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Estos nuevos edificios, conforme ya ha señalado R. L. Kagan, responden, como gran parte de las reformas aludidas, a un espíritu cívico que, enraizado con la tradición cívica del Humanismo italiano, manifestaba las aspiraciones y recelos de las ciudades españolas frente a los deseos centralizadores de la monarquía. Uno de los mejores vehículos de expresión de esta nueva mentalidad lo constituye el género de las historias locales que, mediante un cúmulo de noticias generalmente falsas, remontan al lector a los orígenes míticos de su ciudad. La "Historia de la ciudad de Sevilla" (h.1540) de Luis de Peraza inauguró el género al que pronto se adhirieron otros comentaristas de la historia urbana que, como el toledano Pedro Alcocer, autor de la "Historia o descripción de la Ciudad Imperial" (1554), rastrearon los orígenes y excelencias de ciudades como Talavera de la Reina (1560), Burgos (1581), Zaragoza (1595) y Cádiz (1598), anticipando el éxito que el mismo había de tener en el siglo XVII. Este espíritu se expresó espiritualmente en una especial devoción a los patronos y santos locales, manifestada en los numerosos encargos de imágenes devocionales y en la publicación de libros referidos a la vida, martirio y traslación de las reliquias de estos personajes sagrados, que constituyen una referencia inapreciable sobre el contenido de los triunfos y fiestas religiosas en el nuevo contexto de la ciudad. Conocidas algunas de las causas que motivaron el desarrollo espectacular de muchas de nuestras ciudades, conviene que nos detengamos en el análisis de los métodos operativos que lo hicieron posible. Hemos de admitir, como punto de partida, que los propósitos y recursos humanistas en materia de planeamiento se tuvieron que aplicar generalmente en unos tipos de ciudad dependientes morfológicamente del pasado. La ciudad medieval, con su concepción sectorial y yuxtapuesta del espacio urbano y con unas formas constructivas -adarves, saledizos, cobertizos, etc... - que amenazaban continuamente los espacios comunes, conformaba un complejo campo de experiencias que aumentaba su dificultad operativa en el caso de ciudades como Toledo, Granada o Sevilla por su especial orografía o por sus disposiciones de trazado islámico. Es evidente que en el Renacimiento español las ciudades se transformaron conforme se adaptaban a sus nuevas funciones y se establecían nuevas relaciones sociales entre los diferentes sectores de la ciudad, e incluso cuando la cultura ciudadana a la que hemos aludido impuso unas nuevas formas para conseguirlo aproximando su imagen a modelos culturalmente prestigiosos como Roma, Atenas o Jerusalén. En este sentido, fueron varios los modelos de intervención a aplicar a los centros urbanos, no siempre relacionados con lo estipulado en las "Ordenanzas Municipales" y la teoría urbanística al uso. Un tanto decepcionantes resultan, en este aspecto, los reglamentos contenidos en las ordenanzas que, como las de Sevilla (1527) y Toledo (1562), emanaban del poder municipal pero procedían de la disposición ordenancista de los monarcas medievales, que tienen en las "Partidas" de Alfonso X su más remoto antecedente. En todos los casos, el ayuntamiento y sus técnicos -oficiales mecánicos y alarifes en nombre del poder real- se limitaban a impedir la privatización de los espacios urbanos, permitiendo, sin propósito de ordenación alguno, las iniciativas privadas en el área de la construcción. Hay que esperar hasta 1550 aproximadamente para que un texto normativo, inspirado en la teoría albertiana, refleje algunos aspectos ideales de la urbanística quinientista. Nos referimos al manuscrito conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid que ha sido recientemente estudiado por F. Marías y A. Bustamante. En él, además de proponer modelos diferentes de plaza mayor y su ordenación vertical en soportales, se plantea la necesidad de construir plazas secundarias como lugar de esparcimiento público y de disponer correctamente el trazado de las calles y la alineación de las fachadas y, cómo no, toda una serie de medidas destinadas a mejorar el ornato de la ciudad, insistiendo en sus valores visuales, y a favorecer las obras públicas, su infraestructura sanitaria y sus comunicaciones con otros centros urbanos. Estos buenos propósitos, institucionalizados jurídicamente a partir de 1570, hay que confrontarlos con la planificación de ciudades de nueva planta diseñadas de acuerdo a proyectos de urbanización de carácter ideal. Si descartamos la fundación de nuevas poblaciones de planta regular proyectadas en el reinado de los Reyes Católicos -Puerto Real (1481) en Cádiz, Santa Fe (1491) en Granada, o La Palma de Gran Canaria (h. 1500)- por responder a criterios estratégicos y a una disposición regular de tradición medieval, los únicos proyectos de envergadura datables en este período son los correspondientes al programa de repoblación de la Serranía de Jaén, desarrollados por iniciativa de Carlos I en la década de los años cuarenta. Valdepeñas y Mancha Real son dos de aquellas poblaciones que mejor conservan su trazado regular. De proporciones rectangulares como las yslas del parcelario urbano, se compartimentan mediante la composición ortogonal de sus calles que comunicaban el exterior de la ciudad con una plaza mayor, cuadrada y de carácter polifuncional. Desde el punto de vista urbanístico, lo más interesante de este programa fueron los mecanismos de control y seguimiento del mismo. A tal efecto, parece ser que el emperador nombró a jueces comisionados del repartimiento de la Sierra de Jaén, quienes, en colaboración con un técnico -ingeniero primero, y arquitecto más adelante-, fueron los encargados de diseñar y supervisar el planeamiento de estas ciudades.
