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monumento
Sobre los restos de los propíleos levantados en época de Pisístrato, Pericles le encarga al arquitecto Mnesiklés la construcción de un nuevo acceso a la Acrópolis. Mnesiklés supo resolver magistralmente el problema de la topografía. Dos terrazas superpuestas, divididas por un corredor transversal con columnas jónicas, daban lugar a cuatro estancias rectangulares (uno de ellos, corresponde a la famosa pinacoteca).
obra
De los estudios anatómicos de Leonardo, la mayoría alrededor del 1500, tenemos esta descripción de las proporciones de la cabeza humana. Leonardo comienza por inscribirla en un cuadrado que luego subdivide en las diferentes regiones, todas ellas proporcionales entre sí y con el resto del cuerpo (ver el Homo Cuadratus). Al lado de la figura, Leonardo apunta en su italiano escrito al revés la relación de estas partes y el tamaño correcto que deben tener para construir una figura proporcionada. Estas reglas pueden luego variarse para conseguir las caricaturas y deformaciones que usó en otros dibujos.
contexto
En julio de 1942, las sugerencias norteamericanas llegaron a Londres, donde Keynes había estado pensando, desde una perspectiva diferente, en los problemas monetarios de la posguerra. Sus reflexiones se materializaron en una primera versión de septiembre de 1941, que fue rápidamente difundida en el Tesoro británico. Tras varios retoques, se llegó a un cuarto borrador en febrero del año siguiente. Se tituló entonces Sugerencias para una unión de clearing internacional, que mantendría cuentas abiertas a los bancos centrales de la misma forma que éstos las abren a los comerciales. Se expresarían en una unidad internacional (el bancor) a definir en relación con el oro, aunque no de forma inalterable, que los países miembros podrían obtener a cambio de oro, pero no a la inversa. La Unión era, esencialmente, un banco central de bancos centrales. Sus ayudas adoptarían la forma de descubiertos y no de préstamos específicos. Al conocer el proyecto de White, Keynes esbozó un quinto borrador en agosto de 1942 con las necesidades que, en su opinión, debían cumplirse. Se trataba de establecer una moneda aceptable internacionalmente que eliminase la necesidad de "clearings" bilaterales; de fijar un método ordenado para determinar los tipos de cambio; de disponer de un cierto volumen de liquidez que no dependiera de la producción de oro o del manejo de las políticas de reservas, pero susceptible de expansión y contracción; de introducir un mecanismo de estabilización que presionara sobre los países con desequilibrios de balanza de pagos; de emplear los excedentes de éstas no utilizados con fines de planeamiento internacional, y de dar seguridades a los países que desarrollaran una política económica prudente para que resultasen superfluas las restricciones y discriminaciones practicadas hasta entonces con fines de autoprotección. Este borrador se transmitió a Washington, donde rápidamente se determinaron las muy importantes diferencias que lo separaban del proyecto de White. Tres puntos esenciales subrayaron el atractivo de este último: la necesidad de limitar el acceso a los recursos de los Estados Unidos, que ya aparecían como el futuro acreedor del mundo de la posguerra; la conveniencia de que, en la organización que se crease, los acreedores no pudieran verse sobrepasados por el voto conjunto de los países deudores, y la mayor aceptabilidad de los conceptos esenciales del proyecto de White para el Congreso norteamericano, en lugar de las disposiciones exóticas británicas, que trasponían la noción de los descubiertos al plano financiero internacional. Desde un viaje de White a Londres, en octubre de 1942, se multiplicaron los contactos entre británicos y norteamericanos. La redacción de ambos planes sufrió varios retoques hasta su publicación en abril de 1943. Para entonces ya se habían eliminado los aspectos más ambiciosos de White. En las elecciones al Congreso norteamericano, el Partido Demócrata había sufrido pérdidas de consideración y el equilibrio legislativo sobre temas económicos se desplazaba hacia una coalición más conservadora de republicanos y demócratas sureños. Muchos defensores