Desde tiempos prehistóricos existen referencias de una numerosa población en esta zona de la provincia de La Coruña. Han quedado numerosos restos de hábitat, especialmente de la cultura castreña. También se han hallado muestras de la presencia romana en la zona, concretamente un campamento en la parroquia de Cidadela, el campamento más grande de los excavados en tierras gallegas. Posiblemente estaría ubicado en las cercanías de la calzada que unía Lugo y La Coruña. Tras la dominación romana surge el condado de Préseras, que se extendía por una amplia zona de tierras y tenía bajo su dominio iglesias, puertos de mar y varios monasterios. En el año 950 Hermenegildo, último de los condes, fundó el monasterio de Sobrado, llegando a profesar en él tras quedarse viudo. Todos los bienes del condado pasarán a poder del monasterio, convirtiéndose así en el señor de la zona. Su periodo de máximo apogeo corresponderá a la época medieval, iniciando su decadencia durante el siglo XVI. En la actualidad, en las diez parroquias que integran el municipio habitan poco más de 2.400 personas dedicadas a la agricultura y la ganadería.
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Sobre el amerindio Los conocimientos históricos de Juan Rodríguez Freyle son, como ya dije páginas atrás, más bien escasos, y por ello no se le puede calificar de historiador ni, en consecuencia, llamar Historia a su obra. Esto no quiere decir, sin embargo, que desconociese totalmente lo escrito y publicado antes sobre determinados temas. Así, por ejemplo, el relativo al origen de la población prehispánica de América. En este punto, nuestro autor se hace eco de algunas teorías anteriores --¿conoció la obra del padre Acosta, o la de fray Gregorio García?-- y se inclina, aunque con ducas, hacia la tesis del origen judaico de la humanidad amerindia. En todo lo que he visto y leído --escribe-- no hallo quien diga acertivamente de dónde vienen o descienden estas naciones de Indias. Algunos dijeron que descendían de fenicios y cartagineses; otros que descienden de aquella tribu que se perdió. Estos parece que llevan algún camino, porque vienen con aquella profecía del patriarca en su hijo Isacar48, respecto que estas naciones, las más de ellas, sirven de juramento de carga (cap. VII). Esta última afirmación anticipa el concepto negativo que el autor tenía acerca del amerindio de su tiempo; opinión que constituye una muestra más del desprecio del criollo hacia el indio, que aparece ya en no pocos textos a principios del siglo XVII y que relega a aquél a simple instrumento de trabajo o a objeto de estudio antropológico y etnográfico. Así, Rodríguez Freyle escribe: He querido decir todo esto para que se entienda que los indios no hay maldades que no intenten, y matan a los hombres por roballos. En el pueblo de Pasca, mataron a uno para roballe la hacienda, y después de muerto pusieron fuego al bohío, donde dormía, y dijeron que se había quemado. Autos se han hecho sobre esto, que no se han podido substanciar; y sin esto, otras muertes y casos que han hecho. Dígolo para que no se descuiden con ellos (cap. XVI). "Contra esto y aquello". Si utilizo aquí la conocida expresión unamuniana, no es, ciertamente, para dar a entender que el autor de El carnero dedique su obra a atacar a diestro y siniestro todo lo que le rodeaba y aun parte de lo que le había precedido. Pero sí hay en el libro algunas embestidas contra determinados aspectos de la realidad circundante y contra uno muy concreto del pasado neogranadino. Este último se refiere a la figura de don Gonzalo Jiménez de Quesada, a quien Rodríguez Freyle reprocha el no haber escrito ni encargar a nadie la narración de su gesta y de su posterior acción en el Nuevo Reino. Dije --leo en el texto-- que tenía descuidos, y no fue el menor, siendo letrado, no escribir oponer quien escribiese las cosas de su tiempo; a los demás sus compañeros y capitanes no culpo, porque había hombres entre ellos, que los cabildos que hacían los firmaban con el hierro que herraban las vacas (cap. VII). Pero las críticas negativas más directas y duras de nuestro autor van dirigidas contra la encomienda y la codicia y corrupción de encomenderos, funcionarios y autoridades, así como contra la saca de oro de Nueva Granada y el sistemático envío a España de ese metal precioso. Ya Miguel Aguilera señaló el tema con toda claridad y no sin cierta exageración. Sin piedad --escribe-- cargó contra el exceso de poder, de presidentes, oidores, fiscales y visitadores. Censuró con energía la avidez de los encomenderos y la crueldad inhumana con que demandaban de los indios el tributo. Condenó la bastardía de los fueros que invocaban los hombres de influjo contra inocentes y