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Los primeros decenios del siglo IX vieron producirse tanto en al-Andalus como en Ifriqiya una evolución jurídico-religiosa muy importante gracias al impulso de la escuela malikí. El Occidente musulmán, en su conjunto, se adhirió entonces a esta doctrina, una de las cuatro codificaciones e interpretaciones ortodoxas del derecho sunní, difundida por los discípulos del fundador, Malik b. Anas, muerto en Medina en el 795. En al-Andalus, se habían seguido sobre todo, hacia finales del siglo VIII, las enseñanzas de un estudioso sirio, al-Awzai, pero varios estudiantes, entre el año 770 y la muerte de Malik, volvieron del viaje ritual de estudios en Oriente entusiasmados por las enseñanzas de éste. Otros, un poco más tarde, se impregnaron en Qairawan de la enseñanza del discípulo más eminente de Malik, Sahnun, prestigioso alfaquí, que sería cadí de Qairawan al final de su vida. Estos especialistas malekíes eran numerosos en el arrabal de Córdoba, en la época de la revuelta contra al-Hakam II. El más conocido era Yahya b. Yahya al-Laythi, un faqih de origen beréber que había, como tantos otros, escuchado a Malik en sus años de formación. En el 802, en la época de la sublevación del Abd allah al-Balansi contra su sobrino al-Hakam I, gozaba ya de una notoriedad que le permitió ser elegido como negociador en el compromiso acordado entre el emir y su tío. Implicado en la Revuelta del arrabal, se exilió en Toledo pero pronto volvió a Córdoba, donde su prestigio era considerable. A pesar de haber rechazado el puesto de cadí de la capital que le ofrecía Abd al-Rahman II, jugó un papel principal en la adopción casi oficial de la doctrina malikí, al estar facultado hasta su muerte (en el 849) a nombrar a los cadíes. Este refuerzo del malikismo probablemente tuvo relación con las tensiones religiosas que aparecieron al final del reino del emir Abd al-Rahman II y que motivaron el famoso movimiento de los mártires de Córdoba. Se observa un endurecimiento de la ortodoxia en varios puntos del mundo musulmán durante la misma época. El califa de Bagdad, al-Mutawwakil, bajo la influencia de los teólogos, condenó en el 849 el mutazelismo -doctrina inspirada por la filosofía griega, más racionalista que las interpretaciones teológico-jurídicas de los especialistas tradicionales, que habían gozado del apoyo de los califas precedentes- e incluso decretó en el 850 medidas contra los dhimmíes. Como se dijo anteriormente, el malikismo triunfó en la misma época en Qairawan, donde el prestigioso Sahnun, autor de un gran tratado malikí titulado al-Mudawwana, había sido nombrado cadí de Qairawan en el 849. También hizo reinar una atmósfera bastante poco tolerante hacia las otras escuelas jurídicas.
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Los principios que inspiraron el golpe de Estado de diciembre de 1851 fueron respaldados, el 21 de ese mismo mes, por un plebiscito en el que Napoleón obtuvo 7.200.000 votos favorables, frente a algo menos de 600.000 adversos y 2.000.000 de abstenciones. Se iniciaba así un procedimiento con el que Napoleón obtenía la legitimación política mediante una apelación directa a la población, sin necesidad de rendir cuentas a ningún otro cuerpo intermedio. Sobre esos principios, Rouher preparó una Constitución relativamente breve (58 artículos), que fue publicada el día 15 de enero. Su referencia más inmediata era la constitución del Consulado (de año VIII), y estaba orientada a neutralizar los poderes de las Asambleas y de los notables, en beneficio del jefe del Estado, mandatario del pueblo soberano. Sus criterios de organización respondían a las cinco proposiciones sobre las que se había basado el plebiscito del mes anterior. En primer lugar, se establecía un jefe del Ejecutivo nombrado por diez años, al que se consideraba responsable, aunque parecía remitir sólo a los plebiscitos la función de llevar a la práctica dicha responsabilidad. Los ministros del Gobierno, y ese era el segundo punto, no podían tener representación parlamentaria y dependerían solamente de ese jefe del Ejecutivo. En cuanto a las Asambleas y Cuerpos legisladores, un tercer punto preveía un Consejo de Estado, de inspiración napoleónica, que estaría formado por 50 hombres distinguidos, nombrados por el jefe del Ejecutivo, que serviría para preparar las leyes y defender su discusión ante el Cuerpo legislativo. Éste