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En el año 346, Filipo volvió a presentarse en las Termópilas en apoyo de los beocios para finalizar la guerra sagrada. Los focidios volvieron a recibir el apoyo de espartanos y atenienses, pero no hubo una resistencia real. La situación en Atenas llegó a ser especialmente confusa y las circunstancias variaban a gran velocidad. Las mismas personas cambiaban de actitud de manera inesperada: los que promovían la resistencia se hicieron pronto partidarios de llegar a acuerdos con el rey macedónico. Éste fue el caso de Eubulo, pero Demóstenes, que lo acusaba de defender la postura de los ricos por el hecho de buscar la prosperidad en la paz, participó después, junto con Esquines, en la embajada que fue a tratar la paz con Filipo. También iba Filócrates, autor de la propuesta, que dio nombre a la paz resultante de las conversaciones que tuvieron lugar en Pela. Luego, Filócrates sería acusado de traición y condenado al exilio. Demóstenes también acusó a Esquines en su discurso "Sobre la embajada infiel". Es el momento del máximo enfrentamiento entre los dos oradores, representantes de posturas contrapuestas en lo referente a las actitudes que podían tomarse ante los macedonios, aunque ambos pretendieran a su manera preservar la autonomía de la polis. Las acusaciones se basaban en que se habían dejado pasar cláusulas por las que no se reconocían las alianzas atenienses en Tracia ni con los focidios, e incluso se permitía a Filipo que atacara a estos últimos. Esparta, por otra parte, quedaría excluida de la Anfictionía. De hecho resultaba el final de los focidios como ente independiente y el reconocimiento de la hegemonía de Filipo. Ésta última tenía otra vertiente perteneciente al plano de la ideología. Filipo adquiere la promantia en Delfos, el derecho preferente en la consulta de los oráculos, y ejerce la presidencia en los siguientes juegos Píticos, a los que los atenienses se negaron a acudir. El dominio en este plano era por tanto comparable al conseguido en el aspecto militar. La nueva situación de paz es comparable a una koiné eirene, similar a las que se realizaban bajo el patrocinio del rey de los persas, sustituido ahora por Filipo en este papel, lo que dará lugar a ciertas ambigüedades acerca de cuál de las dos dependencias es preferible y cuál puede ser más despótica, la de los persas o la de los macedonios. En Atenas, el pacto que llevó la embajada se reveló inmediatamente muy frágil, lo que ya se había notado en la falta de aceptación de la hegemonía ideológica de Filipo tal como se había manifestado en Delfos. En el interior, proliferan las condenas. Hipérides, acusador de Filócrates, reemplaza a Esquines en el consejo anfictiónico, lo que significaba dar un papel importante y representativo a un personaje que se revelaba como abiertamente contrario a los acuerdos con Filipo. Con él y con Demóstenes, se emprende una campaña popular de asentamientos de cleruquías en el Quersoneso, del establecimiento del impuesto militar llamado stratiotiká, destinado a reforzar los ejércitos para fortalecer la resistencia, de condenas a privación de la ciudadanía y confiscación de bienes a los ricos que se oponían a tales medidas. Fue el momento de mayor éxito popular de la política propugnada por Demóstenes.
