Según las doctrinas cristianas, espíritus bienaventurados que forman el séptimo coro. Se distinguen por ser príncipes de las virtudes eclesiásticas y estar encargados de cometer los preceptos divinos.
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A partir de 1054, se abre un largo periodo de crisis que se cierra con la irrupción mongola de 1223. En este tiempo se llegarían a producir ochenta y tantas guerras dinásticas en una Rusia dividida en más de sesenta principados. Entre ellos, en un principio, seguirían destacando Kíev y Nóvgorod con sus acusados contrastes. La ultima ciudad, por obra de la jerarquía eclesiástica, era la segunda Constantinopla. Lo monárquico o principesco y lo religioso habían influido recíprocamente sin obstaculizar el desarrollo económico. En este sentido, era la antítesis de Kíev. Su población artesana y sobre todo mercantil era su gran fuerza, en cambio el papel del príncipe era escaso. Nóvgorod, poco a poco, extendería su influencia hacia las zonas de Carelia, Estonia y Livonia. Inversamente a la progresión del norte, Kíev irá perdiendo importancia. La lenta reapertura del Mediterráneo al trafico comercial a lo largo del siglo XI va a representar un serio quebranto para su futuro inmediato. La época de los principados independientes se inicia en el ano 1054 en que los hijos de Yaroslav se reparten el reino: Iziaslav, el mayor, como estaba previsto, unió bajo su mando la parte central con Kíev y Nóvgorod; Sviatoslav se hizo cargo de Chernígov; Vsévolod obtuvo Vladímir-Volynski y Viaceslav, Smolensk. Con el tiempo, estos principados tenderán a aflojar sus vínculos respecto de la sede central, e inclusive a independizarse. A la vez, se irá poniendo de manifiesto que los grandes centros urbanos no estaban dispuestos a someterse sin oposición a los príncipes. Ambos fenómenos se pondrán en evidencia en los años 1068-1069 y 1073-1077. Momentos de numerosos conflictos bélicos entre los diferentes miembros de la dinastía Ruríkida, y también fecha en la que la asamblea de hombres libres de Kíev interviene por vez primera en la designación del gran príncipe. El poder de los hermanos se iba debilitando y, como contrapartida, aumentaba el de las asambleas urbanas, que lograrían, en muchas ocasiones, influir en las querellas internas. De manera que el poder corporativo de dichas asambleas irá excluyendo progresivamente al poder principesco de la vida constitucional rusa. Aprovechando los enfrentamientos internos y la desunión del reino, los cumanos efectuarían continuas expediciones en busca de botín. Los intentos de frenarlos fracasarían una vez más. A finales del siglo XI, por iniciativa de Vladímir Monómaco, se intentó buscar un arreglo mediante las "negociaciones de familia", celebradas en el castillo de Líubej, al norte de Kíev, en 1096. En el acuerdo, se reconoció a cada miembro su derecho hereditario sobre el dominio de sus padres, sancionándose una incesante subdivisión entre los herederos. También se determinó la nueva reestructuración del espacio en base a una asociación de Estados, manteniéndose la superioridad honorífica de Kíev, que recaería en el primogénito de los Rurik, con el título de Gran Príncipe. Este pacto no duró mucho tiempo, pues en el mismo año proseguirían las luchas internas, en las que destacará con fuerza la figura de Vladímir, hijo de Vsévolod y de una princesa bizantina. Circunstancia, esta última, que le hacía el personaje más idóneo para restaurar la antigua y decaída unión con Bizancio. Como príncipe de Pereiáslav, Smolenk y Rostov, cuando contaba con sesenta años de edad, Vladímir II Monómaco (1113-1125) sucedió al gran príncipe de Kíev. Con él, el primer Estado ruso conoce el último periodo de esplendor, pues le devolverá su antiguo prestigio hacia el exterior, e internamente unificará sus fuerzas y asegurará la frontera oriental al establecer la paz con los cumanos. Desde la óptica cultural, se le atribuye la "Instrucción", una obra que incluye la "Educación de Monómaco", especie de "Espejo de príncipes" para su hijo. Un escrito en el que se contienen todos los deberes de un verdadero príncipe cristiano. El