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El ascenso del Príncipe de la Paz a la máxima responsabilidad de dirigir los destinos de la monarquía hispánica se debió a tres hechos. En primer lugar, al deseo de Carlos IV de reanudar las buenas relaciones con la Iglesia, que la política de Urquijo, en especial el decreto de 5 de septiembre de 1799, había puesto en entredicho, reforzando de nuevo los vínculos entre el poder y los grupos eclesiásticos más tradicionales y ultramontanos, una vez que se había producido la elección del nuevo Pontífice, Pío VII, en marzo de 1800. En segundo lugar, a la disposición del valido a someterse a los dictados de Napoleón, tras no haber secundado Urquijo los planes navales franceses y ordenar el regreso a Cádiz de la escuadra española surta en Brest, además de oponerse al nombramiento de Luciano, hermano de Napoleón, como enviado extraordinario a España. En tercer lugar, a las numerosas intrigas urdidas por Godoy para desalojar a Urquijo del ministerio y poderlo así recuperar. En una eficaz labor de zapa, Godoy acusó a su rival ante los reyes de mantener correspondencia confidencial con elementos jacobinos de París y de falta de autoridad, ofreciéndose a poner remedio a los riesgos que la política de Urquijo causaba a la propia monarquía: "veo el Reino conmovido y noto una apatía en los que gobiernan, temo que VV.MM. ignoren lo que hay y temo más si lo saben y no lo enmiendan, me horroriza la voz popular y tengo miedo a los esfuerzos del pueblo cuando desconoce la autoridad. Mi persona, Señora, estaría en riesgo si tal desgraciada escena se verificase, la confianza que tienen en mí las gentes de razón y el temor que conserva mi justicia en la plebe pudiera tal vez dirigir sus esfuerzos a bloquearse conmigo". Además, Godoy había aprovechado la impopularidad del fatal decreto de 5 de septiembre de 1799 para presentarse como salvador de la religión, puesta en peligro por el jansenista Urquijo y sus secuaces.
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Los años setenta significan el final del largo periodo expansivo de la posguerra y la transformación de algunas características de la economía capitalista mundial, como es la estructura de la división internacional del trabajo, lo que va a tener consecuencias importantes en relación con el empleo de las mujeres en los países del Tercer Mundo. En la industria manufacturera asistimos a importantes desplazamientos del lugar de la producción, no sólo dentro de los países industrializados hacia regiones atrasadas, y desde unos países industrializados a otros, sino cada vez más desde países industrializados hacia otros en vías que no lo están. Este hecho se explica en el marco de un proceso de globalización de la economía mundial, en el que se produce una erosión de las fronteras económicas, y una posibilidad de eludir muchos tipos de regulación nacional, transfiriendo las ganancias a países con menores tasas fiscales.La revolución de los medios de comunicación, transporte y proceso de datos (informática, correo electrónico, fax, comunicación por satélite), al acortar las distancias, permite la fragmentación del proceso productivo entre diferentes países; por ello, las empresas multinacionales buscan la reducción de los costes de producción separando las etapas de capital intensivo de las de trabajo intensivo, y situando estas últimas en países donde la fuerza de trabajo tiene unos costes mínimos y la regulación laboral es escasa. Así, en la década de los setenta se produce una importante transferencia de producción en las ramas de la industria textil, de confección, de la piel y del calzado, juguetería, relojería, óptica, y parte de la electrónica, a países del sudeste asiático, como Singapur, Corea del Sur, Hong Kong, Taiwan, Malaisia; a zonas industriales de México y Brasil, y a las islas de Mauricio y Chipre. En algunos de estos países, esta nueva industrialización ha provocado un alza de salarios, a lo que han respondido las multinacionales con el traslado a países de costos laborales más bajos, como Sri Lanka, Indonesia, Bangladesh y Tailandia.El fuerte proceso de acumulación y expansión de las multinacionales ha dado lugar a presiones políticas para la liberalización de los mercados. Se consolida así el nuevo modelo neoliberal, en cuya difusión en el Tercer Mundo han jugado un papel importante instituciones internacionales, como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. La movilidad del capital no está sujeta a ninguna regulación de ámbito transnacional que le obligue a tener en