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Personaje Militar Político
En el año 297 era elegido cónsul Publio Decio Mure junto a Quinto Fabio Ruliano. La participación romana en las guerras samníticas les llevó a tomar el control del ejército que luchaba contra los samnitas. Pero la amenaza de los galos por el norte motivó un cambio de planes. Las tropas se dirigieron a luchar contra los galos, sufriendo la vanguardia romana una primera derrota que sería vengada días más tarde en la batalla de Sentino donde falleció heroicamente el cónsul Decio.
lugar
Yacimiento capital para el estudio del Neolítico, se localiza en el curso medio del Éufrates, en Siria. Mureybet, un tell de 3 ha de superficie y 12 m de altura, muestra una ocupación continua desde el Mesolítico hasta muy avanzado el Neolítico Precerámico, distinguiéndose cuatro fases. La primera (10500-10200 antes del presente) corresponde a la última etapa del Mesolítico local y se caracteriza por una economía cazadora-recolectora. La segunda fase (10200-10000 AP) es un periodo de transición hacia el neolítico. La fase III es la más significativa, y entra de lleno en el Neolítico Precerámico A (10000-9500 AP). En esta fase los hábitats presentan mayor extensión, con viviendas rectangulares y fabricación de herramientas líticas de mayor tamaño y talla laminar. Al mismo tiempo se intensifica la recolección de cereales y se especializa la caza, principalmente de gacelas y uros. La última fase (9500-8900 AP) se encuadra en el Neolítico Precerámico B, y se caracteriza por la aparición de una agricultura incipiente.
lugar
Murias de Rechivaldo es una pequeña pedanía de Astorga que apenas cuenta con cincuenta habitantes. La tranquilidad se respira en la villa, situada junto a un cantarín riachuelo. Una de sus bazas es la gastronomía, ya que en sus numerosos mesones se puede degustar el famoso cocido maragato. Su iglesia parroquial está dedicada a san Esteban.
Personaje Pintor
Bartolomé Esteban Murillo es quizá el pintor que mejor define el Barroco español. Nació en Sevilla, donde pasó la mayor parte de su vida, en 1617. La fecha exacta de su nacimiento nos es desconocida pero debió ser en los últimos días del año ya que fue bautizado el 1 de enero de 1618 en la iglesia de la Magdalena. La costumbre en la Edad Moderna era bautizar al neonato a los pocos días del nacimiento por lo que los especialistas se inclinan a pensar en esta posibilidad. Su padre era un cirujano barbero llamado Gaspar Esteban y su madre se llamaba María Pérez Murillo, siendo este último apellido materno el elegido por el artista para darse a conocer en el mundo artístico sevillano. Constituían una familia numerosa y el pequeño Bartolomé era el hijo número catorce. La situación económica de la familia era bastante aceptable y el futuro pintor se criaría sin estrecheces. Pero en cuestión de un año fallece el padre (1627) y la madre (1628) por lo que el joven Bartolomé pasará al cuidado de su hermana Ana, casada con un barbero cirujano de nombre Juan Agustín de Lagares. Las relaciones entre los cuñados serían muy buenas, tal y como atestigua que Murillo fuera designado albacea testamentario por su cuñado.No disponemos de más datos hasta que en 1633 firma un documento en el que declara su intención de emigrar al Nuevo Mundo. El viaje lo realizaría con su hermana María, su cuñado el doctor Gerónimo Díaz de Pavía y su primo Bartolomé Pérez. Pero el dicho viaje nunca se produciría y Murillo inicia su aprendizaje artístico con Juan del Castillo, en cuyo taller permanecerá cinco años. Palomino dice que Del Castillo era tío de Murillo aunque no podemos asegurarlo categóricamente; posiblemente existiera entre ambos algún parentesco y esto pesó a la hora de hacer la elección. Del Castillo no era un artista de primera fila pero sus trabajos eran respetados en el ambiente artístico sevillano y tenía un buen número de encargos, colaborando Alonso Cano en el taller.Los primeros cuadros de Murillo están muy influidos por el estilo