A lo largo de más de un siglo (sobre todo entre la muerte de Carlomagno y el ascenso de Otón I al trono de Germania) la Cristiandad se vio aguijoneada por los ataques de distintos pueblos. A través de sus senderos (sarracenos), del curso de sus ríos (normandos) o de las viejas calzadas romanas (los magiares) Europa fue víctima de un conjunto de razzias que la imaginación de los cronistas -casi todos ellos eclesiásticos- magnificó a la categoría de plaga apocalíptica. A la postre, como dice L. Musset, el continente y las islas arriesgaron más su seguridad que su propia existencia. Los feroces incursores acabaron por ser asimilados por las estructuras politices, sociales y religiosas de los países a los que habían hecho víctimas de sus sevicias. Pasada la mítica barrera del año 1000, los pueblos que protagonizaron las segundas invasiones crearon un cinturón de Estados sobre las periferias carolingia y bizantina. Las segundas invasiones, en definitiva, contribuyeron de forma decisiva a completar el mapa de Europa. De entrada hay que destacar un hecho que a menudo se olvida: las segundas invasiones no carecían de precedentes. La llegada de los sarracenos suponen el último coletazo sobre Occidente de la gran expansión musulmana tras la muerte de Mahoma. A diferencia de ésta, las incursiones sarracenas carecen de un programa coherente y son el resultado de meras operaciones de pillaje preparadas desde el Norte de Africa o desde algunas localidades hispano-musulmanas como Pechina, en las cercanías de la actual Almería. Los mayores éxitos sarracenos se obtuvieron con la ocupación de Sicilia y algunas ciudades del Sur de la Peninsula Itálica como Benevento, Bari y Tarento. En el 846 se presentaron en las afueras de Roma. En el 890 se instalaron en Frejus (Provenza) convertida en base de operaciones contra el tráfico alpino. La reacción vino de manos de los señores locales, de las fuerzas bizantinas y de algún monarca occidental como el lotaringio Luis II. Hasta el 973 los sarracenos se mantuvieron en Frejus. Su expulsión de Sicilia se haría esperar aún varias generaciones. Hablar de pueblos de las estepas en relación con Europa es remontar la memoria a algo ya tópico: a Atila y sus hunos, y a los ávaros en fecha posterior. Pero el periodo de segundas invasiones es hablar también de una gran variedad de pueblos cuyos campos de expansión han sido muy distintos. Buena parte de ellos se orientaron hacia la Europa oriental. Los búlgaros -creadores de brillantes realidades políticas- edificaron entre los siglos VII y XI un primer imperio en los Balcanes rival del de Constantinopla. Pechenegos y cumanos ("la retaguardia de los caballeros nómadas" en expresión de L. Musset) resultaron, con sus razzias, incómodos vecinos para bizantinos, rusos de Kiev, búlgaros y húngaros hasta muy avanzado el siglo XI. Los jázaros, dotados de menos movilidad, se establecieran en el Volga inferior desde fines del VII desempeñando una notable actividad comercial y convirtiéndose mayoritariamente -caso único en la Historia- al judaísmo. Serán los magiares el pueblo de las estepas con mayor incidencia en la historia de la Europa Occidental. La tradición fija en el 896 la fecha en que las siete tribus húngaras unificadas por el caudillo Arpad cruzaron los Cárpatos y se instalaron en la llanura panónica. Durante más de medio siglo, y gracias a una caballería extraordinariamente móvil, los magiares organizaron profundas incursiones en el Occidente con una periodicidad casi anual. El territorio alemán fue particularmente castigado, pero tampoco se vieron libres otras tierras también atacadas por sarracenos y normandos. Así, en el 924, la zona del Languedoc fue hollada por la caballería húngara. En el 947, la región de Otranto sufría los efectos de una incursión. La eficiencia militar de los magiares y la anarquía política en que se debatía Occidente favorecieron notablemente estas operaciones. Desde el 950, los alemanes consiguieron organizar una defensa más eficaz. Cinco años después, el rey de Germania, Otón I, aplastaba a la caballería magiar en Lechfeld, delante de los muros de Augsburgo. La batalla puso fin a las grandes incursiones húngaras sobre el Occidente. En los años siguientes maduraría el proceso de sedentarización y cristianización de este pueblo. El asalto de piratas noruegos a la isla-monasterio de Lindisfarne el 793 se acostumbra a tomar como punto de arranque de las incursiones normandas. Los grandes ataques, sin embargo, observa F. Donald Logan, sólo se producirían a partir del 834 al calor de la inseguridad del imperio franco. De todos los protagonistas de las segundas invasiones los reconocidos en las fuentes como vikingos, normandos, machus o russ fueron los que más profunda huella dejaron en la memoria colectiva. Nadie como ellos adquirió una imagen tan apocalíptica y demonizada. Sin embargo, en torno al 800, los normandos no eran desconocidos para la Cristiandad occidental. Ya desde el 700 (misión de san Wilibrordo) se había hecho un intento de evangelizar Dinamarca. Un siglo más tarde, el rey Godofredo construía un muro (el danevirke) para protegerse de los francos conquistadores de Sajonia. Mercaderes frisones, súbditos de los carolingios, tenían establecimientos en torno al lago Mälar... Las causas de la gran expansión normanda pudieron ser varias. Se ha hablado de cambios climáticos en las dos penínsulas nórdicas; de superpoblación; de odio a los cristianos, de acuerdo con la visión muy ideologizada de los monjes-cronistas; de la existencia de unas aristocracias militares en Jutlandia y Escandinavia que, con escasas perspectivas en estos países, hubieron de labrarse su fortuna en el exterior. Lo que sí parece claro, de acuerdo con las investigaciones arqueológicas (Oseberg fundamentalmente) es que los normandos disponían de un eficaz equipo militar y, sobre todo, de rápidas embarcaciones que les permitieron alcanzar desde las islas del Atlántico Norte hasta el mundo bizantino y musulmán. No resulta fácil fijar las líneas maestras de la expansión normanda. Se ha hablado de tres momentos: la etapa de la depredación, la del establecimiento de colonias y la de la creación de auténticos Estados. Por lo que se refiere al protagonismo y los campos de actuación se ha hecho también una división ya clásica: noruegos, daneses y suecos. Los normandos noruegos fueron los más madrugadores y los que más lejos llegaron en sus expediciones. Al saqueo de algunos monasterios ingleses a fines del siglo VIII siguieron, a partir del 809, terribles depredaciones sobre Irlanda en donde llegarían a establecer un reino que, con distintas vicisitudes, se mantendría hasta el año 1000. Sobre el continente y tomando como bases algunas islas costeras y las desembocaduras de los ríos, los noruegos dejaron sentir su peso sobre Nantes (843), las costas astures y galaicas, Lisboa y Sevilla. Las mayores hazañas sin embargo, las acometieron en la ruta vikinga del Oeste ("vestrvegum i vikingu" denominada en los monumentos rúnicos y en la literatura de las sagas) marcada por una diagonal insular: Shetland y Feroe (a partir del 825); Islandia (desde el 865) y Groenlandia (hacia el 985) alcanzada por Erik el Rojo. En los años siguientes, su hijo Leif Erikson pondría el pie en el litoral de América del Norte. Las hazañas depredadoras de los daneses se iniciaron de forma sistemática con el saqueo de Durstel en el 834. Las rivalidades entre los sucesores de Carlomagno favorecieron las operaciones de rapiña que las poblaciones del Occidente trataron de evitar pagando pesados tributos conocidos como danegeld. La memoria histórica guardaría el recuerdo del caudillo Hasting que en el 859 y al frente de 62 navíos organizó una gigantesca razzia que alcanzó las costas de Marruecos, cruzó el estrecho de Gibraltar y depredó las Baleares, las bocas del Ródano y parte del litoral italiano. Sin embargo, las correrías danesas tuvieron como objetivos esenciales Francia e Inglaterra en donde acabaron creando importantes establecimientos permanentes. La conquista de Inglaterra se inició, de manera coordinada, a partir del 865 en que un gran ejército danés ocupó Anglia Oriental y Northumbria. Meses más tarde le tocó el turno a Mercia. En el 872 caían Cambridge y York. La resistencia nacional anglosajona fue encabezada por el rey de Wessex Alfredo el Grande. A su muerte (899) se había alcanzado una cierta estabilidad: el reino de Wessex cubría todo el Suroeste de Inglaterra, mientras que los daneses se situaban en una zona (el Danelaw) en cuyo centro se alzaban las cinco plazas fuertes de Derby, Leicester, Lincoln, Notingham y Stamford. En los años siguientes, los sucesores de Alfredo, Eduardo y Edgardo reemprendieron la ofensiva. En el 973, este último se titulaba rey de Inglaterra y jefe de las Islas y de los reyes del mar, lo que suponía el reconocimiento de su autoridad por los caudillos normandos del Danelaw. La gran ofensiva danesa sobre Francia se produjo a partir del 878 en que un ejército rechazado de Inglaterra por Alfredo cayó sobre el continente. Durante algunos años una amplia área fue objeto de sistemático pillaje. Sin embargo, los invasores fueron detenidos delante de París por el duque Eudes en el 884. El desgaste generalizado condujo a la suscripción de un acuerdo: el monarca carolingio Carlos el Simple otorgó al caudillo danés Rollón convertido al Cristianismo el territorio sobre el canal de la Mancha que recibiría el nombre de Normandía. El tratado de Saint-Clair-sur-Epte era así (911) el primer paso para la estabilización de los normandos en el continente. Bajo el nombre de "i austrvegi" las sagas escandinavas conocían la ruta del Este, el camino de los normandos suecos por el espacio ruso. Una cuestión que se entrevera con la historia de otros pueblos: los eslavos.
