De esta localidad de la comarca Sarriá, parte una senda que se dirige a Portomarín, en la que el peregrino es capaz de revivir la experiencia de los concheiros medievales. La pequeña aldea de Peruscallo se encuentra situada entre Pena y Cortiñas.
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Personaje
Arquitecto
Pintor
Su iniciación en el arte de la pintura discurre en Siena, donde adopta las formas de Pinturicchio. Uno de sus primeros trabajos y más importante es su intervención en la edificación de San Pedro del Vaticano, que inicia en 1503. Primero bajo la dirección de Bramante y más tarde como adjunto de Antonio Sangallo el Joven, estaría durante toda su vida ligado a esta enorme edificación. Cuando se instala en Roma tiene la oportunidad de conocer el trabajo de Sodoma y Rafael, lo que proporciona mayor madurez a sus creaciones pictóricas. De éstas cabe destacar las escenas de la Calandria que pinta en 1514 y los frescos que decoran la capilla Ponzetti de Santa María della Pace. Como arquitecto también experimenta una notable evolución. Entre sus obras cabe destacar la Farnesina, cuya construcción -a instancias del banquero Agostino Chigi- inicia en 1509. En 1527, tras el saco de Roma, se traslada a Siena. En su ciudad natal recibe el título de arquitecto de la República y se encarga de la edificación y decoración de la Villa Belcaro. Al comienzo de la década de los años treinta el pontífice Clemente VII le pide que regrese a Roma. En 1535 es elegido arquitecto del Vaticano. Dentro de este complejo se encarga de la Basílica y los trabajos de restauración del Belvedere. Durante el tiempo que estuvo en Roma su carrera alcanza su máximo esplendor. Peruzzi se convierte en un profundo analista de la arquitectura antigua, que luego trasmite a sus proyectos. En general, el trabajo de este artista tendría gran incidencia en los estudios de Serlio. Uno de sus trabajos más significativos es el Palacio Massimo alle Colonne. También diseñó varios proyectos relacionados con la arquitectura militar. Muchos de los planos y bocetos que realizó a lo largo de su carrera se conservan en el Museo de los Uffizi.
contexto
La producción industrial tradicional estuvo, en gran medida, ligada a las ciudades y regida por las corporaciones gremiales, agrupaciones profesionales reguladoras de las distintas fases del proceso productivo y de las relaciones laborales, defensoras de los métodos tradicionales frente a las innovaciones y del monopolio del trabajo frente al intrusismo. Con la importante excepción de Inglaterra, donde habían entrado en franca decadencia a mediados del Seiscientos y eran ya prácticamente inoperantes (aunque subsistían nominalmente), los gremios siguieron presentes en el siglo XVIII en casi toda Europa. Era el mundo de los pequeños talleres en los que el maestro, asistido por algunos oficiales y aprendices en número limitado por los estatutos y por las mismas condiciones técnicas del taller, producía artículos, por lo general, de elevada calidad. Aparentemente, las corporaciones constituían sólidas estructuras que, además, gozaban del favor de los poderes públicos, ya que resultaban eficaces mecanismos de control fiscal y eran, potencialmente al menos, excelentes instrumentos al servicio de la política intervencionista llevada a cabo en muchos países. En consecuencia, la primera mitad del siglo -entiéndanse los límites cronológicos con flexibilidad- conoció todavía la expansión gremial a oficios, ciudades y países donde aún no se habían establecido. Los ejemplos son tan numerosos que han permitido a P. Léon hablar de una invasión corporativa anterior a 1750 en Francia -donde pareció pretenderse reglamentar todos los oficios, Austria, Prusia y otros Estados alemanes, Bélgica, España, diversos Estados italianos... Incluso las tentativas de adaptar las economías de los países de Europa del Norte y centro-oriental a las pautas occidentales comprendían la introducción del sistema corporativo, si bien en algunos casos, como Rusia -disposiciones de Pedro el Grande en 1721-1722 y Catalina II en 1785-, los intentos tendrían escasos resultados prácticos. Pero, pese a las apariencias, la salud de los gremios se resentía progresivamente. Por lo pronto, su implantación distaba mucho de ser universal, desde todos los puntos de vista. Faltaban en algunas ciudades, no siempre comprendían todos los oficios y entre los oficios libres solían contarse los surgidos durante la Edad Moderna y los relacionados con los nuevos textiles- y, sobre todo, estaban ausentes del mundo rural, por más que en algunas zonas los gremios urbanos hubieran tratado de extender su radio de acción a un entorno más o menos amplio. Quedaba, pues, al margen de su influencia un gran sector de la economía artesanal, que en este siglo se mostró especialmente dinámico: de hecho, y pese a aumentar en cifras absolutas la producción urbana, la mayor parte de la producción industrial, y en proporción creciente a lo largo de la centuria, se dio fuera de los gremios. La habitualmente rígida y conservadora respuesta corporativa ante cualquier intento de contravenir las normas vigentes -defendían, en realidad, todo un equilibrio de poderes provocaba la hostilidad de mercaderes e innovadores, que a veces contaban con la complicidad de autoridades locales y provinciales. Algunos cayeron bajo la influencia de los mercaderes-empresarios y en muchos casos se multiplicaban sus problemas internos: oligarquización de los cuadros directivos, tensiones entre los gremios de oficios similares, competencia entre los de distintas ciudades por asemejarse en privilegios y atribuciones, endeudamiento por los numerosos pleitos en que se involucraban por defender sus privilegios, reglamentación de acceso excesivamente restrictiva y hasta malthusiana... Un claro ejemplo de esto último podemos verlo en Aquisgrán, ciudad donde la rigidez gremial era proverbial en la época. Los hijos de los maestros tejedores de paños eran admitidos en la corporación y luego nombrados maestros sin pagar tasa alguna y sin realizar examen de suficiencia, mientras los demás candidatos debían someterse a severos exámenes y pagar unos derechos elevadísimos: en 1773, el equivalente a unos 300 kilogramos de pan; se comprende que el nivel profesional de los agremiados no siempre fuera el adecuado, que emigraran numerosos jóvenes y que más de la mitad de los paños acabados en la ciudad fueran tejidos fuera. Por otra parte, los teóricos de la economía, particularmente fisiócratas y preliberales, clamaban abiertamente por su supresión tampoco faltaron los defensores, que destacaban su papel en el ejercicio del control de calidad y su dimensión asistencial-. En algunos países el ambiente antigremial se concretó en medidas tendentes a limitar y recortar sus poderes (citamos como ejemplo las del emperador José II en 1784), llegándose en Francia a la supresión (decreto de Turgot, 1776). Hubo, sin embargo, resistencia. Los gremios no eran todavía meras estructuras moribundas vacías de contenido y, aunque decadente, seguían cumpliendo una función económica y social. En la misma Francia, sin ir más lejos, la caída de Turgot en el mismo 1776 supuso la derogación del decreto citado y las corporaciones, definitivamente, serían disueltas por la Revolución (1791). Y en la mayor parte de Europa, el golpe final lo darían las legislaciones liberales del siglo XIX.
