Mostró su apoyo al bombardeo sobre Alemania, organizando el primer ataque sobre la localidad gala de Rouen en agosto de 1942. Estando en la comandancia de la VII Fuerza Aérea acudió a la reunión celebrada en Casablanca. Durante el desarrollo de este evento defendió una vez más la estrategia de los bombardeos de precisión e insistió en proseguir con esta táctica sobre Alemania. Este plan se llevó a la práctica. En el escalafón de rangos, ascendió a teniente general y luego a comandante en jefe del Mando Aéreo en el Mediterráneo. Estando en Italia estableció un programa para bombardear sin cesar Alemania y los Balcanes. En 1944 diseñó el ataque sobre Montecassino y unos meses después intervino en la operación "Dragoon" y alcanzó el grado de comandante en jefe del Aire.
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Músico
Comienza a componer sus primeras obras en Madrid. Con Cepeda y Oudrid realiza "La Pradera del Canal", una de sus primeras zarzuelas. Después se trasladó a París, donde trabajó como profesor de la emperatriz Eugenia de Montijo. Su siguiente destino fue Cuba. En la isla estudia las creaciones musicales propias del lugar y muestra especial interés por las habaneras. Du nuevo regresó a París y luego a Vitoria. Es compositor de canciones para voz y piano, como las que aparecen es su colección "Fleurs d'Espagne". Estas canciones tuvieron mucho éxito y ninguna de las cantantes de la época dejó de interpretarlas. "El Arreglito", una de sus piezas más famosas sirvió de inspiración a Bizet para componer la habanera Carmen.
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La guerra de Iraq se produjo después de un ultimátum: o se plegaba a las inspecciones de la ONU, que desde hacía dos años no toleraba, o sería atacado por Estados Unidos, con la colaboración incondicional de Gran Bretaña y, previsiblemente, con el apoyo de la OTAN. La cuenta atrás comenzó en abril 2002. En ese mes se produjo la reunión del presidente norteamericano, George Bush, y del primer ministro británico, John Major, que, a la vista de la respuesta del presidente iraquí sobre las exigencias de inspecciones, habrían de decidir sobre la oportunidad del ataque. En caso afirmativo, éste podría desencadenarse a final del verano o comienzos del otoño del año en curso, pues Estados Unidos necesitaba recuperar sus arsenales de armas inteligentes, bastante vacíos tras el ataque contra Afganistán, y poner en pie de guerra un ejército que se estimaba en un mínimo de 200.000 hombres. Al tiempo, los servicios de inteligencia norteamericanos buscaban a los iraquíes dispersos por el mundo que huyeron de la dictadura de Saddam Hussein, para formar con los más preparados un Gobierno capaz de asumir la gobernación de Iraq cuando fuera derrocado su entonces presidente.
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Durante la noche del 30 de septiembre de 1918 penetró en Damasco la caballería rualla, encargada de apoyar la constitución de un Gobierno provisional árabe que, en nombre de Feisal, se hiciera cargo de la ciudad una vez que la abandonaran los turcos. A las 9 de la mañana del 1 de octubre, lo hizo el ejército árabe, encabezado por Lawrence y Nuri Said. Días después, cuando el general en jefe británico, Edmund Allenby, alcanzó la ciudad, ya ésta había tributado un fervoroso recibimiento a Feisal, hijo del jerife Hussein de La Meca, el soberano hachemí. Cuando Allenby y Feisal se saludaron, el británico entregó al príncipe, por medio de Lawrence, un telegrama: el Gobierno de Londres reconocía a los árabes como beligerantes. Fue un momento mágico: después de cinco siglos, los árabes se independizaban del Imperio Otomano. Si echar a los turcos había costado una guerra larga y dura, más difícil sería expulsar a las potencias europeas recién instaladas. Dos años antes de la toma de Damasco, mientras Lawrence convencía a los árabes de que les convenía colaborar con Gran Bretaña en la lucha contra los turcos, que presionaban desde el Sinaí sobre las posiciones británicas en el Canal de Suez, Londres y París cerraban el acuerdo que se conocería por el nombre de sus muñidores, Sykes-Picot. Por ese tratado, las dos potencias se repartían el Imperio Otomano: Gran Bretaña administraría la mitad sur de Mesopotamia y el norte de Arabia; Francia, el sur de Turquía y toda la costa del Mediterráneo Oriental, Líbano incluido; a los árabes les reconocían la independencia en el Hiyaz, es decir, en casi toda la Península Arábiga. La letra pequeña del acuerdo era aún más negativa para los intereses árabes, pero estos no se enterarían hasta después de la guerra: Londres y París se reservaban sendas zonas de influencia: la primera, Palestina y zonas costeras de Arabia; la segunda, el norte de Mesopotamia y Siria.
