En 1545 Juan Polo llegó al Perú donde apoyó al ejército realista de La Gasca frente a Gonzalo Pizarro. En recompensa por su postura recibió los nombramientos de gobernador de Charcas y corregidor del Cuzco. Conoció al Inca Garcilaso e inició su labor como cronista al escribir una serie de obras relacionadas con la legislación y la administración de los incas, defendiendo la validez del colectivismo agrario como fórmula de explotación. Sus obras más importantes son "De los errores y supersticiones de los indios", "Relación del notable daño que resulta de no guardar a los indios en sus fueros" y "Relación del linaje de los incas".
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Personaje
Literato
Estudió leyes y al finalizar la carrera desarrolló una destacada trayectoria profesional en Valencia. Desde 1581, a instancias de Felipe II, juró el cargo de Comisario del Principado de Cataluña. De su faceta como literato hay que destacar algunos poemas y "Diana enamorada", una de las obras más representativas del género pastoril. Esta última se ha considerado una continuación de la "Diana" de Montemayor. En algunas de las posturas que Gil Polo refleja en esta novela, como la defensa de la mujer, se aproxima a las ideas de Luis Vives.
contexto
El caso polaco ilustraba muy bien la formación imperfecta, con notorias deficiencias, del Estado en construcción. Allí, la Monarquía no llegaría a conseguir el disfrute de una soberanía plena, teniendo pues que compartir el poder con los grupos oligárquicos nobiliarios, viéndose incluso subordinada a éstos en bastantes ocasiones. Al frente del Reino de Polonia y del gran ducado de Lituania se encontraba, desde hacía algún tiempo, la familia de los Jagellones. Estos dos países que tan íntimamente se hallaban vinculados llegarían a la fusión completa mediante la Unión de Lublin (1569), quedando desde entonces como una sola entidad política, aunque se respetaron las instituciones propias de cada nación. La forma de gobierno era la Monarquía electiva, pero de hecho se fue convirtiendo poco a poco casi en hereditaria, dada la continuidad en el trono de los componentes de esta familia, proceso que se truncaría con la extinción de la dinastía en 1572. Período clave para la permanencia de los Jagellones en la Corona polaca fue el reinado de Casimiro IV (1447-1492), al que seguirían los muy breves de sus hijos Juan Alberto (1492-1501) y Alejandro (1501-1506), que darían paso a su vez a otros dos de extensa duración, como fueron los de Segismundo I (1506-1548) y Segismundo II Augusto (1548-1572). Desaparecida la dinastía con este último, el hecho propició sucesiones variadas y algo extrañas en comparación con lo que había sido usual hasta entonces. El francés Enrique de Valois (1572-1574) pasaría fugazmente por el trono polaco. Mayor incidencia tendría el mandato de Esteban Bathory (1575-1586), al igual que ocurriría con el conflictivo Gobierno de otro monarca extranjero, Segismundo III Vasa (1587-1632), bajo el cual Polonia estuvo unida a Suecia durante unos años al tener ambas naciones el mismo rey. Al contrario de lo que estaba ocurriendo en los países de la Europa occidental, donde el engrandecimiento de la Monarquía se producía a costa de la subordinación de la nobleza, junto a otros factores que también la impulsaban, en Lituania-Polonia la relación se invertía, originando un poder aristocrático en alza al que la realeza no sólo no pudo someter, sino con el que además acabó transigiendo en sus desmesuradas aspiraciones de clase. De esta forma la nobleza polaca fue la que en realidad controló el poder (económico, social y por ende político), teniendo la Monarquía que plegarse a sus pretensiones, situación que se manifestaría repetidamente en las reuniones de la Dieta general, desde donde se imponían los sectores oligárquicos y dominantes de la sociedad polaca. Desde finales del siglo XV, esta gran asamblea había quedado integrada por los dos cuerpos que hasta entonces venían actuando separadamente, a saber, el Consejo Real, al que asistían los altos cargos del Gobierno (canciller, mariscal y tesorero), miembros de la Jerarquía eclesiástica y otros destacados dirigentes a título personal, y que se convertiría en el Senado, y el conjunto de los delegados de las asambleas nobiliarias provinciales o dietinas, que formarían la sala de los Nuncios. Para afirmar todavía más su poder, la nobleza polaca impidió el desarrollo de una burguesía que hubiera podido contrarrestar su dominio, y llevó a los campesinos a una agobiante servidumbre privándoles de libertad de movimiento y recortándoles al máximo cualquier tipo de derechos. El campesinado estaba por lo demás sometido totalmente a la justicia señorial, y su dependencia respecto a los señores era completa. Sustentando su privilegiada situación en los grandes dominios territoriales y en el control del próspero comercio de granos, debilitado