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Desde Vespasiano se inicia un apoyo institucional a ciertas formas de cultura. El exponente más significativo se encuentra en la creación de cátedras de retórica, una latina y otra griega, costeadas por el Fisco. Al tercer nivel educativo, el aprendizaje de la retórica, sólo llegaban los hijos de las familias más acomodadas, aquellos que desempeñarían después altos puestos de responsabilidad en la administración central. El hispano M. Fabio Quintiliano, de Calahorra, fue el primero que ocupó la cátedra de retórica latina, bien pagada con 100.000 sestercios anuales. Se nos ha conservado completa su obra "Sobre la formación del orador", que contiene muchas influencias de Cicerón. El aprendizaje retórico de época republicana tenía una utilidad más inmediata como preparación de senadores dedicados a la actividad política. Quintiliano quiso revitalizar un tipo de retórica, parcialmente inútil para su época; la decadencia de esa retórica había venido marcada por los cambios en la forma del poder político. De poco servia que recubriera su hacer con expresiones más floridas y con un estilo más ameno, dice: "Los jóvenes deben evitar también un maestro árido, como las plantas tiernas una tierra muy seca; pues con un maestro así, decaen y se inclinan..." (II, 4, 7). El poder y la sociedad necesitaban más abogados que brillantes discursos políticos. Otras partes de su obra, como las técnicas del altercado entre abogados en los juicios, tenían más utilidad. Cuando da consejos, como el que "un abogado prudente y hábil en los recursos tiene mucho ganado si deja a su adversario seguir un falso camino", está atendiendo a una exigencia de mayor futuro para la retórica. Pues la época flavia se corresponde con la consolidación de la profesión de los abogados. Aunque sólo nos hayan llegado fragmentos y nombres de ilustres juristas de esta época (Cello Sabino, Próculo, Casio Longino...), los autores de compilaciones posteriores son deudores de la producción jurídica de estos años. Así, hoy sabemos bien que las diversas copias de leyes municipales flavias conservadas seguían una ley marco adaptada a las condiciones particulares de cada ciudad; esa ley fue redactada por los abogados al servicio del emperador. Tal importancia del derecho escrito terminará dando origen a la figura del especialista como al abobado del fisco, advocatus fisci. Y la carrera jurídica, no reservada a senadores, comienza a ser económicamente rentable incluso con el ejercicio privado de la misma. La renovación literaria de época flavia, en la que siguen participando itálicos y provinciales, se vincula al poder en cuanto se presenta como defensora de los valores del Occidente. El año de la erupción del Vesubio, el 79, moría Plinio el Viejo. La voluminosa obra de Plinio (23-79), su "Historia Natural", de contenido enciclopédico, así como las "Argonautica" de Valerio Flaco, las "Púnica" de Silio Itálico o la "Tebaida" de Estacio, resucitan temas antiguos de la literatura clásica sin poner en duda las bases del poder de su época al recurrir a un relato políticamente neutro. Mayor compromiso con su presente y con la crítica social presentan autores como el hispano M. Valerio Marcial y Juvenal, que mejoran la tradición satírica romana. Pero éstos como otros poetas no reciben ahora protección de los emperadores ni de ninguna persona allegada al poder. Marcial vive gracias a las ayudas de sus patronos privados. La poesía satírica de ambos aporta noticias de gran valor para el historiador actual sobre la vida cotidiana de Roma (el ruido de la ciudad, los aduladores, los nuevos ricos, los favores de una dama, la coquetería...) pero está muy alejada de valoraciones sobre cualquier forma de