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Del Batel Santiago En el Nombre de la Sanctísima Trenidad salió Pedro Sarmiento en el batel de la Capitana nombrado Sanctiago, y con Él Anton Páblos, Piloto de la Capitana, y Lamero, PilotoMayor de la Almiranta, y catorce Soldados marineros con arcabuces, espadas y rodelas, y con comida para ocho dias, viérnes once del mes de Diciembre de 1579 á las ocho horas de la mañana, para descubrir la Mar y Puerto, para la Boca del Estrecho. Del Puerto-Bermejo fuimos á la Punta de la Anunciada ya dicha en el Primer Descubrimiento. Desde la Anunciada se descubrió otra Punta un quarto de legua al Sudueste y desde allí vuelve la Costa al Sudueste quarta del Oeste dos leguas hasta una Punta que llamamos Nuestra-Señora-de-la-Peña-de-Francia. Tiene á la punta cerca de tierra un faralloncillo chico. En esta distancia de las dos leguas hace dos Ensenadillas. Desde la Anunciada descubrimos un Cabo gordo de mar en fuera de la tierra de mano izquierda al Sudueste quarta al Sur (toma algo del Sudueste) seis leguas. Llamóse Cabo de Sanctiago. Prosiguiendo nuestro viage pusímonos algo a sotavento de la Punta de la Anunciada, y desde allí atravesamos el Brazo y Golfo de la Concepcion a la vela la vuelta del Sur. Y en este brazo, al Sueste de la Anunciada dos leguas, está un Isléo chico, y luego tras este Isléo sigue una andana de siete Islotes chiquitos Nordeste-Sudueste, unas por otras en espacio de legua y media todas. Y atravesando la vuelta del Sur los dos tercios del camino, y al Sueste el un tercio, llegamos á un ancon que llamamos de los-Arrecifes por tener muchos, tres leguas de la Anunciada. Desde aquí vuelve la costa de mano izquierda al Sudueste quarta al Sur 300 pasos hasta una puntilla. Desde esta puntilla se descubrió un islote alto, que llamamos de San-Buenaventura Nor-nordeste-susudueste, legua y media. Desde el islote de San-Buenaventura está otro islote menor la vuelta del Norte quarta al Nordeste, media legua. Llamáse isla de Lobos, porque los vimos allí rmui grandes; y de la una Isla á la otra hai una restinga que revienta la mar en ella. Isla de Lobos demora con el Cabo de Sanctiago Nordeste-sudueste quarta de Norte-sur, y toma de la media partida, quatro leguas. Cerca de Isla de Lobos hai ocho brazas, piedras, entre muchas hierbas. La tierra que va entre Ancon de Arrecifes y la isla de San-Buenaventura (digo desde ancon de Arrecifes hasta el parage de San-Buenaventura), hace una gran anconada, y corre legua y media hasta una punta y ensenada que llamamos ensenada de San Francisco. Aquí desembarcamos en tierra por ser ya tarde para hacer noche. Y estándonos alojando, tiró un soldado un arcabuzazo á unas aves, y á la respuesta del arcabuz dieron muchas voces unos indios que estaban en una montaña en la otra parte desta ensenada: y al primer grito pensamos ser lobos-marinos hasta que los vimos desnudos y colorados los cuerpos, porque se untan estos, segun despues vimos, con tierra colorada. Y por entender lo que era, embarcámonos en el batel, y fuimos adonde la gente estaba; y llegados cerca, vimos unos en una breña entre unos árboles de montaña espesa, y entre ellos un viejo con una capa de pellejo de lobo-marino que mandaba y hablaba á los otros: y en la costa brava junto á la mar, entre unos peñascos, estaban quince mancebos desnudos totalmente; y llegados á ellos con señas de paz, nos señalaban con grandes voces é instancia con las manos acia donde dexábamos los navíos: y llegándonos mas á las peñas les señalamos se llegasen y les daríamos de lo que llevábamos. Llegáronse, y dímosles de lo que teníamos. Sarmiento les dió dos paños de manos y un tocador, que otra cosa no tenía allí; y los pilotos, y soldados les dieron algunas cosas con que ellos quedaron contentos. Dímosles vino, y derramáronlo despues que lo proaron: dímosles vizcocho, y comíanlo; y no se aseguraron con todo esto. Por lo qual, y porque estábamos en costa brava á peligro de perder el batel, nos volvimos al alojamiento primero, y les diximos por señas que fuesen allá. Y llegados al alojamiento, Sarmiento puso dos centinelas por la seguridad, y para procurar de tomar alguno para lengua; y con la buena diligencia que se puso se tomó uno dellos, y luego Pedro Sarmiento lo abrazó y halagó: y tomando de unos y de otros algunas cosillas, lo vistió y lo metieron en el batel, y nos embarcamos todos, y partimos de allí ya quasi noche, y fuimos á parar á tres Islotes que están en triángulo una legua de la Punta donde vimos esta gente; y por esto la nombramos punta de la Gente, Nornordeste-susudueste las islas con la Punta. Llamamos á estas Isletas, de la Dormida, porque fuimos allí á hacer noche y parar. La tierra que está entre la Punta de la Gente, y las islas de la Dormida hace un gran Ancon, y es costa brava de mucha reventacion. No saltamos en las islas porque llegamos mui noche. Dormimos en el batel. Sábado 12 de Diciembre partimos destas Isletas de la Dormida, que están juntas con la Tierra grande. Desde estas Islas vimos una Sierra alta Norte-sur, quarta de Nordeste-sudeste tres leguas. A esta Sierra llamamos la Silla, porque hace una gran sillada en la cumbre: y en esta distancia hai un gran boqueron y todo lleno de Islotes y baxos y herbazales. Este día amaneció claro, y el sol salió al Sueste franco, estando el Sol en el trópico de Capricornio, y nosotros cincuenta y un grados, y fuimos á la vela con vientecillo nor-nordeste bonancible. La figura y señas de la Silla son estas. Las isletas de la Dormida con el cabo de Sanctiago demoran uno por otro Leste-oeste franco; y el cabo de Sanctiago con la Silla, Noroeste-sueste: toma de la quarta del Leste seis leguas. Al Noroeste de la Silla, media legua, hai un islote que nombramos isla de Páxaros, porque tiene muchos; y entre esta Isla y la Silla hai diez y siete Islotes pequeñitos. Desde la Silla descubrimos una isla que tiene un morro alto partido, todo de piedra, que nombramos la Roca- partida, Nordeste-sudueste quarta de Norte-sur dos leguas y media. Demora con la isla de Páxaros Norte-sur quarta de Nordeste-sudueste: toma de la media partida. Al Sudueste quarta al Sur de la Silla, una legua hay mu- chas baxas que revienta la mar en ellas. Llegamos á la Roca-partida á mediodía, y desde esta isla descubrimos un Cabo gordo de tierra al Sudueste quarta al Sur de la Roca, cinco leguas. Llamamos á este cabo de Sancta-Lucía. Al Oessudueste de la Roca-partida, dos leguas de la mar, están dos farallones, y desde ellos sale una andana de baxos y faralloncillos: los baxos baña la mar que revienta en ellos, y los faralloncillos hacen un arco que cercan la isla en arco por el Oeste y Norte y Nordeste, y dentro hacen un corral lleno de baxos y herbazales. Salimos á comer á esta isla á mediodía, y tomamos el Sol en tierra en cincuenta y un grados y un sexmo. Demora el cabo de Sanctiago de esta Isla Nornoroeste-susueste. Esta isla tiene por la banda del Norte buena madera para guiones de remos, yagua; y por la banda del Leste tiene Puerto razonable grande, aunque en tierra hay tumbo de mar. Hay agua dulce. No podrán entrar aquí Naos grandes, porque toda la Isla es cercada de bajos: Quatro ayustes de tierra tiene siete brazas, fondo piedra. Desde esta Isla navegamos por la parte del Leste della la vuelta del Sudueste en demanda del Cabo de Sancta-Lucía; y en el camino es toda la mar cuajada de bajos, peñascos, islotes y herbazales: y dos leguas ántes de llegar a la tierra del Cabo, poco mas, ó ménos, parte la tierra una canal que entra Nornordeste-susudueste una legua. Llamámosla canal de San-Blas; y á la boca della hay muchos islotes altos al Sueste y al Leste y al Noroeste. Yendo á la vela por medio de los bajos comenzó á refrescar el viento con refriegas, que nos fué forzoso dejar el camino que llevábamos al cabo de Sancta-Lucía, y arribar á popa á nos abrigar; y entramos á la vela por la canal de San-Blas, por la cual íbamos alegres creyendo que habíamos hallado abrigo por donde sin peligro podríamos salir á la mar otra vez; y por esto nos dejamos ir: y una refriega que vino arrebató el mástel, y hecho pedazos, dió con él y con la vela en el agua: y metida otra vez en el batel, seguimos al remo la canal adentro; y quando creímos