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termino
acepcion
En el esquema evolucionista de L.H. Morgan, barbarie es el segundo estadio de la evolución cultural humana, superior al salvajismo e inferior a la civilización. El paso del salvajismo a la barbarie se produce cuando los grupos humanos conocen la alfarería y la agricultura. Se distingue entre inferior y superior.
acepcion
En el esquema evolucionista de L.H. Morgan, una de las dos fases -junto a la superior- en que se divide la barbarie. Las poblaciones que se hallan en esta fase evolutiva tienen como unidades sociales básicas al clan y a la aldea, surgiendo las prohibiciones sobre el incesto.
acepcion
Según el esquema evolucionista de L.H. Morgan, una de las dos fases -junto a la inferior- en que se divide la barbarie. Según este autor, durante esta fase de la evolución cultural de los grupos humanos surgen la metalurgia y la propiedad privada, la filiación cambia de la línea femenina a la masculina y se origina la poliginia.
termino
acepcion
Nombre con que el que se hace referencia a los pueblos llegados del extranjero. Los griegos empleaban este término, aunque sin el carácter peyorativo que adquirió con el paso del tiempo.
contexto
El reparto del establecimiento de los pueblos bárbaros invasores se hizo mediante sorteo. Durante los primeros años, en el territorio ocupado por los bárbaros debieron producirse escenas de pánico y continuos saqueos. El relato de Hidacio, obispo de Aquae Flaviae (Chaves), nos informa principalmente sobre los horrores que la Gallaecia padeció tras la llegada de los suevos, considerándolos uno de los cuatro azotes -junto con el hambre, la peste y las bestias feroces- "que había anunciado el Señor por sus profetas". Tras el asentamiento de estos pueblos, "los hispanos de las ciudades y de los pueblos fortificados que habían sobrevivido a las atrocidades de los bárbaros, dueños de las provincias se resignaron a la servidumbre", añade Hidacio. Hoy día hay una tendencia a considerar el relato de Hidacio un tanto desmedido. Se señala que el número de suevos no debía sobrepasar los veinte o veinticinco mil, de los que menos de la mitad serían hombres en condiciones de luchar. No obstante, nosotros nos inclinamos a creer que Hidacio da voz al horror que los habitantes de las ciudades -en todo el Occidente- sentían ante los bárbaros. Ciertamente sus razzias no debieron ser continuamente destructivas, pero su establecimiento en estos primeros años no ofrece una impresión de permanencia (al contrario de lo que sucederá posteriormente con los visigodos), a quienes acompañó una voluntad de asimilación con los pueblos hispanos. En esta situación, no es extraño que estos pueblos procedentes de regiones subdesarrolladas septentrionales tuviesen una especie de fiebre del oro al entrar en contacto con civilizaciones más ricas y que su depredación acelerara la quiebra de la economía hispana. Aliados coyunturales de estos pueblos fueron los bagaudas. Estos aparecen identificados en las fuentes a menudo bajo el nombre de ladrones, esclavos rebeldes, plebe indócil, etc. Este movimiento había ocasionado ya graves problemas en el siglo III y había sido reducido por Maximiano con cierta facilidad, pero en los comienzos del siglo V reaparece en las Galias y en Hispania. En Africa, este movimiento de desarraigados rebeldes -denominados circumcelliones- asume unas connotaciones religiosas particulares. La herejía donatista había adquirido una gran extensión en las provincias africanas y existía un abierto enfrentamiento entre la Iglesia católica y los donatistas. Los circumcelliones eran donatistas, sin poder precisar si fueron los donatistas los que decidieron atraerlos o ellos los que se acercaron a los enemigos de la Iglesia oficial. San Agustín calificaba a estos enemigos de dentro como ladrones y los consideraba peores que los bárbaros. En las Galias e Hispania, los bagaudas no tuvieron más connotaciones religiosas particulares. Si en Hispania asaltaron y mataron al obispo de Tarazona, en otras ocasiones contaron con obispos que no sólo les ofrecieron comprensión, sino que incluso se prestaron a interceder por ellos ante las autoridades romanas, como hizo el obispo de Auxerre, Germán. La hostilidad de los bagaudas hacia la Iglesia católica y el enfrentamiento