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La tónica dominante en la obra de este pintor holandés puede apreciarse repetida en cada uno de sus cuadros, centrados siempre en el desarrollo tranquilo de la vida cotidiana de los hogares holandeses. La vida apacible que retrata sobre sus compatriotas era luego comprada y colgada en los salones de aquéllos a quienes había pintado, familias burguesas de clase media-alta. Cuando su clientela aumentó de nivel económico, sobre todo tras su traslado a Amsterdam, sus cuadros se poblaron de figuras aristocráticas, aunque siguió manteniendo el mismo aspecto de sus cuadros, como podemos apreciar en los Jugadores de Cartas. En esta ocasión, una vez más podemos hacer un repaso sobre las características definitorias del estilo de Hooch: aparecen tan sólo tres personajes, una pareja y otra figura aislada, de espaldas a nosotros, sin relación alguna con nadie del cuadro. La escena se desarrolla en la parte más privada de una casa flamenca, como es el patio, en el que se realizan las labores cotidianas de mantenimiento: arreglo de los animales y las verduras para la cocina, partir la leña, sacudir las telas del polvo, etc. El patio está desarreglado y sin embargo transmite una idea latente de orden y aseo. Es muy importante la galería o pasillo abovedado que se abre desde el patio hacia el exterior, una vía de comunicación entre dos mundos que está presente en los cuadros de Hooch, siempre abierta y siempre sin ser utilizada por los personajes de la casa.
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El Corral de toros y este patio que contemplamos son dos obras muy similares donde Fortuny busca captar la potente luz mediterránea, en sintonía con los paisajes marroquíes. Un fuerte foco lumínico penetra por la derecha para resaltar todos los elementos del patio, desde las piedras hasta los desconchones de la pared, creando un acentuado contraste de luces y sombras, exaltando al mismo tiempo el colorido de rojos y blancos que también contrastan. El esmerado dibujo se compagina con una pincelada rápida y preciosista que otorga una calidad casi fotográfica a la composición, anticipándose a las escenas pintadas años más tarde por Martín Rico y enlazando con las obras de la Escuela de Barbizon.
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Debido al estallido de la Guerra Franco-Prusiana, Fortuny debe abandonar su refugio parisino donde estaba en la cumbre del éxito, eligiendo como punto de destino la ciudad de Granada, estancia decisiva para un radical cambio en su pintura que le acercará al Impresionismo. La familia se aloja en un primer momento en la fonda de los Siete Suelos, dentro de las murallas de la Alhambra, sirviendo el palacio nazarí y sus alrededores de punto de referencia para sus primeras obras como esta bella acuarela que algunos especialistas consideran como el patio de la Casa de Pilatos en Sevilla. El lugar pasa a ocupar un segundo plano ya que la principal preocupación del pintor reside en la luz, una potente iluminación característica del sur de la península que desdibuja los contornos y crea una singular sensación atmosférica. El exquisito dibujo de otras acuarelas - véase el Mercader de tapices - deja paso a un mayor interés por el color y la factura rápida que el pintor capta directamente del natural, iniciándose un estilo que tendrá en Sorolla su más directo continuador.
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La similitud de Fortuny con Martín Rico queda patente en estos paisajes que tienen como referencia las casas andaluzas, algunas de ellas alrededor de la Alhambra. La principal protagonista de la escena es la luz, una iluminación potente y clara que impacta en la pared encalada de la casa del fondo, quedando en penumbra la construcción de la derecha. Un patio donde comen los cerdos y las gallinas, cuelgan las ropas para secarse y juegan los niños se convierte en el distribuidor espacial, ubicándose a su alrededor las populares edificaciones. Fortuny se interesa por crear un efecto atmosférico que diluye los contornos y abandona los detalles superfluos, acercándose al Impresionismo. El acertado dibujo que siempre manifiesta la pintura del maestro también está presente aunque queda relegado a un papel secundario para primar los efectos lumínicos y atmosféricos.
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La estancia en Amberes durante el invierno de 1885-1886 motivará un interesante aclaramiento en la paleta de Van Gogh al poder contemplar las numerosas obras del Barroco Flamenco, especialmente de Rubens, cuyos tonos fuertes y brillantes provocarán que esta imagen que contemplamos sea distinta a Comedores de patatas, realizadas ambas en el mismo año. Los paisajes urbanos serán una temática muy querida por Vincent; observamos los edificios que se veían desde la ventana del artista, desdibujándose las líneas, recortados sobre el fondo de nubes realizadas en tonos amarillentos para otorgar un sensacional efecto de frío atardecer. La pincelada empleada es muy suelta aunque busca mostrarnos detalles como los tendederos, las persianas e incluso las cortinas en algunas ventanas. Si en la etapa de Nuenen el interés de Vincent se centraba en ofrecernos las actividades de los campesinos - Campesinos sembrando patatas o Campesina pelando patatas - ahora se concentra en la luz, siguiendo los dictados del Impresionismo que estaba dando sus últimos coletazos en París, ciudad a la que el pintor se trasladará en febrero de 1886.