Los textos publicados sobre el arte románico en Navarra nos presentan como la primera obra románica de entidad el edificio del monasterio de Leyre. Se trata de la abadía con más solera del reino y que para algunos autores fue la más importante, tanto en cuanto a aspectos políticos como religiosos. Sin embargo, esta imagen triunfal de Leyre, que pudo ser cierta en determinados momentos, no fue una constante de toda su historia y seguramente ha podido falsear la realidad a la hora de estudiar algunos de los aspectos artísticos de este conjunto, especialmente los relativos a la portada de los pies. De hecho, la abadía pudo gozar de la posición indicada en la consagración documentada en 1057, pero seguramente, como sugiere L. M?. de Lojendio, su papel no era tan destacado en el momento de la consagración de 1098. De cualquier modo, los conflictos que la abadía mantuvo frente al obispado de Pamplona después de 1078 determinaron durante el siglo XII un gran gasto de los fondos de Leyre y un claro declive de su importancia en todos los ámbitos en los que en otro momento había tenido un papel destacado. No trataremos aquí los problemas relacionados con las fechas de consagración de la iglesia de esta abadía y las partes del edificio que estuvieron listas para ellas, ya que ello implicaría consideraciones arquitectónicas que no podemos realizar ahora, pero sí se puede suponer que los capiteles tallados de la cripta y la cabecera de la iglesia alta corresponden probablemente a la segunda consagración, como parece suponer Lojendio al indicar que los capiteles de la cripta pudieron ser colocados, pero no decorados en un primer momento y que su decoración se realizó en el mismo momento que los de la cabecera de la iglesia alta. Estos capiteles son interesantes por su primitivismo e ingenuidad, presentando problemas en cuanto a su datación y modelos seguidos, pero en ellos la recuperación del modelado escultórico, en un sentido estricto, es aún muy precaria. De cualquier modo, para algunos autores este tosco y sumario concepto de la talla de piedra es una muestra de lo que en Navarra se hacía en el campo escultórico antes de la creación y difusión de un arte relacionado con el Camino de Peregrinación.
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La cuñada de Van Gogh, Johanna Bonger, espera un hijo para el mes de enero de 1890. Vincent se siente feliz ante la noticia - especialmente al conocer que le van a poner su nombre si es un niño como así ocurrirá - aunque ligeramente receloso ante la posible pérdida de atención que pueda mostrar su hermano ante el nacimiento de un hijo. Quizá como homenaje elabore esta bella composición, inspirada en una estampa de Millet pero adaptada al lenguaje artístico de Vincent, tomando como punto de partida el Impresionismo. Así el escenario se llena de una potente luz solar que proyecta sombras malvas, resaltando las tonalidades amarillas y verdosas incluyendo toques de blanco en la escena. La pincelada es rápida y empastada, destacando los trazos caracoleantes que observamos en la parra o en algunos matojos, mientras las líneas de contorno están marcadas con un trazo oscuro que recuerda a Gauguin. Las "traducciones" de las estampas de Millet se pueden considerar auténticos originales donde Van Gogh expresa los profundos sentimientos que desarrolla en su interior.
