El Bautismo de Cristo es una de las obras tempranas más famosas de Piero della Francesca. En ella encontramos una referencia paisajística básica para la pintura del Quattrocento ya que se acerca a la realidad que circunda al artista, considerándose una imagen de las cercanías de Sansepolcro donde el pintor nació y vivió la mayor parte de su tiempo. Encontramos así una destacable alusión a la perspectiva, fundamental en la obra de Piero, ya que las propias figuras conforman el espacio donde se asientan. La figura de Cristo se sitúa en el centro de la composición, recibiendo el agua bendita de su primo san Juan Bautista; sobre su cabeza encontramos la paloma del Espíritu Santo y bajo sus pies las aguas del río Jordán. Tres figuras aladas se sitúan junto al árbol; han sido identificadas como los ángeles que acompañaban a Cristo en su bautismo pero no portan las vestiduras ni los elementos típicos, interpretándose como una alusión a la Concordia entre las Iglesias occidental y oriental que llegaron a acercamientos en el Concilio Ecuménico celebrado en Florencia en 1439, fecha en la que el maestro se encuentra en la capital de la Toscana. Esa hipótesis se refuerza con los atuendos orientales de los personajes que se aprecian tras el catecúmeno que se despoja de sus ropas. Las figuras están sabiamente interpretadas, obteniendo un marcado acento volumétrico gracias al empleo de la luz, resaltando el aspecto escultórico y anatómico de los personajes, especialmente de Jesucristo. Las tonalidades no son muy vivas, al bañar las figuras con esa luz blanca y uniformemente distribuida. Las referencias a la Escuela florentina del Quattrocento, tan admirada por el maestro, son obligadas, encontrando ecos de Masaccio, Masolino, Fra Angelico o Domenico Veneziano.
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Este relieve, perteneciente a un pequeño retablo dedicado a San Juan, es uno de los más perfectos realizados por el artista. Las figuras están concebidas como esculturas exentas y en ellas destaca la minuciosidad en el tratamiento de los detalles y el geometrismo de los plegados, utilizado por el maestro para acentuar la plasticidad y el volumen de los cuerpos.
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Los años que pasó Doménikos en Creta - una vez alcanzado el grado de maestro en 1563 y antes de partir a Venecia en 1567 - están marcados por una mezcla de estilos característica de la pintura cretense de esos años. Por un lado se aprecia una evidente influencia de elementos bizantinos, incorporándose las novedades procedentes del Renacimiento italiano. Este "bilingüismo" afectó a todos los artistas que trabajaron en la isla durante los años finales del siglo XVI y Doménikos no sería una excepción. La obra cumbre de este periodo pre-italiano es el Tríptico de Módena, formado por seis tablas entre las que destacan este Bautismo de Cristo y la Adoración de los pastores, temas que repetirá Doménikos en su iconografía hasta la saciedad, pero muy interesantes para apreciar la evolución de su estilo. Si se compara esta imagen con el Bautismo de Cristo del Museo del Prado o con el del Hospital Tavera de Toledo se puede observar claramente cómo avanza el maestro. La figura de Cristo se sitúa en el centro de la escena mientras San Juan Bautista preside la zona izquierda de la composición. Detrás de Jesús se disponen tres ángeles y sobre Él la paloma del Espíritu Santo. El río Jordán y diferentes elementos vegetales completan la imagen. La anatomía de Cristo exhibe la influencia italiana mientras que los rostros estereotipados de los tres ángeles serían una prueba irrefutable del bizantinismo existente. Las figuras alargadas y la definición del volumen gracias a la luz son también evidentes rasgos bizantinos mientras que la sensación de profundidad debe buscarse en lo que se había hecho en el Quattrocento. La pincelada múltiple y breve es característica de los pintores de iconos. Doménikos intenta mezclar de la mejor manera posible los avances que proceden del continente a través de estampas y grabados, como si se tratara de un puzzle. Así demuestra el joven pintor sus deseos de aprender y de avanzar.
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Junto a San Juan muestra a Jesús y San Juan y los fariseos, Murillo realizó esta obra para el refectorio del Convento de San Leandro en Sevilla. El artista no abandona los esquemas que tradicionalmente se habían utilizado para representar este tema. Así, repite a Cristo arrodillado en el río mientras san Juan, en pie, le bautiza. La principal aportación de Murillo será la espiritualidad que emana de las actitudes de los dos protagonistas, recogidas en sus rostros. La composición se organiza a través de una diagonal barroca que enlaza a ambos personajes, diagonal que se repite entre la espalda de san Juan y la paloma del Espíritu Santo, en la parte superior del lienzo. La escena se desarrolla al aire libre, apareciendo un arbolado paisaje tras el Jordán, aunque es el cielo nublado el protagonista del fondo. La misma luz clara y diáfana que en su compañero baña todo el conjunto, huyendo del tenebrismo de años anteriores.