gobierno. La cultura de época flavia se caracteriza por ser acrítica ante el poder. Sólo en el ámbito de los filósofos surgió alguna manifestación de oposición. Las escuelas filosóficas del Helenismo seguían teniendo representantes en el Occidente romano. El propio Vespasiano era amigo personal de algunos de ellos; bien constatada está su estrecha relación con el estoico Trásea Peto. Pero también hubo casos de persecución contra filósofos. Vespasiano condenó a muerte a Elvidio Prisco en el 70; Domiciano expulsó de Roma o condenó a muerte en el 93 a filósofos de distintas escuelas. Y bajo Domiciano, se llevó a cabo también la expulsión de los astrólogos de Roma en el 90. Ahora bien, tales hechos no deben ser entendidos como una manifestación de odio o antipatía sistemática de los Flavios ante los filósofos, sino como hechos aislados de represión contra aquellos que predicaban una abierta y continua oposición a la forma de gobierno dominante; la condena se llevó a cabo en aplicación de la ley de lesa majestad. Baste el ejemplo de Elvidio Prisco, estoico y familiar de Trásea Peto. Había ejercido diversas magistraturas como correspondía a su rango senatorial: cuestor en Acaya el 51 y tribuno de la plebe el 56; el 66 fue expulsado de Roma cuando su suegro Trásea era condenado a muerte. Rehabilitado políticamente por Galba, el 70 fue pretor. No estamos, pues, ante un marginado social. Pero Elvidio no se plegó al poder y defendió siempre públicamente, en las mismas sesiones del Senado, sus ideales republicanos y la necesidad de devolver el poder a la cámara senatorial. Son casos como el de Elvidio los que están detrás de las condenas, no una actitud de los Flavios contraria a los filósofos, pues participaban de una idea muy común en la época, consistente en considerar al conocimiento filosófico útil para ayudar a vivir y también para aceptar con resignación los cambios de fortuna, incluida la muerte. El Coliseo, monumento destinado al uso del pueblo, y el Palacio imperial son dos de las mejores obras que ilustran la ideología del poder flavio. Su liberalismo político permite cualquier manifestación cultural, apoya a aquéllas como la ciencia jurídica que son útiles para la formación de cuadros de gobierno, pero se enfrenta con sus mejores armas contra el uso del pensamiento con fines de ruptura del consenso social o de oposición política.
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Durante los años 70 del siglo XX, si la crisis económica produjo inestabilidad en todo el mundo, un factor añadido de la situación fue que también en el período que estudiamos las relaciones entre las grandes potencias se deterioraron gravemente. Pero esos dos no fueron los únicos factores que permiten explicar lo sucedido en este tiempo de tormentas. La realidad es que el propio Tercer Mundo engendró por sí mismo dificultades complementarias. Ya sabemos que la descolonización no tuvo las consecuencias tan positivas que de ella se habían esperado. El movimiento de los países no alineados tampoco fue capaz de mantener su unidad y de actuar con independencia con respecto a las superpotencias; una parte de los países del Tercer Mundo se identificaron con los soviéticos mientras que otros mantenían la línea primigenia de este movimiento. La confrontación fue patente con ocasión de la Conferencia de los países no alineados celebrada en La Habana en septiembre de 1979: Castro y Tito, ambos comunistas, representaron cada una de las respectivas tendencias. Pero aún hubo un factor más, especialmente significativo en África del Norte, Medio Oriente e incluso más allá del Golfo Pérsico. La evolución del mundo en el último cuarto de siglo no puede entenderse sin tener en cuenta la peculiar relación entre religión y política.