contexto
Una edulcorada tradición habla de cómo León IX aceptó la designación como Papa por Enrique III a condición de que fuera -como así lo fue luego- aprobada por el clero y el pueblo de Roma. El nuevo Papa era, en efecto, hombre plenamente comprometido con las ideas de reforma. Así lo demostró rodeándose de un eficaz grupo de colaboradores bien conocidos por sus ansias de renovación. Entre ellos se encontraban el archidiácono de Lieja Federico de Lorena, Hugo Cándido, el cardenal Benon, Ogier de Perusa, Mainardo de Urbino, Hildebrando y, sobre todo, los máximos representantes de las facciones reformistas lotaringia e italiana: Humberto y Pedro Damián. El primero, monje en el monasterio de Moyenmoutier era hombre de sólida formación y fue elevado a cardenal y obispo de Silva Cándida. Se erigió en el principal teórico de la reforma en su sentido más radical. Pedro Damián, un ravenés ermitaño en Fonte Avellana era, desde tiempo atrás, el paladín de la reforma en la región de las Marcas. Aunque de un espíritu ascético a veces excesivo era, al contrario que Humberto, partidario de soluciones templadas en los temas de investiduras y de relaciones entre Papado e Imperio. La actuación de León IX durante sus cinco años de reinado (1049-1054) se dejó sentir en todos los rincones de la cristiandad. Los legados pontificios, provistos de plenos poderes, empezaron a convertir en realidad los ideas de reforma. El propio Papa fue un hombre personalmente activo que pasó buena parte de su vida recorriendo Europa. En los primeros meses de su gobierno presidió un sínodo en Pavía y otro en Reims en donde puso en evidencia a un nutrido grupo de obispos franceses que habían accedido a su cargo simoniacamente. A renglón seguido otro sínodo del clero alemán mantenido en Maguncia con la presencia del emperador condenó severamente el nicolaísmo y las prácticas simoníacas. En la primavera de 1050 un sínodo romano condenó los errores en materia eucarística de Berengario de Tours. Nuevas reuniones (sínodos de Vercelli y Augsburgo, conferencia con el emperador en Presburgo...) acrecentaron el prestigio de un Papa que, como cabeza de la Cristiandad, se hacía visible en buena parte del territorio europeo. Los últimos años de su gobierno fueron, sin embargo, poco afortunados. En 1053 León IX emprendió una campaña contra los normandos del sur de Italia que, acaudillados por Roberto Guiscardo, habían invadido el territorio pontificio de Benevento. El Papa fue derrotado en Civitella del Tronto y cayó prisionero. Sólo obtuvo la libertad a cambio de reconocer a los normandos la posesión de los territorios del Mediodía italiano que habían conquistado en los años anteriores. Igualmente desafortunado fue el intento pontificio (el mismo año de 1054) de dulcificar las relaciones con Constantinopla. La intemperancia del patriarca oriental Miguel Cerulario y la del embajador papal cardenal Humberto serían, en efecto, el detonante para un cisma que, si no definitivo, había de enrarecer peligrosamente las relaciones entre las iglesias latina y griega. Pese a estos fracasos, las líneas de reforma marcadas por León IX fueron seguidas por sus sucesores Víctor II (1054-1057) y Federico de Lorena, que tomo el nombre de Esteban IX (1057-1058). El viejo equipo de reformadores mantuvo la antorcha de la regeneración eclesiástica: en estos años, precisamente redactó Humberto de Silva Cándida su "Adversus simoniacos". Algunos autores han visto en este tratado el precedente doctrinal para la regulación de elección de Papa que se produciría en los meses inmediatos. En efecto, en 1058 y tras un forcejeo con la nobleza romana, los cardenales encabezados por Hildebrando elevaron al solio pontificio al obispo Gerardo de Florencia que tomó el nombre de Nicolás II. Su breve reinado (1058-1061) fue enormemente fructífero. En un concilio tenido en San Juan de Letrán en la primavera de 1059 se promulgó un importante decreto por el que se sustraía al emperador y a las facciones nobiliarias romanas el privilegio de designar Papa. En el futuro éste seria elegido por los cardenales obispos apoyados por los cardenales presbíteros y cardenales diáconos. Un cuerpo electoral que, por esas fechas, apenas sí rebasaría el medio centenar de miembros. En último término, los restantes clérigos y el pueblo de la ciudad prestarían su consentimiento. Como deferencia al emperador, el decreto añade una coletilla: la elección se haría siempre "Salvo debito honore et reverentia dilecti filii nostri Henrici". La habilidad política de Nicolás II se reafirmó con los pactos suscritos con los normandos del sur de la península: Roberto Guiscardo y Ricardo de Aversa obtuvieron la sanción pontificia para sus territorios conquistados y por conquistar: Apulia, Calabria, Capua, la isla de Sicilia. En estos belicosos caudillos tendrían los futuros pontífices unos eficaces aliados en su pugna con los emperadores alemanes. Más dilatado reinado que el de Nicolás II fue el de Anselmo de Luca, papa Alejandro II (1061-1073), elevado al solio pontificio en pugna con el obispo Cadaolo de Parma acusado por sus rivales de nicolaíta. Los mecanismos de la reforma seguían funcionando con eficacia. El nuevo Pontífice se manifestó como activo reformador enviando legados a los distintos reinos del Occidente y persiguiendo a los clérigos concubinarios de Cremona y Piacenza. En Milán estalló un movimiento reformista popular (la pataria) para combatir la simonía y el nicolaísmo de los clérigos de Lombardía. Con el tiempo, el movimiento fue adquiriendo unos matices antinobiliarios y anti alto clero que empezaron a ser sospechosos a la curia romana. En Alemania el Pontífice topó con mayores dificultades. La muerte de Enrique III en 1056 abrió un periodo de minoridad (la de su heredero Enrique IV) en el que la simonía retoñó con fuerza: las designaciones para las altas dignidades eclesiásticas se hacían en nombre del rey. Tuvo, sin embargo, el Pontífice un gesto de autoridad en los últimos meses de su vida: su oposición al intento de divorcio del joven soberano germánico y la excomunión de algunos de sus consejeros. En 1073 moría Alejandro II y el pueblo de Roma aclamaba como nuevo Pontífice a uno de los supervivientes de la generación de grandes reformadores: Hildebrando. El nuevo Papa tomó el nombre de Gregorio VII.
