán le tenía dado de dejarla en su poder. El día de la Concepción de la madre de Dios el capitán, con la más grandeza que pudo, sacó de la nao la cruz, y a la orilla del mar la entregó al dicho padre guardián con otros seis religiosos. Recibióla de rodillas con mucha devoción, y puestos en orden de procesión, a los dos lados de la cruz Pedro y Pablo cada uno con un hachote encendido, detrás toda la gente del pueblo llevando bandera y caja, fuimos marchando al convento. A la puerta de la iglesia estaba un padre revestido; el capitán, que es el que llegó primero, le fue sirviendo de macero hasta llegar donde estaba el guardián, que hizo de rodillas entrega de la cruz al capitán. El capitán la dio al padre en las manos, que la llevó a su iglesia y la clavó en altar mayor, con repique de campanas de ambas iglesias, son de trompetas, tiros de cámaras que allí estaban y de las piezas de la nao y fuerza, y continuas cargas de mosquetes y arcabuces de los soldados. Alegría que mostró toda la gente en común, y no menos el capitán que, aunque tuvo deseo de dar en Roma esta cruz en las manos del pontífice, y decirle ser la primera que en nombre de la iglesia católica levantó en aquellas nuevas tierras, con los indios que entendía traer de ella por primicias, y pedirle para todos aquellos y otros vivientes grandes favores y gracias, se acomodó con el tiempo que le robó la gloria de este triunfo; da muchas gracias a Dios de cuya bondad espera volver la cruz al lugar donde la trajo.
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Cómo el gran Montezuma nos envió otros embajadores con un presente de oro y mantas, y lo que dijeron a Cortés, y lo que les respondió Ya, que estábamos de partida para ir nuestro camino a México, vinieron ante Cortés cuatro principales mexicanos que envió Montezuma, y trajeron un presente de oro y mantas; y después de hecho su acato como lo tenían de costumbre, dijeron: "Malinche, este presente te envía nuestro señor el gran Montezuma, y dice que le pesa mucho por el trabajo que habéis pasado en venir de tan lejos tierras a la ver y que ya te ha enviado a decir otra vez que te dará mucho oro y plata y chalchihuites en tributo para vuestro emperador y para vos y los demás teules que traéis, y que no vengas a México. Ahora nuevamente te pide por merced que no pases de aquí adelante, sino que te vuelvas por donde viniste; que él te promete de te enviar al puerto mucha cantidad de oro y plata y ricas piedras para ese vuestro rey, y para ti te dará cuatro cargas de oro, y para cada uno de tus hermanos una carga; porque ir a México, es excusada tu entrada dentro, que todos sus vasallos están puestos en armas para no os dejar entrar". Y demás desto, que no tenía camino, sino muy angosto, ni bastimentos que comiésemos; y dijo otras muchas razones e inconvenientes para que no pasásemos de allí: e Cortés con mucho amor abrazó a los mensajeros, puesto que le pesó de la embajada, y recibió el presente, que ya no se me acuerda que tanto valía; e a lo que yo vi y entendí, jamás dejó de enviar Montezuma oro, poco o mucho, cuando nos enviaba mensajeros, como otra vez he dicho. Y volviendo a nuestra relación, Cortés les respondió que se maravillaba del señor Montezuma, habiéndose dado por nuestro amigo y siendo tan gran señor, tener tantas mudanzas, que unas veces dice uno y otras envía a mandar al contrario. Y que en cuanto a lo que dice que dará el oro para nuestro señor el emperador y para nosotros, que se lo tiene en merced, y por aquello que ahora le envía, que en buenas obras se lo pagará, el tiempo andando; y que se le parecerá bien que estando tan cerca de su ciudad, será bueno volvernos del camino sin hacer aquello que nuestro señor nos manda. Que si el señor Montezuma hubiese enviado mensajeros y embajadores a algún gran señor, como él es, e ya que llegasen cerca de su casa aquellos mensajeros que enviaba se volviesen sin le hablar y decirle a lo que iban, cuando volviesen ante su presencia con aquel recaudo, ¿qué merced' les haría, sino tenerlos por cobardes y de poca calidad? Que así haría el emperador nuestro señor con nosotros; y que de una manera u otra que habíamos de entrar en su ciudad, y desde allí adelante que no le enviase más excusas sobre aquel caso, porque le ha de ver y hablar y dar razón de todo el recaudo a que hemos venido, y ha de ser a su sola persona; y cuando lo haya entendido, si no le pareciere bien nuestra estada en su ciudad, que nos volveremos por donde vinimos. En cuanto a lo que dice, que no tiene comida sino muy poco, e que no nos podremos sustentar, que somos hombres que con poca cosa que comemos nos pasamos, e que ya vamos a su ciudad, que haya por bien nuestra ida. Y luego en despachando los mensajeros, comenzamos a caminar para México; y como nos habían dicho y avisado los de Guaxocingo y los de Chalco que Montezuma había tenido pláticas con sus ídolos y papas que si nos dejaría entrar en México o si nos daría guerra, y todos sus papas le respondieron que decía su Huichilobos que nos dejase entrar, que allí nos podrá matar, según dicho tengo otras veces en el capítulo que dello habla; y como somos hombres y temíamos la muerte, no dejábamos de pensar en ello; y como aquella tierra es muy poblada, íbamos siempre caminando muy chicas jornadas, y encomendándonos a Dios y a su bendita madre nuestra señora, y platicando cómo y de qué manera podíamos entrar, y pusimos en nuestros corazones con buna esperanza, que pues nuestro señor Jesucristo fue servido guardarnos de los peligros pasados, que también nos guardaría del poder de México; y fuimos a dormir a un pueblo que se dice Istapalatengo, que es la mitad de las casas en el agua y la mitad en tierra firme, donde está una sierrezuela, y ahora está una venta cabe él, y aquí tuvimos bien de cenar. Dejemos esto, y volvamos al gran Montezuma, que como llegaron sus mensajeros e oyó la respuesta que Cortés le envió, luego acordó de enviar a su sobrino, que se decía Cacamatzin, señor de Tezcuco, con muy gran fausto a dar el bien venido a Cortés y a todos nosotros; y como siempre teníamos de costumbre tener velas y corredores del campo, vino uno de nuestros corredores a avisar que venía por el camino muy gran copia de mexicanos de paz, y que al parecer venían de ricas mantas