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Más que conflictos exteriores fueron las disputas internas -sobre todo en Francia- las que provocaron el comienzo de la segunda fase de la Guerra de los Cien Años. En esta etapa Inglaterra estuvo muy cerca de conseguir su objetivo por méritos propios y por la crítica situación de Francia, sumida en una aguda guerra civil. El fortalecimiento de la monarquía francesa, el peso de Borgoña y las crisis inglesas fueron factores importantes en el desenlace final del conflicto.
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Los romanos habían tenido el primer conato de guerra contra Macedonia después de la guerra contra Aníbal que se había aliado con Filipo V en el 214 a.C. Si bien Roma había intervenido indirectamente reavivando sobre todo las hostilidades de Macedonia con otros estados griegos, principalmente con la confederación etolia, a su vez mantenía una alianza con Atalo, rey de Pérgamo, aúnque el origen de esta alianza permanece oscuro. Sabemos sólo que Atalo tenía relaciones amistosas con los etolios y que en el 211 a.C. fue incluido, como amigo de Etolia, en el tratado que ligó a Roma y los etolios contra Filipo V. Tras la batalla de Egina, en el 208 a.C., Sulpicio Galba, encargado de las operaciones militares, negocia con Filipo V la paz de Fenice. Mientras tanto, Antíoco III había rehecho, entre el 209-205, la unidad del reino seléucida, desde las costas del Mediterráneo hasta el Golfo Pérsico. En el año 204, tras la muerte de Ptolomeo IV Filopator, Egipto sufre una crisis interna motivada principalmente por problemas económico-sociales y se convierte en una fácil presa para Antíoco y Filipo. Ambos concluyen un tratado en el cual se establece una división anticipada de Egipto para los dos: la Celesiria -siempre reivindicada por el seléucida- y el propio Egipto serían para Antíoco y Macedonia poseería los dominios exteriores de Egipto en el Egeo, además de la Cirenaica, considerada tradicionalmente una extensión de la Grecia insular hacia el norte de Africa. Si los términos de este tratado eran sinceros o no es lo de menos. En cualquier caso Filipo, asegurada la neutralidad con Antíoco, se lanzó a una política de expansión que le permitió someter a varias ciudades del norte del Egeo y del Helesponto, preparándose para el control de las islas más occidentales. Rodas, viéndose amenazada, solicitó, junto con Atalo de Pérgamo, la intervención de Roma, después de que la flota de ambos estados se hubiera enfrentado con la de Filipo frente a la isla de Quíos con éxito incierto. El asunto, para Roma, era importante puesto que Pérgamo y sobre todo Rodas eran imprescindibles para garantizar la libertad del tráfico marítimo en la ruta de Oriente. El Senado envía a Emilio Lépido a negociar con Filipo. Se le exige que no atente ni contra las ciudades griegas ni contra las posesiones egipcias, además de imponerle el pago de una indemnización a Rodas y Pérgamo. Puesto que Filipo V -y no sin razón- consideraba que sus campañas en Grecia no alteraban los términos en que se había suscrito la paz de Fenice (que suponía la paz con Roma, no con Grecia, por lo que jurídicamente Roma no tenía justificación para intervenir, ya que no era amenazada por él) decidió rechazar tal ultimátum. Aúnque el Senado manifestó serias dudas sobre la declaración de la guerra, fueron sobre todo los negotiatiores que surcaban el Egeo quienes presionaron en favor de la intervención romana. Tanto si Filipo triunfaba sobre Antíoco como si se mantenía la alianza entre los dos, los intereses romanos se podrían ver amenazados. Sin duda también la consideración de la suerte que podría correr Egipto entraba en los cálculos romanos. Roma estaba acostumbrada a un cierto equilibrio en Oriente y sus buenas relaciones con Alejandría la hacían particularmente sensible a la ruptura de este equilibrio. Los senadores acabaron por decidir la intervención. Roma inició las hostilidades con un ejército al mando primero de P. Sulpicio Galba, luego del cónsul Villio y, finalmente, de T. Quinctio Flaminio. Además, varias legiones romanas habían sido prestadas a Rodas y a Atalo de Pérgamo. La primera victoria importante fue la del río Aoos, que rompió las defensas macedonias y obligó a Filipo a replegarse a Tesalia. De nuevo se iniciaron negociaciones diplomáticas entre ambas potencias, pero la condición -recogida por Roma- de las ciudades griegas no fue aceptada por Filipo. Esta era la evacuación de las tres ciudades griegas ocupadas por Macedonia: Calcis, Corinto y Demetrias. Al no acceder Filipo, se reanudó la guerra. En el 197 a.C. tuvo lugar la batalla decisiva de Cinoscéfalos, que supuso el triunfo de la táctica manipular romana, mucho más ágil y mejor articulada que las falanges macedonias. Flaminio, que había logrado la victoria, era un filoheleno que mantenía numerosos vínculos personales con las oligarquías griegas. Hablaba griego -lo que en esa época era bastante normal para un romano- y conocía muy bien los asuntos de Grecia. La solicitud de la paz por Filipo V fue aceptada por Roma. Las condiciones relegaban a Macedonia a sus fronteras naturales: debía retirar sus guarniciones de las ciudades griegas, restituir sus conquistas en Tracia y Asia Menor y se comprometía a ceder su flota de guerra, excepto cinco naves de guerra y 5000 soldados como toda defensa. Aquel mismo año Flaminio, en los juegos ístmicos, proclamó la independencia de Grecia.
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Los finales del siglo son testimonio de un momento de gran prosperidad entre los vencedores espartanos. El templo de Ártemis Ortia se llenó de ricas ofrendas indicativas de la existencia de una poderosa clase aristocrática. El desarrollo del estilo orientalizante y del comercio de lujo se proyecta en la presencia de artistas de origen laconio en Olimpia, donde abundan las figurillas productos de las ofrendas de vencedores en los juegos, símbolo de la riqueza y de los deseos de obtener prestigio para consolidar el poder en una sociedad que se configura en diversos grados de dependencia. En el santuario de Menelao abundan las ofrendas dedicadas a Helena y, al mismo tiempo, se desarrolla la escritura laconia. En los inicios del nuevo siglo, el gusto por la cultura se traduce asimismo en la presencia de poetas de origen extranjero, como Terpandro y Alcmán, encargados de dar ornato a las fiestas con que se autoafirma la sociedad de los vencedores. La prosperidad tiene, no obstante, otra cara visible entre los explotados. En el año 706 tuvo lugar, desde Esparta, la fundación de Tarento. Que en sus orígenes estaba el peligro de conflictos se manifiesta en la narración de Diodoro, que trata de una revuelta de epaunactas o partenios, términos de contenido discutible, pero que tienden a definir a aquellos que quedaban marginados en el proceso de organización de la colectividad. Se habían agrupado en torno a Falanto, pero se evitó el conflicto intentando primero apoderarse del territorio de Sición, a lo que se opuso el oráculo de Delfos, el que luego les aconsejó la fundación de Tarento. Los tarentinos se definen como hijos de vírgenes, es decir, de padre no reconocido. La formación de la polis y de la ciudadanía deja fuera a quienes carecen de hopla, a quienes no pueden hacerse hoplitas por carecer de las tierras donde se consolida el sistema de la transmisión patriarcal de la sociedad por el que se reconoce la paternidad. En los principios del siglo VII tuvo lugar el enfrentamiento con Argos en disputa por el territorio de la Tireátide, al noroeste de Laconia. La derrota de los espartanos suele atribuirse a la superioridad del ejército hoplítico que se ha desarrollado en Argos en la época de Fidón, mientras el ejército espartano se halla todavía en proceso de formación, condicionado por los intereses de la aristocracia dominante. Poco después, a los problemas internos se suma la revuelta que se conoce con el nombre de segunda guerra mesénica. Los poemas de Tirteo para exhortar a los soldados ponen de relieve que ahora ya, frente al antiguo ejército tribal cargado de indicativos épicos, los soldados se mueven condicionados por las estructuras de la falange hoplítica. Los poemas de Tirteo resultan así una fuente excepcional para conocer la mentalidad subyacente a la nueva estructura militar impulsora de reformas de orden político y social.
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Enfrentamiento bélico que se desarrolló entre 1939 y 1945 debido a los deseos expansionistas de Hitler y sus aliados (Italia y Japón) frente a los aliados (Inglaterra, Francia, URSS y USA). La entrada de los Estados Unidos en guerra durante 1941 dio un vuelco al conflicto a favor de la causa aliada tras unos primeros movimientos victoriosos de Hitler.