con el alto clero obedecía más bien a la condición de grandes propietarios de muchos obispos y a su orientación política, que los identificaba con la política oficial del Imperio. Algunos estudiosos, entre ellos A. Barbero y S. Mazzarino, han visto un sentimiento anticatólico de los bagaudas españoles que la predicación priscilianista habría alentado. No obstante, los datos al respecto no resultan muy evidentes, como veremos al tratar sobre el priscilianismo. Siendo sus principales enemigos el Estado romano y los grandes propietarios, los bagaudas esperaban encontrar una ayuda en las invasiones que, ciertamente, a veces obtuvieron. La alianza de estos sectores oprimidos y rebeldes con los bárbaros explica en algunos casos el éxito de las invasiones. Frente a las revueltas de los bagaudas y al peligro que suponía la colaboración entre los rebeldes y los bárbaros, las oligarquías del Imperio Romano Occidental eligieron el mal menor: se aliaron con la aristocracia de las tribus bárbaras y utilizaron las fuerzas militares de los bárbaros federados para reprimir las revueltas de estos humiliores. En muchos casos prefirieron dividir sus tierras con los bárbaros que arriesgarse a perderlas todas. En Hispania los bagaudas actuaban principalmente en la zona septentrional y sobre todo en la Tarraconense. Como antes dijimos, habían establecido una alianza con los suevos efectuando operaciones de rapiña conjuntamente. Hidacio nos informa de que en el año 441 tuvo que ser enviado a Hispania el magister militum utriusque militiae, que tenía el mando supremo de la caballería y la infantería, llamado Asturio, para hacer frente a una sublevación de bagaudas en la Tarraconense. Sin embargo, el éxito de su campaña no parece haber sido el esperado -pese a que Hidacio le expresa su admiración por haber matado gran número de bagaudas- puesto que en el año 443 fue sustituido en su cargo militar por el poeta español Merobaudes. Sabemos que éste les infligió una seria derrota en Aracelli, lugar próximo a Pamplona, en el país de los vascones, cuyo topónimo se ha conservado en el nombre del río Araquil. Sin embargo no logró suprimirlos, pues en el año 449 aparecen de nuevo bajo el mando de un jefe, llamado Basilio, moviéndose en una área bastante extensa del valle del Ebro. Es entonces cuando atacan Tarazona dando muerte a unos federados y a León, obispo de la ciudad. A continuación, en compañía de Requiario, rey de los suevos, devastaron la ciudad de Zaragoza y juntos tomaron parte en el saqueo de Lérida. A través de Hidacio sabemos que, años después, también la región de Braga se vio agitada por movimientos bagáudicos. Su composición social, como hemos dicho, constaba de esclavos agrícolas y colonos (ignari agricolae, los llama Maximiano), así como de pequeños campesinos libres empobrecidos. En el Panegírico de Maximiano, al narrar la victoria del emperador sobre ellos, se dice que los labradores formaban la infantería y los pastores la caballería de aquel ejército devastador rústico que, dirigido entonces por Eliano y Amando, hizo frente al emperador Maximiano. Su principal refugio, tras sus razzias e incursiones devastadoras, era el país de los vascones. En esta zona, prácticamente sin romanizar y cuyos individuos -según Paulino de Nola- se caracterizaban por su ferocidad (término contrapuesto a civilitas), los esclavos y colonos fugitivos encontraron fácilmente ayuda, ya que los vascones fueron también un elemento activo en esta práctica de hostigamiento a los grandes propietarios. Para ellos la romanización significaba el sometimiento a las mismas condiciones de esclavitud y colonato al ser incorporados al régimen de gran latifundio y, por tanto, sus intereses se identificaban socialmente con los de los bagaudas. A través de todos los datos expuestos se hace patente la progresiva crisis social que durante el siglo IV fue alcanzando a toda la diócesis y que, a comienzos del siglo V, llegó al enfrentamiento en el terreno político que supuso tanto una guerra entre unas y otras facciones romanas como la penetración y asentamiento de pueblos bárbaros en más de la mitad del territorio peninsular y, en el aspecto social, la existencia de bandas cuya situación de penuria y desesperanza los llevó a exteriorizar su protesta de una manera clara y violenta.