prestigio alcanzado por Kíev en este tiempo continuó bajo su higo Metislav (1125-1132), pero a su muerte se desencadenó una nueva lucha por el dominio de la capital entre los diferentes miembros de la dinastía, que presagia su pronta decadencia. Además de este factor político, otras causas que contribuyeron al declive de Kíev fueron los cumanos y la penetración de mercaderes italianos en el mar Negro, posición desde la que consolidaron su papel comercial con Contantinopla. De los dos, el primero fue determinante. La presencia cumana provocaría, primero, gran inseguridad en las rutas de la estepa, debilitando las relaciones mercantiles con Bizancio, después, una progresiva despoblación de las regiones meridionales de Ucrania por las incesantes correrías de devastación. El predomino de Kíev había concluido a mediados del siglo XII y aunque continuó siendo sede del metropolitano y conservó la tradición religiosa, aglutinadora de la conciencia colectiva, en el terreno político nunca volvió a constituirse en el gran Estado del pasado. La conquista de Constantinopla por los occidentales de la Cuarta Cruzada (1204) y la aparición de los patriarcados latinos en torno al Bósforo profundizarían el corte de las escasas relaciones económicas y eclesiásticas con los griegos. El centro de gravedad se desplazaría hacia otras regiones situadas al amparo de los actuales dueños de la estepa. Los nuevos centros de poder surgieron en el norte y sudeste. Al nordeste de Kíev, entre el alto Volga y el Oka, en un territorio primitivamente de colonización finesa, habían surgido plazas fuertes, como Rostov, Súzdal, Pereiáslav, Vladímir, Múrom, Yaroslavl... desarrollándose en todas, de forma firme, la voluntad de sus príncipes. De todas ellas, bajo el reinado de uno de los hijos de Vladímir II, Yuri Dolgoroki, la ciudad de Vladímir se convirtió en el centro político. Este último gobernante amplió sus dominios heredados de su padre, aseguró sus fronteras frente a los búlgaros del Volga y emprendió la fundación o reactivación de nuevos núcleos urbanos. Entre estos, hay que mencionar Moscú, cuyo nombre aparece citado por vez primera en 1147 como una pequeña fortaleza, próxima a Súzdal. Más adelante, Moscú sería la base de la formación del "Segundo Estado Ruso" o "La Rusia de Moscú". Yuri participó en las luchas familiares en torno al trono de Kíev y fue sucedido por su hijo Andrei Bogoliubski (1157-1175), que reprimió el creciente poder de los boyardos, unió a sus dominios una gran cantidad de territorios y estableció la capital en Vladímir. Allí mandó edificar un palacio imperial, con lo que iniciaba una política de grandiosas construcciones para embellecerla, tratando de imitar el esplendor de Kíev, a la que saqueara en 1169. Al año siguiente trataría también de someter Nóvgorod, pero fracasaría. Su hermano, Vsévolod el Grande (1176-1212), llegó a extender su dominio y hegemonía a toda Rusia y sentó algunos cimientos para el futuro Estado moscovita. A su muerte, el principado de Súzdal-Vladímir quedó dividido entre sus múltiples herederos. En el sudoeste, nacieron dos nuevos centros de gravedad: Volinia, en torno a la ciudad de Vladímir-Volynski, que durante mucho tiempo había estado bajo la soberanía de Kíev, y Galitzia, más al sur. En estas regiones, la forma de gobierno se basó en una poderosa aristocracia. Los príncipes, apoyados por su séquito, pudieron mantener sin graves problemas su autoridad frente a las tentativas de independencia de la población urbana. Durante la época de Román Mestislavich (1172-1205), Volinia y Galitzia se fusionaron. Bajo el gobierno de su hijo, Daniel Romanovich (1235-1265), se produjo un acercamiento a Roma y fue coronado rey por un legado papal. Daniel, en 1253, intentó organizar una cruzada contra los mongoles, para lo que solicitó una ayuda del Pontífice. Este colaboraría en el empeño a cambio de aceptar la unión de su Iglesia con la occidental. Sin embargo, el proyecto resultó estéril y Romanovich tuvo que romper con el Papado. Después de su muerte, las relaciones políticas y económicas con húngaros, polacos y lituanos hicieron que el país se orientase