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Dino Grandi había solicitado del Duce la reunión del Gran Consejo Fascista, el más alto órgano colegiado del Estado, que desde el inicio de la guerra no había celebrado sesión alguna. Pretende presentar ante el mismo un orden del día para su aprobación, en el que la persona de Mussolini, sería despojada de sus atribuciones dictatoriales.Para evitar acusaciones de traición, el mismo Grandi había mostrado con antelación, tanto a Mussolini como a los demás componentes del Consejo, su proyecto. Con más o menos calor, la mayor parte de los jerarcas habían dado su conformidad al mismo.A las cinco de la tarde del sábado 24 de julio se inicia la reunión. Tras las formalidades de rigor y fuertes amagos de discusión, Grandi presenta su plan, basado en puntos muy concretos. Son éstos la restauración de todas las funciones estatales y básicamente la restitución a la Corona, al mismo Gran Consejo, al Gobierno, al Parlamento y las corporaciones, de todas las misiones y responsabilidades establecidas por la ley.Se le pide, en definitiva, a Mussolini la renuncia a su acaparamiento de funciones, pero conservando el ordenamiento legal por él instituido. La discusión se encona entre los fieles e incapaces partidarios del Duce, que se encuentran en franca minoría y los demás, que apoyan la propuesta de Grandi.Mussolini, sorprendentemente, no reacciona con energía ante este acto de insubordinación. Abrumado por la enfermedad que le aflige en esos días así como por el peso de los hechos externos, ofrece una impresión de completa dejadez y aun de desinterés.No imagina, pues, la manipulación de fondo de que está siendo víctima por parte de quienes supone sus mayores apoyos. La votación es realizada y arroja un resultado netamente favorable a la propuesta presentada: diecinueve votos a favor, ocho en contra y una abstención.Esa misma noche, la Casa Real será informada de los hechos acaecidos en el Gran Consejo. El rey ya tiene lo que deseaba para poner en marcha su acción. Las fuerzas que habrán de intervenir en ella ya están dispuestas.Los carabineros se encargarán de ocupar los puntos vitales de la ciudad y de detener a los personajes más destacados del régimen, entre ellos a quienes acaban de representar sin saberlo el papel de útiles instrumentos. Las tropas ayudarán en la tarea, y actuarán en todo lo concerniente a la defensa de la capital.Badoglio ya tiene en su poder el texto de la proclama que será leída por radio al pueblo italiano, ignorante por el momento de unos hechos que van a conmocionar su existencia durante los dos años siguientes.Al utilizar a los notables del régimen como peones para sus propios designios, el conservadurismo dominante ha dado una prueba más de su sagacidad para sortear dificultades en gran medida por él mismo provocadas.Mussolini, por su parte, ha dado muestras de la ciega seguridad en sí mismos que caracteriza a todos los dictadores convencidos plenamente de su papel.Imaginar, por tanto, que el Gran Consejo, que únicamente había servido como centro de recompensas y prebendas, podría tener capacidad para destituirle legalmente, no entraba en su mente. Esta más que justificada falta de reacción terminaría por perderle.
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En 1976 fue elegidoCarter como presidente de los Estados Unidos, en 1977 por primera vez ocupó el puesto de primer ministro elegido israelí una persona no perteneciente al laborismo sino a un partido religioso, en 1978 salió del cónclave como Papa Juan Pablo II y en 1979 regresó Jomeini a Irán. Si todos estos acontecimientos tienen un elemento común que los identifica, todavía es posible multiplicar los ejemplos para cubrir la totalidad del mundo e, incluso, hasta cierto punto la totalidad de las religiones. En fechas parecidas la aparición de los evangelismos en Hispanoamérica hicieron nacer un protestantismo de raíz carismática como competidor del catolicismo predominante en la región. En India, movido por una especie de complejo de inferioridad ante el activismo de la minoría musulmana, el hinduismo también adquiría un nuevo talante más competitivo e incluso agresivo. Los teleevangelistas norteamericanos, durante mucho tiempo un fenómeno anecdótico, aparecieron pronto asociados a la regeneración moral que necesitaba una sociedad. En Israel el movimiento Gush Emunim promovió la repoblación con colonos de nuevos asentamientos en zonas de población palestina por motivos fundamentalmente religiosos mientras que en la propia Jerusalén casi un tercio de los votos iban a los partidos religiosos fundamentalistas. Todos estos ejemplos aparecen en un libro de Gilles Kepel significativamente titulado "La revancha de Dios". La tesis principal del mismo es que, a mediados de los setenta, para sorpresa de muchos observadores, se hizo presente en todo el mundo una nueva y más estrecha relación entre religión y vida política. Los hechos citados responderían, por tanto, a una ola de fondo consistente en la reaparición de la religión como elemento vertebrador de la vida social. No cabe, por tanto, atribuirlos a una casualidad aunque también hay que constatar que en ellos se encerraban realidades muy plurales. Así sucedió en cada una de las religiones. Tomemos el caso del catolicismo presente en una sociedad que parecía estar más secularizada que nunca. Como afirmó el cardenal Lustiger, arzobispo de París, los católicos del fin de siglo eran conscientes de vivir en el inicio de la era cristiana en cuanto que el olvido de Dios sería, según él, culpable de los males de la sociedad de esta época. Lo significativo es que Lustiger procede del mundo judío polaco y se educó en la burguesía liberal parisina, es decir de medios poco tradicionalmente vinculados al catolicismo. Para él el ansia de recristianización se presentaba como una superación de la modernidad o un desencanto de lo laico. Pero fenómenos concomitantes se podían encontrar en el cardenal Ratzinger, siempre insistente a la hora de subrayar la especificidad de lo católico, en el grupo "Comunión y liberación", proclive a ver como ideal una recristianización directa de la acción política sin las mediaciones de la democracia cristiana, e incluso en el Papa Juan Pablo II, que parece haber considerado a Polonia como modelo de resistencia de una sociedad cristiana frente a una ideología atea o como laboratorio de recristianización. La idea de Juan Pablo II sobre la "nueva evangelización" no puede desligarse de una mentalidad generalizada en este último cuarto de siglo. En el cónclave de 1978 los cardenales decidieron un viraje histórico porque pensaron que los tiempos estaban maduros para ello. De esta manera se rompió con la norma secular que presuponía la necesidad perpetua de un Papa italiano eligiendo un Papa de una procedencia particularmente inesperada hasta parecer inconcebible. Pero lo más importante reside en que el largo pontificado de Juan Pablo II ha tenido unos rasgos muy marcados y significativos. Ha sido un pontificado polifacético que, por ello mismo, se encuentra, desde el punto de vista históriográfico, con el problema de recibir un enfoque adecuado. Ha resultado, además, muy controvertido de modo que si para el Dalai Lama Juan Pablo II ha sido un gran hombre para el historiador Le Goff ha significado una síntesis entre el medioevo y la televisión. Lo que parece evidente es que el Papa es un personaje poco conformista: a partir de él los Papas pueden hacer alpinismo o nadar, e incluso haber tenido novia y haber escrito poesía. Papa de una época individualista, Juan Pablo II utiliza el yo personal incluso en las encíclicas. A la hora de establecer un balance de urgencia sobre su persona hay que decir que se ha tratado de un Papa viajero que había realizado a fines de 1998 ochenta y cuatro viajes internacionales y que, en consecuencia, casi un año y medio de su pontificado lo había pasado fuera de Roma. Eso quiere decir que los asuntos ordinarios han quedado, quizá, en una proporción superior a épocas anteriores, en manos de la Curia. Los viajes, por otro lado, no tienen el contenido político de otros tiempos sino que son en mucho mayor grado evangelizadores. Pero eso no quiere decir que hayan carecido de trascendencia en aquel aspecto. Como se verá en capítulos posteriores, el pontífice ha jugado un papel de decisiva importancia en la caída del comunismo. La persecución religiosa en los países comunistas sirvió para descubrir los valores de la libertad e identificar con ella a la Iglesia católica. Pero, al mismo tiempo, el pontífice ha visto en los países salidos de la dictadura comunista muchos peligros como, por ejemplo, los derivados de la secularización galopante de una sociedad vinculada con valores cristianos en momentos de resistencia. Juan Pablo II ha proseguido, por otra parte, los esfuerzos ecuménicos pero encontrando respuestas muy variadas. Han sido más frías en el Norte de Europa y, en cambio, más dialogantes en la anglicana, hasta que han surgido problemas con el sacerdocio femenino. Ha tenido, por otra parte, una visión de Europa más completa que la de sus predecesores al nombrar copatronos de Europa a los santos Cirilo y Metodio, pero las relaciones con los países de religión ortodoxa por la vinculación con los nuevos regímenes políticos salidos del comunismo y por las dificultades puestas al apostolado católico. En lo que atañe más directamente a la vida social y política, la actitud Papal de fondo ha implicado una frecuente actitud crítica contra el capitalismo y el socialismo. Ambos, en efecto, fueron condenados en la Laborem exercens, quizá el documento más definitorio del pontificado. Esta encíclica insiste en la exigencia de justicia