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obra
La milicia de San Adrián ya había protagonizado un retrato de grupo pintado por Hals en 1627. Seis años más tarde vuelven a posar para el pintor de Amberes, ahora no en un banquete sino en el descanso de una parada militar, por lo que la escena se desarrolla al aire libre, fuera del cuartel general de la milicia, conocido como Oude Doelen. Los aquí representados forman la plana mayor de la Cluverniersdoelen: el alférez Jacob Hofland; el capitán Cornelis Backer; el coronel Johan Claesz. Loo, sentado con el bastón; el sargento Dirck Verschuyl, de pie con la alabarda; el alférez Jacob Steyn; el sargento Balthasar Baudaert; el capitán Johan Schatter; el sargento Cornelis Jansz. Ham; el teniente Jacob Pietersz. Buttinga; el sargento Hendrik van den Boom; el capitán Andries van den Horn; el sargento Barent Mol; y los tenientes Nicolaes Olycan y Hendrick Gerritsz. Pot, sentado con un libro en las manos. Algunos de estos hombres volverán a ser retratados por Hals de manera independiente, lo que indica que resultaron satisfechos con el trabajo. Al tratarse de un retrato de grupo sufragado por todos los participantes, Hals les hace ocupar un papel fundamental a cada uno de ellos en la composición, eludiendo la disposición tradicional que situaba a los personajes menos importantes en un tamaño inferior. El formato en diagonal de la primera obra ha dejado paso a una composición horizontal en la que los personajes se dividen en dos grupos, presidido el de la izquierda por la dominante figura del coronel Johan Claesz. Loo mientras que en la derecha destaca el capitán Andries van den Horn. El alabardero y el oficial que está junto a él sirven de punto de unión entre ambos grupos, presentando cada uno una atmósfera particular, contrastando las relajadas actitudes de los oficiales de la derecha con el autoritarismo del coronel Loo y el grupo que le rodea. Todas y cada una de las figuras presentan una expresión individualizada, interesándose el maestro en mostrar los gestos de los diferentes oficiales y suboficiales de la Compañía, creando un retrato de grupo en el que cada uno de los personajes tiene su propia autonomía, sin romper en ningún momento la unidad compositiva. Los árboles del fondo, en los que se aprecia una interesante armonía de tonalidades marrones y verdes, posiblemente sean de otro artista. Su utilidad en la escena es como mero telón de fondo para las figuras, dispuestas en planos paralelos al espectador para crear efecto de profundidad. Una vez más, frente a la monotonía de las tonalidades negras de los trajes, Hals resalta el brillo de los blancos de golillas y puños, el azul, dorado y rojo de bandas y banderas, resultando una armonía cromática de gran impacto visual. Las pinceladas son rápidas y certeras, como corresponde a los retratos oficiales ya que el maestro se interesa por destacar las calidades táctiles de telas y demás objetos, dejando las pinceladas rápidas y empastadas para los retratos particulares como la Gitana del Louvre.
contexto
La autopsia practicada al cadáver veinte horas después del óbito por el propio Antommarchi y revelada por éste posteriormente (Derniers moments de Napoleón) ha sido objeto de diferentes interpretaciones. La tesis oficial de un cáncer de estómago es discutible desde el punto de vista de los nuevos análisis toxicológicos, máxime si se tiene en cuenta que, en el momento de la muerte, Napoleón estaba muy gordo y, como dice el propio investigador Ben Weider, los enfermos de este cáncer mueren en un estado de "delgadez esquelética". Teniendo en cuenta el veredicto de los médicos -siete asistieron a la autopsia, seis de ellos, médicos militares británicos y el forense corso Antommarchi-, los intereses del círculo de compañeros del Emperador -desde el gobernador inglés hasta las mujeres que le rodearon-, el diagnóstico de la medicina y la toxicología contemporáneas y las minuciosas investigaciones documentales, es evidente que: - Napoleón estaba enfermo y el clima de la isla contribuyó a minar su salud, proceso en el que colaborarían la soledad, la melancolía... - Napoleón murió envenenado por arsénico, cuya acción fue potenciada por una dosis heroica de calomel, que el estómago no pudo rechazar porque había sido previamente tratado con vomitivos... Por lo menos, el homicidio es seguro. - Los responsables inmediatos y, probablemente, involuntarios, fueron los médicos que le atendieron, que no fueron capaces de hacer un buen diagnóstico, ni prescribir un tratamiento adecuado y, en vez de ello, recitaron remedios contraproducentes y en dosis escandalosas. - Las gentes de su séquito no escapan a la sospecha. Napoleón era tiránico y su carácter resultaba cada día más insoportable. Eliminarle era una manera de escapar de aquella maldita isla en la que llevaban desde 1815 y en la que podrían eternizase hasta la muerte del Emperador, que sólo contaba 51 años al morir. La tentación era aún más extraordinaria si, además, muchos de ellos serían beneficiarios de su testamento. - La Corte de Francia, con el impopular Luis XVIII a la cabeza, tenía motivos para desear su muerte... no ocurriera un vaivén histórico y se encontraran con el Emperador en las calles de París. El conde de Montholon era conocido del conde de Artois, que reinaría como Carlos X, y se ha sostenido -sin pruebas documentales- que fue enviado a Santa Elena por él; se ha especulado con dos motivos que habrían obligado a Montholon a obedecer al duque: le debía el generalato y le podía extorsionar debido a un desfalco realizado por el general en la caja de su regimiento. Por si ese fuese poco motivo para liquidar a Napoleón, existía la cuestión de la herencia -el testamento le otorgó millón y medio de francos y un lógico deseo de venganza por los devaneos que el Emperador había sostenido con su esposa. El sigilo guardado por este personaje -si es que fue el responsable- es lógico: su revelación hubiera comprometido a los Borbones y le hubiera costado la vida, puesto que un agente monárquico o uno de los muchos veteranos de Napoleón le hubieran descerrajado un tiro en la cabeza. - El Gabinete de Londres también tenía sus intereses. La muerte de Napoleón les quitaba de en medio una pesadilla y les ahorraba un gasto no pequeño. El inefable gobernador Lowe fue, de alguna forma, el verdugo designado para eliminarle por medio de la enfermedad y la depresión -si es que nada tuvo que ver con el asunto del arsénico-. En resumen, Napoleón fue enviado a Santa Elena a morir, "asesinado" por su enfermedad no cuidada, por un clima criminal y, acaso, por un veneno lento. El arsénico; peor aún, su mezcla con calomel -en una cuantía que hasta un profano se sentía asombrado- lo convertían en mortal. De lo cual se infiere que se trató de un asesinato en toda regla. Queda por señalar el nombre del asesino, del que cargó dosis y frecuencias y Charles-Tristan, conde de Montholon, es el preferido por los investigadores.