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En Bohemia los no católicos (luteranos, calvinistas y Hermanos Bohemios, herederos de los hussitas del siglo XV) constituían la mayor parte de la población, pese a los intentos contrarreformistas de la religión romana. En su capital, Praga, había fijado su residencia el emperador Rodolfo II (1576-1612), que en 1609 otorgó la Carta de Majestad, por la que prometía a sus súbditos bohemios el derecho a la libre elección de religión. Su hermano y sucesor Matías I ratificó este privilegio a cambio de ser reconocido rey, acuerdo que incumplió convirtiéndose en abanderado del catolicismo. Siendo viejo y sin sucesión, consiguió la renuncia de sus hermanos los archiduques Maximiliano y Alberto, en las mismas circunstancias, y eligió como sucesor a su sobrino Fernando de Estiria, que había demostrado gran decisión en la imposición de la Contrarreforma. En marzo de 1618, se convocó la Dieta de Bohemia para tratar de la defensa de la Carta de Majestad y solicitar al emperador que depusiese su política procatólica. En lugar de ceder, Matías la conminó a disolverse. Reunida otra vez en mayo, se le ordenó de nuevo la disolución, ante lo cual los parlamentarios se dirigieron a la Cámara del Consejo de Regentes y arrojaron por la ventana a dos de los regentes más destacados por su catolicismo y a un secretario (23 de mayo). Tras la "Defenestración de Praga", los rebeldes constituyeron un gobierno provisional y reclutaron un ejército para hacer frente al poder imperial. En estos momentos murió Matías, y los sublevados no aceptaron a Fernando como rey de Bohemia. Eligieron en su lugar a Federico V del Palatinado, líder de la Unión Evangélica (26-27 de agosto). El 28 de agosto de 1619 Fernando de Estiria fue elegido emperador, con la esperanza de terminar con la crisis del Imperio. De este modo, el incidente checo se convirtió en un problema imperial, que pronto derivará en problema de toda Europa. Desde el inicio de la rebelión ambas partes habían establecido contactos para afirmar sus posiciones. El emperador encontró aliados con mayor facilidad, y su pariente Maximiliano de Baviera, los príncipes de la Liga Católica y Felipe III de España le prometieron su colaboración activa. Por el contrario, Federico tropezó con la reticencia de Jacobo I, pese a su parentesco con el príncipe palatino, el rechazo de Luis XIII, que acababa de sufrir un intento de rebelión de sus propios protestantes, y la abstención de la Unión Evangélica, minada por rivalidades internas. El ejército imperial, formado por tercios españoles provenientes de Flandes y por tropas bávaras, controló la situación en Austria, invadió Bohemia y consiguió la victoria decisiva de la Montaña Blanca (noviembre de 1620). A partir de entonces fueron sometidos los bohemios y su Corona dejó de ser electiva para adscribirse a la dinastía Habsburgo, que impondrá una progresiva germanización del territorio y la reacción religiosa católica. La última resistencia de Federico V, apoyada por ciertos príncipes de la Unión Evangélica, fue aplastada en 1621-1622. La Dieta de Ratisbona de 1623 privó al conde palatino de la dignidad electoral, que fue entregada a Maximiliano de Baviera, recompensado además con el Alto Palatinado. Además de la Valtelina, ocupada en 1620, España consiguió el Bajo Palatinado, conexión entre sus posesiones italianas y los Países Bajos.