decididamente hacia Occidente. De hecho, los boyardos tenderán a conseguir, como una de sus máximas aspiraciones, una serie de privilegios similares a los de la nobleza polaca y húngara. De entre los muchos territorios soberanos que surgieron tras la decadencia de Kíev, junto a Súzdal-Vladímir o Galitzia-Volinia, destaca Nóvgorod, situado al noroeste, profundamente influenciado por la presencia de elementos germánicos. Esta ciudad, situada en un emplazamiento excepcional para el comercio, junto con sus ciudades adjuntas, Pskov e Izborsk, y su enorme hinterland que se extendía hasta los Urales, alcanzó una posición predominante. La constitución de Nóvgorod fue de tipo republicano. Los poderes del príncipe, desde muy pronto, estuvieron limitados por la asamblea o vietche y, aunque mantuvo el ordenamiento jurídico mixto, príncipe-asamblea, el poder del primero se fue limitando en favor de la segunda. Nóvgorod había dependido de Kíev, había estado integrada en los dominios de Súzdal-Vladímir, pero a partir de mediados del siglo XIII, con la figura de Alexander Nevski (1236-1263), adquiere su propia relevancia. Alexander hizo frente a la presión nórdica y alemana. Detuvo a los suecos, al mando del conde Birger, a orillas del río Neva en 1240 y derrotó, en 1242, a los caballeros teutónicos en la batalla del lago Peipus. Victorias que determinarían la continuidad de este Estado como espacio ruso y ortodoxo. En su tiempo, se produjo la invasión mongola. Con realismo, pensó que no existía ninguna posibilidad de expulsarlos, por ello hizo todo lo posible para evitar levantamientos contra los nuevos dueños y estableció una política de sumisión y conciliación, que no le impidió incorporar a su radio de acción los territorios de Súzdal-Vladímir. Precisamente, el menor de sus hijos, Daniel Alexandrovich, hacia 1280, se convertiría en el primer príncipe de Moscú. En la etapa que siguió a la muerte de Nevski, Rusia se caracterizó por la desintegración. Los príncipes, presididos por la soberanía mongola y enfrentados unos a otros, aumentaron la confusión y perpetuaron la debilidad del país.
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A simple vista, el mapa político alemán de los siglos XIV y XV se caracteriza por la presencia de cinco grandes dominios seculares: el condado de Württemberg, el Palatinado, el condado de Hesse, el territorio de Wettin y el margriavato de Brandeburgo. A su vez, existen amplias zonas gobernadas por príncipes-prelados: Salzburgo, Maguncia, Tréveris, Colonia, Magdeburgo, Bremen, Münster, Würzburgo, Paderborn, Bamberg y la abadía de Fulda. Sin embargo, la realidad era bien distinta, al estar expuestos los distintos territorios a continuos fraccionamientos y cambios. En el interior de los grandes principados seglares existían situaciones confusas relativas a la jurisdicción predominante. Así, en Brandeburgo, doce ciudades dependían de la Hansa y los obispos de Brandeburgo y Havelberg gozaban de amplia autonomía. El Palatinado se hallaba dividido en dos circunscripciones y gobernado por cuatro autoridades independientes. Por último, Hesse también contaba con dos secciones diferenciadas y Wurttemberg era sede de numerosas ciudades que dependían del emperador. Los estados eclesiásticos sufrían menos fluctuaciones y, por tanto, ensancharon sus fronteras a lo largo de la Baja Edad Media. Valga como ejemplo el hecho de que las sedes bajo la jurisdicción del arzobispo de Maguncia ocupaban una franja de territorio que iba desde el Mar del Norte hasta los Alpes o el acopio de títulos por parte de los arzobispos de Colonia, condes de Arnsberg. En el norte de Alemania existían principados menores, como los de Pomerania, Mecklenburgo y Holstein, en continuo conflicto con los reyes de Dinamarca. Pero, con todo, la disgregación política del territorio germano se multiplicaba al infinito en los antiguos feudos imperiales de Suabia y Franconia, regiones dominadas por caballeros independientes, que controlaban uno o dos castillos a lo sumo y que se dedicaban a la rapiña del tráfico comercial entre las ciudades de la zona. Su presión se hacía mas acuciante allí