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Del mismo modo que al final de la Edad Oscura se recuperan las tradiciones sobre los héroes que habitaron en época micénica, adaptadas a las nuevas necesidades, también la nueva aristocracia trata de forjarse las señas de identidad a través de los lugares de culto que considera vinculados a ese mismo pasado. Algunos antiguos santuarios comienzan a recuperarse a partir del siglo X, como ocurre en Olimpia, en el Peloponeso; otras veces el lugar parece haber conservado su función cultural, aunque a través de una etapa muy pobre, como Eleusis, cerca de Atenas, y, finalmente, en ocasiones, parece transformarse en centro de culto lo que no era más que el resto material de cualquier asentamiento abandonado, que por su vetustez ha adquirido prestigio y ha comenzado a recibir ofrendas a lo largo del período oscuro. De este modo, al tiempo que se configura un panteón y se recuperan los héroes del pasado en la literatura oral o escrita, del mismo modo se recupera el espacio para dar forma a nuevos fenómenos religiosos propios de los tiempos que se viven, pero asentados en un pasado real que se convierte en factor para el desarrollo del mundo imaginario.
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Durante la India budista, es decir, desde el siglo III a. C. hasta el siglo V d. C., fueron también muy importantes los santuarios rupestres. Las cuevas, naturales y excavadas, que en principio estaban reservadas a los ascetas, se convierten en el hábitat preferido de los monjes y peregrinos budistas. El ritual monacal imponía a sus miembros vivir como mendicantes por los pueblos y ciudades, ayudando y dando ejemplo a la gente; las numerosas comunidades (shanga) aprovechaban los meses de lluvias monzónicas para reunirse y discutir la doctrina en unos improvisados monasterios de madera, que eran prácticamente abandonados año tras año. Pronto observaron que las cuevas, apartadas del bullicio urbano, eran un refugio idóneo para la meditación, y un lugar protegido del calor y la humedad sofocante. Por otra parte, tenían la ventaja de resistir mucho mejor que los edificios leñosos la acción devastadora del clima y los insectos. De esta forma, y por razones de índole funcional, el budismo elevó la excavación de cuevas a una categoría arquitectónica mayor, pues desde este momento los santuarios rupestres se convierten en los espacios más característicos, hasta el punto de poderse afirmar que el arte excavado constituye la arquitectura tradicional india. Además, los santuarios rupestres budistas petrifican al detalle los edificios de madera coetáneos; esto les añade un importante valor documental, pues sin ellos nunca hubiéramos conocido la antigua arquitectura sacra, como nos ocurre con los palacios y demás obras civiles desaparecidas. La técnica de excavación, que a primera vista puede parecer muy rudimentaria, es una consecuencia inmediata del factor geográfico, y precisa de un profundo conocimiento de la piedra y de una paciente habilidad. Las cordilleras Ghats Occidentales y Orientales, que bordean como columnas vertebrales la meseta del Dekkan aislándola de la costa, están formadas escalonadamente a base de estratos geológicos de arenisca dura y blanda. Entre dos estratos duros se puede excavar el blando con relativa facilidad: primero se abre un túnel por la parte superior (profundizando longitudinalmente a lo largo del futuro espacio), en el suelo del mismo túnel se excavan pozos o canales en los que se insertan vigas de madera que, al mojarlas, funcionan como un barreno natural resquebrajando la roca; de esta forma se extraen tantos bloques cúbicos de piedra como sean necesarios, siempre desde arriba hacia abajo y de dentro afuera, de manera que la parte más antigua de cualquier santuario rupestre es la superior interna y la parte más tardía es la inferior externa. Obreros y escultores trabajan a la par, y en cuevas sin vaciar por completo podemos entrar en un desconcertante escenario, primorosamente labrado, en el que pisamos capiteles y tocamos la alta bóveda con la mano. Por supuesto, ningún elemento arquitectónico cumple su función y no es raro presenciar el espectáculo asombroso