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Aunque su presencia en el mundo rural fue destacable como movimiento antiseñorial, la revuelta de las Comunidades tuvo un marcado carácter urbano y municipalista, con claro dominio del patriciado hidalgo y letrado, en ciudades y villas como Toledo, Segovia, Avila, Salamanca, Cuenca, Madrid y Guadalajara. La alta nobleza quedó, en principio, al margen de la revuelta para ponerse del lado del Emperador en cuanto el tono antiseñorial del movimiento provocó las primeras alarmas entre sus miembros. Su programa aparece, ante todo, en los documentos y manifiestos de la Junta Santa de Avila constituida en septiembre de 1520, y su gran pretensión habría sido conseguir el apoyo efectivo de la reina Juana retirada en Tordesillas y cuya realeza plena reclaman los comuneros frente a los abusos de su hijo. Esta, sin duda, primera gran revuelta del siglo XVI (1520-1521) es una muestra del vigor de la postura particularista castellana frente al universalismo de la idea imperial de Carlos V y sus consejeros, quienes no consiguieron convencer en las Cortes de Santiago-La Coruña de los beneficios que para Castilla tendría la política carolina. Los comuneros defienden los privilegios y libertades del reino frente a la corte y al propio monarca, insistiendo en la necesidad de gobernar Castilla conforme a sus primeros fueros particulares, con el concurso de sus naturales (indigenato) y con el consentimiento de sus cortes privativas. Sus caudillos más destacados fueron el regidor segoviano Juan Bravo, Francisco Maldonado, de Salamanca, y Juan Padilla, al frente de las milicias municipales de Toledo y quien asumió el mando de las fuerzas comuneras, convirtiéndose en el más importante jefe militar de los sublevados. El 23 de abril de 1521, los comuneros son derrotados por la caballería realista en Villalar; Padilla, Bravo y Maldonado serán ejecutados y sólo la ciudad de Toledo mantendrá viva durante algún tiempo la revuelta. En octubre de 1522, Carlos I concede un Perdón General que pretendía recuperar definitivamente la paz en Castílla tras los "grandes movimientos y alteraciones que en ella ha habido y hubo en ausencia de mí, el Rey... a voz de comunidades". Mientras en Castilla se preparaba y desarrollaba la revuelta comunera, en Valencia y Mallorca se producían las Germanías, un movimiento quizá menos peligroso políticamente al no contar los agermanados con gran cohesión programática, pero que localmente supuso una enorme convulsión contra el poder señorial y la minoría de origen musulmán.
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El Bayan dice, de una forma algo enigmática, que a partir del 267/880 los asuntos de husun (castillos) construidos en estas regiones tomaron un mal camino. Tal vez se tratara del comienzo de la disidencia de Ibn Hafsun que empezaba en este momento. Entre los responsables de esta agitación figuraban también los árabes Banu Rifaa de Alhama que fueron obligados a instalarse en la planicie de Málaga, en el año 269-270/882-883, tras una expedición militar. Sin embargo, los acontecimientos se sucedieron rápidamente en esta región y los que aparecieron entonces en primer plano en al-Andalus fueron los elementos muladíes y mozárabes. El papel determinante lo desempeña el célebre lbn Hafsun cuya personalidad ha sido particularmente debatida. Nacido en una acomodada familia muladí de la región de Málaga, obligado a vivir como maquis a consecuencia de un asesinato, aprovechó las revueltas que estallaban por todo el país para agrupar a su alrededor, a partir del 880, cada vez más partidarios. Desde las fortificaciones de Bobastro -lugar que no se puede identificar, como se suele hacer tradicionalmente, con las Mesas de Villaverde- se alzó como defensor de los indígenas contra la opresión que, según denunciaba, les imponían los árabes y el poder. Los textos árabes evocan que buena parte de las poblaciones de las zonas rurales y montañosas de la región de Málaga donde vivían numerosos cristianos y muladíes se adhirió a su acción. Teniendo las circunstancias a su favor, la revuelta se extendió rápidamente mucho más allá de su foco inicial. La determinación del emir al-Mundhir, que sucedió a su padre Muhammad en el 886, pareció a punto de reducir la disidencia, pero su muerte dos años más tarde permitió a lbn Hafsun recuperarse durante el reinado del emir Abd Allah (888-912), que no tenía ni la energía ni las capacidades militares de su hermano y predecesor. En el apogeo de su poder, hacia el 890, lbn Hafsun controlaba directamente toda la zona montañosa situada entre el mar y el valle del