del New Deal en la Administración habían sido sustituidos por conservadores, procedentes del mundo de la industria y de las finanzas. No es de extrañar que en este clima las funciones del proyectado Banco se recortasen drásticamente. Por lo demás, en lo que se refería al futuro Fondo, cuyo planteamiento fue el primero que se dio a conocer públicamente, el Gobierno norteamericano invitó con rapidez a que lo discutieran representantes de 46 países. La reacción que los planes despertaron fue intensa y en cada país se criticó duramente el del otro. Se reprochó al proyecto de White su ortodoxia, la escasez de recursos en que se basaba y la ausencia de sanciones previstas contra los países acreedores. No faltó quien afirmara que, de aceptarse, difícilmente podrían lograrse los objetivos de recuperación económica y de pleno empleo a los que Inglaterra aspiraba. En Estados Unidos la reacción pública tampoco fue positiva con respecto al proyecto de Keynes, pero pronto se vio que este último no tenía posibilidad de ser adoptado. Todavía se sugirieron otros planes. En la primavera de 1943, dos economistas franceses, André Istel y Hervé Alphand, propusieron una alternativa a los anteriores que se aproximaba en alguno de sus planteamientos al acuerdo tripartito de la anteguerra. En mayo del mismo año, el Gobierno canadiense sugirió otro que se parecía al norteamericano, pero que incorporaba rasgos de la Unión de Clearing keynesiana. A mitad del año, la Reserva Federal norteamericana dio a conocer un tercer proyecto, rápidamente desechado por el Tesoro. En septiembre y octubre, Keynes y White, al frente de dos delegaciones nacionales, iniciaron una larga ronda de conversaciones (parte de otras mucho más amplias) que concluyó en un borrador transaccional, pero con claro predominio norteamericano. Este borrador desembocó finalmente, en abril de 1944, en un informe conjunto de expertos sobre el establecimiento de un Fondo Monetario Internacional, denominación que había sido sugerida por parte británica en enero. El Gobierno de Londres publicó un Libro Blanco en el que se comparaba el informe con el plan de Keynes y se enumeraban las diferencias. El propio economista inglés defendió aquél ante la Cámara de los Lores en mayo del mismo año y el camino para su adopción por los demás países aliados quedó expedito, una vez logrado el necesario acuerdo previo anglonorteamericano. Desde el primer momento, los planes para la posguerra fueron mucho más deprisa en el ámbito financiero que en el comercial, pero es evidente que los dos estaban unidos. De hecho, durante el conflicto, norteamericanos e ingleses intercambiaron ideas que no llegaron a prosperar. Los protagonistas fueron diferentes y el soporte organizativo e institucional de los mismos también. Era inevitable que en Estados Unidos la responsabilidad de generar nuevas ideas para el futuro dependiera, en el plano comercial, del Departamento de Estado. No en vano, Hull había venido realizando una cruzada contra los males del bilateralismo y los altos aranceles desde los años treinta. Harry Hawkins, director de Política Comercial, fue el encargado de concretar los deseos de Hull, de conseguir que cristalizara un código de conducta internacional que regulase las actividades comerciales. Su homólogo británico fue el famoso economista (y Premio Nobel en 1977) James Meade, al frente de la sección económica del Secretariado del Gobierno de Guerra, que desarrolló sus proyectos con los funcionarios del Ministerio de Comercio. Por vías diferentes, en los dos lados del Atlántico se llegaron a conclusiones muy similares. Los norteamericanos pensaban que las relaciones comerciales internacionales del futuro habían de gobernarse por un convenio multilateral al que se asociara el mayor número posibles de países. Dicho convenio debía incorporar estipulaciones precisas en materia de aranceles, preferencias, restricciones cuantitativas, subvenciones, comercio de Estado, etcétera. Por su parte, Meade y sus colaboradores desarrollaron sugerencias para una Unión Comercial con capacidad para interpretar el arreglo multilateral y resolver las disputas entre sus miembros. A comienzos de 1943, ingleses y norteamericanos pensaban que las ideas estaban lo