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Del gran e solemne recibimiento que nos hizo el gran Montezuma a Cortés y a todos nosotros en la entrada de la gran ciudad de México Luego otro día de mañana partimos de Iztapalapa muy acompañados de aquellos grandes caciques que atrás he dicho. íbamos por nuestra calzada delante, la cual es ancha de ocho pasos, y va tan derecha a la ciudad de México, que me parece que no se tuerce poco ni mucho; e puesto que es bien ancha, toda iba llena de aquellas gentes, que no cabían, unos que entraban en México y otros que salían, que nos venían a ver, que no nos podíamos rodear de tantos como vinieron, porque estaban llenas las torres y cues y en las canoas y de todas partes de la laguna; y no era cosa de maravillar, porque jamás habían visto caballos ni hombres como nosotros. Y de que vimos cosas tan admirables, no sabíamos qué nos decir, o si era verdad lo que por delante parecía, que por una parte en tierra había grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, e veíamoslo todo lleno de canoas, y en la calzada muchas puentes de trecho a trecho, y por delante estaba la gran ciudad de México, y nosotros aun no llegábamos a cuatrocientos cincuenta soldados, y teníamos muy bien en la memoria las pláticas e avisos que nos dieron los de Guaxocingo e Tlascala y Tamanalco, y con otros muchos consejos que nos habían dado para que nos guardásemos de entrar en México, que nos habían de matar cuando dentro nos tuviesen. Miren los curiosos lectores esto que escribo, si había bien que ponderar en ello; ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen? Pasemos adelante, y vamos por nuestra calzada. Ya que llegábamos donde se aparta otra calzadilla que iba a Cuyoacan, que es otra ciudad adonde estaban unas como torres, que eran sus adoratorios, vinieron muchos principales y caciques con muy ricas mantas sobre sí, con galanía y libreas diferenciadas las de los unos caciques a los otros, y las calzadas llenas dellos, y aquellos grandes caciques enviaba el gran Montezuma delante a recibirnos; y así como llegaban delante de Cortés decían en sus lenguas que fuésemos bien venidos, y en señal de paz tocaban con la mano en el suelo y besaban la tierra con la misma mano. Así que estuvimos detenidos un buen rato, y desde allí se adelantaron el Cacamatzín, señor de Tezcuco, y el señor de Iztapalapa y el señor de Tacuba y el señor de Cuyoacan a encontrarse con el gran Montezuma, que venía cerca en ricas andas, acompañado de otros grandes señores, y caciques que tenían vasallos; e ya que llegábamos cerca de México, adonde estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y traíanle del brazo aquellos grandes caciques debajo de un palio muy riquísimo a maravilla, y la color de plumas verdes con grandes labores de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchihuites, que colgaban de unas como bordaduras, que hubo mucho que mirar en ello; y el gran Montezuma venía muy ricamente ataviado, según su usanza, y traía calzados unos como cotaras, que así se dice lo que se calzan, las suelas de oro, y muy preciada pedrería encima de ellas; e los cuatro señores que le traían del brazo venían con rica manera de vestidos a su usanza, que parece ser se los tenían aparejados en el camino para entrar con su señor, que no traían los vestidos con que nos fueron a recibir; y venían, sin aquellos grandes señores, otros grandes caciques, que traían el palio sobre sus cabezas, y otros muchos señores que venían delante del gran Montezuma barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas porque no pisase la tierra. Todos estos señores ni por pensamiento le miraban a la cara, sino los ojos bajos e con mucho acato, excepto aquellos cuatro deudos y sobrinos suyos que le llevaban del brazo. E como Cortés vio y entendió e le dijeron que venía el gran Montezuma, se apeó del caballo, y desque llegó cerca de Montezuma, a una se hicieron grandes acatos; el Montezuma le dio el bien venido, e nuestro Cortés le respondió con doña Marina que él fuese el muy bien estado. E paréceme que el Cortés con la lengua doña Marina, que iba junto a Cortés, le daba la mano derecha, y el Montezuma no la quiso e se la dio a Cortés; y entonces sacó Cortés un collar que traía muy a mano de unas piedras de vidrio, que ya he dicho que se dicen margajitas, que tienen dentro muchos colores e diversidad de labores, y venía ensartado en unos cordones de oro con almizcle porque diesen buen olor, y se le echó al cuello al gran Montezuma; y cuando se lo puso le iba a abrazar, y aquellos grandes señores que iban con el Montezuma detuvieron el brazo a Cortés que no le abrazase, porque lo tenían por menosprecio; y luego Cortés con la lengua doña Marina le dijo que holgaba ahora su corazón en haber visto un tan gran príncipe, y que le tenía en gran merced la venida de su persona a le recibir y las mercedes que le hace a la continua. E entonces el Montezuma le dijo otras palabras de buen comedimiento, e mandó a dos de sus sobrinos de los que le traían del brazo, que era el señor de Tezcuco y el señor de Cuyoacan, que se fuesen con nosotros hasta aposentarnos; y el Montezuma con los otros dos sus parientes, Coadlabaca y el señor de Tacuba, que le acompañaban, se volvió a la ciudad, y también se volvieron con él todas aquellas grandes compañías de caciques y principales que le habían venido a acompañar; e cuando se volvían con su señor estábamos mirando cómo iban todos, los ojos puestos en tierra, sin mirarles y muy arrimados a la pared, y con gran acato le acompañaban; y así, tuvimos lugar nosotros de entrar por las calles de México sin tener tanto embarazo. ¿Quién podrá decir la multitud de hombres y mujeres y muchachos que estaban en las calles e azoteas y en canoas en aquellas acequias, que nos salían a mirar? Era cosa de notar, que ahora, que lo estoy escribiendo, se me respresenta todo delante de mis ojos como si ayer fuera cuando esto paso; y considerada la cosa y gran merced que nuestro señor Jesucristo nos hizo y fue servido de darnos gracias y esfuerzo para osar entrar en tal ciudad, e me haber guardado de muchos peligros de muerte, como adelante verán. Doyle muchas gracias por ello, que a tal tiempo me ha traído para poderlo escribir, e aunque no tan cumplidamente como convenía y se requiere; y dejemos palabras, pues las obras son buen testigo de lo que digo. E volvamos a nuestra entrada en México, que nos llevaron a aposentar a unas grandes casas, donde había aposentos para todos nosotros, que habían sido de su padre del gran Montezuma, que se decía Axayaca, adonde en aquella sazón tenía el gran Montezuma sus grandes adoratorios de ídolos, e tenía una recámara muy secreta de piezas y joyas de oro, que era como tesoro de lo que había heredado de su padre Axayaca, que no tocaba en ello; y asimismo nos llevaron a aposentar a aquella casa por causa que como nos llamaban teules, e por tales nos tenían, que estuviésemos entre sus ídolos, como teules que allí tenía. Sea de una manera o de otra, allí nos llevaron, donde tenía hechos grandes estrados y salas muy entoldadas de paramentos de la tierra para nuestro capitán, y para cada uno de nosotros otras camas de esteras y unos toldillos encima, que no se da más cama por muy gran señor que sea, porque no las usan; y todos aquellos palacios muy lucidos y encalados y barridos y enramados. Y como llegamos y entramos en un gran patio, luego tomó por la mano el gran Montezuma a nuestro capitán, que allí lo estuvo esperando, y le metió en el aposento y sala donde había de posar, que la tenía muy ricamente aderazada para según su usanza, y tenía aparejado un muy rico collar de oro, de hechura de camarones, obra muy maravillosa; y el mismo Montezuma se lo echó al cuello a nuestro capitán Cortés, que tuvieron bien que admirar sus capitanes del gran favor que le dio; y cuando se lo hubo puesto, Cortés le dio las gracias con nuestras lenguas; e dijo Montezuma: "Malinche, en vuestra casa estáis vos y vuestros hermanos, descansad"; y luego se fue a sus palacios, que no estaban lejos; y nosotros repartimos nuestros aposentos por capitanías, e nuestra artillería asestada en parte conveniente, y muy platicada la orden que en todo hablamos de tener, y estar muy apercibidos, así los de a caballo como todos nuestros soldados; y nos tenían aparejada una muy suntuosa comida a su uso e costumbre, que luego comimos. Y fue esta nuestra venturosa e atrevida entrada en la gran ciudad de Tenustitlan, México, a 8 días del mes de noviembre, año de nuestro salvador Jesucristo de 1519 años. Gracias a nuestro señor Jesucristo por todo. E puesto que no vaya expresado otras cosas que había que decir, perdónenme, que no lo sé decir mejor por ahora hasta su tiempo. E dejemos de más pláticas, e volvamos a nuestra relación de lo que más nos avino; lo cual diré adelante.