quedaría formado por 260 diputados, elegidos por seis años mediante sufragio universal, sin escrutinio de lista, y sólo serviría para discutir y votar las leyes. Finalmente, la quinta base proponía la creación de una Asamblea de 150 notables, el Senado, a la que se atribuía una función de contrapeso y la salvaguarda constitucional. El jefe del Ejecutivo nombraba a algunos senadores con carácter vitalicio, mientras que otros (dignatarios eclesiásticos, príncipes imperiales o altos jefes militares) lo eran por derecho propio.En su conjunto, las diferentes Cámaras respondían al criterio del ejercicio colectivo del poder legislativo y el régimen evitaba deliberadamente el carácter parlamentario. El Cuerpo legislativo tenía un carácter instrumental, que le relegaba a un segundo rango político. No se le quiso dar el nombre de Asamblea Nacional, para que no diese la impresión de que representaba los intereses de la nación, y tampoco se llamó representantes a sus componentes, ya que la verdadera representación nacional estaba encarnada en el propio Luis Napoleón. Por otra parte, las limitaciones reglamentarias y la prohibición de dar noticias periodísticas sobre sus debates, aparte de la reseña oficial, disminuyó mucho su significación política, aunque tampoco fue un órgano completamente ineficaz. Sus miembros presentaron en 1852 casi 2.000 enmiendas, de las que más del 40 por 100 serían aceptadas.
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La salida de la revolución de 1830 frustró a los sectores democráticos y republicanos, que hubieran deseado mayores avances en la línea de la democratización del régimen. Hubo una notable recuperación de la prensa republicana e incluso se reactivaron algunos comités revolucionarios en las provincias. Solicitaban, entre otras cosas, el enjuiciamiento de los ministros de Carlos X y la desaparición de la tradicional alianza entre el Trono y el Altar. Los elementos revolucionarios, por otra parte, simpatizaban con otros estallidos revolucionarios que se habían producido en otros países y, al igual que en 1792, pretendían apoyarlos y exportar los ideales revolucionarios.El primer gobierno, presidido por Camille Périer, no pudo ir más allá de hacer unas tímidas medidas de depuración en la Cámara de los Pares, y el segundo, desde comienzos de noviembre de 1830, que dirigió Laffitte, jefe del partido del Movimiento, intentó satisfacer las exigencias populares con el procesamiento de los ministros del gobierno Polignac y la promesa de intervenciones en Bélgica e Italia. Pero fueron estas mismas concesiones las que provocaron el temor de los sectores conservadores. Los estallidos anticlericales de mediados de febrero de 1831, provocarían que Luis Felipe exigiese la dimisión de Laffitte en el mes siguiente. El partido de la Resistencia tomaría a partir de entonces el poder y no lo abandonaría hasta el final del reinado. El nuevo gobierno formado por Périer tuvo como meta la garantía del orden y la libertad, que eran valores supremos de lo que se denominó el sistema del 13 de marzo, fecha en la que se había constituido el nuevo gobierno. Royer-Collard, uno de los grandes teóricos del liberalismo doctrinario, diría de Périer que era ignorante y brutal; "pero ha salvado a Francia". Junto con el aplacamiento de la protesta social, agravada por la carestía económica que padecía Francia desde finales de los años veinte, Périer se opuso a las intervenciones militares en el exterior, en apoyo de los revolucionarios, que podrían atraer la animadversión contra un régimen francés muy necesitado del reconocimiento internacional. En ese sentido, el envío de una expedición militar a Ancona, en febrero de 1832, no tuvo otro objetivo que el diplomático, orientado a contrarrestar la excesiva influencia austriaca en la costa del Adriático. Mucha mayor significación tuvo la tarea de institucionalización constitucional realizada a través de la promulgación, en el mismo mes de marzo de 1831, de la Ley de Ayuntamientos y de la Ley de la Guardia Nacional y, en el mes de abril, de la Ley Electoral, que ya han sido aludidas.La disolución de las Cámaras a finales de mayo, y las posteriores elecciones del 5 de julio, en las que el partido de la Resistencia alcanzó una amplia mayoría, fortalecieron la posición de Périer, como pudo demostrar en el sofocamiento, en noviembre de ese mismo 1831, de la sublevación de los trabajadores textiles de Lyon (canuts), que reclamaban subida de tarifas. Las tropas del gobierno, bajo el mando de Soult, actuaron con rigor contra aquéllos a los que un periódico de la época describía como "bárbaros que amenazan la sociedad". El Gobierno se sintió lo suficientemente fuerte como para desarrollar, a través de la gestión del barón Louis en el Ministerio de Hacienda, una política de nivelación presupuestaria, que acarreó una fuerte elevación de los impuestos y la disminución de los sueldos de los funcionarios. La supresión, en diciembre de 1831, del carácter hereditario a los miembros de la Cámara de los Pares fue otro paso más en la línea de cercenar los derechos políticos de las viejas clases privilegiadas.La muerte de Périer, en mayo de 1832, víctima de la epidemia de cólera, dio paso a un prolongado periodo sin jefatura de gobierno definida, en el que Luis Felipe comenzó a manifestar su tendencia a interpretar que el texto constitucional le facultaba para ejercer en exclusiva el poder ejecutivo. Fue entonces cuando se produjo el intento legitimista de la Vendée y cuando los republicanos, con ocasión de los funerales del general Lamarque, intentaron un levantamiento urbano que acabó en fusilamientos en el claustro de Saint-Merri.La formación de un gobierno presidido por el mariscal Soult, en octubre de 1832, sirvió para la integración de las grandes personalidades del partido de la Resistencia. El duque de Broglie figuraba al frente del Ministerio de Asuntos Exteriores; Guizot, en Instrucción Pública; y Thiers, que empezó en Interior, para pasar más adelante a Obras Públicas. De todos ellos, el personaje central del periodo es, sin lugar a dudas, François Guizot.Exiliado en Ginebra durante los años de la revolución, volvió a París durante los años del Imperio. Desempeñó puestos políticos desde los primeros momentos de la Restauración y difundió las posiciones del liberalismo doctrinario desde el periódico Courier, pero los ultras realistas lo desalojarían de sus puestos políticos y de la cátedra de la Sorbona. Vuelto a la política poco antes de la revolución de 1830, apoyó la solución Luis Felipe y participó en su primer gobierno como ministro del Interior. Al integrarse en el gobierno de octubre de 1832 representaba la opción por el orden y el progreso material, dentro de una normalidad constitucional.La primera gran realización de Guizot, al frente del ministerio de Instrucción Pública, fue la Ley de Enseñanza Primaria, de 28 de junio de 1833, que establecía la creación de una Escuela Normal por departamento y la creación de una escuela en todo municipio que tuviera más de 500 habitantes. Se iniciaba, a partir de aquel momento, una gran batalla por la educación cívica en la que habría de ser crucial el papel desempeñado por el sistema escolar. También en la línea del progreso material, hay que señalar la Ley de 9 de julio de 1833, de Expropiación de Bienes Raíces, para permitir el tendido ferroviario o la terminación del canal que enlazaba los ríos Ródano y Rin.Sin embargo, las medidas que afectaban al ejercicio de las libertades individuales terminarían por hacer peligrar la estabilidad del Gobierno. La Ley de 10 de abril de 1834, que imponía nuevas limitaciones a las establecidas en el Código Penal (art. 291), en relación con el derecho de asociación, fue rechazada unánimemente en los medios obreros y republicanos. La Sociedad de los Derechos del Hombre provocó una revuelta en Lyon, que fue sofocada duramente por la guarnición local. El movimiento se desplazaría, en los días siguientes a París, en donde se produjeron miles de detenciones.En ese ambiente de represión, las elecciones del 21 de junio se saldaron con un claro triunfo del Gobierno, que obtuvo más de 300 escaños de diputados, mientras que la oposición apenas alcanzaba los 100. Los gobiernos que se sucedieron (Gérard, Mortier, duque de Broglie) no significaron ninguna alteración del clima político, que se vería duramente sacudido en julio de 1835 por el atentado de Fieschi contra la familia real. Dieciocho muertos y 22 heridos sirvieron para crear el clima de opinión en el que se aprobó una ley sobre delitos de rebelión y la Ley de Prensa, de 9 de septiembre de 1835, que establecía un prolijo catálogo de delitos de opinión, un elevado depósito previo a las publicaciones, y la censura previa. El Gobierno parecía controlar todos los hilos de la opinión, mientras que las oposiciones parecían reducidas