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La política española del siglo de las luces no pudo zafarse de los conflictos coloniales internacionales, que gravitaban ya inexorablemente sobre toda América. En sus comienzos se vio inmersa en la Guerra de Sucesión, en la que intervinieron casi todas las naciones de la Europa occidental, y en sus finales en el de las guerras napoleónicas, que afectaron ya a la totalidad de Europa. Entre uno y otro, puede decirse que España participó en casi todos los problemas bélicos internacionales, lo que se reflejó en sus colonias, que jugaron sin saberlo un papel de sostenedoras del status quo mundial. Este status quo fue, seguramente, el que evitó que España se quedara sin la mayor parte de ellas, ya que su potencial militar y naval era claramente inferior al de sus vecinos de Europa. Al término del siglo XVIII, la unidad territorial de Hispanoamérica resultaba así muy semejante, aunque algo mermada, con respecto a la que tenía a comienzos de la misma centuria. España participó en siete grandes guerras: La de Sucesión, la de la Oreja, la de los Siete Años, la de emancipación de las colonias inglesas, la de la Convención, y las dos contra Inglaterra de 1797 y 1804. En la primera no sufrió pérdidas territoriales en América (sí en Europa), salvo la ratificación legal de las anteriormente ocupadas. En la segunda tampoco. En la tercera perdió la Florida, cedida a los ingleses, y tuvo que ratificar la ocupación legal de Belice, pero se le regaló la Louisiana, que le compensó sobradamente. En la norteamericana recobró la Florida. En la de la Convención perdió la parte española de Santo Domingo, que pasó a ser francesa, y en las dos últimas contra Inglaterra la isla de Trinidad. Podemos comprobar, por consiguiente, que las colonias hispanoamericanas mantenían casi intacta su extensión, pese a los problemas bélicos, lo que demuestra el interés de las potencias hegemónicas porque fuera así, ya que esto les permitía colocar sus manufacturas. Tampoco afrontó España grandes problemas políticos internos en Hispanoamérica, contra lo que era de esperar, ya que durante el siglo XVIII se aplastó el poder criollo y se impuso la explotación colonial. Las rebeliones, motines y asonadas se hicieron, principalmente, contra los impuestos y la mala administración, no pasando por lo regular de movimientos de "Viva el Rey y abajo el mal gobierno". Tales fueron las de los comuneros del Paraguay (1717-35), originada por usufructuar el trabajo personal de los indios del Chaco; la de Juan Francisco León (1749?52), contra el monopolio de la Compañía Guipuzcoana; la de Quito de 1765 contra las alcabalas; la de Túpac Amaru de 1780 contra los repartimientos de los corregidores y los nuevos impuestos; la de los Comuneros neogranadinos de 1781 contra la reforma fiscal que creaba nuevos impuestos, y todas las que les sucedieron hasta 1806. Sólo la invasión de Miranda a Coro en este último año tuvo ya un carácter verdaderamente político y revolucionario, fracasando por faltarle el apoyo de las oligarquías, empeñadas en mantener el orden social vigente (amenazado por lo ocurrido en la colonia francesa de Haití), aunque inclinadas ya a relevar a los peninsulares en la administración. El hecho de que estas revoluciones no lograran integrar a los distintos sectores sociales existentes en las colonias permitió que las autoridades españolas las abortaran con relativa facilidad. Guerras internacionales y conflictos internos motivaron, finalmente, que España se preocupara por reforzar su planta militar hispanoamericana. Los gastos de defensa en la primera mitad del siglo fueron del 66% de los ingresos en México, 73% en Nueva Granada, 81% en el Perú. Aumentaron a partir de la Paz de París (1763), cuando se fortificaron mejor La Habana, Cartagena y Callao y se dieron órdenes para que en cada virreinato se mantuviera un contingente de tropas regulares (6.000 en Nueva España, 3.000 en Nueva Granada y 1.500 en Perú), reforzado por milicias (20.000 en México, 40.000 en Perú y 15.000 en Nueva Granada), que se movilizaban en casos excepcionales. Lo mismo se hizo en Buenos Aires, donde las milicias jugarían un papel decisivo frente a las invasiones inglesas de comienzos del siglo XIX. En cualquier caso, fue una planta militar insignificante para la enorme extensión y población hispanoamericana y situada además en lugares claves, como Cartagena, La Habana, Panamá o en las capitales virreinales. Bajo ningún aspecto puede considerarse una organización militar destinada a someter unas colonias rebeldes: sólo a defenderlas de ataques extranjeros.
