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Incluso hoy en día cuesta trabajo llegar a comprender hasta qué punto Monet concedió importancia a la producción de esta espléndida serie dedicada a la catedral de Rouen. Escapando al que era sin duda el principal peligro de un proyecto de este tipo, caer en la repetición y la monotonía, el pintor logra descubrir nuevos matices a cada momento, de modo que su mirada es la misma que tiene el niño que se acerca por primera vez al mundo. Verlo todo, experimentarlo todo para conocerlo en su verdadera dimensión es el objetivo evidente de serie como ésta. Y es que hay enormes diferencias entre la imagen que observamos y, por ejemplo, otra como la Portada de la catedral de Rouen y la torre de Albane al alba, donde las gamas de azules amenazan con invadir todo el espacio del cuadro. Sin embargo, en la imagen que tenemos delante existe una mayor sutileza en la recreación de la atmósfera; casi podemos sentir la humedad del aire y la intensa luz que recorre la portada hasta convertirla en una aparición o un recuerdo.
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Con paciencia casi obsesiva, el pintor esperaba cada día a que llegase el momento idóneo para continuar con su tarea. Ese momento era a veces realmente efímero, apenas podía durar algunos minutos, por lo que es sabido que Monet pintaba varios cuadros de forma simultánea. Como una perfecta metáfora del paso del tiempo y la vida, sus cuadros crecían, maduraban y llegaban a un término. En esta ocasión, la imagen que contemplamos pone el énfasis en los aspectos más monumentales del edificio, resaltando la sensación de solidez de esos muros, que lo consigue principalmente con el punto de vista elegido. La catedral ocupa casi todo el espacio, se acerca mucho al espectador, que se siente oprimido por esa masa pétrea. Para incidir aún más en este sentimiento, la gama de colores que Monet ha elegido es la más cercana a la tierra, marrones y ocres que aportan, además, ciertos aires de antigüedad a la imagen.
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La imagen representa la portada de la catedral y la torre de Albane a pleno sol. Nunca Monet pintó tanto, se entregó tanto como en el transcurso de las dos campañas que dedicó a viajar a la ciudad de Rouen con el objeto de estudiar a fondo la catedral gótica. Sus cartas hablan del agotamiento físico y mental al que le estaba llevando ese magno proyecto: "estoy destrozado, no puedo más, he pasado una noche repleta de pesadillas: la catedral me caía encima". Las mismas notas de impotencia y desesperación se pueden apreciar en su correspondencia de 1903, fecha de su segunda estancia en Rouen. Quería apresar el instante en lo que tenía de fugaz, y el efecto de la luz sobre la vieja fachada gótica cambiaba continuamente. En las treinta obras que consagra a este tema, la catedral está vista de frente o, en ocasiones, en un ligero escorzo. La mayoría de las obras fueron ejecutadas desde el primer piso de los dos almacenes de lencería y confección en los que trabajó sucesivamente.
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Durante el invierno de 1876-1877, Monet se lanza a la búsqueda de nuevos temas y pinta una serie de cuadros con la estación de Saint-Lazare vista en diferentes momentos y diferentes vistas. Él expondría ocho de estos cuadros en la tercera exposición de Impresionistas, en particular destacó el Puente de l'Europe perteneciente a la antigua colección de Bellio. La atmósfera de humo blanco y azulado, el movimiento de los trenes, el juego de los raíles y las locomotoras evocan una sensación de vida y de veracidad. En la serie de las catedrales que pinta en la década de los noventa, se puede advertir la influencia de Claude Lorrain, quien había investigado sobre los diversos comportamientos de la luz a diferentes horas del día.
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La luz y el color, éste con todas sus vibraciones cromáticas, son capaces de captar la atmósfera, el momento, tal y como afirmaban los pintores impresionistas. Se puede hablar de una especulación teórica y práctica en torno al color, eso sí, que mantiene como referencia la figuración. En consecuencia, las formas góticas de la catedral, con todas sus peculiaridades decorativas, ofrecen unas variaciones lumínicas ideales para el estudio de la atmósfera que genera a su alrededor. Como estamos diciendo, Monet no intenta tanto plasmar la imagen habitual de la catedral, sino que ésta le sirve de excusa, de argumento, para transmitir todo un mundo de sensaciones a través de los distintos tonos cromáticos que en los diferentes momentos del día se muestran ante los ojos del espectador.
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Durante sus viajes en los años 80, Monet se concentra sobre todo en los efectos cromáticos que son tratados con verdadero interés en sus composiciones. Para tomar los efectos de luz sobre el Mediterráneo adopta una paleta donde dominan el azul y el rosa. Esta paleta se va enriqueciendo, poco a poco, y será asimilada en cuadros posteriores de temas del norte de Francia. El suave cromatismo de sus campos de tulipanes en Holanda es seguido, en otoño, por otras obras de Belle-Île, cuyos tonos relativamente atenuados son el resultado de pinceladas con gran libertad de expresión que continuará en sus cuadros de Giverny. Sin embargo, cuando en 1893 inicia la serie de Rouen, el lenguaje que aplica es ya muy diferente, como podemos comprobar.