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La tradición señala que el primer rey fue Rómulo, hijo de Marte y rey en cierto modo mítico, al que había correspondido crear el primer ordenamiento político de la ciudad. Es además el rey epónimo, pues su nombre significa Romano. De él nos dicen las fuentes que, después de fundar la ciudad, habría buscado incrementar el número de sus súbditos por dos procedimientos: abriendo un asilo o refugio sobre la colina del Capitolio, donde se establecieron gentes marginadas de otras comunidades y comerciantes extranjeros, y raptando mujeres sabinas. Este último episodio se sitúa durante la celebración de las fiestas en honor del dios Conso, a las que habían acudido muchos sabinos y gentes de otros pueblos vecinos. Los hombres de Rómulo se apoderaron de sus mujeres. Tito Tacio, rey del pueblo sabino de Curi asaltó Roma y tomó el Capitolio. Posteriormente, ambas aldeas se fusionaron y llegaron a constituirse en una sola ciudad con dos reyes hasta la muerte de Tito Tacio. A través de este relato apreciamos el carácter abierto de la ciudad de Roma desde sus inicios. Individuos de distintos lugares y condiciones se acogieron al derecho de asilo que la tradición atribuye a Rómulo. Así, el sucesor de éste, Numa Pompilio, era un sabino, como también lo fueron Tulio Hostilio y Anco Marcio. Esto viene a probar la presencia de un importante número de sabinos en la Roma de los comienzos y, probablemente, la fusión inicial de dos comunidades distintas: la del Palatino, núcleo original de la ciudad, y tal vez la del Quirinal, ya que existen justificadas teorías sobre la existencia en esta colina de un poblado de sabinos emigrados del interior apenínico. Algunos de los ritos, cultos y costumbres sabinas pasaron a formar parte del patrimonio cultural romano desde épocas muy arcaicas. Por ejemplo, el culto al dios sabino Quirino, identificado por los romanos a veces con Marte y a veces con el divinizado Rómulo. Esta dualidad parece corresponderse con la existencia muy temprana de colegios sacerdotales dobles como los Luperci Quinctiales y los Fabiani. La existencia de las tres tribus primitivas -Ramnes, Tities y Luceres- y de triadas divinas, como Júpiter, Marte y Quirino, que es la más antigua, podría relacionarse con la anexión de una tercera colina, tal vez el Aventino, a la que, según la leyenda, se retiraría Remo, el hermano y rival de Rómulo. El Aventino fue también el centro de los cultos de la plebe romana durante las luchas patricio-plebeyas de los primeros tiempos de la República. Posteriormente, el número pasará a cuatro, con la anexión tal vez del Celio y así hasta culminar el proceso de unificación de las aldeas de las siete colinas. Aunque el proceso ordenado de la unificación de las colinas no puede establecerse con seguridad, sí sabemos con certeza que se fue produciendo un fenómeno de sinecismo entre las comunidades asentadas en las distintas colinas y que el núcleo primitivo de la ciudad fue el Palatino, tal como confirma la tradición y los hallazgos arqueológicos. Por esta razón, algunos historiadores dan a Rómulo el sorprendente pero preciso título de rey del Palatino, por ser esta colina el núcleo embrionario de la ciudad y porque ésta aún no se llamaba, casi con seguridad, Roma. El historiador Aulo Gelio dice expresamente que "el más antiguo pomerio, que fue creado por Rómulo, terminaba en la parte baja del monte Palatino". El pomerio (igual a post murum) era el límite de la inicial ciudad palatina. Si atendemos a la tradición, esta debía quedar protegida por algún tipo de muro o fortificación, ya que se ha conservado el recuerdo de dos puertas de la ciudad: la Mugonia y la Romanula, hacia el Oeste, o sea hacia el Rumón, que era la antigua