el poder de la Monarquía y ausente cualquier contrapeso social, la nobleza pudo convertir al viejo Reino polaco en una especie de república aristocrática con una fachada monárquica de débil consistencia. En el caso polaco, no fue únicamente la siempre minoritaria alta nobleza la beneficiaria de este estado de cosas; también la más numerosa y violenta nobleza inferior, la "szlachta", saldría vencedora en su particular pulso contra el poder central que tímidamente intentaba crear la Monarquía, logrando por otro lado asegurar su privilegiada situación económica al amparo del opresivo régimen señorial. La preponderancia política nobiliaria fue sustentándose en una serie de concesiones arrancadas a la Corona en diferentes ocasiones. Así, durante el reinado de Alejandro, éste tuvo que promulgar en 1505 el decreto "Nihil Novi", por el que se le concedía a los representantes aristocráticos en la Dieta central el derecho de veto sobre las decisiones de la Corte. De parecida trascendencia fue la renuncia a todo poder efectivo por parte de la Monarquía, hecha en 1573 siendo rey Enrique de Valois, al aceptar los denominados "Pacta Conventa" que significaban entregar el Gobierno a los grupos aristocráticos. Frente al ascenso nobiliario muy poco pudo hacer la Monarquía polaca, a pesar de los esfuerzos para afirmar su presencia realizados durante los reinados de Segismundo I y Segismundo II Augusto. Algo se consiguió en tal sentido con el mandato de Esteban Bathory, pero para entonces el conflicto religioso ya había añadido otros motivos de preocupación a la católica Monarquía polaca, siendo fuente de nuevas tensiones sociales a las que ésta tendría que enfrentarse, optando por defender la causa contrarreformista. A este respecto, siguiendo las líneas apuntadas por Bathory, cuando fue elegido rey de Polonia Segismundo III Vasa, hijo de Juan III de Suecia, el catolicismo saldría ampliamente favorecido. El nuevo monarca gozó de un largo reinado en Polonia (1587-1632), ostentando al mismo tiempo la Corona sueca durante un período menor, de 1592 a 1604, tiempo en el que se daría por tanto la formación de un curioso bloque polaco-sueco, aunque sólo fuera a título de una unión por la figura regia.
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La invasión mongola de 1241 provocó la ruptura de las instancias tradicionales del poder en Polonia. Durante el último decenio del siglo XIII Premislao II, duque de la Gran Polonia, intentó restablecer la unidad, siendo coronado como rey en Gniezno en el año 1295. Sin embargo, su labor no pudo verse consolidada al morir asesinado en 1296. Tras la breve dominación bohemia durante el mandato de Wenceslao II (1300-1305) y de su hijo Wenceslao III (fallecido en 1306), Ladislao I Lokietek o el Breve (1306-1333) impuso su autoridad con la ayuda del Papado sobre casi todo el territorio polaco, menos en la Gran Polonia (controlada por Enrique III de Glogau) y en Masovia. Ladislao, hermano del magnate Lesko el Negro, había luchado desde 1288 por la dignidad de Gran Príncipe, sometiendo Wislika, Sandomir, Sieradz y parte de la región de Cracovia. En 1309 incorporó la Gran Polonia a sus dominios. No consiguió ser coronado hasta 1320, año en el que recibió la corona polaca de manos de Janislao, arzobispo de Gniezno. La política exterior del nuevo monarca estuvo marcada por su carácter anti-germano. Así, llevó a cabo una campaña por el control de Pomerelia contra la Orden Teutónica, que finalizó con el arbitraje del Papa a través de una comisión presidida por Gerward de Kugavia; la legación, reunida en 1321 en Inowraclaw, dio la razón a la causa polaca, aunque sus disposiciones no se llevaron a la práctica. De igual modo, estableció una serie de pactos matrimoniales con algunas dinastías vecinas para mantener a raya a sus principales enemigos, la Orden Teutónica, el principado de Brandeburgo y el Reino de Bohemia; este es el caso de los enlaces entre su hija Isabel y Carlos Roberto de Hungría y entre su heredero Casimiro y la hija de Gedimino de Lituania. Casimiro III el Grande (1333-1370) sucedió a su padre a la edad de veintitrés años. Durante sus primeros años de reinado estableció una serie de pactos con la Orden Teutónica y con Brandeburgo, renunciando a los territorios entre los ríos Netze y Küddow. Polonia firmó junto a Bohemia y Hungría el I Tratado de Visegrado (1335), mediante el cual Juan de Bohemia renunciaba a sus derechos sobre el trono polaco a cambio del pago de 20.000 cuentos de groschen bohemios; a su vez, Casimiro abandonaba sus pretensiones sobre Silesia, Plock y Pomerelia. El II Tratado de Visegrado (1339), estipulado entre Polonia y Hungría, confirmó a Luis de Anjou, hijo de Carlos Roberto de Hungría, como heredero del trono polaco, tras comprometerse a recuperar Pomerelia, a designar funcionarios y colaboradores entre los naturales del país, a mantener los privilegios nobiliarios