desvalidos. Aplaudió la conducta de los magistrados que pugnaban por arrancar de cuajo la delincuencia, la desidia y la mala fe. Mientras la indolencia de la autoridad se traducía en impunidad o indiferencia, él aplaudía el reigor tremendo de Pérez de Salazar y solicitaba para su memoria un tributo de reconocimiento49. Los ataques de Rodríguez Freyle contra la encomienda se reducen, sin embargo, a esto: Cudicia de ser encomendero despeñó al Juan de Leiva, que no sabía, ni todos saben, la peste que trae consigo esta encomienda, que como es sudor ajeno, clama al cielo. Este asunto lleva al autor a lanzar una breve invectiva contra la codicia: ¡Maldita seas, cudicia, esponja y arpía hambrienta, lazo a donde muchos buenos han caído, y despeñado a donde han sucedido millones de desdichas! Naciste en el infierno y en él te criaste, y agora vives entre los hombres, donde traes por gala, tinta en sangre, la ropa que vistes; y por cadena al cuello, traes ya el engaño, tu pariente, eslabonado de víboras y basiliscos, y por tizón pendiente en ella al demonio, tu padre; el cual te trae por calles y plazas y tribunales, salas y palacios reales, y no reservas los humildes pajizos de los pobres, porque tú eres el sembrador de sus cosechas. ¡Maldita seas, cudicia, y para siempre seas maldita! (cap. XIX). Pero es evidente que la crítica más acerba de Rodríguez Freyle se dirige contra la corrupción de algunos funcionarios y contra el envío de oro a España. En este aspecto, escribe el autor que hacia 1591, el doctor Antonio González, del Real y Supremo Consejo de indias, fue a Nueva Granada como Presidente de la Audiencia, y dice que aquel tiempo fue llamado el Siglo de Oro de aquel reino. Llamóse a este tiempo --escribe-- el siglo dorado, que aunque es verdad que en el hubo los bullicios y revueltas de las Audiencias y visitadores, esto no topaba con los naturales ni con todo lo común. Singulares personas padecían este daño, y todos aquellos que querían tener prenda en él; por manera que el trato y comercio se estaba en su punto, la tierra rica de oro, que de ello se llevaba en aquellas ocasiones harto a Castilla. En este sentido, el autor aporta su testimonio personal y dirige sus ataques a los funcionarios corruptos y al sistema, responsables del empobrecimiento del reino. A sólo --dice-- el visitador Juan Prieto de Orellana le probaron sus contrarios que había llevado de los cohechos ciento y cincuenta mil pesos de buen oro, pues algo le importaría el salario legítimo, pues el secretario de la visita y los demás oficiales algo llevarían. Y agrega: En esta misma ocasión, me hallé en Cartagena ciudad a la que el capítulo I llama "escala de todos reinos" y "la piedra imán que atrae a sí todo lo demás", a donde nos habíamos ido a embarcar; y habiendo ido a la Capitana a ver a dónde se le repartía camarote al licenciado Alonso Pérez de Salazar .... Pues este día estaban sobre cubierta catorce cajones de oro, de a cuatro arrobas, de Juan Rodríguez Cano, que en aquella ocasión se fue a España; y asimismo estaban sobre cubierta siete pozuelos de papeles de la visita de Monzón y Prieto de Orellana, y le oí decir al secretario Pedro de Mármol, que lo había sido de ambos visitadores, aquestas razones hablando con los que allí estaban: "Aquí están estos siete pozuelos de papeles y allí están catorce cajones de oro; pues más han costado estos papeles que lo que va allí de oro". Pues qué llevarían los demás mercaderes que en aquella ocasión fueron a emplear y otros particulares que se volvían a Castilla a sus casas. Pues todo este dinero iba de este Reino. Naturalmente, la conclusión es clara: He dicho esto, porque dije que aquella sazón era el siglo dorado de este Reino. Pues ¿quién lo ha empobrecido? Yo lo diré, si acertare, a su tiempo; pues aquel dinero ya se fue a España, que no ha de volver acá. Pues ¿qué le queda a esta tierra para llamarla rica? Quédanle diez y siete o veinte reales de minas ricas, que todos ellos vienen a fundir a esta real caja; y ¿qué se le paga a esta tierra de eso? Tercio, mitad y octavo, porque lo llevan empleado en los géneros que hay en ella, hoy que son necesarios en aquellos reales de minas; y juntamente con esto, tenían aquellos naturales la moneda antigua de su contratación, aquellos tejuelos de oro de todas leyes. Y lo que sucedía entonces era esto: Venían a los mercados generales a esta plaza, de tres a cuatro mil indios, y sobre las cargas de bayo, algodón y mantas, ponían unos cien pesos en tejuelos, otros cincuenta, más o menos, como querían comprar o contratar. Finalmente, no había indio tan pobre que no trajese en su mochila colgada al cuello seis, ocho o diez pesos; esto no lo impedían las revueltas de las Audiencias (cap. XVII).