suficientemente maduras como para iniciar conversaciones entre expertos. Estas comenzaron en otoño del mismo año. Los participantes coincidieron en la necesidad de crear una organización para el comercio internacional y en diseñar un-acuerdo multilateral sobre política comercial con reglas tan exactas como fuera posible. Tres cuestiones sobresalieron en las conversaciones: la relación entre el empleo y la política comercial, la eliminación de las restricciones cuantitativas y la reducción de aranceles más la eliminación de preferencias. Aunque muchas posturas se aproximaron, no siempre fue posible descender del plano de las generalidades. Todos mostraron interés en que las restricciones cuantitativas -que tanto habían contraído el comercio de los años treinta- fuesen abolidas. Ni siquiera por motivos de seguridad nacional -o para proteger a industrias nacientes- debían aceptarse excepciones a la regla. Únicamente en los casos de protección de la balanza de pagos, en condiciones muy definidas y con la aprobación de la organización internacional, podrían introducirse, siempre y cuando no fueran discriminatorias. Los temas más controvertidos fueron, ¡cómo no!, los relacionados con los aranceles y las preferencias imperiales. La postura norteamericana siempre fue clara en este aspecto: las preferencias representaban un trato a favor de la Commonwealth que discriminaba a los productos estadounidenses. En consecuencia, no cabía proceder a reducciones arancelarias mientras tales sistemas subsistieran. Los expertos británicos se centraron en alcanzar una fórmula que permitiera reducir los elevados niveles arancelarios: por ejemplo, mediante la aplicación de un porcentaje de reducción entre limites mínimos y máximos convenidos. Las conversaciones sirvieron para determinar las áreas de posible acuerdo y otras en que había más dificultades, pero no tuvieron consecuencias durante la guerra. En enero de 1945, el Departamento de Estado anunció su intención de llegar a un arreglo con los países más importantes en el comercio internacional para limitar los obstáculos con que éste topaba. Poco más tarde, el presidente Roosevelt afirmó que la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial debía ser completada con la elaboración de un acuerdo internacional sobre dicha reducción. Nuevas conversaciones anglonorteamericanas abrieron el camino. A finales de 1945, los dos países convinieron en una serie de sugerencias a considerar por una conferencia internacional de comercio y empleo. La expansión de ambos se basaría en cuatro liberaciones: con respecto a las restricciones impuestas por los Gobiernos (lo que implicaba rebajar sustancialmente los aranceles, eliminar las preferencias y controlar las subvenciones a la exportación), frente a las restricciones derivadas de los convenios y carteles privados (lo que significaba que los Gobiernos habrían de combatir las prácticas comerciales restrictivas), ante el temor al desorden en los mercados de productos básicos y de cara a las inflexiones de la producción y del empleo. Estas liberaciones debían representar en el plano comercial algo similar a lo que en el político había supuesto la liberación de Europa del yugo fascista. El acuerdo futuro se realizaría en el marco de la Carta de las Naciones Unidas, adoptada en San Francisco el 26 de junio. Este tercer pilar de la planeación económica para la posguerra no llegó a fructificar; es cierto que, después de una larga negociación, se firmó en 1948 la Carta de La Habana, que establecía la denominada Organización Internacional de Comercio, pero tal documento no fue ratificado y en su lugar la cooperación comercial internacional hubo de centrarse a partir de 1947 en un acuerdo provisional previo que todavía subsiste: el GATT. Desaparecido el élan de la comunidad de esfuerzos durante la guerra, los constreñimientos económicos del período inmediato abortaron esta parte de la planeación prevista durante el conflicto. Más éxito se había alcanzado en otros campos. Por ejemplo, en mayo de 1943 se celebró, en Hot Springs (Estados Unidos), la primera de una serie de conferencias interaliadas sobre los problemas a largo plazo de la política económica internacional. En ella se abordaron el