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La lucha de las Monarquías europeas contra las alzas de precios y la adopción de medidas monetarias para superarlas constituyen, desde comienzos del siglo XVI, una buena prueba de que antes de que se emitieran doctrinas mercantilistas existían prácticas mercantilistas. Sin embargo, es evidente que el mercantilismo comprendía otros elementos. Heckscher ha defendido la tesis de que el mercantilismo, además de ser un sistema preocupado por todos los problemas de índole monetaria, era un sistema de unificación, un sistema de poder y un sistema proteccionista. Como sistema de unificación el mercantilismo estaba estrechamente vinculado al proceso de formación y de desarrollo de los Estados nacionales. En materia económica los Reyes Católicos hicieron una política unificadora protegiendo a la Mesta como organización ganadera estatal contra los intereses locales de los agricultores. De la misma forma, constituyeron el monopolio de Sevilla para el comercio colonial, contra los intereses de otros puertos, reforzando con ello la política de unidad económica y geográfica. Además, la unificación y codificación de las diferentes legislaciones referidas a la industria textil, conseguidas con la promulgación de las Ordenanzas de Sevilla de 1511, constituyó el primer paso hacia la unificación técnica y administrativa necesaria para gobernar con eficacia todo un imperio. En Francia esa tendencia unificadora se retrasó por tres razones: el espacio económico era considerable, estaba cortado por barreras aduaneras sometidas a jurisdicciones distintas y se carecía de unidad de procedimiento administrativo. Sólo el estatismo nacionalista del siglo XVI, apoyado por la Corona y por la burguesía, modificó la situación y propició las tareas unificadoras. El estatismo mercantilista apareció especialmente en la legislación y la reglamentación industrial. Se reorganizaron los gremios dotándolos de reglamentos comunes para todos, se aumentó su número, se fijaron mediante edictos regulares los precios de los productos, los salarios y los métodos de fabricación, mientras funcionarios reales se encargaban de inspeccionar técnicamente el trabajo y las mercancías, aunque no siempre estas medidas fueron eficaces ni aceptadas. En Inglaterra, en cambio, el espacio económico era semejante al castellano y aventajaba al francés en cuanto a la inexistencia de barreras aduaneras interiores. Su geografía facilitaba las comunicaciones y evitaba los compartimentos estancos. Como sucediera en Francia, la Monarquía inglesa reglamentó a escala nacional el trabajo industrial, aunque su legislación sobre precios, salarios y calidad de las mercancías era más flexible. El mercantilismo era un sistema de poder. Durante los siglos XVI y XVII el poder político estuvo ligado en Occidente tanto a la expansión territorial y comercial como a la conquista de los metales preciosos. Los casos portugués y castellano son a ese respecto paradigmáticos. En Francia los monarcas trataron de conseguir una economía sólida con el apoyo de los hombres de negocios, al mismo tiempo que desde el Estado se tutelaba a la industria, especialmente a la relacionada con las necesidades primarias y básicas del Estado: manufacturas de pólvora, minas e industrias metalúrgicas, etc. Así pues, se consideraba que el desarrollo industrial constituía un medio para reforzar el poder del Estado. La actitud con respecto a las relaciones que debían establecerse entre el comercio y el poder político era semejante. Eso es lo que Heckscher denomina sistema proteccionista. Cuando la balanza comercial de un Estado era favorable se retenía metal precioso en el interior de las fronteras nacionales, lo cual permitía su fortalecimiento económico y político. Para conseguir este objetivo era preciso proteger y estimular la industria nacional, importando las materias primas precisas, evitando la exportación de determinados productos y materias primas, estableciendo obstáculos aduaneros y trabas legales a la importación de productos manufacturados, eliminando en el interior toda competencia a los productos nacionales. Así pues, asociado al proceso de su fortalecimiento político, actuando como causa y efecto, los Estados de los siglos XVI y XVII practicaron este nacionalismo económico como sistema eficaz de protección de su soberanía. La consecuencia más inmediata fue la intervención directa de los Estados en la actividad económica, controlándola y organizándola gracias a una reglamentación multiforme, recurriendo al estimulo de la producción interior, a la creación de monopolios estatales, a