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Sobre el viaje de Pedro Texeira La fuente principal para documentar el viaje que el capitán Pedro Texeira llevó a cabo, desde la desembocadura del Amazonas, aguas arriba, hasta llegar por una de sus cabeceras a la ciudad de Quito, es un texto existente en la Biblioteca Nacional de París. En la Biblioteca Nacional de Madrid se conserva una copia del mismo (Ms. 5859), que lleva anejo un mapa en el que puede verse una de las primeras representaciones del Gran Río, salvo las contenidas en algunos atlas de carácter general. Aunque algunos autores atribuyeron erróneamente la autoría del manuscrito a D. Martín de Saavedra y Guzmán, presidente de la Audiencia de Santa Fe, Marcos Jiménez de la Espada, en el estudio preliminar de la primera edición de la obra, señala al P. Alonso de Rojas, de la Compañía de Jesús, como su autor más probable, en virtud de una afirmación de Antonio de León Pinelo21. El mismo erudito autor resalta el hecho de que el P. Cristóbal de Acuña, también jesuita, insertó varios párrafos de la relación del viaje de Texeira en su Nuevo descubrimiento del gran río de las Amazonas, publicado en Madrid en 1641, y argumenta que solamente podría haberlo hecho así a sabiendas de que su dueño era de la Compañía de Jesús y, por lo tanto, lo tomado, en cierto modo, propiedad común dentro de ella22. Por otra parte, C. de Melo Leitão, que realizó la edición brasileña de la relación, señalaba un párrafo de la misma, que apoya la idea de Marcos Jiménez de la Espada. Así, preguntado Fray Domingo de Brieva si había hallado muchos cristianos en las tierras que había visto, respondió: desengáñese, no hay cristianos en este gran mundo descubierto sino los que doctrinan los benditos Padres de la Compañía de Jesús23. Acerca del mapa que acompaña la copia de Madrid, perdido en el manuscrito de la Biblioteca Nacional de París, Jiménez de la Espada creía que se trata de una copia del realizado por Bento da Costa, o Benito de Acosta, el piloto de la expedición de Texeira. Se apoya, para ello, en una afirmación del P. Laureano de la Cruz, pero además argumenta sobre su estilo y la concordancia con el texto del relato, así como sobre la intención, muy evidente en el dibujo, de resaltar la unidad de la red fluvial desde Quito a Pará24. La copia manuscrita de la Biblioteca Nacional de Madrid se compone de 31 folios numerados, con letra bastante clara; probablemente se trata de una copia contemporánea del original. Lleva el título de Descubrimiento del Río de las Amazonas y sus dilatadas (sic) Provincias, que precede a una carta de D. Martín de Saavedra y Guzmán al conde de Castrillo, presidente del Consejo Real de las Indias; otra carta al rey; un capítulo de una carta del presidente de la Audiencia de Quito al del Nuevo Reyno, y la cédula de Felipe II al virrey del Perú, Marqués de Cañete. Seguidamente comienza la Relación del Descubrimiento del río de las Amazonas, hoy San Francisco de Quito, y declaración del mapa donde está pintado. Desde aquí el texto se divide en 29 párrafos sin numerar. Todos los folios llevan un doble perfil que enmarca el texto, con adornos en las partes superior e inferior. La primera edición de esta obra es, como se ha apuntado más arriba, la de Jiménez de la Espada, Madrid, 1889, con un interesante estudio preliminar en el que se pone de manifiesto, entre muchas otras cuestiones, la incipiente rivalidad entre franciscanos y jesuitas por la evangelización de las poblaciones amazónicas. En la misma edición se incluye el relato que sobre la expedición de los dos legos franciscanos escribió Fr. Laureano de la Cruz, incluido en su obra Nuevo descubrimiento del río de Marañón, llamado de las Amazonas, hecho por la Religión de San Francisco año de 1651#25. En 1941, C. de Melo Leitão edita su versión en portugués de la relación de Alonso de Rojas para la Colección Brasiliana de la Companhia Editôra Nacional, en São Paulo. En esa ocasión, Leitão incluyó también la Crónica de Carvajal y el relato del P. Cristóbal de Acuña. También tres obras reunió Cesare Malfatti, en su edición de Barcelona, de la obra de Alonso de Rojas, junto a la cual aparecen la relación de Pedrarias de Almesto y el relato de M. de la Condamine26. Algunas otras fuentes se refieren al viaje de Texeira. Como ya se ha anotado, el P. Acuña incluye varios párrafos de la obra de Alonso de Rojas en su Nuevo descubrimiento#; concretamente los números XX, XXI, XXII, XXIII, de esta última obra, reproducen los párrafos 2.°, 3.°, 5.°, 7.° y 8.° del viaje del capitán Texeira. A Fr. José de Maldonado se debe la Relación del primer descubrimiento del río de las Amazonas, por otro nombre Marañón, hecho por la Religión de San Francisco, por medio de los religiosos de la Provincia de San Francisco de Quito; para informe de la Católica Majestad del Rey Nuestro Señor y su Real Consejo de Indias, en la cual se dedican algunas páginas a la expedición de Pedro Texeira; la obra fue publicada en Madrid en 1641. En 1942 se han reunido este último relato y el de Cristóbal del río de las Amazonas. Esta nueva edición lleva notas de Juan B. Bueno Medina, quien también se ha encargado de la revisión de los textos. En la primera parte del libro, que corresponde a la relación de Fr. José de Maldonado, se incluye el capítulo relativo al viaje del capitán Texeira, con el título Descubrimiento cuarto que hicieron del río de las Amazonas dos religiosos de Nuestro Padre San Francisco, el uno de la Provincia de Quito, y el otro de la Rávida, al año de mil y seiscientos y treinta y ocho. Otra fuente para el conocimiento del viaje que remontó el Amazonas desde Pará hasta Quito es la obra, ya mencionada, de Fr. Laureano de la Cruz, en la cual, además de relatar su propio viaje, se detiene en referir diversos pormenores de las expediciones precedentes, entre ellas la de los dos legos franciscanos, pero también