Guadalquivir. Incluso extendió su autoridad a ciudades de la planicie como Écija, que sólo está a unos cincuenta kilómetros de Córdoba. Varios jefes muladíes de las regiones vecinas, sobre todo en la provincia de Jaén y hasta la lejana Tudmir, reconocieron más o menos su supremacía. Entre ellos, Ibn al-Shaliya, el jefe de Somontín, con cuya hija se casó. Estableció alianzas de conveniencia con jefes árabes como los Banu Hayyay de Sevilla, envió una embajada a los Aghlabíes de Qairawan para pedirles que le consiguieran el reconocimiento del califato abasí, y reconoció después sucesivamente la soberanía de un príncipe idrisí de Marruecos, luego la del califato shií de Qairawan, con el objeto de poner en entredicho la autoridad omeya. No tenía, casi con seguridad, ningún programa político-religioso preciso, pero hay que admitir que, a sus ojos, la tradición cristiana de parte de las poblaciones indígenas tenía su peso ya que, en el 899, renegó del Islam para volver al cristianismo de sus antepasados. Esta revuelta fue, con mucho, la más peligrosa a la que tuvo que hacer frente el emir Abd Allah. Durante su reinado, las ambiciones del poder cordobés se redujeron a intentar reprimir las revueltas que estallaban por todas partes en el sur del país. Al-Mundhir que, en años anteriores, había llevado varias expediciones a las fronteras septentrionales de al-Andalus, había dedicado ya el corto período de su gobierno a intentar desesperadamente acabar con la amenaza más grave con que se enfrentó el poder omeya, la de Ibn Hafsun. No logró impedir que se multiplicaran los focos de disturbios. En Elvira, por ejemplo, los conflictos entre árabes qaysíes y muladíes habían estallado desde antes del acceso al poder de Abd Allah. Parece haber favorecido la ampliación catastrófica de las disidencias -que evidentemente no podemos detallar- la ruptura provocada por el cambio de emir, sobre todo en las condiciones dudosas en las que tuvo lugar, ya que se sospechaba que Abd Allah había envenenado a su hermano.
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Si las regiones meridionales del emirato de Córdoba, aparentemente más tranquilas, atrajeron durante su reinado mucho menos la atención, el emir al-Hakam I tuvo que hacer frente dentro de la misma Córdoba, a la gran revuelta llamada La Revuelta del Arrabal, que se produjo en el barrio que, dado el crecimiento de la ciudad, se había edificado por el sur, al otro lado del Guadalquivir. La política del tercer soberano omeya, considerada tiránica y poco acorde con las normas islámicas, provocó en el 818 la sublevación de una población sensible a la opinión crítica que los fuqaha (alfaquíes) más influyentes expresaban contra el régimen. La represión fue muy dura: el saqueo del arrabal sublevado duró tres días y aunque se perdonó a los fuqaha, se crucificó a trescientos notables. El resto de la población, varios miles de habitantes según las crónicas, fue expulsado de la ciudad y se exilió, bien en Toledo, bien en Marruecos. Un poco más tarde, los primeros pasaron al Mediterráneo oriental, donde reforzaron a un grupo de marinos-piratas de origen andalusí que ocupaba Alejandría; juntos se apoderaron de la Creta bizantina en el 827. Los segundos contribuyeron al poblamiento de Fez, recientemente fundada por los idrisíes, donde construyeron la ciudad llamada de los Andalusíes. Con estos métodos expeditivos, al-Hakam I dejó a su muerte, en el 822, un Estado bastante organizado, donde las revueltas locales de las que hablan las crónicas no parecen haber amenazado seriamente el poder central. Su hijo Abd al-Rahman II pudo reinar sin demasiadas dificultades sobre un Estado bastante organizado administrativa y fiscalmente, como demuestra el volumen de emisiones monetarias que crecía regularmente. Se le atribuye generalmente una obra importante de refuerzo del gobierno y la administración (aumento del número de agentes del Estado, jerarquización de los cargos, racionalización de la organización fiscal y monetaria), inspirada en el ejemplo del califato de Bagdad. El gráfico del aumento del nivel de emisión monetaria bajo el emirato no refleja, sin embargo, una ruptura notable en la evolución de las emisiones, que, como se volverá a decir más adelante, aumentaron casi regularmente desde la reanudación de la acuñación bajo Abd al-Rahman I. Sin quitarle a Abd al-Rahman II el mérito de la mejora sensible de la organización y funcionamiento del Estado, que registran las fuentes, hay que resaltar también la continuidad de la acción de la dinastía, favorecida por la duración de los reinados de al-Hakam y del de su hijo y sucesor.