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Los acuerdos de Westfalia se llevaron a cabo en dos congresos, el de Münster, donde se reunieron los príncipes y Estados católicos, y el de Osnabrück, donde negociaron los protestantes con representantes imperiales. Entre los dos se repartieron unos 200 representantes de países que en muchos casos llevaban años negociando acuerdos parciales. Todo ello da idea de la complejidad de los temas a tratar, sobre los que sin embargo consiguieron ponerse básicamente de acuerdo entre todos, con el resultado de un nuevo ordenamiento imperial y europeo. Algunas cuestiones quedaron, sin embargo, pendientes. España y Francia continuaron en guerra hasta la Paz de los Pirineos de 1659, en la que se reguló asimismo el contencioso existente entre Francia y el ducado de Lorena, que había unido su causa a la española. Aparte de la resolución de los problemas de orden internacional, en Westfalia nació un nuevo orden imperial y sus acuerdos fueron considerados ley del Imperio; de ahí que los juristas alemanes llamen a esta paz Constitución (Constitutio Westphalica), que sirvió de base al Imperio mientras existió. El nuevo estatuto jurídico-político imperial, en respuesta a la reivindicación de las libertades germánicas por parte de los príncipes, consagró una Alemania parcelada y desunida, que derivó hacia una atomización absolutamente inoperante. El emperador renunció definitivamente a sus aspiraciones centralizadoras, mientras que se reforzó la autonomía de los 350 Estados (ius territoriale), que tendrán derecho decisorio sobre asuntos como la paz, la guerra, las alianzas y las relaciones diplomáticas (ius belli et pacis), es decir, a su propia política exterior (ius foederis). La Dieta tendrá atribuciones legislativas, económicas y militares, pero continuará dependiendo del emperador para su convocatoria y para convertir en leyes sus decisiones, mientras que aquél no podrá imponerle una deliberación ni hacerle revisar un tema sobre el que ya se haya pronunciado. La Dieta Imperial se convertirá, desde 1663, en un congreso permanente con sede en Ratisbona, formado por el Colegio de los príncipes electores, el de los príncipes del Imperio y el de 51 ciudades imperiales. En el orden religioso, Westfalia supuso para Alemania el fin de todas las disputas habidas desde el inicio de la Reforma. Así, se amplió la paz de Augsburgo de 1555, fuente de problemas desde el momento de su nacimiento, extendiéndose a los calvinistas las ventajas de la paz, con el mismo rango que los luteranos. 1624, fecha situada entre el inicio de la guerra y la promulgación del Edicto de Restitución, fue considerado año de referencia para encontrar un punto medio tanto para la situación confesional como para el destino de las propiedades eclesiásticas. Aunque se mantenía el derecho del príncipe a cambiar de confesión religiosa (ius reformandi), ello no implicaba la imposición forzosa de la nueva religión a sus súbditos. La paridad entre protestantes y católicos se hizo norma para el reparto de cargos imperiales, con objeto de evitar la formación de mayorías. Se separó a los Estados imperiales en cuerpos, el "corpus evangelicorum" y el "corpus catholicorum", para la decisión sobre los asuntos religiosos, en vez de la mayoría de votos. No significaron estas decisiones la libertad religiosa total ni la tolerancia, puesto que la intransigencia de las tres confesiones oficiales obligará a exiliarse a los que no acepten la de su príncipe y hará difícil la vida de los que practicaban otras, que quedaron fuera de la ley. Por lo demás, la desaparición del confesionalismo único hizo desaparecer la autoridad papal en temas internacionales, como había sido norma hasta estos momentos. Durante siglos habrá un vacío de autoridad superior sobre los Estados. La paz de Westfalia reguló tanto la situación imperial como la europea. De hecho fue la primera paz de alcance europeo, la primera que se preocupó de establecer un régimen de equilibrio entre las potencias que evitase el predominio de una de ellas. Para ello se realizó un reparto territorial menos encaminado a premiar a vencedores y castigar a vencidos que a hacer posible el mantenimiento del equilibrio y el fortalecimiento de ciertos Estados medios que dificultasen las veleidades expansionistas. Para ello, el primer requisito era la desaparición de la hegemonía de la Casa Habsburgo, en sus dos ramas, la de Viena y la de Madrid. La pérdida de poder efectivo del emperador en el Imperio convirtió a los Habsburgo de Viena en poco más que en soberanos de sus Estados patrimoniales, por otra parte mermados. La Monarquía española, a su vez, saldrá de esta paz, de la de los Pirineos y del reconocimiento de la independencia de Portugal convertida en un Estado de segundo orden, perdiendo la hegemonía gozada hasta entonces. Francia fue la gran ganadora de Westfalia. Redondeó su perímetro por el reconocimiento de su soberanía sobre los obispados de Metz, Toul y Verdún, que poseía desde hacía un siglo; la Alta y Baja Alsacia, que fueron separadas del Imperio por el emperador antes que dejar que un representante del rey francés asistiese a la Dieta, con el Sundgau y la prefectura de la Decápolis (diez ciudades imperiales alsacianas); y las plazas renanas de Philippsburg y Breisach. Además, conseguía su vieja aspiración de romper el cerco de los territorios Habsburgo y destruir la hegemonía española. En el Báltico, Suecia se convirtió en la potencia hegemónica durante los setenta años siguientes. Obtuvo una fuerte indemnización económica y la posesión de las islas de Rügen y Wollin, la Pomerania occidental, los obispados de Verden y Bremen y los puertos de Stettin y Wismar, por todo lo cual se convirtió en miembro del Imperio, y por tanto con derecho a intervenir en sus asuntos internos. Brandeburgo y Mecklemburgo, que habían perdido los antedichos territorios, fueron indemnizados con otros en el norte de Alemania pertenecientes a obispados secularizados. Mecklemburgo recibió Schwerin y Ratseburg. Brandeburgo, la Pomerania oriental, más Minden, Kammin, Hakberstadt y los derechos sobre el arzobispado de Magdeburgo. Baviera vio reconocida su soberanía sobre el Alto Palatinado. El resto del Palatinado se reconstituyó y se le dio una nueva dignidad electoral, toda vez que la que anteriormente poseían los príncipes palatinos había pasado a Baviera. El ducado de Sajonia se vio ampliado por la Lusacia, región de Bohemia. Suiza y las Provincias Unidas vieron oficialmente reconocida su exclusión de hecho del Imperio.