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Para resarcir a Roma de los elevados gastos de guerra con los que fue castigada tras la Primera Guerra Púnica, Cartago tuvo que iniciar una intensa política de conquista en la península Ibérica. Las zonas este y sur de la península serán controladas por los Barca, fundando Asdrúbal la ciudad de Cartago Nova. Para evitar una inminente confrontación entre Roma y Cartago se estableció un tratado por el cual no se podía extender la influencia cartaginesa más allá del Ebro. La alianza entre Roma y Sagunto vulneraba este tratado al estar la ciudad en la órbita de influencia cartaginesa. Esa es la razón por la que Aníbal atacó Sagunto en el año 219 a.C. provocando el estallido de la contienda. Desde ese momento el general cartaginés pondrá en marcha todo su aparato militar con un objetivo concreto: invadir Italia. Sus potentes tropas se dirigirán hacia la península Itálica, cruzando los Alpes e infligiendo continuas derrotas a los diferentes ejércitos romanos que le salían al paso: Tesino, Trebia y Trasimeno. La definitiva batalla tuvo lugar en Cannas donde los cónsules Emilio y Varrón fueron contundentemente derrotados. Sin embargo, no entró en Roma por desconocidas razones. La reacción romana vino de la mano de Escipión Africano que llevó la guerra a Hispania para evitar que Asdrúbal el Joven reforzara con su ejército a las tropas de Aníbal. Diversas victorias romanas colocaban el curso de la guerra de su lado por lo que Escipión se trasladó a Cartago para tomar la ciudad. Aníbal abandonó Italia y se dispuso a librar la definitiva batalla por el control del Mediterráneo. El encuentro tuvo lugar en Zama y el cartaginés salió definitivamente derrotado. Roma había vencido una guerra que duró casi 20 años y de esa manera se convertía en el dominador del Mediterráneo occidental.
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Los años que transcurren desde la década de los sesenta hasta la Revolución son una etapa estilísticamente complicada en la que resulta difícil, por no decir imposible, establecer una sola categoría. Desde la rigidez y racionalismo neoclásico hasta la exaltación de las emociones individuales, la belleza de las fuerzas naturales y el enfrentamiento con las convenciones sociales y culturales, todo cabe en él. El neoclasicismo, término que por cierto nunca se usó en la época, vino a denominar a una nueva moral cultural, influyente en todas las artes, que proponía la contención y armonía clásicas frente al florido y frívolo Rococó. Ello coincidía con los preceptos ilustrados de sencillez y naturaleza, así como con las teorías estéticas de Winckelmann (1717-1768), para el cual sólo la vuelta a los principios clásicos imitando la Antigüedad, según la más exacta información que nos dan los descubrimientos arqueológicos de Pompeya (1748) y Herculano (1738), permitirá conseguir la grandeza en el arte. Esta idea es la que convierte a Italia, especialmente a Roma, en visita obligada para todos los artistas. Ahora bien, el regreso del neoclasicismo a la Antigüedad tiene más de visión romántica que de copia exacta de sus modelos, de ahí los problemas estilísticos que a veces encontramos. En escultura, donde existían multitud de ejemplos a imitar, tanto Houdon como, sobre todo, Canova (1757-1822) estuvieron más preocupados por conseguir en sus obras un estilo sencillo que por ajustarlas estrictamente a las normas clásicas. Cierto que su Napoleón responde a ellas, pero es un trabajo tardío, mientras que sus tumbas papales de San Pedro sólo son superficialmente neoclásicas. De igual modo, el San Bruno, de Houdon, le da fama por su simplicidad, pero en los Voltaires, que figuran dentro de su producción más importante, busca más el realismo expresivo que la idealización. Quizá la única fuente constante de inspiración fue la escultura romana, especialmente en Inglaterra y en la obra de Rysbrack (1694-1770); sin embargo, sus bustos y relieves se apartan de los verdaderos artistas neoclásicos, preocupados sobre todo por la expresión. Por su parte, los escultores españoles fueron, como dice Navascués, ante todo académicos, lo que les conduce a tomar como punto de referencia la plástica barroca romana de un Bernini antes que la clásica. Así sucede con Francisco Gutiérrez (1727-1782), autor de la estatua de La Cibeles; Campeny (1771-1855), quien conoció en Roma a Canova, o con Álvarez Cubero (1768-1827), considerado el Canova español, cuyo Ganímedes, esculpido en Francia, le valió ser coronado por el propio Napoleón. En arquitectura, la edad de la razón se va a apartar de la teoría de Winckelmann, tratando de definir un arte práctico y funcional como no la había habido hasta entonces. Sus principios fueron expuestos por tres clérigos, ninguno de ellos arquitecto. Ya en 1706, Cordemoy (1651-1722) enuncia, en su Nuevo tratado de toda la arquitectura, lo que más tarde sería desarrollado por Lodoli (1690-1761) y Langier (1713-1770). El pensamiento del italiano, que conocemos a través de los escritos de sus discípulos, alcanzó gran influencia y en él podemos destacar dos ideas principales: el ornamento no debe aparecer en nada, menos aún en las fachadas, a menos que sea un rasgo estructural, y la arquitectura debe de adaptarse a la naturaleza de los materiales. El funcionalismo de tales teorías, por el cual van a ser consideradas anti-barrocas, lo lleva Lodoli a su extremo cuando pide que el mobiliario se adapte a la forma humana en vez de ser a la inversa. Por su parte, el jesuita Langier se convirtió en el divulgador, con sus Ensayos (1753) y Observaciones (1765), de la teoría funcional y de la que él elaboró abogando por la forma arquitectónica pura, que tuvo gran éxito en Francia. Otros dos focos de resistencia a la influencia griega que propone el arqueólogo alemán los encontraremos en Italia e Inglaterra. En la primera, una serie de artistas se niegan a aceptar la idea del arte romano como copia desvalorizada del griego y se proponen su exaltación, llegando incluso a crear una Etruria mítica cuyo estilo precedía al de Grecia. Tal sentimiento fue compartido por otros europeos. En cuanto a Inglaterra, la oposición más fuerte la supusieron la continuación del renacer del gótico y la aparición del estilo pintoresco. La íntima relación existente entre ambos resulta difícil de definir, a no ser porque pueden considerarse aspectos del romanticismo y surgen de las peculiares circunstancias inglesas. El gótico, casi un nuevo juguete hasta entonces, se convierte a finales de siglo en un estilo rival gracias a la acción de Jeffrey Wyatt, restaurador del castillo de Windsor, y las investigaciones de los anticuarios. Su momento culminante vendrá a comienzos del siglo XIX con el diseño del nuevo Parlamento siguiendo el estilo Tudor y el impulso de la idea de esta corriente estilística como gloria nacional. Pese a todo, no llegó a alcanzar la proyección internacional que tuvo el movimiento pintoresco, una de las principales contribuciones inglesas a las artes visuales. Lo vamos a encontrar expresado en la pintura de un Gainsborough (1727-1788), el mejor pintor del período, y especialmente en la arquitectura de jardines, lo que ha hecho que no siempre fuese apreciado su significado. Ésta puede considerarse la contrapartida insular al jardín francés triunfante en el Continente y el modelo del romántico que triunfa en el siglo siguiente. Frente a la artificialidad milimetrada y la geometría de aquél, el jardín inglés preconiza el triunfo del naturalismo siguiendo el modelo chino. Su creador fue Brown (1716-1783), quien al unir a los modelos continentales una cierta formalidad consiguió dar la sensación de naturalidad cuando en realidad todo estaba cuidadosamente diseñado. Sus ideas fueron, posteriormente, desarrolladas por Repton (1752-1818) cuyo esfuerzo se centró en conseguir resaltar lo peculiar de cada paisaje. Aunque nacida como estética privada, al amparo del patronazgo nobiliario, la arquitectura de jardines va a pasar después a la esfera publica, lo que le permite ganar su permanencia temporal. En Francia, el neoclasicismo nos ha dejado iglesias, teatros, aunque el edificio más característico no responda a las reglas puras del estilo. El Panteón de París, obra de Soufflot, construido entre 1755 y 1791, mezcla de San Pedro de Roma y San Pablo de Londres, representa más bien una arquitectura de transición hacia formas prerrevolucionarias. En cuanto a España, la arquitectura neoclásica representó más bien el gusto extranjerizante conforme al cual se remodelaron algunas construcciones barrocas y se hicieron otras, especialmente bajo los auspicios de los monarcas: la Puerta de Alcalá de Madrid, obra de Sabatini, o el Museo del Prado, de Juan de Villanueva. Sin embargo, su estilo no dominó el panorama arquitectónico del período. Junto a él, y pese a los duros ataques que recibe de quienes defienden los nuevos gustos, el churrigueresco -denominación dada al Barroco tardío- mantiene, en opinión de Andioc, una "cierta representatividad castiza, por reacción..". Su estética es la que se sigue en la construcción de las casas de campo y los palacios -San Telmo, de Sevilla (1754)- de la nobleza. Dentro del campo de la pintura el estilo Neoclásico sigue las teorías expresadas por Bellori a finales del siglo XVII y en las cuales se preconiza la imitación de lo clásico pero a través de la estética rafaelesca y poussiniana. Una primera fase la representa Mengs (1728-1779), considerado en su época el mejor pintor del mundo. Viajó por Dresde, Roma y España. Continuador en sus primeras obras del ilusionismo creado por la pintura barroca de techos, no tardará en romper con esta técnica para volver a la composición ortogonal que caracteriza sus principales obras, entre las que figuran los frescos del Palacio Real de Madrid. Si hay algún tema al que la pintura neoclásica rinda verdadero culto ése es el histórico, lo que no es sino un reflejo más de esa lucha que, en nombre de la razón, los ilustrados mantienen contra las creencias religiosas y mágicas. Ya no son los temas bíblicos ni los mitológicos los que deben aportar doctrina, formar ideales y transmitir modelos; su lugar lo ocupa ahora la historia, de la que pueden extraerse enseñanzas prácticas. La revolución en el tratamiento de estos temas vino de la mano de dos pintores americanos: West (1738-1820), artista favorito de Jorge III y presidente de la Real Academia inglesa, y Copley (1738-1815). West se inicia pintando bajo la influencia de Poussin, para romper con los principios neoclásicos en la Muerte de Wolfe (1770), donde trata, por vez primera, un tema contemporáneo y viste a las figuras con ropa de época. Copley, por su parte, consolida esta idea de que la pintura histórica debe tratar los hechos más sobresalientes del momento, especialmente los realizados por compatriotas. La existencia de estas dos figuras es la que va a permitir a David (1748-1825), el gran pintor neoclásico, realizar su Marat asesinado. Antes de esta obra, ya había realizado, basándose en un episodio clásico, El juramento de los Horacios, que tuvo gran trascendencia por lo que representa de evolución estilística respecto a otras anteriores, por lo que tiene de manifiesto artístico a la hora de tratar la composición y por el contenido político y su forma de abordarlo. Las virtudes que ensalza, de no anteponer los afectos naturales a las exigencias del Estado, se asociaban más a la Roma republicana, por ende al republicanismo, que a la Monarquía de Luis XVI, de quien había recibido expresamente el encargo de pintarlo, aunque el tema fuese elección del autor. Ahora bien, la pintura histórica no agota todo el panorama de la época. Mientras West, Copley o David hacían sus grandes obras, otros pintores continúan la tradición de Watteau y Hogart: Greuze (725-1805), marcado con cierta idealización; Fragonard (1732-1792), que enlaza con el período siguiente; Reynolds (1732-1792) o el español Luis Paret (1746-1799), cronista de la vida cortesana y el Madrid de Carlos III, en cuyos cuadros encontramos un incipiente costumbrismo alejado de los patrones franceses. Por su parte, el suizo Füssli (1741-1825) da rienda suelta a sus visiones llenas de misterio, introduce experiencias humanas no explicables por la razón y tal vez sí por el subconsciente. También es en estos años finales del siglo XVIII cuando aparece la figura de Francisco de Goya (1746-1828), cuya genialidad hace difícil, por no decir imposible, encuadrarlo en un movimiento artístico concreto. Su producción durante el periodo pasa desde los lienzos juveniles llenos de colorido, que recogen la vida popular madrileña siguiendo el estilo rococó grato al pueblo -La merienda, El cacharrero...-, a las visiones atormentadas de los cuadritos que pinta para la Academia de San Fernando El entierro de la sardina...- o a los monstruos que, como él mismo exclama, produce el sueño de la razón y que llenan la primera serie de Los caprichos, su única producción neoclásica. Sin olvidarnos de sus retratos -duquesas de Alba, La familia de Carlos IV...- ni de sus obras religiosas -Crucifijo, los frescos de San Antonio de la Florida...-, llenas de figuras más humanas que divinas.