que salíamos á la mar nos hallamos ensenados al cabo de haber andado legua y media. Desto nos afligimos todos, porque como los tiempos eran contrarios y pesados para volver á la vela; y al remo contra mar y viento es dificultosísimo, y por allí parecía imposible á fuerzas humanas. Y para desengañarnos del todo, y ver si por alguna via había salida, por que por abajo no se discernía todo bien, saltamos en tierra; y Pedro Sarmiento y los Pilotos y otros algunos subieron á una sierra mui alta mas que todas las comarcanas, y desde arriba descubrimos la mar, y vimos que la canal no tenía salida por allí, y por menos de un tiro de piedra no se juntaban una canal que venía de la banda de Sudueste y un Ancon del Oeste. Recibimos desto mucha pena; pero encomendándonos á Dios tomamos Posesion por Su Magestad: y púsose una cruz pequeña en lo alto, y llamamos al monte de la Vera-Cruz, y bajamos adonde habíamos dejado el batel y los demás compañeros, y aquí quedamos esta noche. Domingo por la mañana 13 de Diciembre volvimos por la canal á fuera, y en saliendo á la mar vimos tanta tormenta que nos fue forzoso arrimarnos á unas peñas para solo abrigarnos de la tempestad, sin poder salir en tierra. Lúnes por la mañana 14 del mes trabajamos por salir á la mar y hacer nuestro camino, y en desabrigándonos de las peñas hubiéramos de perecer por la gran mar y viento: y así nos fué forzoso volvernos arribando á las peñas donde habíamos salido; y al cuarto del alba se huyó el Indio, que habíamos tomado, al que velaba: y embiándole á buscar de rama en rama, y de peña en peña; por la orilla del mar, le halló el guarda á quien se había huido; y echándole mano de una camiseta que llevaba vestida se la dejó en las manos, y se arrojó á la mar, y se le fué. Este dia, que fué mártes, hizo gran tormenta, y no pudimos salir; y á mediodía abrió el Sol y tomamos la altura en cincuenta y un grados y un cuarto. Llamamos á esta isla: Do se huyó el Indio. El mártes á la tarde pareció abonanzar la mar algo por una de las canales: y pareciendo ser mejor volvernos á los navíos que ir adelante, porque ya no teníamos mantenimientos, y por ganar algo, salimos destas peñas; y en saliendo á la mar por entre los baxos, hallamos mucha mar y viento y forzamos de ir adelante, y hubiéramos de anegar con golpes de mar: por lo qual nos fué forzoso arribar, y con grandísimo trabajo pudimos tomar el abrigo de otras peñas donde nos arrimamos por abrigarnos de la tempestad. Eran estas peñas de gran aspereza de puntas agudísimas frisadas, que no había donde poner los pies; y para hacer lumbre nos metimos en una sopeña, toda manantial sucísimo. Miércoles 16. de Diciembre salimos destas peñas para ir a la Roca-partida; y llegamos sobre los bajos, cargó tanta tempestad que pensamos perecer, y fué forzoso arribar á popa, y fué servido Dios que huyendo los mares, salimos dentre los bajos, y nos abrigamos detrás de otras peñas asperisimas, peores que las pasadas, que eran como erizos, que nos hizo luego pedazos los calzados, que los cortaba como navajas. Aquí estuvimos esperando que abonanzase algo aquella tempestad general de viento Oeste y Oessudueste con aguaceros y granizo heladisimo. Tomamos aquí el altura en cincuenta y un grados y un cuarto. La mesma tempestad hizo el juéves, y no pudimos salir. El viérnes 18 del mes pareció abonanzar algo el norte, y salimos con el batel á la mar; y por ir á barlovento por entre los baxos, por poder tomar la Roca-partida, que nos metimos en medio de todos ellos; y cargó tanto el norueste y metió tanto mar que no pudimos romper para ir adelante, y por no anegarnos arribamos á popa hasta salir de los baxos, que son muchos y muy peligrosos, y lo que es peor las hierbas que se crian entre ellos, que no dejan salir ni romper al batel si acaso acierta á entrar entre algun herbazal. Por tanto sea aviso que en viendo por aquí herbazal huyan dél, porque es bajo, y no se fien por no ver reventar la mar en todas partes, porque la mesma hierba, aunque sea muy baja, quita á la mar que no reviente tanto como donde no la hay, y así es peligrosísimo. Abre el ojo. Y en saliendo de los bajos, fuimos cortando la vuelta del Leste tomando los mares á popa por escapar de la muerte: y estando como media legua de los peligros fuimos cortando entre mar y mar la vuelta de la Roca-partida; y reventando los fuertes marineros á fuerza de brazos, huyendo de un cabo y acometiendo á otro fue Dios servido que ese dia ántes de anochecer llegamos á la ensenada de la Roca-partida, aunque por rodéos, que anduvimos el camino doblado; y con el Credo en la boca. Este puerto de la Roca-partida es ensenada de playa de arena; pero no es para navíos, sinó para bateles, ó bergantines. Está apartada de la tierra del Leste legua y media: hay poco marisco y mucha leña buena y, al un cabo de la playa debaxo de la mesma Roca-partida, hay una gran cueva en una sopeña. Aquí hay abrigo para poder estar mucha gente alojada. Aquí hallamos gran rastro de gente y una osamenta y armadura entera de hombre ó mujer. Hay en la playa tumbo de mar y refriegas. Estuvimos aquí dos dias y dos noches por las grandes tempestades: y porque ya nos faltaba la comida, y por socorrer a los navíos, salimos contra tiempo, domingo 20 de Diciembre: y queriendo baxar la isla por ponernos á barlovento, llegamos á los baxos que la Isla tiene al Nordeste, y hallamos mucha mar y viento y orgullo de corriente que rompía por todas partes; que por no perdernos fué forzoso arribar á popa la vuelta de una grande ensenada, que parecía en la tierra la vuelta de Lesnordeste lo mas cercano que parecía, por no volver a la Isla. Y como iba llegándose la noche, cargó la cerrazon tanto que perdimos la tierra de vista, y así íbamos navegando á ciegas, hasta que llegando cerca de tierra víamos la reventazon de la costa, y no se parecía la tierra, y como víamos reventar la mar por todas partes llevábamos gran temor de perdernos, no viendo parte que no fuese costa brava; y tenernos á la mar no podíamos, y qualquiera cosa era peligro de muerte: y así caminando por la reventazon nos fué anocheciendo; y anochecídonos cerca de tierra, por el blanco de la reventazon fuimos a demandar la tierra encomendándonos á Nuestra Señora de Guadalupe: y guiándonos su Divina Magestad, entramos á escuras en una ensenada abrigada de todos vientos, donde estuvimos aquella noche con harto contento, pareciéndonos cada vez que surgiamos que nos hallábamos resucitados. Llamamos á est a Ensenada de Nuestra-Señora-de-Guadalupe por lo dicho. ¡A Ella sean dadas infinitas gracias! Lúnes por la mañana embió Pedro Sarmiento dos hombres por diferentes partes por los altos á ver si una canal que iba al Leste y otra al Norte desde esta ensenada, iba adelante: Y uno de ellos trajo por aviso que una de las canales iba mui la tierra adentro, y que había visto venir una piragua con gente india; por lo qual, y por excusar el peligro de la furia de la mar, y por buscar algun buen paso y reparo para los navíos, fuimos por aquella canal por donde se dijo venía la piragua; y en saliendo de la ensenada de Guadalupe se partía en dos brazos: el uno iba al Leste, que era el mayor, y otro al Nordeste; y por éste encaminamos, y dende á media legua que entramos, hallamos la piragua con cuatro ó cinco indios. Fuimos á ellos, los quales en viéndonos se llegaron a la costa, y saliendo á tierra dejaron la piragua y se metieron al monte. Tomamos la piragua, y metiendo en ella al Piloto Hernando de Lamero y otros cuatro hombres, pasó el batel adelante hasta otra punta donde parecía mas gente: y llegados allá, no hallamos á nadie sinó una sola choza baja y redonda hecha de varas en tierra, y cubierta de cortezas anchas de árboles y cueros de lobo marino, saltaron dos Marineros en tierra, y no hallaron en la choza sinó cestillos y marisco y redecillas y guesos para harpones de fisgar, y unos zurroncillos de la tierra bermeja con que se untan todos estos indios el cuerpo: y habiendo recibido al Piloto, que quedó en la piragua, y había entrado la tierra adentro con otro hombre á espiar en el batel, y á los demas, dejamos la piragua á los indios, y seguimos la canal al Nordeste hasta la noche, tres leguas, porque nos detuvimos mucho con la piragua. Fuimos