obra
De nuevo es un fusilamiento - como en No se puede mirar - el protagonista de esta horrible escena, en la que Goya ha situado al condenado atado frente al árbol. El comentario que titula la estampa es una muestra más de repulsa hacia todo acto violento por parte del artista.
Personaje Militar
Pirata turco nacido hacia 1465, Hayr al-Din, de sobrenombre Barbarroja, reconoció sumisión al sultán otomano Selim II y se alió con éste para combatir la potencia española en el Mediterráneo,tomando parte en la batalla de Lepanto. Así, tomaron Argel en 1529 y edificó el puerto de la ciudad, estableciendo un importante punto estratégico. Tras ser nombrado almirante de la flota otomana por Solimán el Magnífico en 1533, asoló Túnez en 1534 y Mahón un año más tarde, aliándose con Francia en contra de Carlos V entre 1543-44. La paz de Crépy de 1544 le obligó a retirarse.
Personaje Militar Político
Hijo del duque de Suabia, Federico II, y de Judith, hija de Enrique el Soberbio, era además sobrino de Conrado III. Heredó de su padre el título de duque, siendo elegido rey de Alemania y de romanos en 1152. Su nombramiento pretendía poner fin a las disputas entre güelfos y gibelinos, pues era miembro de la casa de Welf y de la Hohenstaufen. Consiguió pacificar Alemania y limitar el poder de los señores feudales durante los dos primeros años de su reinado. Su principal pretensión fue recuperar el antiguo poder y prestigio del Imperio. Para ello, fijó el foco de su política y ambiciones sobre la Península italiana. En 1154 atacó Roma, en la primera de una serie de seis expediciones contra suelo italiano. Temeroso de su vida, el papa Adriano IV (1154-1159) huyó de la ciudad. Se enviaron entonces mutuas embajadas que lograron concertar una entrevista en Sutri entre ambos dirigentes. Orgulloso, Federico Barbarroja no se quiso someter al tradicional gesto de sumisión al pontífice de sostenerle el estribo, hasta que fue informado de que dicha tradición, por lo demás simbólica, no significaba en modo alguno vasallaje. Consiguió ser coronado por Adriano IV rey y emperador del Sacro Imperio el 18 de julio de 1154, en Roma, tras derrotar la rebelión comunal encabezada por Arnaldo de Brescia. Este pedía en sus predicaciones el fin del poder temporal de los papas, calando sus ideas en el pueblo romano. La rebelión finalizó cuando Adriano IV lanzó un interdicto contra Roma, sometiéndose sus habitantes y expulsando a Arnaldo de Brescia, quien será ajusticiado por Federico Barbarroja. De vuelta a Alemania, pacificó el territorio nombrando a Enrique el León duque de Baviera y permitiendo a Enrique Jasomirgott cambiar su título de marqués de Austria por el de duque. La amistad de Adriano IV y Federico Barbarroja se vio rota cuando, en 1156, el Papa se vio obligado a levantar la excomunión que pesaba sobre Guillermo de Sicilia, confirmándole como rey de Sicilia y Nápoles. Esta decisión contrarió al emperador, pretendiente de ambos reinos. Los consejos de Reinaldo Dassel, canciller del Imperio, hicieron creer al emperador que el Papa lo consideraba vasallo de la Iglesia, basándose en una pintura existente en Letrán en la que se figuraba la coronación de Lotario bajo la inscripción "El emperador es hecho vasallo del Papa". La pintura fue entonces destruida y la enemistad con el papa empezó a renacer. Un nuevo episodio sucedió durante la Dieta de Besançon (1157), a la que el Papa mandó dos