Esta tela ha sufrido diversas restauraciones a lo largo de su historia, intervenciones que no han podido ser anuladas en la que se llevó a cabo en 1970. A pesar de los retoques, no se ha podido eliminar la tensión sentimental aportada por Tintoretto a sus trabajos. La Virgen asciende a los cielos gracias al empuje de un soplo de viento, escena que está siendo observada por los apóstoles, cada uno en una postura diferentes y con una actitud distinta ante el milagroso acontecimiento, apreciándose en sus rostros múltiples sentimientos. Los apóstoles se disponen en semicírculo, zona oscurecida que contrasta con el llameante círculo de ángeles que rodea a la Madre de Dios. Dos ancianos observan atentamente la escena, en la zona derecha de la composición; los especialistas consideran que serían dos cofrades de la Scuola.
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La Virgen María adquirirá una importancia sin igual tras el Concilio de Trento entre los católicos por lo que los cuadros que refieren su vida o las simples representaciones de la Inmaculada serán muy solicitados. Ruiz de la Iglesia nos presenta aquí una Asunción en la que ha incorporado el sepulcro donde la madre de Cristo fue enterrada pero sin representar a los apóstoles a su alrededor. La Virgen asciende hacia el cielo sobre una nube portada por ángeles y querubines, dejando una estela de rosas a su paso como símbolo de amor. La paloma del Espíritu Santo abre el cortejo y sirve como foco de luz, quedando los laterales formados por nubes en penumbra. La sensación de movimiento ascendente ha sido perfectamente interpretada, mientras que los escorzos de los ángeles refuerzan el efecto barroquista del pintor. La influencia de Carreño en el estilo rápido y difuso es notoria así como cierta dependencia de Claudio Coello en las figuras de los ángeles al estar concebidos con mayor monumentalidad. Sería ésta una de las últimas representaciones de la próspera escuela madrileña del siglo XVII.
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Valdés Leal puede ser considerado como el más barroco entre los pintores sevillanos, interesándose especialmente por el movimiento y la teatralidad de las composiciones. En la Asunción de la Virgen que aquí contemplamos podemos observar una escena tremendamente dinámica, presidida por la gran figura de María en la zona central del lienzo. La Virgen asciende con los brazos abiertos, vestida con una túnica blanca y un manto azul, ayudada por tres ángeles mancebos que unen sus brazos para configurar una peana. Alrededor de la Virgen apreciamos un coro de ángeles músicos y varios grupos de querubines y serafines. La zona baja de la composición está presidida por las figuras de San Pedro y San Juan Evangelista en primer plano que dirigen su mirada hacia la ascensión mientras que en el fondo observamos al resto de los apóstoles alrededor del catafalco donde reposaba el cuerpo sin vida de la madre de Dios. Uno de ellos apoya sus contundentes brazos sobre el sepulcro mientras que otros dirigen también sus miradas al cielo y dos de ellos dialogan en la zona de la izquierda. La situación de los dos apóstoles del primer plano y la monumentalidad del conjunto indican que la obra estaba pintada para ser contemplada desde abajo y a ciertas distancia, posiblemente en una capilla de algún templo sevillano donde adquiriría mayor espectacularidad.Las tonalidades azules dominan el conjunto, salpicado de blancos, anaranjados y rosas. El color ocre y azul del santo de primer plano sirve de atracción visual para dirigir la atención del espectador hacia la figura de la Virgen. La pincelada empleada es gruesa, rápida y pastosa, aplicada con toques impetuosos y precisos. La composición se organiza a través de diagonales y se enmarca en un triángulo que tiene como vértice la cabeza de la Virgen. El resultado es un cuadro de gran belleza pleno de barroquismo.
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De Cabezalero se conserva poca obra. En su estilo también se perciben las influencias de Van Dyck, sobre todo, por la corrección del dibujo de sus personajes, no exenta de una riqueza cromática importante. Un cuadro muy hermoso restituido a su producción es la Asunción de la Virgen, basada en una estampa de un cuadro de Rubens pero de una ejecución soberbia y con una finísima gama de colores fríos.