del maestro como se puede apreciar en la Virgen del Rosario con santo Domingo. El estilo de Cano apenas se puede apreciar en estas obras, posiblemente porque el granadino dedicaba más tiempo a la escultura.En 1645 Murillo recibe su primer encargo de importancia. Se trata de la serie de trece lienzos para el Claustro Chico del convento de San Francisco en Sevilla. En estas obras muestra una notable influencia de Van Dyck, Tiziano y Rubens, lo que hace pensar a algunos en un posible viaje a Madrid, apoyándose en los datos aportados por Palomino y Ceán Bermúdez. No existe base documental para apoyar esta teoría por lo que si realizó el viaje a la Corte quedó en el más absoluto anonimato.Este año de 1645 será de gran importancia para el artista porque se casa el 26 de febrero. La elegida se llamaba Beatriz Cabrera y Villalobos, joven sevillana de 22 años, vecina de la parroquia de la Magdalena donde se celebró el enlace. En los 18 años que duró el matrimonio tuvieron una amplia descendencia: un total de nueve hijos.El éxito alcanzado con la serie del Claustro Chico -al aportar un estilo más novedoso que los veteranos Herrera el Viejo o Zurbarán- motivará el aumento del número de encargos. Por ello en 1646 ingresa en su taller un joven aprendiz llamado Manuel Campos al tiempo que debe buscar una casa más amplia para organizar un taller. Se traslada a la calle Corral del Rey donde sufrió la terrible epidemia de peste que asoló la zona de Andalucía -y en especial Sevilla- en 1649. La mitad de la población de la capital perdió la vida y entre los muertos debemos contar a los cuatro pequeños hijos del matrimonio Murillo.La crisis económica que vive la ciudad no impide que los encargos continúen a buen ritmo, siendo uno de los más importantes el enorme lienzo de la Inmaculada Concepción para la iglesia de los Franciscanos, llamada "La Grande" por su tamaño.En 1658 se traslada a Madrid donde es muy probable que conociese a Velázquez, quien le pondría en contacto con las colecciones reales donde tomaría contacto con la pintura flamenca y veneciana. Alonso Cano, Zurbarán y los artistas madrileños de esta generación también pudieron ser visitados por el sevillano pero no existen documentos que nos lo aseguren. A finales de 1658 Murillo está de nuevo en Sevilla, apareciendo como vecino de la parroquia de Santa Cruz donde permaneció hasta 1663 que se trasladaría a la de San Bartolomé.Los numerosos encargos que recibía le permitían disfrutar de una saneada economía, complementando estos ingresos con las rentas de sus propiedades urbanas en Sevilla y las de su mujer en el pueblo de Pilas. Tenía tres aprendices en el taller y una esclava que colaboraba en las tareas del hogar.El 11 de enero de 1660 funda una Academia de Dibujo en Sevilla, en colaboración con Francisco de Herrera el Mozo. Los dos artistas compartieron la presidencia durante el primer año de funcionamiento de esta escuela en la que los aprendices y los artistas se reunían para estudiar y dibujar del natural, por lo que se contrataron modelos. La presidencia de la Academia será abandonada por Murillo en 1663, siendo sustituido por Juan de Valdés Leal.Precisamente será en 1663 cuando Murillo quede viudo al fallecer su esposa como consecuencia del último parto. De los nueve hijos sólo sobrevivían en aquel momento cuatro: Francisca María, José, Gabriel y Gaspar. Gabriel partió para América en 1677 y los tres restantes siguieron la carrera religiosa, llegando Gaspar a ser canónigo de la catedral sevillana.El periodo más fecundo de Murillo se inicia en 1665 con el encargo de los lienzos para Santa María la Blanca -el Sueño del Patricio y el Patricio relatando su sueño al papa Liberio- con lo que consiguió aumentar su fama y recibir un amplio número de encargos: las pinturas del retablo mayor y las capillas laterales de la iglesia de los capuchinos de Sevilla y las pinturas de la Sala Capitular de la catedral sevillana.Ese mismo año de 1665 Murillo ingresa en la Cofradía de la Santa Caridad lo que