representantes para protestar por el encarcelamiento del arzobispo Eskill, de Lund, junto con una carta en la que consideraba al trono imperial como un beneficio para la Iglesia. Una deficiente traducción de la carta a cargo de Reinaldo Dassel hizo entender al emperador que el Papa lo seguía considerando su vasallo. Inmediatamente se desataron las hostilidades y comenzaron a publicarse escritos contra Adriano IV, postulando Federico I que el Papado debía subordinarse al Imperio. Además, el emperador otorgó en feudo los dominios de la marquesa Matilde, que ésta había legado a la Iglesia, cedió Cerdeña a Welf de Baviera, apoyó a los romanos contra el Papa y rompió los acuerdos tomados en el Concordato de Worms al nombrar por su cuenta a Reinaldo Dassel y Guido de Blandrate como arzobispos de Colonia y Rávena, respectivamente. Dispuesto Adriano IV a excomulgarle, su muerte en 1519 le impidió finalmente realizarlo. En pleno enfrentamiento con la Santa Sede, defendió en la Dieta de Roncaglia (1158) la idea de una autoridad política fuerte desempeñada por el emperador del Sacro Imperio, ejercida de manera absoluta y universal, y con la capacidad de defender e intervenir en los asuntos de la Iglesia. La pretensión de limitar el poder del Papado exclusivamente a la esfera espiritual le enfrentó también al papa Alejandro III (1159-1181), sucesor de Adriano IV, quien apoyó en 1167 la creación de la Liga Lombarda, lo que provocó la expulsión de las tropas imperiales de territorio italiano. Por su parte, Federico Barbarroja apoyó la elección del antipapa Víctor III (1159-1164), un mero instrumento del emperador para controlar la política de la Iglesia, iniciando una estrategia que proseguirá a la muerte de éste con Pascual III (1164-1168). El apoyo a los antipapas le costará a Federico Barbarroja ser excomulgado y la absolución a sus súbditos del juramento de fidelidad que les ligaba con el emperador. Aunque se encontraba aislado entre los monarcas cristianos por su apoyo al antipapa Pascual III, Federico Barbarroja logró entrar en Roma en 1167, entronizar en el Vaticano al antipapa y hacerse coronar por él. Sin embargo, una epidemia asoló a sus ejércitos, registrándose un gran número de víctimas mortales, entre ellas Reinaldo Dassel, diez obispos y gran parte de los nobles. Además, el apoyo de la Liga Veronesa al Papa, más tarde incrementado su poder como Liga Lombarda, obligó al emperador a iniciar intentos de pacto con Alejandro III, que serán finalmente abandonados al reconocer Federico I como papa a Calixto III (1168-1178). En 1174 reanudó por quinta vez sus intentos de expansión pero fue derrotado en Legnano (1176) y fue obligado a aceptar los tratados de Venecia (1177) y Constanza (1183), por los que reconocía a Alejandro III como Papa, renunciaba a sus pretensiones de dominio sobre los Estados Pontificios, reconocía el poder temporal del pontífice y otorgaba autonomía a las ciudades bajo su jurisdicción. A cambio, se le levantaba la pena de excomunión. No obstante, su hegemonía sobre extensos territorios en el norte de Italia siguió incuestionable, habiendo anexionado Borgoña mediante matrimonio en 1156 y vinculado al Imperio la región de Sicilia gracias a la boda (1186) de su hijo Enrique con Constanza, hija del rey de aquél territorio. Federico Barbarroja murió ahogado en 1190 al intentar cruzar el río Saleph, durante la Tercera Cruzada emprendida contra Saladino.