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A medida de que Vincent observa una interesante recuperación en su enfermedad - ya no sufre frecuentes crisis, comiendo y durmiendo bien - incorpora el color a sus trabajos como observamos en este bello campo de amapolas empleando una luz distinta a Trigal verde con ciprés. Los tonos rojos llaman nuestra atención junto a los amarillos y los malvas, animando la amplia gama de verdes que forman el paisaje. La sensación de perspectiva es correcta, mostrando la influencia de la fotografía al cortar los planos pictóricos. Al incorporar las dos casas Van Gogh elimina esa peligrosa cercanía a la abstracción , al perderse paulatinamente la forma como estaban haciendo Monet y Pissarro. La fuerza de la pincelada utilizada continúa presente, apreciándose con claridad el empastamiento lo que hace estas obras inimitables.
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Los amplios campos que rodeaban al pueblo de Auvers también serán un interesante motivo de inspiración para Van Gogh en un momento de "angustia creativa". Pensemos que en los dos meses que vivió en el norte pintó más de 80 lienzos por lo que cualquier tema será interesante para crear un cuadro. Vincent recurre a vistas panorámicas donde las protagonistas son las amapolas que contemplamos esparcidas por más de dos tercios de la tela. Al fondo, sobre la línea del horizonte, hallamos varios árboles recortados ante el nuboso cielo. La sorprendente pincelada del maestro vuelve a ser la estrella de la composición, construyendo la obra a base de manchas de diversos colores aplicadas con una soltura extraordinaria. Encontramos cierta sintonía con los trabajos de Monet o Pissarro al perderse paulatinamente la forma, interesándose exclusivamente por la luz y el color, los dos conceptos que revolucionaron la pintura.
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En el último mes de su vida, Van Gogh se interesará especialmente por las tormentas vespertinas del verano, considerando algunos especialistas que nos encontramos ante una premonición de su próximo suicidio el 27 de julio de 1890. En la mayor parte de los casos suelen ser vistas panorámicas protagonizadas por los trigales, destacando el color amarillo que contrasta con los malvas o azules intensos. Esta escena que contemplamos sigue las pautas establecidas aunque se detenga en la observación de las gavillas. La pincelada empleada es tremendamente empastada, trabajando con una absoluta rapidez que le permitió hacer más de un cuadro diario en los dos últimos meses. Como es característico de su carrera, el color será para Vincent su principal vía de expresión, transmitiendo a través de él sus sentimientos, su manera de ver la vida por lo que se anticipa al Fauvismo y al Expresionismo. Una frase de Matisse es significativa del estilo del holandés: "La composición es el arte de ordenar de manera decorativa los elementos de que dispone el pintor para expresar sus sentimientos".
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En uno de estos campos de los alrededores de Auvers, que con tanto cariño recogió Van Gogh en sus trabajos, decidió Vincent pegarse un tiro en el atardecer del 27 de julio de 1890. Regresó a su habitación más tarde y ante sus gritos de dolor, sus caseros avisaron a los doctores a los que confesó el disparo. Los médicos le vendaron la herida pero no extrajeron la bala por lo que falleció dos días después, en compañía de su hermano Theo. Este precioso campo fue uno de los últimos lienzos que Vincent pintó, captando en él la belleza de la luz solar en todo su esplendor, resaltando el color amarillo de las gavillas y la sombra malva que se crea, en sintonía con el Impresionismo. Van Gogh sustituye las formas por el color, otorgando a través de los diferentes tonos la profundidad, el volumen y el efecto atmosférico, relacionándose con los trabajos de Monet. La pincelada con la que aplica el color es rápida y vigorosa, mostrándola en la tela a simple vista, organizando con ella la composición como si de un mosaico se tratara. Incluso en algunas zonas deja el lienzo sin pintura, apreciándose el color blanco de la tela. En resumen, Vincent está aportando a los jóvenes artistas un inusitado interés por el color con el que pretende expresar sus sentimientos, continuando este particular estilo movimientos como el Fauvismo y el Expresionismo.
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En abril de 1883 y debido a las dificultades financieras, Monet abandonó Poissy. Buscó una nueva residencia y eligió el pueblo de Giverny, entre Rouen y París. Allí creará las obras maestras que le han dado fama. Los alrededores serán su centro de inspiración, buscando los paisajes en los que pudiera estudiar los cambios de luz, atmósfera y color dependiendo del momento determinado del día o de la estación del año. Ese es el caso de este espectacular campo de amapolas que apreciamos en primer plano, creando una perfecta sensación de perspectiva que se cierra al fondo con una ladera con matorrales. Diferentes tonalidades configuran el lienzo, aplicando el color de manera rápida y empastada, suprimiendo las referencias formales para interesarse por los efectos, siguiendo las pautas del Impresionismo.