le permitió realizar uno de sus trabajos más interesantes: la decoración del templo del Hospital de la Caridad de Sevilla, encargo realizado por don Miguel de Mañara, un gran amigo del artista. La fama alcanzada por Murillo se extenderá por todo el país, llegando a la corte madrileña donde, según cuenta Palomino, el propio rey Carlos II invitó a Murillo a asentarse en Madrid. El artista rechazó el ofrecimiento alegando razones de edad.En 1681 Murillo aparece documentado en su nueva residencia de la parroquia de Santa Cruz. Allí recibió el último encargo: las pinturas para el retablo de la iglesia del convento capuchino de Santa Catalina de Cádiz. Cuando trabajaba en esta encargo sufrió una caída al estar pintando las partes superiores del cuadro principal. A consecuencia de la caída, algunos meses más tarde, falleció el 3 de abril de 1682, de manera repentina ya que no llegó a acabar de dictar su testamento. En él pide que se le entierre en la parroquia de Santa Cruz y que se digan unas misas por su alma, nombrando como albaceas a su hijo Gaspar Esteban, don Justino de Neve y Pedro Núñez de Villavicencio. Los herederos de la pequeña fortuna acumulada serían sus hijos Gaspar y Gabriel.Según su primer biógrafo, Sandrart, en el entierro de Murillo hubo una gran concurrencia de público y el féretro fue portado por dos marqueses y cuatro caballeros. Siguiendo el testamento, fue enterrado en una capilla de la iglesia de Santa Cruz, templo que fue destruido por las tropas francesas en 1811. Una placa colocada en la plaza de Santa Cruz en 1858 señala el lugar aproximado donde reposan los restos del gran artista sevillano.Dos elementos clave en la obra de Murillo serán la luz y el color. En sus primeros trabajos emplea una luz uniforme, sin apenas recurrir a los contrastes. Este estilo cambia en la década de 1640 cuando trabaja en el claustro de San Francisco donde se aprecia un marcado acento tenebrista, muy influenciado por Zurbarán y Ribera. Esta estilo se mantendrá hasta 1655, momento en el que Murillo asimila la manera de trabajar de Herrera el Mozo, con sus transparencias y juegos de contraluces, tomados de Van Dyck, Rubens y la escuela veneciana. Otra de las características de este nuevo estilo será el empleo de sutiles gradaciones lumínicas con las que consigue crear una sensacional perspectiva aérea, acompañada del empleo de tonalidades transparentes y efectos luminosos resplandecientes. El empleo de una pincelada suelta y ligera define claramente esta etapa.Las obras de Murillo alcanzaron gran popularidad y durante el Romanticismo se hicieron numerosas copias, que fueron vendidas como auténticos "Murillos" a los extranjeros que visitaban España.
contexto
Madrid fue durante la segunda parte del siglo el principal centro pictórico de la Península, donde se gestó el nuevo lenguaje expresivo, dinámico, colorista y de extraordinaria eficacia plástica, que ayudó a sostener la apariencia del esplendor de la monarquía. Un estilo en el que se renovaron las formas devocionales atendiendo a las exigencias de una Iglesia triunfante, que sustituyó el cotidiano fervor del naturalismo inmediato por el mundo de la gloria prometida, plasmada en luminosos escenarios celestiales poblados de ángeles.Sevilla sufrió en esta etapa la ruina económica que antes ya había alcanzado a otras zonas españolas, pero sin embargo continuó siendo el más importante foco artístico andaluz gracias a su prestigio anterior y a la extraordinaria calidad del arte de Murillo. El es quien mejor representa el nuevo lenguaje de la fe, a cuyo servicio puso su particular sensibilidad inclinada a valores dulces y amables. Con una facilidad portentosa creó una pintura serena y apacible, como su propio carácter, en la que priman el equilibrio compositivo y expresivo, y la delicadeza y el candor de sus modelos, nunca conmovidos por sentimientos extremos. Colorista excelente y buen dibujante, concibe sus cuadros con un fino sentido de la belleza y con armoniosa mesura, lejos del dinamismo