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La parte central del II milenio está dominada en casi todo el Próximo Oriente Asiático por el escasamente conocido imperio de Mitanni, que prolonga su hegemonía hasta mediados del siglo XIV. En Egipto, poco antes del 1500 se consolida la XVIII dinastía, fundadora del Imperio Nuevo que alcanza hasta las postrimerías del milenio. La temprana presencia de los egipcios en el corredor sirio-palestino justifica en esta región la cesura en la parte central del II Milenio. Por lo que respecta a la segunda mitad del II Milenio, se verá políticamente dominada por las grandes potencias surgidas como consecuencia de la caída del Imperio de Mitanni hacia 1350, que tras sus enfrentamientos con Egipto se había visto sumamente debilitado. El golpe definitivo le vino por la acción combinada del rey hitita Suppiluliuma, fundador del Imperio de Hatti, y de Assurubalit, con el que comienza el Imperio Medio Asirio. A estas dos grandes formaciones hay que añadir el Imperio Medio Babilónico casita y, por supuesto, el Imperio Nuevo Egipcio que tendrá una intervención permanente en los asuntos asiáticos. Este bloque cronológico concluye antes de que dé fin el Milenio, ya que a partir del siglo XII la situación internacional queda definitivamente transformada como consecuencia, por una parte, de las invasiones de los denominados Pueblos del Mar y, por otra, del desplazamiento de los arameos. Si los primeros provocan el colapso en las zonas costeras, los segundos lo ocasionan en las regiones del interior, incluida Mesopotamia. Evidentemente, las causas de la desaparición de los Imperios de Hatti, Assur o Babilonia no son lineales, sino que están relacionadas con múltiples factores internos en desequilibrio, agravados por la coyuntura internacional. Egipto, en cambio, se vio menos afectado por esta crisis que supone, en definitiva, el tránsito de la Edad del Bronce a la del Hierro en el Mediterráneo Oriental.
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SEGUNDA PARTE CAPÍTULO PRIMERO Ahora diremos también el nombre del padre de Hunahpú e Ixbalanqué. Dejaremos en la sombra su origen, y dejaremos en la oscuridad el relato y la historia del nacimiento de Hunahpú e Ixbalanqué. Sólo diremos la mitad, una parte solamente de la historia de su padre. He aquí la historia. He aquí el nombre de Hun-Hunahpú, así llamado. Sus padres eran Ixpiyacoc e Ixmucané. De ellos nacieron, durante la noche, Hun-Hunahpú y Vucub Hunahpú, de Ixpiyacoc e Ixmucané. Ahora bien, Hun Hunahpú había engendrado y tenía dos hijos, y de estos dos hijos, el primero se llamaba Hunbatz y el segundo Hunchouén. La madre de éstos se llamaba Ixbaguiyalo, así se llamaba la mujer de Hun Hunahpú. Y el otro Vucub-Hunahpú no tenía mujer, era soltero. Estos dos hijos, por su naturaleza, eran grandes sabios y grande era su sabiduría; eran adivinos aquí en la tierra, de buena índole y buenas costumbres. Todas las artes les fueron enseñadas a Hunbatz y Hunchouén, los hijos de Hun Hunahpú. Eran flautistas, cantores, tiradores con cerbatana, pintores, escultores, joyeros, plateros: esto eran Hunbatz y Hunchouén. Ahora bien, Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú se ocupaban solamente de jugar a los dados y a la pelota todos los días; y de dos en dos se disputaban los cuatro cuando se reunían en el juego de pelota. Allí venía a observarlos el Voc, el mensajero de Huracán, de Chipi Caculhá, de Raxa Caculhá; pero este Voc no se quedaba lejos de la tierra, ni lejos de Xibalbá; y en un instante subía al cielo al lado de Huracán. Estaban todavía aquí en la tierra cuando murió la madre de Hunbatz y Hunchouén. Y habiendo ido a jugar a la pelota en el camino de Xibalbá, los oyeron Hun Camé y Vucub Camé, los Señores de Xibalbá. -¿Qué están haciendo sobre la tierra? ¿Quiénes son los que la hacen temblar y hacen tanto ruido? ¡Que vayan a llamarlos! ¡Que vengan a jugar aquí a la pelota, donde los venceremos! Ya no somos respetados por ellos, ya no tienen consideración ni miedo a nuestra categoría, y hasta se ponen a pelear sobre nuestras cabezas, dijeron todos los de Xibalbá. En seguida entraron todos en consejo. Los llamados Hun-Camé y Vucub Camé eran los jueces supremos. A todos los Señores les señalaban sus funciones Hun Camé y Vucub-Camé y a cada uno le señalaban sus atribuciones. Xiquiripat y Cuchumaquic, eran los Señores de estos nombres. Éstos son los que causan los derrames de sangre de los hombres. Otros se llamaban Ahalpuh y Ahalganá, también Señores. Y el oficio de éstos era hinchar a los hombres, hacerles brotar pus de las piernas y teñirles de amarillo la cara, lo que se llama Chuganal. Tal era el oficio de Ahalpuh y Ahalganá. Otros eran el Señor Chamiabac y el Señor Chamiaholom alguaciles de Xibalbá, cuyas varas eran de hueso. La ocupación de éstos era enflaquecer a los hombres hasta que los volvían sólo huesos y calaveras y se morían y se los llevaban con el vientre y los huesos estirados. Tal era cal oficio de Chamiabac y Chamiaholom, así llamados. Otros se llamaban el Señor Ahalmez y el Señor Ahaltocob. El oficio de éstos era hacer que a los hombres les sucediera alguna desgracia, ya cuando iban para la casa, o frente a ella, y que los encontraran heridos, tendidos boca arriba en el suelo y muertos. Tal era el oficio de Ahalmez y Ahaltocob, como les llamaban. Venían en seguida otros Señores llamados Xic y Patán, cuyo oficio era causar la muerte a los hombres en los caminos, lo que se llama muerte repentina, haciéndoles llegar la sangre a la boca hasta que morían vomitando sangre. El oficio de cada uno de estos Señores era cargar con ellos, oprimirles la garganta y el pecho para que los hombres murieran en los caminos, haciéndoles llegar la sangre a la garganta cuando caminaban. Éste era el oficio de Xic y Patán. Y habiéndose reunido en consejo, trataron de la manera de atormentar y castigar a Hun Hunahpú y a Vucub Hunahpú. Lo que deseaban los de Xibalbá eran los instrumentos de juego de Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú, sus cueros, sus anillos, sus guantes, la corona y la máscara, que eran los adornos de Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú. Ahora contaremos su ida a Xibalbá y cómo dejaron tras de ellos a los hijos de Hun Hunahpú, Hunbatz y Chouén, cuya madre había muerto. Luego diremos cómo Hunbatz y Hunchouén fueron vencidos por Hunahpú e Ixbalanqué.