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Capítulo LXXXVIII De cómo queriendo hacer fundición en los Reyes se aguardó hasta que Hernando Pizarro llegase; y cómo salió del puerto el obispo de Tierra Firme, y otros que estaban ricos En este tiempo cuentan que se había recogido muy gran tesoro en la ciudad de los Reyes, porque como había en las provincias mucho y los señores naturales no tuviesen tasa de lo que habían de tributar, procuraban de regularlos de tal manera que no les quedase cejas ni pestañas. Había mandado el gobernador que se hiciera fundición porque no se disminuyesen los quintos reales; y esta nueva supo Hernando Pizarro que venía con toda prisa a se hallar presente. Escribió con posta a su hermano entretuviese el fundir hasta que se viesen; hízose así, y Hernando Pizarro con los caballeros que le venían acompañando llegaron cerca de la ciudad y fueron muy bien recibidos, así del gobernador como de todos los vecinos y más españoles que estaban en la ciudad. Antes de esto llegó fray Miguel de Orense, encomendador de nuestra señora de la Merced, y pidiendo lugar, fundó el monasterio que hay de esta orden. Y el obispo de Tierra Firme había alcanzado con el cabildo porque la ciudad se tornase a trazar de manera que la plaza quedara más en medio: porque la iglesia tenía poco lugar si se había de hacer grande. No se concluyó ni pudo acabar; y para haber sido ésta tan rica provincia, y haber hallado los mayores tesoros que se han visto en el mundo, tuvieron los que al principio en ella entraron poco cuidado de adornar los templos que hablan de estar fundados de oro y plata, y tener tales servicios y ornamentos que fueran mentados en todas partes. Y aunque no tuvieran, para hacer esto, otro ejemplo sino mirar que los indios con ser idólatras tenían los suyos tan ricos y tan llenos de vasijas de oro y plata y piedras preciosas, como saben los que lo vieron, y sin adorar allí sino a sus dioses y demonios. Y para tener el sacramento y predicar el evangelio se hacía en casas de paja; y si en esta ciudad se ha hecho algo ha sido después que es obispo don jerónimo de Loaisa. Bien miran los indios en esto y en que ven hacer al revés todo lo que les predican, cuando tratan en su conversión. Y por ventura Dios todopoderoso habrá, por esto, o por otras cosas que adelante apuntaré, permitido lo que ha pasado en los castigos que con su brazo de justicia ha hecho: que si bien se considera es para recibir espanto. Apunto esto porque será justo, que pues tantas torres y terrados se hacen para aposentos de los que en ellos moran, que se acuerden que todo lo que tienen se lo ha dado Dios y que será bien que sus templos se engrandezcan y hagan de tal manera que los indios no digan lo que sobre ello han dicho. El obispo de Tierra Firme, después de haber estado algunos días en los Reyes, determinó de se volver a su obispado, publicando primero que los hombres de aquesta tierra eran muy cautelosos, y de poca verdad, porque veía que como unos de otros estuviesen ausentes se detractaban y murmuraban, y estando juntos se adulaban extrañamente y con gran fingimiento. Algunos hubo que, como estuviesen ricos, pidieron licencia al gobernador para se ir en España; entre los cuales fueron el capitán Hernando de Soto; Tello de Guzmán, don Luis; el doctor Loaisa: a los cuales Pizarro mandó proveer de lo necesario, habiéndole dado primero, a los más de ellos, cantidades de oro y plata. Al obispo quiso hacer algún servicio de estos metales; no lo quiso recibir ni tomar, si no fue una caja de cucharas que podían valer poco más de dos marcos de ella. Pizarro le rogó, pues que de él no quería recibir ninguna cosa, llevase a su cargo para el hospital de Panamá seiscientos castellanos, y para el de Nicaragua cuatrocientos; y él y los más de los vecinos lo acompañaron hasta la mar. Juan de Rada y Benavides estaban en la ciudad haciendo gente. Habían de llevar consigo, el Juan de Rada, al hijo de Almagro. Dióles prisa Pizarro en la salida porque alcanzasen al adelantado antes que estuviese muy metido en la tierra adentro. Volviendo a tratar de Hernando Pizarro, el gobernador recibió en su visita mucho contentamiento: hablaron en secreto lo que le había pasado en España, y cuán lo recibió su majestad, y cómo no se pudo excusar el traer la gobernación a don Diego de Almagro mas que el emperador le añadía setenta leguas de costa adelante de las doscientas que tenía de gobernación donde a razón entraba el Cuzco y lo mejor de las provincias. Había salido de Trujillo Alonso de Alvarado acompañado de Alonso de Chávez, Francisco de Fuentes, Juan Sánchez, Agustín Díaz, Juan Pérez Casas, Diego Díaz y otros, que por todos eran trece, camino de los Chachapoyas. Llegaron a Cochabamba, donde fueron bien recibidos de los naturales, porque de toda la comarca vinieron por los ver. Alvarado no consintió hacerles ningún daño ni enojo, habló a los caciques y señores: su venida ser a tener noticia de ellos de lo de adelante y a les hacer saber como volvería brevemente con muchos cristianos, y les daría a todos noticia de nuestra sagrada religión, porque para se salvar no había de adorar en el sol ni en estatuas de piedra, sino en Dios todopoderoso, criador universal de cielo, tierra y mar, con todo lo demás. Espantáronse los indios con oír estas cosas. Oíanlas de gana; dijeron que se holgarían de ser cristianos y recibir agua de bautismo. Juntáronse ellos y sus mujeres en la plaza, hicieron un baile concertado a su usanza: venían enjaezados con piezas de oro y plata, de todo hicieron un montón y lo dieron a Alvarado; el cual como en ellos vio tan buena voluntad, habló a los españoles que con él habían ido para poblar y repartir. Holgaron de ello, y él, después de haber hablado largo con los señores y tomado de ellos noticia de la tierra de adelante, y esforzándolos en el amistad de los españoles, volvió a Trujillo, de donde no paró hasta la mar a informar al gobernador de lo que pasaba; el cual fue contento que pudiese poblar en aquella comarca una ciudad de cristianos, habiendo por bien que se quedase con el oro y plata que le habían dado para ayuda de la jornada. Este Alonso de Alvarado es natural de Burgos, de gentil presencia y de gran autoridad y que ha sido muy señalado en este reino porque se ha hallado en todos los negocios importantes, siempre en servicio del emperador, y en tiempo andando, concluida la guerra de Chupas, le hizo merced de título de mariscal y de un hábito de Santiago, según que la historia lo dirá. El cual, como tuviese grandes esperanzas de hacer buena hacienda en la provincia de los Chachapoyas, se despidió de Pizarro y volvió a Trujillo donde procuró hacer gentes y caballos para volver a ella.