el viaje de Texeira27. Obras que componen esta edición Las relaciones que ahora se editan se refieren a las expediciones llevadas a cabo en tres momentos distintos del período español del descubrimiento del Amazonas. Su relativa brevedad permite incluirlas en un solo volumen, pero además hay otras razones que animan a reunirlas en una misma edición. Los textos seleccionados responden a la finalidad de ofrecer al lector las fuentes más importantes, tanto por su veracidad como por la información que contienen, de los acontecimientos que constituyeron las líneas maestras del proceso descubridor en la cuenca amazónica. En el caso de las relaciones que se refieren a las expediciones de Orellana y Pedro Texeira, la elección de las fuentes no ofrece demasiadas dudas, ya que se publican aquí precisamente los relatos más significativos desde el punto de vista histórico. En lo concerniente a la expedición de Ursúa y Aguirre, la selección no es tan fácil. En primer lugar, existen algunas fuentes aún inéditas; otras, ya publicadas, lo han sido en ediciones relativamente reducidas y antiguas y, por tanto, son de difícil acceso para el lector. Se trata, sin embargo, de ofrecer alguna de las obras más representativas acerca de la expedición de los marañones, teniendo en cuenta que la finalidad no es una edición decididamente crítica de las fuentes que se refieren a un mismo conjunto de acontecimientos. Se ha preferido, por tanto, reeditar la relación de Pedrarias de Almesto, que, junto con la de Francisco Vázquez --su modelo--, constituye un buen ejemplo de los relatos sobre dicha expedición. Es además una de las más detalladas, y existen dos publicaciones en que pueden cotejarse sus variantes con el texto de Vázquez28. Por todo ello, parece el relato más apropiado para esta ocasión. En otro orden de cosas, las relaciones que aquí se reúnen se refieren a acontecimientos que, al inscribirse en un mismo proceso histórico, muestran múltiples rasgos comunes. Puede afirmarse, por ejemplo, que cada una de estas obras contiene un segmento significativo del conjunto de rasgos que caracterizan la mentalidad descubridora. Pero, además, estos rasgos están orientados por lo que puede denominarse el modelo hispánico de conquista, que se caracteriza por el establecimiento de núcleos de población, a partir de los cuales se desarrollarán las expediciones para ampliar el ámbito de influencia. Siempre sobre la base de, al menos, tres tipos de acción: la dominación político-militar, la evangelización y la expansión económica. El modelo permite integrar las tradiciones indígenas locales, y por eso es proclive al mestizaje cultural. Las expediciones descubridoras se sitúan en un momento concreto de este modelo procesual, precisamente entre el establecimiento del núcleo de población y el inicio de la dominación política del área de influencia. La empresa de Pizarro y Orellana parte del núcleo establecido en Quito y sus mitos impulsores tienden a cumplir los otros elementos del proceso. La expedición de Ursúa y Aguirre se origina en el núcleo cuzqueño, y aunque la muerte de Ursúa y las ansias de rebeldía de Lope de Aguirre son factores que modifican sustancialmente los fines inmediatos de la expedición, el viaje de los marañones se ajusta en términos generales al mismo modelo de conquista. El caso del viaje de Texeira parece diferente. Los asentamientos europeos en la costa brasileña fueron factorías destinadas a la explotación de recursos más que núcleos de expansión. Durante el período en que Portugal y España se situaban bajo una misma monarquía, los asentamientos portugueses del nordeste y norte brasileño se vieron amenazados por otros países europeos que competían por el control de la extracción de los productos naturales. La llegada de los legos franciscanos será un indicio de la posibilidad de intensificar las relaciones con el núcleo de Quito. La expedición de Texeira solamente tendrá que verificar la viabilidad del río aguas arriba y señalar los lugares apropiados para levantar fortalezas que defiendan la ruta. En otras palabras, el viaje de remonte del Amazonas viene a significar, siquiera de un modo somero, la adopción del modelo hispánico de colonización, en la medida en que a partir de él se inicia una ampliación del área de influencia de ciudades como Ntra. Sra. de Belén de Pará, a partir de la cual comenzara la efectiva colonización del Bajo Amazonas.
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Sobre la expedición de Pedro de Ursúa y Lope de Aguirre por el Marañón No cabe duda que los acontecimientos que tuvieron lugar durante la expedición de Ursúa a Omagua, y sobre todo los concernientes a la rebelión de Aguirre, debieron impresionar fuertemente a quienes los presenciaron y a aquellos que durante bastante tiempo conservaron memoria de ellos. Este debe de ser uno de los fundamentos principales que justifica la relativa abundancia de relaciones y documentos que se produjeron referidos a estos viajes. Es necesario rendir aquí homenaje al erudito aragonés Emiliano Jos, que reunió las obras conservadas sobre este pasaje de las expediciones españolas por el Amazonas y realizó un sistemático estudio en el cual ofrecía, con asombrosa minuciosidad, una detallada nómina de las fuentes de la expedición, tanto las publicadas como las inéditas8. En las páginas que siguen se mantendrá la numeración otorgada por Jos a estas fuentes, aunque por razones de argumentación en algunos casos se quebrante su orden. La Relación breve fecha por Pedro de Monguía# de lo más sustancial# de la Jornada del Gobernador Orsúa# e del alzamiento de Lope de Aguirre# se escribió antes de la muerte de este último, acaecida el 27 de octubre de 1561. Lleva fecha de 3 de septiembre, que corresponde a la declaración de su autenticidad hecha por el P. Montesinos ante la Audiencia de Santo Domingo, pero en opinión de Jos es quizás el relato de