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Pamplona, debido a su carácter defensivo, estaba cercada por murallas hasta que en el año 778 Carlomagno se encargó de su destrucción. Hoy, todavía se conservan lienzos que albergan parte del casco antiguo y de su Catedral. En 1512, coincidiendo con su anexión a la Corona de Castilla se construyó de nuevo una muralla. Sin embargo, sería derruida en 1920 con motivo de la ampliación de la ciudad. En 1937 fueron declaradas Monumento Nacional.
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Declarado Monumento Histórico-Artístico en 1931, el recinto amurallado de Mansilla de las Mulas fue levantado entre los siglos XIII y XIV, coincidiendo con el proceso de repoblación iniciado por Fernando II. El muro está aparejado con un fuerte tapial de cal y canto, alcanzando un espesor de hasta tres metros. A lo largo de su recorrido se abren dos puertas: el arco de la Concepción y el arco de San Agustín. Cada 40 metros se levantaban seis torres albarranas de planta cilíndrica.
contexto
Las murallas resultan casi consustanciales a los establecimientos ibéricos, tanto si se encuentran en el llano como, lo que es más frecuente, en lugares altos o elevados, aunque en este caso, cuando el acceso por alguno de sus lados resulta casi impracticable, la muralla no lo rodea en su totalidad, sino sólo por donde resulta más accesible. La técnica de construcción de estas murallas varía considerablemente, pero siempre dentro de unos parámetros más o menos uniformes. Los muros más frecuentes son los de mampostería, construidos con piedras o sillares más o menos regulares, que conforman dos paramentos, uno exterior, formado por piedras de mayores dimensiones, puesto que es el que debe soportar el ataque directo de los enemigos, y otro interior, construido por lo general con piedras más pequeñas, aunque en ocasiones pueden tener las mismas dimensiones que las del exterior, con el espacio intermedio, de anchura variable, relleno de tierra y piedra. Cuando las piedras que conforman ambos paramentos no son muy regulares, se suelen incluir entre ellas otras más pequeñas, a manera de cuñas, que las calzan y dan mayor solidez a todo el conjunto. Recientemente se ha podido documentar que murallas de este tipo de datación antigua (Tejada la Vieja, Puente de Tablas), construidas con pequeños mampuestos, estaban revestidas con un grueso enlucido de arcilla pintado de rojo. Pero estos paramentos pueden ser también, no obstante, de otros tipos; los principales son dos: los ciclópeos y los poligonales. Los primeros están compuestos por grandes piedras sin trabajar, o tan sólo ligeramente desbastadas, que en ocasiones pueden ser de enormes dimensiones. Su aspecto rústico y primitivo, y el hecho de que en algunas ciudades del Mediterráneo oriental se conociera esta técnica desde muy antiguo, hizo pensar a no pocos estudiosos que se trataba de un sistema de construcción primitivo y que, por tanto, debía corresponder a una etapa muy antigua, hasta tal punto que el término ciclópeo implicaba de forma inmediata un carácter de arcaísmo y primitividad. El ejemplo más característico de este tipo de construcción es la muralla de Tarragona, de sillares sobre un zócalo ciclópeo; se discutió mucho acerca de la contemporaneidad o no de ambas partes de la muralla y de su carácter ibérico, púnico o romano. Tras los trabajos de Serra Vilaró y Hauschild quedó claro que se trataba de una sola construcción, quizá con un corto intervalo de tiempo entre ambas, datada ya en época romana republicana. Algo parecido ocurre con la otra muralla ciclópea más famosa de las conocidas en la España antigua: la de Ampurias, por cuya puerta han cruzado miles de visitantes durante muchos años; los recientes trabajos de excavación de Enrique Sanmartí han definido la pertenencia de este conjunto de estructuras al siglo II a. C., esto es, a una fecha más o menos contemporánea a la de la muralla de Tarragona. No quiere decir ello, sin embargo, que todas las murallas ciclópeas de todos los poblados ibéricos puedan ser datadas en época romana; son muchos los yacimientos antiguos que presentan murallas de este tipo, bajo una u otra versión, y lo único que se viene a demostrar con ello es que se trata de un sistema defensivo muy extendido por el Mediterráneo a lo largo de un período de tiempo que abarca muchos siglos, y que no resulta correcta su identificación, sin más, con momentos antiguos. El otro sistema defensivo, el de los muros poligonales, es asimismo de amplia cronología, y también de amplia difusión en todo el Mediterráneo. La característica principal es que los sillares presentan entrantes y salientes que los hacen trabar fuertemente entre sí, de manera que cada sillar resulta adecuado exclusivamente para el lugar que ocupa y para su relación con los adyacentes, todo lo cual debía contribuir considerablemente a reforzar la solidez de la muralla. Tenemos ejemplos de este tipo de construcción en la muralla de San Antonio de Calaceite y también en los muros de Sagunto y Olérdola. La muralla de Sagunto fue considerada por García y Bellido como de época romana, perteneciente tal vez al podium del templo de Artemis del que hablan las fuentes clásicas, aunque estudios posteriores parecen relacionarla más bien con parte de una muralla defensiva. Este tipo de construcción fue muy utilizado en la Antigüedad, tanto para muros defensivos como de aterrazamiento y contención, ya que lo sólido de su trabazón le permitía soportar fuertes cargas y empujes. El aspecto de