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Capítulo LXXXVIII Que trata del suceso que al gobernador aconteció haciendo una reseña Después que el gobernador y la gente que había venido por la mar y por la tierra habían descansado algunos días y reformados sus caballos, y entraba ya la primavera, mandó tomar reseña de toda la gente que tenía en la ciudad, así de a pie como de a caballo, por ver la gente que podía sacar para ir adelante a poblar. Y sabida la que había, mandóles se previniesen de armas y lo demás, para que siendo tiempo, saliesen a hacer su jornada. Y mandó a pregonar ocho días antes que todos estuviesen a punto y aparejados. Cumplido que fue el día, que fue de nuestra Señora de septiembre del año de mil y quinientos y cuarenta y nueve, salieron, y hecha la reseña y vista la gente por lista, mandó que los de a caballo le siguiesen en una escaramuza. Y andando escaramuzando en el campo, cayó el caballo con el gobernador, y dio tan gran golpe con el pie derecho que se hizo pedazos todos los huesos del dedo grande. Salió la choquezuela, y con la fuerza que hizo, rompió el hueso la calza y una bota. Recibió en este golpe tan gran tormento que estuvo gran espacio transportado y sin sentido, que todos los que allí nos hallamos lo tuvimos por difunto. Puso tanta tristeza en la ciudad que todas las señoras que había, mujeres de España, aunque pocas, lloraron, y todos los varones, entendiendo que les faltaba el que les había de remediar. Ya que hubo tornado en su sentido, fue curado lo mejor que se supo. Estuvo tres meses en cura y en la cama, a causa de tener la cura muy trabajosa, por donde demostraban y sentían bien los del pueblo la falta que les hiciera, así en lo que tocaba a la paz y sosiego de la tierra como a lo demás, cumplidero al servicio de Su Majestad. Y de esta forma se hacían cada el día plegarias y procesiones por su salud. Así nuestro Dios fue servido darle mejoría, ansí poco a poco iba convaleciendo. Y de esta suerte comenzó a se levantar y sentarse en una silla a una ventana, porque en pie no se podía tener por la falta de los huesos y por el gran dolor del pie que estaba atormentado, y de las llagas no sano. Y de allí veía los regocijos y fiestas que celebraban la Pascua de Navidad por su salud. Consideraba, como muy cuidadoso que era, tiempo de salir de la ciudad e ir a la población de la tierra que había visto arriba. Y viendo que los vecinos de la ciudad de Santiago padecían trabajo con la costa de la gente de guerra, y la gente de guerra padecía por su parte en tiempo que estaba represada y no iban a entender en aquello que eran acostumbrados, prencipalmente en ir a poblar y ver lo que no habían visto, y de tener descanso y ser señores. Todas estas consideraciones consideraba el gobernador, y en remediar a todos y a todas partes. Acordó apercebir toda la gente que con él había de ir, que estuviesen a punto los de a caballo con sus armas y caballos, y los de a pie con sus arcabuces y ballestas, para que pasado el día primero y segundo de Navidad saliesen, y él con ellos, para ir a la conquista e población de la ciudad que pensado había de poblar cuando dio la vuelta de arriba con los sesenta hombres.
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Que trata de la muerte desastrada que el capitán Pedro de Alvarado y los suyos dieron a los señores y nobleza mexicana, por cuya causa se rebelaron los mexicanos, y pusieron en aprieto a los nuestros hasta hacerlos salir huyendo de la ciudad de México, y de la muerte del gran Motecuhzoma, de la de Cacama y otros señores Estando Cortés en el puerto de la Veracruz a lo de Narváez, ofreciése la fiesta tan celebrada de los mexicanos llamada tóxcatl, que caía siempre por pascua de resurrección; y como Cortés les había vedado el sacrificio de los hombres, tan solamente se hizo un solemne mitote y danza en el patio del templo mayor, en donde se juntaron todos los de la nobleza mexicana, cargados y adornados con todas las joyas de oro, pedrería y otras riquezas que tenían; y estando en lo mejor de su fiesta y muy descuidados de la celada que se les aparejaba y fue que ciertos tlaxcaltecas (según las historias de la ciudad de Tetzcuco, que son las que yo sigo, y la carta que otras veces he referido), por envidia, lo uno acordándose que en semejante fiesta los mexicanos solían sacrificar gran suma de cautivos de los de la nación tlaxcalteca, y lo otro que era la mejor ocasión que ellos podían tener para poder henchir las manos de despojos y hartar su codicia y vengarse de sus enemigos (porque hasta entonces no habían tenido lugar, ni Cortés se los diera, ni admitiera sus dichos, porque siempre hacía las cosas con mucho acuerdo, y de tal modo que en ellas no se hallase perdidoso, sino antes con aumento y prósperos sucesos), fueron con esta invención al capitán Pedro de Alvarado, que estaba en lugar de Cortés, el cual no fue menester mucho para darles crédito, porque tan buenos filos y pensamientos tenía como ellos, y más viendo que allí en aquella fiesta habían acudido todos los señores y cabezas del imperio, y que muertos no tenían mucho trabajo en sojuzgarles; y así dejando algunos de sus compañeros en guarda de Motecuhzoma y de su sobrino Cacama, con el mayor secreto y disimulación que pudo se fue hacia la plaza o patio del templo mayor, y cogiendo las puertas de él con algunos de sus compañeros y los tlaxcaltecas, entró con todos los demás con gran ímpetu, haciendo gran matanza y carnicería en los desdichados mexicanos, que como se hallaban seguros de semejante caso, estaban desapercibidos y sin armas; y así en breve espacio mataron todos los más que allí hallaron, y cargaron ellos y los tlaxcaltecas de muy grandes despojos y riquezas; y al ruido y voz acudieron todos los de la ciudad a favorecer a sus señores, de tal manera, que llevaron a Alvarado y los demás sus compañeros y amigos hasta su posada, en donde estaban Motecuhzoma y Cacama, y si no fuera por estos reyes que les mandaron que cesara el combate, los mataran a todos y