abastecimiento alimenticio, "para todos los hombres, en todos los países", a los niveles adecuados, y los principios que debían regular la producción y distribución de alimentos para llegar a una "economía de la abundancia". Frente a los acuciantes problemas de la escasez a corto plazo, la conferencia recomendó una intensificación de la actividad productiva, concentrándose en aquellas cosechas que se destinaran directamente al consumo humano. No se olvidaron las cuestiones del transporte y de los mecanismos de distribución internacional de productos. Frente a los acuciantes problemas de la escasez a corto plazo, la conferencia recomendó una intensificación de la actividad productiva, concentrándose en aquellas cosechas que se destinaran directamente al consumo humano. No se olvidaron las cuestiones del transporte y de los mecanismos de distribución internacional de productos alimenticios. Para afrontar a más largo plazo estos y otros problemas habría de establecerse una agencia especializada: a finales de 1944, tal proyecto se vio realizado con la constitución de la FAO (Food and Agriculture Organisation). En noviembre de 1943 se creó en Washington la UNRRA (United Nations Relief and Rehabilitation Administration) para abordar los problemas de escasez en los países devastados por la guerra. El 25 de mayo de 1944 se cursaron invitaciones a 44 Gobiernos (incluido el Comité Francés de Liberación Nacional) para enviar delegados a una conferencia monetaria y financiera en Bretton Woods, New Hampshire, e inmediatamente se solicitó a un pequeño grupo de países que participasen en una reunión preparatoria que se encargaría de redactar un borrador de convenio. El 16 de junio comenzó en Atlantic City esta reunión con representantes de 16 países, además de Estados Unidos. Se plantearon unas setenta sugerencias, aunque no afectaron a las cuestiones básicas sobre las que ya había recaído un acuerdo previo anglonorteamericano. Sin embargo, el camino estaba ya tan trillado que la conferenció de Bretton Woods duró tan sólo del 1 al 22 de julio. Acudieron representantes de 44 países. Se consideraron los 500 documentos adicionales y las controversias no fueron grandes. En Bretton Woods se debatió no sólo el establecimiento del Fondo Monetario Internacional, sino también el del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, cuyo proyecto había sido publicado en noviembre de 1943, pero que hasta pocas semanas antes de la reunión no había generado respuesta británica. Cuando Keynes lo defendió, no fue difícil llegar a un acuerdo. Sería misión del FMI vigilar la aplicación de las normas a que habrían de atenerse las relaciones monetarias internacionales. Le guiaba el deseo de promover la estabilidad de los tipos de cambio y de favorecer un sistema multilateral de pagos, para lo cual prestaría asistencia a los países miembros, con respecto a los cuales actuaría también como órgano consultor. El FMI terminaría convirtiéndose en el centro institucionalizado del sistema monetario del mundo capitalista, que se estructuró de tal suerte que convirtió a Estados Unidos en una nación monetariamente privilegiada. El Banco tenía como finalidad ayudar a la reconstrucción facilitando la inversión de capital para restaurar las economías destruidas o desarticuladas por la guerra, favorecer la reconversión de los medios de producción a las necesidades de la época de paz y estimular el desarrollo de los países atrasados. Para ello prestaría parte de su capital a las naciones que lo necesitasen. Tal capital era el aportado por los países miembros o el conseguido en los mercados internacionales. En un principio, dedicó todos sus esfuerzos a la reconstrucción europea, pero su capacidad financiera resultó claramente insuficiente, como ya se había previsto, y desde 1948 se centró en operaciones a crédito para los países subdesarrollados. Las nuevas instituciones fueron criticadas en los propios Estados Unidos y al principio no funcionaron como se preveía. No es exagerado afirmar, sin embargo, que de no haber sido por el orden económico internacional establecido en la posguerra, la evolución de las relaciones internacionales después de ésta, e incluso el mundo posterior, hubieran sido muy diferentes.