de un soporte colgando desde el techo como una estalactita. Los santuarios rupestres budistas ofrecen dos tipos: chaityas y viharas. La chaitya es el templo, que debido a su carácter sagrado no evolucionará, salvo en tamaño y decoración. El nombre deriva del término sánscrito chitya, que significa ceniza: las cenizas funerarias de la stupa, que se convierte a su vez en el objeto de culto del templo. Es por tanto un templo de peregrinación, y en función de la stupa se determinan el espacio, la iluminación y la acústica. La estructura espacial en tres naves con cabecera absidial (donde se halla la stupa) es muy similar a la de nuestras iglesias primitivas. La nave central, más ancha y alta, aparece cubierta con la bóveda de kudú típicamente india (sucesión de arcos formados por haces elásticos leñosos), que se apoyan en pilares, que imitan la inclinación de las vigas de madera. Hay que recordar constantemente que estas cuevas traducen a la piedra todo el lenguaje de la madera; por tanto, ningún elemento arquitectónico cumple su función. Las naves laterales, más angostas y bajas, se prolongan por detrás de la stupa a manera de girola y están destinadas a la circunvalación (pradakshina) del fiel. Los vihara resultan menos extraordinarios, aunque son mucho más numerosos, pues en torno a una chaitya suele haber varios viharas. Vihara significa lugar de reunión y sirve de vivienda, refectorio, biblioteca, aula, taller, etc.; es la estancia de los monjes que cuidan del templo. El carácter utilitario es la causa fundamental de su constante evolución hasta la actualidad. Los viharas originales constan de un gran espacio cuadrado central, a cuyo alrededor se abren las innumerables celdas de los monjes. La cubierta plana, adintelada, contrasta con la sacralidad que siempre significa la bóveda de kudú. La técnica de excavación no es tan rigurosa como en el templo, por lo que el espacio puede variar dependiendo de la dureza del estrato geológico.
Personaje
Científico
Ha pasado a la historia como el descubridor de las cuevas de Altamira. En 1875 entra por primera vez en este recinto y aprecia la existencia de unos trazos negros en las paredes, sin embargo, en esta ocasión no piensa que sean relevantes. Cuatro años después vuelve a las cuevas y realizando excavaciones encuentra restos prehistóricos. Estudia el resto de las paredes y es entonces cuando descubre todas las pinturas de animales. Este hallazgo le animó a publicar "Breves apuntes sobre algunos objetos prehistóricos de la provincia de Santander" (Santander, 1880), donde recogía en cuatro litografías sus descubrimientos. A pesar de que Sautoula estaba convencido de la importancia de este hallazgo, comenzaron a surgir dudas, e, incluso, se llegó a cuestionar la autenticidad de la obra. Tuvieron que pasar casi veinte años para que su labor fuera reconocida. En este sentido, fue determinante el descubrimiento de la gruta La Mouthe en 1895 por el francés Rivière. Los descubrimientos e investigaciones posteriores en España y Francia fueron decisivos para conocer la relevancia de las cuevas de Altamira.
Personaje
Científico
Su educación discurre entre París y la localidad germana de Heidelberg. En esta última acude a las clases de Karl Krause. De vuelta en España se convirtió en uno de los primeros profesores especializados en Filosofía del Derecho de la Universidad de Madrid. Desde la universidad ejerció una enorme difusión de la línea de pensamiento de su maestro, inaugurando así el "krausismo". Esta corriente fue determinante en el área educativa afectando tanto al sistema de enseñanza español como hispanoamericano. Su ideología queda reflejada en obras como "Ideal del Humanidad para Vida", de 1860.
Personaje
Arquitecto
Dentro del panorama arquitectónico español de la segunda mitad del siglo XVII, destaca Francisco Sanz Cortés. Entre su producción arquitectónica cabe citar el Palacio de Arguillo de Zaragoza, construido entre 1659 y 1661. Este edificio, que en la actualidad alberga el Museo Pablo Gargallo, es uno de los mejores ejemplos de la evolución de la arquitectura civil de Zaragoza. También es el responsable de las reformas realizadas en la iglesia de San Pedro el Viejo de Madrid.