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Gerard David era uno de los artistas más conocidos en Brujas, después de Hans Memling. Su estilo suave y sin sorpresas tuvo mucho éxito entre la burguesía de comerciantes que encargaba obras de arte para sus casas, oratorios y capillas. De esta capa social proviene el cliente que encargó el cuadro a Gerard David. Se llamaba Jean Trompes y era el tesorero de la ciudad de Brujas. Este era uno de los cargos más importantes y el poder de Jean debía ser mostrado a sus ciudadanos a través de estas obras de devoción, que más tarde pasaban a adornar las iglesias principales de la urbe. La obra completa que Jean Trompes encargó a David era un tríptico. Las alas laterales nos muestran el retrato de Jean y su familia, junto a sus santos patrones y la Virgen. La escena del Bautismo es completamente estática, sensación que se acentúa con la marcada simetría que domina el conjunto. Prácticamente puede decirse que no existe acción alguna, como si todos estuvieran detenidos en el tiempo. El ángel muestra el exacto reflejo de San Juan Bautista, ambos flanqueando a Cristo. El eje de la composición lo constituye la Santísima Trinidad: Jesús en el río, la paloma del Espíritu Santo y entre las nubes, Dios Padre, vestido como un emperador bizantino. Al fondo vemos un bello paisaje, minucioso y repleto de detalles atractivos. El paisaje sirve de escenario a la escena principal del bautismo, así como a otras escenas menores que narran la vida de San Juan.
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Giotto presenta una composición cuyo centro es el cauce del río Jordán, donde se produjo el bautismo de Cristo. Flanqueando esta zona se sitúan dos macizos rocosos sobre los que se apoyan San Juan Bautista, algunos discípulos y otros santos que sostienen las vestimentas de Cristo. La tensión del argumento los figura el artista en la excepcionalidad del rostro de Jesús, que mira intensamente al Bautista, entre la solemnidad del acto y el agradecimiento. El resto de las figuras también están bien caracterizadas y sus poses son creíbles, pero la resolución del agua es decepcionante. Giotto, bien por despiste, bien por un tratamiento más ligero, la presenta de manera imposible, irracional. El agua no puede cubrir hasta la cintura, ya que también tendría que llegar hasta las rocas. Esta formulación tiene mucho que ver con concepciones de la tradición gótica, más que con el arte innovador de Giotto. Pero, por otra parte, resulta excepcional la representación del Padre que, en escorzo espectacular, asiste al bautismo de su hijo y le da la bendición. Posiblemente, las partes menos importantes de la escena, las ejecutara algún ayudante del obrador del artista. La Presentación de María en el templo también forma parte de la decoración de la capilla Scrovegni, en Padua.
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En 1647 fallece don Juan Alfonso Enríquez de Cabrera, duque de Medina de Ríoseco y Almirante de Castilla. En su inventario encontramos una espléndida colección de pintura entre la que se hallan un buen número de obras de Ribera, existiendo una estrecha relación entre ambos al ser el marqués Virrey de Nápoles entre 1644-1646. A la iglesia del convento de San Pascual de Madrid fueron destinadas varias obras de esta colección, entre las que se encuentra el Bautismo de Cristo que contemplamos. Es un trabajo dentro del estilo clasicista, inspirado en la escuela boloñesa a la que pertenecían Lanfranco y Domenichino, pintores que estuvieron trabajando en Nápoles. Ribera ha abandonado el tenebrismo de sus primeras décadas para emplear tonalidades vivas y claras y una iluminación inspirada en el Renacimiento. La composición sigue un esquema típicamente barroco al emplear diagonales para organizar el conjunto, situando a San Juan Bautista en la zona de la derecha mientras que Cristo ocupa el centro y parte de la izquierda, zona que se remata con la presencia de dos ángeles mancebos que contemplan la escena y portan las vestiduras de Jesús. Un ligero paisaje protagonizado por el río Jordán y un cielo nuboso completan el conjunto, sin olvidar la presencia de la paloma del Espíritu Santo. Si en los ángeles y Cristo encontramos algunas dosis de idealización clasicista, con ecos de Miguel Angel y Rafael, el san Juan es una figura absolutamente naturalista, presentado como un hombre tomado de la vida cotidiana, vestido con austeros ropajes que permiten contemplar su anatomía. Eleva su mirada al cielo al tiempo que vierte el agua sobre su Jesús. Este dirige la mirada hacia el espectador al igual que el ángel del fondo, mientras que el de primer plano sigue con su mirada todo el proceso del bautismo. Este juego de miradas es una fórmula utilizada para que el espectador no deje ninguna parte del lienzo sin contemplar, reclamando nuestra atención hacia todos los rincones. El resultado es una obra cargada de espiritualidad e intensidad emocional, en sintonía con la Bendición de Jacob o la Trinidad.