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Westfalia no resolvió tampoco el contencioso abierto en el mundo báltico, que hubo de dirimirse en la llamada guerra del Norte. Carlos X Gustavo de Suecia decidió la invasión de Polonia-Lituania, debilitada por los conflictos religiosos, por la diversidad de los pueblos dentro de sus fronteras, por una Dieta inoperante debido al "liberum veto" y por la Monarquía electiva. En 1655 tomó Varsovia y Cracovia y sus fáciles éxitos en los siguientes años provocaron la constitución de un frente antisueco formado por Polonia, Dinamarca, las Provincias Unidas, Brandeburzo, Austria y Rusia. Por la paz de Roskilde (1658) Dinamarca tuvo que entregar a Suecia el extremo meridional de la península escandinava (Escania, Halland y Blekinga), más la isla noruega de Bornholm y la región noruega de Trondheim, con lo que se le arrebataba el control sobre los estrechos del Sund. La nueva situación decidió a Holanda y a Viena a intervenir en serio, y sólo la muerte de Cromwell impidió que lo hiciese Inglaterra. La guerra, ya europea, terminó en 1660 con una doble paz. Por un lado, en Oliwa se unieron representantes suecos, polacos y brandeburgueses, con Francia de mediadora, los cuales imponen a Polonia la cesión a Suecia de la Livonia interior hasta el Dvina y la rescisión del reconocimiento de vasallaje que le debía el ducado de Prusia. Por otro, en Copenhague se firma la paz entre Dinamarca y Suecia, que confirmaba el dominio sueco sobre la Escania, Halland y Blekinga, aunque había de devolver los restantes territorios conquistados a Dinamarca. Así, Suecia dio un paso más en su dominio del Báltico, donde ya no existía ninguna otra potencia capaz de hacerle sombra, aunque no podía controlar el acceso al Báltico, por lo que la libertad de paso por el Sund quedó asegurada, con gran contento de los holandeses. Finalmente, por la paz de Kardis (1661), Rusia abandonó sus pretensiones sobre Ingria, Carelia y Estonia.
Personaje
Político
Licenciado en Leyes y Economía, se decanta por la labor docente e imparte clases en la Facultad de Economía de San Andrés. Al comienzo de la década de los años treinta participó en la guerra del Chaco y hacia 1937 trabajó al lado de Germán Busch como asesor financiero. En la década de los años cuarenta su presencia en el ámbito de la política es cada vez mayor, convirtiéndose en diputado. En 1941 participa con Hernán Siles en la creación del Movimiento Nacional Revolucionario. En este mismo año es elegido ministro de Economía, estando Gualberto Villarroel en la presidencia. Cuando éste fue derrocado Paz Estenssoro se exilió a Argentina. En los años cincuenta regresa a Bolivia como candidato a las elecciones por el Movimiento Nacional Revolucionario. Los resultados de las elecciones fueron discutidos, por lo que el Congreso tuvo que escoger a un representante entre los candidatos que más votos obtuvieron. De este modo, Paz Estenssoro fue investido presidente en 1952. Durante su primer mandato, que duró hasta 1956, inició una serie de reformas que afectaron al ámbito agrario y benefició a los indígenas, que recibieron tierras del Estado, y nacionalizó las minas de estaño. Además le concedió el derecho a voto a la población analfabeta. Al fin de su mandato accedió a la presidencia Hernán Siles Zuazo, que permaneció una legislatura en el poder. En 1960 Paz Estenssoro volvió a ocupar la presidencia hasta 1964. En este año es derrocado y se traslada a Perú. En 1978 vuelve a Bolivia y se presenta de nuevo a las elecciones pero fracasaría en su intento. Tendrá que esperar hasta 1984 para acceder de nuevo a este cargo. En 1988 pone fin a su tercer gobierno. En esta ocasión ocurrió lo mismo que en 1952, ya que ningún candidato alcanzó la mayoría y fue el Congreso quien escogió a Jaime Paz Zamora.