por esta canal con pena, porque á cada recodo que hacía nos parecia que no pasaba adelante y que estábamos ensenados. Mártes por la mañana seguimos la canal que desde la dormida volvía al Oeste quarta al Sudueste una legua, y media legua al Sudueste: y aquí salimos á la mar otra vez como una legua de la Ensenada de Nuestra Señora de Guadalupe: y al salir, vimos volver otra canal Norte. Fuimos por ella una legua, y vimos ser isla la sierra de la Silla; y seguimos al Norte. Y en pasando la isla de la Silla hai legua y media de abra llena de baxos, isléos y corrientes, que sale á la canal grande de la Concepcion llamóse esta isla de San-Martin del Pasage. En esta legua y media tardamos hasta la noche desde antes de mediodía por causa de las grandes corrientes contrarias que hallamos y viento norte por la proa. La costa del Leste es brava y tierra alta peñascosa; y de trecho á trecho hay bocas: y la abra por donde atravesamos, que sale á la Concepcion, está toda cercada y cerrada de isléos y bajos. Llegamos á las espaldas de la tierra donde tomamos el indio que se nos huyó, y vimos ser isla. Nombrámosla isla de San Francisco; y entrando por la canal, entre ella y la tierra del Leste, hay seis isléos y baxos á la boca. Hicimos noche en esta isla de San Francisco. Miércoles 23 del mes partimos desta isla de San Francisco, que tiene por la parte desta canal, muchas caletas y anconcillos, que son buenos reparos para bateles y bergantines, y á las entradas muchos hierbazales: y la costa de la otra banda tiene tres abras á trechos. Sigue la canal al Norte á legua poco mas y menos de ancho por toda ella; y la tierra quebrada, que es la costa del Leste desta canal, sigue al Norte dos leguas, y de allí vuelve al Lesnordeste la vuelta dej angostura que adelante se verá: y desde donde escota la costa, mudando derrota siguen unos islotes bajos montosos una legua Norte-sur; y la costa de la isla de San Francisco corre Norte-sur hasta llegar en parage de unos arrecifes que están á la punta de los islotes, Leste-oeste quarta de Nordeste-sudueste, un cuarto de legua de canal entre uno y otro. Llamamos á la postrera punta de esta isla de San Francisco, punta de Clara; y á la frontera, de arrecifes; y á la canal por do veníamos ahora, de Sancta Clara. Desde la punta de Arrecifes vuelve la costa de la tierra quebrada al Susueste poco, y luego al Sueste; y entre ella y la cordillera de tierra-firme pareció abrir canal. Vimos la boca ancha y clara, la vuelta del Leste. Por entre estas dos puntas Clara y de Arrecifes se junta la canal de Sancta-Clara con la grande de Nuestra-Señora-de-la-Concepcion; y mas al Norte como un cuarto de legua sale otra punta que tiene un farallon en ella. Entre esta punta del Farallon, y la punta Clara se hace una canal que parte la punta de Clara en isla, y desde allí vuelve aquella costa al Les-sudueste, y hay muchos isléos que van hasta en ancon de Arrecifes, donde comimos cuando salimos de la Anunciada y Puerto-Bermejo. Jueves 24 de Diciembre salimos desta isla y punta Clara de San Francisco, aunque ventaba norte; y atravesamos el brazo de la Concepcion. Corrían las aguas al Nordeste con la maréa creciente, y tomamos en la otra costa á barlovento de la Anunciada: y con la corriente llegamos muy temprano al puerto Bermejo donde estaban los Navíos, ya sin bocado de mantenimiento; que con habello moderado muy menudamente, lo que llevábamos para ocho dias para trece, esa mañana que llegamos se había acabado, y no se acabara en esos tres dias sinó nos viéramos tan cerca de los navíos, aunque no había para una razonable comida. ¡Gloria a Dios Nuestro Señor que todo lo cumple y suple con su sanctísima gracia! Hallamos el bergantin armado del todo, y del un lado entablado y calafateado y breado, y del otro cuasi; y supimos que miéntras el General había ido a descubrir habían venido indios á un monte sobre el puerto-Bermejo, y fueron á ellos, y tomaron uno, y lleváronlo á la Almiranta, y se huyó. Viérnes 25 de Diciembre, primer dia de Pascua de Navidad, no se trabajó en el bergantin por la solemnidad de la fiesta, y también llovió tanto que estorbara mucho á los que habían de trabajar fuera del toldo; y ventó norte. Sábado 26 del mes ventó Sudueste frio y helado, con que aclaró el cielo, porque en esta Region los nortes son templados, y llueven mucho; pero son furiosísimos, y lo mesmo se dice del Nordeste: y desde el Nordeste al Sudueste son muy frios, y el Oeste el mas tormentoso de todos; pero dura menos que todos, y abonanza breve: y así se tiene por sabida experiencia, que quando hay fortuna de Norte y Noroeste, en saltando al oeste se sabe que va acabando la tormenta, y aclara el cielo y la tierra, aunque con mucha furia y frio. Como no pudimos hallar puerto bueno, ni pasage seguro para llevar los navíos, Pedro Sarmiento, con parecer del Almirante y Pilotos, determinó de ir á tentar la boca que parecía al Leste hacia la cordillera Nevada de la tierra-firme, porque tenía por cierto que había canal que salía por la otra parte del cabo de Sancta-Lucía; y á ser así, y haber buen pasage, era lo que convenía para llevar los Navíos seguros miéntras se acababa el bergantin.
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Desaparecido Guillermo III, los Estados Generales se apresuraron a volver a la vida política según las antiguas constituciones, y los regentes y el gran pensionario se convierten de nuevo en el verdadero Gobierno de la nación. A. Heynsius fue el encargado de dirigir la acción exterior durante la Guerra de Sucesión española, y su sucesor, S. Slingelandt, en pleno proceso de pacificación, trataría de introducir algunas reformas, sobre todo eliminar el trámite de someter todas las decisiones a los Estados provinciales antes de ser aprobadas en los Estados Generales, lo que contribuía a la inoperatividad gubernamental. En 1716 redactó un Memorándum en el que exponía sus puntos de vista para superar el localismo y provincialismo existente y reforzar los Estados Generales, a modo de organismo central superior, sobre todo en materia fiscal; era también partidario de restablecer el Estatuderato en las provincias como árbitro interprovincial. Fue difundido ampliamente, siendo la base de discusión de una magna asamblea que fue convocada poco después. En esta época, los orangistas se hallaban divididos entre dos ramas de la familia Orange -J. G. Friso y Federico Guillermo de Prusia-; el temor a ser anexionados o gobernados por una potencia extranjera restó credibilidad al segundo, de manera que Friso logró ser nombrado muy pronto estatúder de Friesland y Groninga, con la idea de restablecer el Estatuderato. Aunque la muerte le impidió cumplir sus sueños, su hijo Guillermo IV recogerá su herencia; educado por su madre como un verdadero príncipe, estudió leyes y economía, llegando a dominar varias lenguas (francés, alemán, inglés, italiano y latín) pero no tenía el menor interés por la vida militar. Hasta 1729 permaneció en la pequeña corte de Leewarden, centro de reconstrucción del orangismo. En 1718 fue nombrado estatúder de Groninga y poco después de Gelderland y Drente. En 1734 contrajo matrimonio con Ana de Hannover, hija de Jorge II, reforzando los lazos con Inglaterra y obteniendo respaldo oficial para su objetivo de recuperar el Estatuderato. Sus relaciones con Slingelandt y su sucesor Van der Heim fueron bastante cordiales. Desde la Paz de Utrecht, la República había mantenido su neutralidad ante los conflictos continentales para volcarse de lleno en sus enclaves coloniales; sin embargo, no pudo sustraerse a la Guerra de Sucesión austriaca y las propias circunstancias del conflicto la arrastraron a ella: la invasión de tropas francesas en los Países Bajos austriacos y en Zelanda causó el horror y la indignación general. En ese contexto, Guillermo IV aparecía como el líder natural dispuesto a responder con medidas de fuerza y expulsar a los invasores del territorio nacional; los Estados Generales aceptaron su liderazgo y con el refrendo unánime de las siete provincias se convirtió en estatúder. La presión causada por la guerra, el trasfondo de crisis económica y el descontento social hacia los regentes hizo posible el restablecimiento del Estatuderato en mayo de 1747.