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El 16 de noviembre de 1608 El Greco firma un contrato con el administrador del Hospital de San Juan Bautista en Toledo - también conocido como Tavera por ser el nombre de su fundador y de Afuera por estar extramuros de la ciudad - para realizar los retablos mayor y colaterales de la capilla. Se le ponían cinco años de plazo y recibiría 30.000 reales como anticipo y 325.185 maravedís anuales para adquirir materiales. El pago definitivo del encargo se realizaría a tasación. En el contrato se estipulaba que si el maestro falleciera o se imposibilitara para acabar la obra, ésta sería continuada por Jorge Manuel. En la actualidad la decoración de esa capilla no responde a los diseños de Doménikos, entre otras razones porque él no pudo realizar casi nada al fallecer en abril de 1614. Efectivamente, su hijo continuó con el trabajo pero se prolongó en exceso y el Hospital eligió otros artistas para finalizar la decoración. El Bautismo de Cristo que aquí contemplamos debía situarse en el retablo mayor, aunque en la actualidad se exhibe en uno de los laterales. Es una muestra de la colaboración entre padre e hijo, posiblemente obligada por el fallecimiento de Doménikos. En otros cuadros, como la Cena en casa de Simón, también se produce esta colaboración. Jesús aparece arrodillado en primer plano, acompañado de ángeles que sostienen sus vestidos - rojo y azul como símbolo de martirio y eternidad -. En la derecha se sitúa San Juan Bautista, volcando la concha del bautismo sobre la cabeza del Salvador. Dios Padre, vestido de blanco - símbolo de pureza - y con el rostro barbado, ocupa el espacio superior, también acompañado por una corte de ángeles y querubines. La paloma del Espíritu Santo ocupa el espacio central, uniéndose las tres figuras de la Santísima Trinidad a través una diagonal. El movimiento de la composición contrasta con otras escenas de Bautismo realizadas por El Greco. Las figuras son alargadas, con unos músculos muy estilizados aunque recuerdan ligeramente a Miguel Ángel. La fuerte luz procede de las figuras celestiales; al chocar contra los cuerpos o las telas provoca unos excelentes reflejos de luz blanca que anula el color. Los azules, verdes, blancos, amarillos y rojos se adueñan de una composición en la que desaparece el fondo. La técnica empleada por el cretense es cada vez más diluida. Algunas zonas de este enorme lienzo no tienen igual fuerza debido posiblemente a la mano de Jorge Manuel, que fue quien concluyó allá por 1622 el trabajo iniciado por su padre. Pensemos que en 1614, cuando muere El Greco, apenas estaba empezado y que en 1621 continuaba en el taller.
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El cuadro con el Bautismo de Cristo pertenece a Verrocchio. El concepto de autor no era el mismo en la Florencia del siglo XV que hoy día. Allí, el maestro de taller era un empresario que aseguraba a sus clientes la calidad y la satisfacción de las fechas, exigencias y necesidades de la obra. Obviamente, la mayor intervención del maestro en un cuadro concreto aumentaba su valor. Pero lo normal es que la obra fuera una tarea colectiva, en la que todos los oficiales participaban cada uno en su especialidad. Por ello, consideramos ésta la primera obra al óleo de Leonardo, puesto que es la primera vez en que se ha registrado sin lugar a dudas su intervención. En efecto, Leonardo trazó sobre la composición original de su maestro, Verrocchio, el paisaje de fondo, inconfundible y totalmente alejado de la dura rotundidad de los elementos del paisaje en primer plano. También añadió, ya terminado el cuadro, el angelito de perfil, de una belleza turbadora a quien el otro ángel parece mirar con rostro estúpidamente admirativo. También de Leonardo es el suave difuminado del torso de Cristo, que destaca contra el modelado duro, casi pétreo, del pecho del Bautista.