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SEGUNDA PARTE Síguese la historia. Cómo fueron señores el cazonci y sus antepasados en esta provincia de Mechuacán. De la justicia general que se hacía I Había una fiesta llamada Equata cónsquaro que quiere decir de las flechas. Luego el siguiente día después de la fiesta, hacíase justicia de los malhechores que habían sido rebeldes o desobedientes y echábanlos a todos presos en una cárcel grande, y había un carcelero diputado para guardallos, y eran éstos los que cuatro veces habían dejado de traer leña para los fogones. Cuando el cazonci enviaba mandamiento general por toda la provincia que trujesen leña, a quien la dejaba de traer le echaban preso. Y eran éstos los espías de la guerra; los que no habían ido a la guerra o se volvían della sin licencia; los malhechores, los médicos que habían muerto alguno; las malas mujeres; los hechiceros; los que se iban de sus pueblos y andaban vagamundos; los que habían dejado perder las sementeras del cazonci por no desherballas, que eran para las guerras; los que quebraban los maguéis; y a los pacientes en el vicio contra natura. A todos estos echaban presos en aquella cárcel, que fuesen vecinos de la cibdad y de todos los otros pueblos y a otros esclavos desobedientes, que no querían servir a sus amos, y a los esclavos que dejaban de sacrificar en sus fiestas. A todos estos susodichos llamaban úazcata y si cuatro veces habían hecho delitos, los sacrificaban. Y cada día hacían justicia de los malhechores, mas una hacían general, este dicho día, veinte días antes de la fiesta, hoy uno, mañana otro, hasta que se cumplían los veinte días borrado Y el marido que tomaba a su mujer con otro, les hendía las orejas a entrambos, a ella y al adúltero, en señal que los había tomado en adulterio. Y les quitaba las mantas y se venían a quejar, y las mostraba al que tenía cargo de hacer justicia, y era creído, con aquella señal que traía. Si era hechicero traían la cuenta de los que había hechizado y muerto, y si alguno había muerto, su pariente del muerto, cortábale un dedo de la mano y traíale revuelto en algodón y veníase a quejar. Si había arrancado el maíz verde uno a otro, traía de aquellas cañas para ser creídos y los ladrones que dicen los médicos que habían visto los hurtos en una escudilla de agua o en un espejo: de todos éstos, se hacía justicia, la cual hacía el sacerdote mayor por mandado del cazonci. Pues venido el día desta justicia general, venía aquel sacerdote mayor llamado Petámuti, y componíase. Vestíase una camiseta llamada ucata tararénguequa negra, y poníase al cuello unas tenazillas de oro y una guirnalda de hilo en la cabeza, y un plumaje en un tranzado que tenía como mujer, y una calabaza a las espaldas, engastonada en turquesas, y un bordón o lanza al hombro, y iba gobernador del cazonci, y asentábase en su silleta, que ellos usan, y venían allí todos los que tenían oficios del cazonci, y todos sus mayordomos que tenían puestos sobre las sementeras de maíz y frísoles y axi y otras semillas, y el capitán general de la guerra, que lo era algunas veces aquel su gobernador, llamado Angatácuri, y todos los caciques, y todos los que se habían querellado, y traían al patio todos los delincuentes, unos atadas las manos atrás, otros unas cañas al pescuezo. Y estaba en el patio muy gran número de gente, y traían allí una porra, y estaba allí el carcelero, y como se asentase en su silla, aquel sacerdote mayor llamado Petámuti, oye las causas de aquellos delincuentes, desde por la mañana, hasta medio día, y consideraba si era mentira lo que se decía de aquellos que estaban allí presos, y si dos o tres veces hallaba que habían caído en aquellos pecados susodichos, perdonábalos, y dábalos a sus parientes; y si eran cuatro veces, condenábalos a muerte. Y desta manera estaba oyendo causas todos aquellos veinte días, hasta el día que había de hacer justicia él y otro sacerdote que estaba en otra parte. Si era alguna cosa grande, remetíanlo al cazonci, y hacíanselo saber. Y como se llegase el día de la fiesta, y estuviesen todos aquellos malhechores en el patio con todos los caciques de la provincia, y principales, y mucho gran número de gente, levantábase en pie aquel sacerdote mayor, y tomaba su bordón o lanza, y contábales allí toda la historia de sus antepasados: cómo vinieron a esta provincia y las guerras que tuvieron, al servicio de sus dioses; y duraba hasta la noche borrado que no comían, ni bebían él, ni ninguno de los que estaban en el patio. Y porque no engendre hastío la repartiré en sus capítulos, e iré declarando algunas sentencias, lo más al propio de su lengua, y que se pueda entender. Esta historia sabía aquel al patio del cazonci ansí compuesto, con mucha gente de la cibdad y de los pueblos de la provincia; y iba con él el sacerdote mayor y enviaba otros sacerdotes menores por la provincia, para que la dijesen por los pueblos, y dábanles mantas los caciques. Después de acabada de recontar, se hacía justicia de todos aquellos malhechores. II De cómo empezaron a poblar los antecesores del cazonci Empenzaba ansí aquel sacerdote mayor: "Vosotros los del linaje de nuestro dios Curicaueri, que habéis venido, los que os llamáis Eneani y Tzacapu hireti, y los reyes llamados Uanacaze, todos los que tenéis este apellido, ya nos habemos juntado aquí en uno, donde nuestro dios Tirípeme Curicaueri se quiere quejar de vosotros, y ha lástima de sí. El empenzó su señorío, donde llegó al monte llamado Uringuaran pexo, monte cerca del pueblo de Tzacaputacanendan. Pues pasándose algunos días como llegó aquel monte, supiéronlo los señores llamados zizambanecha. Estos que aquí nombro, eran señores de un pueblo llamado Naranjan cerca desta cibdad. También es de borrado saber, que lo que va aquí contando en todo su razonamiento este papa, todas las guerras y hechos atribuía a su dios Curicaueri que lo hacía, y no va contando más de los señores, y casi las más veces nombra los señores, qué decían, o hacían, y no nombra la gente, ni los lugares, dónde hacían su asiento y vivienda y lo que se colige desta historia es que los antecesores del cazonci vinieron, a la postre, a conquistar esta tierra y fueron señores della. Extendieron su señorío, y conquistaron esta provincia, que estaba primero poblada de gente mexicana, naguatatos y de su misma lengua, que parece que otros señores vinieron primero y había en cada pueblo su cacique con su gente y sus dioses por sí. Y como la conquistaron, hicieron un reino de todo, desde el bisagüelo del cazonci pasado, que fue señor en Mechuacán, como se dirá en otra parte. Dice pues la historia: Sabiendo pues el señor de aquel pueblo de Naranjan, llamado Ziranzirancamaro que era venido a aquel monte susodicho Hireti ticátame y que había traído allí a Curicaueri su dios en Uringuaran pexo, dijeron a este señor de Naranja: "Hiretiticátame trae leña para los fogones de Curicaueri". Todo el día y la noche ponen encienso en los braseros o piras los sacerdotes y hacen la cirimonia de la guerra y van a los dioses de los montes. Dijo a los suyos: ."Mirad que muy altamente ha sido engendrado Curicaueri y con gran poder ha de conquistar la tierra. Aquí tenemos una hermana; llevádsela y ésta no la damos a Hireti ticátame, mas a Curicaueri y a él le decimos lo que dijéramos a Hireti ticátame, y hará mantas para Curicaueri y mantas para abrigalle y mazamorras y comida para que ofrezcan a Curicaueri y Hireti ticátame, que trairá leña del monte para los fogones: tomarále el cincho y el petate que se pone a las espaldas y la hacha con que corta la leña, porque de contino anda con los dioses de los montes, llamados Angamucuracha, para hacer flechas para andar a caza. Y tomarále el arco cuando venga de caza, y después que hobiere hecho mantas y ofrenda a Curicaueri, hará mantas y de comer para su marido Ticátame, para que se ponga a dormir al lado de Curicaueri, y le aparte el frío y le haga de comer, después de hechas las ofrendas, porque tenga fuerza para llegarse a los dioses de los montes llamados Angamu curacha Esto diréis al señor Hireti ticátame porque ha de conquistar la tierra Curicaueri. Y como fueron los mensajeros, llevaron aquella señora a Ticátame, y díjoles: "¿A qué venís, hermanos?" Dijéronle ellos: "Tus hermanos llamados Zizambanecha nos envían a ti, y te traemos esta señora que es su hermana"". Y contáronle todo lo que decíen, y respondió él: Esto que dicen mis hermanos, todo es muy bien: seáis bien venidos." Y pusieron allí la señora y díjoles: "Muy liberalmente lo dicen mis hermanos: he aquí esta señora que habéis traído, y esto que me habéis venido a decir, no lo decís a mí, mas a Curicaueri, que está aquí, al cual habéis dicho todo esto, que a él ha de hacer mantas y ofrendas, y después me las hará a mí, para que le ataje el frío puesto a su lado y de comer, para que tenga fuerza para ir a los dioses de los montes llamados Angamu curacha, como decís. Asentaos y daros han de comer". Y como les diesen de