menor interés sobre acontecimientos. Está publicada en la Colección de Documentos Inéditos del Archivo de Indias, donde ocupa las páginas 191 a la 215 del tomo IV (Madrid, 1885). Gonzalo de Zúñiga se declara autor de la Relación muy verdadera de todo lo sucedido en el río Marañón en la provincia del Dorado#, que es la segunda según el estudio de Jos. En esta obra se incluye un romance anónimo que debió circular ya en vida de Aguirre, en el cual se expresan algunos juicios sobre sus acciones. El romance se conserva, tanto en el original del Archivo de Indias, como en la copia de la colección Muñoz, y de él extractamos los siguientes versos: Riveras del Marañón do gran mal se A conjelado se leuantó un Vizcaino muy peor q Andaluzado la muerte de muchos buenos el gran traidor A causado ############. A nadie da confisión por q no lo A acostumbrado y así se tiene por cierto ser El tal Endemoniado El relato de Gonzalo de Zúñiga se halla también en el tomo IV de la Colección de Documentos Inéditos del Archivo de Indias, ocupando las páginas 215 a la 282. El autor se declara en la página 257. La tercera obra de la nómina de Jos es la Relación verdadera de todo lo que sucedió en la Jornada de Amagua y Dorado que el Gobernador Pedro de Orsúa fue a descubrir# trátase así mismo del alçamiento de don Hernando de Guzmán y Lope de Aguirre y otros tiranos. Su autor se identifica en el párrafo final: Esta relación hiço un soldado llamado el bachiller Francisco Vázquez, soldado del dicho tirano, uno de los que no quisieron jurar. El manuscrito, que se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms 3199), consta de 117 folios. Probablemente es la relación más minuciosa, junto con la de Pedrarias de Almesto, que aquí se edita y a la cual sirve de base, y la de Custodio Hernández, de que se hablará más adelante. Este relato fue empleado por Fray Pedro Aguado para su Historia de Venezuela9 y también para la sexta de las Noticias historiales de las Conquistas de Tierrafirme en las Indias Occidentales, de Fr. Pedro Simón10. En 1881, el Marqués de la Fuensanta del Valle editó la crónica de Francisco Vázquez en el tomo XX de la Colección de Bibliófilos Españoles. En adelante se ha publicado de nuevo, pero sobre la base del relato de Pedrarias de Almesto, como se verá a continuación. Esta crónica de Pedrarias de Almesto, que ahora se reedita, lleva por título: Relación verdadera de todo lo que sucedió en la jornada de Omagua y Dorado que el governador Pedro de Horsua fue a descubrir# desde el Pirú por un río que llaman de las Amazonas# trátase ansi mismo del alçamiento de D. Fernando de Guimarán y Lope de Aguirre# El manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid (Ms 3191) consta de 100 folios, el último de los cuales está partido y en su reverso lleva una firma tachada. La letra es del siglo XVI. En la parte superior del primer folio hay un añadido en el que puede leerse: es de la librería de D. Juan Rodríguez de Salamanca Cerezo. Como en el caso de la relación de Vázquez, la primera edición fue llevada a cabo por el Marqués de la Fuensanta del Valle, en el tomo XX de su colección de Bibliófilos Españoles, en 1881. Más tarde, Manuel Serrano Sanz la incluyó en el tomo XV de la Nueva Biblioteca de Autores Españoles (1909). Una edición popular se debe a Enrique de Gandía, que prologó la obra para la Colección Austral de Espasa Calpe11. En Barcelona se editaría más adelante una edición con prólogo de Cesare Malfatti12. Por último, hay que añadir una edición de bolsillo, que prácticamente reproduce la de Serrano Sanz de 1909, publicada para la colección de Libros de los Malos Tiempos, dirigida por Ramón Alba13. Todas estas ediciones, con excepción de la realizada por Malfatti, mantienen la curiosa tradición de publicar con el nombre de Francisco Vázquez la relación de Pedrarias de Almesto; esta costumbre no es del todo arbitraria, pues, como ya se ha señalado, el relato de Almesto reproduce prácticamente el de Vázquez, con algunas modificaciones que en su mayoría intentan resaltar su propio protagonismo en los acontecimientos narrados. El autor se declara indirectamente, según se afirma en la nota 125 correspondiente a esta edición, pues dice que se hallaba huido con su compañero Diego de Alarcón, y en el texto se aclara que este soldado fugado con Alarcón era Pedrarias de Almesto14. Por otra parte, son abundantes las referencias de la crónica de Almesto en que se alude a su intervención personal en varios episodios, que no figuran en la relación de Vázquez, su modelo. En opinión de Jos15, Pedrarias de Almesto escribió primero una relación, novena de la serie del aragonés, a instancias del Tribunal de la Audiencia de Santa Fe, con el título: Relación de lo que sucedió En la Jornada q le fue encargada Al governador P? de orsúa q se dezía el dorado y las muertes y daños que en ella vvo despues q los tiranos lo mataron al dho-gor, que se conoce como relación personal de Almesto o, simplemente, Almesto bis. Seguramente, después de leer la relación de Vázquez, mucho más detallada que la suya propia, se decidió a escribir sobre la base de aquélla, con la inclusión de los episodios aludidos y algunas modificaciones sustanciales en la apreciación de la conducta de Diego Tirado, en relación con la cual el relato de Vázquez se muestra mucho más benevolente, y quizás justo, que el de Almesto, quien no podía olvidar que Tirado tuvo intención de matarlo cuando el cronista fue conducido ante Aguirre. El cotejo de ambos textos puede realizarse a partir de las ediciones de Serrano Sanz (1909) o la también mencionada de 1979, más fácilmente accesible para el lector. Realizada con posterioridad a los acontecimientos que narra es la Jornada del río Marañón# y otras cosas notables# acaecidas en las Indias, que compuso Toribio de Ortiguera. Esta obra ya ha sido mencionada, pues en su capítulo XV se relatan las expediciones