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monumento
Se trata del teatro más importante de Viena y forma parte de los cuatro teatros nacionales de la ciudad. En él se representan tanto obras clásicas como modernas. El Burgtheater fue construido durante el reinado de María Teresa, siendo sustituido el edificio original por el actual, en estilo renacentista italiano, gracias al trabajo de Karl von Hasenauer y Gottfried Semper. Se cerró en 1897, para llevar a cabo una remodelación, al descubrirse que había un cierto número de asientos sin visibilidad. En 1945, al igual que sucedió en el Teatro de la Ópera, una bomba caída durante la II Guerra Mundial le destruyó parcialmente, dejando sólo intactos los flancos y la gran escalinata. La posterior restauración fue hecha con materiales de muy buena calidad, perdurando hasta hoy. La gran escalinata conduce desde las entradas laterales al vestíbulo, siendo ambas iguales. Junto a ella, se han instalado los bustos de aquellos dramaturgos cuyas obras se siguen representando aquí. El auditorio fue reconstruido en su parte central entre 1952- 955, debido a los daños causados por la II Guerra Mundial. Conserva su decoración con los colores imperiales: crudo, rojo y dorado. En el techo se localiza el fresco de Gustav Klimt, pintado entre 1886-1888, que forma parte de la serie la Historia del Teatro y representa a Tespis, primera intérprete de una tragedia griega; hay otros frescos en las alas norte y sur, obra del propio Klimt y Franz Matsch. El vestíbulo es curvilíneo, de 60 m. de longitud, utilizado para descansar durante los intervalos; está decorado con retratos de actores y actrices famosos. En el exterior, la fachada principal cuenta con una balaustrada decorada con querubines esculpidos. En el centro, aparece la estatua de Apolo sentado entre Melpomene y Talia; forma parte de un friso de Baco y Ariadne, obra de Rudolf Weyr.
obra
Monumento patriótico, conmemorativo del sacrificio de Estauche de Saint-Pierre y sus camaradas entre 1346 y 1347, cuando se ofrecieron como rehenes para salvar a su pueblo de las tropas británicas, tras ofrecer una dura resistencia. Rodin escogió para plasmar este hecho el dramatismo de una escena en la que los derrotados aparecen cabizbajos, descalzos, cubiertos con harapos y en actitud de entregar la llave de acceso a la ciudad hasta entonces defendida. Este monumento fue erigido en 1895 ante el ayuntamiento de Calais sobre un pedestal, no respetándose la idea original de su autor, quien lo concibió para situarlo a ras del suelo, es decir, a nivel de la población paseante.
contexto
En el comercio medieval estuvo el origen de la burguesía como clase social. La actividad comercial definió los perfiles de un nuevo grupo llamado a ejercer un indiscutible protagonismo en la activación de la economía europea y en su evolución hacia formas capitalistas. Las principales ciudades portuarias y mercantiles del Continente constituyeron el ámbito natural de desarrollo de esta burguesía negociante. Entre ellas cabe contar a Génova, Venecia y Florencia en Italia; Burgos, Medina del Campo y Sevilla en la Corona de Castilla; Barcelona y Valencia en la de Aragón; Nantes, Lyon, París y Rouen en Francia; Amberes, Lieja, Amsterdam y La Haya en los Países Bajos. En el siglo XVI la comunidad mercantil se hallaba muy internacionalizada. El gran comercio ponía en estrecha relación mercados distantes, lo que originó la constitución de numerosas y activas colonias extranjeras en las principales ciudades mercantiles europeas, fenómeno en el que los italianos fueron pioneros. La burguesía mercantil formaba un grupo experto en el manejo de las complicadas técnicas comerciales y que controlaba las redes del tráfico internacional de mercancías. Sin embargo, sus inversiones no se limitaron al ámbito comercial. A veces mostró interés por la producción industrial, ideando incluso formas originales y rentables de romper con el rígido monopolio gremial de la manufactura en el ámbito urbano. En este caso, el desarrollo de la industria se hallaba íntimamente unido a las estrategias comerciales. Sin embargo, la inversión industrial burguesa se mantuvo por el momento en límites moderados, no resultando casi nunca suficiente para activar un proceso de industrialización a gran escala. Un sector menos productivo desde el punto de vista del desarrollo económico general fue el préstamo de dinero a interés, en la doble vertiente de créditos concedidos a particulares y al Estado. Otro, la adquisición de tierras, a menudo considerada como un medio de inmovilizar el capital mercantil y de asegurar el ascenso social imitando a la nobleza terrateniente. Tanto una como otra actividad tendían a convertir a la burguesía mercantil en clase rentista. El atractivo de estas inversiones consistía en proporcionar una buena rentabilidad sin los riesgos que implicaban los negocios mercantiles. La burguesía urbana adinerada se