echaran por el suelo la casa, viendo la traición tan grande que contra sus señores se había hecho, y también porque la noche los despartió luego; aunque no por esto dejaron de darles lo necesario para su sustento, Viendo que sus reyes gustaban de ello, y se los mandaban. Cortés volviendo victorioso y muy bien acompañado, porque traía consigo mil hombres de guerra y cien caballos, supo en el camino cómo los de México se habían alzado contra los que allí dejó, y que si no fuera por Motecuhzoma los hubieran muerto, con cuyas nuevas vino a grandes jornadas hasta llegar a la ciudad de Tetzcuco, en donde se reformó, descansó, fue regalado y avisado de todo lo que había de su íntimo amigo Ixtlilxóchitl, dándose cuenta de todo, y de cómo aun en la misma ciudad de Tetzcuco había algunos apasionados de los deudos y amigos de los que mataron Pedro de Alvarado y sus compañeros en México; y habiendo tanteado el modo cómo había de entrar, se partió de Tetzcuco, y llegó a México día de San Juan en 24 de junio del año de 1520, y halló la ciudad sosegada, aunque los moradores de ella no le salieron a recibir ni le hicieron fiesta. Motecuhzoma se holgó de su llegada y mucho más sus compañeros, viéndole volver con tan buen acompañamiento y tan prospero suceso, y cada uno de ellos le contó los trabajos que había pasado. Otro día después de llegado reprendió Cortés a uno de los principales de la ciudad, porque ni se hacía el mercado como solían, que era a su cargo; y como fue con aspereza, se agravió de tal manera, que vino a revolver a casi toda la ciudad, porque ya estaban los moradores de ella tan hartos de las demasías y crueldades que contra ellos se habían usado, que fue menester poco para acabarse de alzar; y así desde entonces se comenzó entre ellos una crudelísima guerra, y en la primera pelea mataron los mexicanos cuatro españoles; y otro día adelante hirieron muchos, y cada día les daban cruel batería, de modo que no los dejaban sosegar un momento; al septeno fue tan recio el combate que dieron a la casa del aposento de los españoles, que no tuvo Cortés otro remedio, sino hacer al rey Motecuhzoma que se subiese a una torre alta y les mandase que dejasen las armas, y él lo hizo de buena gana, rogando a sus vasallos muy ahincadamente que dejasen la guerra: estaban encolerizados y tan corridos y afrentados de ver la cobardía de su rey y cuán sujeto estaba a los españoles, que no le quisieron oír, antes le respondieron palabras muy descompuestas, afrentándole su cobardía y le tiraron muchos flechazos y pedradas; y le acertaron con una en la cabeza, que dentro de cuatro días murió de la herida. Así acabó desastradamente aqueste poderosísimo rey; que antes ni después hubo en este mundo, quien le igualase en majestad y profanidad, tanto que casi quiso hacerse adorar, y se vio en la mayor prosperidad, grandeza y riqueza que hubo en el mundo. Era hombre de mediana estatura, flaco, muy moreno y de pocas barbas, más cauteloso y ardidoso que valeroso. En las armas y modo de su gobierno fue justiciero; en las cosas tocantes a ser estimado y temido en su dignidad y majestad real, de condición muy severo, aunque cuerdo y gracioso. Con la muerte de este poderosísimo rey, fue grandísimo el daño que a Cortés y a los suyos se les siguió, porque se movieron los mexicanos, y muerto Motecuhzoma apretaron mucho a los españoles; y no sintieron mucho su muerte, porque ya estaban indignados contra él por el favor grande que hacía a los españoles, y por la pusilanimidad con que se dejó prender y tratar de ellos. Hicieron luego jurar al rey Cacama su sobrino, aunque estaba preso, con intento de libertarle, por ser persona en quien concurrían las partes y requisitos para su defensa, honra y reputación; mas no pudieron conseguir si intento, porque queriendo ya los españoles salirse huyendo de la ciudad aquella noche, antes le dieron cuarenta y siete puñaladas, porque como era belicoso se quiso defender de ellos; y hizo tantas bravezas, que con estar preso les dio en que entender, y fue necesario todo lo referido para poderle quitar la vida: y luego por su muerte que fue muy sentida de los mexicanos, eligieron y juraron por su rey a Cuitlahuatzin señor de Iztapalapan y hermano de Motecuhzoma, que era su principal caudillo, y a esta sazón su capitán general. Cuitlahuatzin dio a los muertos crudelísima guerra, y jamás les quiso conceder ninguna tregua; pasaron entre ellos y Cuitlahuatzin grandísimos reencuentros y peleas, hasta que Cortés perdió la esperanza de poderse tener en México, y determinó salirse de ella; pero fue con tanto peligro y trabajo suyo y de los suyos, que de toda la riqueza que tenía junta, no pudo sacar casi nada; y aun todos los que murieron de los suyos, fue por ocuparse alguna parte de las riquezas que tenían juntas. Salióse Cortés a diez de julio de 1520, de noche, por entender ser acomodado; mas los mexicanos le sintieron y salieron en su alcance, y le mataron cuatrocientos cincuenta españoles, cuatro mil indios amigos, y cuarenta y seis caballos en la parte que hoy llaman el salto de Alvarado y los mexicanos Toltecaacalopan, que es el nombre de la acequia, y el barrio Mazatzintamalco. En este lugar y en otros aprietos en que los nuestros se vieron prosiguiendo su retirada, murieron entre señores que iban con Cortés así en rehenes como en su favor, cuatro señores mexicanos, que los dos eran hijos del rey Motecuhzoma y se llamaban Zoacontzin, Tzoacpopocatzin, Zepactzin y Tencuecuenotzin, y de las cuatro hijas de Nezahualpiltzintli que se le dieron en rehenes murieron las tres, aunque la una de ellas fue la más bien librada, porque murió bautizada y se llamó doña Juana, que por ser tan querida de Cortés y estar en días de parir la hizo cristiana. Murieron otros dos hijos del rey Nezahualpiltzintli; y asimismo murió en esta demanda Xiutototzin uno de los grandes del reino de Tetzcuco, señor de Teotihuacan, que era capitán general de la parcialidad de Ixtlilxóchitl, que en su nombre había ido en favor y ayuda de Cortés y de los suyos.