de Pizarro y Orellana entre 1541 y 1542. El texto de Ortiguera debió basarse en los testimonios de algunos miembros de la expedición de Ursúa y Aguirre, aunque también utiliza como fuente el texto de Almesto. La obra lleva una dedicatoria al príncipe Felipe, después Felipe III. De su texto se desprende que la relación pudo escribirse entre 1581 y 1586, como bien dedujo el ilustre americanista Marcos Jiménez de la Espada en su artículo "Una ascensión al Pichincha en 1852"16. Emiliano Jos ha aclarado más recientemente que la obra debió ser escrita en dos momentos, el primero de los cuales correspondería a 1581, acabándose de componer hacia 158617. También Manuel Serrano Sanz incluyó esta relación en el citado tomo XV de la Nueva Biblioteca de Autores Españoles (1909). Con posterioridad ha visto de nuevo la luz en el tomo CCXVI de la Biblioteca de Autores Españoles, con el ya mencionado estudio preliminar de Mario Hernández Sánchez-Barba, quien ha señalado algunas contradicciones del relato, así como las motivaciones que animaron a Ortiguera a escribir su relación18. En el tomo 88 de la Colección Muñoz de la Academia de la Historia existe una copia en la que puede leerse: Esta es parte de una relación de un tirano que se dice lope daguirre y no ba entera porque no vbo lugar. De su autor sólo se sabe que era hijo de un tal Juan Pérez, de la localidad de Usanos, en Guadalajara. Según Jos, las versiones de las cartas de Aguirre a Felipe II y a Montesinos, que contiene dicha relación, sexta de su serie, fueron publicadas por Segundo de Ispizúa19. De este relato se conservan apenas dos folios, y por algunos párrafos del texto se puede afirmar que debió escribir una relación anterior más completa, hoy perdida. Entre las relaciones inéditas destacan, además de la ya mencionada relación personal de Almesto, una atribuida por Jos a Custodio Hernández, otra completamente anónima y El Marañón, de Diego de Aguilar y Córdoba, que Jos ha numerado como 7.?, 8.? y 10.?, respectivamente. El relato de Custodio Hernández cuenta con una buena información, pues no hay que olvidar que es testigo de los acontecimientos; se distingue de otras crónicas en la abundancia de datos que ofrece sobre su propia actuación, que los demás omiten. La relación anónima es la menos favorable a Ursúa y es la única que aclara el nombre de la hija de Aguirre, Elvira, así como los de los bergantines empleados en el viaje, el Vitoria y el Santiago. De El Marañón, de Aguilar y Córdoba, existe una copia en el British Museum, además del original que se conserva en España20. La copia conservada en Inglaterra, estudiada por Jos, permite considerar este relato como el dotado de mayor belleza literaria de cuantos se han escrito sobre la expedición de Ursúa y Aguirre. Parece ser que el texto de Aguilar sirvió a Fr. Pedro Simón para completar algunas informaciones de las contenidas en la sexta de sus Noticias Historiales# que, como ya se ha advertido, sigue el tomo X de la Historia de Venezuela de Fr. Aguado, la cual por su parte se basa en el relato de Vázquez, como también el propio relato de Aguilar y Córdoba.
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A finales de septiembre los alemanes reanudaron los ataques. Mejor orientados, habían aprendido a luchar contra el radar y llegaron más fácilmente al objetivo. Los aeródromos avanzados sufrieron daños muy serios y las instalaciones de la RAF, cercanas a Londres, se bombardearon a conciencia. La batalla tomó un nuevo sesgo. El mando alemán enviaba cazas durante el día y bombarderos durante la noche. En la del 24 de agosto llegó lo inevitable. Un grupo de aviones alemanes se extravió y, en lugar de bombardear instalaciones militares, lanzó su carga sobre el centro de Londres. Nadie creyó en un error. En la noche siguiente, 80 bombarderos británicos atacaron Berlín. Comenzaba la acción de represalias aéreas sobre la población civil. Durante el mes de agosto, los alemanes emplearon mejor sus cazas. Los aproximaron a la costa, para llegar antes, y la RAF sufrió un serio quebranto: 338 cazas derribados, frente a 177 bajas alemanas. De hecho, la cuarta parte de las tripulaciones británicas se habían perdido y la RAF estaba al borde del colapso. Un cambio de táctica alemana la salvó. Desde septiembre, la Luftwaffe decidió rematar la operación. Además de los aviones e instalaciones de la RAF, atacó las fábricas de aviones. Así, las tripulaciones inglesas estuvieron menos acosadas. La batalla de desgaste comenzó a inclinarse contra los alemanes. Al cabo de dos meses, la Luftwaffe había perdido 800 aparatos y difícilmente podría sostener su increíble ritmo de salidas diarias. Entonces optó por el bombardeo sistemático de las ciudades. A raíz de la Primera Guerra Mundial, un aviador militar italiano puso las bases para la nueva estrategia. Giulio Douhet escribió, en 1921, El dominio dell'aria y se ganó las maldiciones de sus propios mandos. Según él, la aviación futura sería un arma independiente, no un mero auxiliar del Ejército; el pavor desatado por sus lejanos ataques sobre la retaguardia rival quebrantaría la moral enemiga y resolvería las guerras. Aunque perseguido por los generales, Douhet consiguió discípulos en el extranjero y fue rehabilitado en su propia patria en 1928. De algún modo, esa fe en la capacidad de la aviación para quebrar la resistencia de un pueblo penetró en los mandos alemanes desde el mes de septiembre. El día 7 se puso en marcha la nueva táctica. Los bombarderos alemanes atacaron Londres en masa, de día y protegidos por los cazas. Murieron 300 civiles y 1.300 fueron heridos. Alumbrado por las llamas de los incendios diurnos, se desarrolló otro ataque devastador durante toda la noche. Cuando, días después, se repitió el bombardeo de Londres a plena luz, los cazas estaban advertidos y sólo muy pocos bombarderos llegaron al objetivo. Un infierno de forcejeos, interrumpidos