contexto
En la obra de Alberti hay referencias a la Antigüedad, sobre todo a Vitruvio, cuyo modelo de ciudad ideal con una forma próxima al círculo, tendrá gran repercusión en la tratadística renacentista. Alberti no concebía la ciudad como una acumulación de episodios, sino que proponía una ciudad regular y unitaria, concebida casi como un gran escenario, en el que las rectas calles principales y la plaza estarían porticadas, siguiendo el modelo de los foros romanos. Siempre se ha resaltado, al estudiar el tratado de Alberti, el que éste defienda las calles curvas, pues parece un contrasentido cuando, por un lado, alaba también las calles rectas con pórticos y, por otro, nos encontramos en la cuna del urbanismo clásico de los siglos XVI y XVII, que hizo de las calles rectas uno de sus principios. Sin embargo, hay una razón estética en sus argumentos, pues escribe que las calles curvas -con curvas suaves, aclara- hacen que la ciudad parezca más grande y los efectos visuales más ricos, por lo cual son muy adecuadas para las pequeñas ciudades, siendo en cambio las rectas mejores para las grandes. Es de reseñar también la zonificación que propone de la ciudad. En algunos aspectos no rompe con lo que había sido la ciudad medieval, puesto que por ejemplo se refiere a una zona cultivable dentro de las murallas y a barrios para residencia de nobles, como en la Edad Media. En la creación de zonas que respondieran a distintas funciones en la ciudad, proponía que las tiendas estuvieran cerca del foro, con mercados distintos para los distintos productos, dándose un progresivo alejamiento del centro en función de la suciedad y olores que produjeran, pues el tema de la higiene, lo mismo que el del abastecimiento de agua o el de las comunicaciones eran también tenidos en cuenta en el diseño de la nueva ciudad. Si para Alberti determinadas formas urbanas podían corresponderse a formas políticas, Antonio Averlino, llamado Filarete, consagró el papel del mecenas al llamar Sforzinda a la ciudad de su tratado en honor de Francesco Sforza. Filarete, escultor y arquitecto que realizó obras en Milán al servicio de los Sforza, redactó en esa corte su tratado entre los años 1458 y 1464, pero esta obra no se publicó hasta fines del siglo XIX. A pesar de ello fue un texto conocido y el hecho de que por ejemplo Vasari considerara absurdas las propuestas de Filarete nos puede indicar tanto una evolución del gusto arquitectónico como el hecho de la difusión y conocimiento por parte de algunos artistas de la Sforzinda de Filarete. Comenzando por la planta, la ciudad combina las dos formas perfectas del círculo y el cuadrado, pues un círculo envuelve una planta estrellada fruto de la rotación de dos cuadrados. La elucubración sobre si se trataría de un doble perímetro amurallado no impide la consideración de que quizás Filarete quiso que la racionalización que la geometría introduce en el proyecto fuera precisamente la que generara desde su origen la ciudad de Storzinda. Es una ciudad perfectamente realizable si nos atenemos a la planta y la zonificación funcional, pues lo que ha convertido a Fílarete para muchos en un soñador bastante extravagante es más bien el alzado que propone de los distintos edificios: en ellos podemos ver una arquitectura fantástica, que combina paramentos lisos con zonas profusamente decoradas y que a veces puede parecer sacada de un sueño nórdico, extraño a la serenidad clásica. Sin embargo, en otras ocasiones, como en su proyecto de palacio veneciano, la arquitectura responde a una realidad, lo mismo que el proyecto de hospital, o los canales de la ciudad, como los que existían en el ducado de Milán y, sobre todo, en Venecia. Concretando ya en qué consistía, en tanto que propuesta urbana, la ciudad de Sforzinda, encontramos que la plaza es el elemento que articula el entramado urbano. Propone una plaza principal, con la catedral y el palacio como centro cívico y una serie de plazas secundarias en lomo a la principal dedicadas al comercio, que recuerdan sistemas urbanos medievales. En las calles que acabarían en las torres irían iglesias parroquiales y en las que se dirigían a las puertas, mercados especializados. De hecho se ha apuntado que un tema no resuelto por Filarete es el de cómo insertar en un sistema radial de calles el trazado ortogonal de las plazas. Al igual que Alberti, de quien hace grandes alabanzas -"in geometría e in altre scienze intendentissimo", dice de él- se plantea las funciones de la ciudad y de sus edificios. Así por ejemplo, como hemos visto, diferencia las zonas comerciales del centro representativo, que es la plaza mayor, sitúa el teatro y el hospital en un extremo de la ciudad, se refiere a la prisión, a la casa de la moneda, al prostíbulo... y, al indicar los edificios de las plazas y su función, nos