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SEGUNDO LIBRO Que trata del calendario, fiestas y cerimonias, sacrificios y solenidades que estos naturales de esta Nueva España hazían a honra de sus dioses Pónese al cabo de este libro, por vía de apéndiz, los edificios, oficios y servicios y oficiales que havía en el templo mexicano Prólogo Todos los escriptores trabaxan de autorizar sus escripturas lo mejor que pueden, unos con testigos fidedignos, otros con otros escriptores que ante de ellos han escripto -los testimonios de los cuales son havidos por ciertos-, otros con testimonio de la Sagrada Escriptura. A mí me han faltado todos estos fundamentos para autorizar lo que en estos doze libros tengo escripto, y no hallo otro fundamento para autorizarlo sino poner aquí la relación de la diligencia que hize para saber la verdad de todo lo que en estos libros he escripto. Como en otros prólogos de esta obra he dicho, a mí me fue mandado por sancta obediencia de mi prelado mayor que escriviese en lengua mexicana lo que me pareciese ser útil para la doctrina, cultura y manutenencia de la cristiandad de estos naturales de esta Nueva España, y para ayuda de los obreros y ministros que los doctrinan. Rescebido este mandamiento, hize en lengua castellana una minuta o memoria de todas las materias de que havía de tratar, que fue lo que está escripto en los doze libros, y la postilla y cánticos, lo cual se puso de primera tigera en el pueblo de Tepepulco, que es de la provincia de Aculhuacan o Tezcucu; hízose de esta manera. En el dicho pueblo hize juntar todos los principales con el señor del pueblo, que se llamava don Diego de Mendoça, hombre anciano, de gran marco y habilidad, muy esperimentado en todas las cosas curiales, bélicas y políticas, y aun idolátricas. Haviéndolos juntado, propúseles lo que pretendía hazer y pedíles me diesen personas hábiles y esperimentadas con quien pudiese platicar y me supiesen dar razón de lo que los preguntase. Ellos me respondieron que se hablarían cerca de lo propuesto y que otro día me responderían, y ansí se despidieron de mí. Otro día vinieron el señor con los principales, y hecho un muy solemne parlamento, como ellos entonce le usavan hazer, señaláronme hasta diez o doze principales ancianos y dixéronme que con aquellos podía comunicar y que ellos me darían razón de todo lo que les preguntase. Estavan también allí hasta cuatro latinos, a los cuales yo pocos años antes havía enseñado la gramática en el Colegio de Santa Cruz en el Tlatilulco. Con estos principales y gramáticos, también principales, platiqué muchos días, cerca de dos años, siguiendo la orden de la minuta que yo tenía hecha. Todas las cosas que conferimos me las dieron por pinturas, que aquella era la escriptura que ellos antiguamente usavan, y los gramáticos las declararon en su lengua, escriviendo la declaración al pie de la pintura. Tengo aún agora estos originales. También en este tiempo dicté la postilla y los cantares; escriviéronlos los latinos en el mismo pueblo de Tepepulco. Cuando al capítulo donde cumplió su hebdómada el padre fray Francisco Toral, el cual me impuso esta carga, me mudaron de Tepepulco, llevando todas mis escrituras, fui a morar a Sanctiago del Tlatelulco, donde juntando los principales los propuse el negocio de mis escrituras y los demandé me señalasen algunos principales hábiles, con quien examinase y platicase las escripturas que de Tepepulco traía escriptas. El governador, con los alcaldes, me señalaron hasta ocho o diez principales escogidos entre todos, muy hábiles en su lengua y en las cosas de sus antiguallas, con los cuales y con cuatro o cinco colegiales, todos trilingües, por espacio de un año y algo más, encerrados en el Colegio, se emendó, declaró y añadió todo lo que de Tepepulco truxe escripto, y todo se tornó a escrivir de nuevo de ruin letra, porque se escrivió con mucha priesa. En este escrutinio o examen el que más trabaxó de todos los colegiales fue Martín Jacobita, que entonce era rector del Colegio, vezino del Tlatilulco, del barrio de Sancta Ana. Haviendo hecho lo dicho en el Tlatilulco, vine a morar a Sanct Francisco de México con todas mis escripturas, donde por espacio de tres años pasé y repasé a mis solas todas mis escripturas y las torné a emendar y dividilas por libros, en doze libros, y cada libro por capítulos, y algunos libros por capítulos y párraphos. Después de esto, siendo provincial el padre fray Miguel Navarro y guardián del convento de México el padre fray Diego de Mendoça, con su favor se sacaron en blanco, de buena letra, todos los doze libros, y se emendó y sacó en blanco la postilla y los cantares, y se hizo un arte de la lengua mexicana con un vocabulario apéndiz, y los mexicanos emendaron y añadieron muchas cosas a los doze libros cuando se iban sacando en blanco. De manera que el primer cedaço por donde mis obras se cernieron fueron los de Tepepulco; el segundo, los de Tlatilulco; el tercero, los de México; y en todos estos escrutinios huvo gramáticos colegiales. El principal y más sabio fue Antonio Valeriano, vezino de Azcaputzalco; otro, poco menos que éste, fue Alonso Vegerano, vezino de Cuauhtitlan; otro fue Martín Jacobita, de que arriba hize mención; otro Pedro de San Buenaventura, vezino de Cuauhtitlan; todos espertos en tres lenguas: latina, española y indiana. Los escrivanos que sacaron de buena letra todas las obras son: Diego de Grado, vezino del Tlatilulco, del barrio de la Concepción; Bonifacio Maximiliano, vezino del Tlatilulco, del barrio de Sant Martín; Mateo Severino, vezino de Xuchimilco, de la parte de Ullac. Desque estas escrituras estuvieron sacadas en blanco, con el favor de los padres arriba nombrados, en que se gastaron hartos tomines con los escrivientes, el autor de ellas demandó al padre comissario fray Francisco de Ribera que se viesen de tres o cuatro religiosos, para que aquellos dixessen lo que les parecía de ellas, en el capítulo provincial que estava propincuo, los cuales las vieron y dieron relación de ellas al difinitorio en el mismo capítulo, diziendo lo que los parecía; y dixeron en el difinitorio que eran escrituras de mucha estima y que devían ser favorecidas para que se acabasen. Algunos de los difinidores les paresció que era contra la pobreza gastar dineros en escrivirse aquellas escrituras, y ansí mandaron al autor que despidiese a los escrivanos y que él solo escriviesse de su mano lo que quisiese en ellas. El cual como era mayor de setenta años y por temblor de la mano no puede escrivir nada ni se pudo alcançar dispensación de este mandamiento, estuviéronse las escrituras sin hazer nada en ellas más de cinco años. En este tiempo, en el capítulo siguiente, fue elegido por custos custodum para el capítulo general el padre fray Miguel Navarro, y por provincial fray Alonso de Escalona. En este tiempo el autor hizo un sumario de todos los libros y de todos los capítulos de cada libro, y los prólogos, donde en brevedad se dezía todo lo que se contenía en los libros. Este sumario llevó a España el padre fray Miguel Navarro y su compañero el padre fray Hierónimo de Mendieta, y ansí se supo en España lo que estava escrito cerca de las cosas de esta tierra. En este medio tiempo el padre provincial tomó todos los libros al dicho autor y se esparzieron por toda la provincia, donde fueron vistos de muchos religiosos y aprovados por muy preciosos y provechosos. Después de algunos años, bolviendo de capítulo general el padre fray Miguel Navarro, el cual vino por comissario de estas partes, en censuras tornó a recoger los dichos libros a petición del autor; y desque estuvieron recogidos de ahí a un año, poco más o menos, vinieron a poder del autor. En este tiempo ninguna cosa se hizo en ellos, ni huvo quien favoreciese para acabarse de traduzir en romance, hasta que el padre Comissario general fray Rodrigo de Sequera vino a estas partes y los vio y se contentó mucho de ellos, y mandó al dicho autor que los traduxese en romance, y proveyó de todo lo necessario para que se escriviesen de nuevo, la lengua mexicana en una coluna y el romance en la otra, para los embiar a España, porque los procuró el ilustríssimo señor don Juan de Ovando, presidente del Consejo de Indias, porque tenía noticias de estos libros por razón del sumario que el dicho padre fray Miguel Navarro havía llevado a España, como arriba se dixo. Todo lo sobredicho haze al propósito de que se entienda que esta obra ha sido examinada y apurada por muchos, y en muchos años, y se han passado muchos trabajos y desgracias hasta ponerla en el estado que agora está. Fin del prólogo Al sincero lector Es de notar, para la inteligencia del calendario que se sigue, que los meses son desiguales de los nuestros en número y en días, porque los meses de estos naturales son diez y ocho, y cada uno de ellos no tiene más de veinte días, y así son todos los días que se contienen en estos meses trezientos y sesenta. Los cinco días postreros del año no vienen en cuenta de ningún mes, mas antes los dexan fuera de la cuenta por baldíos. Van señalados los meses de estos naturales al principio del calendario por su cuenta y letras del abecé; de la otra parte contraria, van señalados los nuestros meses por letras del abecé y por su cuenta; y ansí se puede fácilmente entender cada fiesta de las suyas en qué día caía de los nuestros meses. Las fiestas movibles que están al fin del calendario recopiladas, salen de otra manera de cuenta que usavan en el arte adivinatoria que contiene dozientos y sesenta días, en la cual hay fiestas, y como esta cuenta no va con la cuenta del año, ni tiene tantos días, vienen las fiestas a variarse cayendo en días diferentes un año de otro. Libro segundo: que trata de las fiestas y sacrificios con que estos naturales honravan a sus dioses en el tiempo de su infidelidad