comer, metieron la señora, y después de haber comido, pidieron licencia los mensajeros y dijeron: "Señor, ya habemos comido: danos licencia que nos queremos tornar." Respondió Ticátame: "Esperaos, sacarános algunas mantas." Y despidiólos y díjoles a la partida: "Una cosa os quiero decir, que digáis a vuestros señores, y es que ya saben cómo yo con mi gente ando en los montes trayendo leña para los cúes, y hago flechas y ando al campo por dar de comer al sol y a los dioses celestes, y de las cuatro partes del mundo, y a la madre Cuerauáperi, con los venados que flechamos, y yo hago la salva a los dioses con vino, y después bebemos nosotros en su nombre, y acontece algunas veces, que flechamos algunos venados sobre tarde, y seguímoslos y así los dejamos y por ser de noche, ponemos alguna señal por no perder el rastro, y atamos algunas matas. Mirá que no toméis aquellos venados que yo he flechado, porque yo no los tomo para mí, mas para dar de comer a los dioses. Juntaos todos y avisaos unos a otros desto que os digo, y mirad que no me los toméis, ni llevéis, porque sobre esto ternemos rencillas y reñiremos. No lleguéis a ellos, mas en topando algunos destos venados heridos, cobrildos con algunas ramas, y bien que comeréis la carne y haréis la salva a los dioses, mas no llevéis los pellejos, y los en buen hora." Pasados algunos días que moraba en aquel monte Hiretiticátame, tuvo un hijo en aquella señora, llamado Sicuirancha, y yendo un día a caza Ticátame, flechó un venado en aquel dicho monte de Uringuaran pexo y no le acertando bien, fuése herido y siguióle y como fuese de noche ató unas matas por señal y vínose a su casa y fuése a las casas de los papas, a velar aquella noche, y a la mañana andaba aparejando para tornarse a buscar su venado herido, y como la anduviese buscando por el rastro, no le hallaba, porque se fue a una sementera de Queréquaro a morir, lugar cerca de Tzacapu. Y era por la fiesta de Uapánsquaro a veinte e cinco de Otubre y salieron a coger mazorcas de maíz las mujeres para la fiesta, y dieron sobre él y viéronle que estaba muerto en aquella sementera, y entrando en su casa las que lo vieron, dijeron: "Andad acá; vamos, que está un venado muerto en la sementera". Y hiciéronlo saber a su cacique, llamado Zizamban y fue toda su casa y asieron el venado y metiéronle en su casa, y como anduviese en el rastro del venado Hireti ticátame por el rastro, y viese unas aves como milanos que andaban en torno de donde había estado el venado, que iba buscando por rastro; y así de improviso llegó a donde había estado el venado, que estaba todo aquel lugar ensangriento, y dijo: "Ay, que me han tomado el venado; aquí cayó; ¿dónde le llevaron?" Y iba mirando por donde llevaron el venado, y llegó de improviso donde le estaban desollando, y no le sabían desollar, que hacían pedazos el pellejo; y llegando a ellos, díjoles: "¿Qué habéis hecho, cuñados? ¿Por qué habéis llegado a mi venado, que ya os avisé dello, que no me tocásedes a los venados que yo flechase, con mi gente? Y no se me diera nada que os comiérades la carne, que no era mucho; empero más lo he por el pellejo, porque le habéis rompido todo, que no es pellejo, ni sirve de pellejo, sino de mantas, porque los corrimos y ablandamos y envolvemos en ellos a nuestro dios Curicaueri." Respondieron los otros señores "¿Qué decís, señor? Cómo ¿no tenemos nosotros arcos y flechas, y las traemos con nosotros para matar venados? Díjoles Hireti ti cátame: "¿Qué decís? He aquí mis flechas, que yo las conozco". Y fuése al venado y sacóle una flecha que tenía en el cuerpo, y díjoles: ."Mira esta flecha que yo la hice." Y los otros enojándose de oír aquello, empujáronle y dieron con él en el suelo, y Ticátame, como quien era águila Uacúsecha, enojóse y sacó una flecha de su aljaba, armó su arco y tirósela a un cuñado suyo de aquéllos, y hirióle en las espaldas, y luego a otro y tornóse a su casa. Y saludóle su mujer y díjole: "Seáis bien venido, señor padre de Sicuirancha." Y él, así mesmo, la saludó y díjole: "Toma tu hato, y vete a tu casa, a tus hermanos, y no lleves a mi hijo Sicuirancha, que yo le tengo de llevar conmigo, que me quiero mudar a un lugar llamado Zichaxúquaro, y llevaré allí a Curicaueri: Vete a tu casa." Respondióle su mujer y dijo: "¿Qué decís, señor? ¿Por qué me tengo de ir?" Y díjole Ticátame: "No, sino que te has de ir, porque he flechado a tus hermanos." Díjole ella: "¿Qué dices? ¿Por qué los flechaste? ¿Qué te hicieron?" Díjole Ticátame: "¿Qué me habían de hacer? No fue más, de que me llegaron a un venado que les había avisado en blanco que no me tocasen a los venados que yo flechase. Sube en la trox y entra dentro y saca a Curicaueri, que le quiero llevar." Díjole su mujer: "Señor, yo no me quiero ir a mis hermanos, mas contigo me tengo de ir. ¿Cómo no se hará hombre mi hijo Sicuirancha y quizá me flechará con los míos?" Y díjole Ticátame "Sí, anda acá, vámonos." Y sacando el arca donde estaba Curicaueri, lióla y echósela a las espaldas. Y su mujer tomó el hijo a cuestas y así se partieron y abajaron del monte, y llegando a un lugar llamado Queréquaro, díjole su mujer: "Señor, tú llevas a Curicaueri en tu favor e ayuda, ¿pues, qué será de mi? En mi casa está un dios llamado Uazoríquare: ¿no te esperaríes aquí un poco y subiré hacia el monte, y tomaría siquiera alguna manta de mi dios, y la pondría en el arca para tener por dios y guardalla?" Díjole Ticátame: "Sea así como dices: ve que también ese dios que dices es muy liberal y da de comer a los hombres." Y como fuese la mujer, subió por un recuesto y llegó al lugar donde estaba aquel dios, y no solamente tomó, como ella dijo, una manta, mas tomó el ídolo y envolvióle en la manta y trájole a donde estaba Ticátame, el cual le dijo: "Seas bien venida, madre de Sicuirancha." Y ella asimesmo le saludó y díjole Ticátame: "¿Traes la manta por que fuiste?" Dijo ella: "Sí, y traigo también al dios Uazoríquare". Y díjole Ticátame: "Tráigale en buen hora: muy hermoso es; estén aquí juntos él y Curicaueri" Y púsole en el arquilla que iba Caricaueri, y ansí moraron en uno y llegaron al lugar donde iba, llamado Zichaxúquaro, donde hicieron sus casas y un cu que está hoy en día derribado. III De cómo mataron en este lugar sus cuñados a este señor llamado Ticátame Pues como Ticátame llegase a Zichaxúquaro, un lugar poco más de tres leguas de la cibdad de Mechuacán, pasándose algunos días que era ya hombre Sicuirancha hijo de Ticátame, sus cuñados, acordándose de la injuria rescibida, tomaron un collar de oro y unos plumajes verdes, y trujéronles a Oresta, señor de Cumanchen, para que se pusiese su dios llamado Tares upeme, y pidieron ayuda para ir contra Ticátame y juntáronse sus cuñados con los de Cumanchen, y hicieron un escuadrón y en amaneciendo estaban todos en celada, puestos cabe un agua que está junto allí en el pueblo; y pusieron allí una señal de guerra, un madero todo emplumado, para que la viesen los de Ticátame y saliesen a pelear. Y como fuese muy de mañana, fue por un cántaro de agua, la mujer de Ticátame, y sus hermanos que estaban allí saludáronla en su lengua, que eran serranos, dijéronla: "¿Eres tú por ventura la madre de Sicuirancha?" Respondió ella: "Yo soy. ¿Quién sois vosotros que lo preguntáis?" Dijeron ellos: "Nosotros somos tus hermanos; ¿qué es de Ticátame, tu marido?" Respondió ella: "En casa está. ¿Por qué lo decís?" Respondieron ellos: "Bien está; venimos a probarnos con él, porque flechó a nuestros hermanos." Y la mujer, como oyó aquello, empezó a llorar muy fuertemente y arrojó allí el cántaro y fuése y entróse en su casa llorando. Díjole Ticátame: "¿Quién te ha hecho mal, madre de Sicuirancha? ¿Por qué vienes así llorando?" Respondió ella: "Vienen mis hermanos los que se llaman Zizambanecha y los de Cumanchen." Díjole Ticátame: "¿A qué vienen?"Respondió ella: "Dicen que a probarse contigo, porque flechaste sus hermanos." Dijo él: "Bien está: vengan y probarán mis flechas, las que se llaman hurespondi, que tienen los pedernales negros y las que tienen los pedarnales blancos y colorados y marillos. Estas cuatro maneras tengo de flechas, probarán una destas, a ver a qué saben, y yo también probaré sus varas que pelean, a ver a qué saben." Y viniendo sus cuñados, cercáronle la casa y Ticátame saco unas arcas hacia fuera, y abriólas a priesa, que tenía de todas maneras de flechas en aquellas arcas guardadas, y como quesiesen entrar todos a una por la puerta, ataparon la puerta y Ticátame armaba su arco y tiraba de dos en dos las flechas y enclavaba a uno, y la otra pasaba alante a otro flechó a muchos y mató los que estaban allí tendidos, y siendo ya medio día, acabó las flechas, no tenía con que tirar y traía su arco al hombro y dábales de palos con él, ellos arremetieron todos a una y enclavábanle con aquellas varas y sacáronle de su casa, arrastrando muerto, y pusieron fuego a su casa y quemáronle la casa, quel humo que andaba dentro había cerrado la entrada, y tomaron a Curicaueri, y