la búsqueda de recursos, ya fuera mediante la colonización, ya fuera mediante la presión militar o política sobre otros Estados más débiles. Y todo ello, sin prescindir de las burguesías nacionales, pues en su participación y su adhesión a estas políticas estaba el germen del éxito de la balanza comercial y de la acumulación de metal precioso, como base del enriquecimiento nacional. Sin embargo, no todos los Estados consiguieron resultados satisfactorios en sus políticas mercantilistas. En España existió durante el reinado de los Reyes Católicos y de Carlos I una política claramente proteccionista y reglamentista de la industria interior, tanto por lo que se refiere a las limitaciones impuestas a la importación de ciertos productos manufacturados (los tejidos de lana que habrían de someterse a los reglamentos de calidad de los gremios castellanos) como a la prohibición de algunas exportaciones (lino, cáñamo, seda virgen, hierro). La organización del tráfico colonial, por su parte, competía en régimen de monopolio, discriminaba a las empresas marítimas extranjeras e impedía la fuga de metal precioso. De manera semejante, en Francia las medidas políticas en materia económica estuvieron dirigidas durante todo el siglo XVI a proteger fundamentalmente la industria textil contra la competencia exterior y, con ello, impedir la salida de numerario. Tales eran las ideas por las que constantemente luchaban los Estados Generales cuando se reunían. Sin embargo, a pesar de que doctrinalmente el mercantilismo francés había alcanzado una notable madurez gracias a Bodin, a Montchrestien, a Laffemas o al duque de Sully, sería el ministro de Luis XIV, Colbert (1619-1683), quien lo concebiría y lo aplicaría de forma más sistemática y perfecta, hasta tal punto que sus medidas dieron lugar a la acuñación de un nuevo término asociado y confundido con el mercantilismo: colbertismo. Sus elementos doctrinales no fueron nunca recogidos o publicados, pero eso tampoco niega la existencia de tal corriente en el seno de lo que denominamos mercantilismo francés en sentido amplio. El colbertismo presenta los siguientes rasgos: el punto de partida y el fin de toda política es el poder del rey (del Estado). Su atributo y signo de poderío es la abundancia de dinero. A su vez, el poderío nace de la riqueza y la riqueza procede del comercio. Desde estas dos ideas nace una tercera: no hay ni puede haber más que una masa constante de dinero en toda Europa, al mismo tiempo que el volumen del comercio lo es también, pues los pueblos continúan siendo iguales en número y consumo. De esta concepción estática del mercado, Colbert dedujo que la competencia entre las economías de las diferentes Monarquías tenía que ser agresiva. Sólo aquellos Estados que produjeran en cantidad y calidad prioritariamente para el autoconsumo y luego para la exportación, podrían sobrevivir en medio de la competencia general. El estimulo y la reglamentación de las manufacturas, la política aduanera proteccionista y el desarrollo de la marina y los puertos fueron los medios prioritarios que Colbert dispuso para hacer una Francia rica y hegemónica, aunque a la larga los frutos conseguidos fueron inferiores a los esfuerzos realizados. El modelo mercantilista inglés difiere del continental, al menos en su aplicación. Inglaterra no tuvo necesidad de practicar una política de tarifas protectoras, pues sus industrias textil y metalúrgica se adelantaron a las continentales. Por lo que se refiere a la aportación doctrinal también se halla el pensamiento inglés en posición avanzada con respecto al Continente. Las ideas más acertadas acerca del capitalismo comercial fueron desarrolladas por Tomas Mun (1571-1641) en su obra "La riqueza de Inglaterra por el comercio exterior" (1630), en la cual se le asigna al comerciante un papel muy destacado en el seno de la comunidad económica, se señala la virtud del comercio exterior para enriquecer a un país, se disocian y se distinguen los conceptos de dinero y capital. Para Mun el capital se emplea con acierto en el comercio exterior cuando se logra una balanza comercial favorable. Y si ese es, a su juicio, el único medio para conseguir metales preciosos para Inglaterra, las importaciones deben restringirse, fomentándose, por el contrario, las exportaciones y reexportaciones. Justamente, si España perdió sus metales fue por causa, según Mun, de la incapacidad de los españoles para proveerse de mercancías extranjeras con sus mercancías nativas. Es por ello por lo que en su pensamiento el comercio tiene mayor importancia que la acumulación de metales preciosos por sí mismos.