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Desde la muerte de la reina Neferusobek hacia 1787 y hasta la subida al trono de Ahmosis, hacia 1570, tiene lugar una etapa de irregularidad en la sucesión dinástica, acompañada por la invasión de los extranjeros llamados hicsos. Esta nueva época de alteración generalizada se conoce como Segundo Período Intermedio y abarca desde la dinastía XIII hasta la XVII. La tradición quería que el tránsito del Reino Medio al Imperio hubiera durado casi mil seiscientos años, en los que habrían reinado más de doscientos reyes. Estamos en disposición de afirmar que en realidad entre el final de la XII dinastía y la llegada de la XVIII discurren aproximadamente doscientos veinte anos, pero no por ello disminuye considerablemente el número de soberanos. Por fuentes de distinta procedencia podemos asegurar que hubo probablemente más de ciento cincuenta y es fácil que se hubieran alcanzado los doscientos pretendidos por la tradición. La lógica obliga a aceptar la simultaneidad de algunos monarcas aunque ello contradiga las fuentes egipcias, pero a éstas les interesaba primordialmente demostrar la continuidad del poder central y, en menor medida, transmitir la realidad en su correcta dimensión. Por otra parte, cabe la posibilidad de que el cartucho con el nombre faraónico fuera utilizado por gobernadores locales, que en realidad no tenían autoridad más allá de su propia ciudad. En principio da la impresión, a pesar de los múltiples problemas que plantean las fuentes, de que hay continuidad entre la dinastía XII y la XIII; los faraones de ésta intentan desde Tebas legitimar su poder usando nombres de las precedentes. Además, la administración corrobora la persistencia del poder centralizado en la totalidad del valle, aunque aparentemente el norte funciona con cierta autonomía -espejismo quizá motivado por la parca información-; por otra parte, algún documento demuestra la presencia de numerosos individuos de origen asiático que trabajan en el Alto Nilo al servicio de funcionarios. En 1730, bajo el reinado del decimoséptimo faraón de esta dinastía ocurre un acontecimiento insólito, pues en el Delta, donde se daban situaciones de autonomía de hecho en algunos nomos cuyos gobernadores configurarían la oscura dinastía XIV, se produce la conquista de la ciudad de Avaris por gentes procedentes de Asia. Poco a poco los faraones tebanos de la XIII dinastía van perdiendo autoridad en el norte, mientras que los hicsos progresan en sus incursiones -una de las cuales los conduciría hasta las puertas de Tebas- que suponen para el Delta una auténtica segregación del poder central y la desaparición de los reyes locales agrupados en la dinastía XIV. El éxito militar de los invasores culmina con la toma de Menfis hacia mediados del siglo XVII, lo que se traduce en la implantación de una dinastía propia que toma los atributos faraónicos, pero que mantendría la capital en su plaza fuerte de Avaris. Manetón la reconocería como dinastía XV y el Papiro de Turín le atribuye seis monarcas que gobernarían durante algo mas de un siglo. Los hicsos han constituido uno de los temas de debate clásico en la egiptología. Según la versión de Manetón, se trataría de un pueblo procedente de Asia que habría invadido el país y sin necesidad de combatir se habría apoderado del norte; tras la toma de Menfis, todo Egipto quedaría sometido a tributo. Existe acuerdo en la investigación en negar el carácter de pueblo, como grupo étnico, a los hicsos, cuyo nombre significa reyes pastores según la tradición recogida por Flavio Josefo, autor de época romana que transmite parcialmente la obra de Manetón. Los estudiosos han llegado a la deducción de que la palabra hicsos es una deformación griega de un término egipcio que significaría algo así como jefes de los extranjeros ("heqa khasut", que aparece en documentos del Reino Medio) y que se emplea para designa a cualquier extranjero, sin necesidad de que sea asiático, aunque la aplicación en este momento corresponda a gentes procedentes del corredor sirio-palestino, es decir, semitas occidentales. Pero Egipto había conocido desde mucho tiempo atrás la presencia de estas gentes en su territorio, en busca de trabajo y contratados como soldados. Estos infiltrados por todo el país habrían facilitado, suponen algunos autores, la penetración de sus parientes que llegan en un momento mas reciente pero lo más probable es que su situación laboral en el país ni siquiera les permitiera una acción de tal naturaleza. Desde el punto de vista arqueológico no se aprecian vestigios de destrucción sistemática coincidiendo con el momento de la hipotética invasión. Sin embargo, si se documenta en el Delta a partir del ultimo tercio del siglo XVIII un incremento de los restos materiales de importación asiática, lo que demuestra la estrecha vinculación cultural del Delta oriental con respecto al mundo cananeo palestino. Pero lo que resulta más interesante es observar el proceso de transformación cultural de la nueva población que asimila ciertos estímulos egipcios, adapta parte de su sistema al egipcio y termina creando una realidad diferente, aunque no en la intensidad suficiente como para impedir a los egipcios la posterior recuperación de sus señas de identidad. El proceso, de cualquier forma, lo percibimos tergiversado porque la mayor parte de los testimonios disponibles transmiten una negativa imagen de los hicsos. En Avaris, su capital, la divinidad suprema era Baal, dios tutelar asimilado pronto a Seth, junto al cual se encontraba Anat. No obstante, los hicsos adoptaron pronto dioses locales, hasta el punto de que en la titulatura oficial los faraones de las dinastías hicsas (la XV y la XVI) llevan nombre de Re. Más complejidad reviste la correcta interpretación de la identificación de Seth como dios supremo. En efecto, Seth es el dios antagónico de Osiris y, en consecuencia, representa todo aquello vinculado al mal y la violencia. Y desde esta perspectiva no seria osado pensar que había un interés en arrebatar la legitimidad, mediante un procedimiento propagandístico; aunque tal procedimiento podría estar buscado voluntariamente por la corte de Avaris al asociarse al terrorífico Seth, en lugar de hacerlo con alguna otra divinidad más bondadosa. De todas formas, la sorpresa no debe ser extrema, si tenemos en cuenta que faraones del Imperio Nuevo se someterán a la tutela del mismo dios, como los belicosos ramésidas. No obstante, la propaganda faraónica fue siempre contraria a los hicsos y queda bien reflejada en el comienzo del relato manetoniano sobre la presencia asiática: "Ignoro por qué razón nos ha sacudido un golpe divino". Según la tradición, los hicsos habrían sido bárbaros crueles e impíos, que arrasaban ciudades y destruían templos. Pero los monumentos arqueológicos desmienten tales atribuciones, ya que los faraones de las dinastías XV y XVI construyen y restauran santuarios de las divinidades nilóticas y bajo su gobierno se alimenta la creación artística y científica, según ponen de manifiesto documentos como el Papiro Rhind, compendio de alta matemática, o el Papiro Westcar, magistral monumento de la secuencia faraónica. Por otra parte, la presencia de los hicsos no eliminó la continuidad de los egipcios en los principales puestos burocráticos, como se demuestra en el Papiro de Brooklyn: ciertamente, los egipcios colaboraron sin reticencias con los nuevos gobernantes, que no difieren demasiado del comportamiento de los dinastas cananeos contemporáneos de la región de Palestina, aunque pronto quedaron profundamente integrados desde el punto de vista cultural. Asimismo Egipto se vio afectado por la instalación de los hicsos y no sólo por las novedades que éstos introdujeron, como el carro de combate, el arco doble, la coraza, etc., sino también por la demostración inequívoca de la vulnerabilidad del territorio nilótico, hasta entonces victorioso ante cualquier veleidad conquistadora procedente del extranjero. La ideología dominante quedó profundamente marcada por aquellos acontecimientos. La primera dinastía hicsa, la XV, parece estar compuesta por seis faraones, de los cuales sólo sus nombres se conservan en los documentos. Entre ellos destaca Apofis (Auserré), cuyas relaciones con los coetáneos faraones tebanos, sometidos a tributo, aparentemente fueron cordiales. No obstante, al final del reinado se tiene noticia de la existencia de problemas con el sur, donde reina el faraón de la XVII dinastía, Sekenenré, bajo el cual comienza el conflicto que había de desembocar en la liberación del norte, precipitando, por ejemplo el levantamiento de las imposiciones tributarias hasta una zona próxima a El Fayum, donde se establece el nuevo limite de predominio hicso. Mientras tanto, una parte del Delta parece gobernada por una línea paralela de dinastas que permitió a Manetón atribuirles el número XVI, conocida como los hicsos menores. Sin embargo, da la impresión de que debieron estar sometidos a la hegemonía de Avaris y que, en consecuencia, no constituirían una auténtica dinastía.
