En la desembocadura del río en Vélez, se conserva un emporio fenicio que conocemos con el nombre de Toscanos. En él, a lo largo de siglo y medio, observamos cinco transformaciones, a veces con cambios radicales del trazado de calles; las viviendas son rectangulares con habitaciones pequeñas, pero hay también un almacén de tres naves largas y un foso defensivo, que llegó después a transformarse en muralla de sillares. Las ciudades fenicias fundadas en la península Ibérica se componen de un ámbito cerrado, contenido por murallas y de instalaciones externas, especialmente industriales, así como de zonas específicas para enterramientos, verdaderas ciudades de los muertos, que deben influir en el abandono definitivo por las comunidades indígenas de la costumbre de conservar los cadáveres bajo el suelo de las propias viviendas. Los fenicios transformaron así un litoral, hasta entonces casi deshabitado, en un reguero de poblados, necrópolis y santuarios, que ocupaban los cabos, islas y desembocaduras de ríos.
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Todavía se conservan algunos restos de la muralla construida por los romanos, reformada y ampliada por el rey Wamba en el siglo VII. Finalmente, en etapa árabe, se volvió a reforzar y se fijó el recinto amurallado que se conserva en la actualidad. Estos vestigios de la muralla rodean la denominada Puerta de los Doce Cantos, junto a la Ronda de Juanelo, vía que es la continuación del Paseo de Cabestreros. La muralla conserva varias de las puertas que daban acceso a la ciudad, como la anteriormente citada, la del Sol (siglo XII), la del Cambrón (probablemente la más antigua de Toledo) o la de Alfonso VI, entre otras.
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Fotografía cedida por la Sociedade Anónima de Xestión do Plan Xacobeo
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La importancia estratégica de la ciudad de Toledo a lo largo de la Historia ha provocado la reiterada construcción de baluartes defensivos a los que se abren diferentes puertas. Afortunadamente quedan en la actualidad buena parte de los lienzos de la muralla y un buen número de accesos al recinto monumental toledano.
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Madrid no fue una excepción al modelo de ciudad dominante en la Edad Media, contando para su defensa con murallas, torres defensivas y sistemas ópticos de comunicación. Es más, tuvo dos murallas, una de época árabe y otra posterior cristiana. La primera muralla se construyó durante el emirato de Muhammad I, entre el año 850 y el 866, coincidiendo con el momento fundacional de la ciudad como una más de las fortalezas que integraban el sistema defensivo de la Marca Media, pues contaba con una ventajosa situación geográfica. En el siglo X el califa de Córdoba Abd al Rahmman III mandó reforzar la muralla debido a las incursiones militares cristianas, como la protagonizada por Ramiro II en el año 932. Esta muralla envolvía un perímetro urbano de 4 hectáreas, constituido por el alcázar y la almudaina, y los accesos se realizaban a través de tres puertas (de la Vega, de Santa María y de la Sagra). Los lienzos de la muralla eran de cantería de sílex y piedra caliza, y se fueron ordenando en torno a torres de planta cuadrada dotadas de escarpes, portillos y posiblemente de almenas. Tras la conquista de Toledo en el año 1085 por Alfonso VI, rey de Castilla y León, ciudades y fortalezas como Guadalajara, Rivas, Uceda y Madrid capitularon sin oponer resistencia. Al no estar asegurado el control de las fronteras con los árabes en la submeseta sur, Madrid siguió desempeñando su papel de fortaleza, razón por la que a lo largo del siglo XII se construyó una nueva muralla aprovechando las defensas existentes de la época árabe. Este nuevo recinto amurallado, conocido como muralla cristiana, encerraba una superficie de algo más de 33 hectáreas y contaba con cuatro puertas de acceso, llamadas de Guadalajara, de Balnadú, de Moros, y Cerrada. A diferencia de la muralla árabe, la nueva muralla encerraba en su perímetro los barrios que habían constituido la antigua medina. Su construcción se realizó con lienzos de cantería de pedernal articulados entorno a torres semicirculares. Quedan muy pocos restos de estas murallas, engullidos por el caserío durante los siglos XIV y XV, y demolidas en gran medida durante el siglo XVI. De la muralla árabe quedan algunos vestigios en el Parque de Mohammed I, y algunos lienzos de la cristiana en la calle de los Mancebos, del Almendro, Cava Baja, Mesón de Paños, Escalinata y poco más.