contexto
El ordenamiento social que Roma instaura en las provincias hispanas provoca la desarticulación de las sociedades indígenas, que en las zonas más afectadas por el impacto de las colonizaciones griegas y fenicio-púnicas se realiza mediante su adaptación a las peculiaridades de la sociedad romana. Las transformaciones sociales que se introducen se efectúan en un marco esencialmente urbano con excepciones que están constituidas por la proyección que la esclavitud posee en las explotaciones mineras. De ahí que el área fundamentalmente afectada en la Península Ibérica coincida con aquella donde se proyecta el proceso de urbanización y su concreción en colonias y municipios. La menor intensidad que el proceso urbano tiene en el norte de la Península tiene su correspondencia en el ámbito social en la subsistencia durante el período altoimperial de sistemas y relaciones sociales ajenos al mundo romano, que se articulan esencialmente en función de los lazos de sangre y de parentesco en organizaciones a las que conocemos actualmente como suprafamiliares. Sus distintos niveles permiten diferenciar entre el básico de la familia, el intermedio de la gentilitas que agrupa a varias familias, y el superior de la gens que integra a varias unidades intermedias. La documentación epigráfica constata su persistencia en las zonas septentrionales más alejadas de la articulación administrativa romana, especialmente en el contenido de determinadas tablas de hospitalidad, que implican el establecimiento del hospitium entre distintas organizaciones suprafamiliares. Entre estos documentos se encuentra El pacto de los zoelas, gens perteneciente a los astures, donde se recogen dos acuerdos de hospitalidad; el primero se data en el 27 d.C. y se realiza entre las gentilitates de los Desonci y de los Tridiavi; en el segundo, procedente del 152 d.C., se renueva el pacto anterior y se amplia a individuos de otras gentes. La persistencia del ordenamiento social indígena constituye el referente de otras manifestaciones del mismo carácter, que pueden observarse en la onomástica, en sus divinidades, en su poblamiento e incluso en sus actividades económicas. En este último sentido, la política romana impulsora de procesos de sedentarización en la llanura no evita el mantenimiento de formas de vida seminómadas, que se aprecian concretamente entre los vadinienses.
obra
Obra también conocida como El íncubo, es una de la más célebres del artista. Se hicieron numerosas reproducciones en grabado de la misma hasta muy entrado el siglo XIX. El propio Füssli hizo algunas copias, como es este caso, ya que el original, realizado en los años 80, se perdió durante la Segunda Guerra Mundial en Inglaterra.
obra
En este pequeño trabajo a lápiz y acuarela, Manet presenta a un solitario pescador de faena subido en una pequeña barquita. Otras barcas se recortan sobre el cielo del fondo, creando reflejos en el agua con rápidos toques de pincel. El color sepia del papel sobre el que está realizada la obra domina una composición en la que el pintor ofrece una manera diferente de trabajar, alejada de los tradicionales óleos oscuros de esta época como el retrato de Monsieur y Madame Manet.
obra
Los impresionistas entienden el color como una cualidad de la luz, cuya tonalidad, saturación y claridad dependen de las "oscilaciones del éter" como se decía en la época. Esta teoría motivó que el color se dejara de entender como algo inherente a los objetos, considerándose como un fenómeno sujeto a las variaciones lumínicas y dependiente de las condiciones perceptivas del observador. Estas ideas las podemos observar claramente en esta escena pintada directamente al aire libre, por lo que la luz crea una sensación atmosférica que envuelve y aboceta los contornos, tanto de las figuras como de los elementos del paisaje. Es más, podemos considerar que las dos figuras son las únicas referencias formales del conjunto mientras que el resto se configura gracias a rápidas y cargadas pinceladas que parecen anticipar la abstracción. La obra enlaza con los trabajos de Renoir en las que narra la vida cotidiana de la burguesía parisina, siendo le Moulin de la Galette la obra estrella.Este lienzo fue subastado en el Hôtel Drouot el 24 de marzo de 1875, junto a otras obras de Sisley, Morisot y Monet; fue adquirido por 180 francos por el escritor Georges Charpentier, uno de los admiradores de la obra de Renoir.