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En el orden internacional europeo, desde el final del Congreso de Berlín hasta la dimisión de Bismarck, pueden distinguirse dos etapas, separadas por las crisis de los años 1885-1887. La primera se caracteriza por la alianza entre Alemania y Austria-Hungría, que impulsó a Rusia a promover un nuevo acuerdo entre los tres emperadores, y la "Triple Alianza" firmada por Alemania, Austria-Hungría e Italia. La segunda se desarrolló después de que una nueva crisis balcánica acabara con la alianza de los tres emperadores, y de un empeoramiento de las relaciones entre Alemania y Francia. Rusia quedó entonces vinculada exclusivamente a Alemania mediante lo que se conoce como "Tratado de Reaseguro". El resto del entramado no sólo siguió vigente, sino que se amplió integrando a otros países -sobre todo, a Gran Bretaña-, por lo que suele hablarse de apogeo de la diplomacia bismarckiana. La iniciativa de la alianza entre Alemania y Austria-Hungría, aunque perfectamente conveniente para los intereses de la Monarquía dual, partió de Bismarck. Los motivos han sido interpretados de diferente manera. Para los historiadores que acentúan la primacía de la política exterior, el canciller buscaba dos objetivos: fortalecer la posición alemana frente a los dos gigantes del Este y el Oeste -Rusia y Gran Bretaña-, y moderar las pretensiones rusas en los Balcanes, haciendo comprender al zar su debilidad ante el pacto germánico. Los historiadores que, por el contrario, atienden especialmente a la política interior, consideran que Bismarck pretendía la creación de un bloque centroeuropeo, que sirviera como área de expansión e influencia política y económica del Imperio, una idea atractiva tanto para los componentes de la nueva coalición de conservadores, liberales nacionales y católicos, como para el Ejército; una pieza más, por tanto, de la nueva política emprendida en 1879. La explicación que G. F. Kennan ofrece del interés de Bismarck por reforzar a Austria-Hungría incluye tanto factores externos como internos. Para el canciller alemán, el peligro básico a conjurar era una guerra entre Austria y Rusia, guerra a la que ésta era empujada por las tendencias nacionalistas. Si Austria fuese derrotada, el viejo Imperio de los Habsburgo se disolvería y, lógicamente, la población austríaca de habla alemana no tendría otro sitio donde ir que a Alemania. Pero esto era lo que Bismarck más temía, porque los austriacos, unidos a Baviera, harían perder a Prusia su hegemonía en el Reich, además de que los católicos ultramontanos sobrepasarían a los protestantes. "El gran problema de la unificación alemana, cuya resolución había costado a Bismarck tres guerras y los esfuerzos de dos décadas, volvería a quedar abierto, y la obra de su vida puesta en peligro". El tratado se firmó el 7 de octubre de 1879. Preveía una alianza en caso de que una de las dos potencias fuera atacada por Rusia, y una benévola neutralidad si el agresor era otra potencia. La mención explícita de Rusia fue una petición austriaca a la que Bismarck accedió en contra de la opinión de Guillermo I, que la consideraba contraria a su convicción, a su carácter y a su honor. El emperador siempre se mostró inclinado, por razones históricas y amistad hacia el zar, hacia las buenas relaciones con Rusia, frente a las tendencias pro austriacas de Bismarck. Ante la amenaza de dimisión del canciller, el emperador cedió. Este es un buen ejemplo del modo absolutamente personal, incluso por encima del emperador, como Bismarck manejaba la política exterior alemana. Una de las consecuencias de la doble alianza fue la aproximación de Rusia a Alemania. Olvidando los agravios anteriores, aquélla trató de salir del aislamiento en que había quedado. Eso era, en cualquier caso, una de las consecuencias que Bismarck había previsto, y presionó a Austria-Hungría para formar una alianza tripartita. El nuevo ministro austriaco, Haymerlé, se resistió, porque ello suponía perder gran parte de la ventaja del anterior tratado, pero finalmente no tuvo más remedio que aceptar la propuesta, sobre todo después de que la victoria electoral de Gladstone, en 1880, supusiera el abandono de las posibilidades de formar una alianza entre Viena y Londres en contra de Rusia, a la que Disraeli hubiera sido más proclive. El nuevo acuerdo de los tres emperadores se firmó el 18 de junio de 1881, por un plazo de tres años. Tres meses antes, Alejandro III había sustituido a su padre, víctima de un atentado. La política exterior del nuevo zar estaría dividida entre la orientación progermánica del ministro de Exteriores, Giers -que en 1879 había sustituido a Gorchakov cuyas relaciones con Bismarck eran pésimas-, y la tendencia paneslavista de la mayoría del cuerpo diplomático y del Ejército rusos. Por el acuerdo tripartito de junio, que tenía un carácter secreto, se establecía la neutralidad de las otras dos potencias, si una de ellas era atacada por un país ajeno a la alianza, y el compromiso de Austria-Hungría y Rusia de no variar unilateralmente el "statu quo" en los Balcanes. Austria-Hungría concedía la posible reunificación de Bulgaria, a cambio de obtener la anexión completa de Bosnia y Herzegovina. Por último, la seguridad rusa quedaba fortalecida al reafirmarse la prohibición de que los barcos de guerra cruzaran los estrechos. La iniciativa en la creación de la "Triple Alianza" partió de Italia. No deja de resultar paradójica esta aproximación a las potencias centrales existiendo en Italia un movimiento irredentista, que reclamaba la anexión del Trentino, Tirol y Trieste, en poder de Austria. Desde esta perspectiva, parece más lógico que Italia hubiera tratado de unirse a Francia en una alianza latina. Las relaciones franco-italianas, sin embargo, eran malas desde la unificación por la defensa francesa de la Roma papal y, después de 1871, por el temor italiano a que el gobierno del "orden moral" en Francia, actuara en favor de Pío IX, quien no abandonó nunca las esperanzas de recuperar, al menos en parte, el poder temporal, con la ayuda de las naciones católicas. En favor de la iniciativa italiana jugó un importante papel el deseo de ganar prestigio uniendo su suerte a la gran potencia del momento, pero, sobre todo, fue definitiva la política de expansión francesa en el norte de África y, en particular, la ocupación de Túnez por Francia, en 1881, que Italia percibió como un agravio al que se encontraba sin fuerzas para responder. Los factores económicos también fueron importantes. Francia controlaba el 80 por 100 de la deuda pública italiana, pero el intercambio comercial entre Italia y Alemania -de materias primas y productos industriales alemanes por productos agrícolas italianos-, favorecido por la construcción de túneles en los Alpes, era cada vez más intenso. Por el contrario, Francia ofrecía una creciente resistencia a las exportaciones italianas que competían con su propia producción. Bismarck que, por otra parte, alentaba la expansión colonial francesa porque le parecía una buena forma de que este país olvidara anteriores agravios, acogió favorablemente la propuesta italiana, no porque tuviera un gran aprecio de la eficacia y la lealtad italianas, sino por las seguridades que le ofrecía su alianza, en caso de guerra con Francia. Es decir, no por la ayuda directa que pudiera prestarle, sino por la distracción, al menos, de fuerzas francesas en sus fronteras. En 1877, Bismarck había desechado la posibilidad de una alianza con España, que sobre el papel ofrecía la misma ventaja, por la inestabilidad de la situación política española. En una situación semejante a la alemana respecto a Italia, estaba Austria-Hungría que, si llegara a la guerra contra Rusia podía contar con no ser atacada, al mismo tiempo, por los extremos opuestos de sus fronteras. A pesar del rencor contra Italia que Austria guardaba desde 1866, también reconoció otra ventaja que le proporcionaría su alianza: ver disminuir la propaganda nacionalista en las "provincias irredentas". La Triple Alianza fue firmada el 20 de mayo de 1882. Fue el elemento más duradero de la política de Bismarck, ya que habría de ser renovada durante más de treinta años (aunque, a partir de 1902, un pacto secreto entre Italia y Francia desvirtuaría su significado, al menos por parte italiana). La Triple Alianza era también secreta y tenia un carácter estrictamente defensivo. En ella se establecía que si Italia fuese atacada por Francia, las otras dos potencias acudirían en su ayuda, con todas sus fuerzas. Italia también se comprometía a intervenir en ayuda de Alemania si ésta fuera atacada por Francia. En caso de guerra -siempre de carácter defensivo- con otro país distinto de Francia, se obligaban a mantener una neutralidad benevolente, y se reservaban la posibilidad de hacer causa común con su aliado, si lo juzgaban conveniente. Otros dos tratados de relativa menor importancia vinieron a completar el sistema: las alianzas de Austria-Hungría con Serbia, en junio de 1882, y con Rumanía, en octubre de 1883, a las que también se unió Alemania. Con ellas el frente antirruso quedaba fortalecido. No obstante, Bismarck favoreció la renovación de la alianza de los tres emperadores, en 1884, persuadiendo a financieros alemanes para que suscribieran los emisiones de Deuda rusa en la Bolsa de Berlín.