y a no crear nuevos impuestos. El Tratado de Kalisch (1343) selló la perdida definitiva de Pomerelia, Kulm y Michelau en beneficio de la Orden Teutónica, aunque también significó la recuperación de Kujavia y Dobrzyn. Pese a la gran labor diplomática de Casimiro, el monarca no pudo evitar el enfrentamiento armado con Lituania, que llegó a alargarse por un periodo de veintiséis años. En 1340 el ejército polaco ocupó Halicz y Lemberg, mientras que Lubart de Lituania tomó Wolhynia. Casimiro organizó una ofensiva sin gran éxito contra Lituania entre 1351 y 1352, en la que colaboraron tropas húngaras. Tras la firma de una efímera tregua en 1352, Polonia incorporó a sus dominios los territorios lituanos de Wolhynia occidental y Wladimir (1366). El monarca reorganizó la administración de los enclaves lituanos (Pequeña Rusia), encabezada por el estaroste o gobernador; las ciudades de Lemberg, Rzeszow, Sanok y Kolomea recibieron el Estatuto de Magdeburgo y Halicz se convirtió en sede metropolitana de una comunidad todavía pagana. Casimiro también tuvo que hacer frente por la vía de las armas al Reino de Bohemia, que siguió hostigando los dominios polacos, pese al compromiso de Visegrado. Su actuación alcanzó grandes resultados, ya que reincorporó a la Corona una serie de territorios: Fraustadt (1343), Masovia (1351), Kujavia (1364), la llamada Nueva Marca (1365) y Deutsch-Krone (13ó8). Casimiro consolidó las bases institucionales del Reino, a través de la reorganización de la Administración. En 1365 creó el Consejo Real, órgano que tuvo que competir durante su reinado con las asambleas locales de nobles y clérigos (colloquia o zjazdy); perfeccionó el cargo de estaroste, de origen bohemio, aumentando sus competencias en el orden político, militar y jurídico; dividió el territorio en una serie de estarostías (antiguas castellanías); estableció nuevas dignidades como la de voivoda (jurisdicción sobre los judíos del Reino), vicecamarlengo (jurisdicción sobre las fronteras) o burgrave (gobierno de las ciudades de la Pequeña Polonia). El rey Casimiro también dotó de un corpus escrito de leyes a la Corona, proyecto en el que colaboraron el arzobispo de Gniezno, Jaroslav Borgorya Skotnicki; el canciller Juan Suchywilk Strzelecki; el alcaide de Cracovia, Spytek, y el obispo de Cracovia, Juan Grot. Dicha inquietud dio origen a las reglamentaciones escritas de Wislica (Pequeña Polonia) y de Petrikau (Gran Polonia) en el año 1347. Las ciudades con derecho alemán mantuvieron su autonomía, aunque perdieron el derecho de apelación a la metrópoli. El soberano instituyó además los Tribunales Supremos de Cracovia y Kalisch (1365). Las reformas de Casimiro III también afectaron al ejército. Así, estableció un primitivo servicio militar, relacionado con la propiedad de la tierra, pero al que se incorporaron los habitantes de las ciudades y los clérigos, estos últimos por representación. La baja nobleza adquirió un gran protagonismo en el ejército (milites scartabelli), al beneficiarse de las jugosas recompenses ofrecidas por la Monarquía para aquellos que participaran en las expediciones al extranjero. El comercio se vio revitalizado con la concesión de numerosos privilegios de depósito y de mercado para las ciudades. La comunidad judía, numerosa en las villas, vio confirmado y ampliado el privilegio de 1264, al quedar exenta de la justicia ordinaria. Desde el punto de vista cultural cabe destacar la fundación del "Studium" de Cracovia (futura universidad) en 1364, siguiendo el modelo de la universidad de Bolonia, y el florecimiento del gótico de procedencia bohemia. Las reformas monárquicas no contaron con el beneplácito de todas las instancias sociales, ya que en 1352 estalló una revuelta aristocrática en la Gran Polonia, acaudillada por Macieko Borkowicz. Luis I de Hungría (1370-1382) sucedió a Casimiro III, tras la repentina muerte de éste, ocurrida durante una cacería. Fue coronado en Cracovia, según lo estipulado en el II Tratado de Visegrado, y regresó a Hungría, delegando las tareas de gobierno en su madre Isabel. El Estatuto de Kosice (1374) selló el acuerdo entre la nobleza, el clero y las ciudades para asegurar la sucesión al trono, mediante el cual se admitían los derechos sucesorios de las hijas de Luis, anulando las disposiciones del Convenio de Ofen (1353), que tan sólo toleraba la sucesión angevina por vía masculina. Luis, más interesado por los asuntos húngaros e italianos, abandonó el país en manos de la nobleza. Isabel tuvo que abandonar la regencia, así como su sucesor desde 1379, Ladislao de Oppeln, acusado de defender los intereses de la Orden Teutónica. La alta nobleza consiguió imponer un triunvirato presidido por el obispo de Cracovia, que tuvo que hacer frente a una revuelta generalizada en la Gran Polonia y Masovia y que, a su vez, impuso el Cristianismo romano en la Pequeña Rusia por la fuerza de las armas.