cuenta las necesidades de la población en las zonas donde funciona.Esta situación permite al capital transnacional aprovechar los intentos de industrialización de países del Tercer Mundo, que atraen la inversión extranjera mediante la creación de zonas fiscalmente privilegiadas: las "Export Processing Zones" -EPZ-, en las que se establece una estructura productiva muy fragmentada e inestable, parasitaria de la economía y de la sociedad en que se instala, y que resulta competitiva, no sólo en el mercado interior correspondiente, en condiciones proteccionistas, sino también en el mercado mundial. Para atraer al capital trasnacional, los gobiernos le han eximido de impuestos o han reducido éstos al mínimo, han suspendido las tarifas aduaneras en la entrada de materias primas para la producción dirigida a la exportación, al mismo tiempo que han hecho concesiones de tipo laboral, prohibiendo o restringiendo la actividad de los sindicatos, o permitiendo que no se apliquen las leyes sobre salarios mínimos, ya muy bajos en los correspondientes países.En 1986 existían zonas francas en más de cincuenta países; a las 175 que ya funcionaban, se añadía la existencia de ochenta y cinco en constitución, y estaban proyectadas otras veinticinco; además, en muchas ocasiones, las licencias y privilegios se extienden también a empresas situadas fuera de esas zonas, como sucede en Malaisia, en Túnez, y en la industria maquiladora mexicana, en la zona fronteriza con Estados Unidos. En México se llama maquiladoras a empresas industriales que producen para la exportación, y abarcan tanto las subsidiarias de multinacionales, entre las que predominan las que fabrican componentes electrónicos, como las empresas locales de subcontratación, en general, industrias de confección, que subcontratan a su vez a pequeños talleres, y éstos encargan trabajo a domicilio; conviene señalar que dependen de contratos puntuales, y por tanto están sujetas a decisiones económicas ajenas, que son las que regulan su producción, por lo que su capacidad de empleo es discontinua. Entre 1968 y 1988 el número de empresas en la maquila mexicana ha pasado de 112 a 1450, y el número de puestos de trabajo, de 11.000 a casi 400.000.La búsqueda de una minimización de los costos y una maximización de los beneficios ha llevado a una nueva preferencia por el empleo de mujeres, sobre todo en los procesos de trabajo intensivo, donde los costos laborales representan una proporción importante del total. Además de las ramas industriales ya mencionadas, hay que citar también el sector de servicios y, dentro de él, el trabajo de oficina, como uno de los que han experimentado ese proceso de transnacionalización, y que emplea a un número elevado de mujeres; ejemplo de ello es el establecimiento de empresas norteamericanas (compañías aéreas, de seguros, informática y telecomunicaciones) en las islas del Caribe.La proporción de mujeres que trabajan en las zonas francas está en muchos casos en torno al 90 por 100. Una mirada a la reorganización del proceso de trabajo que acompaña a esa transferencia de la producción a otros países nos ayudará a comprender las razones de ese empleo mayoritariamente femenino, así como sus efectos. Estas empresas tienden a contratar una mano de obra reducida, joven, de bajo coste laboral, en condiciones laborales precarias y sin sindicatos o con una débil organización laboral. En muchos casos, se trata de mujeres solteras, de entre 15 y 22 ó 25 años, con un nivel educativo relativamente alto, y sobre las que se ejerce una discriminación salarial en función del género, fenómeno que, como se ha visto, no es exclusivo ni mucho menos de esta situación. La diferencia de salario se produce tanto en la forma de discriminación pura, a la que incluso se da publicidad para atraer la inversión (es el caso de Chipre, o de las islas Mauricio), como en la forma más frecuente de concentrar a hombres y mujeres en funciones distintas: trabajos masculinos y femeninos, que se corresponden con una segregación salarial, aunque varíen de unos países a otros los criterios para esa asignación.En las fábricas subsidiarias de multinacionales de la industria de semi-conductores en Penang (Malaisia), la mayoría de las jóvenes empleadas no había trabajado antes, y proviene de familias donde las mujeres no habían sido nunca asalariadas: son hijas de funcionarios y maestros, en muchos casos. Pero en las familias campesinas también son las hijas las que emigran en busca de estos empleos. Con el fin de atraer la inversión extranjera, los gobiernos han dado facilidades