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En efecto, con la ayuda del sátrapa Artafernes y el apoyo de Darío, el año 500, Aristágoras emprende el ataque a Naxos, con ánimo de restaurar la oligarquía y conseguir un apoyo para Persia en las islas del Egeo, buen camino para controlar las demás islas e intentar continuar la marcha expansiva que para el imperio se hacía imprescindible. La expedición terminó en un fracaso, posible causa de las ulteriores inquietudes de Aristágoras. Entre tanto, según cuenta Heródoto, Histieo, retenido por los persas en Susa, le envió un mensaje, tatuado en el cuero cabelludo de un esclavo, para incitarlo a la rebelión. Esperaba que le ordenaran volver para aplacarla. Sin embargo, detrás de los motivos personales de uno y de otro, parecen poder vislumbrarse conflictos más profundos en las motivaciones de la intervención en Naxos y en la misma actitud de Aristágoras en Mileto, como para pensar que los individuos intentan mantener su poder adecuándose a las realidades cambiantes. Ya Heródoto pone en boca de Histieo la afirmación de que sus posibilidades de ser tirano están apoyadas en la presencia de Darío. Las alternativas para ello sólo se encuentran en un cambio de actitud en lo interior y en lo exterior. En efecto, en los inicios del siglo V, las relaciones entre ciudades y las relaciones sociales internas empiezan a mostrar rasgos específicos. Seguramente, ésa es la razón por la que Aristágoras aparece ahora como promotor de la democracia ante los milesios, buscando el apoyo del demos a falta del apoyo persa. La presencia de éstos, a pesar de la suavidad del sistema imperialista, había producido alteraciones en las relaciones de mercado que afectaban a los puertos, en competencia con los puertos fenicios. Por otra parte, el sistema tributario, impulsado a la expansión, al encontrar obstáculos entre los escitas y limitaciones entre las ciudades griegas, creaba repercusiones que podían afectar a las relaciones sociales internas.
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Parece evidente que la segunda guerra mesénica constituyó un factor clave para determinar el sentido de la constitución espartana. El texto de la misma se transmite en la forma arcaica que había recibido del oráculo de Delfos, gracias a la "Vida de Licurgo" de Plutarco. Aquí se atribuye a Licurgo el texto por el que la población estaba distribuida en tribus y en obas o aldeas, por el que se instituye la gerousia o consejo de ancianos, compuesta por treinta miembros incluidos los dos reyes, y por el que se atribuye la decisión final al pueblo reunido en la asamblea de la apella. Según Plutarco, en la época de Teopompo y Polidoro, tras la guerra, se añadió un epílogo por el que las decisiones del pueblo quedaban sometidas a la aprobación de los ancianos y reyes que podían disolver la asamblea en caso de que consideraran que sus medidas eran torcidas. Tirteo, en sus versos, recoge ya la síntesis completa y se refiere en plural a los que fueron a consultar el oráculo, con lo que parece evidente que ya está pensando en Teopompo y Polidoro como organizadores del nuevo sistema, en que la oligarquía se somete en condiciones de guerra a las decisiones minoritarias de reyes y gérontes. Sin embargo, Heródoto cree que aún así permaneció la kakonomía, que sólo se tornó en eunomía en el siglo VI en la época de León y Agasicles, a partir de la cual, tras varios fracasos, se llevó a cabo la conquista de Tegea y el asentamiento del sistema hilótico sobre unas estructuras muy rígidas en el plano político, que afectaban incluso a la participación de los libres con derechos, a los espartiatas. La arqueología, así como las listas de vencedores olímpicos, demuestra que en efecto los espartiatas poderosos seguían luciendo sus riquezas con tesoros no amonedados, frente al conjunto de los hoplitas que participaba de la comida en común, syssition.