estas murallas ibéricas, que debían constituir uno de los puntos de referencia principales de las ciudades, sobre todo desde el exterior, debía variar mucho de unos a otros. Frente a la solidez y el primitivismo de los muros ciclópeos, se alzaba el perfeccionismo detallista de los poligonales, y la monótona repetición de los paramentos de mampuestos más o menos regulares. Sin embargo, lo que conservamos de estas murallas es en realidad casi siempre la parte inferior, ya que la superior, salvo en el caso de Tarragona y en alguno otro excepcional, ha desaparecido; no sabemos si toda la muralla presentaría la misma técnica constructiva, o si, como ocurre en Tarragona, existía un segundo cuerpo también de piedra, realizado con una técnica diferente, o si éste era de adobe, y ni siquiera si la muralla presentaba al exterior una cara de piedra vista o se encontraba revestida de una capa más o menos gruesa de arcilla. Todos estos aspectos pueden ser estudiados, con más o menos detenimiento, a la luz de las excavaciones e investigaciones recientes. Así, en el poblado de El Oral (San Fulgencio, Alicante), que tenemos en curso de estudio, hemos podido excavar parte de la muralla, muy perdida, pero que conserva restos suficientes para permitimos asegurar que se trataba de una muralla compuesta por dos paramentos de piedra, uno exterior, formado por piedras de mayores dimensiones, en algunos casos casi ciclópeas, y otro interior, hecho con sillarejos irregulares más pequeños; entre ambos, un relleno de tierra y piedra. La parte superior, no conservada, era de adobe, a juzgar por la gran acumulación de adobes caídos en la línea de la muralla y en sus inmediaciones, que formaban una elevación que ha preservado otras estructuras del poblado. En el sector septentrional, las piedras de la muralla han desaparecido, como consecuencia de un saqueo antiguo, realizado cuando se había acumulado ya contra la muralla un grueso depósito de tierra; al retirar las piedras, se realizó una zanja en la zona de la muralla, pero no se tocó el interior ni el exterior de la misma, por lo que quedaron adheridos a la tierra grandes lienzos del revestimiento original, de arcilla encalada, que en algunos lugares llega a alcanzar los 10 cm de grosor. Las murallas ibéricas suelen adaptarse a las curvas de nivel del terreno en el que se asientan, aunque cuando es necesario pueden llegar a salvar grandes desniveles; en algunos casos (Ullastret, Sagunto) se documenta un trazado en cremallera, esto es, a base de trozos de lienzo retranqueados que permiten hostigar al enemigo no sólo de frente, sino también por uno de sus flancos, lo que facilita la defensa de la ciudad. Cuando se trata de poblados de altura, la muralla suele cerrar la pequeña meseta superior, incluyendo en algunos casos áreas no edificadas que debieron servir de encerradero de ganado. Por regla general, todas las murallas ibéricas se refuerzan con torreones, cuyos tipos, así como su ubicación en la línea de muralla, resulta muy variado; la muralla del poblado de El Oral, antes citado, se refuerza con dos torreones macizos, dispuestos en los ángulos de la muralla, precisamente donde la ciudad era más fácilmente accesible, pero otros establecimientos presentan un solo torreón, al amparo del cual se abre la puerta, o una serie de torreones dispuestos de forma más o menos regular a lo largo de todo el recinto. La mayor parte de estos torreones son de planta rectangular o cuadrada, y casi siempre macizos, al menos en la parte inferior, que es la conservada, aunque en el caso de los de Tarragona, que, como ya hemos dicho, corresponden a época romana, los más antiguos tuvieron una cámara interior accesible desde el camino de ronda de la muralla. En algunos casos la planta se complica, convirtiéndose en poligonal, como en el Castellet de Banyoles (Tarragona), de planta cuadrada, con un refuerzo triangular hacia el exterior, o en circular, como los de Ullasttret, ciudad indiketa muy relacionada con la colonia griega de Ampurias, a cuya influencia debe, muy posiblemente, algunos de los rasgos de su muralla, entre ellos su trazado en cremallera; sabemos por los tratadistas griegos que las torres redondeadas resultaban las más adecuadas para resistir el ataque de los enemigos, pues por una parte eran más resistentes a los embates de los arietes y, por otra, permitían una mejor visibilidad del entorno y, por ende, de los atacantes, lo cual, si se combina con el trazado en cremallera, redunda en una considerable mejora de las posibilidades de defensa de la ciudad. Si la muralla es especialmente importante para la configuración de la imagen de la ciudad ibérica desde el exterior, no ocurre lo mismo desde el interior, ya que aquí con frecuencia queda total o parcialmente oculta por una serie de casas que se le adosan, y que al tiempo que utilizan su cara interior como pared posterior le sirven de refuerzo y, posiblemente, también como parte del camino de ronda. Por tanto, desde el interior de la ciudad, en muchos casos lo único que se vería sería la parte superior de la muralla, de piedra o de adobe, tal vez revestida de arcilla y encalada, pero dado lo estrecho de las calles, difícilmente podría obtenerse una panorámica amplia de la muralla recortándose ante el cielo. El aspecto interior de la ciudad vendría dado, por tanto, por la distribución y ordenación de sus espacios abiertos y cerrados: calles, plazas, casas, edificios públicos, talleres artesanales e industriales, etc., y variaría considerablemente de unas ciudades a otras.