a la impotencia. Luis Felipe encargaría el gobierno a Thiers, en febrero de 1836, al que sucedería, desde 1836 a 1839, aunque en situaciones políticas diferentes, el conde Molé, antiguo funcionario del Imperio.Adolphe Thiers podría ser considerado como un típico representante de la burguesía orleanista, aunque no pertenecía al mundo de los terratenientes, ni al de los grandes empresarios, que parecían monopolizar el mundo de los notables del régimen. Marsellés de nacimiento, había realizado estudios de derecho en Aix, para presentarse en París como periodista a comienzos de la década de los veinte. Una Historia de la Revolución le había dado fama y un cierto éxito económico.En las jornadas de julio de 1830 había apostado por la solución tranquilizadora de Luis Felipe, lo que le sirvió para formar parte de los primeros gobiernos, aunque éstos respondieran a orientaciones políticas enfrentadas. Cuando se incorporó al gobierno del mariscal Soult, en octubre de 1832, era ya figura destacada del partido de la Resistencia, en donde adoptaría una postura de estricto constitucionalismo que le llevaría a las filas del centro izquierda. Fue partidario de una política exterior agresiva, en defensa de lo que entendía los intereses patrios, que le llevó al enfrentamiento con Luis Felipe y a la dimisión en las dos ocasiones en las que dirigió el gobierno durante este periodo.Sin embargo, quedaba pendiente el problema fundamental de aclarar el sentido de los textos constitucionales para determinar quién tenía la responsabilidad del poder ejecutivo. Era el mismo problema con la Monarquía restaurada y que las reformas constitucionales de julio de 1830 no habían terminado de aclarar. Luis Felipe, que entendía que el texto constitucional le facultaba para ejercer en exclusiva el poder ejecutivo trató de formar a su alrededor un partido cortesano que provocó una oposición generalizada. Esta actitud del monarca dividió al partido de la Resistencia en dos orientaciones. La de centro-izquierda, que se atenía a un estricto parlamentarismo de inspiración británica, y que estaba capitaneada por Thiers; y la de centro-derecha, dirigida por Guizot, que aceptaba que se fortaleciesen las atribuciones de la Corona.El mensaje de la Cámara, en enero de 1839, fue aprobado por una escasísima mayoría, lo que llevó a la disolución del Parlamento y a la reforma del reglamento de la Cámara. Las inmediatas elecciones, sin embargo, se saldaron con un triunfo de las oposiciones. Los gobiernos siguientes (Soult, Thiers) eran de constitucionalistas convencidos, y tal vez fueron nombrados por Luis Felipe con la intención de demostrar la inviabilidad de los planteamientos del centro-izquierda. El protagonismo en el plano internacional (Argelia, crisis de Levante), la agitación obrera y la protesta política para conseguir la ampliación del cuerpo electoral abocaron a la caída del gabinete Thiers y a la búsqueda de una nueva fórmula, mucho más dócil a los intereses de Luis Felipe y paradigmática de la relación entre política y negocios que caracterizó al régimen durante aquellos años. Fue el gabinete, formado en octubre de 1840, bajo la presidencia del mariscal Soult, pero que tuvo como figura clave a Guizot, que era el ministro de Asuntos Exteriores, y que había sido llamado desde la embajada de Londres para concitar las amenazas de guerra desatadas por Thiers.
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El coleccionismo artístico se pondrá de moda entre la nobleza y la burguesía europea durante el siglo XIX, iniciándose incluso la proliferación de museos y colecciones particulares. Fortuny nos ofrece en su catálogo varias imágenes protagonizadas por coleccionistas, siendo ésta que contemplamos una de las pocas en la que una mujer ocupa el papel principal. La escena se limita a los elementos necesarios que rodean a la dama, sentada ante una mesa y mirando con atención una carpeta de grabados. El estilo del artista catalán presenta un acertado dibujo al que se antepone una pincelada rápida y empastada, aplicando los colores con fluidez. Las tonalidades oscuras empleadas contrastan con el amarillo de la falda de la dama, iluminado por un potente foco de luz que resbala creando un atractivo efecto visual. Por su aspecto abocetado contrasta con obras más acabadas como La vicaría o la Elección de la modelo, típicos ejemplos de la pintura de Fortuny denominada en España de "casacón".