social y señala como objetivo la solidaridad que debe ser entendida como un compromiso de responsabilidad colectiva para el bien común. Pero si bien el Papa considera que la religión debe tener impacto en la vida social, además tiene la idea clara de que debe reorientar a la propia Iglesia. Juan Pablo II es un intelectual; no puede extrañar, por tanto, que una parte de sus preocupaciones se hayan dirigido a poner en relación la ciencia y la religión. Pero es también un pastor cuya labor no se dirige tanto a los paganos o los pertenecientes a otras religiones como a los que, siendo católicos, muestran un comportamiento cada vez más cercano a los indiferentes. El esfuerzo mayor de su pontificado quizá haya sido el dirigido a reconquistarlos. En este sentido su visión respecto a la familia se fundamenta en la moral tradicional. Considera, por ejemplo, a las uniones de hecho con un "desorden" y una de sus más decididas batallas ha sido en contra de la legalización del aborto en las sociedades avanzadas. Al mismo tiempo, ha canonizado y beatificado a más personas que todos los Papas de este siglo -280 canonizaciones y 800 beatificaciones- estableciendo unos modelos a imitar que remiten al pasado. La Iglesia católica de Juan Pablo II es, en definitiva, más homogénea, articulada y dirigida desde arriba que la del pasado. Esta unidad la convierte en más autoritaria y centralista, más desacomplejada, más directamente activa en la vida social o política y, al mismo tiempo, más tendente a situar en sordina algunas instituciones urgidas del Concilio Vaticano II. Por un lado, se muestra más próxima que nunca a autofinanciarse y capaz de aceptar la paridad de derechos con la mujer pero, al mismo tiempo, muy rígida a la hora de condenar al sacerdocio femenino o el matrimonio de los sacerdotes. La Iglesia católica, por otro lado, es cada vez menos occidental y europea y lo seguirá siendo gracias a que las vocaciones crecen sobre todo en África y Asia. En Occidente, en cambio, frente a una Iglesia que parece primar la catequesis y el sacramento de la confirmación, abundan los cristianos sin Iglesia o aquellos que hacen poco caso de las directrices eclesiales. Con respecto a esta propensión, es relativamente poco lo que ha logrado el pontificado de Juan Pablo II. Si nos trasladamos a Medio Oriente encontraremos un panorama muy distinto pero coincidente, en la manifestación del creciente papel de lo religioso en la vida política y en la organización y en el restablecimiento de valores tradicionales junto con el empleo de medios modernos para lograrlo. En el fundamentalismo religioso islámico han jugado un papel muy importante la "intelligentsia" y los jóvenes. Significa, a menudo, una ruptura con la tradición religiosa inmediata expresada de forma institucional y una descalificación de los fundamentos del orden social heredado considerado en realidad como un desorden ilegítimo por poco respetuoso con la tradición auténtica. En este sentido, supone también el fracaso político, económico y social de quienes han ejercido el poder hasta el momento. Su personificación no es tanto el salvaje primitivo como la mujer con velo que utiliza ordenador. Su tiempo histórico no es el de un retorno al pasado como el de las consecuencias de una modernización rápida. En todo ello existe una diferencia esencial de grado con el mundo occidental cristiano. No es posible imaginar un equivalente de la República islámica fuera de Medio Oriente o en el Norte de África. El fundamentalismo propiamente dicho no ha nacido hoy sino que sucedió al final del XIX. Su propósito inicial fue reconciliar al Islam con la ciencia y, además, lograr la unificación de todos los ritos musulmanes. Los primeros y los más influyentes movimientos integristas nacieron en zonas de colonización británica como Egipto y Pakistán. Pero todos estos no fueron más que antecedentes. Los años setenta constituyeron una década bisagra para todo lo relativo a las relaciones entre religión y política, pues si hasta entonces había dado la sensación de que triunfaba la secularización de las sociedades islámicas, en 1975 la situación empezó a cambiar y se volvió a los valores religiosos como fundamentadores de la organización de la sociedad. No se entiende el proceso sin tener en cuenta que los movimientos de reislamización tomaron el relevo de los grupos marxistas muy influyentes en el mundo árabe en torno a finales de los sesenta. Ese relevo era, entre otros motivos, posible porque el Corán contiene doctrinas directamente referentes a la organización social y política de la comunidad de creyentes. La visión fundamentalista del Islam consiste en considerar que al avance técnico occidental se puede contraponer la superioridad moral propia. Los escenarios sociales con los que siempre se encuentra el fundamentalismo remiten a un crecimiento demográfico fuerte y a un proceso acelerado de modernización con decisivo impacto en la urbanización de la sociedad. En 1976 el 70% de los iraníes tenían menos de 30 años mientras que los países del Magreb en el año 2025 tendrán más de cien millones de personas en esa edad. El fundamentalismo no es, por otro lado, una realidad característica del mundo tradicional sino de una modernización a ultranza acompañada de un régimen autoritario sea de mayoritario componente conservador (Irán) o revolucionario (Argelia). De cualquier modo actúa como un mecanismo de rechazo frente a una situación de desagregación de una sociedad provocada por esa rápida transformación. En el fondo ésta ya se ha secularizado -o, al menos, ha empezado a hacerlo- pero en ella queda un poso del pasado que es recordado de forma nostálgica y en buena parte reconstruido. La solidaridad en esta sociedad descompuesta es reconstruida gracias a un componente comunitario que nace de lo religioso. Los fundamentalistas han obtenido su éxito en buena medida gracias a sus organizaciones de apoyo, beneficencia social y solidaridad. El fundamentalismo ha logrado su impacto a través de dos procesos sucesivos: la islamización desde arriba mediante un proceso revolucionario pero también desde abajo gracias a la conversión de unas masas que actúan en una estructura política que no aceptan. La revolución de Irán ejemplifica la primera y el caso del escritor Rushdie, perseguido por sus escritos, es un buen testimonio de lo segundo con la peculiaridad de que en este caso el origen del fundamentalismo estuvo en la población emigrada en Gran Bretaña. No es un fenómeno que resulte excepcional porque también se han producido conflictos parecidos en el caso, por ejemplo, de la población musulmana residente en Francia y el empleo del velo en las escuelas públicas, juzgado como denigrante o, alternativamente, como signo de identidad. El fundamentalismo islámico hizo una aparición espectacular con la revolución en Irán (1979) pero, frente a los temores iniciales, pronto se demostró inexportable. Con posterioridad fue legalizado en Jordania y en Argelia; en Sudán se organizó en dos partidos distintos. No siempre, sin embargo ha sido aceptado en Medio Oriente. Siria se convirtió muy pronto en el bastión por excelencia de la laicización y fue el que protagonizó una más decidida represión del integrismo con decenas de miles de víctimas; Argelia, otro régimen nacionalista y de inspiración socialista, tuvo también una relación muy conflictiva con el fundamentalismo, que allí tuvo gran éxito porque implicaba un encuadramiento de la vida social cotidiana. Algo parecido sucedió en Egipto. De cualquier manera, en Medio Oriente el fundamentalismo, su aceptación o su rechazo, ha estado desde los setenta hasta la actualidad, con muchas oscilaciones, omnipresente. La "intifada", por ejemplo, nacida de un incidente laboral a fines de 1987, convertida en una realidad persistente que causó bastante más de mil muertos y definida por el rey Hussein de Jordania como "un estado de rabia en el que nadie puede controlar nada", no puede entenderse sin el caldo de cultivo del fundamentalismo aunque no coincida con él. Pero, descrito el ambiente en que ha nacido este fenómeno, es ahora preciso tratar de él en sus diversos escenarios.
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<p><strong>Historia:&nbsp;</strong></p><p>Los orígenes del Japón.&nbsp;</p><p>Epoca Nara.&nbsp;</p><p>Eras Heian y Fujiwara.&nbsp;</p><p>El Japón feudal.&nbsp;</p><p>Shogunato Ashikaga.&nbsp;</p><p>Shogunato Tokugawa.&nbsp;</p><p>De la apertura a la clausura.&nbsp;</p><p>Época Meiji.&nbsp;</p><p>Modernización del Japón.&nbsp;</p><p>Época del militarismo nacionalista.&nbsp;</p><p>Japón y la II Guerra Mundial.&nbsp;</p><p>La derrota japonesa.&nbsp;</p><p>Japón bajo la ocupación norteamericana.&nbsp;</p><p>El "milagro" japonés.&nbsp;</p><p>El Japón moderno.&nbsp;</p><p><strong>Sociedad: Medios de subsistencia&nbsp;</strong></p><p>La estructura económica Tokugawa.&nbsp;</p><p>La agricultura.&nbsp;</p><p>El comercio.&nbsp;</p><p>Aumento de la producción.&nbsp;</p><p>La importancia del mar.&nbsp;</p><p>Crecimiento urbano.&nbsp;</p><p><strong>Organización política&nbsp;</strong></p><p>La administración Tokugawa.&nbsp;</p><p>El emperador.&nbsp;</p><p>Los daimyos.&nbsp;</p><p>El shogun.&nbsp;</p><p>Las reformas Kansei.&nbsp;</p><p>El bushido.&nbsp;</p><p><strong>Estructura social</strong>&nbsp;</p><p>Sociedad en el Japón medieval.&nbsp;</p><p>División social.&nbsp;</p><p>Los samurais.&nbsp;</p><p>Los campesinos.&nbsp;</p><p>Los artesanos.&nbsp;</p><p>Los comerciantes.&nbsp;</p><p>Los banqueros.&nbsp;</p><p>El ritual del té.&nbsp;</p><p>El suicidio ritual.&nbsp;</p><p>La casa japonesa.&nbsp;</p><p>El placer del baño.&nbsp;</p><p><strong>Creencias y religión&nbsp;</strong></p><p>Las religiones del Japón.&nbsp;</p><p>El sintoísmo.&nbsp;</p><p>El mito imperial.&nbsp;</p><p>Los santuarios.&nbsp;</p><p>Fuji Yama, el monte sagrado.&nbsp;</p><p>El budismo zen.&nbsp;</p><p>Religión en el periodo Tokugawa.&nbsp;</p><p>Los mandalas y el arte Shingon.&nbsp;</p><p>El cristianismo en Japón.&nbsp;</p><p>Veneración a los antepasados.&nbsp;</p><p><strong>Arte y conocimientos&nbsp;</strong></p><p>La estética y el arte.&nbsp;</p><p>La arquitectura japonesa.&nbsp;</p><p>La escultura y la pintura.&nbsp;</p><p>Los castillos japoneses.&nbsp;</p><p>El jardín japonés.&nbsp;</p><p>Las estampas Ukiyo-e.&nbsp;</p><p>El teatro Noh.&nbsp;</p><p>El teatro Kabuki.&nbsp;</p><p>Cultura en el periodo Tokugawa.&nbsp;</p><p>El sable samurai.</p>
