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Este excelente boceto que contemplamos será utilizado por Toulouse-Lautrec para una litografía de la serie Elles dedicada al mundo de la prostitución y el lesbianismo. Siempre se ha pensado que representaría a un hombre observando como se viste una prostituta aunque en la actualidad también se plantee la posibilidad de encontrarnos con una mujer mirando a la joven. La imagen ha sido captada por el pintor desde atrás, sorprendiendo a la modelo, siguiendo la estela de Degas. Resulta excepcional la rapidez y la maestría con que Henri realiza los trazos que configuran la figura, otorgando un valor supremo a la línea frente al color, reaccionando en pro de la recuperación de la forma frente a la paulatina desaparición que promulgaban Monet o Pissarro.
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Aunque no hay datos que lo aseguren, posiblemente se trate de un retrato de Hendrickje Stoffels, joven sirvienta con quien el artista convivió mucho tiempo y con quien tuvo un hijo. En el cuadro, realizado en 1654, vemos a una muchacha que camina con precaución en el agua, recogiéndose con las manos la camisa por encima de las rodillas; al fondo, sobre una piedra, queda su vestido. La fuerte luz que ilumina la figura y deja el fondo en penumbra impide ver más elementos de la composición. Rembrandt es un excelente pintor de expresiones y por eso capta aquí perfectamente el gesto de alegría de la muchacha al entrar en el agua, que refleja como un espejo lo que ocurre en la superficie. La pincelada es bastante suelta, aplicada en manchas, como observamos en la camisa o en el pelo, si bien en los lugares del cuerpo que nos son visibles, como el escote y las piernas, el modelado es mayor. Al ser la pincelada suelta se piensa que podría tratarse de un boceto preparatorio, pero no se ha encontrado la obra concluida. Lo momentáneo de la situación, el juego erótico y la intimidad de la escena hacen pensar que la modelo sea alguien cercana al pintor, en una obra que preludia el Impresionismo de Degas.
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Entre la temática favorita de Degas está la que tiene como protagonista a mujeres en diferentes momentos de su aseo: tomando un baño, saliendo de él o peinándose. Como si se tratara de un "voyeur", el pintor nos muestra a estas jóvenes en su intimidad, sin ningún tipo de pudor al no observar al espectador, comportándose con absoluta normalidad. Esta imagen que contemplamos es una de las más populares; en ella el artista quiere mezclar el naturalismo que marca toda su composición con ciertas notas de clasicismo. Para ello tomó como modelo a una mujer pero también empleó diversos dibujos de una estatua clásica del Louvre. La muchacha aparece agachada, en una postura totalmente íntima, recogiéndose el rojo cabello con la mano derecha para forzar aun más el escorzo. La habitación se ilumina con una fuerte luz solar matutina, que inunda todos los rincones del espacio. La perspectiva empleada por el artista ya es casi tradicional, al situarse en un punto superior y ofrecernos una visión alzada de la escena. De esta manera, la cómoda que observamos en primer plano parece ser plana, incluyéndose la inspiración en el grabado japonés tan del gusto de los impresionistas. Los elementos que vemos en esa cómoda - una jarra de cobre, otra de cerámica, una peluca y varios peines - tienen formas similares al cuerpo de la muchacha y el barreño, jugando Degas con las líneas curvas en toda la imagen, obteniendo un gracioso ritmo. Los tonos claros abundan en la composición, destacando el color de la carnación contrastando con el gris del barreño y las zonas de sombra coloreada del cuerpo de la joven. El dibujo exhibido por el pintor es magnífico, abriendo una pequeña pugna con sus compañeros impresionistas - Monet, Renoir o Pissarro - quienes estaban más preocupados por el color. En esta discusión también participaría el joven Seurat, miembro ya del llamado Post-Impresionismo. Expuesto, junto a sus compañeras el Baño de la mañana o El barreño, en la muestra impresionista de 1886, obtuvo un importante éxito entre escritores y críticos.
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Una de las modelos favoritas de Renoir fue Alphonsine Fournaise, a quien podemos contemplar en este delicado retrato sosteniendo un abanico en su mano derecha con el que cubre buena parte de su busto. La tamizada luz -estamos en un interior y posiblemente se ha pintado al pasar a través de las cortinas- impacta en el abanico y difumina sus tonalidades, convirtiéndolas casi en blancas. La modelo se sienta en un sillón rojo y ante una pared de color crema, dirigiendo su mirada hacia el espectador. De esta manera encontramos una atractiva faceta en la retratística de Renoir al interesarse por la personalidad de sus modelos, reflejando su psicología de la misma manera que habían hecho Tiziano o Velázquez en siglos anteriores. Las pinceladas son rápidas y fluidas, dotando de un aspecto abocetado a la composición, renunciando a los detalles que caracterizan los retratos académicos de Ingres. Sin embargo, sí apreciamos un exquisito dibujo en el rostro y en los brazos, zonas en la que la sensación atmosférica del conjunto es menos acentuada.