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La guerra civil nobiliaria se extendió pronto a toda la Península. Isabel y Fernando cuentan con el apoyo de Aragón y de Navarra, y sus enemigos atraen al monarca portugués al que ofrecen la corona de Castilla mediante el matrimonio con su sobrina Juana. A diferencia de Enrique IV, Isabel y Fernando actuaron rápida y enérgicamente y aunque sufrieron algunos reveses en los primeros momentos, a partir de septiembre de 1475 pasaron a la ofensiva; con ayuda de refuerzos aragoneses lograron recuperar las tierras ocupadas por Alfonso V de Portugal y lentamente los nobles partidarios del monarca portugués abandonaron su causa y prometieron obediencia a los reyes, que mantuvieron en todo momento su política de atracción de la nobleza: los rebeldes derrotados perdían, como era lógico, la custodia de las plazas de interés militar pero conservaban sus propiedades y recibían importantes compensaciones económicas. En el mes de febrero de 1476 el ejército portugués fue vencido en Toro y con este éxito militar de los reyes, los rebeldes del interior perdían toda posibilidad de ayuda e iniciaban negociaciones para reintegrarse al servicio de Isabel y Fernando. En septiembre se produjo la reconciliación del marqués de Villena y del arzobispo toledano, con la que puede darse por terminada la sublevación interna cuyos inicios hemos situado en los años finales del reinado de Alfonso X. Pacificada Castilla, sus ejércitos podían intervenir en la lucha catalano-francesa apoyando a Juan II contra Luis XI. Esto suponía un cambio importante en la política tradicional de Castilla, pero la excesiva fuerza adquirida por Francia había modificado la situación; los franceses habían dejado de ser los aliados a los que Enrique II había ayudado contra Inglaterra y se habían convertido en peligrosos rivales de Castilla en el Atlántico; por otro lado, Fernando era, al tiempo que rey castellano, heredero de Aragón, enemigo tradicional de Francia en los Pirineos y en Italia, y Luis XI había llegado a un acuerdo con Alfonso V de Portugal para abrir un nuevo frente bélico a través de Navarra. La conjunción de intereses de Isabel y de Fernando, de Castilla y de Aragón, llevaba a la guerra contra Francia y antes de que ésta se declarase convenía tener bajo control a Navarra, donde la división entre beamonteses y agramonteses podía facilitar la entrada de tropas francesas. Fernando e Isabel estaban en una posición privilegiada para lograr un acuerdo entre los grupos rivales: los agramonteses se habían mantenido fieles a Juan II y los beamonteses habían figurado en todo momento al lado de Castilla por lo que no fue difícil convencer a unos y otros de la necesidad de llegar a un acuerdo del que sería garante el monarca castellano. La Concordia de Tudela (1476) que ratificaba los acuerdos, significaba de hecho el establecimiento de un protectorado castellano en Navarra, aunque el reino mantuviera su independencia. Aseguradas las fronteras de Castilla, los monarcas reorganizaron la gran alianza puesta en pie por Juan II de Aragón contra Luis XI durante la última fase de la guerra civil catalana y se unieron a Inglaterra, Borgoña y Bretaña en el Atlántico y a Ferrante de Nápoles en el Mediterráneo. Ante la presión militar y comercial, Luis XI se vio obligado a aceptar la paz en 1478, pero en ella no se incluyó la devolución de los condados de Rosellón y Cerdaña y Fernando, que necesitaba la paz para atender a nuevas revueltas en el interior de Castilla y para prevenir una nueva intervención portuguesa, tuvo que resignarse por el momento a perder estos territorios. Simultáneamente a la guerra civil y a los enfrentamientos-negociaciones con Francia, los monarcas castellanos desarrollaron una política de atracción del pontificado, cuya colaboración era necesaria para asentar su poder en Castilla. Una firme alianza con Roma permitiría a los reyes nombrar a los obispos y controlar las órdenes, verdaderas potencias militares y económicas sin las que la paz no sería posible en Castilla. Por otra parte, la inclinación de Sixto IV hacia los derechos de Isabel tendría considerables efectos psicológicos en el reino mientras que su apoyo a Juana podía servir de pretexto para encender de nuevo la guerra civil. Las relaciones con el Pontificado eran difíciles a causa de la alianza existente entre los reyes y