donde se constituían ligas de caballeros, que ejercían el llamado "derecho del puño" (Faustrecht) sobre propiedades y heredades. Son los llamados "Ritter", quienes llegaron también a contar con un status privilegiado y autónomo en el seno de los grandes principados. Herederos de los ministeriales de la Alta Edad Media según D. Hay, ingresaron en algunos casos en las filas de la alta nobleza. Las ciudades representaban frente a los grandes dominios laicos y eclesiásticos polos de libertad y seguridad, aunque a su vez ejercían una gran presión sobre el campesinado circundante, cada vez más dispuesto a la revuelta. En el sur y en el oeste del país eran mayoría las ciudades imperiales o Reichstädte, dominadoras de un amplio territorio comarcal. En el norte la presencia de las urbes imperiales era menor, limitándose a Colonia, Aquisgrán, Lübeck y Dortmund. En los principados existían también numerosos núcleos urbanos que gozaban de privilegios y derechos otorgados en su día por un obispo o por un duque. Ya hemos adelantado la importancia que adquirió la formación de ligas de ciudades como instrumento de defensa común frente a las presiones de la nobleza. En el siglo XIV se crearon ligas urbanas en el este y en el oeste, siendo la primera la de Lusacia (1346). Pero fue en el sur, región más hostigada por los Ritter, donde el movimiento de alianzas se hizo mas patente. En 1349 Ulm y Augsburgo consiguieron reunir a veinticinco ciudades. Más tarde, con el fin de frenar al conde Eberardo el Lloroso de Württemberg, se formó la Liga de ciudades de Suabia a la que se unieron mas de treinta urbes (1376); sus ejércitos derrotaron al conde en Reutlingen y al mismísimo Carlos IV en Ulm (1377). En 1381 se produjo la alianza entre las ciudades de Suabia y las de Renania, a la que se incorporaron en 1385 los cantones helvéticos en lucha contra los Habsburgo, quienes habían perdido ya buena parte de sus feudos alpinos tras ser derrotados en Morgarten (1315). Mientras los suizos conseguían una victoria frente a Leopoldo de Habsburgo en Sempach (1386), las ligas germanas cosechaban una rotunda derrota a manos del conde de Wurttemberg y el elector del Palatinado en Döffingen (1388). La firma de la Paz de Eger (1389) puso punto final a la política independiente de las ciudades del sur de Alemania. El asociacionismo urbano posterior, de marcado carácter localista, no llegó a gozar nunca de la vitalidad de las ligas suaba y renana. A lo largo de la segunda mitad del siglo XIV, en el seno de los grandes principados cobran un gran protagonismo las dietas (Landtag). Asediados por las deudas y por la falta de ingresos, los príncipes decidieron recurrir a la convocatoria de asambleas con el fin de solicitar sufragios al clero, a la nobleza y, sobre todo, a las ciudades. En numerosos casos expusieron parte de sus parcelas de poder a cambio de rentas y sumas de dinero bajo forma de impuestos, necesarios para el mantenimiento de sus cortes y ejércitos. Así, la mayoría de los gobernantes aceptaron el derecho legal de resistencia por parte de sus súbditos (Widerstandsrecht), la creación de comités dedicados a la supervisión de los impuestos, la formación de consejos de gobierno (Alta Baviera, 1363) o la estipulación de capitulaciones o convenios entre el príncipe y la Dieta (Brunswick-Lüneburgo, 1392; Württemberg, 1457). En algunos casos las dietas actuaron como promotoras de la unidad territorial. Tal es el caso del protagonismo de la asamblea de Württemberg en el tratado de Esslingen (1492), por el que se reunificaba el condado. En la segunda mitad del siglo XV las reuniones más o menos periódicas de sus respectivas dietas se dieron en Austria, Sajonia, Jülich, Silesia, Brandeburgo y Mecklenburgo. Ciertos príncipes, como el margrave Alberto Aquiles de Brandeburgo (1471-1486), consiguieron vivir al margen de las convocatorias asamblearias o, en su caso, adulterar sus decisiones en beneficio propio, dando así un giro autoritario a su política interior. Impulsor de la implantación del derecho romano en Alemania, el margrave patrocinó diversos monumentos jurídicos como la "Dispositio Achillea" (1473).