de Rubens o de la teatralidad italiana, rechazando la retórica afectada para preferir un espiritual sosiego, apenas alterado por las apoteosis celestiales con las que continúa el tradicional interés sevillano por los rompimientos de gloria.Fue sin duda uno de los mejores intérpretes del sentir católico de su tiempo, pero además adivinó en la temática y en la concepción formal de algunos de sus cuadros el rumbo del gusto estético del siglo XVIII. Esta cualidad de su arte contribuyó a la fama de la que disfrutó en Europa a lo largo de dicha centuria, aunque ya antes de 1700 su estilo era apreciado en diversos países debido a la intensa actividad comercial del puerto sevillano, que facilitó que en vida, o poco después de su muerte, existieran obras suyas en Amberes, Rotterdam y Londres. Prueba de este reconocimiento es la cita que de él hace Sandrat, en 1675, en su libro dedicado a pintores ilustres (Teutsche Academie, Nuremberg, 1675), siendo Murillo el único español junto a Ribera que figura en él. Aunque el éxito le acompañó a lo largo de su vida y fue el primer pintor sevillano de su época, sus cuadros no entraron en las colecciones reales hasta principios del XVIII, cuando la corte se trasladó a Sevilla durante unos años y la reina Isabel de Farnesio compró numerosas obras suyas, la mayoría de las cuales se encuentran en el Museo del Prado.La coincidencia de la gracia y delicadeza de su estilo con el arte dieciochesco impulsó su estimación en Europa durante esta centuria, incrementándose su renombre en el XIX merced al gran número de sus obras que salieron de España como consecuencia de la invasión napoleónica. Sin embargo, en torno a 1900 empezó a perder el favor del público y de la crítica. El cansancio que generó la excesiva repetición de sus cuadros en grabados y estampas, el laicismo creciente de la sociedad y el cambio de gusto estético, ajeno a la concepción sentimental de su pintura, produjo un rechazo hacia su obra, a la que se le negó sus evidentes méritos. Afortunadamente en los últimos tiempos, y gracias sobre todo a los rigurosos estudios que se le han dedicado, su arte está empezando a ocupar el puesto que le corresponde en la historia de la pintura, sin duda el de uno de los mejores pintores religiosos del Barroco, cuya personalidad sólo es superada en España por Velázquez.
video
Murillo es el pintor barroco que mejor representa el nuevo lenguaje de la fe, a cuyo servicio puso su particular sensibilidad inclinada a valores dulces y amables. Con una facilidad portentosa, creó una pintura serena y apacible, como su propio carácter, en la que priman el equilibrio compositivo y expresivo, y la delicadeza y el candor de sus modelos, nunca conmovidos por sentimientos extremos. Murillo nació en Sevilla, donde pasó la mayor parte de su vida, en 1617, posiblemente en los últimos días del año ya que fue bautizado el 1 de enero de 1618 en la iglesia de la Magdalena. La situación económica de la familia era bastante aceptable y el futuro pintor se criaría sin estrecheces. Pero en cuestión de un año fallece el padre y la madre por lo que el joven Bartolomé pasará al cuidado de su hermana Ana. Murillo inicia su aprendizaje artístico con Juan del Castillo, en cuyo taller permanecerá cinco años. Los primeros cuadros de Murillo están muy influidos por el estilo del maestro, como se puede apreciar en la Virgen del Rosario con santo Domingo. En 1645 Murillo recibe su primer encargo de importancia. Se trata de la serie de trece lienzos para el Claustro Chico del convento de San Francisco en Sevilla. En estas obras muestra una notable influencia de Van Dyck, Tiziano y Rubens, lo que hace pensar a algunos en un posible viaje a Madrid, aunque no existe base documental para apoyar esta teoría. Este año de 1645 será de gran importancia para el artista porque se casa el 26 de febrero. La elegida se llamaba Beatriz Cabrera y Villalobos, joven sevillana de 22 años. En los 18 años que duró el matrimonio tuvieron una amplia descendencia: un total