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En que se declaran algunas cosas de los naturales comarcanos a esta ciudad Muchos indios se repartieron a los vecinos desta ciudad de Guamanga para que sobre ellos tuviesen encomienda. Y no embargante que en este tiempo haya gran número dellos, muchos son los que faltan con las guerras. Los más dellos eran mitimaes, que, según ya dije, eran indios traspuestos de unas tierras en otras; industria de los reyes ingas. Algunos destos eran orejones, aunque no de los principales del Cuzco. Por la parte de oriente está desta ciudad la gran serranía de los Andes. Al poniente está la costa y mar del Sur. Los pueblos de indios que hay junto al camino real ya los he nombrado; los que quedan tienen tierra fértil de mantenimiento, y abundante de ganado, y todos andan vestidos. Tenían en partes escondidas adoratorios y oráculos, donde hacían sus sacrificios y vanidades. En sus enterramientos usaron lo que todos, que es enterrar con los difuntos algunas mujeres y de sus cosas preciadas. Señoreados por los ingas, adoraban al sol y gobernábanse por sus leyes y costumbres. Fueron en los principios gente indómita y tan belicosa, que los ingas tuvieron aprieto en su conquista; tanto, que afirman que en tiempo que reinaba Inga Yupangue, después de haber desbaratado a los soras y lucanes, provincias donde moran gentes robustas y que también caen en los términos desta ciudad, se encastillaron en un fuerte peñol número grande de indios, con los cuales se pasaron grandes trances, como se relatará en su lugar. Porque ellos, por no perder su libertad ni ser siervos del tirano, tenían en poco la hambre y prolija guerra que pasaban. Inga Yupangue, por el consiguiente, codicioso del señorío y deseoso de no perder reputación, los cercó y tuvo en gran aprieto más de dos años; en fin de los cuales, después de haber hecho lo posible, se dieron a este inga. En el tiempo que Gonzalo Pizarro se levantó en el reino por temor de sus capitanes y con voluntad de servir a su majestad, los principales vecinos desta ciudad de Guamanga, después de haber alzado bandera en su real nombre, se fueron a este peñol a encastillar, y vieron (a lo que oí a algunos dellos) reliquias de lo que los indios cuentan. Todos traen sus señales para ser conocidos y como lo usaron sus pasados, y algunos hubo que se dieron mucho en mirar señales y que fueron grandes agoreros, preciándose de contar lo que había de suceder de futuro, en lo cual desvariaron, como agora desvarían cuando quieren decir o pronosticar lo que criatura ninguna sabe ni alcanza, pues lo que está por venir sólo Dios lo sabe.
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Capítulo LXXXVIII De Tupa Amaro hijo de Pachacuti Ynga Yupanqui y de un suceso extraño Este famoso Tupa Amaro fue hijo de Pachacuti Ynga Yupanqui y hermano de Tupa Ynga Yupanqui, famoso capitán y venturoso en sucesos, así en su casamiento, como en el capítulo siguiente se dirá, como por haber acontecido en su tiempo, como lo refieren los indios, el cual andando en la guerra y conquista del Collao con su hermano, y estando en Tiahuanaco, dicen que pasó por el Collao un español, vestido en traje y figura de pobre mendigante, y aunque quieren extenderlo a que predicaba el Santo Evangelio a los indios. Bajando así a Cuzco, donde estaba el Ynga, llegó a un pueblo llamado Cacha, donde los indios dél hacían una solemnísima fiesta y famosa borrachera; y entrando en él el pobre, les empezó a reprender lo que hacían, y emborracharse hasta perder el juicio, tornándose bestias y aun peores, y abominándoles sus vicios que de allí procedían. Pero pareciéndoles a los indios del pueblo cosa nueva aquélla y nunca hasta allí oída, ni visto semejante traje de hombre como aquel que les predicaba, y como el vicio y exceso de comer y beber estuviese en ellos tan asentado y recibido, y en ninguna cosa de mejor gana y voluntad entendiesen que en ello, riéronse del pobre, haciendo burla y escarnio de lo que les decía, y como bárbaros sin razón ni entendimiento, le desecharon y queriéndole apedrear, se salió del pueblo. Apenas hubo puesto los pies fuera dél, cuando, como en otra Sodoma y Gomorra, empezó a llover fuego del cielo que abrasó y quemó todos los que en él estaban, sin que escapase ninguno dellos, que no fuesen consumidos, como hoy día y parece en los edificios dél caídos y abrasados, y en la tierra del pueblo toda de color amarillo como el fuego. Algunos indios que estaban en las chácaras dél, viendo aquel suceso tan temeroso, vinieron al Cuzco, donde había otros del dicho pueblo en servicio del Ynga, por cuyo mandado tornaron a reedificar el pueblo, no en el lugar y sitio donde antiguamente estuvo, sino apartado de él un cuarto de legua, donde hay Tambo Real ahora para los pasajeros que caminan por allí a Potosí, Chuquisaca y el Collao y otras partes. Esto dicen generalmente los indios y vemos de ello las señales referidas; no hay más autoridad de la que se les puede dar a ellos, o la que manifiestan los vestigios y ruinas y color como hemos dicho del fuego. Muchos habrá que se admiren de haber leído lo referido en este capítulo, y aún a los más parecera ficción, y no es mucho, pues no sabrán lo que en nuestros tiempos sucedió en Carabaya, en las minas de Alpa Cato donde vio (Pedro de Bolumbiscar, hombre de muy gran crédito, casado con Catalina de Urrutia) ir volando un hombre, el cual al parecer venía de hacia levante. Traía tendidos los brazos, como quien se echa a andar. Era barbicano, vestido de negro y calzadas unas botas de camino, con una gorra de las que se usan en la corte. Antes que viese este portento el dicho Pedro de Bolumbiscar, le dijo a su mujer que por qué se metían los gatos, perros y gallinas por los agujeros debajo de la mesa y cama; por lo cual aviso y gran ruido que llevaba, alzó los ojos al cielo y vio a el hombre, de la manera que se ha dicho, y no contento con esto, pareciéndole que el solo para testigo no valdría, aunque era hombre de verdad, llamó a su mujer, la cual lo vio con la gente y servicio de casa, con la misma distinción y aún con más admiración dijéronlo a algunas personas. Llegó la fama, como quien poco se descuida, a oídos del comisario, el cual le envió luego a llamar y debajo de juramento le contó la verdad del caso. En esta misma provincia y asiento le sucedió a Thomas Pole jinovés, llevando una poca de mercadería a Santiago de Buenavista en carneros de la tierra y a pie por ser grande la aspereza de la tierra, llegando a la cuesta llamada Guariguari, donde jamás se vio cabalgadura, divisó a un hombre que se estaba paseando junto a una mula negra, y admirado de cosa tan extraña, estando cerca le preguntó que de dónde venía y que cómo había subido allí aquella mula, el cual le respondió que acababa de llegar de España de la ciudad de Córdoba y que aquel día había salido de la dicha ciudad a ver la tierra más rica que tenía el mundo, que es el cerro donde estaba, y que para solo eso le había traído aquella mula, que sin duda se debe creer que era el demonio que, habiendo visto codicioso aquel hombre, le puso sobre este cerro, el cual no se puede labrar por ser la tierra tan áspera y desabrida. Acabando de decir estas palabras se despidieron, y el hombre subió en la mula y se desapareció, sin que el otro pudiese ser por dónde fuese. Antes de despedirse le dijo como aquel asiento se llamaba Guariguari, y que el diluvio había juntado en aquel lugar todas las riquezas de la tierra, el cual cerro es muy alto y no habitable por la mucha aspereza que tiene. Este jinovés es hombre de verdad y reside en Sandia, que es abajo en el Valle. Casi lo mismo sucedió a un religioso en los llanos, en la ciudad de Trujillo, en el convento de San Agustín, que estando en su celda, llegó a la portería un hombre en un caballo morsillo (sic.) y, preguntando por la celda deste religioso, pidió al portero que le tuviese el caballo, y llegando donde el religioso estaba le rogó que le confesase, y lo primero que dijo fue: padre, acúsome que ha una hora que salí de Madrid y vengo con intento de entrar hoy en Potosí (que hay más de 400 leguas). El religioso le dijo que él no confesaba a quien caminaba tan de prisa y el hombre, no queriendo dejar el caballo, se levantó de los pies del confesor desapareciéndose delante de los ojos. Y baste esto para este capítulo, pues en el siguiente se verán otras cosas también de admiración.