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Dentro de Atenas el monumento en el que antes se deja sentir la influencia del Partenón es el Hephaisteion, templo dedicado en el extremo noroccidental del Agora a las divinidades protectoras de la industria artesana, Atenea y Hephaistos. Se empezó a construir en el año 449 según el modelo de templo dórico canónino (6 x 13 columnas), en mármol pentélico, interrumpieron las obras a causa de las del Partenón. Cuando se reemprenden, acabado éste, son un eco suyo, sobre todo en el interior de la cella, cuya nave central está delimitada por una columnata en forma de U. Se incorporaron también los adelantos conseguidos en el Partenón en materia de proporciones esbeltas de las columnas, contracción de metopas, curvatura y policromía, rasgos que pueden ser constatados con facilidad por estar el Hephaisteion muy bien conservado, incluida la techumbre. Un aspecto no siempre señalado, a pesar de su interés, es la decoración mural pintada y estucada que tuvieron las paredes de la cella. Para esta decoración se debió contar con la existencia de la columnata interior e incorporarla a la visión pictórica; así, las pinturas adquieren un enmarque arquitectónico o bien la arquitectura se integra en el cuadro. Tenemos aquí el germen de un género pictórico que adquirirá gran desarrollo con el tiempo. El mismo arquitecto que actúa en el Hephaistheion, un ateniense influido por Iktinos, es el responsable del templo de Poseidón en el cabo de Sounion, el extremo más meridional de Atica y su última proyección en el Egeo. El lugar es ideal para la epifanía del dios de las fuerzas marinas, domeñador de las olas y del viento, y para servir de reclamo resplandeciente al imperialismo ático, dentro del plan constructivo ideado por Pericles. El templo es hexástilo y las columnas formadas por tambores de mármol blanco son tan delgadas, que no se vuelven a ver así hasta la arquitectura jónica del siglo IV. El interés por el espacio, patente en la estructura y proporciones de la cella, demuestra una vez más la influencia ejercida por Iktinos. La fructífera colaboración de Pericles e Iktinos se extiende al santuario de Démeter y Kore en Eleusis, cerca de Atenas. Los Misterios Eleusinos constituían una de las facetas más notables de la religiosidad griega y para dar la dignidad debida a su celebración, Iktinos proyectó un magnífico Telesterion, la sala o recinto cerrado al que acceden los iniciados en el ritual de los Misterios. A pesar de las reformas posteriores, el proyecto de Iktinos, continuado y acabado -según Plutarco- por los arquitectos Metágenes y Xenokles, se reconoce en la inmensa sala columnada de planta cuadrada y rodeada de gradas por los lados. Todavía hoy, sentarse en el graderío del Telesterion equivale a percibir las consecuencias derivadas de la armonía de los contrarios como principio fundamental de la arquitectura clásica.
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En los años comprendidos en los dos primeros decenios del siglo XX, en el haber de Alcalde del Río están, entre otros, los descubrimientos de las cuevas de Santián, Clotilde de Santa Isabel, El Pendo, La Meaza, El Pindal y Aguas de Novales. Hallazgos menores son los de Salitre, Venta de la Perra y Sotarriza por L. Sierra y el de Atapuerca por Jesús Carballo. Fuera de la Península Ibérica se hacen otros descubrimientos y estudios importantes: en Francia, Breuil, Capitan y Peyrony encuentran y publican las cuevas de Bernifal, La Calévie y Teyjat; Piette establece los fundamentos de una clasificación del arte mueble; Regnault trabaja en Gargas; Cartailhac descubre el "salon noir" de Niaux; René Jeannel encuentra la cueva de Le Portel; el abate Bouyssonie varios yacimientos con plaquetas grabadas; Lalanne descubre los magníficos relieves del abrigo de Laussel; etcétera. En Austria, J. Szombathy descubre la venus de Willendorf. En este mismo momento -1905- se descubre en Italia la primera cueva con grabados paleolíticos, la Grotta Romanelli (Otranto), hallada por P. E. Stasi y Ettore Regalia. En 1906 muere Piette y su importante obra "L'art pendant l'âge du renne", fundamental para el conocimiento del arte mueble, se publica el año siguiente al cuidado de H. Breuil y H. Fischer. Un primer repertorio de arte paleolítico, realizado por Salomon Reinach, aparece en 1913. Capitan, Breuil y Peyrony publican en 1910 