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Don Diego de Castilla, deán de la catedral de Toledo, había elegido la iglesia del convento de Santo Domingo el Antiguo de Toledo para ser enterrado, junto a su hijo Don Luis y Doña María de Silva, noble dama portuguesa que llegó a España como acompañante de la emperatriz Isabel de Portugal, esposa de Carlos V. Se había casado en 1538 con Don Pedro González de Mendoza y al enviudar ingresó en el convento, apuntándose la posibilidad de que fuera la madre de Don Luis de Castilla. Don Diego diseñó un programa iconográfico para los retablos en el que se alude a la salvación del alma a través de Cristo y al papel de intercesora de la Virgen María. También se subraya la importancia de la eucaristía como evocación del sacrificio de Jesús. Para la realización de todo el programa iconográfico se eligió a El Greco, un pintor cretense recién llegado a Toledo desde Roma, donde había contactado con Don Luis de Castilla. Serían éstos los primeros trabajos realizados por Doménikos en España. La Asunción ocupaba la calle central del cuerpo inferior del retablo del altar mayor, coronado por la Trinidad. Representaría la pureza de la Virgen y su mediación en la salvación del ser humano tras la muerte de su hijo, admitida por Dios Padre. Al estar en la zona más importante del retablo se considera como un homenaje a Doña María de Silva. Está firmada y fechada, siendo la primera obra del pintor en Toledo. En la parte baja del lienzo contemplamos el abigarrado grupo de los apóstoles, en diferentes posturas y presentados por la figura de espaldas de uno de ellos. Sobre sus cabezas se sitúa la figura de María, acompañada de una corte de ángeles y querubines, formando el Rompimiento de Gloria. Las dos escenas - terrenal y celestial - se superponen, separadas por un pequeño espacio ocupado por nubes. El nexo de unión entre ambas partes estaría en las miradas de algunos apóstoles hacia el cielo, San Pablo señalando hacia arriba y el manto de la Virgen a la altura de la cabeza de uno de los apóstoles. San Pedro mira el sepulcro vacío y se lleva la mano al pecho, certificando con su actitud el milagro. Los demás apóstoles exhiben diferentes reacciones ante el hecho. Las influencias que recoge Doménikos en esta escena son totalmente italianas: se inspira en la Asunción de Tiziano para la iglesia de Santa María dei Frari en Venecia y toma el canon escultórico de las figuras de Miguel Ángel. La luz y el color proceden de la Escuela veneciana - los fuertes fogonazos de luz que aplica provocan la pérdida de color en algunas zonas, sustituido por tonalidades casi blancas -, incorporando algunos elementos cromáticos del Manierismo - el amarillo y el verde - así como la figura de espaldas, también significativa de este movimiento. Sin embargo, hay novedades totalmente personales como el empleo de doble perspectiva al recurrir a una visión frontal para los apóstoles y alzada para la Virgen. Los personajes del cretense están muy cercanos al espectador, tanto física como espiritualmente, y se ha reforzado el aspecto vertical de la composición. Doménikos se muestra como un artista completo que busca inspiración en los grandes maestros pero que incorpora novedades que le hacen único.
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Entre los especialistas existe cierta discrepancia sobre la fecha de este dibujo, uno de los más impresionantes en la producción de Murillo. Si Brown lo fecha hacia 1665, otros estudiosos lo consideran del decenio siguiente, basándose en el dinamismo de la composición. Pérez Sánchez piensa que se trata de un estudio preparatorio para la Asunción que guarda el Ermitage pero Angulo y Brown no opinan igual. En la escena podemos apreciar la seguridad del trazo y la perfecta aplicación de las aguadas con las que crea los efectos de sombra, demostrando Murillo su elevada calidad como dibujante.