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Cansado de Vétheuil donde los vecinos no entendían muy bien su relación con Alice -no olvidemos que ella estaba casada y su marido vivía en París- y las deudas eran cada vez más acuciantes, Monet decidió buscar una nuevo refugio donde asentarse. Lo encontró en Poissy y en septiembre de 1881 cambiaron de aires. Durante ese verano realizó sus últimos paisajes en Vétheuil, cerrando una etapa marcada por el más puro impresionismo. Esta obra guarda relación con las escenas de Renoir al incorporar la figura en el paisaje -se trata de los hijos del pintor y los de Alice-. Al fondo contemplamos el caserío de Vétheuil con su majestuosa iglesia del siglo XIII elevándose imponente, en la zona central se sitúa la estrecha franja del Sena y en primer plano un colorido campo de amapolas con los chiquillos jugando. Una vez más, el maestro recurre a iluminaciones tomadas del natural que determinan el color a emplear y crean atmósferas especiales. La luz aquí representada es de atardecer, llenando el cielo de nubes que aportan tonalidades frías en el fondo, contrastando con los rojos y amarillos de primer plano. Monet emplea los colores complementarios -inspirados en las teorías cromáticas de Delacroix-, las sombras coloreadas y las pinceladas rápidas y empastadas que identifican su estilo en esta etapa que pronto acabará.
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Las pinceladas vigorosas de obras anteriores han sido acortadas en esta ocasión, donde los toques finales, aunque diferentes, son menos dinámicos, menos descriptivos. Las texturas particulares de las amapolas, la hierba y el bosque están subordinadas al principio básico de la aplicación de colores, que son bastante similares en tamaño y peso. Las pinceladas últimas de los planos más alejados son muy parecidos a los de los árboles de la izquierda. La sensación espacial viene sugerida en primer lugar por el color, en la transición desde los verdes y rojos más fuertes hacia los azules que recuerdan las sombras de los árboles de la colina. Como sucede en tantas ocasiones, Campo de amapolas en Giverny lleva la fecha de su finalización; al igual que los otros lienzos de la serie, algunos de los cuales fueron vendidos por el autor en otoño de 1890, fue comenzado en el verano y Monet probablemente lo retocó en su estudio al año siguiente.
fuente
La concentración en un lugar determinado de una masa de personas sospechosas o juzgadas peligrosas para la seguridad del Estado fue aplicada por los británicos tras la guerra de los Boers, siendo ampliamente utilizada durante la I Guerra Mundial, en la que los beligerantes multiplicaron los campos de internamiento para la reclusión de la población civil de los países enemigos. Con ello se buscaba obtener un fácil control de un grupo numeroso mediante unos pocos efectivos de vigilancia. A pesar de ello, los internados gozaban de un cierto nivel de protección jurídica, lo que no sucedió en los casos de los campos de concentración nazis, japoneses y soviéticos durante la II Guerra Mundial. Así, Stalin se sirvió de los "campos de re-educación mediante el trabajo" para asentar y extender su control sobre el aparato del Estado, eliminando a los elementos disidentes. Los japoneses recluyeron a los civiles europeos y americanos, tanto mujeres como niños, que habitaban en los territorios ocupados, sometiéndoles a todo tipo de privaciones y vejaciones, con el fin de humillar a los "prisioneros blancos". Sin embargo, fueron los nazis quienes llevaron al límite del horror sistemático y programado la inhumanidad de los campos de concentración. El 28 de febrero de 1933 Hitler obtuvo del presidente del Reich, Hindenburg, la firma de un decreto de urgencia "para la protección del pueblo y del Estado", suprimiendo las garantías constitucionales. Pronto las SS, tomando el lugar antes ocupado por las SA, se encargaron de la organización y vigilancia de los campos. El 21 de marzo de 1933 Himmler hizo construir, a título experimental, el primer Konzentrationslager (KL, siglas oficiales; KZ, siglas utilizadas por los detenidos y los guardias) en Dachau, que servirá de modelo para los ulteriores de Sachsenhausen (sep. 36), Buchenwald (jul. 37), Flossenburg (mayo 38), donde se llevaron a cabo terribles experimentos de vivisección sobre niños gitanos durante la guerra, y Mauthausen (1938). El campo de Ravensbrück (1934) quedará reservado para las mujeres. En teoría pensados para lograr la reeducación de elementos subversivos mediante el trabajo ("Arbet macht frei", el trabajo os hará libres, rezaba en la puerta de entrada), la dirección de Himmler refinó y depuró su uso político para hacerlos un instrumento al servicio del poder totalitario y dictatorial, por medio de la imposición del terror. Así, entre 1933 y 1944 más de un millón de alemanes pasaron por los campos de concentración, juzgados como enemigos del régimen nazi, muchos de ellos enfermos mentales. A lo largo de la II Guerra Mundial, fueron enviados a los antiguos campos grandes contingentes de población de los países ocupados. Al mismo tiempo, se abren nuevos campos como los de