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Si las Monarquías sueca y danesa lograron finalmente el sometimiento de las respectivas noblezas, imponiendo aunque no sin grandes dificultades el absolutismo, la Corona polaca no tuvo el mismo éxito en esta tarea, lo que se convirtió en un pesado lastre que terminaría por hundir la nave del inestable e inoperante Estado. Mientras que en buena parte de la Europa occidental y nórdica se construían poderes centralizados, donde el autoritarismo regio era la clave del sistema, alcanzando incluso algunas Monarquías la consideración de derecho divino con todo lo que ello implicaba de exaltación y fortalecimiento de su poder, la situación era muy diferente, por opuesta, en el caso polaco, donde la Monarquía, que seguía siendo electiva, era muy débil, al igual que su aparato de gobierno, frente a la casi omnipotente nobleza de corte feudal, integrada no sólo por la alta aristocracia de magnates y grandes señores, que controlaban la Dieta, sino además por la tan conocida "szlachta", baja nobleza turbulenta y díscola que se hacía más presente en las dietinas provinciales. Tanto en estas pequeñas asambleas como todavía con mayor trascendencia en la Dieta general, desde finales del siglo XVI se adoptó cada vez con más frecuencia por parte de los representantes nobiliarios allí congregados la utilización del derecho del "liberum veto", que suponía la necesidad de alcanzar cualquier acuerdo por unanimidad, es decir, que un solo miembro de la Asamblea podía oponerse a la decisión de los demás, aunque éstos constituyeran la inmensa mayoría. Por este procedimiento se bloqueaba una y otra vez el mecanismo de las reuniones legislativas, dificultándose muy mucho el normal funcionamiento de las mismas. La sagrada libertad individual de los integrantes de la Dieta y de las dietinas se anteponía, pues, a los intereses colectivos y a las necesidades nacionales, no pudiendo hacer la Monarquía prácticamente casi nada por propia iniciativa al estar prisionera de este sistema oligárquico, que de hecho se convertía en una especie de república aristocrática donde predominaba una gran anarquía y la defensa de los intereses particulares. La nobleza tenía además el derecho de desobediencia al rey, posibilidad de insurrección que la Corona no pudo contrarrestar sino a cambio de tener que acatar de continuo las presiones de la nobleza. La incapacidad de constituir un eficaz aparato de poder centralizado y la actuación disolvente de los grupos aristocráticos no fueron únicamente las causas de la profunda decadencia en que se hundió Polonia en el transcurso del siglo XVII. Una organización social retrógrada, feudal, con una estructuración tremendamente polarizada donde el campesinado, mísero y casi esclavizado, se encontraba sometido a la más brutal y opresiva servidumbre; con una clase media casi inexistente, a pesar del pequeño núcleo de burgueses que se enriquecieron con el comercio; y con una nobleza todopoderosa, egoísta y defensora a ultranza de sus intereses clasistas, influyó también decisivamente en la postración de Polonia, que presentaba por otra parte en su inmenso territorio notables diferencias de pueblos, de lenguas, de creencias que ahondaron aún más las divergencias interiores y fueron fuentes de repetidas tensiones y conflictos. Por si todo esto no bastara, poderosos enemigos exteriores la rodeaban, deseosos de aprovecharse de su debilidad y a la espera de oportunidades para extender sus dominios a costa de la tierra polaca. Con este deteriorado telón de fondo, el devenir político de la Monarquía polaca, ocupada durante bastante tiempo por extranjeros ante el temor de la oligarquía de que alguna familia nativa alcanzara excesivo protagonismo y se impusiera a los restantes linajes, fue de fracaso en fracaso en su intento de fundar un Estado de corte moderno, de aumentar su autoridad y su prestigio, de imponer un relativo orden en la anarquía que dominaba la vida política y de intentar algunas empresas exteriores para no verse aislada y no quedar al margen de las conflictivas y expansionistas relaciones internacionales, objetivo este último que no conseguiría, no pudiendo impedir tampoco que las potencias vecinas fueran las que penetraran