convirtió en prestamista para el resto de las clases sociales. La alta nobleza no siempre supo conjugar bien los dispendios ocasionados por su elevado tono de vida con una buena administración de su hacienda. Ello la condujo con relativa frecuencia a la necesidad de pedir préstamos a la burguesía. Los campesinos -particularmente los pequeños propietarios- se veían también constreñidos a endeudarse a fin de poder realizar las inversiones necesarias para hacer producir sus tierras. En el caso de que las cosechas fueran buenas podían hacer frente a la exigencia de devolver las cantidades tomadas a préstamo y de pagar sus correspondientes intereses. Pero si tenían la desgracia de que sobrevinieran malos años se veían obligados a deshacerse de sus propiedades, y por tanto de su medio de vida, malvendiéndolas para hacer frente a las deudas o cediéndolas a los prestamistas burgueses si habían sido señaladas como garantía del préstamo. De esta forma los préstamos vinieron a ser, en palabras de Kamen, un instrumento de deterioro y expropiación del campesinado independiente y fomentaron la conquista de la tierra por parte de las clases urbanas. Los préstamos al Estado (que en España recibían el nombre de juros) representaron otro objetivo inversor de la burguesía. Los monarcas se encontraban a menudo con problemas de liquidez para hacer frente a sus obligaciones, especialmente cuando concurrían circunstancias de guerra. De esta manera se veían también obligados a recurrir a empréstitos, incentivados mediante intereses. Los monarcas españoles del siglo XVI acudieron a este mecanismo de financiación como expediente hacendístico ordinario. La garantía de amortizar los préstamos la constituían para la hacienda real la recaudación de impuestos y los capitales americanos. En un principio los prestamistas de la Corona eran hombres de negocios de muy diverso grado de fortuna. En las ocasiones en las que el Estado no pudo hacer frente a los intereses de la deuda flotante, por adquirir ésta grandes proporciones, declaró la bancarrota, operación drástica que tenía la consecuencia de abocar a la ruina a los pequeños prestamistas, defraudados en sus expectativas de recuperar las cantidades prestadas y de cobrar los correspondientes intereses. En cambio, aquellos grandes banqueros cuyo capital les permitía capear el temporal, sacaron grandes beneficios de la situación. Así pues, en condiciones normales la deuda pública constituyó una forma razonablemente rentable de inversión para la burguesía urbana, aunque en casos como el español, en la segunda mitad del siglo XVI, acarreó serios problemas a los prestamistas. Otra forma rentable de relación con la hacienda real fue para la burguesía la recaudación de impuestos. Los monarcas se sirvieron frecuentemente de elementos burgueses para la ejecución de esta tarea. Una fórmula cómoda de recaudación era el arrendamiento de las rentas reales. Por este procedimiento los administradores de la hacienda concertaban contratos con personas que podían adelantar las cantidades pactadas a cambio de hacerse cargo del cobro de los impuestos, naturalmente con beneficio.
contexto
La abundante entrada de dinero procedente de Indias tuvo dos efectos perniciosos sobre la economía. Por un lado, favoreció la venta de productos extranjeros, más suntuosos y caros, y por otro, fomentó la compra de juros por parte de los enriquecidos comerciantes, que podían así alcanzar el ideal de vivir de las rentas y codearse con la nobleza. Como consecuencia, a finales del siglo XVI y durante todo el XVII se produce una crisis económica que afectará especialmente a la industria y el comercio. Ciudades antaño pujantes como Toledo, Burgos, Segovia, Barcelona o Medina del Campo ven así instalarse la crisis en sus calles y casas. Algo mejor lo pasan Madrid, por su carácter de villa y corte, y Sevilla, puerto de Indias. Incluso la capital sufre el traslado de la corte a Valladolid en 1601, con Felipe III como rey. Las manufacturas extranjeras compiten con las nacionales, comprando los mercaderes fuera productos que venden dentro a un alto precio. El rápido enriquecimiento produce un afán por vivir de las rentas, con lo que los oficios sufren una caída importante. En respuesta, los gremios se defienden intentando impedir la comercialización de productos foráneos, extremando su monopolio de los mercados locales, reglamentando su actividad e impidiendo la conversión de oficiales en maestros. La crisis la sufren también los campesinos, de por sí la clase más desfavorecida. Las crónicas de la época nos hablan de un altísimo grado de pobreza entre el campesinado, cuya actividad en general apenas da para el sustento diario. Las tierras más ricas pertenecen al señor o al clero, quienes reciben altas rentas a cambio de permitir su cultivo. La difícil situación económica hace del campesino, según descripciones, un ser que vive en precario, habituado a la pobreza y la miseria.