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En 1788 Mariano Salvador Maella recibió el encargo de realizar tres lienzos para el altar principal de la iglesia parroquial de Valdemoro en Madrid por parte del conde de Lerena, natural de esa villa. La carga de trabajo a la que estaba sometido Maella motivó que fuera Francisco Bayeu el elegido para realizar los lienzos, compartiendo éste el encargo con su hermano Ramón -ejecutó el Martirio de San Pedro- y su cuñado, Goya -realizaría la Aparición de la Virgen a San Julián-. Nos encontramos aquí con un boceto preparatorio para el lienzo definitivo en el que apenas existen diferencias; la Virgen con los brazos extendidos y rodeada de ángeles y querubines, se eleva sobre los apóstoles que rezan ante el sepulcro vacío. Las figuras son amplias y escultóricas, manifestando el maestro su relación con el estilo neoclásico impuesto por Mengs, creando un espléndido juego de expresiones en los rostros de los apóstoles. La composición está estudiada hasta el último detalle, relacionando el cielo y la tierra a través de las miradas de los apóstoles y de las nubes, creando una espectacular imagen plena de devoción. El abocetamiento de este lienzo demuestra la facilidad de Francisco Bayeu para trabajar en un estilo rápido a base de toques de pincel empastado, reflejándose también su magnífico dibujo. La iluminación que ha empleado Bayeu quizá sea algo barroca, influencia difícil de suprimir en la pintura española del siglo XVIII. El maestro percibió 25.000 reales por este trabajo.
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Para la capilla encargada por Imperatrice Ovetari en la iglesia de los Ermitaños de Padua, Mantegna realizó una serie de obras que fueron seriamente dañadas por una bomba durante la Segunda Guerra Mundial. Entre ellas destaca la Asunción que aquí contemplamos, fresco que provocó ciertos problemas al maestro con su cliente, quien no admitió que en el momento de la Asunción de María sólo estuvieran presentes ocho apóstoles por lo que quiso pagar un menor precio del estipulado. El conflicto tomó tal carisma que se solicitó la intervención del pintor Pietro da Milano; su opinión fue favorable a Andrea ya que consideró que si bien eran ocho los apóstoles, el motivo era la falta de espacio, habiéndolos pintado tan bien que debían pagarle como si estuvieran los doce. La imagen tiene un evidente recuerdo de la Trinidad pintada por Masaccio unos 30 años antes al fingir la arquitectura y otorgar sensación de profundidad con la distribución de los personajes en el espacio. Los apóstoles forman un círculo que eleva su mirada hacia el cielo para contemplar cómo asciende la Virgen ayudada por ángeles. La obra había sido iniciada por Pizzolo por lo que la Virgen es excesivamente alargada, adoptando una posición que recuerda modelos bizantinos. Sin embargo, las figuras de Mantegna están inspiradas en el mundo clásico y en la escultura de Donatello, dotándolas de una monumentalidad soberbia. La decoración de las pilastras está inspirada en la Antigüedad romana, que el artista conocía perfectamente; para relacionar la pintura con el espectador, Andrea ha proyectado a uno de los apóstoles hacia el exterior, rodeando con su brazo la pilastra y creando un efecto difícilmente superable. El espacio vacío del centro hace que elevemos aun más nuestra mirada para contemplar a la madre de Dios, ocupando el mayor espacio posible con las figuras. El punto de vista bajo empleado será una constante en la decoración de la capilla, como observamos en el Martirio de Santiago y en el Suplicio y entierro de San Cristóbal.
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Los gustos del Barroco evolucionaron enormemente de una generación a otra. Frente al naturalismo rígido y serio de la primera generación del siglo XVII, los jóvenes pintores de la segunda mitad de siglo se vuelcan hacia la alegría del color y la espectacularidad de las composiciones. Se transforma de esta manera el Barroco en el Barroco triunfante, plagado de glorias, coros angélicos y apoteosis de los santos. La Asunción de María refleja este clima de exaltación y alegría. Los ritmos de color y el dinamismo de los personajes, con los ropajes arremolinados por el vuelo, nos transportan a las grandes composiciones musicales de la época, con las cuales se compenetraban perfectamente en los grandiosos escenarios de las iglesias barrocas. Todo un placer para los sentidos del fiel que se encontraba ante una escena de arrebatadora pasión como ésta, en donde la Virgen es transportada desde su sepulcro hacia el cielo ante los ojos espantados de los discípulos de su Hijo.