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En las últimas obras de Fortuny encontramos una significativa dependencia de la pintura de Goya, uno de los maestros más admirados por el pintor catalán. Este lienzo que contemplamos recuerda a las obras de "gabinete" pintadas por el de Fuendetodos, donde las tonalidades oscuras coinciden con un especial interés hacia la luz, empleando una pincelada deshecha y fluida, sin resaltar ningún tipo de detalles, interesándose por el conjunto. Un grupo de hombres sentados a una mesa que recibe el impacto de la luz resaltando el blanco del mantel se convierte en motivo de un cuadro, como si de un fotógrafo de la vida se tratara. La escena se desarrolla en un interior, apreciándose una significativa diferencia con la Elección de la modelo, mostrando una vez más Fortuny la dualidad pictórica que le acecha en sus últimos años, desde su estancia en Granada.
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Cuando Josefa Bayeu falleció en 1812 se realizó un inventario de los bienes de la familia, incluyendo los cuadros de la casa y del estudio. La Aguadora y el Afilador se identifican casi con total seguridad con el número 13, valorado en 300 reales. En ambas imágenes Goya quiere homenajear a sus paisanos por el valor y la resistencia ante el ejército francés. La figura del afilador sería de vital importancia para una lucha en la que se empleaban navajas y cuchillos frente a las mejor armadas y pertrechadas tropas de Napoleón. Goya nos lo presenta sin ninguna idealización, en mangas de camisa y con el pecho descubierto. Se inclina ante la rueda de afilar, transportada en una especie de carretilla que incluye un pequeño depósito de agua para enfriar la piedra. Levanta la vista de su trabajo para observar al espectador, con una mirada cómplice. No existe ninguna sugerencia espacial pero la figura adquiere grandeza gracias a su gesto y a su trabajo. De esta manera se anticipa Goya al Realismo que se desarrolla en Francia a mediados del siglo XIX, exaltando la labor de los trabajadores. La pincelada empleada por el maestro es vigorosa, aplicando el óleo con fuerza y rapidez, interesándose más por lo que quiere expresar que por como lo hace.
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El marchante francés Goupil exigía a Fortuny la elaboración de cuadritos destinados a surtir el circuito comercial que se había creado en Europa y Estados Unidos. El pintor catalán está un poco saturado de estos encargos pero debe trabajar en ellos debido al elevado tren de vida que llevaba, que sólo podía ser mantenido con los altos precios que pagaban los clientes por esos trabajos. Cecilia de Madrazo, esposa del pintor, cuenta a su padre en una carta la rapidez con que se venden las obras de su marido, algunas en 20.000 francos. Con algunos apuntes tomados durante el viaje a Marruecos realizado en 1871, Fortuny emprendió la ejecución de esta bella estampa marroquí, tratando como de costumbre asuntos de la vida cotidiana. En el interior de un patio contemplamos a un hombre afilando los sables y las cimitarras de los soldados que esperan sentados en la derecha, portando sus espingardas. La puerta abierta nos permite ver a lo lejos las casas de la ciudad y el azul intenso del mar. El patio donde se desarrolla la escena está inundado por una potente luz marroquí, que impacta en la pared encalada y resalta las tonalidades anaranjadas del ladrillo. El estilo minucioso y preciosista que caracteriza la producción "oficial" del maestro está claramente presente, destacando el dibujo firme y seguro con el que otorga volumetría a las figuras, interesándose por todos los detalles posibles tanto en las vestimentas como en los gestos o en los objetos existentes en el escenario. Es curioso el contraste entre algunas zonas del lienzo que están sin tratar y el preciosismo con que las figuras están trabajadas, resultando una labor casi agotadora para Fortuny, llegando un momento que se sature de este tipo de obras. Comparado con el Moro de Tánger o la Calle de Tánger podemos encontrar la dualidad de estilos en el maestro catalán, aunque exista un común denominador en todos los trabajos: la luz, en un luminismo que heredará Sorolla.
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