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A continuación pasaremos a reseñar brevemente una serie de conjuntos que, a manera de ejemplo, nos indicarán la riqueza arquitectónica de Cataluña en el siglo XI. La mayoría de estas construcciones posee cronologías que abarcan el siglo X, pero sus fábricas se renuevan en el siglo XI, en su mayor parte bajo los parámetros estilísticos de la influencia lombarda. En otros casos, obras iniciadas en el siglo XI continuarán en el siglo siguiente, e incluso algunos edificios serán reformados posteriormente. Pero en todos los casos, indican la potencia arquitectónica de un país que sienta las bases de su historia individualizada. Un país que, como hemos visto en nuestra introducción histórica, se incluye claramente en Europa. El conjunto episcopal de Egara (actual Terrassa, en el Vallès Occidental), cuyo origen como lugar de culto se remonta al siglo IV, está formado por los tres edificios: Sant Miquel, Santa María y Sant Pere. La iglesia de Santa María conserva un ábside rectangular en el exterior y planta de herradura de época anterior, a la que se añade, en época románica, una nave y un transepto con cúpula de crucero. En el exterior aparece decoración lombarda de arquillos ciegos. Esta, reforma fue consagrada en 1112. En el municipio de Santa Margarida de Montbui (Anoia) se construyó, en torno al 970, un castillo que fue destruido por Almansur en 987. Reconstruido por Fruiá, obispo de Vic, éste mandó edificar la iglesia de Santa Margarida que se terminó en 1034 y que consagró el abad Oliba un año después, en 1035. La fábrica constituye un edificio prerrománico de tres naves que termina con una cabecera de tres ábsides de marcado carácter lombardo. Muy cerca se conservan todavía las ruinas de la iglesia de Sant Pere de l'Erm, de una sola nave, transepto y tres ábsides con bandas lombardas. También consagrada en torno a 1035, obedece al plan de repoblación de la zona. La actual comarca de Osona, que tiene como capital a Vic, desarrolla una importante actividad constructiva; tanto el obispado como los vizcondes en época románica, extendieron sus posesiones en un entorno muy amplio. En esta comarca citaremos a manera de ejemplo la iglesia de Santa Eugenia de Berga. Iglesia de una nave con transepto coronado por tres ábsides, con cúpula sobre crucero, siguiendo los modelos lombardos frecuentes en Cataluña. En el siglo XII se modificó su estructura, añadiendo el campanario sobre la cúpula. En la misma comarca se levanta, la iglesia de Sant Martí del Brull, mandada construir por Guisla, vizcondesa de Cardona, y consagrada por Guillem, obispo de Vic, después de 1047. Tiene una sola nave, sin transepto; de los tres ábsides de la cabecera, los laterales aparecen dispuestos perpendicularmente al central. En el siglo XII fue reformada, añadiéndose un pórtico en el lado sur. El Museo Episcopal de Vic conserva unas magníficas pinturas románicas procedentes del ábside central. El mismo esquema de este ábside central, con hornacinas, lo encontramos en la iglesia de Granollers de la Plana, dedicada a Sant Esteve. Fue consagrada en 1088 y posee una sola nave en cuyo exterior sigue la decoración lombarda que encontramos también en la cabecera. Es posible suponer la existencia de una pequeña cripta. Recientemente restaurada y en parte eliminados los añadidos posteriores, la iglesia de Malla, dedicada a San Vicente, fue construida en el último cuarto del siglo XI, y posee tres naves divididas en tres tramos y culminadas por tres ábsides semicirculares. El castillo de Savassona fue una de las residencias de los vizcondes de Osona que, a su vez, extendían en esta época su predominio sobre Cardona. Situada al lado del castillo, se levanta la iglesia dedicada a San Pedro. De una sola nave, sigue el modelo de El Brull en la disposición con hornacinas de su ábside central. En el exterior de toda la obra, la decoración lombarda es de gran calidad. Otro modelo arquitectónico, frecuente en la zona de Vic, corresponde a la iglesia de una sola nave con transepto y cabecera con tres ábsides (el central también con hornacinas) que distribuyen la nave transversal en tres tramos. Este es el caso de la iglesia de Sant Martí Sescorts, consagrada en 1068. Era muy frecuente que estas iglesias estuvieran policromadas como mínimo en la parte de la cabecera; de ahí procede parte de la colección de frescos románicos conservados en Cataluña. Las pinturas de