vestidos; y entonces cuando esto pasó era muy de mañana, y queríamos caminar, y Cortés nos dijo que parásemos en nuestras posadas hasta ver qué cosa era; y en aquel instante vinieron cuatro principales, y hacen a Cortés gran reverencia, y le dicen que allí cerca viene Cacamatzin, grande señor de Tezcuco, sobrino del gran Montezuma, y que nos pide por merced que aguardemos hasta que venga; y no tardó mucho, porque luego llegó con el mayor fausto y grandeza que ningún señor de los mexicanos habíamos visto traer, porque venía en andas muy ricas, labradas de plumas verdes, y mucha argentería y otras ricas piedras engastadas en ciertas arboledas de oro que en ellas traía hechas de oro, y traían las andas a cuestas ocho principales, y todos decían que eran señores de pueblos; e ya que llegaron cerca del aposento donde estaba Cortés, le ayudaron a salir de las andas, y le barrieron el suelo, y le quitaban las pajas por donde había de pasar; y desque llegaron ante nuestro capitán, le hicieron grande acato, y el Cacamatzin le dijo: "Malinche, aquí venimos yo y estos señores a te servir, hacerte dar todo lo que hubieres menester para ti y tus compañeros, y meteros en vuestras casas, que es nuestra ciudad; porque así nos es mandado por vuestro señor el gran Montezuma, y porque está mal dispuesto lo deja, y no por falta de muy buena voluntad que os tiene". Y cuando nuestro capitán y todos nosotros vimos tanto aparato y majestad como traían aquellos caciques, especialmente el sobrino de Montezuma, lo tuvimos por muy gran cosa, y platicamos entre nosotros que cuando aquel cacique traía tanto triunfo, ¿qué haría el gran Montezuma? Y como el Cacamatzin hubo dicho su razonamiento, Cortés le abrazó y le hizo muchas caricias a él y a todos los demás principales, y le dio tres piedras que se llaman margajitas, que tienen dentro de sí muchas pinturas de diversas colores, e a los demás principales se les dio diamantes azules, y les dijo que se lo tenía en merced, e ¿cuándo pagaría al señor Montezuma las mercedes que cada día nos hace? Y acabada la plática, luego nos partimos; e como habían venido aquellos caciques que dicho tengo, traían mucha gente consigo y de otros muchos pueblos que están en aquella comarca, que salían a vernos, todos los caminos estaban llenos dellos; que no podíamos andar y los mismos caciques decían a sus vasallos que hiciesen lugar y que mirasen que éramos teules, que, si no hacían lugar, nos enojaríamos con ellos. Y por estas palabras que Les decían, nos desembarazaban el camino. E fuimos a dormir a otro pueblo que está poblado en la laguna, que me parece que se dice Mezquique, que después se puso nombre Venezuela, y tenía tantas torres y grandes cues que blanqueaban; y el cacique de él y principales nos hicieron mucha honra y dieron a Cortés un presente de oro y mantas ricas, que valdría el oro cuatrocientos pesos. Y nuestro Cortés les dio muchas gracias por ello. Allí se les declaró muchas cosas tocantes a nuestra santa fe, como hacíamos en todos los pueblos por donde veníamos. Y, según pareció, aquellos de aquel pueblo estaban muy mal con Montezuma de muchos agravios que les había hecho y se quejaron de él; y Cortés les dijo que presto se remediaría, y que ahora llegaríamos a México, si Dios fuese servido y entendería en ello; y otro día por la mañana llegamos a la calzada ancha, íbamos camino de Iztapalapa; y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha por nivel como iba a México, nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas y encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las grandes torres y cues y edificios que tenían dentro en el agua, y todas de cal y canto; y aun algunos de nuestros soldados decían que si aquello que aquí si era entre sueños. Y no es de maravillar que yo aquí lo escriba desta manera, porque hay que ponderar mucho en ello, que no sé cómo lo cuente, ver cosas nunca oídas ni vistas y aun soñadas, como vimos. Pues desque llegamos cerca de Iztapalapa, ver la grandeza de otros caciques que nos salieron a recibir, que fue el señor del pueblo, que se decía Coadlauaca, y el señor de Cuyoacan, que entrambos eran deudos muy cercanos del Montezuma; y de cuando entramos en aquella villa de Iztapalapa de la manera de los palacios en que nos aposentaron, de cuán grandes y bien labrados eran, de cantería muy prima, y la madera de cedros y de otros buenos árboles olorosos, con grandes patios e cuartos, cosas muy de ver, y entoldados con paramentos de algodón. Después de bien visto todo aquello, fuimos a la huerta y jardín, que fue cosa muy admirable verlo y pasarlo, que no me hartaba de mirarlo y ver la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenía, y andenes llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de la tierra, y un estanque de agua dulce; y otras cosas de ver, que podrían entrar en el verjel grandes canoas desde la laguna por una abertura que tenía hecha, sin saltar en tierra, y todo muy encalado y lucido de muchas maneras de piedras, y pinturas en ellas, que había harto que ponderar, y de las aves de muchas raleas y diversidades que entraban en el estanque. Digo otra vez que lo estuve mirando, y no creí que en el mundo hubiese otras tierras descubiertas como éstas; porque en aquel tiempo no había Perú ni memoria de él. Ahora toda esta villa está por el suelo perdida, que no hay cosa en pie. Pasemos adelante, y diré cómo trajeron un presente de oro los caciques de aquella ciudad y los de Cuyoacan, que valía sobre dos mil pesos, y Cortés les dio muchas gracias por ello y les mostró grande amor, y se les dijo con nuestras lenguas las cosas tocantes a nuestra santa fe, y se les declaró el gran poder de nuestro señor el emperador; e porque hubo otras muchas pláticas, lo dejaré de decir, y diré que en aquella sazón era muy gran pueblo, y que estaba poblada la mitad de las casas en tierra y la otra mitad en el agua; ahora en esta sazón está todo seco, y siembran donde solía ser laguna, y está de otra manera mudado, que si no lo hubiera de antes visto, dijera que no era posible, que aquello que estaba lleno de agua esté ahora sembrado de maizales. Dejémoslo aquí, y diré del solemnísimo recibimiento que nos hizo Montezuma a Cortés y a todos nosotros en la entrada de la gran ciudad de México.