Personaje Literato
Nacido en Montepulciano en 1454, de nombre Angelo Ambrogini, fue profesor de los hijos de su amigo Lorenzo el Magnífico. En 1492 fue nombrado bibliotecario apostólico por Alejandro VI. Su obra principal es "La fábula de Orfeo", una composición al modo religioso pero de contenido pagano, repleta de festividad. Su estructura en canciones intercaladas le permite ser considerada un precedente de la ópera, más aún al estrenar Monteverdi la primera ópera considerada como tal en 1607 con el título de "Orfeo". Escribió también las "Estrofas para el torneo", en 1475, composición lírica de estilo sensual en torno a un torneo amoroso. Fallece en 1494.
Personaje Escultor Pintor
Antonio del Pollaiolo, hermano de Piero, fue un artista florentino dedicado a pintura, escultura y orfebrería. Los dos hermanos poseían un taller en Florencia de donde salían obras firmadas en común, por lo que hoy resulta difícil atribuir a cada uno de ellos una obra en concreto. Al parecer, Antonio era el experto en escultura y orfebrería, y Piero el pintor. No existen cuadros documentados de Antonio, pero la calidad de algunas obras, como el Apolo y Dafne, frente a la mediocridad de las obras pintadas firmadas por Piero, hacen pensar que las mejores pinturas tienen una mayor intervención de Antonio. Muy relacionada con la orfebrería era la actividad de grabador. Sólo se conserva un grabado de Antonio, muy famoso, conocido como los Diez Desnudos, en los que el artista nos deja ver cuáles son sus principales intereses artísticos: el estudio de la anatomía humana y su transformación ante el movimiento o el esfuerzo. Estos mismos intereses se aprecian en abundantes dibujos a pluma de Antonio. Este tema, centrado en la anatomía y la estructura muscular y ósea del cuerpo humano para sustentar el movimiento, hacen pensar que fue Antonio del Pollaiolo el primero en realizar disecciones de cadáveres para observar la construcción interna de los mismos. De este modo, se habría adelantado a Leonardo da Vinci, quien también realizó disecciones por idéntico motivo. Las obras más importantes de Antonio son dos esculturas en bronce, los sepulcros de los papas Sixto IV (de 1493) e Inocencio VIII (realizada entre 1492 y 1498), que se conservan en la basílica de San Pedro del Vaticano.
Personaje Pintor
Los especialistas han considerado a Piero como el más torpe de los dos hermanos Pollaiolo - sobrenombre por el que era conocido su padre, vendedor de pollos - ya que las escasas obras que se han conservado así lo atestiguan. Para ambos será fundamental la influencia de Donatello y Andrea del Castagno, interesándose por los asuntos violentos.