para instalar fábricas en el campo, como en el caso de Malaisia, para que las jóvenes pudieran trabajar en ellas sin abandonar su pueblo, ayudando así a superar las reticencias que podían tener las familias respecto a la integración de las hijas en las formas de vida occidentales; no hay que olvidar la necesidad, para esas unidades domésticas campesinas, de la aportación de esos ingresos no agrícolas. En Bangladesh, país con una alta proporción de población islámica y con una tradición contraria a la participación de mujeres en trabajos remunerados, el gobierno ha proporcionado transporte público para mujeres que viajen solas y protección para las que se trasladen a pie, y ha facilitado el empleo femenino en el sector público, contribuyendo de este modo a la creación de nuevas normas de conducta y a su aceptación por la sociedad. En otros países se han llevado a cabo campañas ideológicas a favor de la presencia de las mujeres en el mercado de trabajo, incluso allí donde esa presencia no era nueva, como en la maquila mexicana.Hay que resaltar el papel fundamental que representa la familia en todos estos procesos, tanto en el plano ideológico como en el económico. El sistema salarial se basa en la combinación de sueldos muy bajos con la utilización de primas para ajustar los costes de la fuerza de trabajo a los cambios de objetivos de la producción, y hacer aumentar la productividad. En esas condiciones las familias se ven obligadas a mantener a sus hijas durante su primera etapa de trabajo en la fábrica, como sucede en Filipinas, hasta que la trabajadora esté en condiciones de enviar a la familia una parte de su paga, la mitad en muchos casos. Los contratos se hacen por periodos muy cortos y la frecuencia del cambio de personal es muy alta; las condiciones de deterioro físico que provoca el trabajo intensivo -graves problemas de la vista por el trabajo con microscopios, intoxicación por gases de los productos químicos- llevan a una continua reposición de la mano de obra, evitando así la empresa los problemas relacionados con el despido o la salud, que se remiten de nuevo a la unidad doméstica familiar.Del mismo modo que sucedió en Europa durante la época de la industrialización, las mujeres que se emplean en estas fábricas, responden a estrategias de tipo familiar en su actuación; la contribución económica al grupo doméstico es uno de los factores básicos que les empujan hacia esos empleos, aunque la propaganda airee más el deseo de las jóvenes de acceder a un modo de vida y de consumo occidental. Asunto familiar es la contratación de estas jóvenes, en la que intervienen padres, hermanos, o esposos en su caso, y aceptan tras recibir ciertas seguridades por parte de las empresas. Al contratar como asalariadas a mujeres de familias acostumbradas a que la aportación económica femenina se llevara a cabo a través de la artesanía doméstica, se producen tensiones en el seno de la familia: los ingresos llegan junto a unas formas de vida occidentalizadas que muchas veces se rechazan, por temor a la independencia que pudieran proporcionar a las hijas. Para solventar esos problemas, las empresas responden con fórmulas paternalistas, como la institución de un "Día de los Padres", en que ellos puedan controlar el ambiente de trabajo de las hijas, o instalan residencias para las trabajadoras, con un régimen de estricta vigilancia.En resumen, se observan los efectos contradictorios que para el trabajo de las mujeres ha tenido todo este proceso:a) Por un lado, han aumentado las posibilidades de empleo femenino, al contrario de lo que supusieron intentos industrializadores de los años sesenta en países en vías de desarrollo, en que la gran industria venía a arruinar las industrias familiares en que se ocupaban las mujeres. De todas formas, aunque las multinacionales emplean a varios millones de mujeres, eso, en términos relativos, venía a significar en 1985 algo menos del 1 por 100 de la fuerza laboral femenina en los países del Tercer Mundo, a lo que debe añadirse el empleo indirecto procedente del efecto multiplicador que sobre la actividad económica han tenido las multinacionales, y que resulta difícil de estimar.b) Por otra parte, las condiciones de trabajo, tal como se ha visto, suponen un grado de explotación muy alto. En este sentido, no se puede olvidar que la gran mayoría de las mujeres en el mundo trabajan en ámbitos, como la agricultura y la economía informal, en condiciones muy precarias en muchos casos. Es conocido el carácter "transnacional" que en los últimos tiempos ha adquirido el