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Capítulo LXXXVII De cómo Belalcázar mudó la ciudad de Riobamba al Quito, y de lo que pasó en aquella tierra Antes que trate el suceso del adelantado Almagro, me pareció convenir escribir algo de lo que pasaba en las partes septentrionales y esto harélo de aquí adelante muy breve, tanto que no será sino digresiones, porque si hubiese de escribir menudamente los casos que pasaron y trances, y entradas que se hicieron, y descubrimientos, sería nunca acabar esta historia. Almagro dejó en el cargo a Belalcázar, con quien quedaron muchos de los que vinieron de Guatimala y Tierra Firme. Dende a pocos días, Pizarro le confirmó el poder, enviándole con un Tapia las provisiones. Parecióle no estar cómodamente la ciudad de Riobamba. Debajo de cierto auto que hizo, la mudó a Quito, nombrándola San Francisco del Quito; quedaba hecha por Almagro la elección. De esta fundación tengo escrito en la primera parte, que es causa que aquí no lo reitere. Salieron diversas veces a hacer entradas para haber a las manos a los señores, que andaban alzados, combatieron peñoles y ganaron albarradas. En el ganado de ovejas entraron con tanta desorden que totalmente apocaron con su mala orden la gran muchedumbre que había de ello. Salió un día por mandado de Belalcázar Juan de Ampudia, natural de Xeres; supo en qué parte estaba Zopezopagua. Envióle mensajeros de sus parientes, amonestándole no se acabase de perder ni diese lugar que los españoles con mano armada lo prendiesen, sino que antes, de su consejo, viniese en amistad de ellos. Respondió que lo deseaba, mas que temía su crueldad porque mantenían poco la palabra que daban. A esto le replicó Ampudia que no sería así ni se le haría ningún agravio ni fuerza: Zopezopagua temía que le habían de apretar por el oro de Quito porque, estaba claro, los cristianos no buscaban ni pretendían otra cosa que ello, y plata; mas no se hallaba seguro en parte ninguna porque ni guardaban amistad ni parentesco ni querían más que sustentarse con el favor de los nuestros. No se determinaba en lo que haría. Supo Ampudia en la parte cierta que estaba, fueron a lo traer. Dicen que por fuerza, otros cuentan que de su voluntad se vino a ellos. Quingalinbo y otros capitanes de los incas les salieron de paz, con que volvió a Quito trayendo mucho ganado para el proveimiento. Ruminabi andaba barloventeando por huir de los cristianos: habíanlo echado de muchos fuertes y peñoles. Procuraba de buscar movimientos: con su autoridad no bastó, porque todos los naturales estaban muy cansados y trabajados de grandes fatigas; querían, los que habían escapado de las guerras, vivir en tranquilidad y sosiego. No faltó quien dio aviso a Belalcázar en el lugar que estaba; salieron con la guía ciertos caballos, fueron por tales partes y rodeos que dieron en la estancia que tenía, estando con él pocos más de treinta hombres y muchas mujeres con cargas de su bagaje. Y como dieron de súbito, huyeron algunos, y el señor se escondió muy triste, en una pequeña choza. La guía lo conoció y de ello dio aviso a un cristiano llamado valle, que lo prendió, sin que se demudase ni perdiese la gravedad suya. Con estas prisiones cesó los alborotos de guerra que siempre hubieran si no se prendiera. Belalcázar se hubo después con ellos con tanta crueldad que les dio grandes tormentos porque no le decían del oro que habían sacado del Quito. Ellos tuvieron tanta constancia en el secreto que no te dieron el alegrón que él creyó y sin tener otra culpa hizo de ellos justicia permitiendo que fuese áspera y muy inhumana. En este tiempo salió el capitán Tapia de la provincia de Chinto por mandado de Belalcázar a descubrir lo que hubiese a la parte norte. Fueron con él treinta caballos y treinta peones. Fue por Cotocollao y Aguayla, Charancique, y pasó a Carangua y Acoangue, Mira, Tuza, Guaca, y otros pueblos, descubriendo hasta que llegaron al río de Angasmayo, de donde volvió a Quito con memoria de los nombres de los pueblos que había descubierto. En Tuza le dieron los indios batalla, mas no fue reñida ni peligrosa. En Latacunga se tomó un indio, por mano de un español llamado Luis Daza, extranjero, porque luego se conoció serlo; preguntáronle de qué tierra era natural; respondió que era de una gran provincia llamada Cundarumarca, sujeta de un señor muy poderoso, el cual tuvo en los años pasados grandes guerras y batallas con una nación que llamaban los Ahícas, muy valientes, tanto que pusieron al señor ya dicho en grande aprieto y con necesidad de buscar favores, el cual envió a él y a otros a Atabalipa a le suplicar le diese ayuda, pues era tan gran señor, para pelear contra aquellos sus enemigos, y que, por tener la guerra que tenía con Guascar, su hermano, no envió: lo que prometió hacer en acabando aquel debate; y que les mandó a éste y a otros que anduviesen en sus reales hasta que volviesen con lo que deseaban y que haciéndolo así fueron hasta Caxamalca, donde de todos sus compañeros él sólo había escapado y venídose con Ruminabi a aquella tierra. Preguntáronle muchas preguntas de la suya. Dijo tales cosas, y tan afirmativamente, que hacía "in creyente" de manar todo en oro, y que los ríos llevaban gran cantidad de este metal, y las cosas que este indio dijo, aunque salieron inciertas, se han extendido por todas partes buscando lo que llaman "El Dorado", que tan caro a muchos de los nuestros ha costado. Mandó Belalcázar a Pedro de Añasco que fuese con cuarenta caballos y otros tantos Peones con aquel indio, que decía su tierra estar diez o doce jornadas de allí, señalando los que habían de ir. Como habían oído al indio lo que había dicho, buscaban almocafres, barretas y algunos azadones, para coger de aquel oro que creían haber en los ríos. Pasaron por Guallabamba y caminaron entre los pueblos de los quillazangas. Atravesaron por montes cerrados, temerosos, y no hallaron nada de lo que pensaban. Dende algunos días salió de Quito por mandado del mismo Belalcázar el capitán Juan de Ampudia con cantidad de españoles para ir en seguimiento de Añasco, llevando poder para descubrir. Y anduvo hasta que se juntó con el dicho capitán Añasco y tomó la gente a su cargo. Salió Belalcázar a poblar a Guayaquil procurando tener paz con los de aquella costa y en la parte que le pareció fundó un pueblo donde dejó por capitán a uno de los alcaldes y fueron tan molestos a los indios, ahincándolos por oro y mujeres hermosas, que se apellidaron y mataron a los más de los cristianos; los que escaparon fueron con harto riesgo al Quito donde estaba por teniente el capitán Juan Díaz Hidalgo. Después pasaron algunos trances en aquella provincia, hasta que el capitán Zaera pobló por comisión de Pizarro, según que tengo escrito en la primera parte.