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Cerca de Bolonia, M. Antonio, Octaviano y Lépido sellaron los convenios para repartirse el gobierno del mundo romano, constituyendo el II Triunvirato. Para dar legalidad a lo pactado, se aprobó la Lex Titia que justificaba el triunvirato por la necesidad de restaurar la República. La legalización del Triunvirato concedía a los triunviros los máximos poderes del Estado, pues disponían del poder de los cónsules así como de la capacidad de nombrar magistrados y de decidir sobre la asignación de tierras; todo el ejército estaba bajo sus órdenes y podían tomar cuantas medidas de excepción considerasen oportunas. Estos poderes los recibían por un periodo de cinco años, transcurridos los cuales fueron prorrogados por otro quinquenio; así, el segundo Triunvirato se mantuvo desde el año 43 al 33 a.C. La década del II Triunvirato sirvió para poner en práctica una parte importante del programa político de César: asentamiento de veteranos, fundación de colonias y creación de municipios fuera de Italia, modificación de la composición del Senado, pero también para eliminar sistemáticamente a toda la oposición. Paralelamente, la época de esta Triunvirato se corresponde con la tensión entre M. Antonio y Octaviano por ganar mayores competencias de poder a sabiendas de que el Triunvirato no podía ser una fórmula política de duración indefinida. La eliminación de los enemigos políticos se llevó a cabo en el campo de batalla pero también con la medida de las proscripciones. Los triunviros elaboraron una lista con los nombres de aquellas personas consideradas enemigas del Estado: podían ser asesinados sin juicio previo. Se calcula que murieron así unos 300 senadores y en torno a 2.000 caballeros. El viejo orador Cicerón pagó ahora con su vida sus ataques contra M. Antonio. Al perder los proscritos todos sus bienes que pasaban a poder del Estado, los triunviros encontraron abundantes recursos para realizar el reparto de tierras a los veteranos. La que debió ser una etapa de terror para los anticesarianos, no lo fue tanto para otros sectores sociales. Nos consta que se mantuvo la libertad de costumbres características de años anteriores. El divorcio estaba generalizado; la libertad de relaciones sexuales, incluso de las casadas, siguió siendo habitual; muchas mujeres accedían con facilidad a los medios necesarios para su formación cultural. André ha advertido sobre el prestigio social de que gozaban los poetas y no sólo los del círculo de Mecenas. Se trata de una fase en la que, cultural y socialmente, se sigue imitando a las grandes ciudades helenísticas. En el reparto del gobierno de las provincias entre los triunviros, le correspondió a Antonio la Cisalpina y la Galia Comata, a Lépido la Narbonense y las dos provincias de Hispania, mientras Octaviano se quedaba con las islas de Cerdeña y Sicilia además de la Numidia y África. Era misión de los triunviros el recuperar el mando sobre las provincias orientales que estaban bajo el poder de los cesaricidas: Bruto controlaba el Ilírico, Macedonia y Grecia, mientras Casio ejercía el gobierno sobre la Cirenaica, Chipre y Asia. En virtud de la Lex Pedia, aprobada el 43 a.C., era ilegal el gobierno que Bruto y Casio ejercían sobre las provincias orientales. Pero la pérdida del mismo sólo tuvo lugar en octubre del 42 a.C., cuando perdieron la batalla de Filipos, en Macedonia, contra las fuerzas coaligadas de los triunviros. En Filipos no sólo murieron Bruto, Casio y muchos de sus seguidores, sino que cayeron con ellos los viejos ideales republicanos. Muchos prisioneros fueron ajusticiados sin piedad. Y cuenta Suetonio que Octaviano no ahorró ultrajes con los prisioneros de la nobilitas. De esta derrota sólo unos pocos pudieron escapar para unirse a las tropas de Sexto, el hijo de Pompeyo el Grande, que había iniciado el reclutamiento de un ejército y comenzaba a adueñarse de parte de las provincias occidentales. Pero Filipos puso también en evidencia parte de las contradicciones internas de los triunviros. Por supuestas o reales complicidades de Lépido con Sexto Pompeyo, los dos hombres fuertes del triunvirato, Octaviano y Antonio, decidieron un nuevo reparto territorial que incluía privar a Lépido del gobierno de provincias: así, Antonio sumó ahora también la responsabilidad del gobierno de la Narbonense y de todo el Oriente al que ya tenía sobre la Cisalpina y la Galia Comata. A su vez, Octaviano, quedó al frente de las dos provincias de Hispania, además de Numidia y África; tenía también que desalojar a Sexto Pompeyo del gobierno de Sicilia. Ahora bien, el triunvirato se mantuvo formalmente a pesar de que el poder real residía en sólo dos de sus miembros. Lépido se encargaba de los aspectos religiosos.
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El 7 de enero de 1506, en pleno invierno, cuando Juana apenas hacía cuatro meses que había dado a luz a su hija María, los nuevos Reyes de Castilla zarparon de Flesinga rumbo a España. La travesía fue larga y peligrosa y una tormenta hizo naufragar varias naves de la flota que debió refugiarse en las costas inglesas donde fueron acogidos por el rey Enrique VII. Juana se reencontró con su hermana Catalina, viuda por entonces del príncipe Arturo de Inglaterra. A pesar de aquel emotivo encuentro, Juana prefirió hospedarse lejos de la corte y de los festejos que el rey Enrique VII organizó todos los días en honor de sus huéspedes. Finalmente, el 26 de abril de 1506 desembarcaron felizmente en La Coruña. Juana y Felipe habían llegado a España para ser jurados como nuevos soberanos de Castilla. Sin embargo, tanto su padrem Fernando, rey de Aragón, como su propio esposo, maquinan para hacerse con el poder exclusivo. La posible incapacidad mental de Juana podía ser ventajosa para Fernando, pero un obstáculo para Felipe. Por lo pronto, Fernando se hizo nombrar (sin que lo supiera Juana, que es la reina propietaria de Castilla), gobernador del Reino. Además, llegó incluso a contraer nuevo matrimonio con Germana de Foix, ya que el testamento de Isabel establecía que en caso de que éste tuviese otro hijo, sería el hijo de Fernando el heredero del reino de Aragón y no Juana o sus descendientes. Por su parte Felipe, cuyo futuro como rey de Castilla peligraba en caso de comprobarse la enajenación mental de Juana, intentó ahora neutralizar el efecto negativo que tuvieron las noticias que él mismo se había encargado de difundir, incluso por cartas a sus suegros, aparentando estar muy unido a su esposa. Además, desde Bruselas movió todos los hilos necesarios para hacerse aliados entre los Grandes del Reino y preparar su llegada a España con una cierta ventaja sobre su suegro. Tales preparativos pudieran explicar el tiempo que tardaron Juana y Felipe en regresar a España para ser jurados reyes de Castilla. Gráfico Fue entonces cuando apareció una carta de Juana, fechada en Bruselas el tres de mayo de 1505 (24). Los historiadores no tienen dudas sobre la autenticidad de la carta, pero sí de que el contenido de la misma haya sido una idea espontánea de Juana o una obra de Felipe, quién incluso podría haberle dictado la carta (2). En la carta, Juana justifica su conducta pasada alegando que quienes opinan que "tiene falta de seso", le están levantando "falsos testimonios". Alega que "... si en algo yo usé de pasión y dexé de tener el estado que convenía a mi dignidad, notorio es que no fue otra causa sino celos, y no sólo se halla en mí esta pasión, más la Reina mi señora, a quien dé Dios gloria, que fue tan exelente y escogida persona en el mundo, fue asimismo celosa, más el tiempo saneó a su Alteza, como plazerá a Dios que hará a mí". Sugiere también que hablar mal de ella es hablar mal de su padre pues "...no falta quien diga que le place dello al Rey Fernando a causa de gobernar nuestros Reinos, lo cual yo no creo, siendo Su Alteza rey tan grande y tan católico y yo su hija tan obediente". Y además deja muy claro que aunque ella no estuviera en condiciones de gobernar, "...no había yo de quitar al Rey, mi señor mi marido, la gobernación desos Reinos y de todos los del mundo que fuesen míos, ni le dexaría de dar todos los poderes que yo pudiese..." Esto último estaba en clara contradicción con el testamento de la reina Isabel, quien había dejado expresamente indicado que en caso de que Juana no pudiese o no quisiese gobernar, se nombraría como regente hasta la mayoría de edad de su nieto Carlos al rey Fernando. La situación era delicada. Felipe deseaba hacerse con el poder de inmediato y Fernando no estaba dispuesto a dejar la regencia sin más. Felipe y Fernando negociaron, sin importarles el parecer de Juana e incluso a sus espaldas. Finalmente Fernando se retiró a sus dominios de la Corona de Aragón (no sin antes haber obtenido una jugosa compensación económica) y Felipe hizo su entrada triunfal en Valladolid en el verano de 1506, donde él y Juana fueron jurados como reyes de Castilla. Sin embargo, Juana exigió que en el juramento fuera incluido también el príncipe Carlos como heredero y quedó asentado así en las actas. El 7 de septiembre llegaron a Burgos para establecer allí la sede del gobierno de Castilla. El 25 de septiembre de 1506 Felipe murió de forma repentina en Burgos bajo extrañas circunstancias, probablemente víctima de unas fiebres epidémicas que en aquel tiempo afligían a Castilla (3) aunque, también corrió la versión de que había sido envenenado (4). Durante la enfermedad, que duró 6 días, Juana no se apartó de su marido, lo cuidó con extremada solicitud y mostró una extraordinaria entereza. Su matrimonio había durado 10 años y ahora, de pronto, Juana quedaba convertida en una joven viuda de 26 años, embarazada de su última hija, con cuatro hijos mayores en Bruselas y su hijo Fernando en Castilla. La nueva reina propietaria de Castilla era una mujer que parecía incapaz de tomar decisiones de gobierno en medio de una gran agitación y consternación general, debidas a la muerte tan imprevista de Felipe el Hermoso. Los flamencos venidos desde Bruselas y los partidarios de Felipe fueron rechazados por los partidarios de Don Fernando. Pronto unos y otros urgieron a la reina a tomar decisiones, pero ella, todavía perpleja por la muerte de su marido, no era capaz. Toda esta situación supone un acontecimiento vital que le produce una gran tensión. De hecho, la pérdida del cónyuge es la circunstancia que más stress puede producir en la vida de un individuo y además, puede actuar como un factor precipitante (o disparador) de un episodio psicótico. ¿Podía encontrarse Juana en una situación de mayor estrés que ésta?. Durante esta etapa, la única decisión que tomó haciendo uso de su autoridad como reina de Castilla, fue revocar, el 19 de diciembre de 1506 (3) todas las mercedes que su marido había hecho desde la muerte de la reina Isabel y mantener en el consejo todos los nombrados por sus padres Don Fernando y Doña Isabel, despidiendo a los nuevos miembros. Esta resolución, que fue respaldada por un documento en el que Juana estampó su firma, "dejó sobrecogidos a todos", escribió Modesto la Fuente, e "hizo cambiar de todo punto el aspecto de las cosas", pues dejó debilitado el partido enemigo de su padre Don Fernando. Juana al destituir de su cargo a todos los que Felipe había nombrado, restituyó la situación que a ella le daba confianza, la que sus padres habían establecido. Para evitar la anarquía, se nombró un gobierno provisional constituido por un consejo de regencia que presidía el arzobispo Cisneros quien escribió inmediatamente al rey Don Fernando para que volviera cuanto antes, explicándole también el estado mental de su hija Juana que se negaba a participar en cualquier asunto de gobierno.