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Tras la muerte de su primera esposa, Isabella Brant, en 1626, víctima de la peste, Rubens permaneció viudo durante cuatro años, periodo que dedicó a su intensa actividad diplomática. En 1630 volvió a contraer matrimonio, eligiendo como esposa a una joven muchacha llamada Helene Fourment -"una mujer joven de una familia honrada pero burguesa, pues nadie puede intentar convencerme de que haga una boda cortesana. Me asusta el orgullo, un vicio inherente a la nobleza y en especial en aquel sexo, y por ello quiero elegir a alguien que no se avergüence de verme coger los pinceles. Y, a decir verdad, me resultaría difícil cambiar el tesoro de mi libertad por los abrazos de una mujer vieja" escribe a un amigo- que colmaba todos sus deseos.Helene se convertirá en la modelo favorita para el artista en su última década, tanto para asuntos religiosos como profanos. Son numerosos los retratos que realizó de ella, vestida, desnuda, con sus hijos, etc. Este bosquejo ejecutado en tiza negra, roja y blanca la presenta con un elegante vestido y un abanico de plumas de avestruz, sirviendo posteriormente como modelo para una de las figuras del Jardín del amor que conserva el Museo del Prado.
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<p>La producción de Vermeer es muy reducida y exquisita en su ejecución. El artista repitió los mismos modelos a lo largo de su vida, con pequeñas variantes llenas de poesía cotidiana. Una vez más, podemos admirar la misma estancia que aparece en otros cuadros del autor, suavemente iluminada desde la ventana de la izquierda, con los típicos vidrios emplomados del norte de Europa. El mismo personaje femenino, la señora de la casa, está abriendo la ventana, en su rutina cotidiana. Agarra una jarra de agua bruñida, sobre una jofaina, posiblemente para hacer algún tipo de limpieza. Sobre la pared continúa colgado el cartulano que aparece en otros cuadros, incluso la tela oriental que cubre la mesa es la misma de su Geógrafo. La dama medita sobre el motivo de la vidriera emplomada, con la mirada baja y concentrada. En la vidriera encontramos una representación de la templaza, una de las virtudes cardinales, por lo que los expertos consideran que estamos ante una representación de la virtud, tomando como modelo los grabados de Hans Burgkmaier. Incluso el Maestro de Flemalle había empleado la jarra en su cuadro de Santa Bárbara que conserva el Museo del Prado para representar la misma idea. Como contraposición a los objetos virtuosos -el incensiario, la palangana o la propia jarra- hallamos un joyero con perlas y lazos azules que se interpreta como un símbolo de la coquetería y la vanidad, lo que implica que la mujer debe escoger entre la virtud y el vicio, temática frecuente en el Barroco. En cuanto a la técnica, Vermeer sigue interesado por representar la luz que provoca intensos contrastes y envuelve la estancia en una etérea atmósfera, al tiempo que resalta los brillos de los colores, especialmente el amarillo, el blanco y el azul. Las calidades de telas y objetos se muestran con nitidez, en consonancia con la escuela flamenca del siglo XV.</p>
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<p>Esta escena aparentemente trivial esconde varios significados ocultos sobre los que su autor, Vermeer, nos proporciona algunas claves. El lienzo nos muestra a una joven mujer encinta, probablemente su esposa Catharina, con una balanza de orfebre. En ella mide el peso de algunas perlas, otras tantas están esparcidas en la mesa ante ella, junto a un cofrecillo, apreciándose también algunas monedas. La vista converge inevitablemente en la mano con la balanza, pues tanto el foco de luz como la mirada de la mujer forman sendas diagonales cuyo ángulo nos lleva al centro del lienzo: la mano con la balanza. La escena se desarrolla en un interior, una oscura habitación en la que sólo existe una referencia lumínica en la pared del fondo, junto a la cortina que cubre el ventanal, esparciéndose la débil luz por el reducido recinto, quedando toda la zona de la izquierda en penumbra, lo que nos impide distinguir con claridad los objetos de esta zona. Sólo las perlas que sobresalen del joyero llaman nuestra atención. El cuadro que adorna la pared de la habitación nos proporciona los datos para una primera interpretación, pues se trata de un lienzo con el Juicio Final. De este modo, el acto de pesar las perlas queda asociado con el peso de las almas para decidir si van al cielo o al infierno, como si de un san Miguel laico se tratara. Por otro lado, el hecho de que la mujer esté embarazada y esto encuentre su eco en el Juicio Final nos habla del equilibrio entre la vida y la muerte, al tiempo que nos hace reflexionar sobre la futilidad de los bienes materiales, como el oro y las joyas. Siguiendo esta segunda interpretación, nos encontraríamos ante un cuadro del tipo "vanitas", que medita sobre la vanidad de la vida terrenal. Algunos autores han interpretado esta figura como una alegoría de la Verdad, figura representada en ocasiones por una mujer con balanza, una antorcha y un libro, con escenas del Juicio Final sobre ella. Otra interpretación sería la que alude a la mujer con la balanza como la Virgen, intercesora por los hombres ante Dios. Los especialistas se basan en que las perlas simbolizan a María, mientras que la representación del Juicio Final en el fondo apoya esta idea ya que los seres humanos serán salvados o condenados tras el peso de sus almas por parte de san Miguel, situándose la figura de la mujer en el lugar que debería ocupar el arcángel. Tampoco debemos renunciar a una interpretación doméstica ya que el hombre o la mujer que pesan oro era frecuente en la pintura holandesa de la época. En cualquier caso, la belleza y el intimismo del autor brillan aquí con serenidad, arropados por la deliciosa luz crepuscular que aparece en todas sus obras, así como con su típico color azul contrastando en este caso con el intenso blanco. La sensación atmosférica que envuelve la estancia parece diluir los contornos como observamos en el rostro o los brazos de la dama, recordando los trabajos de la escuela veneciana que tan admirados eran en Holanda por Rembrandt.</p>