en su territorio y se apoderaran de una buena parte de él. Segismundo III Vasa (1587-1632) conoció bien estas frustraciones interiores y exteriores del trono polaco. No fue capaz de implantar una Monarquía hereditaria ni de imponer el absolutismo sobre las prerrogativas nobiliarias, a pesar de que lo intentó con insistencia, ni tampoco conseguir sus tan deseados proyectos de ver a su hijo Ladislao como zar de Rusia y de recuperar el trono sueco, teniendo que aceptar por contra la tregua de Altmark (1629), que le fue impuesta por Gustavo Adolfo y que implicaba la renuncia a sus aspiraciones de gobernar de nuevo en Suecia. Su hijo, Ladislao IV (1632-1648), tuvo que adoptar una actitud similar, pero esta vez en relación con Rusia, pues aunque pudo frenar la ofensiva moscovita lanzada cuando se iniciaba su reinado, por la paz de Polianov (1634), firmada a continuación, abandonaba sus pretensiones de convertirse en soberano de la gran Rusia. La etapa de Juan Casimiro V Vasa (1648-1668) fue especialmente crítica para Polonia. Conocida como los tiempos del diluvio, contempló la sublevación de los cosacos del Dnieper, los zaporogos, que iniciaron su levantamiento en respuesta a la colonización polaca de Ucrania, que les llevó a cambiar el reconocimiento de la soberanía de Polonia por la de Rusia tras recabar la ayuda del zar, quien no desaprovechó la ocasión para aceptar el vasallaje de estos cosacos y para penetrar en Lituania y Ucrania. Quien tampoco dejó pasar esta inmejorable oportunidad para extender sus dominios fue el monarca sueco Carlos X Gustavo, que, aliado con el elector de Brandeburgo, ocupó Polonia llegando incluso a entrar en Varsovia. La Corona polaca pasó por serios apuros en este crítico momento, estando a punto de ser incorporada al trono sueco, pero las acciones de las fuerzas invasoras provocaron un movimiento nacionalista que obligó a los suecos a retroceder hacia el Norte, a la vez que el elector de Brandeburgo retiraba su apoyo a cambio de obtener la soberanía del ducado de Prusia, a la que tuvo que renunciar el rey polaco. De todas maneras, las pérdidas territoriales de Polonia fueron importantes a favor de Suecia y Rusia, mayormente en las zonas de Livonia, Ucrania y la Rusia Blanca, tal como se recogían en los tratados de Oliwa (1660) y de Andrussovo (1667).
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Gracias a su aislamiento, Polonia, como resultado de la unificación llevada a cabo por la familia Piast, surge en el siglo X con entidad propia en la frontera con el imperio germánico. Su potencial militar, basado en la comitiva del príncipe, facilitó el control de las encrucijadas comerciales que conectaban el Báltico y la cuenca central del Danubio, así como el este de Germania con la cuenca del Dnieper. Esta posición privilegiada, unida a la cristianización y directa vinculación a Roma, tendrá para el futuro consecuencias incalculables, pues en adelante actuará como avanzada de Occidente frente a la Europa oriental. Sin limites fijos, sus fronteras serán continuamente alteradas a tenor de su propia expansión y de la presión de sus vecinos, evolucionando hacia un futuro incierto. Hasta el primer tercio del siglo XII, los Piast, mediante una política de conquistas, ejercen un fuerte control de la situación, pero a partir de esa fecha se produce una anarquía generalizada. Las circunstancias que determinan el cambio son de índole interna y de tipo externo. Entre las primeras, hay que mencionar las luchas dinásticas, que se prolongarían durante los siglos XII y XIII. Al calor de estas contiendas, la nobleza se fortalecerá con amplios privilegios, así como el alto clero, y ambos sectores sociales minarán las bases del poder real. Por otro lado, la debilidad interna sería aprovechada desde el exterior por el Imperio alemán para consolidar su avance hacia el este. Frente a esta precaria situación política, en el siglo XIII se observa cierto crecimiento económico y progreso en el ámbito cultural, favorecidos ambos por el afianzamiento general de la Iglesia y por la presencia germana. En el ano 966, Polonia afirma su constitución, como nuevo Estado occidental frente a los otones, con la conversión al cristianismo de Mieszko I (960-992) y el establecimiento