Ferrante de Nápoles, hijo y sucesor de Alfonso el Magnánimo, enfrentado a Roma por el control de la península italiana. En 1475, aprovechando un momento de paz entre los rivales italianos, fue enviada a Roma una embajada para pedir el reconocimiento de Isabel como reina de Castilla, el nombramiento de uno de sus fieles, Rodrigo Manrique, como maestre de Santiago, y la no dispensa de los vínculos de parentesco que unían a Juana y Alfonso V de Portugal. El Pontífice accedió a la primera petición, y para resolver los demás puntos así como algunos problemas económicos surgidos entre el clero castellano y Roma, envió un legado a la Península. Algunas diferencias entre Sixto IV y los reyes Juan II y Fernando por la provisión de la sede zaragozana inclinaron al Papa a conceder la dispensa de parentesco solicitada por Alfonso V de Portugal (1477) y Fernando e Isabel respondieron prohibiendo la publicación en Castilla de los decretos pontificios y anulando las rentas percibidas por los eclesiásticos extranjeros en el reino. El problema político planteado por la dispensa matrimonial desapareció al carecer Juana de apoyos en el interior del reino, y las relaciones Roma-Castilla mejoraron considerablemente poco después: Alfonso, hijo ilegitimo de Fernando y de nueve años de edad, fue nombrado arzobispo de Zaragoza y el Papa accedió a que se estableciera en Castilla la nueva inquisición (1478) a través de la cual los reyes tendrían un mayor control del reino. Para que la paz de Castilla fuera completa sólo faltaba llegar a un acuerdo con Alfonso de Portugal del que separaban a los reyes no sólo cuestiones dinásticas (éstas casi nunca tienen valor en sí; sirven de pretexto o para reforzar otras) sino también económicas. Si Inglaterra había sido el gran rival de Castilla en el Atlántico Norte, los intereses marítimos y comerciales del reino en el Atlántico Sur chocaban con los de Portugal por el control de los archipiélagos de Canarias, Azores, Madeira, de Cabo Verde y de las costas africanas. Perturbar el comercio portugués y afianzar el dominio castellano en las Canarias con vistas a una posterior sustitución de los portugueses en Guinea eran los proyectos de Isabel y de Fernando y en la empresa participaron marinos y mercaderes andaluces, vascos, valencianos y catalanes indistintamente, unas veces al servicio de la Corona y otras de modo particular, aunque siempre con autorización de los reyes, que se reservan el quinto de todos los beneficios obtenidos en el comercio o en el corso. Para poner fin a estos ataques, Alfonso V intentó llevar de nuevo la guerra a Castilla aprovechando las rivalidades de la nobleza gallega y extremeña y el descontento de algunos grandes nobles que no habían visto respetados sus acuerdos con los reyes. Los problemas más graves se plantean en el señorío de Villena, donde los campesinos inician una revuelta social para librarse del señorío y volver a la jurisdicción real: si los reyes apoyan a los vasallos, se enajenan el apoyo de la nobleza, y si permiten al marqués sofocar la revuelta y recuperar sus dominios, crecerá excesivamente el poder de uno de sus mayores enemigos, que en todo momento puede contar con el auxilio portugués. Sólo una victoria militar rápida sobre Portugal reducirá el conflicto del señorío de Villena a sus verdaderas dimensiones: enfrentamiento entre un señor feudal y sus campesinos. La victoria obtenida en las proximidades de Badajoz (1479) permitió iniciar conversaciones de paz con Portugal, con el que se firmarán cuatro tratados en los que se ofrece solución a todos los problemas pendientes: situación de Juana, perdón de los castellanos aliados al monarca portugués, relaciones entre ambos países y navegaciones africanas. Los tratados se firmaron en Alcaçobas (1479) y fueron ratificados en Toledo (1480). Juana ingresó en un monasterio; los aliados de Alfonso fueron perdonados; se restablecieron las relaciones amistosas entre los reinos, y en el Atlántico se acordó reservar para Portugal la costa africana y para Castilla el archipiélago canario. Solucionado el problema portugués, pronto se llegó a un acuerdo con el señor de Villena: numerosos lugares pasaron a la Corona y Diego López Pacheco conservará Escalona, Belmonte, Cadalso, Garcimuñoz, Alarcón... cuyas rentas, según Luis Suárez, ascendían a la no desdeñable cantidad de dos millones y medio de maravedís anuales.