denominación del Tíber y el auténtico origen del nombre de la ciudad. La tradición atribuye unas funciones concretas y específicas a cada uno de los primeros cuatro reyes. Así, Rómulo aparece como el fundador de la ciudad y el que instauró no sólo la institución monárquica, sino también los primeros órganos de gobierno: el Senado y las Curias. Numa Pompilio habría sido el artífice de las instituciones sociales y religiosas de la ciudad. Se le atribuye la creación de colegios sacerdotales, además de la reforma del calendario. Tulio Hostilio y Anco Marcio son presentados con funciones principalmente guerreras. Al primero se le atribuye la destrucción de Alba Longa y la creación de una curia destinada a la actividad jurídica, que fue llamada Curia Hostilia. Anco Marcio habría eliminado las aldeas situadas inmediatamente al sur de Roma (Politoro, Ficana...). Se le atribuye también la creación de unas salinas en Ostia y la construcción del primer puente de madera sobre el vado del río Tíber, el Pons Sublicius. Si tales actividades fueran ciertas, éstas habrían obedecido sin duda al incremento y la seguridad del tráfico como consecuencia del control de las salinas situadas en la desembocadura del Tíber.
contexto
Coincidiendo con el inicio de la mejora climática y a lo largo de casi dos milenios (10.500-8200 a.C. según dataciones de C14), un conjunto recurrente del registro arqueológico ha permitido definir y conocer las características de los últimos cazadores-recolectores de la zona, definidos como la cultura Natufiense. Su contribución a las hipótesis sobre el origen de la agricultura se ha visto progresivamente reforzada, si bien no exenta de polémica y de limitación dificultosa. En efecto, el hecho de admitir una transición gradual de las características que permiten definir unas nuevas formas económicas y sociales obliga a revisar, dentro de los periodos de transición, a los últimos cazadores-recolectores, insistiendo especialmente en los aspectos socioeconómicos y los patrones de asentamientos debido al problema del sedentarismo de las poblaciones. La cultura natufiense, cuyas manifestaciones cubren una zona muy amplia que va desde la zona media del Éufrates hasta el sur del Neguev, presenta unos patrones de asentamientos caracterizados por la generalización del emplazamiento al aire libre; no obstante, se continúan ocupando algunos abrigos y las terrazas anteriores a los mismos. La mayor documentación procede de los campamentos situados al aire libre: Mallaha (Palestina), Ouadi Hammet 27 (Jordania), Mureybet y Abu Hureyra (Siria) o los asentamientos en la cueva y terraza de Hayonim (Palestina). La nueva orientación económica ligada a una explotación más intensiva y diversificada del medio ambiente próximo a los hábitats, propia de los cazadores-recolectores tardíos (cultura natufiense), propicia unos campamentos de mayores dimensiones y, más importante aún, con evidencias de un mayor esfuerzo arquitectónico. En efecto, las habitaciones, en clara continuidad tecnológica con las etapas anteriores, se presentan de planta oval o circular con diámetros de 3 a 9 metros, realizadas mayormente a partir de fosas semiexcavadas, y con el reforzamiento de las paredes con construcciones de piedra seca o revestimiento de arcilla. Aparecen novedades como los primeros adobes (Beidha, valle del Jordán) o un sistema mixto de construcciones de tierra y elementos vegetales en el interior (Mureybet, valle del Éufrates). Asimismo, merece especial mención el desarrollo que experimentan las estructuras del almacenamiento (silos, pequeñas depresiones ...). A pesar de todo, las novedades más significativas son, sin duda, la consolidación y en cierto modo la extensión de la agrupación de cabañas/abrigos, dispuestos de forma