de la primera sede en Poznan (Posen), vinculada directamente a Roma. Al someterse a la jurisdicción romana, Polonia creía haber eliminado el pretexto para una futura intervención alemana, pero la lucha contra el Imperio sería una de las constantes que marcarían su naciente historia. De ahí que sus proyectos fueran, por un lado, mantener su independencia y, por otro, ensanchar sus límites. En este sentido, Mieszko extendió su influencia por el norte hacia Pomerania y por el sur controló parte de la Rutenia Roja y Silesia. Conquistas que serían ampliadas por su sucesor, Boleslav I (992-1025), el verdadero organizador de Polonia, que se impuso como metas: la unión bajo su mandato de todos los eslavos occidentales y la creación de un Estado, según el modelo europeo, que ofreciera ante el Papa y el emperador la garantía de la realeza. Realizó en dos fases su política expansionista. En la primera, iniciada entre los años 992-994, ocupará la Pomerania Oriental, con la que lograría el ansiado acceso al Báltico por Gdansk (Dantzing). En esta zona, fundó el obispado de Kolobrzeg, pero los intentos de cristianización se verían frustrados por el asesinato de san Adalberto de Praga. Los restos de éste fueron enterrados en Gniezno (Gnesen), primera capital polaca que, poco después, en el año 1000, con ayuda imperial, seria elevada a metropolitana, integrándose bajo su jurisdicción las nuevas sedes de Kolobrzeg, Cracovia, Wroclaw (Breslau) y Poznan. En la segunda, se extenderá por el sur, ocupando Moravia, parte de Eslovaquia, e interviniendo militarmente en Kíev. A la muerte de Otón III, incorporará Lusacia, Misnia y ejercerá el control de Bohemia durante algunos años. El nuevo emperador Enrique II se vería obligado a frenarle, consiguiendo su retirada de Bohemia y que firmara la paz de Bautzen en 1018, a cambio de cederle Lusacia en calidad de feudo imperial. La reunificación de los eslavos centroeuropeos, en virtud de las campañas militares realizadas por Boleslav, parecía un éxito y, en los últimos meses de su vida, pudo cumplir el segundo objetivo de obtener el titulo de rey, al ser coronado como tal por el arzobispo de Gniezno. Sin embargo, a su muerte, las luchas internas por el poder hicieron acto de presencia y allanaron la contraofensiva de los Estados vecinos. El nuevo rey Mieszko II (1025-1034) tuvo que reconocer la superioridad del Imperio y perder, en favor de los Estados colindantes, la mayor parte de las conquistas de su padre: san Esteban recuperó Eslovaquia en 1027; Bratislav de Bohemia, Moravia; Yaroslav de Rusia, Rutenia; y Canuto el Grande de Dinamarca incorporó a su Imperio la Pomerania, en 1031. El retroceso territorial y los conflictos dinásticos conducirían a una insurrección general. Esta se manifestó en levantamientos campesinos, enfrentamientos entre cristianos latinos y ortodoxos, quema de monasterios y matanzas de clérigos por parte de los sectores paganos... Un proceso anárquico que culminó con la pérdida de Silesia a manos de Bratislav de Bohemia, en 1038. Polonia se hallaba al borde de la desintegración. Si ésta no se produjo, fue gracias a la intervención del Imperio, que si bien no había permitido su engrandecimiento, tampoco iba a consentir el de Bohemia, por lo que colaboró activamente en la subida al trono de Casimiro I (1040-1058). Este, con apoyo del emperador Enrique III y de las jerarquías eclesiásticas y aristocráticas del país, rescata Silesia, traslada la capital a Cracovia y restablece el orden. Pero el precio a pagar por dicha ayuda iba a tener graves consecuencias: por un lado, hubo de renunciar al titulo de rey y aceptar la situación de vasallaje con respecto al Imperio; por otro, la influencia de los grandes se dejaría sentir en adelante a través de la imposición de un consejo permanente en torno al rey para compartir y limitar sus funciones. Boleslav II (1058-1079) prosigue la obra de restauración iniciada por su antecesor. Aprovechando el gran conflicto Imperio-Pontificado, apoyó a Gregorio VII para contrarrestar la influencia alemana y sacudirse la tutela del consejo. En 1076, coincidiendo con la humillación de Enrique IV en Canosa y habiendo obtenido resonantes éxitos frente a la Rusia de Kíev, Hungría y Bohemia, recupera la