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Capítulo nono Del lenguaje y afectos que usava el señor después de electo para hazer gracias a Tezcatlipuca por haverle electo en señor, y para demandarle sabor y lumbre para hazer bien su oficio, y donde se humilla de muchas maneras ¡Oh, señor nuestro humaníssimo, amparador y governador, invisible y impalpable! Bien sé que me tenéis conocido, que soy un pobre hombre y de baxa suerte, criado y nacido entre estiércol, hombre de poca razón y de baxo juizio, lleno, de muchos defectos y faltas. Ni me sé conocer ni considerar quién soy. Havéisme hecho gran beneficio, gran merced y misericordia sin merecerlo yo, que tomado del estiércol me havéis puesto en la dignidad y trono real. ¿Quién soy yo, señor mío? ¿Y qué es mi valor que me pongáis entre los que vos amáis y conocéis y tenéis por amigos escogidos y dignos de toda honra, y nacidos y criados para las dignidades y tronos reales, y para este efecto los criastes hábiles y prudentes, tomados de nobles y generosos padres, y para esto criados y enseñados, y que fueron nacidos y baptizados en signos y constelaciones en que nacen los señores, y para ser vuestros instrumentos y vuestras imágines, para regir vuestros reinos, estando dentro de ellos y hablando por su boca y pronunciando ellos vuestras palabras, y para que se conformen con el querer del antiguo dios y padre de todos los dioses, que es el dios del fuego, que está en el alverque de agua entre almenas, cercado de piedras como rosas, el cual se llama Xiuhtecutli, el cual determina y examina y concluye los negocios y letigios del pueblo y de la gente popular, como lavándoles con agua, al cual siempre acompañan y están en su presencia las personas generosas arriba dichas? ¡Oh, humaníssimo señor, regidor y governador! Gran merced me havéis hecho. ¿Por ventura esto ha sido por intercessión de los lloros y lágrimas que derramaron los passados señores y señoras que tuvieron cargo de este reino? Cosa sería de gran locura que yo pensasse que por mis merecimientos y por mi valor me havéis hecho esta merced de me haver puesto en el regimiento muy pesado y muy dificultoso, y aun espantoso, de vuestro reino, que es como una carga que se lleva a cuestas, muy pesada, que con gran dificultad la llevaron a cuestas los señores passados que le rigieron en vuestro nombre. ¡Oh, señor humaníssimo, regidor y governador invisible y impalpable, criador y sabidor de todas las cosas y pensamientos, adornador de las ánimas! ¿Qué diré más, pobre de mí? ¿Qué modo tendré en governar y regir esta vuestra república? ¿Cómo tengo de llevar esta carga del regimiento de la gente popular, que soy ciego y sordo, que aun a mí no me sé conocer ni regir, porque soy acostumbrado de andar entre estiércol, y mi facultad es buscar y vender yervas para comer, y traer leña a cuestas para vender? Lo que yo merezco, señor, es ceguedad de los ojos y tollimiento y pudrimiento de los miembros, andar vestido de un andraxo y de una manta rota. Este es mi merecimiento y lo que se me devía dar; y yo soy el que tengo necesidad de ser regido y de ser traído a cuestas, pues que tenéis muchos amigos y muchos conocidos a quien pudéis encomendar este cargo. Pero, pues que ya tenéis determinado de ponerme en escarnio y risa del mundo, hágase vuestra voluntad y vuestro querer, y cúmplase vuestra palabra. Por ventura no me conocéis quién soy yo, y desque me conocieres quién soy yo buscarás a otro, quitándome a mí del regimiento, tornándolo a tomar en ti y ascondiendo en ti esta dignidad y esta honra, estando ya cansado y enhadado de sufrirme, y lo daréis a otro muy amigo y conocido vuestro que es vuestro devoto, y llora y suspira, y ansí merece esta dignidad. ¿O, por ventura, es como sueño o como quien se levanta dormiendo de la cama esto que me ha acontescido? ¡Oh, señor, que presente estáis en todo lugar! Sabéis todos los pensamientos y distribuís todos los dones. ¡Plégaos de no me asconder vuestras palabras y vuestra inspiraciones! Con brevedad y súpitamente somos nombrados para las dignidades, pero ignoro el camino por donde tengo de ir. No sé lo que tengo de hazer. ¡Plégaos de no me asconder la lumbre y el espejo que me ha de guiar! No permitáis, señor, que yo descamine y eche por las montañas y por los riscos a los que tengo de regir y llevar a cuestas. No permitáis, señor, que los guíe por caminos de conejos y de venados. No permitáis, señor, que se levante alguna guerra contra mí. No permitáis que venga alguna pestilencia sobre lo que tengo de regir, porque no sabré lo que en tal caso tengo de hazer, ni por donde tengo de guiar a los que llevo a cuestas. ¡Oh, desventurado de mí, que soy inhábil y ignorante! No querría que veniesse sobre mi alguna enfermedad, porque en este caso era echar a perder vuestro pueblo y vuestra gente, y desolar y poner en tinieblas vuestro reino. ¿Qué haré, señor y criador, si por ventura cayere en algún pecado carnal y deshonroso, y ansí echare a perder el reino? ¿Qué haré si por negligencia o por pereza echare a perder mis súbdictos? ¿Qué haré si desbarrancare o despeñare por mi culpa a los que tengo de regir? Señor humaníssimo, invisible y impalpable, ruégoos que no os apartéis de mí. Idme visitando muchas vezes; visitad esta casa pobrezita, porque te estaré esperando en esta pobre casa, en esta pobre posada. Con gran desseo espero, y demando con grande instancia vuestra palabra y vuestra inspiración, con las cuales inspirastes y suflastes a vuestros antiguos amigos y conocidos, que rigieron con diligencia y con rectitud vuestro reino, que es la silla de vuestra magestad, y honra donde a un lado y a otro se sientan vuestros senadores y principales, que son vuestra imagen y como vuestra persona propria, los cuales sentencian y hablan en las cosas de la república en vuestro nombre, y usáis de ellos como de vuestras flautas, hablando dentro de ellos y poniéndoos en sus caras y en sus oídos, y abriendo sus bocas para bien hablar. Y en este lugar burlan y ríen de nuestras boberías los negociantes, con los cuales estáis vos holgándoos, porque son vuestros amigos y vuestros conocidos, y allí inspiráis y insufláis