Theresiendstadt, Majdanek, Auschwitz, Stutthof, Natweiler-Struthof, Kaunas, Neungamme, Gross-Rosen, Bergen-Belsen y Dora. La geografía del infierno concentratorio abarca, para 1942, entre sucursales y Kommandos exteriores, más de un millar de lugares de detención o exterminio. Cuando en el verano de 1941 Hitler decidió eliminar a los judíos, los campos de Auschwitz y Majdanek fueron destinados para éste fin, siendo asesinados cuatro y un millón de víctimas, respectivamente. Además, cuatro nuevos campos fueron abiertos para este fin: Chelmno, donde hubo 340.000 asesinados, Belzec, capacitado para exterminar a 15.000 personas diarias, Sobibor (20.000 cada día) y Treblinka (25.000 cada día). Fríamente calculado, el exterminio obedecía a un plan preconcebido. Tras bajar del tren que los llevaba a las puertas del campo, las víctimas eran desvestidas y desposeídas de sus objetos de valor, sus cabellos eran rapados (con ellos se confeccionaba parte de la vestimenta del personal de los U-Boote) y eran conducidos directamente a la cámara de gas, creyendo que iban a ser desinfectados. Los dientes de oro eran arrancados a los cadáveres; anos y vaginas eran explorados en busca de objetos de valor escondido. Los cuerpos eran rápidamente quemados en hornos; de ellos se aprovechaba también para hacer jabón, engrasantes y otros sub-productos. La política de exterminio, no obstante, se tradujo en algunos conflictos en el seno de la SS. La facción económica era partidaria de aprovechar al máximo la mano de obra esclava, mientras que los servicios de seguridad preferían destruir rápidamente a los que consideraban enemigos raciales del régimen: gitanos, judío, polacos y otros pueblos eslavos. El curso de la guerra jugó a favor de los primeros, pues los iniciales reveses de la Wehrmacht en Rusia hicieron que fuera necesario emplear una gran cantidad de mano de obra para la producción bélica. Así, en marzo de 1942 la gestión de los campos fue transferida a la dirección de "Economía y Administración" de la SS. Sin embargo, el jefe de esta sección, Pohl, partidario del "exterminio por el trabajo", no consiguió que Himmler frenara la labor tecnocrática y calculada que Eichmann venía desempeñando en la aplicación de la "solución final" a la mayor cantidad de individuos posible. Las condiciones de vida en los campos de trabajo llegaban hasta el límite de la degradación, tanto física como psicológica. Torturas, golpes, asesinatos en la más absoluta arbitrariedad, inseguridad permanente, carencia de alimentos, hacinamiento, suciedad, etc. provocaban una mortandad tan alta que en diciembre de 1942 Himmler dio órdenes para frenarla, pues disminuía la capacidad productiva de los campos. Los individuos juzgados irrecuperables por los médicos eran desatendidos hasta morir, asesinados mediante una inyección de fenol o trasladados a los campos de exterminio, Vernichtungslager. La vigilancia de los campos estaba confiada a efectivos de la SS, desde 1936 llamados Totenkopfverbände. Por debajo, un sistema jerárquico diferenciaba a los prisioneros entre jefes de campo, jefes de bloque y kapos, que se distinguían del resto por su obediencia a los guardianes y por los beneficios que de obtenían de su labor servil. El resto de prisioneros (objetores de conciencia, presos comunes, homosexuales, asociales, disidentes o judíos) malvivían en medio del temor y las torturas. Algunos de ellos, sobre todo presos comunes o detenidos políticos alemanes, desempeñaron labores administrativas y sanitarias. Otros pocos, llamados Proeminenten, eran algo mejor tratados, debido a su calidad de rehenes, como Mafalda de Saboya, hija de Víctor Manuel III, Eduard Daladier o Leon Blum. Prohibida toda comunicación con el exterior -lo que no impidió a los prisioneros de Auschwitz entablar contactos con la resistencia polaca-, ni siquiera la Cruz Roja Internacional tenía acceso a los campos, pues los presos no eran considerados por los nazis como prisioneros de guerra, sino como un "asunto interno", y por tanto no gozaban de la protección de la Convención de Ginebra. Durante la última fase de la guerra, cuando Alemania se bate en retirada tanto por el Este como por el Oeste, las condiciones de vida en los campos empeoran aun más si cabe. Los campos son abandonados y los prisioneros obligados a marchar a pié o en vagones abiertos, en pleno invierno. Los incapacitados fueron directamente eliminados en aquéllos campos en los que a los guardianes les dio tiempo para hacerlo. Por los caminos, quedaban multitud de cadáveres con un tiro en la nuca. La liberación de los campos obligó a los soldados aliados a observar un espectáculo dantesco: montones de cadáveres, supervivientes desnutridos y enfermos. En Bergen-Belsen, liberado el 13 de abril de 1945, los británicos encontraron 10.000 cadáveres y 38.500 seres agonizantes, de los que un tercio acabó muriendo. Mayores crueldades recibieron las víctimas de los experimentos realizados por los médicos de la SS, especialmente mujeres y niños. Destruida la documentación en muchos de los campos antes de la huida de sus guardianes, resulta difícil estimar con rigor la cifra total de asesinados, situándose entre 7 y 11 millones de personas.