Personaje
Literato
Su afición a la literatura le viene desde niño, ya que pasaba gran parte de su tiempo en la biblioteca de su abuelo, Ireneo Paz. Ya siendo un adolescente escribió "Cabellera", sus primeros versos, y creo "Barandal", una revista literaria. Poco tiempo después publica "Luna silvestre" y crea una nueva revista "Cuadernos del Valle de México". Con veintitrés años se instala en Yucatán e inicia su labor docente como profesor rural. Es entonces cuando contrae matrimonio con Elena Garro, quien también es escritora. Octavio Paz fue uno de los participantes en el congreso de Escritores Antifascistas que tuvo lugar en Valencia. Estando en España sale a la luz su libro "Bajo tu clara sombra y otros poemas sobre España", e inicia una estrecha amistad con otros intelectuales, entre los que se encuentra Neruda. Cuando vuelve a su país natal escribe "¡No pasarán!" y "Raíz del hombre". En 1938 de nuevo trabaja, junto con otros autores, en la creación de una nueva revista literaria que llama "Taller". Ésta serviría de medio de expresión para muchos de los escritores que en aquel momento se encontraban en el exilio, la mayoría españoles. En 1939 escribe "A la orilla del mundo" y "Noche de resurrecciones". Por iniciativa de José Bergamín dio una conferencia en 1942 en la que dejaba bien clara su posición respecto a la generación anterior. En 1944 se instala en Estados Unidos, aprovechando una ayuda que le concede la fundación Guggenheim. En esta época muestra especial interés por la literatura inglesa. Su siguiente destino es París, enviado por el Servicio Exterior Mexicano. Allí entra en contacto con André Breton y Camus, entre otros autores. Su relación con estos personajes es decisiva a la hora de definir su posición política, cada vez más lejos del marxismo, y su inclinación por el surrealismo en el ámbito literario. "Libertad bajo palabra", "El laberinto de la soledad", "¿Águila o sol?" y "El arco y la lira", son las obras más importantes que escribe en la década de los cincuenta. En estos años realizaría un viaje a la India y otro a Japón que ejercerían una poderosa influencia sobre su obra. Su labor en estos años fue altamente reconocida y en 1956 le otorgaron el Premio Xavier Villaurrutia. Antes de contraer matrimonio en 1964 con Marie-Jose Tramini, publicó "Salamandra" y "Ladera Este", dos libros de poemas. Y en 1963 su labor fue reconocida con el Gran Premio Internacional de Poesía. En su ensayo "Cuadrivio" realiza un análisis de poesía que dedica a Luis Cernuda, a Pessoa, a López Velarde y a Rubén Darío. "Puertas al campo" y "Corriente alterna" serán sus siguientes publicaciones más importantes. Tras la violenta represión estudiantil de Tlatelolco en 1968 cesa en su cargo de embajador de la India y regresa a México. Al comienzo de la década de los setenta nace por iniciativa suya "Plural", una revista donde escriben destacados escritores. Su vasta producción continua con "El mono gramático", "Los hijos del limo" y "Pasado en claro". A finales de los setenta, vuelve a editar la revista "Vuelta", que dirige hasta el resto de su vida. En 1981 su trayectoria literaria es reconocida con el Premio Cervantes. A lo largo de estos años siguió trabajando en libros como "Sor Juana Inés de la Cruz o Las trampas de la fe" y "Árbol adentro". Una vez más, en 1990 su labor es reconocida con el Premio Nobel de literatura. Tanto su obra poética como sus ensayos, donde aborda distintos temas de actualidad, le han convertido en una de los máximos intelectuales de la literatura mexicana.