ordenada. Así, se distingue una agrupación alineada (Mallaha, valle del Jordán) o bien en forma de colmena (Hayonim, Palestina) que muestra la aparición de una diversificación de la función arquitectónica. La constatación de una doble categoría de asentamientos: por una parte, los poblados o campamentos base citados y, por otra, las evidencias de estaciones secundarias sin vestigios arquitectónicos propiamente dichos, interpretadas como pequeñas instalaciones de caza, nos indican un principio de jerarquización en el modo de ocupación del espacio. Para los poblados del primer tipo se ha seguido debatiendo su estatus de sedentarización. Los análisis de microfauna (roedores), de explotación de aves migratorias, y en general de los recursos explotados, junto con las evidencias más propiamente arqueológicas (construcciones con mayor esfuerzo invertido, mobiliario pesado, presencia de sepulturas debajo de los suelos de habitaciones), hacen mantener la hipótesis de unas ocupaciones permanentes de tipo sedentario. Esta hipótesis encaja notablemente con un modelo de ocupación relacionado con unas actividades económicas caracterizadas por una explotación intensiva de nichos económicos diferenciados y situados en la proximidad de los asentamientos. En efecto, la cultura natufiense se caracteriza como las demás manifestaciones culturales de estos momentos de cambio climático de finales del Pleistoceno/inicio del Holoceno, por una economía diversificada, en la que tradicionalmente se otorgaba un rol activo al consumo de los cereales, dando, consecuentemente, a estos grupos un papel importante en la transformación producida para estos productos vegetales. Actualmente no se admite que los natufienses se especializaran en la recolección de los cereales. Las informaciones actuales indican que por lo que se refiere a la alimentación vegetal los diferentes campamentos explotaban los productos que se encontraban en su medio ambiente más próximo. Leguminosas, frutos y cereales salvajes se reparten la preponderancia en función de las diferencias ecológicas; este mismo hecho se encuentra en la gama de recursos cárnicos con una preponderancia de pequeños rumiantes, siendo la gacela o los cérvidos las especies dominantes según sea el medio semidesértico o no. Los suidos y équidos también serán cazados en los ambientes más húmedos (Mallaha, Abu Hureyra). Especies menores, en especial aves acuáticas, perdices, tortugas y reptiles completarán los recursos en las diferentes zonas. Actualmente se tiende, pues, a considerar que la cultura natufiense no practica aún ningún tipo de estrategia preferencial en favor de los cereales o de las leguminosas domesticables, a menos que estas especies dominen naturalmente en el microambiente donde se establece el campamento, como en el caso de los cereales en Abu Hureyra. No obstante, se puede seguir considerando que en estos momentos se produce un avance significativo en el campo de la estrategia de los asentamientos y sus modos de ocupación. Las características de los mismos, tanto a nivel de extensión, de complejidad arquitectónica, de consolidación de estructuras especializadas como, por ejemplo, los silos, y zonas de molienda, encajan bien con la presunta sedentarización de la población. Hay que atribuir a estos momentos, pues, la creación del poblado o campamento base de tipo permanente, aun si éstos conviven y son complementarios de pequeñas instalaciones de tipo especializado como campamentos de caza, estaciones de descuartizamiento o zonas de trabajo de materias primas. Hay que hacer notar que estos primeros poblados natufienses con sus características típicas (casas circulares, molinos...) no expresan más que la intensificación de una evolución lenta, que comenzó mucho antes.