llévaronselo y fuéronse, y no estaba allí Sicuirancha, que había subido al monte a cazar, y como vino su mujer y vido el fuego, empezó a dar gritos y andaba alrededor de los que estaban allí muertos y vido a su marido questaba en el portal verdinegro de las heridas que le habían dado con las varas, y vino Sicuirancha, su hijo, y dijo: "Ay madre, ¿quién ha hecho esto?" Respondió la madre: "¿Quién había de hacer esto, hijo, sino tu tío y tu abuelo? Ellos son los que lo hicieron." Y dijo Sicuirancha: "Bien, bien, ¿pues qués de Curicaueri, nuestro dios?, ¿llévanle quizá?" Respondió ella: "Hijo, allá le llevan" Dijo él: "Bien está; quiero ir allá también, y que me maten. ¿A quién tengo que ver aquí?" Y fuese tras dellos. Iba dando voces, y Curicaueri dióles enfermedades a los que le llevaban, correncia y embriaguez y dolor de costado y estropeciamiento, de la manera que suele vengar sus injurias; y como les diese estas enfermedades, cayeron todos en el suelo, y estaban todos embriagados. Y llegó Sicuirancha donde estaba Curicaueri, que estaba en su caja, cabe el pie de una encina, y como vió la caja, dijo: "Aquí estaba Curicaueri, quizá le llevan." Y abrió el arca y sacóle y dijo: "Aquí está" Y llevaron una soga como sueltas, con que ataban los sativos para el sacrificio, y habían quitado de allí una argolla de oro y una soga, como sueltas que le dieron en el cielo, sus padres, y Ileváronselo y dijo Sicuirancha: "Llévenselo, ¿para qué lo quieren? A quién han de dar de comer con ello? Ellos lo trairán algún día." Y tornó a su casa a Curicaueri, y vínose con toda su gente a Uayameo, lugar cerca de Santa Fe, la de la cibdad de Mechuacan. Y fue señor allí e hizo un cu Sicuirancha, y hizo las casas de los papas y los fogones y hacía traer leña para los fogones, y entendía en las guerras de Curicaueri, y murió Sicuirancha, y enterráronle al pie del cu. Este Sicuirancha dejó un hijo llamado Pauácume, y fue señor allí, en Uayameo, y Pauácume engendró a Uápeni, y fue señor después de la muerte de su padre Pauácume, y tuvo un hijo llamado Curátame, y fue allí señor, en aquel mismo lugar, y andaba a caza con su gente, en un lugar llamado Pumeo, y en otro llamado Uirícaran y Pechátaro y Hirámuco, y llegaron hasta un monte llamado Pareo, y llegaron a otros lugares cazando, llamados Izti parazicuyo Changeyo Itziparazicuyo y hasta llegar a otro lugar llamado Curinguaro. Todos estos lugares son obra de una legua de la cibdad, o poco más. Y como se tornasen a juntar todos en el pueblo que tenían sus cúes, llamado Uayameo, dijeron unos a otros: "Toda es muy buena tierra, donde habemos andado cazando: allí habíamos de tener nuestras casas" Y los otros que habían ido por la otra parte del monte, dijeron que era toda muy buena tierra. Y murió Curátame y fue enterrado al pie del cu. Cuatro señores fueron en Uayameo: Sicuirancha y Curátame, y Pauácume y Uápeani. IV Cómo en tiempo destos dos señores postreros tuvo su cu Xarátanga en Uayameo cómo se dividieron todos por un agüero Muerto este señor pasado, dejó dos hijos que se llamaron de su nombre Uápeani y Pauácume. En este tiempo tenía ya su cu Xarátanga en Mechuacán, y sus sacerdotes y señor llamado Taríaran, iban por leña a Tamataho, lugar cerca de Santa Fe, y sus sacerdotes, llamados Uatarecha, llevaban ofrenda de esta leña, algunas veces a Curicaueri, y había allí un camino y los chichimecas que tenían a Curicaueri, viendo esto, iban a un barrio de Mechuacán, llamado Yauaro, y de camino llevaban esta leña a Xarátanga, en ofrenda a Mechuacán. Y la leña que traían los unos y llevaban los otros, se encontraba en el camino. Y un día el señor que tenía a Xarátanga, con sus sacerdotes, bebiendo una vez mucho vino en una fiesta desta su diosa Xarátanga, empezaron a escoger de las mieses que había traído Xarátanga a la tierra, axí colorado y verde y amarillo, y de todas estas maneras de axí hicieron una guirnalda como la que solía ponerse el sacerdote de Xarátanga. Escogeron así mesmo de los frísoles colorados y negros, y ensartáronlos unos con otros, y pusiéronselos en las muñecas, diciendo que eran las mieses de Xarátanga, que su sacerdote se solía poner. Y sus hermanas llamadas Patzim uaue y Zucur aue, escogeron destas dichas mieses, el maíz colorado y lo pintado, y ensartáronlo y pusiéronselo en las muñecas diciendo, que eran otras cuentas de Xarátanga. También escogeron de otras maneras de maíz, de lo blanco y de lo entreverado, y ensartáronlo y pusiéronselo al cuello, diciendo que eran sartales de Xarátanga. Y desplaciendo esto a la diosa, no se les pegó el vino que todo lo echaron y gomitaron y levantándose y tornando algo en sí, dijeron a sus hermanas: "¿Qué haremos, hermanas, que no se nos pegó el vino? Muy malos nos sentimos; id, si quisiéredes, a pescar algunos pececillos para comer y quitar la embriaguez de nosotros". Y como no tuviesen red para pescar, tomaron una cesta, y la una andaba con ella a la ribera, y la otra ojeaba el pescado: y las pobres ¿cómo habían de tomar pescado, que se lo había ya escondido Xarátanga, que era tan gran diosa? Y después de haber trabajado mucho en buscar pescado, toparon con una culebra grande, y alzáronla en la mano, en un lugar llamado Uncucepu y lleváronla a su casa con mucho regocijo. Y los sacerdotes llamados Uatarecha de Xarátanga, uno que se llamaba Quahuen y su hermano menor llamado Camexan, y sus hermanas llamadas Patzim uaue y Zucur aue, las saludaron y dijeron: "Seáis bien venidas, hermanas. ¿Traéis siquiera algunos pececillos?" Respondieron ellas: "Señores, no habemos tomado nada, mas no sabemos qués esto que traemos aquí" Respondieron ellos: "También es pescado eso, y es de comer; chamuscadla en el fuego, para quitar el pellejo y hacé unas poleadas, y este pescado cortaldo en pedazos y echaldo en la olla, y ponelda al fuego para quitar la embriaguez" Y haciendo aquella comida a mediodía, asentáronse en su casa a comer aquella culebra cocida con maíz, y ya que era puesto el sol, empezáronse a rascar y arañar el cuerpo, que se querían tornar culebras. Y siendo ya hacia la media noche, tiniendo los pies juntos, que se les habían tornado cola de culebra, empenzaron a verter lágrimas y estando ya verdinegros de color de las culebras, estaban ansí dentro de su casa todos cuatro. Y saliendo de mañana, entraron en la laguna una tras otra y iban derechas hacia Uayameo, cabe Santa Fe, y iban echando espuma hacia arriba, y haciendo olas hacia donde estaban los chichimecas, llamados hiyocan y diéronles voces, y ellas dieron la vuelta, y volvieron hacia un monte de la cibdad, llamado Tariacaherio, y, entráronse allí en la tierra todas cuatro. Y donde entraron se llama Quahuen ynchatzéquaro, del nombre de aquellos que se tornaron culebras, y ansí desaparecieron. Y viendo esto los chichimecas llamados uacúsecha, tuviéronlo por agüero. Un señor llamado Tarépecha chanshori con su gente se fue, y tomó a Hurendequauécara su dios, y hizo su asiento en un lugar llamado Curínguaro achurin. Otro señor llamado Ipinchuani, tomó consigo a su dios Tirípeme xungápeti, y llevólo a un lugar llamado Pechátaro y hizo allí su asiento, y como se sufriese algunos días, el señor Tarepupanguaran, en fin, tomó su dios llamado Tirípeme turupten y llevóle a un lugar llamado Irámuco. Otro señor llamado Mahícuri tomó su dios llamado Tirípeme caheri, y llevóle a un lugar llamado Pareo y quedaron los dos hermanos Uápeani y Pauácume y tomaron a Curicaueri, y llevándole por cabe la laguna, de la parte de Santa Fe, pusiéronle en el peñol que está allí, cabe la laguna, llamado Capacurío y después en otro lugar, llamado Patamu angacaraho. Todos estos dioses que se han contado eran hermanos de Curicauri, y allí se dividieron todos como se ha contado, y quedó solo Curicaueri. Después llevaron a Curicaueri, a otro lugar llamado Uatzeo tzarauacuyo y pusiéronle al lado de aquel monte, y llevándole de allí, trujéronle a otro lugar llamado Xénguaran y en otro llamado Honchéquaro, y allí estuvo algunos días; asimismo tuvieron agüero de lo que había acontecido, y los sacerdotes de Xarátanga llamados Cuyúpuri y Hoatamanáquare, tomaron a su diosa y lleváronla a un lado del monte llamado Tariacaherio, donde entraron las culebras, y de allí la llevaron a Sipixo cabe la laguna y hiciéronle allí sus cúes y un baño y un juego de pelota y estuvo allí algunos años. Y quitándola de allí, Ileváronla a Uricho y de allí a Uiramangaro, y después a Uacapu, donde está agora edificado Santangen y de allí lleváronla a Taríaran a Cuezitan, Harócatin. Y los señores de los chichimecas, como tuvieran allí a Curicaueri iban a caza a un lugar llamado Aranarán nacaraho y a Echuén, que está cerca de Pátzcuaro y a otro lugar llamado Charimangueo, y subían a Uiritzéquaro, y pasaron a Xaramu y Thiuapu y a Tupen, un monte desde do vieron la isla de Xaráquaro en la laguna. V De cómo los dos hermanos señores de los chichimecas hícieron su vivienda cerca de Pátzcuaro, y tomaron una hija de un pescador y se casó uno dellos con