negocio de la prostitución en países como Corea del Sur, Filipinas o Tailandia, con la difusión del llamado turismo sexual.c) Otro aspecto de la cuestión es que, al actuar sobre las creencias y prácticas discriminatorias por razón de género existentes en las culturas locales, en algunos casos las han intensificado, o han dado lugar a su recomposición en formas nuevas; otras veces, han contribuido a debilitarlas, al favorecer el empleo de las mujeres. Las diferencias entre unos países y otros (por ejemplo, entre los de la primera oleada, y los de la segunda) y la inestabilidad de la producción transnacional hacen que la evaluación del proceso sólo pueda llevarse a cabo en un examen más minucioso y pormenorizado que el que cabe realizar aquí.Una conclusión se impone: el trabajo realizado en el ámbito mercantil es sólo una parte del trabajo total. Esta reflexión, fundamental en lo que se refiere al trabajo de las mujeres, afecta también al realizado por otros colectivos. Por ello, en los últimos tiempos aumenta el número de estudios que pretenden abarcar tanto el sector mercantil como el no mercantil, con la intención de ofrecer una visión de la economía más ajustada a la realidad.Desde los años cuarenta ha habido voces que señalaban la necesidad de incluir las actividades de subsistencia en las cifras de la contabilidad nacional. El tema se ha planteado también en las Conferencias del Decenio de las Naciones Unidas para la Mujer, en Copenhague, 1980, y en Nairobi, 1985, ya que existe una ocultación o un tratamiento inadecuado, en muchos casos, del trabajo de las mujeres en los censos y en las encuestas de empleo. Algunos países, sobre todo del llamado Tercer Mundo, incluyen ya un parte de la producción doméstica en sus estadísticas económicas. El transporte del agua, por ejemplo, asignado tradicionalmente a las mujeres, se toma actualmente en consideración en la contabilidad nacional de Angola y de Kenia.Se han ensayado distintos procedimientos para el cálculo del valor de la producción no mercantil; el tema continúa siendo objeto de investigación, y los resultados resultan asombrosos, en cuanto a su volumen.
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Como se sabe, a lo largo de la guerra, las divergencias de los aliados no hicieron más que incrementarse. En teoría, todos ellos estaban de acuerdo en dos principios esenciales: el castigo de los responsables de la guerra -los principales dirigentes nazis-y la creación de una nueva organización internacional destinada a evitar la repetición de las guerras. Tras la Primera Guerra Mundial, no se habían aplicado apenas sanciones efectivas a los vencidos, a pesar de haber sido solicitadas por los británicos. A cambio, se llegó a la aprobación de una legislación internacional que prohibía el uso de gases tóxicos y establecía determinados requisitos en la guerra submarina; el primer acuerdo fue mantenido por los beligerantes en el segundo conflicto mundial, pero no así el segundo. Durante éste, fueron los norteamericanos quienes más insistieron en el juicio de los culpables, mientras que Churchill pareció dispuesto a la ejecución sumaria de los principales culpables. El juicio se inició a fines de 1945, en la ciudad de Nuremberg, que había presenciado los más sonados congresos del partido nazi, y concluyó un año después. En general, puede decirse que la función de ejemplaridad quedó cumplida: como resaltó el juez norteamericano, aquél fue el primer juicio por crímenes de guerra de la Historia de la Humanidad. Al mismo tiempo, sin embargo, se cometieron errores parciales, como juzgar a ausentes y no hacerlo con empresarios, inventar el delito de "conspiración para cometer crímenes de guerra" o criminalizar organizaciones en su conjunto, como las SS. De cualquier manera, de esta forma se sentaron unos principios de ética universal que habrían de resultar de considerable trascendencia. La moralización de la sociedad internacional en la que, al menos en teoría, coincidían los vencedores en la guerra, venía acompañada por el establecimiento de una organización internacional destinada a asegurar en el futuro la paz por medios pacíficos. En realidad, los fundamentos de la Organización de las Naciones Unidas deben encontrarse en las declaraciones de los aliados anglosajones a partir de 1941 -Carta del Atlántico- siendo tardía la manifestación de la voluntad soviética de sumarse a esos propósitos. La fundación de la ONU tuvo lugar en junio de 1945, tras la Conferencia de San Francisco, suscribiendo su carta una cincuentena de Estados. También en