aproxima a la realidad de una ciudad pensada a la medida del hombre. El tercer artista que emprendió la tarea de elaborar un proyecto de ciudad fue el sienés Francesco di Giorgio Martini, cuya obra -Trattati di architettura, ingegneria e arte militare- escrita probablemente después de 1482, no fue publicada tampoco hasta el siglo XIX. Además de arquitecto e ingeniero, fue también pintor y escultor, y a él se ha atribuido la perspectiva urbana que se conserva en Urbino, en la que se aprecian arquetipos urbanos de lo que fue la ciudad ideal en el Quattrocento: el templo de planta central y la plaza con pórticos alrededor. En su tratado, la plaza se convierte otra vez en protagonista de la nueva ciudad. Al ser un tratado imbuido de antropomorfismo -en palabras del autor, teniendo la ciudad razón, medida y forma del cuerpo humano la plaza resultaría ser el ombligo de la ciudad. Incluso en algunos estudios para edificios, como el que hace de una basílica, se plantea todo el desarrollo tomando como punto de partida el cuerpo humano. También se plantea una cierta zonificación de la ciudad según las funciones y así, además de la plaza principal con soportales, en la que se colocaría el palacio (de la catedral dice que se debe poder ver bien desde toda la ciudad) habría una plaza para mercado y otra para aduana, almacenes, etc., por otra parte indica que el prostíbulo y las tabernas deben estar alejados del centro. Quizá lo más novedoso de este tratado sea la importancia que adquiere en el diseño de la ciudad el tema de la fortificación. No es extraño esto en un técnico militar e ingeniero como fue Francesco di Giorgio que, además de asesorar a príncipes en la materia, construyó obras de fortificación en distintos lugares. Con su tratado inició una trayectoria que se desarrollaría plenamente en el XVI con las tipologías urbanas de las ciudades fortificadas.
obra
De 28 cm, procede de la cueva de Bruniquel, en Tarnet-Garonne y se conserva en el Museo de Saint-Germain-en-Laye, Francia, fechada en el Magdaleniense IV. Cuidadosa talla que destaca especialmente en la crin del caballo. La técnica empleada en esta obra ha facilitado la ordenación cronológica de algunas pinturas parietales encontradas en la misma zona ya que presenta las mismas características.
fuente
Oficial de la cubierta de proa o vigía en las embarcaciones griegas.
contexto
Hacia finales de 870, el poder omeya daba la impresión de dominar sin demasiada dificultad un Estado complejo desde el punto de vista étnico -se ha visto en varias ocasiones, en las páginas precedentes, destacar grupos árabes, beréberes, indígenas- y desde el punto de vista religioso -se admite generalmente que los cristianos mozárabes seguían siendo mayoría y los judíos eran, casi con seguridad, numerosos a pesar de que en esta época aparecen bastante poco en las fuentes-. El gobierno y la administración se habían perfeccionado sensiblemente después de la época de Abd al-Rahman I y sobre todo, según parece, en época de Abd al-Rahman II. Los impuestos eran regularmente percibidos y producían, según Ibn Hayyan, un ingreso anual de un millón de dinares hacia mediados del IX. Las emisiones monetarias, interrumpidas durante la crisis de mediados del siglo VIII, se habían reanudado, como se vio, hacia el 760 y se desarrollaban regularmente. En el catálogo de Miles sobre las monedas de los omeyas en España se encuentran 47 emisiones durante 27 años entre 763 y la muerte de Abd al-Rahman I en el 788; 28 durante 8 años bajo Hisham I (788-796); 129 durante 26 años bajo al-Hakam I (796822); y 266 durante 36 años bajo Abd al-Rahman II, lo que da medias anuales de 1,7 /3,5/ 4,9 / 7,3 para cada uno de estos cuatro primeros soberanos, entre los años 763 y 852. A pesar del carácter extremadamente elemental de estas cuentas, se percibe bastante bien, a través de las cifras, una continua mejora cualitativa y cuantitativa del rendimiento del aparato estatal, es decir su perfeccionamiento desde el punto de vista del gobierno central, dueño de una acuñación monetaria muy centralizada. Esta relativa facilidad brindó al poder de Córdoba los medios suficientes para seguir la actividad constructora de su fundador (segunda fase de la mezquita de Córdoba bajo Abd al-Rahman II) y una capacidad militar que le permitió no sólo detener en la medida de lo posible las amenazas de disidencia interior, sino también realizar operaciones en el exterior y tener a raya a los Estados cristianos. Esta impresión de un refuerzo continuado del Estado omeya se encuentra extrañamente desmentida en la segunda parte del reinado del emir Muhammad (muerto en el 886). El bajón brutal del poder central que se produjo alrededor del año 880 plantea un problema histórico difícil de solucionar y la crisis del fin del IX y del comienzo del X merece un atento examen.