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Capítulo LXXXVII Que trata de cómo fue el capitán Francisco de Aguirre a reedificar la ciudad de la Serena y del suceso Venido Francisco de Aguirre de los pormocaes que a la sazón andaba con cierta gente, con la alteración e llevada de la ciudad de la Serena, e dada la provisión de teniente en aquella ciudad, e señalados los vecinos que habían de ser, y señalados los caciques que cada uno había de tener, e quien habían de ser alcaldes, le mandó que luego en allegando, reedificase la ciudad, e que de la gente que allí estaba, tomase los que le pareciesen para la sustentación de aquella ciudad, e que los demás soldados le enviase, para que entrando el verano estuviese en la ciudad de Santiago, para que de allí a dos o tres meses se partiría él para arriba a la conquista, e poblar una ciudad. Llegado Francisco de Aguirre al valle de Coquimbo, tomó treinta y dos hombres, e toda la demás gente mandó se viniesen a servir al gobernador, e reedificó la ciudad de la Serena, miércoles, a veinte y seis días del mes de agosto del año de nuestra salud de mil quinientos y cuarenta y nueve. Comenzaron a hacer sus casas e cercar sus solares, y Francisco de Aguirre enviar mensajeros a los indios viniesen de paz. E algunos prencipales comarcanos a la ciudad escomenzaron a venir a servir, e viendo que todos se desculpaban con los de Copiapó, e que era el más lejano valle e los más culpados en el negocio pasado, acordó salir e ir allá con doce españoles, dejando veinte en la ciudad, dándoles la orden que habían de tener. Salió el capitán Francisco de Aguirre con sus once españoles, y antes que entrase en el valle, envió a decir a los indios que viniesen a servir, y si no querían, que hiciesen muchas armas, porque él les iba a visitar, y que no dijesen que no les avisaba. Oída los indios de Copiapó la embajada que Francisco de Aguirre les enviaba, no poco se alteraron y se espantaron, y decían que qué capitán era aquél, que antes que entrase en el valle le avisaba e les mandaba hacer armas. Se ayuntaron todos, e a la sazón estaba una yanacona entre muchos que del Pirú allí tenían, el cual había andado con el capitán Francisco de Aguirre. Y le preguntaron que qué capitán era aquel que venía. Y el yanacona le respondió que le conocía muy bien, e que se llamaba Aguirre, e que nunca traía mucha gente, más de doce cristianos, y que con éstos acometía todos los indios que estuviesen de guerra, y que en Atacama él había visto desbaratar un fuerte e matar muchos indios, sin que los indios le hiciesen ningún daño. Oído los indios lo que el yanacona decía, perdían todo el animo que en lo pasado habían tenido, e hicieron fuera del valle un fuerte. Entrado el capitán Francisco de Aguirre en el valle, tuvo noticia del fuerte e fuese a él. E viendo los indios que tan atrevidamente se iba a su fuerte, acordaron no se lo defender, e no con poco miedo huían. Y cuando Francisco de Aguirre llegó no habían huido tan ligeramente que no se tomaron algunos, e hizo castigo de ellos. E luego supo dónde estaba un señor que se decía Cabimba, e informado Francisco de Aguirre dónde estaba aquel señor escondido con su gente, envió cuatro españoles, e que diesen sobre el indio y que de todas maneras hiciesen por le tomar. E idos los cuatro de a caballo dieron una madrugada sobre él, y como la gente estaba tan amedrentada y tomados tan de repente, no cuidaron de defenderse. Fue preso Cabimba e trujéronselo al capitán Francisco de Aguirre, que no poco culpado era en el negocio. Era indio belicoso y cruel, porque los españoles que mataron en Copiapó había tomado uno a vida, e le mandó colgar de las alillas e le tuvo colgado tres días, atormentándole, cortándole sus miembros. E visto y entendido por Francisco de Aguirre por la confesión que este señor y otros indios le decían, con la crueldad que había muerto aquel español, mandó hacer la misma justicia en él. E con esta buena maña, con trasnochadas e madrugadas que daba en los indios, los trujo de paz y vinieron a servir de manera que nunca más se atrevieron a hacer ningún daño. Luego se volvió a la ciudad. Cobraron tan gran miedo los indios de la comarca de esta ciudad que un español solo pasaba el despoblado de Atacama sin temor ninguno.