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Todavía hoy pueden verse restos de lo que fue la muralla que rodeaba Burgos; el tramo mejor conservado se halla en la calle Martínez Campos. El perímetro amurallado que rodeaba Burgos fue levantado en el siglo XIII, alternando el lienzo de muralla con el cubo semicircular, de ahí su nombre de Paseo de los Cubos. Al final del paseo se puede ver un arco conocido como Puerta de la Judería, que daba paso al barrio hebreo. Siguiendo la muralla encontramos un arco todavía mayor que el anterior, el de San Martín, construido por maestros alarifes mudéjares que emplearon ladrillo y piedra. La muralla también circundaba al castillo, levantado el lo alto de un cerro en el 884, año de fundación de la ciudad. Otro tramo amurallado importante es el que puede verse en San Esteban, donde también se sitúa el arco con el mismo nombre, quizás la puerta más interesante desde el punto de vista arquitectónico.
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Todavía se conservan ciertos tramos de la muralla que rodeaba la villa. El origen de la muralla es árabe. La muralla y el castillo forman el conjunto defensivo bajomedieval de Zuheros.
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La situación fronteriza de Priego en época medieval es la razón de que la localidad fuera dotada de un poderoso sistema defensivo, capaz de detener las acometidas del enemigo. Surge así el castillo como pieza fundamental, que se completa con un conjunto de murallas y torres cuya misión es proteger la medina musulmana en los puntos más débiles a causa del relieve. Aunque son escasos los restos de muros que se conservan, permanecen en pie algunos fuertes, como el del Jardín del Moro, y atalayas, como las del Morchón, el Puerto, Uclés y El Esparragal, entre otras varias.
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La cercanía de la población de Viana a tierras castellanas será una de las razones de su constitución en plaza fuerte, rodeándose por los cuatro lados de un recinto fortificado que constaba de foso, barbacanas y torres de planta cuadrada cada cierto tramo, restos que hoy todavía se pueden contemplar.
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La muralla de Castro del Río bordea el núcleo de la actual población, ubicada sobre un cerro en la margen del río Guadajoz. Ha desaparecido la mayor parte de la muralla, pero se conservan varios lienzos de muro y torres, que permiten hacerse una idea de cómo era su trazado. Ésta se adaptaba al terreno y, en la parte oriental, se encontraba con el castillo y la Puerta de Martos, único acceso al mismo.
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Santo Domingo de la Calzada es el mayor recinto amurallado de toda La Rioja. En su origen, la muralla abarcó un perímetro de 1500 m. y 38 torreones de vigilancia de 12 m. de altura. La ciudad estaba, además, rodeada por un foso de agua atravesado por siete puertas que permitían la entrada y salida de mercancías y personas. El complejo amurallado se comenzó a construir bajo reinado de Alfonso X El Sabio (1221 - 1284) y continuado por monarcas sucesivos, Fernando IV y Pedro I, quien terminó su construcción en 1367. La leyenda afirma que Pedro I, enfadado porque la ciudad había apoyado a su hermano Enrique como rey, decidió destruir la ciudad. Los habitantes de Santo Domingo acudieron al sepulcro de su Santo Protector para implorar ayuda y éste, en respuesta, asomó por una de las ventanas del sepulcro sus dos manos, lo que fue interpretado como un signo en su favor. Cuando las tropas de Pedro I estaban llegando a la ciudad, una densa niebla les cubrió y les hizo perder el sentido del lugar donde se encontraban. El rey entendió su error y, para disculparse con el Santo y los habitantes, no sólo no destruyó urbe sino que la reforzó con fuertes muros. Según la leyenda, corría el año 1367 y se tardó dos años en amurallarla.
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El recinto amurallado de Baena es uno de los mejor conservados de toda Andalucía, gracias a sus largos lienzos de muralla rodeando la Almedina, palabra árabe que designaba "ciudad". Baena presenta una acusada personalidad musulmana que pervive en su actual arquitectura y en el perfil del pueblo, caracterizado por el antiguo cinturón de muralla que rodeaba a la por aquel entonces villa o medina. La muralla, de origen árabe, comunicaba con el castillo y los edificios más notables y tenía más de 50 torres y puertas. De la muralla externa se conserva en muy buen estado la Torre del Sol, torre albarrana que conectaba la muralla exterior con la interior, y sobre la que se apoya el antiguo Hospital de Jesús Nazareno; la muralla externa se encargaba de rodear y proteger los barrios civiles. Algunas de las torres y puertas del recinto amurallado han resistido el paso del tiempo, como la Puerta-torreón del Arco Oscuro, el Arco de la Consolación o el Arco de Santa Bárbara.