de nueve hijos. El éxito alcanzado con la serie del Claustro Chico -al aportar un estilo más novedoso que los veteranos Herrera el Viejo o Zurbarán- motivará el aumento del número de encargos. Por ello en 1646 ingresa en su taller un joven aprendiz al tiempo que debe buscar una casa más amplia para organizar un taller. La crisis económica que vive Sevilla en 1650 no impide que los encargos continúen a buen ritmo, siendo uno de los más importantes el enorme lienzo de la Inmaculada Concepción para la iglesia de los Franciscanos, llamada "La Grande" por su tamaño. En 1658 se traslada a Madrid, donde es muy probable que conociese a Velázquez, quien le pondría en contacto con las colecciones reales, donde tomaría contacto con la pintura flamenca y veneciana. A finales de año, Murillo está de nuevo en Sevilla, apareciendo como vecino de la parroquia de Santa Cruz donde permaneció hasta 1663, que se trasladaría a la de San Bartolomé. Los numerosos encargos que recibía le permitían disfrutar de una saneada economía, complementando estos ingresos con las rentas de sus propiedades urbanas en Sevilla y las de su mujer en el pueblo de Pilas. Tenía tres aprendices en el taller y una esclava que colaboraba en las tareas del hogar. El 11 de enero de 1660 funda una Academia de Dibujo en Sevilla, en colaboración con Francisco de Herrera el Mozo, compartiendo la presidencia ambos artistas durante el primer año de funcionamiento. El periodo más fecundo de Murillo se inicia en 1665 con el encargo de los lienzos para Santa María la Blanca, con los que consiguió aumentar su fama y recibir un amplio número de encargos: las pinturas del retablo mayor y las capillas laterales de la iglesia de los capuchinos de Sevilla y las pinturas de la Sala Capitular de la catedral sevillana. Ese mismo año de 1665 Murillo ingresa en la Cofradía de la Santa Caridad lo que le permitió realizar uno de sus trabajos más interesantes: la decoración del templo del Hospital de la Caridad de Sevilla, encargo realizado por don Miguel de Mañara, un gran amigo del artista. La fama alcanzada por Murillo se extenderá por todo el país, llegando a la corte madrileña donde, según cuenta Palomino, el propio rey Carlos II invitó a Murillo a asentarse en Madrid. El artista rechazó el ofrecimiento alegando razones de edad. En 1681 Murillo aparece documentado en su nueva residencia de la parroquia de Santa Cruz. Allí recibió el último encargo: las pinturas para el retablo de la iglesia del convento capuchino de Santa Catalina de Cádiz. Cuando trabajaba en este encargo sufrió una caída, al estar pintando las partes superiores del cuadro principal. A consecuencia de la caída, algunos meses más tarde, falleció el 3 de abril de 1682, de manera repentina ya que no llegó a acabar de dictar su testamento. Según su primer biógrafo, Sandrart, en el entierro de Murillo hubo una gran concurrencia de público y el féretro fue portado por dos marqueses y cuatro caballeros. Dos elementos clave en la obra de Murillo serán la luz y el color. En sus primeros trabajos emplea una luz uniforme, sin apenas recurrir a los contrastes. Este estilo cambia en la década de 1640, cuando trabaja en el claustro de San Francisco, donde se aprecia un marcado acento tenebrista, muy influenciado por Zurbarán y Ribera. Esta estilo se mantendrá hasta 1655, momento en el que Murillo asimila la manera de trabajar de Herrera el Mozo, con sus transparencias y juegos de contraluces, tomados de Van Dyck, Rubens y la escuela veneciana. Otra de las características de este nuevo estilo será el empleo de sutiles gradaciones lumínicas con las que consigue crear una sensacional perspectiva aérea, acompañada del empleo de tonalidades transparentes y efectos luminosos resplandecientes. El empleo de una pincelada suelta y ligera define claramente esta etapa. Las obras de Murillo alcanzaron gran popularidad y durante el Romanticismo se hicieron numerosas copias, que fueron vendidas como auténticos "Murillos" a los extranjeros que visitaban España.