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Que trata de cómo el rey Motecuhzoma y los demás señores del imperio dieron la obediencia al rey de Castilla y lo más que sucedió a Cortés hasta prender a Pánfilo de Narváez que venía contra él Teniendo Cortés presos en su poder a los dos reyes tío y sobrino, Motecuhzoma y Cacama, les dijo que juntasen a todos los señores del imperio para tratar con ellos de su venida y dar principio a la conversión y fundación de nuestra santa fe católica, para lo cual hicieron un llamamiento general de todos los grandes y señores del imperio; y cuando todos fueron venidos los juntaron en una sala grande, puestos por su orden en sus tronos y asientos, Motecuhzoma enmedio y a los lados el rey Cacama y Totoquihuatzin el rey de Tlacopan su suegro (que para el efecto aunque con guardias les dio lugar Cortés para tratar de este negocio); y tomando la mano Motecuhzoma comenzó una larga plática y entre muchas razones que trajo para fundar y sustentar su determinación, vino a decir que daba muchas gracias a Dios por haberle hecho tanta merced, que haya alcanzado a ver a los cristianos y tener noticia de aquel gran rey que sus pasados de años muy atrás deseaban que viniese y que no podía creer que fuese otro, sino éste que había enviado a aquellos españoles que estaban en su corte y que si estaba determinado de lo alto que tuviese fin el imperio de las tres cabezas, culhuas, aculhuas y tepanecas, no quería resistir la voluntad de Dios, sino de muy buena gana y con gran voluntad dar la obediencia al rey de Castilla y tenerle por su cabeza y supremo señor, bajo de cuyo amparo y protección quería vivir y reconocerle por tal y que les rogaba muy encarecidamente a ellos que hiciesen lo mismo, porque entendía que a todos les cumplía hacerlo así. Motecuhzoma dijo estas razones con tantas lágrimas y suspiros, que a todos los suyos hizo enternecer y lo mismo a Cortés y a todos los que con él estaban; después que hubieron llorado y estado suspensos un gran rato, hizo Motecuhzoma un solemne juramento dando la obediencia al rey don Carlos nuestro señor (de gloriosa memoria) y tras de él Cacama su sobrino, Totoquihuatzin rey de Tlacopan y con ellos todos los grandes y señores del imperio que allí estaban, prometiendo de serle buenos y leales vasallos y luego en confirmación y seguridad de esto le entregaron a Cortés ciertos infantes e infantas, hijos y hermanos de estos reyes, con cantidad de dones y presentes de oro, pedrería, plumería, mantas y otras riquezas para el rey su nuevo señor y lo mismo hicieron por su orden todos los demás grandes y señores referidos. Cacama y con él sus dos hermanos, Cohuanacochtzin e Ixtlilxóchitl, según las relaciones y pinturas de Tetzcuco, dieron en rehenes a cuatro hermanos suyos y otras tantas hermanas, que los varones fueron los infantes Tecocoltzin, Tecpacxohitzin, Huixcacamatzin y Tenancacaltzin. Cortés los consoló mucho, prometiéndoles que siempre serían bien tratados y tan señores de todo el imperio y de lo que era suyo como antes y comenzó a dar orden de la conversión de los naturales, diciéndoles, que pues eran vasallos del rey de España, que se tornasen en cristianos como él lo era y así se comenzaron a bautizar algunos, aunque fueron muy pocos y Motecuhzoma aunque pidió el bautismo y sabía algunas de las oraciones como era el Ave María y el credo, se dilató para la pascua siguiente que era la resurrección y fue tan desdichado que nunca alcanzó tanto bien y los nuestros con la dilación y aprieto en que se vieron, se descuidaron, de que pesó a todos mucho muriese sin bautismo. Estando Cortés en esta prosperidad, y cuando sus cosas iban en tanto aumento, llegó al puerto de Veracruz Pánfilo de Narváez con diez navíos y novecientos españoles, con muchos caballos, artillería y todo recaudo, con intento de prender o matar a Cortés y venía en nombre de Diego Velázquez, gobernador de Cuba, que lo mandó por decir que le usurpaba su jurisdicción y que siendo su súbdito se había salido de su obediencia, haciéndose cabeza por sí en tierra firme y poblando en ella con título de capitán general y justicia mayor y aunque procuraron los frailes y todos los oidores de la audiencia de Santo Domingo estorbar este viaje que enviaba Diego Velázquez, y para sólo requerirle que no enviase a Narváez, fue despachado a Cuba el licenciado Figueroa, oidor, de parte de los gobernadores y del rey, protestando contra él de quejarse con su majestad del estorbo grande que se hacía en la conversión y conquista de aquestas tierras; lo cual no pudieron estorbar. No hubo bien llegado esta flota a la Veracruz, cuando luego tuvo Motecuhzoma el aviso de ella, de que dio luego parte a Cortés y le dijo que aparejase luego su partida porque ya otra vez se lo tenía pedido y se había excusado con decirle que no tenía navíos en que ir; y estando certificado Cortés de lo que pasaba, sintió mucho este negocio y prometiendo remediarlo con palabras, escribió a Pánfilo de Narváez rogándole mucho no le estorbase la conversión de estas gentes y que se juntase con él, que con poco trabajo los dos podían hacer a Dios y a su rey notable servicio; a lo cual Narváez no quiso dar oído, porque con facilidad entendió que pudiese prender a Cortés, echando fama entre los naturales que era fugitivo, ladrón y traidor a su rey, que él no venía más que a cortarle la cabeza y poner en libertad a Motecuhzoma, porque su señor rey estaba muy indignado del agravio que de Cortés había recibido, enviando a congraciarse con Motecuhzoma; por lo cual se enojaron con él muchos de los que iban en su compañía y el oidor Ayllon le puso pena de muerte de parte del rey que no tratase el negocio tan pesadamente, porque de ello se ofendían Dios y el rey muy mucho, pues impedía el bautismo y conversión de aquellas gentes; por cuya causa le prendió y envió a Diego Velázquez; pero él se soltó y vino a Santo Domingo. Pasó a tanto el atrevimiento de Narváez, que hizo proceso en forma contra Cortés y por su sentencia le condenó a muerte y publicó guerra contra él, de lo cual se reían los de la Veracruz y aun los mismos que traía consigo; trató Cortés con todo esto de aplacarle con buenas razones, escribióle muchas veces requiriéndole con la paz y cuando vio que no aprovechaban sus cartas, determinó irse a ver con él y habiendo dado parte a los suyos de lo que tenía pensado, habló a Motecuhzoma y le dijo se quería ir a la Veracruz solamente a mandar a los que venían en la flota, que no hiciesen ningún daño en las tierras del reino de México y que no se partiesen sin él, porque ya no tenía que hacer sino aparejar su partida, rogándole que se estuviese allí con sus españoles porque no recibiesen algún daño de los suyos, que luego daría la vuelta y que le diese alguna gente para que fuese con él; proveyéndole así Motecuhzoma y lo mismo Cacama y Totoquihuatzin, dando la gente que fue necesaria para el efecto; y le dijeron que tuviese por bien que ellos querían celebrar una fiesta muy solemne llamada tóxcatl que cada año la celebraban y que sería sin sacrificio de hombres pues ya se los tenía vedado. Cortés les dijo que se holgasen como a ellos les pareciese, y que en su lugar dejaba al capitán Pedro de Alvarado con ciento y cincuenta de los suyos; y con otros doscientos y cincuenta y los amigos salió de México para la Veracruz; y en el camino supo que Narváez estaba en Cempoalan, y diose tan buena mana, que llegó allá antes que Narváez lo sintiese, y con pérdida de solos dos soldados de los suyos le prendió, y le hizo llevar a muy buen recaudo a la Veracruz, y luego todos los que con Narváez habían venido, pasáronse sin mucha dificultad, porque los más de ellos le seguían de mala gana.