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Si hubo diferencias considerables entre las potencias administradoras respecto a la descolonización, algo parecido puede decirse de la geografía de la misma. Aunque la descolonización se realizó, sobre todo, durante la posguerra en Asia, también tuvo un inicio en el Medio Oriente. La llegada de la paz tuvo como consecuencia allí la aparición del panarabismo -creación de la Liga Árabe en marzo de 1945- y el comienzo de la descolonización en los territorios que hasta el momento habían estado bajo mandato británico o francés. Este comienzo de descolonización no se hizo sin dificultades, incluso entre las propias potencias colonizadoras, especialmente en Líbano y Siria, donde Francia pretendía mantener la influencia otorgada después de la Primera Guerra Mundial. Mejor suerte pareció tener, al menos durante algún tiempo, Gran Bretaña. En Egipto, que había logrado la independencia excepto en materia de política exterior, la pretensión local de lograr la retirada de los británicos no se vio coronada por el éxito. Iraq acabó retirando a Gran Bretaña las ventajas estratégicas de que disponía, pero la potencia administradora conservó, en cambio, una sólida implantación en Transjordania, cuyo emir permitió la presencia de tropas británicas en su territorio. Irán, por su parte, fue abandonado por los anglosajones, pero los soviéticos permanecieron durante mucho más tiempo, contribuyendo a la exaltación de los sentimientos de peculiaridad entre los kurdos y azeríes, hasta finalmente aceptar retirarse. Fue, sin embargo, en el Mediterráneo oriental donde de forma más caracterizada se planteó el problema de la guerra fría y de la "contención" del antiguo aliado soviético. Los anglosajones tenían la firme decisión de controlarlo: no en vano, gracias a su poder naval habían conseguido en su momento liquidar la aventura militar de Rommel y ahora el rosario de bases británicas parecía garantizar que no se producirían cambios importantes. Pero hubo un momento inicial en que éstos parecieron posibles. Turquía había declarado la guerra a Alemania cuando se acercaba la derrota de ésta. Cuando llegó la paz, sin embargo, debió soportar una fuerte presión soviética relativa a una posible rectificación de las fronteras en Anatolia y de las disposiciones acerca de la navegación por los Estrechos. La respuesta norteamericana consistió en el envío de medios navales a la zona en el verano de 1946. La tensión resultó todavía más agobiante en lo que respecta a Grecia. Situada bajo un control militar británico de 40.000 hombres, había heredado de la ocupación alemana y de la resistencia contra ella una guerrilla comunista en el Norte, dirigida por el general Markos y ayudada por los países sovietizados vecinos. El deseo de Gran Bretaña de liberarse del peso de una intervención que le resultaba demasiado onerosa le llevó, en febrero de 1947, a informar a los norteamericanos que se veía obligada a retirar sus efectivos. Al mes siguiente, Truman, decidido a que los norteamericanos asumieran la responsabilidad internacional que les correspondía, enunció ante el Congreso norteamericano la doctrina que en adelante llevó su nombre. Los Estados Unidos debían estar a la cabeza del mundo libre y estaban obligados también a ayudar a los países a librarse de los intentos de dominación puestos en marcha por minorías armadas o por presiones exteriores. En la reunión celebrada en marzo y abril de 1947 en Moscú por los ministros de Asuntos Exteriores, no sólo no hubo acuerdo alguno sino que lo característico fue un proceso de creciente desconfianza. No hubo más reuniones de este tipo. Las consecuencias de que se hubiera puesto en práctica la "contención" norteamericana fueron decisivas en Medio Oriente. En junio de 1948, fue creada la VI Flota norteamericana, destinada a servir como instrumento de intervención rápida en caso de peligro. Con posterioridad, como en otras partes del mundo, los Estados Unidos anudaron toda una serie de pactos en la zona. En 1951, Grecia y Turquía fueron invitadas, a pesar de sus ancestrales diferencias, a incorporarse a la OTAN. En 1955, la firma del Pacto de Bagdad, formado por Gran Bretaña, Pakistán, Irán e Iraq, dio la sensación de reafirmar el control occidental de la zona, sobre todo teniendo en cuenta que en un protocolo adicional complementario franceses, británicos y norteamericanos se habían comprometido al mantenimiento del statu quo. Pero ya en la primera década de la posguerra, el poder occidental se enfrentó con retos importantes en esta región del mundo. El principal se produjo en Irán. Venezuela, en plena Guerra Mundial, había introducido mediante ley un reparto de los beneficios obtenidos de la explotación del petróleo y su ejemplo acabó siendo seguido por las autoridades políticas del Medio Oriente desde comienzos de los cincuenta. En esa época, tan sólo el 9% de la renta del petróleo era obtenida por un tan importante país productor como era el Irán. En la primavera de 