ella Como vieron la dicha isla que se llamaba por otro nombre Uarúcatenhatzícurin, vieron un gran cu y otra isla llamada Pacanda y andando todos mirando, por la bajada del monte, de improviso vieron que andaba uno con una canoa de los de aquella isla primera, que se llaman los moradores de ella hurendetiechan y el que andaba en la canoa, andaba pescando de anzuelo y dijeron: "Una canoa está surta en la laguna, y uno anda pescando, ¿qués lo que toma?" Dijeron los señores: "Vamos a la orilla de la laguna." Dijeron otros: "Vamos" Y abajaron del monte a un lugar llamado Uarichahopotacuyo, y iban por la ribera de la laguna, y por donde iban, estaba todo cerrado de árboles, que era todo monte espeso. E iban apartando las ramas para poder pasar, que no había camino, y ansí llegaron a la orilla donde andaba el pescador, y hablaron y dijeron: "Isleño, ¿qué andas haciendo por aquí?" Respondió él: Hendi taré?" que quiere decir: "¿qués, señor?" Questa gente de esta laguna era de su mesura lengua, destos chichimecas; mas tenían muchos vocablos corrutos y serranos, por eso repondió aquel pescador de aquella manera, y dijéronle: "¿A qué andas por aquí?" Respondió él: "Señor, ando pescando." Y dijéronle: "Ven a la orilla", que estaba apartado de la ribera. Dijo él: "No tengo de ir, señores, que sois chichimecas que me flecharéis." Dijeron ellos: "¿Qué dices?, ven si quisieres: ¿por qué te habemos de flechar?" Tornó él a decir: "No me mandéis venir, señores" Y ellos tornáronle a decir: "Venir tienes, que habernos de hablar un poco." Dijo el pescador: "Sí, sí, que me place; ya voy, señores." Y trujo la canoa a la orilla y tomó puerto. E uno de aquellos señores, llamado Uápeani, era valiente hombre, saltó en la canoa y vio que estaba llena de muchas maneras de pescados y díjole: "Isleño, ¿qué es esto que has puesto aquí?" Respondió el pescador: "Señor, eso se llama pescado." Y dijo Uápeani: "¿Qué cosa es esto?" Respondió el pescador: "Eso que tomaste se llama acúmaran, y esta manera de pescado urápeti y ése cuerepu, y ése thiron, y ése caroen. Tantas maneras de pescado hay aquí. Todo esto ando buscando por esta laguna. De noche pesco con red y de día con anzuelo" Díjole Uápeani: "Y este pescado, ¿qué sabor tiene?" Respondió el pescador: "Señor, si hobiese aquí fuego, estando asado, me lo preguntaras" Díjole Uápeani: "¿Qué dices, pescador? Busca un poco de leña, que nosotros, los chichimecas, de contino andamos con fuego: saca leña" Y sacando fuego de un estrumento, prendió el fuego, y como hiciesen lumbre a la orilla, subió la llama y humo hacia arriba, y el pescador andaba sudando de asar pescado, y como iba asando, íbales dando, y ellos comieron de aquel pescado y dijeron: "Cierto, buen sabor tiene." Y como comían toda manera de caza los chichimecas, traía cada uno dellos unas redecillas agolletadas consigo, que traían llenas de conejos y otros llamados cuinique y codornices y palomas y de otras aves de otras maneras. Y sacaron de sus redes un conejo, y metiéronlo en el fuego, y después de asado desolláronle y pusieron allí el conejo asado, y dijéronle al pescador: "Isleño, come desto, a ver qué sabor tiene; que esto andamos nosotros a buscar." Y como se echase el pescador un bocado en la boca, dijéronle los chichimecas: "Pues isleño, ¿qué sabor tiene eso que comes?" Respondió él: "Señor, ésta es verdadera comida; no es cosa de pan, porque bien que sea buena comida, ésta destos peces, mas hiede y harta luego; mas esta comida vuestra no hiede, mas es comida de verdad." Dijeron los chichimecas: "Verdad dices: esto andamos nosotros también a buscar. Hacemos un día flechas y otro día vamos a recrear al campo a caza, y no la tomamos para nosotros, mas los venados que tomamos, mas con ellos damos de comer al sol y a los dioses celestes engendradores, y a las cuatro partes del mundo, y después comemos nosotros de los relieves, después de haber hecho a salva a los dioses. Dinos un poco, isleño." Respondió el pescador: "¿Qué tengo de decir, señores?" "¿Cómo se llama aquel cu que se parece en aquella isla que está en el agua?" Respondió el pescador: "Señores, allí se llama Uarúcaten hatzícurin, y por otro nombre Xaráquaro." Dijeron ellos: "Bien está. ¿Cómo se llaman los dioses que tienen allí?" Respondió el pescador: "Señores, llámase el principal Acuitze catápeme y su hermana Purupe cuxáreti, y otro Caroen y Nurite, Xareni uarichu uquare y Tangachuran, y otros muchos dioses que nunca acabaré de contaros." Dijeron ellos: "¿Así se llaman?". Dijo el pescador: "Sí, señores" Dijo Uápeani: "Estos fueron nuestros agüelos cuando venimos de camino; ya habemos hallado parientes. Pensábamos que no teníamos parientes, mas todos somos de una sangre y nascemos juntos. ¿Cómo se llama el señor?" Respondió el pescador: "Carícaten." Tornáronle a preguntar: "Y la otra isla, ¿cómo se llama?" Dijo el pescador: "Tirípeti honro y tiene otros dos nombres: Uanguipen hartzícurin y Pacandan". Dijéronle: "Y los dioses que tienen, ¿cómo se llaman?" Dijo el pescador: "Chupi tirípeme y otro Unazi irecha, y su hermana Camauáperi y otros muchos dioses." Dijéronle: "El señor ¿cómo se llama?" Dijo el pescador: "Zuangua" Dijeron los chichimecas: "También son nuestros agüelos del camino. ¿Cómo es esto? ¿parientes somos? Nosotros pensábamos que no teníamos parientes: topado habemos parientes. ¿Cómo es esto? somos parientes y de una sangre." Respondió el pescador: "Sí, señor, vuestros parientes somos." Dijéronle los chichimecas: "Pues isleño, ¿cómo te llamas?" Respondió el pescador: "Señores, llámome Curiparanchan.". Dijéronle "Bien está: ¿no tienes alguna hija?" Respondió: "No señores" Dijeron los chichimecas: "¿Qué dices? sí tienes, ¿por qué dices que no?" Respondió él: "Señores, no he engendrado hijos, que soy viejo y mi mujer mañera" Dijéronle los chichimecas: "¿Qué dices, isleño. Hijos tienes, no lo decimos por lo que piensas, que no queremos mujeres para adelante; decimos porque Curicaueri ha de conquistar esta tierra y tú pisaríes por la parte de la tierra, y por la otra parte el agua y nosotros también por una parte pisaremos el agua y por la otra la tierra, y moraremos en uno tú y nosotros." Y respondió el pescador: "Así es la verdad, señores; Yo tengo una hija que aún es pequeña: no es de ver, porque es fea y pequeña." Respondieron ellos: "No hace al caso que sea pequeña; ve y tráenosla, y sácala acá fuera y también nosotros nos subiremos al monte y mañana haremos flechas y esotro día nos juntaremos aquí, tú y nosotros, y hablaremos siempre aquí, y no lo sepa ninguno. Tú y tu mujer solos lo decid uno a otro" Y despidiéndose el pescador, se fue y empezó a vogar con su canoa y a entrarse en la laguna, y los chichimecas se subieron al monte; y el siguiente día hicieron todos flechas, y esotro día volviéronse a sus casas, y el pescador, luego muy de mañana, entró en su canoa con su hija y tomó puerto y puso la hija a la ribera, y los chichimecas tardáronse que se estaban escalentando. Ya el sol iba muy alto, y estábase asentado cabe la ribera desconfiando que no habían de venir, y dijo a su hija; "Cómo nos han engañado los chichimecas; esperemos otro poquillo y iremos con nuestra canoa remando" Y los chichimecas desde la abajada de la cuesta del monte, como miraron a la laguna, dijeron: "¿Cómo no viene el pescador? Ya se había de parescer la canoa y venir buen rato en la laguna. Vamos a la ribera." Y llegaron a la orilla y estaban asentados el pescador e su hija a la orilla, y saludáronle los chichimecas, y dijeron: "Pues isleño" Respondió él: "Muy espantado estaba, y me acuitaba diciendo: "¡Cómo me han engañado los chichimecas!" Dijeron ellos: "Tardémonos cazando. ¿Es ésta tu hija la que dices?" Respondió el pescador: "Sí, señores; esta misma es; mira cuán chequita es." Respondieron ellos: "No hace al caso: cómo ¿no se criará? ¿Querémosla agora de presto?, para adelante decimos. Ve, y torna a pasar la laguna. Sépalo quien lo supiere de esos señores Uatarecha, y mira que te llamarán cuando lo sabrán y dirante: Ven acá, hermano; tú le has sacado una mujer a los chichimecas. Y dirásles: No señores, yo ¿a qué propósito se la había de llevar? Yo vivo desta manera: de noche pesco con la red asentado en mi canoa a popa y pongo a mi hija en la canoa para que reme, y de día pesco con anzuelo unos pececillos, y póngola allí en la canoa chiquilla que no se paresce, y tomóle gana de orinar y yo fui a un lugar llamado Uaricha hopótaco y allí me dijo: Padre, tengo gana de orinar. Y yo le dije: Ve, hija, y orina. Y como llegase a la orilla, saltó de la canoa y los chichimecas, que estaban por allí en celeda, tomáronla, y asieron della en el camino, y probé de quitársela, y como son chichimecas, empezaron a quererme flechar y yo hóbeles miedo, y dejésela y ellos lleváronsela, y yo ¿cómo había de saber que la tienen por esclava? Ya yo pensé que era muerta y sacrificada y parece que la tienen por esclava borrado. Esto solo les dirás. Vete, no respondas más; ni digas que nos la diste" Y fuéronse.