contexto
El primer documento literario que suministra información explícita sobre una serie de comunidades cristianas y el clima general del cristianismo hispano a mediados del siglo III es una carta sinodal datada a fines del año 254 o comienzos del 255. Las referencias al cristianismo de Hispania anteriores a esta fecha tienen un carácter sumamente genérico y aparecen en contextos circunstanciales. Esta carta sinodal, que está firmada por Cipriano, obispo de Cartago, y 36 obispos africanos participantes en el sínodo, va dirigida al presbítero Félix y a las comunidades cristianas de León y Astorga, así como al diácono Elio y la comunidad de Mérida. Se trata de la respuesta a una carta previa -no conservada- entregada al obispo cartaginés por Sabino y Félix, en la que se exponía la situación siguiente: Basílides y Marcial, obispos de ambas sedes -del contexto de la carta parece deducirse que Basílides era obispo de Astorga y Marcial de Mérida, si bien no es seguro- habrían sido sacrificati (quiere decir que habrían sacrificado a los dioses romanos) durante la persecución de Decio (en los años 249-250), obteniendo el correspondiente libelo (certificado que los libraba de la persecución). Este hecho había generado la hostilidad de algunos obispos hispanos, así como de clérigos y laicos de ambas comunidades, razón por la que son depuestos de sus sedes, nombrándose a dos nuevos obispos en sustitución de los anteriores: Sabino y Félix. Como Basílides había ido a Roma obteniendo del obispo de la ciudad, Esteban, el consentimiento para seguir ocupando la jerarquía episcopal, el conflicto alcanzó, al parecer, una dimensión más amplia. De la carta se desprende una división de opiniones entre los obispos hispanos en contra y a favor de la continuidad de ambos en el episcopado. Los detractores deciden el concurso de otra autoridad eclesiástica que, sin duda, sospechan más favorable a su criterio. Ya antes, Cipriano había expuesto su opinión sobre los libeláticos, planteándose si éstos -no obispos, sino laicos- podían ser o no absueltos según el grado de presión a que se hubieran visto sometidos. No obstante, de la respuesta parece deducirse que además del problema concreto de su debilidad ante la presión oficial, ambos obispos eran objeto de otras muchas acusaciones. Cipriano no escatima adjetivos acerca de ellos, tales como idólatras, prevaricadores, blasfemos y les acusa además de haber cometido crímenes nefandos, si bien explícitamente sólo alude a la pertenencia de Marcial a un collegium tenuiorum (asociación funeraria), en el que, al parecer, habían sido enterrados sus hijos. Este hecho probablemente no fuera tan infrecuente en el cristianismo de esta época, no sólo por razones de escasa infraestructura propia -como la inexistencia de epígrafes y restos arqueológicos de estos años parecen probar- sino en razón de un código de comportamiento que sólo a lo largo de años y de un estrecho control por parte de las autoridades eclesiásticas irá delimitando y diferenciando las actitudes cristianas en el entorno social pagano. De hecho el detonante que había implicado su derogación como obispos había sido su condición de libeláticos. Sus detractores se habían asegurado la firme repulsa de Cipriano dibujando a ambos personajes con unos rasgos criminales tal vez exagerados. En todo caso, de la carta se desprende una serie de datos que arrojan cierta luz sobre el cristianismo de estos años. En primer lugar, la extensión del conflicto -que se percibe en el comentario sobre la división de opiniones de numerosos obispos acerca de estos acontecimientos- induce a pensar en la existencia de numerosas comunidades cristianas, con contactos directos entre ellas y vínculos a veces muy estrechos, lo que explica que el obispo Félix de Zaragoza intervenga activamente en el conflicto. Estas comunidades aparecen ya dotadas de una jerarquía eclesial que incluía a presbíteros y diáconos, con una importante participación de los laicos, ya que Cipriano recuerda que los nuevos obispos habían sido votados por los laicos de la comunidad, siendo posteriormente refrendada esta elección por los diversos obispos presentes. Sin duda las persecuciones supusieron para el conjunto de las comunidades cristianas un factor de dinamización que afectó tanto a su organización interna tendente a consolidar la estructura de la comunidad, como a la creación de unos guías o autoridades que, bien en función de la importancia de su sede episcopal o de su prestigio personal, actuaron resolviendo las situaciones que, una vez pasado el peligro, se habrían planteado. Así, en el caso de Basílides y Marcial, estas autoridades aparecen representadas por el obispo de Roma y Cipriano de Cartago, que reunía en su persona el prestigio de su sede y el de su alto nivel doctrinal. El mayor nivel organizativo alcanzado explicaría en parte que, durante la persecución de Decio, el número de libeláticos o apóstatas fue cuantioso en todo el Imperio y en la siguiente, la de Valeriano (en los años 257-258), no se conocen situaciones de este tipo.