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Ya en la década de los 70, Salvador Sanpere hace un viaje a Inglaterra enviado por la Diputación de Barcelona y allí reconoce como propia la preocupación de que el binomio calidad/belleza estuviera presente en los productos industriales. Cuando vuelve a Barcelona lo hace convencido de la necesidad de que el artesano/industrial catalán adquiera una sólida formación y para ello fundar, siguiendo el modelo inglés, escuelas y museos y organizar periódicamente exposiciones de objetos de arte industrial. En 1894 se crea el Centro de Artes Decorativas junto a la revista "El Arte Decorativo". Intentos y esfuerzos que culminarán en la Exposición de Bellas Artes e Industrias artísticas en 1896, en la que por primera vez aparecen juntas las dos actividades. En el Castell dels Tres Dragons, concretamente en el restaurante de la Exposición, y bajo la dirección de Lluis Domènech i Montaner y Antoni M. Gallisà se reúne un grupo importante de artistas (ya reconocemos esa idea del trabajo en común). Muchos de ellos habían colaborado con Francesc Vidal i Javellí (1848-1914), un auténtico promotor de las artes plásticas. Así, las figuras de Frederic Masriera, Eusebi Arnau, Antoni Rigalt, Jaume Pujol contribuirán al auge de las artes decorativas. Buena parte de la imagen del modernisme la configuran las artes aplicadas. Las industrias promueven el consumo de manufacturas; en sus catálogos seriados se pueden encontrar estos nuevos elementos ornamentales: los pavimentos, la cerámica decorativa, los estucados, la forja, las vidrieras. El diseño modernista también interviene en su imagen de marca: el cartel publicitario, los envoltorios, las tarjetas... En Cataluña, como ocurre en el Art Nouveau Internacional, también se atiende al concepto de decoración integral, al proyecto decorativo unitario. El diseñador de interiores será el responsable de ordenar el caos de formas, el mal gusto, la acumulación de estilos. Su intervención decidida en un nuevo estilo debe configurar una imagen de conjunto. La burguesía catalana se moderniza y este nuevo ambiente estimula también el hábito de consumo de objetos de calidad, de objetos únicos: muebles, joyas, cerámicas, porcelanas... Las firmas comerciales están al tanto de lo que se está realizando en Europa. Los mueblistas como Gaspar Homar (1870-1953) o Joan Busquets (1874-1949) conocen la obra de la escuela de Glasgow y de la Sezession vienesa a través de las revistas ilustradas. Pero la técnica y el material, las marqueterías sobre todo, darán al mueble del modernisme catalán una impronta muy personal. Ello sin mencionar la singularísima aportación de Gaudí. Lluís Masriera (1872-1958) conoce la obra del francés Lalique, su amor por la línea sinuosa y la naturaleza, las flores y los insectos y la técnica del esmalte de Limoges. Al mismo tiempo utiliza la fundición para obtener piezas seriadas y el conocido esmalte de Barcelona. Auge también para la bibliofilia y la producción de ex-libris, pero sobre todo con los nuevos sistemas de reproducción de la imagen (los avances cromolitográficos y la investigación tipográfica) se consigue que las revistas ilustradas -"La Ilustración Artística", "Luz", "Joventut", "Pél & Ploma", "Els Quatre Gats", "Hispania"- sean muy cuidadas y de considerable difusión. El gusto, los modos de sentir y expresarse de la burguesía catalana estaban casi con la misma fuerza que ahora en manos del disseny.
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Después de más de un siglo de venta de oficios, a comienzos del XVIII la mayor parte de la administración colonial estaba en manos de la elite criolla, de manera que las Indias habían alcanzado un nivel de autonomía que se ha descrito como de autogobierno a la orden del rey (Elliott). El programa reformista borbóníco, que en América pretendió esencialmente aumentar la productividad económica para revertir los beneficios en lograr la prosperidad de la metrópoli, necesitaba por lo tanto reconstruir la máquina del Estado y controlar la administración colonial. Para ello se utilizarían dos instrumentos: una burocracia profesional y un ejército permanente. Los cambios comenzaron por los organismos metropolitanos, buscando una gestión más ágil: las secretarías o ministerios asumen las funciones políticas y administrativas del Consejo de Indias, mientras la Casa de la Contratación va también perdiendo atribuciones y autonomía. Pero en las Indias las reformas más importantes irán precedidas de la creación de una verdadera fuerza militar, que si por un lado reforzaría la defensa frente a ataques extranjeros (evitando humillaciones como la que representó la captura de La Habana por los ingleses en 1762), por el otro permitiría afrontar la previsible resistencia interna ante lo que sería toda una reconquista de América. En la década de 1760 se establece el ejército regular en distintos lugares de las Indias (Cuba, Nueva España, Puerto Rico, Buenos Aires, Caracas), completándose el proceso en Nueva Granada y Perú tras las rebeliones de 1780-81. El envío de regimientos completos de tropas peninsulares, con un sistema de relevos cada cierto tiempo, junto con la formación de regimientos locales permanentes, permitió dotar a América, por primera vez, de un ejército profesional, que fue reforzado con la organización de numerosas unidades de milicias ciudadanas. Para fines del siglo XVIII ya la inmensa mayoría de los soldados era de americanos (mestizos, mulatos, miembros de las castas en general, para quienes el ejército significó una posibilidad de ascenso social) igual que buena parte de la oficialidad, aunque en este caso eran, más específicamente, criollos. No se trataba, en consecuencia, de un ejército de ocupación. Otro paso previo fue la realización de una serie de visitas generales para estudiar sobre el terreno la viabilidad de las reformas, comenzando por la de Nueva España (1765-1771) realizada por José de Gálvez, quien tras su nombramiento como secretario de Indias (1776-1787) ordenará hacer otras visitas, como las de José Antonio Areche (1776-1781) y Jorge Escobedo (1782-1785) en Perú, Juan Francisco Gutiérrez de Píñeres (1778-1781) en Nueva Granada, José García de León y Pizarro (1778-1783) en Quito. Todas ellas supusieron importantes mejoras en la administración colonial, especialmente en materia hacendística mediante el reforzamiento y modernización de la burocracia fiscal, que permitieron recaudar directamente los impuestos y los nuevos monopolios estatales (tabaco, aguardiente), lográndose un espectacular incremento de los ingresos fiscales. Por otro lado, con una política de traslados, jubilaciones o promociones Gálvez logró reducir el número de criollos en las audiencias, de forma que al acabar su mandato representaban menos de una tercera parte, cuando hacia 1760 eran ampliamente mayoritarios. Pero la reforma más importante fue la introducción del sistema de intendencias, que debía suponer el golpe definitivo a la venta de oficios y la corrupción y la creación de una estructura administrativa más funcional. Ya introducidas en España en 1749 y en Cuba en 1764, Gálvez las implantó en casi toda América entre 1782 y 1790, dotándolas de una minuciosa reglamentación que se recoge en las Ordenanzas de 1782 y 1786. Toda la América española (con excepción de Nueva Granada y Quito donde no se implantó el sistema) fue redistribuida en 42 intendencias: 12 en Nueva España, 8 en Perú, 8 en el Río de la Plata, 5 en Centroamérica, 3 en Cuba, 2 en Chile, 1 en Caracas, 1 en Florida y 1 en Luisiana. En cada capital virreinal se estableció un superintendente general, cargo que acabó siendo asumido por los virreyes en 1787. Con las intendencias desaparecieron las antiguas gobernaciones, corregimientos y alcaldías mayores, siendo muchos de estos cargos sustituidos por subdelegados. Las atribuciones del intendente, muy amplias, eran gubernativas, judiciales, militares y fiscales, debiendo además asumir el fomento económico y desarrollo de su provincia. Los intendentes fueron peninsulares en su inmensa mayoría, muchos de ellos militares y oficiales de Hacienda, se les señaló un sueldo adecuado y en general cumplieron bien su labor. No ocurrió lo mismo con los subdelegados, a los que no se señaló sueldo y teóricamente deberían vivir del 5 por 100 de los tributos y las rentas derivadas de sus actuaciones judiciales, por lo que reaparecieron enseguida las viejas corruptelas que habían hecho odiosos a los corregidores (incluso reapareció una forma de reparto de mercancías ahora denominada socorros). La "revolución administrativa" logró aumentar los ingresos fiscales, modernizar la administración, acabar con algunos abusos, pero no logró ninguna reforma sustancial y esto se suele considerar como señal de fracaso de la política borbónica. Sin embargo, por lo que se refiere a América el programa reformista fue un éxito en cuanto que logró hacer más productivas a las colonias, y eso era lo que se pretendía.
