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Además de los cuatro estilos de la pintura romana, también se da en Roma una decoración con una temática más popular (escenas de mercado, banquetes...) que se exhibían a la intemperie en fachadas o peristilos. Es la caso de esta escena, donde se representa la pelea que hubo entre los espectadores del anfiteatro de Pompeya en el año 59 d. C. y que nos ofrece un mayor valor documental que artístico.
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Al ser entronizado Carlos IV en 1789, Goya fue nombrado Pintor de Cámara, por lo que rechaza encargos procedentes de la Fábrica de Tapices, debido a que no puede desarrollar todo su talento. Pero la amenaza de ser suspendido de empleo y sueldo provocará la vuelta a la realización de cartones, en este caso, destinados al despacho de Carlos IV en San Lorenzo de El Escorial. Los temas eran populares y jocosos.El pelele refleja una diversión típica del carnaval en varios lugares de España, aunque también se considera que puede reflejar el control de la mujer sobre el hombre (María Luisa de Parma era un perfecto ejemplo).Las figuras y la luz configuran excepcionalmente el espacio, demostrando los avances pictóricos de Goya.
termino
acepcion
Población de origen sabino, antiguo pueblo de la Italia Central.
obra
contexto
Peligro que los nuestros pasaron al tomar dos peñones Cortés se informó por aquellos cuarenta presos que trajo Sandoval, de las cosas de México y Cuahutimoc, y supo de ellos la determinación que tenían de defenderse y no ser amigos de cristianos; y pareciéndole guerra larga y dificultosa, hubiese preferido con ellos paz que enemistad; y por descansar, y no andar cada día en peligro, les rogó que fuesen a México a tratar de la paz con Cuahutimoc, pues él no los quería matar ni destruir, pudiéndolo hacer. Ellos no se atrevían a ir con tal mensaje, sabiendo la enemistad que su señor le tenía. Mas tanto les dijo, que acabó por conseguir que fuesen dos; los cuales le pidieron cartas, no porque allí las habían de entender, sino para crédito y seguro. Él se las dio, y cinco de a caballo que los pusieron en salvo. Mas poco aprovechó, pues nunca tuvo respuesta; antes bien, cuando él más pedía paz, más la rehusaban ellos, pensando que lo hacía por flaqueza; y por cogerle por la espalda fueron más de cincuenta mil a Chalco. Los de aquella provincia avisaron de ello a Cortés, pidiéndole socorro de españoles, y le enviaron un paño de algodón pintado de los pueblos y gente que sobre ellos venían y los caminos que traían. Él les dijo que iría en persona de allí a diez días; que antes no podía, por ser Viernes Santo y luego la Pascua de su Dios. Con esta respuesta quedaron tristes, pero aguardaron. Al tercer día de Pascua vinieron otros mensajeros a meter prisa por el socorro, pues entraban ya por su tierra los enemigos. En este intermedio se dieron los pueblos de Accapan, Mixcalcinco, Nautlan y otros vecinos suyos. Dijeron que nunca habían matado español alguno, y trajeron como presente ropa de algodón. Cortés los recibió, trató y despidió alegremente y en breve, porque estaba de partida para Chalco, y luego partió con treinta de a caballo y trescientos compañeros, de los que hizo capitán a Gonzalo de Sandoval. Llevó asimismo veinte mil amigos de Tlaxcallan y Tezcuco. Fue a dormir a Tlamanalco, donde, por ser frontera de México, tenían su guarnición los de Chalco. Al día siguiente se le juntaron más de otros cuarenta mil, y al siguiente supo que los enemigos le esperaban en el campo. Oyó misa, fue para ellos, y dos horas después de mediodía llegó a