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Esta auténtica joya del Plateresco es obra de Rodrigo Gil de Ontañón. El palacio fue levantado en el año 1546 por don Rodrigo de Messia Carrillo, casado con doña Mayor de Fonseca y Toledo, demostrándose en recientes investigaciones que nada tiene que ver don Alonso de Fonseca y Acevedo, fundador del Colegio de Fonseca, con su construcción. La fachada principal está constituida por cuatro grandes arcadas cerradas con una fuerte rejería; en las enjutas de los arcos observamos medallones bellamente tallados. El patio del palacio es de una increíble originalidad y sencillez; en el lado norte se halla una gran galería en voladizo sostenida por 16 ménsulas decoradas con imágenes, tallas, adornos, figuras humanas y animales imaginarios con cabezas monstruosas y fantásticas. En la planta superior destacan varios artesonados de trazas mudéjares.
obra
La fachada principal del Palacio está constituida por cuatro grandes arcadas cerradas con una fuerte rejería; en las enjutas de los arcos observamos medallones bellamente tallados.
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Eusebi Güell no dudó en utilizar al joven Gaudí como arquitecto para realizar su palacio urbano en calle del Conde de Asalto -hoy Nou de la Rambla-. El arquitecto sólo había realizado hasta ese momento la Casa Vicens y El Capricho de Comillas pero el anciano empresario se sintió atraído por las novedades que se intuían en las construcciones de Gaudí. El nuevo palacio debía levantarse en un pequeño espacio de 18 por 22 metros y Gaudí puso todo su empeño para no defraudar a su cliente. Sólo para la fachada llegó a realizar más de 25 proyectos. Esta fachada principal está determinada por el ángulo recto, adornándose con una pequeña tribuna que sobresale ligeramente en la primera planta, elevándose en los extremos hacia el segundo piso. La ornamentación escultórica casi desaparece de esta fachada, reservándola para la columna ubicada entre las puertas de entrada donde podemos contemplar el emblema de Cataluña. Pulidas placas de mármol en tonos grises recubren la fachada, creando una mayor sensación de monumentalidad, recordando el aspecto de los palacios venecianos. Dos amplios arcos que presentan una peculiar curvatura permiten el acceso al palacio; se trata de arcos catenarios que serán frecuentes en trabajos posteriores, convirtiéndose en el soporte fundamental para toda su obra. Las puertas están cubiertas con rejas de hierro; estas puertas suponen una importante novedad y causaron un gran impacto en Barcelona, siendo posteriormente copiadas. En esta rejería podemos encontrar la línea sinuosa que caracteriza al Modernismo. Ya que Gaudí quería que el visitante del palacio tuviera la impresión de estar en un edificio gigantesco, no respetó las proporciones y diseminó la construcción con 127 columnas de diferentes tamaños, que dotan al edificio de imponentes dimensiones que son ficticias. Esta sensación también se crea con la magnífica escalera que permite el acceso a la planta principal. En el centro del palacio encontramos un salón de descomunal altura -superior a tres pisos- coronado a los 17 metros y medio con una espectacular cúpula perforada de 9 metros cuadrados, creando un efecto de grandiosidad difícilmente superable. Esta estancia sustituye al tradicional patio central de los palacios renacentistas pero hace la misma función: convertirse en el eje distribuidor del resto de las habitaciones. Estas habitaciones de "segundo orden" son tratadas por Gaudí con igual respeto, especialmente en los ricos artesonados de madera. Las formas modernistas inundan las salas del palacio gracias a los muebles diseñados también por el arquitecto, formas que se repiten en el tejado. La cúpula del salón central se cubre con una torre apuntada rodeada de 18 esculturas, formas que anticipan los diseños de la Sagrada Familia. El objetivo de las esculturas será ocultar las chimeneas y los canales de ventilación. Con este edificio, Gaudí se da a conocer como un auténtico maestro.
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El nuevo palacio debía levantarse en un pequeño espacio de 18 por 22 metros y Gaudí puso todo su empeño para no defraudar a su cliente.
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En el centro del palacio encontramos un salón de descomunal altura -superior a tres pisos- coronado a los 17 metros y medio con una espectacular cúpula perforada de 9 metros cuadrados, creando un efecto de grandiosidad difícilmente superable.
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Su construcción original se remonta al año 794, aunque el edificio actual corresponde a una reconstrucción de 1855, debido a un incendio; éste no ha sido el único que ha sufrido, ya que en el 1177 otro incendio destruyó una de las salas para audiencias, que nunca se volvió a reconstruir. Fue la residencia de la familia imperial japonesa hasta 1868, cuando la capital se trasladó a Tokio. La simplicidad es uno de los rasgos más destacables del edificio. En su interior son dignas de mención las salas de Shishinden, Seiryoden y Kogosho. El tejado está fabricado con corteza de cedro, muy resistente, ya que la última vez que se sustituyó fue hace 70 años. Algunas de las habitaciones están decoradas con estilo chino.