contexto
El progresivo desarrollo de las nuevas formas de actividad económica que caracterizan el proceso de industrialización hizo que, desde mediados de siglo, la economía europea entrara en una fase de clara prosperidad. Atrás habían quedado las dificultades experimentadas durante los primeros años de difusión del capitalismo industrial, que dieron lugar a lo que se conoció en Europa como los hambrientos años cuarenta. Había sido una época de trabajo obrero no especializado y barato, realizado en buena medida por mujeres. Aunque hubo grandes desigualdades en el disfrute de esta prosperidad (el sur y el este de Europa continuaron siendo zonas muy atrasadas) la prosperidad material contribuyó al reflujo de las tensiones revolucionarias.Esta prosperidad material, que vino acompañada por mejoras tecnológicas, avances científicos y estabilidad política, hizo posible que se generalizara una mejora en las condiciones de la vida diaria, lo que tuvo inmediatos efectos demográficos. Por otra parte, miles de personas se fueron a vivir a ciudades, en las que había mayores comodidades, y en torno a las cuales se estaban formando las nuevas industrias características del periodo.
contexto
Si relacionamos extensión territorial y movimiento comercial, es obligado afirmar que ningún país europeo alcanzó durante el siglo XVII la potencia económica de las Provincias Unidas. Habituados a obtener el máximo rendimiento de su agricultura, a desarrollar sus industrias y a comerciar con todos sus vecinos, vendiendo allí lo que compraban acá, los neerlandeses -aprovechando la tradición mercantil del país y el desplazamiento del tráfico comercial desde el eje del Mediterráneo al Atlántico aumentaron su capacidad de producción y potenciaron sus intercambios comerciales.Pero no debe despreciarse el elevado flujo humano de flamencos, brabanzones o valones (protestantes o no), de hugonotes franceses, de judíos sefarditas, que se establecieron en Amsterdan (un tercio de su población era foránea a finales del siglo XVI), Leyden o Haarlem. Así, no se olvide que la familia Trip, comitente de Rembrandt, Maes y Cuyp, procedía de Lieja. Esa masa migratoria aportó técnica especializada y, sobre todo, buena parte del capital que hizo posible la fundación del Banco de Amsterdam (1609) y de las dos grandes compañías comerciales que se aseguraron el monopolio del tráfico colonial.En 1596, los Estados de Holanda ya declararon que "del dominio del mar y del desarrollo de la guerra en el agua depende la prosperidad del país". No se equivocaron. Desde finales del siglo XVI, los marinos holandeses y zelandeses (los pordioseros del mar), convertidos en redistribuidores desde Lisboa de los productos de las Indias Orientales, intentaron la explotación directa de esas ricas materias, orientando su actividad marítima al descubrimiento de nuevas vías de comunicación y a la apertura de otros mercados. En 1602, la burguesía holandesa -y detrás, Oldenbarneveldt- fundó la Compañía de las Indias Orientales que emprendió, protegida por un ejército propio y al amparo de privilegios, la explotación colonial en Insulindia, fundando Batavia (1610), ocupando Malaca y parte de la isla de Ceilán, comerciando con Japón y China, estableciendo las bases coloniales de El Cabo (1652) e instalándose en Guinea. En 1621, con igual finalidad comercial, pero no exenta de intencionalidad política por el odio a lo español, la misma plutocracia burguesa fundaría la Compañía de las Indias Occidentales, que atacaría las posesiones de la Corona hispano-portuguesa y buscaría la colonización estable en Brasil (1630-45) y la Guayana, y fundaría en el norte, en la desembocadura del río Hudson, la colonia de Nueva Amsterdam.Basándose en la ubicación