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Tras el rico período del Renacimiento, durante el cual Europa entró en contacto con la ciencia de la Antigüedad, la primera mitad del siglo XVII es de una importancia capital en la historia del pensamiento científico pues ve nacer una nueva ciencia, moderna, experimental y cuantitativa, que se desarrollará en los siglos siguientes. Los progresos realizados en las matemáticas son importantísimos: nacen o se renuevan el álgebra, la teoría de los números, el cálculo de probabilidades, la geometría proyectiva y el cálculo infinitesimal. Las matemáticas se aplicarán a las diversas ramas de las ciencias físicas: a la dinámica, constituida en ciencia autónoma desde Galileo a Newton; a la mecánica celeste, cuyos principios fundamentales formularon Kepler y Newton con los precedentes copernicanos, y a la óptica. En el campo experimental se produjeron también enormes progresos gracias a la invención de las lentes y del microscopio, al descubrimiento de las leyes de la óptica geométrica y al estudio de fenómenos magnéticos y eléctricos. En medicina se descubre la circulación mayor de la sangre y se desarrolla la anatomía microscópica. Durante el siglo XVII se sustituyó la física de las cualidades por la física cuantitativa, el cosmos jerarquizado y cerrado por un Universo indefinido y el mundo sentido de la percepción inmediata por el mundo pensado del matemático. Todo eso era nuevo entonces y para descubrirlo era necesario que se produjera una verdadera revolución, mirar el mundo con ojos nuevos. En efecto, estos progresos no se entenderían sin la profunda transformación de las mentalidades y los métodos científicos y sin la participación de investigadores audaces, todos ellos creadores de la ciencia moderna: Kepler, Galileo, Malebranche, Fermat, Leibniz, Newton, Bacon, Harvey, Napier, Pascal, Descartes, Gassendi, Torricelli y otros. El gran mérito de esos científicos fue que descubrieron y establecieron los principios y las bases de la ciencia moderna. En el terreno de los descubrimientos su aportación fue impresionante: las leyes de Kepler, la mecánica de Galileo, el sistema circulatorio de Harvey, la geometría de Descartes, la geología de Stenon, la óptica astronómica de Newton, etc. ¿Cómo se lograron esos resultados? La solución consistía en derrocar la idea de investigación y de ciencia que reinaba desde Aristóteles, atacar directamente su doctrina, sustituir el milagro griego por una nueva forma de contemplar la Naturaleza. La nueva ciencia fue instaurada al margen de la enseñanza oficial. Esto puede apreciarse, en primer lugar, en la diversidad de ocupaciones y en el origen social de los científicos y, en segundo lugar, en las condiciones en que llevaron a cabo su labor científica. Los críticos de la situación en que se encontraba la enseñanza científica a principios del siglo XVII coinciden en gran medida en el diagnóstico de sus dolencias. El crítico más sistemático fue Francis Bacon. En su obra "Advancement of learning" (1605) y más tarde en su "Novum organum" (1620), así como en el prefacio de la "Instauratio magna" (1620), ofrecía un diagnóstico mediante la interpretación de la historia del movimiento científico. En su opinión, sólo habían existido tres sociedades en las cuales, durante un corto espacio de tiempo, las ciencias progresasen: Grecia, Roma y la Europa de su tiempo. Pero aún en esos períodos favorables los avances habían sido vacilantes. Propugnaba como método de investigación una indagación de la naturaleza de tipo experimental. El fracaso de las ciencias teóricas para acrecentar sus conocimientos mediante la investigación lo comparaba Bacon al fracaso del sistema universitario de su época. Científicos como Descartes y Torricelli urgían, por su parte, a que se procediese a una mayor extensión de los estudios científicos en las universidades y a una mayor dotación económica a los investigadores. Sin embargo, y pese a los críticos del sistema educativo universitario, los grandes hombres de ciencia fueron, sin excepción, graduados universitarios. Fueron las instituciones educativas tradicionales las que formaban a los hombres. De los estudios obligatorios de la lógica de Aristóteles y su física aprendieron los elementos de un sistema teórico científico, adquirieron una experiencia técnica y desembocaron en una nueva filosofía. Si es verdad que los graduados universitarios adquirieron una formación técnica fuera de la universidad, fue la formación universitaria recibida la que les hizo comprender la importancia de crear no sólo una tecnología científica, sino una nueva filosofía experimental. La ciencia teórica mantenía aún su estructura tradicional en el "quadrivium" (aritmética, música, geometría y astronomía) para formar a la juventud en la virtud por medio de las humanidades, que se enriquecían con algo de óptica. Se estudiaba también medicina y física. La enseñanza tradicional de estos contenidos se reducía a la lectura y comentario de las obras de Euclides, Tolomeo, Aristóteles, Galeno y, cuando las circunstancias eran propicias, de autores más recientes. En 1650 ninguna universidad se había reorganizado conforme a los deseos de los innovadores. Las aportaciones oficiales se redujeron a la creación de nuevas cátedras y de algún material (físico, astronómico o botánico).
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Desde 1898 la vida política cubana estuvo marcada por su peculiar relación con los Estados Unidos, y la misma Constitución recogía la tutela política norteamericana. Si bien la derogación de la enmienda Platt, en 1933, eliminaba del texto constitucional una cláusula que atentaba claramente contra la soberanía cubana, el protectorado de Washington se siguió ejerciendo de hecho. Fue la presión del embajador norteamericano la que obligó a Fulgencio Batista a implementar una apertura electoral, ante el temor norteamericano de que la situación política degenerara. En 1944, por primera vez en la historia, hubo elecciones completamente libres, en las que triunfó el antiguo líder revolucionario y ahora dirigente del Partido Revolucionario Auténtico, Ramón Grau San Martín, cuyo derrocamiento había sido propiciado por la administración norteamericana en 1933. La presidencia de Grau tuvo lugar bajo la bonanza azucarera de la posguerra. Gracias a la corrupción existente amplió la base electoral y consolidó su situación política. En las elecciones de 1948 fue elegido presidente Carlos Prío Socarrás, ministro de Trabajo de Grau, quien de la mano de los Estados Unidos condujo a Cuba a la guerra fría. Los sindicatos paraoficiales tuvieron el apoyo gubernamental en la lucha contra los militantes del Partido Comunista o aquellos que podían ser acusados de filo-comunistas. La retracción de la producción azucarera y el aumento de la competencia internacional reforzaron el papel del turismo, un sector con fuerte presencia norteamericana. Eduardo Chibás, del Partido Ortodoxo, aparecía como el gran ganador de las elecciones de 1952, pero su suicidio abrió un vacío político, llenado por sus seguidores ante el desprestigio del oficialismo. El tercero en discordia era Batista, que había militado por algún tiempo en el Movimiento de la Paz y había desarrollado otras actividades vinculadas al comunismo y que para agradar a los norteamericanos terminó adoptando una clara postura anticomunista. Las elecciones no se celebraron debido a la intervención norteamericana y el poder se entregó a Batista, que aumentó la represión. Fidel Castro, que ya había sido candidato parlamentario por el Partido Ortodoxo, encabezó el asalto al cuartel de Moncada, la segunda guarnición militar ubicada en Santiago de Cuba, el 26 de julio de 1953. Este hecho marcaría el comienzo de una vasta insurrección popular, cuyo principal objetivo era la caída de la dictadura, pero el fracaso de la empresa disminuyó el número de los rebeldes. Pese a ello, el aumento de la represión aisló todavía más a Batista y sus seguidores. En 1954 Batista fue designado presidente en unas elecciones autoconvocadas y sin competencia, que abrieron un paréntesis de distensión en la vida política, que entre otros resultados permitió la salida de Castro de la cárcel y su partida al exilio mexicano. El abandono del populismo por Batista aumentó el malestar entre la población y el incremento de la conflictividad política y de la represión. Las elecciones de 1958, en plena guerra civil, no solucionaron absolutamente nada. El candidato oficialista, Andrés Rivera Agüero, ni siquiera fue reconocido por Washington. En su exilio mexicano, Castro organizó una pequeña expedición que penetró en Cuba tras el desembarco del yate Gramma en noviembre de 1956. Castro y su Movimiento 26 de julio (M-26) crearon un foco guerrillero en Sierra Maestra, provincia de Oriente, que al poco tiempo se convirtió en el Ejército Rebelde. El M-26 era un desprendimiento del ala izquierda del Partido Ortodoxo, con una ideología igualitaria, socializante, nacionalista y antinorteamericana. La oposición urbana se endureció y en algunos casos se desarrollaron acciones armadas en las ciudades. La represión contra los activistas antidictatoriales creció y la espiral acción-represión no dejó de aumentar, dando lugar a un clima de gran agobio en la población. A partir de 1957 la guerrilla castrista logró una cierta entidad, pero no logró impulsar la insurrección. La huelga general lanzada por Castro fracasó, ante la indiferencia de la población y la falta de apoyo de los sindicatos oficialistas y de los comunistas (en ese momento el Partido Comunista, que actuaba como Partido Socialista Popular -PSP-, rechazaba la táctica insurreccional de los seguidores de Castro). Lentamente la guerrilla salió de su aislamiento y comenzó una ofensiva en los llanos (quema de cañaverales, destrucción de cosechas, etc.). La apertura de dos nuevos frentes guerrilleros, a cargo de Raúl Castro y Juan Almeida, y la coordinación de las acciones militares por parte de Camilo Cienfuegos y del Che Guevara, consolidaron el avance revolucionario. La integración de los militantes del PSP en el M-26 permitió un aumento de la agitación urbana. Gracias a su mayor protagonismo, los comunistas ocuparon puestos claves en el M-26 y en poco tiempo su control se extendió al Ejército Rebelde, lo cual explicaría el rápido giro prosoviético de la revolución tras la conquista del poder. La coalición anti-Batista se consolidó con la firma del Pacto de Caracas, en julio de 1958, que aceleró el desmoronamiento del régimen. La dictadura perdió el apoyo de Washington, que desde abril no le proveía más armamentos. En agosto de 1958 comenzó la ofensiva final y el 1 de enero de 1959 los seguidores de Castro tomaron La Habana, en medio del delirio popular y bajo las banderas de la moralización, del nacionalismo y del antiimperialismo. Castro y el M-26 gozaban de un amplio respaldo popular, que les permitió controlar totalmente la situación e impulsar un profundo proceso de transformaciones políticas, sociales y económicas. La toma de La Habana fue el comienzo de un proceso revolucionario caracterizado por la presencia de un régimen autoritario de un fuerte contenido personalista, marcado por el liderazgo y el carisma de Fidel Castro; el antiimperialismo y el nacionalismo a ultranza que acompañó el discurso revolucionario hasta nuestros días (Patria o muerte es la principal consigna del régimen); la adopción del marxismo-leninismo, y la integración en el bloque soviético y la puesta en marcha de políticas igualitarias en un intento de construir el socialismo, objetivo éste del que todavía no se ha renunciado pese al desmoronamiento del bloque del Este y al retiro de la masiva ayuda soviética.