a los vuestros devotos que lloran y suspiran en vuestra presencia, y os dan de verdad su coraçón, y por esto los adornáis con prudencia y sabiduría, para que vean como en espejo de dos hazes donde se representa la imagen de cada uno. Y por la misma causa los dais una hacha muy clara, sin ningún humo, cuya claridad se estiende por todas sus partes. También por esta causa los dais dones y joyas preciosas, colgándoselas del cuello y de las orejas, como se cuelgan las joyas corporales, como son el nacochtli, y el téntetl, el tlalpiloni, que es la borla de la cabeça, y el matemécatl, que es la correa adovada que atan a la muñeca los señores, y con cuero amarillo atado a las pantorrillas, y con cuentas de oro y plumas ricas. En este lugar del buen regimiento y govierno del reino se merecen vuestras riquezas y vuestra gloria y vuestros deleites y vuestras suavidades, y en este lugar se merece el asosiego y tranquilidad, y la vida pacífica y el contento, lo cual todo viene de vuestra mano. En este mismo lugar se merecen las cosas adversas y trabajosas, como son enfermedades y pobrezas y el abreviamiento de la vida, lo cual viene de vuestra mano a los que en este estado no hazen el dever. ¡Oh, señor nuestro humaníssimo, sabidor de los pensamientos y dador de los dones! ¿Está, por ventura, en mi mano, que soy un pobre hombre, el modo de mi regir? ¿Está en mi mano la manera de mi vivir, y las obras que tengo de hazer en mi oficio? Que es vuestro reino y vuestra dignidad, y no mía, lo que vos quisierdes que haga, ayudándome, y lo que fuere la vuestra voluntad que haga según vuestra disposición, esso haré. El camino que enseñardes, esse seguiré. Lo que me inspirardes y pusierdes en mi coraçón, esso diré y hablaré. ¡Señor nuestro, humaníssimo! En vuestras manos me pongo totalmente porque yo no tengo possibilidad para regirme ni governarme, porque soy ciego y soy tiniebla, y soy un rincón de estiércol. Tened por bien, señor, de me dar un poquito de lumbre, aunque no sea más de cuanto echa de sí una luciérnaga que anda de noche, para ir en este sueño y en esta vida dormida que dura como espacio de un día, donde hay muchas cosas en que tropeçar y muchas cosas en que dar ocasión de reír, y otras cosas que son como camino fragoso que se han de passar saltando. Todo esto ha de passar en esto que havéis encomendado, en darme vuestra silla y vuestra dignidad. ¡Señor nuestro, humaníssimo! Ruégoos que me vais visitando con vuestra lumbre para que no me yerre y para que no me desbarate y para que no me den grita mis vasallos. ¡Señor nuestro, piadosíssimo! Ya me havéis hecho espaldar de vuestra silla y vuestra flauta sin ningún merecimiento mío; ya soy vuestra boca y vuestra cara y vuestras orejas y vuestros dientes y vuestras uñas, aunque soy un pobre hombre. Quiero dezir, que indignamente soy vuestra imagen, y represento vuestra persona, y las palabras que hablare han de ser tenidas como vuestras mismas palabras, y mi cara ha de ser estimada como la vuestra, y mis oídos como los vuestros, y los castigos que hiziere han de ser tenidos si vos mismo los hiziéssedes. Por esto os ruego que pongáis dentro de mí vuestro espíritu y vuestras palabras, a quien todos obedezcan y a quien nadie pueda contradezir. El que dize esta oración delante el dios Tezcatlipuca está en pie y inclinado hazia la tierra y los pies juntos. Y los que son muy devotos están desnudos. Y antes que comience la oración ofrecen copal al fuego o algún otro sacrificio, y si están con su manta cubierta, ponen la atadura de ella hazia los pechos de manera que la parte delantera está desnuda. Y algunos, diziendo esta oración, están en coglillas y ponen el nodo de la manta sobre el hombro. A esto llaman moquichtlalía.
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Capítulo nono De la gavilla o atadura de los años, que era después que cada uno de los cuatro caracteres havían regido cada uno treze años, que son cincuenta y dos, y de lo que en este año de cincuenta y dos hazían Acabada la dicha rueda de los años y al principio del nuevo año, que se dezía ume ácatl, solían hazer los de México y de toda la comarca una fiesta o cerimonia grande que llamavan toximmolpilía, y es casi "atadura de los años". Y esta cerimonia se hazía de cincuenta en cincuenta y dos años; es, a saber, después que cada una de las cuatro señales havía regido treze veces a los años. Se dezía aquella fiesta toximmolpía; quiere dezir "átanse nuestros años", y porque era pricipio de otros cincuenta y dos años. Dezían también xiuhtzitzquilo; quiere decir "se toma el año nuevo"; y en señal de esto, cada uno tocava a las yervas para dar a entender que ya començava la cuenta de otros cincuenta y dos años, para que se cumplan ciento y cuatro años que hazían un siglo. Ansí que entonces sacavan también nueva lumbre. Y cuando ya se acercava el día señalado para sacar nueva lumbre, cada vezino de México solía echar o arrojar en el agua o en las acequias o lagunas las piedras o palos que tenía por dioses de su casa, y también las piedras que sirvían en los hogares para cozer comida y con que molían axíes o chiles; y limpiavan muy bien las casas, y al cabo acabavan todas las lumbres. Era señalado cierto lugar donde se sacava y se hazía la dicha nueva lumbre, y era encima de una sierra que se dize Uixachtlan, que está en los términos de los pueblos Itztapalapa y Colhoaca, dos leguas de México. Y se hazía la dicha lumbre a medianoche; y el palo de do se sacava el fuego estava puesto sobre el pecho de un captivo que fue tomado en la guerra, y el que era más generoso. De manera que sacavan la dicha lumbre de palo bien seco con otro palillo largo y delgado como saeta, y rodeándole entre las palmas muy de presto con entrambas palmas, como torciendo; y cuando acertavan a sacarla y estava ya hecha, luego, en continente, abrían las entrañas del cativo y sacavan el coraçon, y arrojávanlo en el fuego, atiçándole con él; y todo el cuerpo se acabava en el fuego. Y los que tenían oficio, de sacar lumbre nueva eran los sacerdotes solamente, y especialmente el que era del barrio de Copolco tenía el dicho oficio; el mesmo sacava y hazía fuego nuevo.