Sescorts, conservadas en el Museo Episcopal de Vic, narran escenas del pecado original y de la vida del santo titular de la iglesia. La primitiva iglesia, consagrada en 889 y dedicada a San Andrés en el entonces castillo de Tona, fue reformada por completo en el siglo XI siguiendo los modelos lombardos. Sólo en el siguiente siglo adquirió su aspecto definitivo. En la vecina comarca de El Bages, también la arquitectura del siglo XI ha dejado huella. La iglesia de Sant Julià de Coaner fue consagrada en torno al 1024 y constituye uno de los primeros ejemplos del románico de influencia lombarda en Cataluña. Situada al lado de una torre de defensa, esta iglesia posee tres naves separadas por arcos que descansan sobre pilares cruciformes. La cabecera posee tres ábsides con decoración lombarda en el exterior. Sobre la bóveda, a los pies de la nave central, se levanta el campanario de dos pisos de época posterior. Cerca del monasterio benedictino de Montserrat se levanta la iglesia de Santa Cecilia. Tiene su origen en una construcción del siglo X, consagrada el año 957, que fue remodelada siguiendo modelos lombardos en el siglo siguiente. Posee tres naves cubiertas con bóvedas de cañón, siendo la central de mayor longitud; dichas naves terminan en tres ábsides semicirculares. En la comarca del Alt Empordà, próximo a Sant Pere de Rodes, se levanta el monasterio de Sant Quirze de Colera. Sobre una antigua iglesia consagrada en 935, en el siglo XI, fue reformada la construcción y ampliada en 1123. Posee tres naves, siendo muy estrechas las laterales, y amplio transepto sobre el que se abren tres ábsides. La nave central está cubierta con bóveda de cañón a gran altura y las laterales, con bóvedas de cuarto de círculo, se refuerzan con arcos fajones que se apoyan sobre pilares cruciformes. El interior del ábside se decora con cinco arcuaciones ciegas que descansan sobre columnas con capiteles de carácter vegetal; esta característica lo aleja del estilo lombardo y lo conecta con la decoración del arte autóctono, mientras que la decoración de influencia italiana aparece en el exterior del ábside. También en esta zona del norte de Cataluña intervino el abad Oliba, cuando en 1045 fundó el monasterio benedictino de Sant Miquel de Fluvià. La iglesia se consagró en 1066 y posee tres naves con amplio transepto y tres ábsides semicirculares decorados en su exterior con arcuaciones lombardas. Pero su importancia reside en que nos hallamos ante una rica decoración escultórica, en el interior de la iglesia, que debemos relacionar con aquel arte autóctono que representaba Sant Pere de Rodes, que veíamos también en Sant Quirze de Colera, y enlaza, al otro lado de los Pirineos, con Sant Genís les Fonts y Sant Andreu de Sureda. Frente al mar, en el golfo de Rosas, se levanta la iglesia de Santa. María de Rosas. Sobre una antigua construcción del siglo X se construyó la iglesia, actualmente en ruinas, que se consagró en 1053. En planta recuerda Colera y enlaza con la arquitectura autónoma de esta zona del norte de Cataluña, donde inciden los modos lombardos, que se manifiestan de manera especial y casi única en la decoración exterior de la cabecera. En la zona occidental del norte de Cataluña, en la comarca del Alt Urgell, en Coll de Nargó, se levanta la iglesia parroquial dedicada a San Clemente. Sobre una base prerrománica, de la que se conserva el cuerpo bajo de la magnífica torre campanario, el templo fue renovado en el siglo XI con una sola nave y ábside semicircular. La bóveda fue realizada posiblemente a finales de siglo. Muy cerca se halla la iglesia de Santa María d'Organyà. Construida en época de Sant Ermengol, obispo de Urgell, la obra fue renovada y consagrada en 1090, estableciéndose una canónica agustina. Con planta basilical y tres ábsides en la cabecera, fue modificada en el siglo XIII. De Organyà procede un manuscrito con "Homilías" del siglo XII, que se considera el primer texto catalán. El primitivo conjunto catedralicio de Urgell lo componían en el siglo XI tres iglesias dedicadas a Santa María, San Pedro y San Miguel. Participó en la construcción de San Miguel, hacia 1035, el obispo Sant Ermengol, y el obispo Eriball, hacia 1040, procedió a la consagración de las obras de Santa María. En el siglo XII estas obras fueron remodeladas. La importancia del conjunto catedralicio es notable en el siglo XI, si bien la mayor parte de las obras conservadas pertenece al siglo posterior.