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De la fundación de la ciudad de Guamanga y quién fue el fundador Cuando el marqués don Francisco Pizarro determinó de asentar esta ciudad en esta provincia, hizo su fundación no donde agora está, sino en un pueblo de indios llamado Guamanga, que fue causa que la ciudad tomase este mismo nombre, que estaba cerca de la larga y gran cordillera de los Andes; donde dejó por su teniente al capitán Francisco de Cárdenas. Andando los tiempos, por algunas causas se mudó en la parte donde agora está, que es un llano cerca de una cordillera de pequeñas sierras que están a la parte del sur; y aunque en otro llano, media legua deste sitio, pudiera estar más al gusto de los pobladores, pero por la falta del agua se dejó de hacer. Cerca de la ciudad pasa un pequeño arroyo de agua muy buena, de donde beben los desta ciudad, en la cual han edificado las mayores y mejores casas que hay en todo el Perú, todas de piedra, ladrillo y teja, con grandes torres; de manera que no falta aposentos. La plaza está llana y bien grande. El sitio es sanísimo, porque ni el sol, aire ni sereno hace mal, ni es húmida ni cálida, antes tiene un grande y excelente temple de bueno. Los españoles han hecho sus caserías, donde están sus ganados, en los ríos y valles comarcanos a la ciudad. El mayor río dellos tiene por nombre Vinaque, adonde están unos grandes y muy antiquísimos edificios, que cierto, según están gastados y ruinados, debe de haber pasado por ellos muchas edades. Preguntando a los indios comarcanos quién hizo aquella antigualla, responden que otras gentes barbadas y blancas como nosotros, los cuales, muchos tiempos antes que los ingas reinasen, dicen que vinieron a estas partes e hicieron allí su morada. Y desto y de otros edificios antiguos que hay en este reino me parece que no son la traza dellos como los que los ingas hicieron o mandaron hacer. Porque este edificio era cuadrado, y los de los ingas largos y angostos. Y también hay fama que se hallaron ciertas letras en una losa deste edificio; lo cual ni lo afirmo ni dejo de tener para mí que en los tiempos pasados hubiese llegado aquí alguna gente de tal juicio y razón que hiciese estas cosas y otras que no vemos. En este río de Vinaque, y por otros lugares comarcanos a esta ciudad, se coge gran cantidad de trigo de lo que siembran, del cual se hace pan tan excelente y bueno como lo mejor del Andalucía. Hanse puesto algunas parras, y se cree que por tiempos habrá grandes y muchas viñas, y por el consiguiente se darán las más cosas que de España plantaren. De las frutas naturales hay muchas y muy buenas, y tantas palomas, que en ninguna parte de las Indias vi donde tantas se criasen. En tiempo del estío se pasa alguna necesidad de hierba para los caballos; mas con el servicio de los indios no se siente esta falta; y hase de entender que caballos y más bestias no comen en ningún tiempo del año paja, ni acá la que se coge aprovecha de nada, porque los ganados tampoco la comen, sino la hierba de los campos. Las salidas que tiene esta ciudad son buenas, aunque por muchas partes hay tantas espinas y abrojos, que conviene llevar tino los que caminaren así a pie como a caballo. Esta ciudad de San Juan de la Vitoria de Guamanga fundó y pobló el marqués don Francisco Pizarro, gobernador del Perú, en nombre de su majestad, a 9 días del mes de enero de 1539 años.