un peñón muy alto y áspero, en cuya cumbre había infinidad de mujeres y niños, y en las faldas mucha gente de guerra, que en descubriendo el ejército de españoles, hicieron en lo alto ahumadas, y dieron tantos alaridos las mujeres, que fue cosa maravillosa, y los hombres, que estaban más abajo, comenzaron a tirar varas, piedras y flechas, con que hicieron daño a los que llegaron cerca, y que, descalabrados, se hicieron atrás. Combatir tan fuerte cosa era locura, retirarse parecía cobardía; y por no mostrar poco ánimo, y por ver si de miedo o hambre se entregarían, acometieron el peñón por tres partes. Cristóbal del Corral, alférez de setenta españoles de la guardia de Cortés, subió por lo más áspero; Juan Rodríguez de Villafuerte, con cincuenta, por otra, y Francisco Verdugo, con otros cincuenta, por otra. Todos éstos llevaban espadas y ballestas o escopetas. Al cabo de un rato hizo señal una trompeta, y siguieron a los primeros Andrés de Mojaraz y Martín de Hircio, cada uno con cuarenta españoles, de que también eran capitanes, y Cortés con los demás. Ganaron dos vueltas del peñón, y se bajaron hechos pedazos, pues no se podían tener con las manos y pies, cuanto más pelear y subir; tan áspera era la subida. Murieron dos españoles y quedaron heridos más de veinte; y todo fue con piedras y pedazos de los cantos que desde arriba arrojaban y se rompían; y hasta si los indios tuvieran algún ingenio, no dejaran español sano. Ya cuando los nuestros dejaron el peñón y se arremolinaban para hacerse fuertes, habían venido tantos indios en socorro de los cercados, que cubrían el campo y tenían semblante de pelear; por lo cual Cortés y los de a caballo, que estaban a pie, cabalgaron y arremetieron a ellos en lo llano, y a lanzadas los echaron de él. Mataron allí y en el alcance, que duró hora y media, muchos. Los de a caballo, que fueron los que más los siguieron, vieron otro peñón no tan fuerte ni con tanta gente, aunque con muchos lugares alrededor. Cortés se fue con todos los suyos a dormir allí aquella noche, pensando recobrar su reputación que en el día perdió, y por beber, pues no habían encontrado agua aquella jornada. Los del peñón hicieron por la noche grandes ruidos con bocinas, atabales y gritería. Por la mañana miraron los españoles lo flaco y fuerte del peñón, y era todo él bastante duro de combatir y tomar. Cortés dijo que le siguiesen todos, pues quería tentar los padrastros; y comenzó a subir a la sierra. Los que los guardaban los dejaron, y se fueron al peñón, pensando que los españoles iban a combatirlo, para socorrerlo; y cuándo él vio el desconcierto, mandó a un capitán que fuese con cincuenta compañeros, y tomasen el más áspero y cercano padrastro; y él con los demás arremetió el peñón; le ganó una vuelta, y subió bien alto; y un capitán puso su bandera en lo más alto del cerro y disparó las ballestas y escopetas que llevaba, con lo que hizo más miedo que daño; pues los indios se sorprendieron, y soltaron en seguida las armas en el suelo, que es señal de rendirse, y se entregaron. Cortés les mostró alegre rostro, y mandó que no se les hiciese mal ni enojo. Ellos, viendo tanta humanidad, enviaron a decir a los del otro peñón que se entregasen a los españoles, que eran buenos, y tenían alas para subir a donde querían. Por estas razones, o por falta que de agua tenían, o por irse seguros a sus casas, vinieron a entregarse a Cortés y a pedir perdón por los dos españoles que mataron. Él los perdonó de buen grado, y se alegró mucho que se entregasen aquellos que estaban con victoria, porque era ganar mucha fama con los de aquella tierra.