Corona. Sin embargo, frente a los grandes, fracasaría, pues su política prorromana le granjeó la enemistad de la nobleza y parte del clero, quienes le expulsaron del trono situando en el a su hermano menor, Ladislao I (1079-1102), fiel instrumento al servicio de sus intereses. El siglo XII se abre de nuevo con la guerra civil, saliendo vencedor Boleslav III Boca Torcida (1102-1138), que se impone la tarea, como sus homónimos, de engrandecer Polonia. Para ello, conquista Pomerania, restableciendo el acceso al mar, y derrota a Enrique V cerca de Breslau, deteniendo el avance germano. De ahora en adelante, los alemanes tendrán que utilizar como vehículos de penetración a monjes, colonos y mercaderes. De cara al interior, completaría la organización del Estado y de la Iglesia. Esta obra se vio oscurecida por la creación en su testamento del "Seniorado", institución que pretendía evitar conflictos de herencia entre sus hijos y que dividió a Polonia en cinco ducados independientes: Gran Polonia, Silesia, Mazovia, Sandomierz y Pequeña Polonia con capital en Cracovia. Este último correspondería al miembro más antiguo del linaje Piast, junto con el titulo de Gran Duque que, como "primus inter pares", mantendría la unidad polaca. Sin embargo, este sistema no evitó las disputas dinásticas; al contrario, sus consecuencias fueron gravísimas. Polonia se vio lanzada a la división en principados independientes, algunos de los cuales acabarían desapareciendo en medio de la fuerte progresión alemana hacia el este y, asimismo, se desencadenaron sangrientas contiendas civiles, que serían aprovechadas por el alto clero y los magnates para su fortalecimiento, en menoscabo del poder real o ducal. Polonia se derrumbaba, y si pudo salvarse se debió fundamentalmente a la debilidad de los Estados limítrofes. De la etapa siguiente cabría destacar: - La asamblea de Lenczyca de 1180 (primer precedente del senado polaco), donde se derogará oficialmente el testamento de Boca Torcida y los grandes obtendrán importantes exenciones y privilegios. -El avance de los caballeros teutónicos que desde 1228 conquistaran Prusia y levantaran una formidable barrera que cortara a Polonia el acceso al mar. -El ataque mongol de 1241 que asolara el país y cuya consecuencia más importante será la solicitud de ayuda a colonos alemanes para roturar y colonizar nuevos territorios y para activar la economía de ámbito urbano. Después de dos siglos de anarquía feudal y de continuas agresiones de los países vecinos, Polonia tendría que encaminar sus esfuerzos a reunificar los diferentes principados y asegurar el poder real.
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A lo largo del siglo XVIII el reino polaco se fue sumiendo en una profunda decadencia. A pesar de que nunca había tenido un papel dirigente en las relaciones internacionales, su identidad nacional había cristalizado tiempo atrás y gracias a sus excedentes agrícolas había tenido una función destacada en el comercio hanseático. Sin embargo, el panorama cambiaría ahora de manera radical; la escasa vitalidad de sus instituciones, dominadas por una oligarquía de magnates y de rancios grupos nobiliarios, junto con una debilidad de la Monarquía, electiva y no hereditaria, que nunca pudo jugar un papel rector en la vida política del país hacen posible la dominación extranjera, a través de la dinastía sajona reinante, y la permanente intromisión de las potencias vecinas como Rusia o, cada vez en menor medida, Suecia. Los intereses foráneos se impondrán de tal manera que se acaba distorsionando la realidad nacional, cuando se celebren los tratados de repartición de su territorio, hasta lograr la desaparición del país. Por eso, al comenzar la centuria decimonónica la nación polaca había desaparecido, y sus súbditos a partir de entonces deberían acatar otras soberanías. La historiografía clásica divide este período en dos fases claramente diferenciadas: la época sajona, que ocupa la primera mitad de la centuria, así llamada por el origen de los dos monarcas, electores de Sajonia, Augusto II y Augusto III. La segunda es la época de las Luces, más nacionalista, el reinado E. A. Poniatowski, combinando el triunfo de la Ilustración con la tutela rusa que le llevó al trono.