contexto
Contrariamente al período anterior de la Revolución china, el que se desarrolló durante los sesenta todavía apasiona al mundo. La llamada "gran revolución cultural proletaria" fue uno de los acontecimientos más extraordinarios del siglo XX. La imagen de los jóvenes guardias rojos enarbolando el libro de las citas de Mao en Tiananmen en pleno histerismo mientras que veteranos dirigentes debían caminar con carteles que narraban sus pecados difícilmente puede ser olvidada. Pero, en realidad, la revolución fue una tragedia tanto para quienes la desencadenaron como para aquellos que la sufrieron. Hoy, desde hace tiempo ya, los dirigentes chinos la describen como una calamidad, aunque no tan grave como el "Gran Salto Adelante". Todavía conocemos el período muy mal en lo que respecta a lo que puede haber sido decisivo: las relaciones entre los diversos dirigentes y cómo acabaron provocando el colapso del Estado. Pero no cabe la menor duda de que este factor resulta esencial para interpretar lo sucedido. En efecto, la "revolución cultural" fue obra de Mao y su error monumental en sus últimos años de vida. Lo que resultó más peculiar de esta crisis fue precisamente que fuera inducida por el líder del régimen. Esta Segunda Revolución china, a diferencia de la primera, no tenía un pensamiento que la rigiera y no creó un nuevo orden sino tan sólo caos y desorden. En 1966 el conjunto de las instituciones de China estaban colapsadas y aparecía en lontananza la posibilidad de una guerra civil. El hecho es que un Partido Comunista que había experimentado una grave crisis en lo que respecta al "Gran Salto Adelante" se obligó a sí mismo a una purga que destruyó a su dirección y que le puso al borde del caos. Sólo se explica que sucediera algo así por el hecho de la existencia a la vez de una dirección cada vez más dividida y dubitativa y, al mismo tiempo, de un régimen cada vez más esclerotizado y estabilizado. Mao, al final del "Gran Salto Adelante", criticó muchas de las medidas adoptadas por la dirección del PCC a pesar de que voluntariamente se había retirado del primer plano de la vida política; en realidad, se sentía preterido por ella y ansiaba un retorno. Sus críticas a la situación se referían a la vuelta de la agricultura privada, los sistemas educativos, la Medicina y la reaparición de temas tradicionales en la cultura. El juicio de Mao era que el peligro en que se encontraba China no era una amenaza de ataque desde fuera sino, por el contrario, el triunfo del revisionismo interno. Da la sensación de que tenía la seguridad de que la situación económica se había restablecido ya por completo después del desastre del "Gran Salto Adelante" y que, por lo tanto, podía intentar multiplicar la carga revolucionaria del régimen. Al mismo tiempo, parece haber sentido temor a una corrupción de la clase dirigente o, al menos, eso fue lo que aseguró. Pero si preveía una deriva revisionista del marxismo lo cierto es que ésta distaba muy lejos de poderse producir por la simple carencia de desarrollo que permitiera un mínimo de confort o de "aburguesamiento". La relación personal con los otros dirigentes con quienes rivalizó, sin duda jugó también un papel decisivo en lo que aconteció. A pesar de su papel determinante en el Estado chino, Mao no hubiera conseguido conmoverlo sin contar con colaboraciones. Los aliados de los que se sirvió fueron tres. El Ejército había conseguido éxitos (en 1964 la bomba atómica) y para Mao era un ejemplo de la combinación entre la capacidad técnica y la voluntad revolucionaria. En segundo lugar, hubo un grupo de intelectuales radicales que sirvieron como movilizadores; estaban dirigidos por Jiang Qing, su propia mujer. En tercer lugar existió una masa de estudiantes y de jóvenes convencidos del carácter declinante de las posibilidades de movilidad social creadas por el sistema, insatisfechos y propicios, por tanto, a la acción. La revolución cultural se inició con un movimiento de educación socialista que pretendía combatir al mismo tiempo las tendencias "oportunistas" en la dirección y las tendencias "capitalistas" espontáneas de la población. Sin embargo, hasta la primavera de 1964 no dio la sensación de que el resultado de este proceso tuviera que ser una serie de purgas masivas. Mao, en cambio, en esta fecha, promovió una "verdadera guerra de exterminio". Los "equipos de trabajo" destinados a llevarla a cabo depuraron a un 4% de los cuadros pero hay lugares en los que la depuración llegó a nada menos que al 40%. Lo curioso es que, de hecho, la jerarquía del partido seguía siendo la misma que en 1945: Mao, Chu En Lai y Liu Shaoqi ocupaban los puestos principales. El lanzamiento de la revolución cultural parece haber estado motivado por las discrepancias en el seno de ese equipo dirigente del PCC. En un principio, Mao dio la sensación de retirarse cuando sus denuncias del revisionismo encontraron dificultades por parte, entre otros, de Deng Xiaoping. Pero luego volvió a la ofensiva apoyado por el Ejército dirigido por Lin Biao, que en 1965 al suprimir los grados militares hizo desaparecer el poder de quienes estuvieron a su frente, el aparato de Seguridad controlado por Kang Sheng y el núcleo intelectual de Jiang Qing, su mujer, y Chen Boda. Los primeros enfrentamientos políticos se produjeron como consecuencia de denuncias contra determinados dirigentes. Luo Ruiquing perdió su puesto en la jefatura del Estado Mayor por su negativa a que el Ejército se mezclara en política, posición que representaba Lin Biao. Un autor, Hai Rui, vio su obra censurada y Peng Zhen, el jefe del partido en Pekín, fue cesado por protegerle. Mao había pensado que la crítica contenida en la citada obra iba dirigida a él mismo. En mayo de 1966 empezaron a surgir los "dazibaos" o periódicos murales en la universidad de Pekín denunciando el oportunismo. A mediados de julio Mao, que había desaparecido del primer plano de la actualidad, pasó de nuevo a él. Lo hizo de forma espectacular: fue fotografiado nadando y según la prensa oficial lo habría hecho cuatro veces más aprisa que el record del mundo. En realidad con ello no se intentaba otra cosa que probar su buena salud. A fines de año la victoria de Mao era ya total y en el año siguiente lanzó a la juventud al asalto de todos los poderes políticos. De ella, sin embargo, Mao no había esperado ni tanto fervor ni tanto desorden. Había proclamado, por ejemplo, que no debía existir "ninguna construcción sin destrucción" pero muy pronto las casas de los intelectuales considerados como "oportunistas" fueron asaltadas y ellos mismos sometidos a vejaciones. El elemento más sorprendente de esta revolución fue, a continuación, los trece millones de "guardias rojos", jóvenes revolucionarios vestidos de forma idéntica y enarbolando el libro rojo de citas de Mao editado por el Ejército que, trasladados por tren, se dedicaron a difundir la revolución cultural. Se explica su disponibilidad por la excitación de ser impulsados por el dirigente supremo del Estado, pero también por la suspensión de las clases y por la carencia de horizontes profesionales. Teóricamente se dedicaban a intercambiar experiencias revolucionarias, pero en realidad se lanzaron a todo tipo de acciones insensatas o salvajes y de desmanes, incluso pretender que el rojo en las señales de tráfico significara adelante y no la obligación de parar. Mientras que fuera una purga apoyada desde arriba y sostenida por la agitación de masas, la "revolución cultural" era controlable. Pero en el verano de 1967 China estaba al borde de la guerra civil y el propio Mao empezó a no decantarse siempre por las soluciones más maximalistas. Lo que produjo el movimiento frenético de los guardias rojos fue un auténtico colapso de la autoridad gubernamental. La movilización se llegó a hacer en sentidos contrapuestos y el resultado fue la polarización que pudo degenerar en violencia en varias de las ciudades más importantes del país. En adelante, a partir del verano de 1967, Mao trató de seguir un propósito constructivo y no destructivo: lo hizo a través de la formación de comités revolucionarios locales. En octubre Mao ya estaba propagando la tesis de que la mayor parte de los cuadros del partido eran buenos y que los malos podían ser reeducados sin necesidad de acudir a procedimientos más duros y brutales. Incluso añadió, en contraposición con sus anteriores planteamientos, que no había contradicciones fundamentales en el seno de la clase obrera. Lo único positivo que puede decirse de Mao es que trató de controlar la revolución en su peor momento a pesar de haber sido él mismo quien la había lanzado. En realidad, la "revolución cultural" no se evaporó de forma definitiva hasta la muerte de Mao, pero antes de que tuviera lugar tuvo que pasar por dos etapas previas de progresivo apaciguamiento de los entusiasmos revolucionarios. Entre 1967 y 1971 se pretendió una estabilización política a partir de la reconstrucción del poder gracias al Ejército, a quien se quiso considerar como el "pilar fundamental de la dictadura del proletariado en China". En esa fecha el conjunto del país fue colocado bajo la tutela de las Fuerzas Armadas mientras que Chu En Lai contribuyó también, con su capacidad de negociación, a consolidar el poder político. La autoridad militar contribuyó de forma poderosa a la reconstrucción del PCC aunque también jugó un papel importante parte del liderazgo regional. En el IX Congreso del PCC -abril de 1969- Lin Biao dio explicaciones de la evolución de la "revolución cultural" que no se consideraba por el momento como un proceso cerrado. La misión del PCC, según su interpretación, no sería el desarrollo económico sino "mantener el impulso de las masas". Al mismo tiempo, la ley suprema del partido era mantener la fidelidad al pensamiento de Mao. Los estatutos aprobados concedían un papel fundamental a Lin Biao que, como "el más próximo de los compañeros de armas" de Mao, debía heredar su poder. Al mismo tiempo, el 44% del Comité central del PCC quedaba formado por personas de procedencia militar pero en el Politburó se llegó al 55% del total. En estas circunstancias bien se puede decir que los años entre 1968 y 1970 fueron de predominio casi absoluto de Lin Biao. La movilización revolucionaria había sido política y no económica como durante el "Gran Salto Adelante". Ahora se imponía una rectificación con la consiguiente dedicación especial al incremento de la producción. En el campo industrial había descendido un 15% en 1967 y un 6% en 1968; en agricultura, en cambio, los efectos parecen haber sido menos graves. A fines de 1970 