las obras de arte de la cueva de Font de Gaume, la segunda de las grandes monografías publicadas gracias al mecenazgo del príncipe Alberto de Mónaco, a la que siguió casi inmediatamente "Les cavernes de la región cantabrique". En efecto, el príncipe Alberto de Mónaco se había convertido en el principal promotor de estas investigaciones por las que se interesaba personalmente. Así, en el verano de 1909, visitó las cuevas santaderinas. En los años 1909 a 1911 sufragó las excavaciones de Hornos de la Peña, y de 1910 a 1914 las mucho más importantes de la cueva del Castillo, con importantes hallazgos de arte mueble, que muchos años después publicaría M. Almagro Basch. Con dichos trabajos y los estudios de arte rupestre en España y en Francia inicia su actuación al recién fundado Institut de Paléontologie Humaine. Las excavaciones del Castillo las dirigía Hugo Obermaier (1877-1946), que tenía como directos colaboradores a Alcalde del Río y a Paul Wernert (1889-1972). Además, en la excavación participaron algunos de los más notables prehistoriadores de la época, como Pierre Teilhard de Chardin (París), el barón A. Blanc (Roma), Miles Burkitt (Cambridge), J. Nelson (Nueva York), F. Birkner (Munich) y R. Mallet (París). En 1911, mientras tenía lugar la anual campaña de excavaciones en la cueva del Castillo, Obermaier, Wernert y Alcalde del Río descubrieron la cueva de La Pasiega en el mismo monte. Para los calcos fue llamado Breuil, que estaba estudiando las pinturas de la primera cueva hispánica hallada fuera del área cantábrica, la caverna de La Pileta en Málaga, con su descubridor el coronel inglés Willoughby Verner, veterano mutilado de la guerra de los boers, que la encontró con la ayuda de Tomás Bullón. La monografía de La Pasiega fue publicada en 1913 por Breuil, Obermaier y Alcalde del Río, pues no tenía cabida en "Les cavernes de la región cantabrique". Dos años después apareció "La Pileta á Benaojan", firmado por Breuil, Obermaier y Verner. En Francia, en 1912, los tres hijos del conde Henri Bégouén, Max, Jacques y Louis, descubrían la caverna de Tuc d'Audoubert, a la que tenía que seguir, dos años después, la de Trois-Fréres, ambas sobre el curso en parte subterráneo del río Volp (Ariège). El análisis del arte de estas notabilísimas cavidades fue iniciado por el abate Breuil en 1919, los calcos los realizó entre 1922 y 1938 y el estudio definitivo no quedó terminado hasta 1954, siendo publicado en 1959. En España, a la misma categoría de aquellos hallazgos, corresponde, en 1914, el de la cueva de La Peña de Candamo (Asturias), que dio a conocer Eduardo Hernández-Pacheco, el alma de la entonces recién fundada Comisión de Investigaciones Paleontológicas y Prehistóricas (Madrid), que sostendría la investigación de dichos temas en España durante la guerra mundial y después de ella. La conflagración de 1914-1918 hizo que los trabajos quedaran casi paralizados en los países beligerantes. Gracias a la Comisión y al hecho de que Breuil y Obermaier permanecieran en España, la actividad pudo proseguir en nuestro país. El abate estuvo adscrito a los servicios de información del gobierno francés en España, y Obermaier se acogió a la hospitalidad española, para llegar a obtener más tarde la nacionalidad y ser el primer catedrático de Historia Primitiva del Hombre en la Universidad de Madrid. El año 1915 la Comisión publicó la primera de sus memorias, "El arte rupestre en España", obra de Juan Cabré, que se ocupa poco del arte paleolítico. El año siguiente, en Vizcaya, unos excursionistas hallaron la caverna de Santimamiñe (Cortézubi), cuya noticia dio a conocer el compositor Jesús de Guridi y que en 1918 sería publicada por Telesforo de Aranzadi, José Miguel de Barandiarán y Enrique de Eguren. Breuil, en sus andanzas por España, visita la cueva del Parpalló (Gandía, Valencia) y descubre las malagueñas de Ardales y La Cala. Son sus años de intensas búsquedas del arte postpaleolítico esquemático, con importantes hallazgos, en especial en Andalucía y Extremadura, que quedaron reflejados en cuatro volúmenes publicados en 1935. Después de la primera guerra mundial, muerto el príncipe de Mónaco en 1922, y con dificultades económicas su Institut de Paléontologie Humaine, los trabajos de investigación del arte prehistórico prosiguen, pero con menos intensidad que en los dos primeros decenios del siglo y de forma no coordinada.