por las treguas del mal tiempo, desangró Londres durante todo el mes. El día 30 se llevó a cabo el último, y ya casi inútil, bombardeo nocturno. Los cazas ingleses habían contenido la amenaza. Los alemanes adoptaron otros métodos: el bombardeo nocturno y el ataque con cazabombarderos. La tercera parte de los Messerschmitts fueron equipados con bombas, con pocos resultados, porque los pilotos, sin costumbre de bombardear, las dejaban caer un poco en todos lados. Desde noviembre, la aviación alemana se concentró en el bombardeo nocturno de ciudades, industrias y puertos. El día 14 se estrenó con el ataque a Coventry, que fue arrasado. En noches siguientes Birmingham, Southampton, Bristol, Plymouth, Liverpool y Londres recibieron castigos durísimos. Hitler ordenó que los bombardeos nocturnos mantuvieran la intensidad, mientras se preparaba la invasión de Rusia, a fin de mantener neutralizados a los ingleses. A finales de mayo de 1941 terminó la época de ataques masivos y la escuadra aérea de Kesselring fue trasladada al Este para la inmediata invasión de la URSS. La batalla de Inglaterra había perdido prioridad. De algún modo, la tenacidad de Winston Churchill había personalizado la voluntad inglesa de pelear sin desmayo. Llegó al poder, con un Gobierno de coalición, el 10 de mayo de 1940, mientras los alemanes invadían los Países Bajos. Toda la Europa que se veía arrollada por los nazis recobró su ilusión al escuchar a Churchill en la radio inglesa: aquello no era el Reich del Milenio, sino una tiranía que se podía y se debía vencer. "Estamos seguros de que, al final, todo saldrá bien". Y a Londres, cuartel y corazón contra el nazismo, llegaron los exiliados. Marinos, soldados, aviadores y civiles de todos los Ejércitos, marinas y pueblos. Los reyes y Gobierno de Noruega, Holanda y Luxemburgo; los Gobiernos de Polonia y Bélgica; el presidente de Checoslovaquia y el rey Zogú de Albania; De Gaulle, cuya influencia aumentaba en el África Ecuatorial Francesa; hasta las flotas danesas, noruega y holandesa estaban refugiadas en puertos ingleses. En el invierno de 1940-41 Londres contó con un nuevo aliado: Roosevelt había sido reelegido presidente de los Estados Unidos y declaró que América sería el "arsenal de la democracia", porque suministrar armas a los ingleses era el mejor modo de defender los Estados Unidos.
Personaje
Militar
Político
El marqués de Sobremonte ocupó diferentes cargos administrativos y en 1804 fue nombrado Virrey del Río de la Plata. La invasión inglesa de Buenos Aires de ese mismo año provocó la huida del marqués a Córdoba, lo que significó un gran desprestigio personal, siendo sustituido por Santiago Liniers. En 1809 regresó a España.
fuente
Casulla que se colocaba encima de la cota de malla o armadura, solía llevar los colores e insignia del noble, orden militar o emblema del rey.
obra
Las ciudades, al final de la Edad Media, alcanzaron un gran desarrollo económico gracias a la intensa actividad de los comerciantes, banqueros y artesanos que vivían en ellas. Esta dinamismo fue especialmente perceptible en las ciudades portuarias del Reino de Aragón, como Barcelona, Palma de Mallorca y Valencia, en las que surgen asociaciones gremiales muy influyentes en el gobierno del municipio. Los artesanos se agruparon en corporaciones profesionales que se identificaban por sus propios emblemas, alusivos a la actividad del gremio. Participaron así de la sobreestima que tuvieron las imágenes y los símbolos en este momento. Precisamente el puerto de Valencia va a tener una de sus principales actividades en la exportación de loza azul y dorada de Manises, así como de socarrats, baldosas para los suelos y azulejos decorados para los zócalos de las paredes. Entre los motivos que decoraban estas piezas destacan las representaciones de embarcaciones con el escudo de la corona o las series dedicadas a los oficios, con los símbolos de cada congregación gremial.
contexto
La inestabilidad constante de las últimas décadas de la República había puesto de manifiesto la crisis de muchas normas tradicionales, tanto en lo que afectaba al orden social y a las vías de promoción a los estratos superiores como al consenso ideológico necesario para el mantenimiento de un sistema político estable. Así, mientras se pretendía la continuidad del sistema esclavista, nunca había sido tan fácil el salir de la esclavitud en recompensa por formar parte de bandas armadas al servicio de un oligarca o de auténticos ejércitos como el de Sexto Pompeyo. Y aunque no fuera muy frecuente, algunos libertos o sus hijos llegaron a alcanzar los más altos rangos sociales. A su vez, como consecuencia de los múltiples viajes y de las migraciones internas, había cada día más seguidores en Occidente de las prácticas religiosas o mágicas llegadas de Oriente, así como de los modelos de vida de las grandes ciudades helenísticas. Esos y otros factores estaban contribuyendo a una disgregación social nada conveniente para un poder político que pretendía ser representativo de un mundo coherente y que, por otra parte, tenía vocación de prolongarse en el tiempo. Esa marco ayuda a comprender la actitud de Augusto al intervenir activamente -sirviéndose de sus poderes como censor, de los que le otorgaba el título de vigilante de las costumbres, curator morum, y de los más generales como el de la potestas tribunicia- en la búsqueda de una sociedad romana cohesionada. Los objetivos de su política residían en adaptar a su época el viejo modelo social romano y en potenciar el predominio de las tradiciones occidentales sobre los variados modelos sociales de Oriente. Desde esas perspectivas, hay que entender que, como dice Suetonio (Aug, XL), Augusto considerara de gran interés "el conservar la pureza del pueblo romano, sin contaminación de sangre peregrina o servil". Y ciertamente todos los autores coinciden en constatar que fue muy parco en la concesión