este punto cabe atribuir una influencia decisiva a los norteamericanos, que querían una entidad capaz de tener una actuación más decisiva que la precedente Sociedad de Naciones. Fue una muestra de realismo la creación, por una parte, de una Asamblea General, destinada a reunirse una vez al año; por otra, la de un Consejo de Seguridad, formado por quince países, dos tercios de cuyos miembros eran electivos, mientras que los cinco permanentes tenían derecho de veto. Eran estos "cinco grandes", aparte de la URSS, Gran Bretaña y Estados Unidos, Francia -cuyo papel de primera potencia fue cuestionado por Gran Bretaña- y China, propuesta por Estados Unidos. Al margen de que la ONU distara de cumplir sus objetivos en las circunstancias de guerra fría, no cabe la menor duda de que su mera existencia contribuyó a evitar enfrentamientos más graves en los años siguientes. Un acontecimiento del pasado puede ser objeto de una reconstrucción histórica objetiva, desapasionada y fría, pero, al mismo tiempo, sobrevivir en la memoria individual. La colectiva, que es la suma de las experiencias vividas por todo un grupo social o nacional, no permanece inmóvil sino que, con el transcurso del tiempo, se modifica. De este modo, es expresión ella misma del cambio y puede influir sobre él de forma decisiva. La memoria de la Segunda Guerra Mundial ha jugado un papel esencial en la Historia de la Humanidad a partir de 1945. No pueden entenderse las relaciones internacionales en esta etapa sin tener en cuenta hasta qué punto, sobre los dirigentes democráticos vencedores en el conflicto, quedó grabada la idea de que una cesión frente a un adversario caracterizado por su brutalidad y falta de escrúpulos significaba un error que podía ser pagado inevitablemente con el transcurso del tiempo. La guerra fría, en definitiva, se explica por el temor a la repetición de los sucesos de Munich en 1938. De ese modo, sin embargo, se llegó a tener una visión a menudo incorrecta del adversario soviético. De todas las maneras, para los vencedores la guerra constituyó algo así como la última guerra "buena", cuyos objetivos merecieron la pena. Esa percepción ha permanecido constante incluso cuando aparecieron otros conflictos de significación mucho menos positiva, como Vietnam. Aun así, no puede decirse que la memoria de la guerra haya sido idéntica en el caso de todos los vencedores. Para la Gran Bretaña de la posguerra, muy pronto sumida en una decadencia que le llevó incluso a cuestionar su propio papel como Imperio, la guerra fue algo así como una solemne despedida del primer plano de la Historia. La novela de Evelyn Waugh titulada Retorno a Brideshead resulta muy expresiva de ese decadentismo. En Estados Unidos, la memoria de la participación en la guerra ha durado mucho tiempo como motivo de orgullo nacional y apenas si ha sido cuestionada a fondo. Incluso, más de cuatro décadas después, en un película de enorme éxito como La Guerra de las Galaxias, de Spielberg, los cascos de los guerreros del Imperio del Mal recordaban a los de los alemanes durante la contienda iniciada en 1939. La autocrítica, tan característica de la experiencia colectiva de los norteamericanos durante los años setenta y comienzos de los ochenta, apenas ha afectado a esta memoria positiva. Se ha reducido a cuestiones no cardinales, como el racismo antinipón o el diferente trato del soldado negro, el maltrato a la minoría japonesa, el uso de la bomba atómica, etcétera. En cuanto a la URSS, sin el nacionalismo engendrado por la resistencia victoriosa y enormemente sufrida ante el invasor alemán, no se puede comprender la voluntad expansionista de la posguerra ni el componente patriótico de la vida cultural que resultó perceptible incluso en la obra del director cinematográfico Eisenstein, autor, ahora, de una película sobre Iván el Terrible. Pero resulta todavía más interesante examinar la memoria de la guerra mundial en los países vencidos, de la que hay que empezar por advertir que tampoco fue única sino plural y, sobre todo, resultó mucho más duradera y, en mayor medida, una modificación de la realidad. En Japón, por ejemplo, el poso esencial de la memoria bélica ha sido, como consecuencia del empleo de la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki, un pacifismo radical. Sin embargo, se ha avanzado mucho menos en la autocrítica, entre otros motivos porque la personalidad del emperador hubiera podido entrar en peligro ya que ejercía ese protagonismo en el momento del estallido de la guerra, aunque luego también lo jugara a la hora del armisticio. La