contexto
A partir de la obra de F. Braudel, "El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en tiempos de Felipe II", ha venido siendo común hablar de "la traición de la burguesía" para describir el fenómeno de adaptación de las clases medias del Antiguo Régimen a los modos de comportamiento de la aristocracia. Se puede, en efecto, comprobar que existió un modelo generalizado de conducta social entre los burgueses según el cual a la adquisición de una fortuna mediante el ejercicio de actividades propias de su clase, como el comercio, seguía la compra de tierras, la búsqueda de cargos públicos y los esfuerzos por acceder al estatuto nobiliario. Las actividades mercantiles eran progresivamente abandonadas en aras de la consecución de un prestigio social que se concebía como íntimamente vinculado al paradigma aristocrático. Ello habría tenido negativas consecuencias para el correcto desarrollo de la economía capitalista, ralentizado por la persistencia de hondos prejuicios de carácter social. Este fue el modelo descrito por Braudel para España e Italia y que otros autores han hecho extensivo a otros países europeos. Numerosos ejemplos pueden citarse para ilustrar la tendencia de la burguesía a desertar de las filas de su clase para pasarse a las de la nobleza. El de los Fantoni es uno más entre los muchos existentes. Simone Fantoni, mercader florentino del barrio de Santo Spirito, amasó una cierta fortuna a través del comercio. En su empresa, de carácter familiar, se hallaba asociado a sus hermanos. Dicha empresa estableció ramificaciones en España y Portugal en plena época de expansión del comercio colonial de estos países. Raffaello Fantoni se estableció en Lisboa, mientras que Santi Fantoni lo hacía en Cádiz, ciudad proyectada al comercio con América. En el testamento de Simone, que murió a comienzos del siglo XVII, puede ya comprobarse cómo este comerciante había ido adquiriendo una buena cantidad de tierras en la Toscana, sobre las que instituyó un fideicomiso de carácter familiar. Mientras tanto, Santi Fantoni había ingresado en las filas del patriciado urbano gaditano, accediendo a un puesto de regidor en el cabildo de la ciudad, y había logrado ver reconocido el status nobiliario. Los sucesores de ambos se dedicaron a vivir de las rentas del fideicomiso. Mientras la línea italiana de la familia se agotaba por falta de continuidad, los descendientes de la española establecieron ventajosas uniones matrimoniales, accedieron un mayorazgo y, finalmente, adquirieron un título de nobleza, el condado de Jimera. Arruinados por la crisis del siglo XVII, vivieron en adelante de las rentas de las propiedades familiares en Toscana. El caso de Simón Ruiz, estudiado por H. Lapevre, revela en cierto modo una trayectoria similar. La familia, establecida en un núcleo mercantil y financiero de la importancia de Medina del Campo, hizo su fortuna comerciando con Francia. Más tarde, en 1576, Simón Ruiz orientó sus inversiones hacia las finanzas públicas. Sus hijos, en cambio, abandonaron ya los negocios para integrarse de pleno en la aristocracia. Las estrategias de la burguesía para acceder a la nobleza eran siempre semejantes. Al estar reputada la tierra como fuente de honor, la adquisición de propiedades rústicas puede considerarse como un requisito. El logro de cargos públicos, a menudo en el ámbito municipal urbano, permitía no sólo participar en el control de los resortes del poder local, sino también adquirir status. Algunas veces, en cambio, la consecución del cargo era consecuencia del reconocimiento de una posición social a la que se había llegado previamente. Otras, la burguesía utilizaba el mecanismo de venalidad de cargos públicos, fenómeno que se produjo con particular intensidad en Francia. Los monarcas sacaban a la venta puestos de la administración judicial o civil a fin de conseguir recursos para sus apuradas arcas, ocasión que era aprovechada por elementos burgueses para ascender socialmente. Con la misma finalidad la burguesía recurrió a los matrimonios con individuos de mayor calidad social. En este sentido empleó estrategias matrimoniales útiles no sólo para concentrar la fortuna en el ámbito familiar, sino también