unos cinco millones y medio de guardias rojos fueron trasladados al campo con el propósito de dedicarse a tareas agrícolas. Parecía haber concluido ya la etapa de exaltación revolucionaria. Pero, en realidad, no se había conseguido la estabilidad política. Da la sensación de que el mero hecho de aparecer como sucesor Lin Biao provocó una nueva lucha en la dirección del partido. Lin Biao acabó enfrentándose con los sectores más radicales del partido y al mismo tiempo dio la sensación de querer acelerar la sucesión, lo que poco podía satisfacer a Mao. Pero desde agosto-septiembre de 1970 había sido ya derrotado y resulta muy probable que haya recurrido a la conspiración en contra del líder. En 1971, con la eliminación de Lin Biao, el partido concluyó por reafirmar su autoridad sobre el Ejército. La revolución cultural parecía haberse difuminado pero dejaba una herida sangrante. Al menos un ministro fue golpeado hasta morir y Liu Shaoqi y Deng Xiaoping, considerados como exponentes de política poco revolucionaria, fueron duramente atacados. El primero fue expulsado del partido y sólo Mao evitó que le pasara lo mismo al segundo; Liu Shaoqi fue apaleado y murió en prisión. Desde el punto de vista económico, como sabemos, China no sufrió mucho, pero el impacto fue mayor en los medios intelectuales, universitarios y culturales. En cuanto al partido, el 70-80% de las autoridades locales y provinciales fueron depuradas y el 60-70% de las centrales. De los 23 miembros del Politburó sólo quedaron 9 y 54 de los 167 miembros del Comité Central. Tres millones de personas fueron obligadas a cursos de reeducación y quizá medio millón murieron. Una hija adoptiva de Chu En Lai fue torturada y también sufrieron los hijos de Deng. La herencia de la revolución cultural fue el recuerdo de que una exasperada lucha de facciones podía concluir con el Estado pero también la falta de confianza de la juventud hacia los dirigentes y su actitud cínica. A largo plazo, en definitiva, la revolución cultural sirvió para inmunizar contra cualquier posible repetición de algo semejante y para evitar que algo parecido se repitiera. Mientras tanto, también la política internacional del régimen se decantó hacia la conflictividad. Después de la ruptura de 1963 la querella entre la China comunista y la URSS se centró en tres cuestiones: el carácter socialista o no de las sociedades respectivas, la posesión del armamento nuclear y el problema de las fronteras que acabó dando al conflicto el carácter de una cuestión territorial, típica de un conflicto entre Estados. En realidad, los soviéticos decidieron en nombre de los chinos en relación con el tratado sobre ensayos nucleares en 1963. La tesis china había sido siempre que el arma nuclear tenía que ser prohibida, de modo que el acuerdo al que se llegó en esta fecha entre las dos superpotencias lo consideraron una traición por más que luego ellos mismos consiguieron luego el arma nuclear. Por otro lado, sin utilizar el término "nomenklatrura" los chinos argumentaron que en la URSS se había creado una nueva clase dirigente con resultados detestables. A todo esto, sin embargo, las conversaciones con vistas a llegar a un acuerdo entre China y la URSS se mantuvieron. Los soviéticos revelaron luego que Mao había dado sensación de indiferencia ante la eventualidad de que una guerra atómica causara 700 millones de muertos. Para solventar las diferencias, los soviéticos trataron en 1964 de llevar a cabo una Conferencia de Partidos Comunistas en la que resultaran condenados los chinos pero no lo consiguieron. La estrategia de los chinos fue intentar dilatarla cuatro o cinco años pero finalmente tuvo lugar en marzo de 1965 sin que a ella acudieran los partidos de China, Rumania, Corea, Vietnam, Japón e Indonesia, es decir, aquellos que eran relativamente autónomos o estaban en la órbita china (Corea y Vietnam luego se decantaron por los soviéticos). En adelante, las fuentes oficiales chinas afirmaron con insistencia que el maoísmo era el marxismo-leninismo para el tiempo actual. En junio de 1965 esas mismas fuentes constataron que el cambio en la dirección soviética tras la caída de Kruschev no había supuesto un cambio efectivo. En la reunión de partidos comunistas que tuvo lugar en 1969 una buena parte de los Partidos Comunistas de Asia y África se negaron a criticar a China. Ésta había mantenido en sus relaciones internacionales una política de vinculación con una supuesta zona intermedia entre el capitalismo y el revisionismo soviético. En el Tercer Mundo había conseguido acercarse a algunos países africanos como Mali, Guinea o Ghana. Intervino también cada vez más decididamente en Vietnam donde llegó a tener unos 30.000 ó 50.000 hombres aunque procurando no hacerse demasiado visibles ante el adversario. Al mismo tiempo, consideró también como una segunda "zona intermedia" a los países europeos que, como Francia, le dieron la sensación de querer independizarse de la tutela de los norteamericanos. Pero a partir de 1966 China entró en una nueva época cuando la política exterior empezó a ser controlada por los guardias rojos o quienes les inspiraban. Con eso se produjo un desbordamiento revolucionario y en gran medida se arruinó todo lo que China había conseguido de cara al exterior en la etapa precedente. Desde 1956 había gastado mil millones de dólares en ayuda exterior, había recibido unos 10. 000 estudiantes extranjeros y había sido reconocida por 48 países, la mayoría del Tercer Mundo. En 1967, en cambio, fueron expulsados un millar de estudiantes extranjeros de China y a partir de abril se produjo toda una serie de episodios conflictivos: incendio de un edificio de la Embajada británica y sitio de la de Kenia. Ya antes, a fines de 1965 y comienzos de 1966, había tenido lugar la ruptura de los chinos con Indonesia donde comunistas indonesios y chinos habían sido masacrados. China rompió también con Mongolia y con Birmania y las relaciones también se convirtieron súbitamente en malas. Aunque algunos países africanos hicieron una gran alabanza de la revolución cultural, gran parte de lo hasta ahora conseguido se había visto malbaratado después de ella. El conflicto con los soviéticos se refirió también a los envíos de material a Vietnam a partir de 1965. En 1966 la URSS afirmó que China causaba dificultades por esta razón. En 1966, durante la "revolución cultural proletaria", los locales diplomáticos soviéticos fueron frecuentemente rodeados por guardias rojos. En febrero de 1967 el personal soviético consiguió salir de sus edificios tan sólo gracias a la ayuda de los enviados de otros países. China afirmó que los soviéticos no tenían garantizada su seguridad fuera de los edificios de la Embajada. La invasión soviética de Checoslovaquia en 1968 les valió por parte de los chinos la acusación de "socialimperialistas". En esta segunda etapa de la confrontación muy pronto se llegó a un choque entre Estados. Los primeros conflictos de este tipo estallaron en 1962 en Sinkiang y en junio de 1963 la URSS expulsó a tres diplomáticos chinos. Luego en 1964 Mao acusó a los soviéticos de haberse apoderado de todo lo que podían en las fronteras chinas. En marzo de 1969 hubo ya enfrentamientos militares en el río Ussuri que pudieron haber causado un millar de bajas. En junio se repitieron en el Amur y en Sinkiang. Lin Biao parece haber sido responsable de los enfrentamientos con los rusos de modo que su significación en política interior y exterior fue paralela.
contexto
En enero de 1820, un nuevo pronunciamiento que a primera vista podía parecer que reunía las mismas características que los que se habían producido en los años anteriores, consiguió por fin hacer triunfar sus objetivos y proclamar la Constitución. Aquel pronunciamiento se convirtió en una auténtica revolución: la Revolución Liberal de 1820. ¿Qué circunstancias confluyeron en aquella ocasión para provocar aquel triunfo? El estallido de la insurrección en las colonias españolas de América estaba obligando de una forma cada vez más decidida al gobierno de la metrópoli al envío de tropas para tratar de reprimir a los insurgentes. Después de que en 1817 el general San Martín atravesase los Andes en su espectacular avance hacia el norte y después de la derrota de las fuerzas realistas en Chabuco, España se había visto obligada a realizar un supremo esfuerzo si no quería perder definitivamente sus colonias. El envío de un ejército al mando del general Morillo a Venezuela no fue suficiente para detener la acción de Bolívar y la capacidad de movilización de nuevas tropas por parte de la Monarquía resultaba difícil, dada la situación de ruina en la que se hallaban las arcas del estado español. No obstante, se comenzaron a hacer los preparativos para reunir un nuevo ejército expedicionario que fuese capaz de dar un giro a los acontecimientos que se estaban produciendo en América. No iba a ser un cuerpo excesivamente numeroso, unos 18.000 hombres, pero bien dotado, bien organizado y con mandos preparados y con experiencia adquirida en la guerra de la Independencia. Lo primero que había que gestionar era la compra de barcos para el traslado de la expedición, ya que la Marina española no disponía de medios suficientes para tan magna empresa después de las pérdidas sufridas en Trafalgar. En 1817 se comenzó ya a gestionar la compra de cinco navíos armados con 44 cañones y tres fragatas de 44 cañones a Rusia, operación en la que intervino de una manera muy activa el embajador de aquel país ante la corte de Fernando VII, Tatischeff. Ultimada la operación, los barcos llegaron a La Carraca, en Cádiz, el 21 de febrero de 1818. Mucho se ha hablado sobre el mal estado de esos barcos y sobre la presunta estafa de que fue objeto el gobierno español al aceptar un negocio en el que salió perdiendo. Sin embargo, no se ha podido demostrar hasta la fecha que esos barcos estuviesen, en aquellos momentos, en un estado de deterioro. Lo que sí es posible es que, al permanecer fondeados en el puerto de Cádiz e inmovilizados durante cerca de dos años, su condición fuese empeorando con el paso del tiempo. Por su parte, las tropas destinadas a embarcar con destino a América fueron acantonándose en las cercanías de Cádiz a la espera del momento propicio para atravesar el océano. Entretanto, los abastecimientos faltaban, el dinero escaseaba y la fiebre amarilla hacía estragos entre los soldados. Su moral era débil puesto que las perspectivas que se les ofrecían eran bastante intranquilizadoras. La guerra en América era una aventura que les aparecía incierta en sus resultados y terrible en su desarrollo