necesidad de admitir y compensar los daños sufridos se ha planteado en una fecha muy reciente y no siempre ha encontrado una respuesta positiva. En Alemania, en cambio, este tipo de reacción autocrítica ha sido muy habitual y además se ha concretado en compensaciones, en especial a partir del momento en que, ya en la distensión, la República Federal de Alemania se sentía estable y aceptada por la inmensa mayoría de la comunidad internacional. El juicio moral acerca de la experiencia del Holocausto ha formado parte esencial de la vida publica alemana, hasta el punto de que, de acuerdo con la legislación de este país, el afirmar que no existió persecución contra los judíos incluso constituye un delito. En los últimos tiempos -sobre todo, a fines de los ochenta- se planteó un debate acerca del grado de responsabilidad alemana. El historiador Ernst Nolte aseguró que el nazismo no podía ser comprendido sin la previa existencia del bolchevismo, que ya había inventado los campos de concentración antes de que Hitler los pusiera en funcionamiento. El filósofo Habermas interpretó estos juicios como exculpatorios del nazismo y quiso ver en ellos una necesidad de encontrar un adversario al Este que sirviera de justificación propia. En realidad, siendo nazismo y estalinismo variantes del totalitarismo, ninguno necesitaba del otro como acicate para la práctica de la barbarie. La memoria más conflictiva quizá haya sido la de países como Italia y Francia, en los que se puede decir -como se ha indicado- que se produjo una auténtica guerra civil entre compatriotas. Pero esta realidad, que hoy resulta evidente para el historiador, ha tardado mucho en ser aceptada y, durante mucho tiempo, se ha mantenido la convicción de que los colaboracionistas fueron muy pocos y que su posición nació de una pura y simple traición, sin llegar a entender los factores políticos que la motivaron. De acuerdo con esta interpretación, en los momentos finales de la guerra se habría producido una auténtica sublevación popular, que habría contribuido de forma decisiva a la eliminación del invasor. Este tipo de interpretación contrasta de modo fundamental con la interpretación histórica que ha quedado esbozada anteriormente. En realidad, los juicios realmente históricos acerca del papel de resistencia y colaboración en estos dos países han sido tardíos. La historiografía italiana sobre esta etapa no se inició hasta mediados de los años sesenta y el primer buen libro sobre el régimen de Vichy fue escrito por un norteamericano. Con posterioridad, principalmente en Francia (pues en Italia siempre ha existido una literatura poco científica pero popular, muy condescendiente con el fascismo), se ha generado un amplio revisionismo que en ocasiones se ha convertido en reproche obsesivo. Se pueden mencionar algunos ejemplos acerca de este fenómeno. El libro de Bernard Henri Lévy La ideología francesa reprochó a una buena parte de la clase dirigente del mundo intelectual y periodístico de la posguerra haber tenido propensiones petainistas en un momento inicial. Más recientes han sido los escándalos en torno al presidente Mitterrand y al héroe de la resistencia, Jean Moulin. Una biografía de los primeros años de aquel dirigente socialista descubre sus orígenes burgueses, derechistas y católicos, que le llevaron a militar en movimientos de extrema derecha y a actuar como colaboracionista hasta fines de 1942, convirtiéndose tan sólo en resistente con ocasión del desembarco anglosajón en el Norte de África. En cuanto a Jean Moulin, fue convertido en héroe de la resistencia en una fecha relativamente tardía, a partir de 1954, y su memoria, impoluta durante mucho tiempo, se ha visto afectada por considerarle, en tiempos muy recientes, como un criptocomunista. Lo característico de Francia es que este debate, que hubiera podido quedar limitado a los medios historiográficos, ha alcanzado gran relevancia popular. Así ha sido, merced a que estas cuestiones han aparecido con frecuencia en el cine. Ya en Hiroshima mon amour (1959), elaborada a partir de un guión de Marguerite Duras, Alain Resnais presentaba a su protagonista recordando un temprano amor con un militar alemán. Tiempo después, Louis Malle en Lacombe Lucien (1974), presentó la colaboración como un fenómeno inscrito dentro de la normalidad, tratamiento que también ha sido instrumentado, con posterioridad, por Claude Chabrol, en L'oeil de Vichy. De este modo, lo que hubiera podido ser tan sólo un debate historiográfico ha producido como consecuencia última un considerable impacto social.