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A pesar de las reformas emprendidas por Abu I-Jattar al-Kalbi, las oposiciones tribales volvieron a encenderse al cabo de algunos meses. La parcialidad, efectiva o supuesta, del gobernador en favor de los suyos y su hostilidad hacia los qaysíes provocaron una sublevación cuyos jefes más destacados eran qaysíes. Sin embargo, esta parcialidad llegó a aliar algunas tribus yemeníes como los Lajm, provocando una compleja situación entre las tribus por consideraciones referentes a su origen (hostilidad entre los árabes sirios y los baladíes o árabes establecidos desde la conquista en al-Andalus). En las confusas luchas que siguieron destaca la personalidad de al-Sumayl, un beduino sirio que se impuso como el primer jefe qaysí y logró situar en el gobierno a Yusuf al-Fihri, un personaje de avanzada edad y respetado -emparentado con el jefe fihrí de Qairawan- en torno a quien se reconstituyó una unanimidad aparente. Como el de su primo de Qairawan, su poder se mantuvo durante una decena de años, desde el año 745 hasta la llegada del omeya Abd al-Rahman b. Muawiya en el 755-756. Tanto en al-Andalus como en Ifriqiya y durante el mismo período, se constituyó, bajo el liderazgo de estos dos prestigiosos fihríes -ambos descendientes del gran conquistador de al-Magreb Uqba b. Nafi- un esbozo de emiratos autónomos que no tuvieron, según parece, paralelos en Oriente. No se puede decir demasiado sobre estos dos poderes efectivamente independientes -primero frente al califato de Damasco, luego el califato abasí- que anticipaban de alguna forma la evolución ulterior en Occidente hacia la constitución de Estados separados del califato oriental. Las pocas revueltas a las que tuvo que hacer frente Yusuf son peor conocidas que las precedentes. Los textos árabes que se refieren a esta época, principalmente los Ajbar Machmua, transmiten principalmente, en lo que a los acontecimientos de estos años se refiere, consideraciones de orden tribal. Es cierto que hay que utilizar estas fuentes con precaución. Probablemente no apoyan la hipótesis de una oposición mecánica entre qaysíes y yemeníes, y las situaciones concretas son, en la mayoría de las ocasiones, más complejas. Sin embargo, la idea según la cual estos conflictos tribales deben interpretarse en término de partidos, que representan orientaciones político-sociales diferentes -los yemeníes se consideran más abiertos a un tratamiento favorable a los neo-musulmanes no-árabes- no se basa en pruebas mucho más sólidas. Es verdad que se constata que las revueltas yemeníes asociaban en general a beréberes con árabes. Pero no poseemos ningún elemento para ir más lejos. La impresión que dan los textos es de un entorno árabe todavía fuertemente tribalizado, cosa que no sorprende en la medida en que las implantaciones militares se habían realizado sobre la base de contingentes tribales existentes y que esta estructura del ejército se conservó hasta la época califal. Pero la existencia de estos antagonismos tribales iba a favorecer enormemente el acceso al poder del primer omeya de Córdoba.