por los rumores que circulaban sobre la inmensidad del territorio y la ferocidad de los combatientes. Y por si fuera poco, pronto cundió la noticia de la falta de seguridad de los barcos destinados a su transporte. Los agentes liberales y los elementos de la masonería comenzaron a aprovecharse de estas preocupaciones que asaltaban a la tropa para ganársela para su causa. Antonio Alcalá Galiano cuenta con todo detalle en sus Memorias la labor que en este sentido se llevó a cabo en Cádiz entre los miembros de las logias Taller sublime y Soberano Capítulo, que consiguieron infiltrarse entre las filas del ejército para trocar la desgana que mostraban los soldados hacia su objetivo, en ardor revolucionario para proclamar la Constitución. Aunque Ferrer Benimeli cuestiona la existencia de logias con esos nombres dentro de la masonería, a través del testimonio de Alcalá Galiano queda clara la conexión que la burguesía liberal gaditana mantenía, por medio de Istúriz, Mendizábal y otros, con los oficiales del ejército expedicionario. El comandante en jefe del ejército expedicionario era el general Enrique O'Donnell, conde de Labisbal, quien se unió a la conspiración. Sin embargo, su segundo el general Pedro Sarsfield, que no sentía inclinación por la causa liberal y que no estaba al tanto de la actitud de su comandante en jefe, le denunció a éste la maniobra insurreccional que se estaba preparando. O'Donnell, temeroso de que todo pudiese fracasar y de que él mismo fuese arrastrado por ese fracaso, decidió dar marcha atrás y en la mañana del 18 de julio de 1819 reunió a la tropa en el Palmar del Puerto de Santa María y arrestó a varios de los oficiales iniciados, entre ellos a Quiroga, San Miguel y Arco Agüero. Afortunadamente para los liberales, quedaron libres unos cuantos oficiales segundones jóvenes, poco conocidos hasta entonces en el mundo de la política, pero activos y ardorosos y que estaban destinados a desempeñar un papel importante en el futuro. Entre ellos, el teniente coronel Rafael de Riego, que estaba al mando del Segundo Batallón de Asturias, acantonado en el pueblo de Las Cabezas de San Juan, en el camino de Sevilla a Cádiz. Comellas ha puesto de manifiesto el papel de esta nueva generación de militares y ha destacado su protagonismo en el triunfo de la Revolución así como su menor participación en el festín de la victoria una vez proclamada la Constitución, lo que afectaría más tarde a la marcha del propio régimen liberal. En efecto, a ellos les correspondió culminar la trama que se había iniciado tiempo atrás y el 1 de enero de 1820 Riego emitió una proclama a las tropas en la que, después de renunciar a embarcarse, les anunciaba que "...unidos y decididos a libertar su Patria, serán felices en lo sucesivo bajo un gobierno moderado y paternal, amparados por una Constitución que asegure los derechos de todos los ciudadanos; y que cubiertos de gloria depués de una campaña breve, obtendrán los soldados sus licencias y las recompensas y honores debidos a sus importantes servicios". La proclama informaba también que había sido elegido el coronel D. Antonio Quiroga -que sería reconocido como general- como jefe de la insurrección y que a él había que prestarle desde ese momento obediencia. A partir de aquel pronunciamiento del primer día del año de 1820 se inició una pintoresca peripecia de los sublevados que pronto hizo pensar que todo iba a acabar como las intentonas precedentes. Ante la imposibilidad de entrar en Cádiz, ciudad que le cerró sus puertas, alrededor de 3.000 soldados se atrincheraron en la Isla de León, y allí fueron bloqueados por las tropas leales al gobierno enviadas desde Madrid al mando del general Freyre. Entretanto, Riego, con una columna de 1.500 hombres, inició un penoso itinerario para tratar de conseguir adeptos a la causa, que le llevó por Conil y Vejer hasta Algeciras, desde allí hasta Málaga para subir luego hasta Córdoba y dirigirse hacia Extremadura. No sólo no conseguía levantar a las poblaciones por donde pasaba, sino que fue perdiendo hombres a medida que iba avanzando hacia el norte. Sin embargo, cuando todo parecía indicar el fracaso del levantamiento, el 21 de febrero en La Coruña, un grupo de oficiales, dirigidos por el coronel Acevedo, secundó la llamada de los pronunciados. Al poco tiempo, la guarnición de Zaragoza, secundada por una gran parte de la población civil, se pronunció en favor del que el Rey aceptase la Constitución. Y así, se produjo de pronto una cadena de manifestaciones de ciudades por toda España en las que se clamaba por la implantación de una monarquía liberal.
contexto
En 1830 se produjo un nuevo ciclo revolucionario en Europa cuyo significado es el triunfo del liberalismo. A diferencia del ciclo anterior de 1820 que habían consistido en una serie de levantamientos esencialmente nacionalistas dirigidos por militares, en éste de 1830 hubo revueltas liberales encabezadas por un elenco más variado de elementos de las poderosas clases medias. Desde la ruptura con el Antiguo Régimen a raíz del estallido de la Revolución francesa, la burguesía formada por ricos industriales y comerciantes y en la que también se hallaban integrados los intelectuales, no cesaba de agitarse, buscando de una u otra forma su acceso definitivo al poder. A esta inquietud, se unía el afán nacionalista de independencia de los pueblos que estaban sometidos a otra potencia más poderosa. El ciclo comprende revoluciones en Francia, Bélgica, en parte de Alemania, Italia, Suiza y Polonia. Todas ellas tenían en común el propósito de llevar al gobierno más cerca de la sociedad, una sociedad que había cambiado de forma importante hasta aquella fecha. Ahora bien, cuando el curso de los acontecimientos conducía a los movimientos revolucionarios más allá de ese punto, perdían fuerza y se deshacían.El primer estallido revolucionario se produjo en Francia durante el reinado de Carlos X. Al contrario que su hermano Luis XVIII, éste quería imponer en el país un régimen conservador a ultranza. En la Cámara existía una mayoría liberal desde 1827 y cuando dos años más tarde el rey entregó el poder al príncipe de Polignac, uno de los antiguos emigrados, el conflicto entre Carlos X y su ministro conservador, por una parte, y la Cámara liberal, por otra, no tardó en estallar. En la primavera de 1830 el rey disolvió la Cámara y convocó nuevas elecciones. Pero de nuevo sus resultados volvieron a arrojar una mayoría liberal, que ahora exigía la dimisión de los ministros. El ministerio Polignac no estaba dispuesto a aceptar las exigencias de la oposición y encargó a Pernnet, ministro de justicia, la redacción de unas ordenanzas que fueron promulgadas el 26 de julio de 1830 y que venían a decir lo siguiente: 1) Se suspendía el régimen de libertad de prensa existente; 2) se disolvía la Cámara recientemente elegida; 3) el número de diputados se reducía a 258 y se establecía que la Cámara sería elegida por cinco años, siendo renovable en su quinta parte cada año; 4) se convocaban nuevas elecciones para el mes de septiembre siguiente.En realidad se trataba de un auténtico golpe de Estado, mediante el que se destruía la Carta que había sido aprobada en 1814. Los comerciantes y los industriales de París decidieron cerrar sus tiendas y sus talleres en señal de protesta, lanzando de esta manera a la calle a los obreros, que quedaron así a disposición de los agitadores. Los políticos y los periodistas liberales, dirigidos por hombres como Adolphe Thiers y François Guizot, los banqueros Jacques Laffitte y Casimir Périer prepararon una carta de protesta contra las Ordenanzas. El día 27, la agitación aumentó y los estudiantes se sumaron también a ella. El rey envió al mariscal Marmont, duque de Ragusa, mayor general de la Guardia Real, para que disolviese a los perturbadores del orden, cosa que consiguió a costa de algunos muertos y heridos. Pero esta calma fue sólo momentánea, y al día siguiente la insurrección volvió a tomar forma, ahora con más fuerza. Una masa de gente, entre la que se mezclaban obreros, guardias nacionales, estudiantes y antiguos militares, ocuparon las calles de la capital y obligaron a rendirse a los cuerpos de guardia que se encontraban aislados. Los revolucionarios levantaron el pavimento, construyeron barricadas y enarbolaron la bandera tricolor, lanzando gritos de ¡Abajo los Borbones!, ¡Viva la República! y ¡Viva el emperador! Las fuerzas de Marmont se vieron atacadas desde las ventanas y los tejados de las casas con toda clase de proyectiles de tal manera que las calles de París se convirtieron en un verdadero campo de batalla.Los diputados liberales La Fayette y Laffitte, que en ocasiones anteriores habían participado en la organización de conspiraciones contra el régimen de la Restauración, no se atrevían a salir todavía de la legalidad y optaron solamente por apoyar el texto preparado por Guizot. No obstante, las posturas se radicalizaban y el gobierno perdía posiciones. Las tropas reales se hicieron fuertes alrededor del Louvre, pero algunos de sus soldados desertaron y pasaron a engrosar las filas de la insurrección. El 29 de julio 6.000 barricadas aparecieron levantadas en las calles de París. Antiguos militares y alumnos de la Escuela Politécnica maniobraron con el objeto de asaltar el Louvre y lo consiguieron en el primer descuido de Marmont. Sobre el mediodía, la capital estaba enteramente en manos de los revolucionarios. Las jornadas del 27-29 de julio Las Tres Gloriosas- habían costado 200 muertos y 800 heridos a las tropas reales y 1.800 muertos y 4.500 heridos a los insurrectos.Ante el peligro de que la revolución cayera en manos de los republicanos, los diputados liberales se decidieron a tomar las riendas del movimiento. La Fayette se hizo cargo de la Guardia Nacional y el general Gérard de las tropas regulares. Se nombró además una comisión municipal formada por otras personalidades liberales entre las que se encontraban Laffitte y Casimir Périer. Por su parte, Carlos X, recluido en Saint Cloud y asustado por el cariz que tomaban los acontecimientos, abdicó en su hijo el duque de Burdeos. Pero era ya demasiado tarde y los insurrectos no se mostraron dispuestos a aceptar este arreglo. El rey se retiró a Rambouillet y el 3 de agosto abdicó ante una comisión de revolucionarios.Mientras que en París, la Guardia Nacional y los jóvenes estudiantes, dueños del Hotel de Ville, se mostraban partidarios de la proclamación de la república, los intelectuales y diputados liberales, encabezados por Thiers, proponían transferir la Corona al duque de Orleans. Descendiente de un hermano menor de