contexto
Una confluencia de circunstancias calamitosas en la bisagra de 1650 marcó en la ciudad de Sevilla una inflexión profunda en todos los órdenes. Entre las causas más importantes, a los estragos que la gran epidemia de peste había causado en 1649, reduciendo su población a la mitad, se unió la recesión del comercio con América que, cada vez con más dificultades, subía por el Guadalquivir. La decadencia general del país se agravó en la antes floreciente urbe hispalense, creando una situación tan crítica que la carestía produjo incluso en 1652 la llamada revuelta de La Feria, una sublevación de los menesterosos contra el poder establecido. La situación se repitió en las décadas siguientes, al desembocar la pérdida de varias cosechas en la gran crisis del hambre de 1678, a la que sucedería apenas transcurridos dos años un terremoto. La lenta recuperación no detuvo la pérdida paulatina de su rango de capital comercial del Imperio español, favorecida además por el desplazamiento del comercio hacia Cádiz, que más tarde convertiría a ésta en sede primero efectiva y titular después de la metrópoli. Centrándonos en el marco que sirvió de escenario al desarrollo de la pintura en Sevilla desde 1650, la crisis frenó en ella el crecimiento de las fundaciones conventuales de órdenes religiosas, que habían sido durante la primera mitad de la centuria los principales comandatarios de cuadros. Pero no implicó que en los cincuenta años siguientes desapareciera el fenómeno del encargo pictórico, al producirse un relevo de las instancias promotoras del mismo que, ahora, eran los miembros locales de la alta Iglesia, con algunos obispos y sobre todo canónigos, muchos comerciantes extranjeros y sólo excepcionalmente algún que otro convento y fundación benéfica. Esto refleja una vez más que no siempre economía y arte caminaron juntos, pues para corroborarlo sólo hay que repasar las fiestas y eventos celebrados en Sevilla desde mediados de siglo, con gran solemnidad y con independencia de los anuales fijos como la Semana Santa y el Corpus. Así, aun en medio de tantas catástrofes, en abril de 1660 hubo ánimos para organizar un gran auto de fe en la Plaza de San Francisco. Más positivos fueron los fastos concepcionistas desde 1654, cuando se celebró la octava de la fiesta de la Inmaculada por vez primera en la catedral. Con júbilo aún más solemne por el engalanamiento de calles y plazas, con altares para paradas de procesiones, se festejó en 1662 el Breve del Papa Alejandro VII que sancionaba la piadosa creencia inmaculista. En 1665 la reinauguración con nuevo y suntuoso ornato de Santa María la Blanca, vieja iglesia antaño sinagoga, sirvió de pretexto para organizar manifestaciones de religiosidad y arte, al exponer en su entorno al público bastante de lo mucho que había en Sevilla de pintura extranjera. Pero nada fue comparable a la transformación de la urbe hispalense con motivo de la canonización del santo rey Fernando III de Castilla en 1671, cuando decora dos de efímeras arquitecturas fingidas, con pinturas alegóricas cubrieron la catedral. La decadencia de la ciudad tenía así su contrapunto y también un contrasentido en el auge de la fiesta pública, sobre todo religiosa, que en parte por motivaciones sinceras conseguía sin embargo enmascarar la verdadera realidad. El arte efímero triunfó alcanzando niveles de monumentalidad y esplendor comparables sólo con Madrid, siendo otro síntoma de esa decidida inflexión de la capital híspalense hacia lo barroco en sentido estricto durante la segunda mitad de siglo. En consonancia con ello, igual y hasta mayor calidad presentó la pintura sevillana de ese período, a cuyo conocimiento han contribuido desde el profesor Angulo otros muchos, componiendo un corpus ya resuelto ampliamente en cuanto a sistematización de panorama, artistas y obras. De entrada y en general, esta manifestación logró una homogeneidad estilística, al definirse globalmente como barroca también. En la primera mitad de la centuria pintores barrocos fueron Roelas, Herrera el Viejo, Cano y a menudo Zurbarán, pero tal conceptuación sólo puede aplicarse en sentido estricto a la pintura que se desarrolló en Sevilla desde 1650, pues hasta entonces fluctuaban junto a esa tendencia otras diversas como tardomanierismo y naturalismo. La segunda clave diferenciadora fue la configuración clara de una escuela pictórica, con modos concretos y variedad de temas, que surgió por esfuerzos conjuntos. El ejercicio de la pintura tenía como marco legal un gremio, que obligaba tras el aprendizaje a un examen de maestría sin el cual no se podía practicar pública y libremente. Pero esta vetusta estructura corporativista permitió en esa misma etapa la fundación de una Academia de Pintura, donde una nueva organización formativa refrendó y después divulgó la barroquización total que vertebró esa escuela. Murillo y Valdés Leal tuvieron especialmente un papel esencialísimo en ambos logros y por ello han recuperado su puesto de pintores sevillanos más importantes de aquella época.
obra
La Constitución de Cádiz - la Verdad - es presentada por Goya como una mujer que ha fallecido, siendo enterrada por clérigos graves pero satisfechos. Sólo la Justicia, en la zona derecha portando la balanza, llora desconsoladamente. La alegoría es evidente; el absolutismo ha vencido al constitucionalismo y la Verdad de Goya - y de muchos más - ha muerto.
lugar