contexto
Sus primeros trabajos como arquitecto fueron insignificantes, algunos no pasaron de proyectos, pero en absoluto exentos de premoniciones. Habría que aludir a las Farolas (1878-90) encargadas por el Ayuntamiento, algunas conservadas (Plaza Real, Plaza de Palacio), diseñadas como candelabros de armoniosos brazos que garantizan una iluminación rotunda, o el Proyecto (1880) para iluminar el Paseo Marítimo. Tuvo suerte y, cuando Salvador Pages promovió las obras para la Cooperativa "La Obrera Mataronense" (1878-1885), pudo colaborar en un proyecto ya significativo, llegando a construir dos pequeñas viviendas unifamiliares con jardines para obreros y una interesante Nave de blanqueo fundamentada en un arco parabólico repetido y compuesto por pequeños segmentos de madera, unidos de tres en tres con pernos, según sistema de Philibert de l'Orme y del que pudo tener noción a través de los libros de la Escuela (Emy, Rondelet). Ideológicamente, parecía enraizar con la vieja idea de falansterio, es decir, se nos presenta todavía un Gaudí fraternal y que comienza a experimentar con nuevos métodos constructivos. Ahora bien, cuando diseña una Vitrina para la guantería de Esteban Comella y es presentada en la Exposición Universal de París 1878 ("La Ilustración Española y Americana". N° 35. 22-IX-1878), el destino de Gaudí parece cambiar, pues se fija en su obra el industrial textil Eusebi Güell i Bacigalupi (1846-1918), el gran cliente de su vida y uno de los más afortunados mecenas del modernismo europeo. Comenzó por encargarle un Proyecto de Pabellón de Caza (1882; para Garraf, Sitges, Barcelona), donde, a pesar de no realizarse, puede ya preverse un estilo inicial propio de esta primera etapa titubeante, en la que combina los muros de mampostería con el ladrillo visto y los aplacados de cerámica vidriada policroma o las entonaciones cromáticas de sabor mudéjar, acentuando el carácter exótico-oriental y la tradición medieval en la que se apoya al introducir una torre con características almenas o ménsulas laminadas. Estilo ecléctico en el que prevalece la gran capacidad interpretativa de Gaudí a la hora de reunir elementos del pasado y que cristalizará realmente en sus dos obras inmediatas más importantes de este primer período: Casa Vicens y El Capricho de Comillas.
Personaje
Político
Hijo de Miguel Primo de Rivera, cursó la carrera de Derecho en la Universidad Central de Madrid. En 1930 ingresó en la Unión Monárquica Nacional, que apoyaba la monarquía de Alfonso XIII, para reivindicar la memoria de su padre. Derrotado en las elecciones de 1931, en octubre de 1933 fundaría, junto con Ruiz de Alda y García Valdecasas, el partido Falange Española. Diputado por Cádiz, el 4 de octubre de 1934 fue designado jefe único de su partido, recién fusionado con las JONS. Derrotado en las elecciones de febrero de 1936, fue encarcelado por el Gobierno del Frente Popular, juzgado por un tribunal popular y ejecutado el 20 de noviembre de 1936. Durante la dictadura de Franco, se convirtió en una especie de mito del régimen.
Personaje
Militar
Político
Tras realizar sus estudios militares, interviene en las campañas coloniales de Marruecos, Cuba y Filipinas. Ascendido por méritos de guerra, en 1919 es ya teniente general. Tras ser capitán general de Madrid, pasa en 1922 a desempeñar este puesto en Cataluña. La situación de inestabilidad general y de extendido terrorismo que sufre el país le convierten en el objetivo de los grupos interesados en la abolición del caduco sistema de partidos. Militares, industriales, clases conservadoras, ven en él la prestigiosa figura que puede encabezar un golpe de Estado con posibilidades de éxito. Así, en septiembre de 1923, Primo de Rivera se pronuncia en Barcelona y forma un Directorio militar que anula las libertades democráticas. Paternalista y arcaizante, la obra de la Dictadura resultó muy desigual pero en general decepcionante. De forma progresiva, el régimen fue perdiendo los apoyos que había tenido en un principio entre amplios sectores sociales. Sus realizaciones no respondieron a las esperanzas de sus partidarios, y solamente la pacificación de Marruecos y en cierto sentido el ámbito de las obras públicas pueden señalarse como consecuciones positivas. En 1930, abandona el poder. Muere en París pocos meses después.