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Capítulo LXXXVII De Ynga Urcum hijo de Viracocha Ynga y de la piedra que llaman en el Cuzco cansadaYnga Urcum fue hijo del gran Viracocha Ynga, y fue uno de los más valerosos hijos que tuvo, el cual se preció notablemente de conquistador, y así a él algunos le atribuyen la conquista de Maras, Mullaca, Calca, Tocal, Capac, a Huaiparmarca y otros pueblos, hasta los Lucanas y los Canas, apaciguándolos y poniéndolos en orden. Y entre otras cosas que refieren suyas, de ingenioso, son dos: una haber traído de muy lejanas tierras (y algunos dicen desde Quito, lo cual sería en vida de Pachacuti Ynga Yupanqui, su hermano, hijo y heredero que fue de Viracocha Ynga, porque en este tiempo Tupa Ynga Yupanqui hijo de Pachacuti Ynga Yupanqui y sobrino de este Ynga Urcum fue a la conquista de Quito y sus provincias), trajo, pues, infinidad de indios cargados de una tierra fertilísima y apropiada para fructificar papas. Si fue desde Quito hay más de 450 leguas. Esta tierra traída hizo con ella en el Cuzco, al un lado de la fortaleza hacia el oriente, un cerro llamado Sunso, que él mismo nombre se deja entender haber sido tierra juntada a mano y con industria. En este cerro se daban lindísimas y sabrosas papas, las cuales sólo eran y servían en la mesa del Ynga y para su comida y regalo. La otra fue que yéndose trabajando en la obra de la fortaleza del Cuzco, que es insigne y maravillosa, para ella mandó traer desde Quito una piedra grandísima y de excesivo peso, que tendrá tres estados de alto y ocho pasos de largo. Refieren los indios que llegando con ella muy cerca de la fortaleza donde ahora está la piedra, habló diciendo saycuni, que quiere decir canséme, y lloró sangre, y así de acuerdo la dejaron en el lugar donde al presente está, y la llaman comúnmente la piedra cansada. Y si ellos la trajeron desde Quito como cuentan, que yo lo tengo por fábula, no me parece que hay industria humana que de traza y modo como en tanta infinidad de leguas pudiese llegar, siendo los caminos que hay, desde la ciudad de Quito hasta el Cuzco, fragosos y ásperos, de cerros y valles y quebradas, dificultosísimo de pasa hoy día a caballo, y los ríos grandes y crecidos, especial el famoso y celebrado Apurimac, que está del Cuzco diez y seis leguas, donde jamás hubo otra puente que la de Crisnejas, y ésa angosta, y por donde era imposible pasar aquella piedra, no por las laderas que están encima del río, poco antes de llegar a la puente, donde se han perdido infinidad de bestias cargadas de plata y mercaderías, cayendo al río por la angostura del camino. Y así, si la piedra vino de donde dicen los indios, no hay duda sino que el demonio, como tan familiar y amigo suyo, y que deseaba tenerlos por todas las vías sujetos, se la traería y ayudaría a esta obra tan sin provecho, para más atraerlos a su voluntad y ceguera. Y aún la paga desta obra tuvo el mesmo Ynga Urcum, que los indios que con él se hallaron en traer la piedra al Cuzco, le mataron aburridos y cansados de trabajo tan sin provecho, aun quizás de los malos tratamientos que les hacía, porque severamente mandaba, sin que hubiese réplica ni excusa en dejar de cumplir sus órdenes. Y la piedra se quedó en el puesto, sin que jamás pasase adelante ni los ingas tratasen dello, por la fábula de decir que había hablado y llorado sangre. No quedó de este Ynga Urcum sucesión ninguna, que para aquellos tiempos, donde tenían los indios, y especial los hijos y hermanos de los yngas, tanta multitud de mujeres, fue cosa de maravilla. Otros dicen que después de la guerra que tuvo Viracocha Ynga con los chancas, como en el capítulo diez y nueve se dijo, Pachacuti Ynga Yupanqui, envidioso de los hechos y obras heroicas deste Ynga Urcum su hermano, y entendiendo que su padre Viracocha Ynga le quería dejar por heredero por ser valeroso, lo mató en Cache, en una guerra, diciéndole que fuese en la delantera; y mandó a un capitán suyo le matase por detrás, de lo cual refieren que Viracocha Ynga su padre murió de pesar, y otros que se desapareció. Toda esta variedad la causa la mucha que los indios tienen en contar las guerras y sucesiones de sus Yngas. También fueron valerosos y esforzados dos capitanes llamados Apomaytac y Uillca Quiri, a los cuales refieren los indios que el Ynga, no señalando cuál, los envió a conquistar por los llanos abajo, y llegaron hasta donde ahora está poblada la Villa de Cañete y allí, por orden del Ynga, edificaron la fortaleza del Huarco que es obra costosísima y fuerte de piedra, de la cual trajeron al Cuzco la Huaca principal, que aquella provincia adoraba, para que, mediante esto, toda la provincia contribuyese gente e indios de servicio a la Huaca, y viniesen al Cuzco a adorarle. Apomaytac Uillcaquiri decían a los indios que aquellas huacas e ídolos les ayudaban a vencer en todas las guerras que trataban, y en las conquistas que intentaban juntamente. Dicen que Ynga Maita, que fue hijo de Viracocha Ynga y hermano de Ynga Urcum, fue esforzado y atrevido, sin jamás querer ni admitir descanso, siguiendo en todas las jornadas de guerra a su hermano Ynga Urcum y a Pacha Cuti Ynga Yupanqui, y a Tupa Ynga Yupanqui su sobrino. Se halló en la conquista de Huancavilcas y Cayambis y Pastos, con un hermano suyo llamado Cunayrachali y Curopanqui y Capac Yupanqui, que todos fueron hijos de Viracocha Ynga, del cual y de su hermano recibieron muchas mercedes de mujeres e indios de servicio y vestidos, conforme a lo que entre los yngas se usaba.