contexto
La presión de pueblos fronterizos se mantiene tensa casi durante todos los años del gobierno de Marco Aurelio, presentando un cuadro semejante a las situaciones por las que pasará el Imperio occidental en diversos momentos de la segunda mitad del siglo III y a partir de fines del siglo IV. El pacífico emperador-filósofo se vio así obligado por la fuerza de los hechos a pasar gran parte de su gobierno junto a las fronteras. En Oriente el peligro siguió viniendo de los partos; en este caso, de la decisión de su rey Vologenes III de invadir territorios del Imperio. Uno de sus generales, Cosroe, tomó Armenia y coronó en ella a un rey vasallo, Pacoro. El otro cuerpo del ejército parto penetró en Siria después de vencer la resistencia del ejército romano, dirigido por el legado L. Attidio Corneliano. La respuesta militar de Roma no se hizo esperar. Marco Aurelio confió a su hermano Lucio Vero la dirección de la campaña. Los datos sobre la toma de Armenia son análogos a los de otras campañas similares anteriores: de nuevo, el ejército romano se adueña y destruye la ciudad de Artaxata, así como otras menores, hasta expulsar a los partos (163-166) Las operaciones militarmente más brillantes fueron las dirigidas por el legado Alodio Casio, iniciadas el 163. No se limitó a expulsar a los partos de los dominios romanos sino que penetró en el territorio parto y en el de sus aliados, hasta ir tomando sistemáticamente todas las ciudades importantes: Dura Europos, Seleucia de Tigris, Ctesifonte. La guerra tuvo así un frente armenio, otro parto y finalmente otro medo. Como los emperadores, aun sin estar en campaña, celebraban como suyo el triunfo de sus legados militares, los títulos Armeniacus, Parthicus y Medicus (año 167) pasaron a añadirse a la titulatura imperial. La frontera romana quedó fijada en el Tigris. El éxito militar tuvo la contrapartida de que el ejército romano quedó contagiado con la peste que se extendió por el Imperio. Tenemos noticias de que, poco más tarde, llegaron a morir en Roma 2.000 personas a causa de ella en un solo día. Avidio Casio fue recompensado con un mando sobre todas las legiones asentadas en Egipto y Asia. Y mantuvo eficazmente la autoridad de Roma cuando surgieron de nuevo algunos desórdenes; las fuentes antiguas hablan, por ejemplo, de revueltas en Egipto bajo forma de bandidaje, que llegaron a exigir el desplazamiento de Avidio desde Siria. Cuando en el 175 le llegó la falsa noticia de que Marco Aurelio había muerto, Avidio se apresuró a proclamarse emperador. El Senado le declaró enemigo público y no tuvo ocasión de arrepentirse, al ser asesinado por sus propios soldados. Marco Aurelio aplicó benignamente las consecuencias de la condena senatorial: no confiscó todos sus bienes sino sólo una parte de ellos, permitiendo unas condiciones dignas de vida al resto de su familia. El frente danubiano será otro de los focos de conflicto. Aprovechando la situación de unas fronteras casi desguarnecidas de tropas por haber sido desplazadas a Oriente, varios pueblos del otro lado del Danubio (marcomanos, cuados, longobardos y otros) cruzaron el río y en una campaña de pillaje y devastación avanzaron hasta penetrar en Italia y poner sitio a la ciudad de Aquileya (año 167). La tensión bélica exigió un rápido reclutamiento de dos nuevas legiones en Italia, la II Pia y la III Concors. Los bárbaros fueron expulsados, pero esta amenaza permitió comprobar la debilidad defensiva de Italia. Una parte del norte, unida a los Alpes, constituyó desde ahora una circunscripción que, como las provincias, permitía albergar tropas legionarias. El año 173 los marcomanos y cuados, después de varias derrotas, pidieron una paz que Roma aceptaba siempre que cumplieran las condiciones de devolver el botín y los prisioneros capturados. Pero se produjo un hecho nuevo: en las regiones danubianas (Panonia, Mesia, Dalmacia y Dacia) que habían sufrido particularmente los estragos de la peste y contaban con territorios semidespoblados, Roma asienta a un importante contingente de bárbaros con la doble intención de que explotaran la tierra y de que dejaran de presionar desde el otro lado de la frontera. Unos años más tarde, durante el 177-180, de nuevo el ejército romano tuvo que intervenir contra marcomanos y sármatas. Es posible que sea cierta la noticia de que Marco Aurelio tuvo el proyecto de anexionar esos territorios, pero su repentina muerte en mayo del 180 terminó con toda la campaña. Los ingentes gastos ocasionados por estas guerras exigieron la aplicación de impuestos extraordinarios y llevaron al propio emperador a vender una parte de sus bienes personales como contribución a las necesidades del conflicto. Al lado de los graves enfrentamientos antes mencionados, tuvieron escasa importancia otros de la frontera renana para frenar las incursiones de catos y algunas operaciones militares en Britania. Cierto relieve, en cambio, volvió a tomar el recrudecimiento de las tensiones en Mauritania. El sur de la Península Ibérica sufrió varias incursiones de moros y el gobernador de la Citerior, el único de las provincias hispanas que disponía de tropas legionarias, la legio VII Gemina, se hizo cargo también del gobierno de la Bética hasta terminar reprimiendo estos levantamientos. Este conjunto de conflictos manifiesta los defectos de la fórmula de un Imperio cerrado y rico, de espaldas a pueblos incultos y más pobres. Cualquier agudización de las condiciones económicas de esos pueblos encontraba la fácil salida de cruzar la frontera para apropiarse de botín. De momento, Roma pudo frenar esta presión, pero no aplicó ninguna nueva fórmula para que ese peligro no volviera a repetirse.