Luis XVI, los Orleans habían sido los rivales tradicionales de los reyes Borbones. El padre del duque, Felipe Igualdad, había conspirado contra Luis XVI y durante la etapa de la Revolución se había manifestado partidario de la república y de las ideas revolucionarias, aunque esa postura no pudo salvarle de la guillotina en 1793. El mismo duque había conocido la pobreza y el exilio, aunque en esos momentos había recuperado su posición económica. Durante el reinado de Carlos X había decidido desempeñar el papel del virtuoso burgués de sangre real, respetuoso con la libertades constitucionales y fiel servidor del Estado, aceptando el cargo de teniente general del reino. Se ganó el apoyo de los republicanos cuando acudió al Ayuntamiento parisiense el 31 de julio y apareció junto a La Fayette en el balcón enarbolando la bandera tricolor. Dos días más tarde el duque de Orleans fue proclamado rey como Luis Felipe, "Rey de los franceses por la Gracia de Dios y el deseo de la nación".Más que el cambio de dinastía en el trono francés, las jornadas de julio de 1830 representaron el triunfo de la burguesía en Francia. El sistema que iniciaba su andadura a partir de esta fecha constituía un claro paso adelante de esta clase hacia el poder. Como afirma Charles Morazé, con la nueva situación la alta burguesía francesa se sentía satisfecha. Francia -declaraba Guizot, ministro del Interior del nuevo régimen el 13 de septiembre de 1830- desea "la mejora y el progreso, pero una mejora tranquila y un progreso regular. Satisfecha del régimen que acaba de conquistar, aspira ante todo a consolidarlo".La rapidez del triunfo de la Revolución de julio en Francia hizo estremecer a toda Europa, en donde los movimientos liberales y nacionalistas venían gestándose durante este primer tercio del siglo XIX. El primer país en el que se dejaron sentir las consecuencias de esta revolución fue Bélgica.Los Países Bajos reunían en un solo Estado a belgas y holandeses, cuyos sentimientos e intereses eran totalmente opuestos. Los primeros eran en su gran mayoría católicos, sentían simpatía por los franceses y entre ellos florecía la clase burguesa dedicada a la industria. Los holandeses, por el contrario, eran tradicionalmente hostiles a los franceses, en general predominaban los protestantes y se dedicaban principalmente a la agricultura y al comercio. El rey holandés Guillermo I gobernaba autoritariamente en todo el territorio de los Países Bajos y ofendía gravemente el patriotismo de los belgas imponiéndoles la lengua y la administración de funcionarios holandeses. Dejó la enseñanza en manos de inspectores protestantes, restringió la libertad de prensa, ganándose la enemistad de los liberales y también de los grandes hombres de negocios, al obligarles a contribuir desproporcionadamente al pago de los intereses de la gigantesca deuda del Estado.La oposición de los belgas se hizo peligrosa en los Estados Generales en los que poseían 55 votos sobre 110. En este organismo fueron presentadas peticiones reclamando profundas reformas y Guillermo I, asustado por esta presión, intentó dar marcha atrás haciendo algunas concesiones a los católicos en materia de enseñanza y a los industriales en el tema de los impuestos. Pero ya era demasiado tarde. En 1830, los diputados belgas votaron contra el presupuesto, que fue rechazado, y el dirigente liberal De Potter llamó al país a la insurrección. La caída de la Monarquía legítima en Francia y la victoria del liberalismo en el país vecino constituían un ejemplo atractivo para los que sostenían la protesta.El 25 de agosto se produjeron graves incidentes en la Opera de Bruselas y como si todo estuviese preparado de antemano, la revuelta estalló simultáneamente en otras ciudades. La burguesía de las ciudades, temiendo desórdenes incontrolados en la calle, se organizó mediante Comités de Seguridad y una guardia civil armada, con el objeto de proteger sus propiedades. El rey quiso pedir ayuda a Prusia, pero Francia le hizo saber al monarca holandés que cualquier intromisión del ejército prusiano provocaría la intervención de las fuerzas francesas, con lo cual se impidió actuar a Federico Guillermo III. Guillermo I envió a sus dos hijos, el príncipe de Orange y el príncipe Federico a Bruselas con unos miles de soldados. Al encontrar las calles cortadas con barricadas, el príncipe de Orange entró solo en la ciudad y se comprometió a apoyar el programa liberal de llevar a cabo una separación total de los dos territorios, que a partir de entonces sólo tendrían en común el vínculo de la dinastía reinante. Las tropas holandesas se retiraron el 27 de septiembre y poco después, el 4 de octubre, un gobierno provisional belga formado por una comisión administrativa de liberales y católicos, proclamó la independencia. El gobierno provisional restableció enseguida la administración y la justicia y promulgó unos decretos restableciendo la libertad de enseñanza, de culto, de asociación y de prensa. El 27 de octubre se reunió en Bruselas el Congreso Nacional compuesto por 200 miembros y el 7 de febrero de 1831 votaba la Constitución de Bélgica.Francia e Inglaterra favorecieron en un principio la causa belga. Gran Bretaña, por medio de su nuevo ministro de Asuntos Exteriores, lord Palmerston, aceptó el hecho consumado y recomendó a los embajadores de otros países en Londres el reconocimiento por parte de sus respectivos gobiernos de la independencia belga. Por su parte, Francia ya hemos visto cómo no sólo aceptó de buen grado esta independencia, sino que se ofreció incondicionalmente a prestar la ayuda que fuese necesaria. Los líderes conservadores Metternich y el zar Nicolás no pudieron hacer nada por impedirlo ya que estaban ocupados, el primero con los desórdenes de Alemania e Italia, y el segundo con la sublevación polaca.El Congreso ofreció la Corona de Bélgica a Leopoldo de Sajonia-Coburgo, protegido de Inglaterra, el cual se hizo aliado de Francia al casar con María Luisa de Orleans, hija de Luis Felipe. De esa forma se implantaba también en Bélgica una Monarquía constitucional y triunfaban conjuntamente el liberalismo y el nacionalismo.Sin embargo, la fiebre de liberalismo que sacudía a toda Europa en aquellos momentos no consiguió hacer triunfar en todos los países en los que se intentó un régimen político de ese signo. Así ocurrió en Polonia, unida a Rusia desde 1815 como reino satélite y en la que su rey era el mismo zar. La política autoritaria de Alejandro hería los sentimientos nacionalistas de los polacos y cuando en 1825 se produjo el advenimiento de Nicolás I, las dificultades aumentaron considerablemente. El movimiento nacionalista comenzó a tomar fuerza y a organizarse en sociedades secretas. En Polonia existían dos partidos: por una parte, los moderados, que aceptaban como rey al zar y se conformaban con una mayor autonomía del país; de otro lado estaban los liberales, quienes se creían con la suficiente fuerza como para construir una gran Polonia independiente, republicana y liberal. La actitud hostil del zar ante las revoluciones de Francia y Bélgica provocó el estallido de la sublevación en Varsovia, que se inició en la Academia de Cadetes el 29 de noviembre de 1830. Los insurrectos llevaron a cabo una matanza de funcionarios rusos y el Gran Duque Constantino, virrey de Nicolás en Polonia, hubo de retirarse con sus tropas. La revolución se extendió a las provincias orientales y se proclamó la independencia de Polonia, nombrándose dictador al general Cholpicki. Pero la ayuda que esperaban recibir de Occidente no llegó y el zar Nicolás envió inmediatamente a un ejército para someter a los revolucionarios. Las discrepancias internas y las desavenencias entre los mismos polacos facilitaron la victoria del zar en una guerra que duró desde enero a septiembre de 1831. Los gobiernos liberales de Francia y de Inglaterra se limitaron a protestar ante Nicolás por las supuestas atrocidades del ejército ruso, pero ni uno ni otro se decidieron a intervenir.En efecto, la represión que sufrió Polonia como consecuencia de su actitud revolucionaria fue muy dura. Como la clase intelectual había sido el alma de la sublevación, la Facultad de Derecho de la Universidad de Varsovia fue cerrada y todos los fondos bibliográficos, de una gran riqueza, que existían en la Biblioteca Nacional, fueron trasladados a Moscú. Se suprimió la constitución liberal concedida en 1815 por el zar Alejandro, el Reino de Polonia fue anexionado al Imperio ruso como una provincia conquistada y el país fue ocupado por el ejército del zar con el objeto de reprimir cualquier rebrote de nacionalismo. El fracaso de la Revolución de 1830 constituyó un duro golpe para las aspiraciones nacionalistas y liberales de los polacos.La oleada revolucionaria de 1830 afectó incluso a los cantones suizos. En Suiza, el gobierno de sus 22 cantones se hallaba en manos de las aristocracias locales, que eran muy conservadoras. Sin embargo, a partir de 1825 comenzaron a producirse algunos cambios y algunos de ellos consiguieron constituciones más liberales. Los ejemplos de las revoluciones de Francia y Bélgica aceleraron esa corriente y, con el apoyo de estudiantes, periodistas y no pocos burgueses conectados con la industria local, se llevaron a cabo cambios semejantes en la mayor parte de los restantes cantones. Sin embargo, las transformaciones más importantes en el seno de la federación nacional suiza no llegarían hasta 1848.También en Italia, los sucesos de 1830 desencadenaron la agitación en algunas de sus regiones, aunque pronto fueron reprimidos por Austria. A finales de 1830 y comienzos de 1831 se registraron en Módena movimientos liberales que lograron derrocar al duque Francisco IV de Este. Esta revolución se extendió victoriosamente a Parma y a la Romaña, donde también fueron destituidos los gobiernos de María Luisa y del papa Gregorio XVI, respectivamente. Sin embargo, este último pidió ayuda al emperador austriaco Francisco I, quien envió un ejército a Italia restableciendo pronto la situación. Francisco IV de Módena mandó al cadalso a Menotti, líder de los insurrectos, y el papa facilitó la labor de las tropas austriacas, encarcelando a los principales elementos liberales. Si bien estas intentonas del liberalismo italiano fracasaron de momento, servirían para alentar en los años sucesivos el sentimiento nacionalista y antiaustriaco de los italianos.En los años siguientes (1830-1833) las sacudidas de la Revolución habrían de alcanzar también a España y Portugal, países en los que después de no pocas violencias, habrían de instaurarse en el poder regímenes de tipo liberal.