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La resistencia polaca tras la ocupación de 1939 no aspira sólo a expulsar al invasor, sino a hacer sobrevivir al país como tal, como comunidad; nadie ignoraba, y los polacos tampoco, que Hitler pretendía suprimir Polonia (12). De ahí el comportamiento particularmente inhumano de los invasores. De ahí, también, que la unanimidad antialemana haya sido una de las características de la resistencia de este país, y a que los alemanes no hubiesen encontrado un solo "Quisling". Tras la derrota se forma un gobierno en el exilio de Londres, cuyo presidente es el general Sikorski -octubre de 1939- y, pronto, un ejército -80.000 hombres- formado por los evacuados y los residentes en el exterior. El SOE británico ayudará a la resistencia interior. Esta, en las zonas directamente anexionadas por Alemania o por la URSS, y debido sobre todo al mayor control y a la expulsión de la población polaca, será muy limitada, al contrario que en el territorio del "protectorado" alemán del Gobierno General, donde trata de subsistir una administración polaca y donde se inicia la resistencia con algunos grupos espontáneos. A fines de 1940 éstos se fusionan en el Ejército del Interior -AK-. Surgen redes de información, que advertirán sobre el ataque alemán a la URSS -pero no se les creerá-, sobre las armas V-1, y acerca de los campos de exterminio. La enseñanza universitaria, prohibida, subsistirá clandestinamente. El Gobierno de Londres prohíbe en 1939 los sabotajes no englobados en planes de conjunto. A partir de 1941 estos actos se incrementan notablemente, llegando a su punto culminante en 1944. Entre los años 1942 y 1944 se destruirán miles de locomotoras y vagones y se llevarán a cabo 6.000 atentados. Durante mucho tiempo la Resistencia polaca será hostil a la URSS. Cuando este país es invadido por Alemania, se forma la Unión de Patriotas Polacos y su brazo armado, la Guardia Popular, en la zona oriental, y más tarde se crea un Gobierno comunista polaco en el exilio, conocido posteriormente como Gobierno de Lublin. Pero las relaciones entre éste y el establecido en Londres nunca serán buenas e incluso empeorarán (13). Sólo en 1944, cuando los soviéticos se acercan a Polonia en persecución de los alemanes, la AK da orden de no atacar a los soviéticos, pero no acepta la incorporación de sus fuerzas al Ejército Rojo, "que nuevamente nos agrede". Paralelamente, los partisanos del Gobierno de Lublin prosiguen su actividad contra los alemanes. En esto, se produce un hecho resistente con un matiz propio: la insurrección del ghetto de Varsovia. Las matanzas, el hambre y las deportaciones habían acabado exasperando a la comunidad hebrea de la capital, reducida a 90.000 miembros un total de casi 400.000. Desde 1942 los judíos se habían organizado y creado algún grupo de resistencia, con alguna ayuda en armas de los polacos gentiles, y trataban de defender lo que quedaba del ghetto. El levantamiento se desencadena el 19 de abril de 1944, y la lucha dura hasta el 26, aunque algunos focos persistirán hasta mediados de mayo. Los judíos sufrirán 7.000 muertos; otros tantos serán deportados y unos 5.000 morirán bajo las ruinas. El ghetto será destruido sistemáticamente. Los alemanes tuvieron unos 100 muertos. Tres meses después, estalla una nueva insurrección en Varsovia. En las zonas liberadas por los soviéticos durante su avance se va estableciendo la autoridad del Gobierno de Lublin que, sobre la marcha, inicia profundas reformas económico-sociales. Para adelantarse a la liberación de las ciudades por los soviéticos, el AK tratará de ocuparlas. Este es el caso de Varsovia cuando el Ejército Rojo alcanza la orilla derecha del Vístula: el Gobierno de Londres opta por la insurrección, decisión política más que militar, de la cual los aliados no sabían nada. Aquélla estalla el 1 de agosto. Los insurrectos armados son 20.000 -del AK- y pronto se les unen comunistas de la Guardia Popular. Con tardanza, los británicos envían suministros a "esos irresponsables", y con mayor tardanza, los soviéticos lanzan paracaidistas sólo el 10 de septiembre. El 28 cesan los combates sin resultado apreciable para los patriotas, que han tenido un elevado número de muertos y heridos, además de las víctimas producidas entre la población civil, e ingentes destrucciones. Por estas fechas los alemanes comienzan a retirarse de Polonia. Tras la ofensiva soviética de enero de 1945 -en la que participan soldados y partisanos polacos- Moscú disuelve la AK y reconoce a un Comité de Lublin como Gobierno Provisional de Polonia. El Ejército polaco del Exterior, dependiente del gobierno de Londres, combatirá por su parte en Francia, Noruega, en la batalla de Inglaterra, en el norte de África, en Italia, Normandía, Holanda y Alemania; el Ejército del Gobierno de Lublin combatirá a la URSS, Checoslovaquia, Alemania y la propia Polonia. En mayo de 1945 había 600.000 soldados polacos enrolados, de los cuales 300.000 en el frente. Y habrá polacos en las resistencias francesa, holandesa, belga, danesa, noruega y soviética.