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La modelo que posó para esta escena fue Carmen Gaudin, una de las mujeres más representadas por Toulouse-Lautrec en sus primeras obras parisinas. Su cabello rojo y su piel blanca fascinaron al artista, aunque Carmen casi nunca permitiera mostrar su rostro por lo que aparece aquí con la cabeza gacha. Se trata de un trabajo al aire libre, interesado Lautrec en captar los efectos de luz y color sobre la figura de la modelo, enlazando con el Impresionismo al utilizar sombras coloreadas y adelantándose al fauvismo al emplear tonalidades estridentes. La figura se recorta sobre un fondo neutro para resaltar la blancura de la camisa, destacando un ligero defecto en la anchura del cuello que el pintor pretende disimular con las tonalidades verdes de esa zona. Lautrec utiliza una pincelada suelta, otorgando a la imagen un sensacional efecto volumétrico, especialmente en el cabello y la camisa.
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Toulouse-Lautrec acudía con frecuencia al jardín de Père Forest, muy cercano a su estudio. En este lugar realizará varios retratos - véase Mujer en el jardín de Forest - interesado por representar a la figura al aire libre, como ya había hecho en su juventud - véase Madre del pintor en el jardín -. La modelo utilizada para este bello lienzo es Carmen Gaudin aunque algunos críticos la identificaran como Rosa. Su rojizo cabello y el bello rostro resultan suficientemente clarificadores para realizar una correcta identificación. La muchacha aparece de perfil, sentada en un sillón de mimbre, agarrándose las manos sobre su regazo; viste un austero traje oscuro que contrasta con su tez blanquecina y el color verde de las plantas, medio salvajes medio cultivadas, que poblaban el jardín. El interés hacia la luz acerca el estilo de Henri a los impresionistas, manifestando una admiración extraordinaria hacia las sombras coloreadas que inundan toda la composición, eligiendo el color malva como hacían Renoir o Monet. La figura está modelada a través del color, la luz y un poderoso dibujo que será la característica fundamental de los trabajos de Lautrec, mientras que las tonalidades han sido aplicadas con gran soltura, renunciando a detalles anecdóticos.
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Las mujeres desnudas forman parte de la iconografía tradicional de la pintura francesa, desde Fragonard a Degas, pintor este último que sirve de directo precedente para Toulouse-Lautrec. La prostituta - los zapatos de tacón, las medias negras, el cobrizo cabello y las revueltas sábanas refuerzan esta hipótesis - no permite que contemplemos su rostro, recordando a los retratos de Carmen Gaudin que realizó Henri en su primera etapa. El color ha sido aplicado con una soltura magistral, anticipándose a las facetas que caracterizan el cubismo, sin renunciar al empleo de una poderosa línea que define claramente los contornos y otorga volumen a la figura. Las variadas y cálidas tonalidades utilizadas contrastan con el color ojo del cabello, principal elemento de la composición.