de derechos de ciudadanía. Se calcula que, sobre una población total del Imperio de unos 50 millones de personas, los ciudadanos romanos no pasaban en esa época de 5-6 millones, asentados mayoritariamente en Italia y en las provincias muy romanizadas del Occidente. Con la Lex Fufia Caninia del 2 a. C. intentó limitar las manumisiones y con la Lex Aelia Sentia del 4 d.C. ponía trabas para que los esclavos manumitidos se convirtieran en ciudadanos; sólo las formas solemnes de manumisión de esclavos conferían la ciudadanía. En las demás formas de manumisión, el esclavo adquiría el estatuto de latino juniano o de libre peregrino. En esa misma línea política, tomó medidas para organizar los requisitos de pertenencia a los órdenes (senatorial, ecuestre y decurional) así como para la promoción interna de sus miembros y el mantenimiento de su dignidad. Las exigencias económicas mínimas para pertenecer a un orden, ordo, estaban fijadas en unos niveles muy bajos: la mayor parte de los decuriones a los que se ponía la condición de disponer de una fortuna valorada en 100.000 sestercios, superaban los mínimos económicos exigidos a los senadores. El pertenecer a una familia de abolengo que hubiera desempeñado varias magistraturas, el estar libre de condenas y, en definitiva, el haber pasado por la criba del responsable del censo era más importante que el disponer de una enorme fortuna. El orden senatorial y el ecuestre constituían la cantera de los responsables de la administración central como los decuriones lo eran para la administración local. Y para Augusto, los miembros de los órdenes debían ofrecer modelos de familia y de costumbres para el resto de la población. Desde esos presupuestos debe entenderse que Augusto, como padre y patrono, se decidiera a aprobar leyes contra los matrimonios de conveniencia entre o con mayores (Lex Papia Poppaea del 9 d.C.) contra los adulterios (Lex Iulia de adulteriis del 18 a.C.) y contra los solteros pertinaces que podían sufrir incapacitaciones como herederos (Lex Iulia de maritandis ordinibus del 18 a.C.). Aunque no fueran leyes bien recibidas, la voluntad de Augusto para aplicarlas no puede ponerse en duda cuando llegó a condenar al destierro a su propia hija Julia, caracterizada por su libertad de costumbres. Y en otros comportamientos políticos demostró estar más próximo a Tito Livio, quien en su Historia de Roma ofrecía modelos de familias virtuosas del pasado (a pesar de las simpatías de Livio por el régimen de la República), que al también contemporáneo Ovidio, nada alejado del régimen político y quien, en su poesía, estimulaba la libertad de las relaciones sexuales incluso de las casadas. La búsqueda de la dignidad de los órdenes llevó a Augusto a reglamentar la posición de los mismos en los actos y espectáculos públicos, la prohibición a los hijos de senadores y caballeros de que se contrataran como actores en el teatro o como gladiadores, etc. A fines de la República, se habían manifestado síntomas inequívocos del descrédito de la religión tradicional romana entre muchos sectores de la sociedad: algunas cofradías religiosas -así la de los Salii- estaban abandonadas, mientras los seguidores de cultos orientales -ante todo los de Isis- iban en aumento; en Roma pululaban los magos y adivinos que, con sus artes, ponían en descrédito las prácticas adivinatorias romanas. Contra esas amenazas de disgregación ideológica, Augusto definió las pautas a seguir, aunque la obra de reforma religiosa se completó con Tiberio. La política religiosa de Augusto estuvo marcada por estas líneas: revitalización de la religión romana tradicional y marginación de los cultos orientales. No en vano la campaña militar de Accio se había orientado como una lucha del Occidente romano contra el Oriente. Y hablar de Occidente en el plano religioso era referirse a la religión greco-romana pues, desde fines del siglo III a.C., se venia produciendo un sincretismo religioso que había sido beneficioso para la religión romana al recibir mitos organizados y coherentes que daban fuerza a su religión primitiva. Así, la creencia de que el Apolo de Delfos había contribuido a la victoria de Accio llevo a que Augusto le erigiera un templo en sus dominios privados del Palatino; poco más tarde, el Apolo de Augusto pasó a ser el receptor de los Libros Sibilinos, adquiriendo el carácter de un dios público romano. Con el fin de infundir un cierto misticismo en la religión formalista romana, Augusto revitalizó dos viejos conceptos del fondo religioso primitivo: el de Numen o fuerza espiritual de cada divinidad y el de Genius, espíritu protector de personas o lugares. Y a través de intervenciones diversas, se dedicó a potenciar el esplendor de los cultos tradicionales: el propio Augusto enumera en sus "Hechos" su intervención como constructor o restaurador de templos; el emperador vigilaba estrechamente para que el colegio de las Vestales contara con vírgenes elegidas conforme a la tradición, procuraba que los colegios de los Titii, Salii, Fratres Arvales... tuvieran siempre completas las listas de sus miembros y que intervinieran en los rituales públicos. Restauró también el ritual de los Fetiales, sacerdotes encargados de realizar el ritual de declaración de guerra y los pactos de federación con otras ciudades (foedus). Y allí donde resultaba más difícil modificar los cultos locales o bien para dar una mayor cohesión a cultos diversos, permitió el establecimiento del culto al emperador y a la diosa Roma; tal decisión abría la vía para una nueva concepción del poder imperial que traería consecuencias conflictivas con alguno de los emperadores que le sucedieron. De este modo, el fondo religioso tradicional se adaptaba a los nuevos tiempos para presentar una religión oficial del Imperio capaz de ser asumida por los ciudadanos romanos o bien de ser respetada y valorada como superior por los pueblos sometidos.