contexto
SEGUNDA PARTE Que contiene los orígenes de los más famosos piratas, Francisco Lolonois y Juan Morgan, como también de sus principales piraterías y latrocinios, que han cometido en América contra la nación española. Relatándose las vidas y acciones de otros que han estado en aquellas partes con la misma calidad. CAPITULO I Origen de Francisco Lolonois y principio de sus insultos Francisco Lolonois, natural del territorio llamado Les Sables de Olone o Arenas de Olona, en el reino de Francia, fue en su juventud transportado a las islas Caribes en calidad de esclavo (según las costumbres de Francia, de que ya hablé en la primera parte), el cual, habiendo acabado el término de su esclavitud, vino a la isla Española, donde se metió entre los cazadores por algún tiempo antes que se diese a las piraterías contra los españoles, de que al presente hará relación hasta su desastrada muerte. Hizo dos o tres viajes en calidad de marinero, en las cuales se mostró valiente en sus hechos, con que avanzó en la buena gracia del gobernador de Tortuga, llamado Monsieur de la Place; de tal suerte que le dio un navío haciéndole capitán de él para que fuese a buscar su fortuna. Favorecióle su suerte en poco tiempo, pues en él adquirió mucha riqueza usando de tales crueldades con los españoles, que ellas hicieron correr su opinión por todas las Indias; por cuya razón, cuando los españoles se hallaban en la mar, peleaban hasta morir, estando cierto que rindiéndose no les concedería cuartel pequeño ni grande. Después que la fortuna le fue largo tiempo propicia le volvió las espaldas, sucediendo que una grande borrasca le hizo perder el navío en las costas de Campeche. Saltaron todos en tierra, donde los españoles, percibiéndoles, mataron la mayor parte y al capitán hirieron. No sabiendo por dónde podría escaparse forjó cierto engaño muy sutilmente; y fue que cogiendo algunos puñados de arena los mezcló con sangre de las heridas y se refregó la cara y otras partes de su cuerpo, metiéndose con destreza entre los muertos, hasta que los españoles hubieron partido de aquel lugar. Retiróse después a los bosques, donde ligó sus llagas lo mejor que pudo, de las cuales hallándose mejor, se fue hacia la ciudad de Campeche disfrazado totalmente en vestidos españoles; habló allí con algunos esclavos, a los cuales prometió de hacer francos en caso que quisiesen obedecer y fiarse en él. Aceptaron sus promesas y robando de noche una canoa de uno de sus amos, se fueron a la mar con el pirata. Los españoles tenían entretanto algunos de sus camaradas en prisión y preguntaron: ¿Dónde está vuestro capitán?. A lo que respondieron Era muerto; con cuya nueva los españoles hicieron muchos festejos entre sí, encendiendo luminarias y no constándoles lo contrario, dieron gracias a Dios por haberlos liberado de un tan maldito pirata. Entretanto Lolonois se dio prisa con los esclavos para escapar y vinieron a Tortuga, que es la plaza del refugio de toda suerte de maldades y seminario de tal especie de ladrones. Aunque allí estaba en mala fortuna, no dejó de buscar otro navío que, sutilmente y con engaños, obtuvo con 21 personas, que bien proveídos de armas y demás cosas necesarias, se fue hacia la isla de Cuba, de la parte septentrional, donde hay una pequeña villa que llama de los Cayos, en la cual se hace grande negocio en tabaco, azúcar y pieles; eso todo con barcas, no pudiéndose servir los moradores de navíos por la poca profundidad de aquella mar. Bien creía Lolonois coger allí algo, mas por dicha de algunos pescadores que le vieron y con ayuda de Dios, se escaparon de sus tiránicas manos, fueron por tierra a La Habana y se lamentaron al gobernador diciendo que el pirata Lolonois había llegado con dos canoas para arruinarlos. Lo cual oído por el gobernador, le era duro el creerlo, pues le habían escrito de Campeche era muerto. No obstante, por las instancias y ruegos de los impetrantes, envió un navío con diez piezas de artillería y noventa personas bien armadas con orden expresa de no volver sin haber aniquilado a dichos piratas; para cuyo efecto les dio un negro, que sirviese de verdugo, que ahorcase cuantos cogieran de dichos corsarios, excepto el capitán Lolonois, que llevarían vivo a La Habana. Llegó este navío a la villa de los Cayos, de lo cual los piratas estaban ya advertidos, y en lugar de huirse, le buscaron en la ribera Estera, donde estaba ancorado. Forzaron los piratas a algunos pescadores de noche para que les mostrasen la entrada del puerto con esperanza de obtener bien presto un mayor bajel que sus dos canoas, y con él hacer mejor fortuna. Vinieron después de las dos horas de la noche cerca del navío de guerra y la centinela dijo: ¿De dónde vienen? y si no habían visto piratas. Hicieron responder a un prisionero que no habían visto piratas ni otra cosa alguna, lo cual los hizo creer se habían retirado sabiendo su llegada. Experimentaron bien prestro lo contrario, porque al alba los piratas comenzaron a combatirlos con sus dos canoas de una y otra parte con tal ímpetu que, aunque los españoles hicieron su deber defendiéndose cuanto pudieron y tirándoles también algunas piezas de artillería, los rindieron con la espada en la mano, obligándolos a huir a las partes inferiores del navío. Lolonois los mandó venir uno a uno arriba y los iba así haciendo cortar la cabeza. Habiendo de este modo muerto una parte, salió el negro (graduado de verdugo por el gobernador de Habana) gritando y rogando que no lo matasen, que él era el capitán de aquel navío y le diría francamente a Lolonois cuanto gustase; hízole confesar cuanto quiso, mas por eso no dejó de continuar de matarle con el resto, a la reserva de uno que sirvió de correo al gobernador de la parte de Lolonois a quien escribió las siguientes razones: No daré jamás algún cuartel a español; tengo firme esperanza de ejecutar en vuestra persona lo mismo que en los que aquí enviasteis con el navío, con el cual os figurabais hacerlo conmigo, y mis compañeros. Turbóse el gobernador oyendo tan tristes, cuanto insolentes nuevas, jurando no acordaría la vida a ningún pirata que cayese entre sus manos; pero los ciudadanos le rogaron, de no querer proponer tanto rigor, pues los piratas podían hacer lo mismo, teniendo cien veces más la ocasión que él; y que siéndoles necesario ganar la vida a la pesca, estarían siempre era peligro de perderla. Con estas razones se templó un poco la cólera del gobernador y no pasó adelante con su juramentada proposición. Tenía ya Lolonois un buen navío, mas muy pocas vituallas y gente dentro por lo cual buscó lo uno y lo otro, y se fue a sus acostumbrados caminos, cruzando de una a otra parte. Viendo que barloventeando no podía hacer nada, determinó ir al puerto de Maracaibo, donde tomó un navío con mucha plata y mercadurías que tenía dentro, el cual iba a comprar cacao; viniéndose con estas presas a Tortuga con grande alborozo, no siendo menor el de sus habitantes por el feliz suceso de Lolonois y sus particulares intereses. No quedó largo tiempo allí, pues armando una flota (siéndole necesaria una fuerza de quinientos hombres), resolvió de ir a las tierras españolas para saquear las ciudades, villas y lugares, y finalmente tomar Maracaibo, teniendo consigo gente muy resuelta y propia a estas empresas; principalmente estando en su servicio prisioneros que sabían exactamente todos los caminos y lugares para sus designios.