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Cómo el Almirante salió de Granada para ir a Sevilla y hacer la armada necesaria para su descubrimiento Y bien despachado el Almirante por los Reyes Católicos, salió de la ciudad de Granada para la de Sevilla el año de 1501, y luego que llegó dispuso con tanta diligencia la armada que en breve tiempo se aprestaron, con armas y vituallas, cuatro navíos de gavia de 70 toneladas de porte el mayor y el menor de 50, con 140 hombres entre grandes y pequeños, de los que yo era uno. El 9 de Mayo de 1502 nos hicimos a la vela en el puerto de Cádiz y fuimos a Santa Catalina, desde donde partimos el miércoles, 11, y al segundo día, fuimos a Arcila, para socorrer a los portugueses que se decía estar muy apretados; pero, cuando llegamos, ya los moros habían levantado el sitio; por lo que el Almirante envió al Adelantado D. Bartolomé Colón, su hermano, y a mí, con los capitanes de los navíos, a tierra, para visitar al capitán de Arcila, que habían herido los moros en un asalto. El cual dio muchas gracias al Almirante por esta visita y por las ofertas que le hacía; a cuyo efecto, le envió ciertos caballeros que tenía consigo, algunos de los cuales eran parientes de doña Felipa Moñiz, mujer que fue, como ya dijimos, del Almirante en Portugal. El mismo día nos hicimos a la vela y llegamos a la Gran Canaria el 20 de Mayo, surgiendo en las isletas. El 24 pasamos a Maspalomas, que está en la misma isla, para tomar el agua y la leña que eran necesarias en el viaje. De aquí partimos la noche siguiente hacia la India con próspero viaje, como plugo a Dios, de modo que sin tocar las velas, llegamos a la isla de Matinino, a 15 de Junio, por la mañana, con bastante alteración del mar y del viento. Allí, según la necesidad y costumbre de los que van desde España, quiso el Almirante que refrescase la gente, se proveyese de agua y de leña y lavase su ropa, hasta el sábado que pasamos al occidente de ella, y fuimos a la isla Dominica, que dista de aquella diez leguas. Desde allí, pasando por las islas de los Caribes, fuimos a Santa Cruz; a 24 del mismo mes pasamos a la parte del Mediodía de la isla de San Juan; y tomamos el camino de Santo Domingo, porque el Almirante tenía ánimo de cambiar uno de los cuatro navíos que llevaba, que era poco velero y navegaba mal, y no podía sostener las velas si no se metía el bordo hasta cerca del agua, de que resultó algún daño en aquel viaje; pues la intención del Almirante cuando iba por el Océano era ir a reconocer la tierra de Paria y continuar por la costa, hasta dar con el estrecho, que tenía por cierto haber hacia Veragua y el nombre de Dios; pero, visto el defecto del navío, tuvo que ir a Santo Domingo para trocarle por otro bueno. Como el Comendador de Lares, que gobernaba la isla, enviado por los Reyes para tomar cuenta de su administración a Bobadilla, no se alteró nada con nuestra imprevista llegada, el miércoles, a 29 de Junio, habiendo ya entrado en el puerto, envió el Almirante a Pedro de Terreros, capitán de uno de los navíos, para hacerle saber la necesidad que tenía de mudar aquel navío; y que así por esto, como porque él esperaba que viniese una gran tormenta, deseaba entrar en aquel puerto, para guarecerse; advirtióle que en ocho días no dejase salir la armada del puerto, porque corría mucho riesgo. Pero el Comendador no consintió que el Almirante entrase en el puerto, y mucho menos impidió salir la armada que partía para Castilla, la cual era de veintiocho navíos, y debía llevar al Comendador Bobadilla, que había preso al Almirante y a sus hermanos, a Francisco Roldán y a todos los otros que se habían sublevado contra él, de quienes habían recibido tanto mal. A todos los cuales quiso Dios cegarles los ojos y el entendimiento para que no admitiesen el buen consejo que les daba el Almirante. Yo tengo por cierto que esto fue providencia divina, porque, si arribaran éstos a Castilla, jamás serían castigados según merecían sus delitos; antes bien, porque eran protegidos del obispo Fonseca, hubiesen recibido muchos favores y gracias; y por esta causa facilitó su salida de aquel puerto, hacia Castilla; porque, llegados a la punta oriental de la Española, una gran tormenta los embistió de tal manera que sumergió la nave Capitana, en la cual iba Bobadilla con la mayor parte de los rebeldes, e hizo tanto daño en los otros navíos que no se salvaron si no es tres o cuatro de todos los veintiocho. En aquel tiempo, que fue jueves último de Junio, habiendo el Almirante previsto semejante borrasca, luego que se le negó entrar en el puerto, para estar seguro se retiró lo mejor que pudo hacia tierra, resguardándose con ésta, no sin mucho dolor y disgusto de la gente de su armada, a la que, por ir en su compañía, le faltaba el acogimiento que debe hacerse aun a los extraños, cuanto más a ellos, que eran de una misma nación, por lo que temían no les sucediese en adelante lo mismo y les viniese algún infortunio. Aunque el Almirante sintiese interiormente el mismo dolor, se lo aumentaba más la injuria y la ingratitud usada con él en la tierra que había dado para honra y exaltación de España, donde se le negaba el refugio y el reparo de su vida. Pero con su prudencia y con su buen juicio, se mantuvo con su armada hasta el día siguiente, y creciendo el temporal y sobreviniendo la noche con grandísima obscuridad, se apartaron tres navíos de su compañía, cada uno por su rumbo; y aunque los marineros de éstos corrieron todos igual riesgo, y cada uno pensaba que los otros hubiesen naufragado; los que sin embargo padecieron verdaderamente fueron los del navío Santo, el cual, por conservar el batel en que había ido a tierra el capitán Terreros, lo llevó atado a la popa con los cables, hasta que fue precisado a dejarlo y perderlo, por no perderse a sí mismo; pero mucho mayor fue el peligro de la carabela Bermuda, la cual, habiéndose hecho al mar, entró en el agua hasta la cubierta; de donde bien se dejo conocer que con razón procuraba el Almirante trocarla. Y todos tuvieron por cierto que el Adelantado, su hermano, después de Dios, la había salvado con su saber y valor, porque, según hemos dicho, no se hallaba entonces hombre más práctico que él en las cosas del mar; de manera que habiendo padecido todos los navíos gran trabajo, excepto el del Almirante, quiso Dios volverlos a juntar el domingo siguiente en el puerto de Azua, al Mediodía de la Española, donde, contando cada uno sus desgracias, se halló que el Adelantado había padecido tan gran riesgo, por huir de tierra, como marinero tan práctico; y el Almirante no había corrido peligro por haberse acercado a ella, como sabio astrólogo que conocía el paraje de donde podía venirle daño. Por cuyo motivo, bien podían culparle los que le aborrecían, de que había producido aquella tormenta por arte mágica para vengarse de Bobadilla y de los demás enemigos suyos que iban en su compañía, viendo que no habían peligrado alguno de los cuatro de su armada, y que de veintiocho que habían partido con Bobadilla, uno sólo, llamado la Guquia, que era de los peores, siguió su viaje a Castilla y llegó salvo con 4.000 pesos de oro que el factor del Almirante le enviaba de sus rentas; a Santo Domingo volvieron otros tres, que se salvaron de la tormenta, maltratados y deshechos.