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En 1951 Pollock empezaba a ver agotado su lenguaje. Su estilo clásico duró tan poco como todos -el clasicismo de Rafael o el neoclasicismo de Los Horacios-. El dripping no daba más de sí y cambió a un nuevo tipo de pinturas negras, en las que vuelven a aparecer las imágenes simbólicas, los elementos figurativos totémicos y primitivos de los primeros años cuarenta, pero esta vez sin color, como en Number 14, de 1951 (Londres, Tate Gallery). Seres de apariencia animal o humana, que parecen monstruos, y que se suelen interpretar a la luz de las teorías de Jung.El triunfo fulminante de Jackson Pollock, su subida al olimpo del arte norteamericano -y luego mundial-, desde 1943-1944, le pasó una factura muy seria. Pollock se volvió contra Pollock. En 1953 -el primer año desde 1944 en que no tuvo una exposición individual- tanteó diversas formas de pintar, diversos estilos, en busca de un nuevo lenguaje y dudando si tenía algo que decir con su pintura. Ese mismo año tuvo un accidente y pasó varios meses inactivo. Además, el mundo del arte le estaba beatificando en vida: en 1950 una revista de gran tirada titulaba un artículo "¿Es Jackson Pollock el mejor pintor vivo de los Estados Unidos?", a finales de 1955 le habían dedicado una pequeña retrospectiva en la Sidney Janis -Quince años de Jackson Pollock-, en la que la crítica le trataba de viejo maestro a los cuarenta años. En 1956 él abría la primera de una serie de exposiciones en el MOMA, Work in Progress, en las cuales se rendía homenaje a un artista y que fue su glorificación en la tierra, con la cual quedaba ya incluido definitivamente en el panteón.Con el triunfo el pintor pasó a ocupar un lugar que contradecía sus intereses y sus aspiraciones. La fuerza y la capacidad desestabilizadora de sus cuadros, como la inquietante She Wolf (La Loba), quedaba aplacada al aparecer en papel satinado, junto a otras imágenes más ligeras en las páginas de las revistas de lujo. La pintura se convertía en moda, apta para ser consumida por una clase social alta, ávida de novedades y distinción. "Imprimirla (She Wolf) en las brillantes páginas del "Harper's Bazaar" sólo podía servir para mutilarla y despojarla de sentido hasta la última gota. Esta castración afectaba no sólo a la imagen mitológica reproducida, sino al pintor mismo, que resultaba domesticado por el sistema de la moda. La Loba se transformaba en cordero".Esta castración es uno de los destinos del expresionismo abstracto o de la pintura informalista y el camino sin salida de muchos artistas que lo practicaron. La salida de Pollock fue la más radical. Encaramado en lo más alto de la pirámide del éxito, pero también enfermo por el alcohol y profundamente insatisfecho, con la conciencia clara de que el lugar de los dioses no es la tierra, se mató -o se dejó morir- al volante de un coche.
museo
Tres millas al sur de Glasgow, Pollock House ha sido el hogar de la familia Maxweell desde mediados del siglo XIII. El actual edificio fue construido alrededor de 1740 y ampliado por sir John Stirling Maxwell en 1890. Donado a la ciudad de Glasgow en 1996 por Mrs. Anne Maxwell Macdonald, Pollock House es conocida internacionalmente por su importante colección de pinturas -con obras de Murillo, El Greco, Alonso Cano o Goya- porcelanas y muebles. Ubicada en el interior de Pollok Country Park, el edificio incluye un restaurante y una tienda.
Personaje Pintor
En Arizona y California vivió durante su infancia y adolescencia, interesándose por el trabajo de los indios navajos. Inicia sus estudios de arte en 1928 en Los Angeles y con 17 años se traslada a Nueva York para asistir a las clases del pintor Thomas Hart Benton en el Art Students´League. En este periodo de formación siente especial atracción hacia la pintura muralista mexicana -Siqueiros y Orozco- para interesarse posteriormente por Picasso y los surrealistas Matta, Ernst y Miró.Entre 1938-1942 trabajaría para el Federal Arts Proyects, interesándose por las expresiones mágicas y primitivas de los aborígenes americanos, realizando una serie de obras en las que se encuentra presente la imagen del tótem, vinculado en ocasiones a la simbología sexual.En 1940 expone por primera vez en la prestigiosa galería de Peggy Guggenheim, "Arts of Century"A partir de 1947 introduce el dripping en sus trabajos, técnica consistente en las salpicaduras y goteos de color sobre un lienzo tendido en el suelo, y se consolida como líder del action painting junto a Willem de Kooning. A partir de 1951 recupera una figuración de síntesis que se interrumpirá con su fallecimiento cinco años más tarde. Sus obras constituyen un significativo ejemplo de informalismo que influirá decisivamente en los pintores de la vanguardia de fin de siglo tanto en Europa como en América, al convertirse en una figura legendaria de la Escuela de Nueva York, dedicándole diversas exposiciones retrospectivas en los más importantes museos de arte moderno del mundo.