1951, Mohammed Mossadegh, el primer ministro iraní, promulgó una ley de nacionalización del petróleo, en una decisión que puede considerarse semejante a la que luego Nasser tomaría respecto al Canal de Suez. Pero lo cierto fue que los resultados no fueron semejantes en los dos casos. En realidad, Mossadegh pasó por enormes dificultades antes de conseguir poner en marcha las instalaciones que habían abandonado los técnicos extranjeros e Irán se vio boicoteado por los consumidores. El golpe de Estado militar que acabó con él, en agosto de 1953, ha sido atribuido, con fundamento, a la CIA. Los tiempos, de todos modos, no estaban maduros para que un intento como éste pudiera fraguar: ni existía un ideario neutralista ni Mossadegh se caracterizó por una ideología populista como la de Nasser. Su derrocamiento supuso el pleno restablecimiento del poder del Sha, que se había visto obligado a marchar al exilio. En otro conflicto del Mediterráneo oriental durante esta época, el de Chipre, se mezclaron factores muy diversos, desde la descolonización hasta la pluralidad étnica y cultural. En Chipre, la tercera isla del Mediterráneo, con una población formada por griegos en un 80%, la autoridad religiosa desempeñó siempre un papel político de primera importancia mientras que el movimiento sindical estuvo influenciado por los comunistas. La peculiaridad en la composición demográfica de la isla hizo que la auténtica reivindicación en ella no fuera la independencia sino la "enosis", es decir, la unificación con Grecia, que la reclamaba desde 1947. Ya en 1950 la cuestión quedó internacionalizada en un momento en que la guerra fría parecía impedir cualquier otro posible conflicto adicional, gracias a que Atenas llevó la cuestión ante las Naciones Unidas, lo que inmediatamente tuvo como consecuencia la oposición de Turquía, de cuya procedencia era el resto de la población isleña. De este modo, un conflicto cultural entre dos comunidades pareció romper la convivencia entre dos aliados en el seno de la OTAN. El arzobispo Makarios, líder indisputado de la comunidad grecochipriota, se convertiría en un personaje de rango internacional gracias a la conflictividad en la zona.
obra
Además de su faceta como excelente pintor, Rubens destacará como diplomático debido a su elevada cultura y su inteligencia natural. Ya el duque de Mantua le envió a España en 1603 en misión diplomática, repitiendo a lo largo de su vida esta actividad en variadas ocasiones. Entre 1623 y 1625 intenta negociar la paz con los separatistas ingleses por encargo de la gobernadora de los Países Bajos, doña Isabel Clara Eugenia, sin conseguir ningún resultado por lo que Ambrosio de Spínola tomó Breda. En 1628 inicia una nueva misión que tiene como objetivo negociar la paz hispano-inglesa por expreso deseo de la gobernadora. Rubens viaja a Madrid -donde se pondrá en contacto con Velázquez y se reencontrará con el arte de Tiziano, perfectamente representado en los palacios reales españoles- y más tarde a Londres, estando retenido durante diez meses en la corte de Carlos I. Las negociaciones de paz llegaron a buen puerto, lo que motivaría el final del apoyo inglés a los separatistas holandeses, objetivo final de la misión. Durante esos diez meses de estancia en la corte londinense Rubens sólo realizó dos cuadros para el monarca inglés, entre los que destaca la Paz y la Guerra que aquí contemplamos.Se trata de una alegoría de su misión diplomática en la que Minerva, la diosa de la sabiduría, expulsa a Marte, dios de la guerra al que le acompaña el Horror. Bajo su protección se encuentran la Paz y la Prosperidad, acompañados de amorcillos y niños que se sitúan junto al cuerno de la abundancia. La luz impacta de lleno en la figura de la Paz, la más importante de la composición, resaltando sus carnes al igual que la Prosperidad, de espaldas. Un cortinaje sirve como telón en la zona de la izquierda, situándose todos los personajes en un cercano primer plano como si se tratara de relieves clásicos, esquema que repetirá en las obras realizadas para la madrileña Torre de la Parada años más tarde por encargo de Felipe IV. Su atracción hacia los maestros venecianos queda patente al tomar como inspiración una obra de Tintoretto.
obra
Este bello cuadro, de gran formato, que debió ser una de las primeras obras que hizo Giaquinto en España, fue pintado para el Palacio Real de Madrid. De elegante y estudiada composición, muestra el cuadro a las dos figuras alegóricas según la "Iconología" de Cesare Ripa, con sus respectivos atributos. La Paz lleva la cornucopia llena de frutos, símbolo de la abundancia en tiempos de paz, y la rama de olivo, símbolo del apaciguamiento, entre otros. La Justicia, coronada, lleva el bastón en su mano, y tiene a sus pies el fuste de columna, la balanza y el hacha de líctor. En el ángulo inferior izquierdo está la Guerra vencida. La vibrante y jugosa pincelada y la luminosidad y bella armonía de colores, la convierten en otra singular en la producción española de Giaquinto.