como medio de promoción social. Las endogamias oligárquicas constituyeron, por otra parte, un fenómeno corriente en el Antiguo Régimen. Pero, volviendo al núcleo de la cuestión, el fenómeno de la traición de la burguesía se encuentra en la actualidad cuestionado en la historiografía. En las actitudes inversionistas de los comerciantes y hombres de negocios de comienzos de la Edad Moderna influyeron decisivamente las condiciones de la coyuntura económica. La compra de tierra pudo muy bien venir determinada no sólo por razones de prestigio social, sino de rentabilidad inversora. Era, además, un medio de asegurar unos capitales que podían disiparse por efecto de una quiebra. Por otra parte, la fundación de vínculos tras acceder a la nobleza puede interpretarse como una estrategia de utilización de los mecanismos de amortización propios de la aristocracia para fijar capitales adquiridos mediante actividades burguesas. Los comerciantes, en definitiva, invirtieron en todo aquello que les podía resultar rentable, sin necesidad de disponer de una visión clara de su papel potencial como clase. "En la base de una traición de la burguesía -escribe Kamen- está la premisa de que el burgués tenía unos ideales o una ética a la, que debería haber sido, fiel. Es verdad que en algunas regiones la burguesía presentaba una identidad clara (..). Pero la identidad de grupo del burgués nunca dio origen en la Europa preindustrial a una identidad coherente de clase. A diferencia de los nobles, que conocían y reconocían los ideales de su status el burgués sentía que en el fondo lo suyo no era su condición presente, sino el rango al que aspiraba. La movilidad social le alentaba a adoptar los ideales de los órdenes tradicionalmente superiores. Ello no implicaba necesariamente retirar su capital de la acumulación de riqueza". Esta última afirmación, en cualquier caso, es más valida para el caso inglés, en el que la asociación entre nobleza y negocios estaba mejor vista, que para el de otros países, en el que existía una mayor renuencia a compatibilizarlos. Otra cuestión que se puede plantear en torno al perfil de la burguesía europea del siglo XVI es su relación con la Reforma. Max Weber sugirió la influencia de la ética protestante en el desarrollo del espíritu capitalista. La Iglesia católica, desde este punto de vista, habría obstaculizado tradicionalmente con escrúpulos morales el logro de ganancias mediante el comercio y el préstamo a interés. La Reforma -particularmente en su desarrollo calvinista- contribuyó por el contrario, según esta visión, al avance de una mentalidad que hacía del éxito en los negocios un signo de elección divina. Ello no impidió, sin embargo, que el capitalismo tuviera origen en áreas de profunda raigambre católica. Es cierto, pese a todo, que en el siglo XVI la burguesía de determinados países en los que se extendió el protestantismo careció de la veleidades aristocráticas de las clases medias de otras áreas, en particular la mediterránea. Pero esto llevaría a otro tipo de consideraciones. La burguesía mercantil de los Países Bajos es citada como paradigma de una clase social austera, entregada a los negocios y que desdeñaba las vanidades del fasto aristocrático. A pesar de ello, se difundió un cierto estilo neoaristocrático en medio de los patriciados urbanos de aquellas provincias. La mejor predisposición para los negocios, así como la mayor constancia y competencia en ellos son cualidades que pudieron, ciertamente, depender de factores de mentalidad. Pero de nuevo es necesario tener presentes las condiciones objetivas (principalmente económicas, pero también de otra índole) que modularon las actitudes concretas de inversión y comportamiento social de las élites burguesas en la Europa moderna.
lugar
Fue el Burgo de Roncesvalles. Situada en la parte nororiental de Navarra, a 893 metros de altitud, la villa de Burguete dista 43 km de Pamplona. Típico poblado con abundancia de blasones en las fachadas de sus casas, es una de las localidades más apacibles de la ruta jacobea. La riqueza de los bosques de hayas como Quinto Real o Monte Aézcoa, las praderas de pastizales y la configuración orográfica le confieren una particular belleza.