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En los siglos previos a la llegada del arte románico, la península Ibérica conoce una gran variedad de estilos artísticos, fruto de diferentes tradiciones y de adaptaciones locales. El arte visigótico tiene su mejor expresión en pequeñas iglesias, como las de Santa Comba de Bande, en Orense, San Pedro de la Nave, en Zamora, San Juan de Baños de Cerrato, en Palencia o la iglesia de Santa María de Quintanilla de las Viñas, en Burgos. Con la invasión árabe, la pervivencia de una tradición cristiana en Asturias hace que aquí se desarrolle un estilo artístico peculiar, que dejará un magnífico ejemplo de arquitectura palacial, como Santa María del Naranco. También son excelentes las edificaciones religiosas, entre las que destacan las iglesias de San Julián de los Prados, San Miguel de Lillo, San Salvador de Valdedios o Santa Cristina de Lena. La población mozárabe, cristianos que viven bajo dominio musulmán, desarrollará también su propio estilo artístico. Pertenecen a esta tradición las iglesias de San Miguel de Celanova, en Orense, las de Santiago de Peñalba y San Miguel de la Escalada, en León, la de San Baudelio, en Casillas de Berlanga, Soria, o la iglesia de San Cebrián de Mazote, en Valladolid, entre otras. Con influencia carolingia, el prerrománico catalán verá nacer excelentes manifestaciones, como las iglesia de San Pedro de Roda, ampliada en época románica, o la de San Miguel de Terrassa, de tradición visigótica.
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En el occidente europeo se hallan los principales restos artísticos del Paleolítico Superior. En el norte de la Península Ibérica encontramos los principales puntos del arte rupestre en Altamira y el Castillo. En el sur de Francia destacan las cuevas de Lascaux y Pech Merle mientras que en los Pirineos se sitúa el yacimiento de Niaux. Respecto al arte mueble destacan los yacimientos en los que se han encontrado las famosas Venus. En Francia se encuentra Lespugue, Brassempouy y Laussel; en Mónaco, Grimaldi; y en Austria, Willendorf y Vestonice.
obra
Baltasar Carlos supuso la gran esperanza de la Monarquía Hispánica durante el siglo XVII. Hijo de Felipe IV e Isabel de Borbón, nació en Madrid el 17 de octubre de 1629. Fue jurado como Príncipe de Asturias el 7 de mayo de 1632 -con ese motivo realizó Velázquez un soberbio retrato- en la iglesia de San Jerónimo el Real de Madrid. Siempre destacó por su inteligencia y vivacidad, teniendo como único defecto su afición a capar gatos, lo que motivó alguna poesía satírica al respecto. Su educación fue supervisada por el conde-duque de Olivares, iniciándose en los asuntos de Estado a los 15 años. Baltasar Carlos falleció de manera repentina durante una visita a Zaragoza el 9 de octubre de 1646, oficialmente de viruela mientras que las malas lenguas hablan de su fallecimiento tras visitar uno de los más reputados burdeles de la capital maña ya que, a pesar de su corta edad, apuntaba un deseo sexual similar al de su padre. El retrato que contemplamos fue realizado por Mazo cuando el príncipe contaba con 16 años, por lo que se considera como el último que se ejecutó de su regia persona. Aparece en pie, vestido de negro, apoyando su mano izquierda en una silla sobre la que cae un pesado cortinaje. En su mano derecha enguantada sujeta un sombrero donde se aprecia el otro guante. Profesor de dibujo del príncipe, Mazo debía conocer el estado de ánimo de Baltasar, quien nos mira con gesto melancólico, iluminando su rostro con un potente foco de luz. Negros y rojos dominan una composición salpicada de blancos y dorados, recordando a Velázquez en sus líneas básicas a pesar de ser la pincelada de Mazo más relamida.