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La conquista tardía del Nuevo Reino de Granada no acabó hasta 1550, cuando se creó la Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá con el cometido de administrar las provincias de Santa Fe, Tunja, Cartagena, Santa Marta y Popayán (esta última dependió luego de la Audiencia de Quito). La Audiencia gobernó mediante sistema colegiado 14 años, durante los cuales se evidenció su incompetencia política y militar, aparte de acometer ruidosos pleitos (contra Benalcázar, Armendáriz, Galarza, Góngora y Montaño). En el Reino había gran cantidad de españoles -por lo tardío de su conquista- a los que se unieron otros venidos del Perú (peruleros) que no pudieron obtener encomiendas, ni cargos públicos y que constituyeron una hueste de vagabundos. Con su respaldo se alzó Alvaro de Oyón en La Plata, saqueando las poblaciones de Timaná y Villavieja. Fracasó al intentar tomar Popayán donde fue capturado y ajusticiado. Durante el gobierno de la Audiencia, se fundaron numerosas poblaciones mineras o centros de comunicación, como Ibagué, Villeta, Mariquita, Almaguer, los Muzos y La Palma. En 1564 se inauguró la Gobernación togada, nombrándose un graduado en Leyes como Presidente y Capitán General, con lo que la Audiencia quedó relegada desde entonces a su papel jurídico. El mismo año se creó el arzobispado de Santa Fe, con los obispados sufragáneos de Cartagena y Popayán. La Presidencia Togada fue mejor que la colegiada. Incentivó la producción de oro, plata y esmeraldas y practicó la política tradicional de utilizar los indios en los trabajos productivos, pero cuidando de aplicar las leyes contra la explotación de los naturales. Las fundaciones prosiguieron con Ocaña, Villa de Leiva y Zaragoza. Por la costa atlántica aparecieron los contrabandistas y corsarios ingleses. En 1596 Drake destruyó Riohacha y Santa Marta. En 1605 se constituyó la Presidencia de Capa y Espada, nombrando Gobernador, Presidente de la Audiencia y Capitán General a un militar (don Juan de Borja). Durante el siglo XVII, se hizo la guerra contra los indios pijaos, de resultas de la cual pudieron unirse los territorios central y occidental del Reino, y otra contra los carares y yareguíes para despejar la navegación por el río Magdalena. La colonia se asentó mediante las fundaciones del Tribunal de Cuentas (1605), de la Inquisición (1610), de la Casa de Moneda (1620) y de las universidades Javeriana (1622) y Santo Tomás (1639). En la costa atlántica, se fortificó Cartagena -no así Santa Marta- que no pudo resistir, pese a esto, el ataque de la armada francesa mandada por el barón de Pointis (ayudado por los filibusteros) en 1697. Fue la última vez que se tomó esta plaza. Durante la segunda mitad del siglo abundaron los enfrentamientos entre criollos y españoles, dando paso a ruidosos escándalos, como el promovido durante la presidencia de Pérez Manrique. El Nuevo Reino tuvo una gran riqueza agropecuaria orientada hacia la subsistencia. Exportaba oro (producido en Popayán y Antioquia, más tarde el Chocó), esmeraldas y perlas.
acepcion
La historia del Nuevo Testamento se inicia con el nacimiento de Cristo. Está compuesto por cinco libros históricos, entre los que se encuentran los evangelios y los hechos de los apóstoles; 21 doctrinales y 1 profético que es el Apocalipsis de San Juan.
contexto
El final del mundo micénico y la inestabilidad territorial, producto de la inseguridad y de las presiones de pueblos que actúan como piratas o bandidos, favorece la reclusión de los grupos, más o menos sedentarizados o en proceso de hacerlo, en torno a figuras que adquieren cierta autoridad sobre la base de poderes, previos o en formación, capaces de protegerlos o de conducirlos a empresas para buscar nuevos asentamientos más productivos o seguros. Muchos de los nuevos asentamientos vienen a ser continuidad de los micénicos, pero otros parecen situarse sobre lugares no previamente habitados. En cualquier caso, lo característico es el inicio de un nuevo proceso formativo en la península balcánica, así como en Asia Menor. Con ello se iniciaría un proceso, al parecer a partir del siglo XI, de concentración y dispersión, con ciudades que, recientemente configuradas como poleis, se encuentran en condiciones de fundar nuevas ciudades en lugares más o menos remotos. Tras el final del mundo micénico, la lenta recuperación vino a consistir en la nueva concentración de los grupos gentilicios en entidades superiores de carácter tribal, normalmente cuatro entre los pueblos jonios y tres entre los dorios, que sirvieron para consolidar el poder de las aristocracias en el momento de la distribución de las nuevas tierras. Los jefes capaces de conquista y protección, con el nombre de basileis, consolidan su poder al monopolizar la distribución del botín guerrero o de las tierras conquistadas, así como al organizar nuevas campañas para proceder a nuevas ocupaciones. Sobre estas bases, se estructuran las comunidades sobre los sistemas previos adaptados a nuevas necesidades, en el sistema tribal habitual, por el que los gene se agrupan en phratriai y éstas en philai, a través de un sistema jerarquizado con jefes de tribu que pertenecen a los fuerza más poderosos, los que se han hecho con las mejores partes del botín y reúnen a su alrededor más nutridas clientelas, capaces de proporcionarles la mayor victoria y los productos más ricos, en una forma específica de dependencia. Las nuevas comunidades constituyen formas de colaboración, específicamente a través de un organismo que se generaliza con el nombre de boulé, centro deliberador al que acuden representantes de las clases dominantes para, solidariamente, gobernar al conjunto de la población.