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Capítulo nono De las cerimonias que hazían al romper del alva, y lo que hazían en saliendo el sol Cuando ya quería salir el alva, a la hora que sale el lucero, enterravan las ceniças del sacrificio y las flores y las cañas de perfumes, porque celavan mucho que no las viesse algún inficionado de algún vicio, conviene a saber, algún amancebado, o adúltero, o ladrón, o jugador, o borracho. A todos éstos tenían por polutos, y no querían que viessen enterrar las ceniças del sacrificio. Después que havían enterrado estas ceniças, começavan luego a cantar y a bailar con el atambor y con el teponaztli, y cantavan algunos cantares que se llaman anauacóyotl o xupancutcati. En saliendo el sol, luego davan comida a todos los combidados, sin dexar ninguno, en sus aposentos; y luego les davan flores y carlas de perfumes. A la postre davan comida a los populares que tentan combidados, viejos y viejas. Y las mugeres llevavan cada una un chiqutuitl mediano lleno de maíz; llevávanlo puesto en el hombro; éstos eran para tamales. Entrando en las casas donde suelen juntarse los combidados, que están cercados de un patio, como celdas, ponianse cada uno en su aposento. Estas mugeres, yendo a la casa del combite, iban de cinco en cinco y de seis en seis. Entravan a la casa de las mugeres, donde hazen la comida, y poníanse cabe las puertas, donde hazían el pan. Y tenían allí el maíz que havían traído, y después echávanlo sobre un petate, y luego les davan comida. Después de haver comido, no les davan cacao sino atuffi, que se llama chianpitzdoac. Dávanselo en unas escudillas que se llaman pochtecayocdxitl, pintadas de blanco. Estas mismás mugeres, antes de esto, havían dado cada cual una manta de ichtli al que hazía la fiesta para que comprassen leila para la comida y para ayuda de costa. Esta era costumbre entre todos los que hazían banquetes. Y también a los que murían davan estas mantas. Dezían que para embolverlos. Poníanlas encima del cuerpo, como ofrecidas. Cuando comían, cesava el baile y el canto; y por aquel dia no havía más. Otro día siguiente comían y bevian y davan cañas de humo y flores. A estos que comían el segundo día escogíalos el dueño del combite de los más amigos y más parientes. Y si ninguna cosa sobrava para el segundo día, dezían los viejos que era señal de que no havía de merecer ningún bien temporal por aquella fiesta, porque havía venido cabal para el primero día el gasto, y ninguna cosa sobró para el segundo. Y si havía sobrado mucho de flores y de cañas y de comida y de bevida y de chiquihuites y de caxetes y de vasos para bever, en aquello entendían los viejos que havía de hazer otros combites, y dezían: "Hanos hecho merced nuestro señor dios en que este nuestro hijo, que nos ha combidado, ha merecido que hará otros banquetes andando el tiempo." Luego le llamavan, y puesto sentado delante de ellos, començávanle a hablar, según su costumbre, amonestándole y reprehendiéndole con asperura. Estas reprehensiones dezían que era para alargarle la vida. Y después de haverle bien xabonado y humillado, dezíanle palabras blandas y amorosas de esta manera: "Aquí estás, hijo nuestro. Hijo, para mientes que nuestro señor dios ha derramado su hazienda. No la has perdido, cierto, jugando, más hanlo comido y bevido algunos de tus padres y madres, los cuales llamáste a tu presencia, y a tu casa vinieron. Y por esto mira que no te ensobervexas ni altivezcas. ¿Encreírte has por esto? O por ventura començarás a regalarte en comer y bever y dormir. Para mientes, hijo, que no dexes los trabajos de los caminos y de los tratos, y de traer a cuestas las cargas, como de antes. Mejor te será, hijo, que mueras en alon páramo o en algunas montañas o al pie de un árbol o a par de un risco, y allí estén tus huesos derramados y tus cabellos esparcidos, y tus mantas rasgadas y tu mastle podrido, porque ésta es la pelea y la valentía de nosotros los tratantes, y por esta vía hemos ganado mucha honra y riquezas que dios nos ha dado a nosotros, que somos tus padres y tus madres. Y si trabajando de esta manera perseveras, aunque vayas muchas vezes a lexas partes, bolverás próspero, y veremos tu cara con goço, y frecuentaremos tu casa. Persevera, hijo, en tu oficio de caminar. No tengas miedo a los tropeçones del camino, ni a las llagas que hazen en los pies las ramas espinosas que nacen en el camino. Hijo nuestro, nota bien lo que te está dicho. Y con esto satisfacemos a lo que te debemos nosotros, que somos tus padres y madres, y tómalo como por una rica manta con que te cobras."
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Capítulo nono De los hechizeros y trampistas El naoalli propriamente se llama bruxo, que de noche espanta a los hombres y chupa a los niños. El que es curioso de este oficio bien se le entiende cualquier cosa de hechizos, y para usar de ellos es agudo y astuto; aprovecha y no daña. El que es maléfico y pestífero de este oficio haze daño a los cuerpos con los dichos hechizos, y saca de juizio y aoja; es embaidor o encantador. El astrologo judiciario o nigromántico tiene cuenta con los días, meses y años, al cual pertenece entender bien los caracteres de este arte. Y el tal, si es hábil negromántico, cognosce y entiende muy bien los caracteres en que nace cada uno, y tiene en la memoria lo que por los caracteres se representa, y por ellos da a entender lo venidero. Y si es inhábil negromántico es engañador, mentiroso, amigo de hechizerías con que engaña a los hombres. El hombre que tiene pacto con el demonio se trasfigura en diversos animales, y por odio dessea muerte a los otros, usando de hechizerías y muchos maleficios contra ellos, por lo cual él viene a mucha pobreza, y tanta que aun no alcança tras qué parar, ni un pan qué comer en su casa; al fin, que en él se junta toda la pobreza y miseria, que anda siempre lacerado y mal aventurado. El procurador favorece a una vanda de los pleiteantes, por quien en su negocio buelve mucho, y apela, teniendo poder y llevando salario para ello. El buen procurador es vivo y muy solicito, osado, diligente, constante y perseverante en los negocios, en los cuales no se dexa vencer, sino que alega de su derecho; apela, tacha los testigos, ni se cansa hasta vencer la parte contraria y triumphar de ella. El mal procurador es interesal, gran pedigüeño, y de malicia suele dilatar los negocios; haze alharacas, muy negligente y descuidado en el pleito, y fraudulento, y tal que de entrambas partes lleva salario. El solicitador nunca para; anda siempre solicito y listo. El buen solicitador es muy cuidadoso, determinado y solicito en todo. Y por hazer bien su oficio muchas vezes dexa de corner y de dormir, y anda de casa en casa solicitando los negocios, los cuales trata de buena tinta y con temor o recelo que por su descuido no tengan mal suceso los negocios. El mal solicitador es floxo y descuidado, lerdo, y encandilador, y suele detener el proceso por sacar dineros, y fácilmente se dexa cohechar porque no hable más en el negocio o que mienta, y ansí suele echar a perder los pleitos.