de las factorías y los corresponsales, la división de los riesgos individuales y el oportunismo coyuntural, y poniendo en marcha una marcada capacidad de iniciativa y los capitales acumulados, especularon con amigos y enemigos y traficaron con todo, desarrollando un comercio interregional con productos que ellos nunca explotaban directamente. De Extremo Oriente y Africa exportaban arroz, azúcar, especias, maderas preciosas, marfil, oro, diamantes y estaño, que distribuían por toda Europa. Aprovechando las agudas crisis de subsistencia sufridas por los países del Mediterráneo, entre 1580-1650 enviaron a España, Italia y Francia trigo, cebada y centeno comprados en los Estados del Báltico (Prusia y Polonia), regresando con vino, fruta, sal o metales preciosos. Si exportaban telas de Leyden, volvían cargados con hierro y madera de Suecia. Con razón, fueron llamados los carreteros de los mares por el embajador inglés sir William Temple. Un dato tan sólo: al mediar el siglo XVII, la marina neerlandesa contaba con 3.500 navíos y una capacidad de 600.000 toneladas, el doble de las flotas francesa e inglesa juntas.República de comerciantes (hasta cuando ejercían de gobernantes y administradores), muy lejos de ser democrática -como tan alegremente se repite-, era con todo el país más tolerante del momento (libertades de religión, imprenta y expresión), que episodios como el exilio de H. Grozio o el acoso a que fue sometido Spinoza por los judíos, enturbian pero no destruyen. Aun así, para comprender todas sus manifestaciones, incluidas las artísticas, debe sopesarse el credo de su clase rectora, que creía a ciegas que su riqueza y bienestar eran extensivos al resto de la sociedad y al total de sus conciudadanos. Si así no sucedió, lo cierto es que la mediana y pequeña burguesía de comerciantes, tenderos y artesanos, los profesionales liberales, funcionarios y militares, y hasta los ministros de las diferentes iglesias, los pocos nobles, los cortesanos de La Haya y los mismos príncipes de Orange pretendieron, unos por gusto y otros forzados a ello, emularlos en cierta medida y según sus capacidades financieras. En este sentido, viene explicándose el rápido ascenso económico de las dinámicas y explosivas Provincias Unidas como el más convincente ejemplo de la influencia de la austera y rigurosa ascesis calvinista en el predominio capitalista. Según ello, los burgueses neerlandeses encontraron en la moral activa del calvinismo, y en su especial valoración del trabajo profesional, entendido como misión providencial asignada a cada individuo, la base doctrinal que confería plena satisfacción a sus ideales en torno a la acumulación de capital y los estímulos necesarios para sus actividades laborales y económicas.El éxito de la ortodoxia calvinista fundada en la doctrina de la predestinación (la fe del creyente en la elección individual por Dios para la salvación, redimido por sólo los méritos de Cristo), implicó extirpar de la comunidad de creyentes la angustia de la duda y hacerla más laboriosa para la vida terrena, para la actividad profesional. De este mecanismo psicológico derivaría, precisamente, el gran despegue comercial y la asombrosa prosperidad económica de las Siete Provincias Unidas durante el siglo XVII.Si tales afirmaciones parecen excesivas, erróneo sería negar que el calvinismo -una de las mayores fuerzas impulsoras de la rebelión y del progreso neerlandés, a pesar de ser minoría a fines del siglo XVI y principios del XVII, y aunque hacia 1650 sólo representaba el 55 por 100 de la población- estimuló el ansia de trabajo, el afán por la acumulación de capitales, el gusto por la creación y el deseo de triunfo social como reflejo de la voluntad electiva divina.