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La península de Anatolia y lo que hoy denominamos Oriente Próximo fue desde la época antigua el área en donde se entrecruzaban el mundo griego-helenístico y los intereses vitales de los pueblos iranios. El vacío que dejó el Imperio aqueménida fue reemplazado por el efímero imperio de Alejandro y más tarde por la breve etapa seléucida, hasta la irrupción en la parte más oriental del área de los nómadas partos procedentes del norte del Irán. Éstos lograron consolidarse bajo la dinastía de los descendientes de Arsenio, los arsácidas (240 a.C. hasta 224 d.C.), que introdujeron un factor estabilizador en el área frente al expansionismo romano en Mesopotamia. A partir del 224, a la muerte del último rey parto, se implantó en el Irán la dinastía sasánida, que tenía sus raíces en el propio territorio persa. Su primer soberano Ardashir (Artajerjes) basó su fuerza en el nacionalismo a ultranza y en hacer valer el ser descendiente de los aqueménidas a través de su abuelo, Sasán, sacerdote del templo de la diosa Anahita en Istajr. La nueva capital se instaló en Ctesifonte y desde aquí se recuperó el espíritu tradicional persa de la época de esplendor de los aqueménidas, consiguiendo aglutinar en torno de la nueva dinastía los territorios situados entre los pueblos turco-mongoles, el mar Caspio y el Imperio Romano, y sobre todo logrando el entendimiento de las fuerzas de la sociedad irania y persa hasta la conquista musulmana en el 650; de esta manera consiguieron frenar por algunos siglos el avance imparable de los pueblos de las estepas hacia el Próximo Oriente. La consolidación territorial iniciada por el fundador de la dinastía, Ardashir, fue brillantemente continuada e incluso ampliada primero por su propio hijo Sapor I (241-272) que derrotó e hizo prisionero al emperador romano Valeriano. el cual junto a otros muchos romanos más trabajó y murió en la construcción de la presa de Shushtär; después, Sapor II (310-379), siguiendo esta misma línea política, fue el vencedor de Juliano el Apóstata. Las guerras con Roma continuaron desde finales del siglo IV hasta la firma de un tratado que supuso la partición de Armenia entre los dos imperios y una centuria (la V) de paz que desplazó la problemática política irania a la preocupación desmesurada por los temas religiosos internos y a contener los ataques de los kusanas por la frontera oriental. El siglo V fue casi idílico en las relaciones entre el Imperio Romano de Oriente y el Imperio sasánida, como lo demuestra el hecho de que Yezdigerdes I (399-420) fuese nombrado por el emperador Arcadio tutor y protector de su heredero el todavía niño Teodosio II. Esta etapa de buenas relaciones entre ambos imperios supuso un gran intercambio en todos los campos, y se manifestó en Irán y Mesopotamia en la construcción de nuevas ciudades como Firuzabad, Veh-Ardashir, Neishabur y atrevidas edificaciones palaciegas en la capital Ctesifonte, así como la edificación del famoso templo del fuego en Djirah que, con su gran cúpula sobre conchas, fue sin lugar a dudas el precedente inmediato de las cúpulas semiesféricas bizantinas. El sucesor de Yezdigerdes I, Firuz (459-434), hubo de hacer frente a los hunos heftalitas o hunos blancos que habían desplazado en el frente oriental a los kusanas y a otras tribus de origen turco. Firuz tuvo, primero, que rendir vasallaje a los hunos, para después perecer en combate luchando contra ellos en 434, hecho que supuso una verdadera catástrofe ya que el ejército persa quedó diezmado mientras los hunos avanzaron sobre Herat e impusieron un pesado tributo anual al Imperio sasánida. La situación de crisis no se superó hasta el reinado de Kavad I (433-531) realizador de una serie de reformas sociales favorecedoras de los campesinos pobres, que disminuyeron los privilegios de la nobleza. Entre las reformas introdujo el mazdequismo (teoría socio-religiosa predicada por Mazdek que formó una secta dualista a finales del siglo V basada en las ideas de Mani y que planteaban toda una nueva cosmogonía), por la que imponía la comunidad plena de bienes y mujeres para todos sus súbditos, hecho que originó graves disturbios y levantamientos en el imperio. Kavad, debilitado por estas imposiciones, tuvo que solicitar ayuda a los hunos heftalitas (499) para mantenerse en el trono, y firmar una tregua con el emperador Anastasio, después de una guerra de cuatro años con Bizancio. Se reiniciaba temporalmente una nueva etapa de buenas relaciones entre los dos imperios, que llevó a los dos emperadores a ser tutores de sus respectivos herederos, Justiniano y Cosroes. Cosroes I (531-579) inaugura el periodo mas brillante del imperio sasánida. Los primeros años del nuevo reinado fueron aprovechados por el nuevo emperador bizantino, Justiniano, para atacar a los persas con un ejército mandado por su joven general, Belisario, pero éste fue derrotado en Calínico (531), junto al río Éufrates, teniendo los bizantinos que aceptar una paz humillante, mientas el ejército persa invadía Siria, se apoderaba de Antioquía (540), el Yemen, en el sur de Arabia, y dominaba el Cáucaso central, hasta entonces disputado por los bizantinos, los cuales veinte años más tarde pudieron recuperar la ciudad de Lázica (562) previo pago de un tributo anual de 30.000 monedas de oro. Cosroes, aliado con los turcos occidentales, venció a los hunos heftalitas en 562, eliminando este peligro constante del Asia central, hecho que le permitió, una vez controlados o eliminados sus enemigos exteriores, proceder a una serie de reformas internas, como fue la reglamentación de los impuestos, a base de un catastro según el cual las tierras pagaban según su tasa de fertilidad. Todo ello acompañado de grandes construcciones y la traducción a la lengua nacional persa (el pehleví) de obras fundamentales de la cultura griega de Homero, Platón y Aristóteles. Su hijo y sucesor Hormizd IV (579-590) tuvo que enfrentarse a la nobleza y el clero por favorecer a los cristianos, motivo por el cual fue sustituido por su hijo Cosroes II, el cual contaba con la ayuda del emperador bizantino Mauricio frente a las ambiciones de poder del general Bahram. Cosroes II (590-628) es el último gran emperador persa. Inició su reinado con la amistad de los bizantinos y especialmente del emperador Mauricio al que debió en realidad el trono. El asesinato de éste en 602 por instigación de Focas enfrentó a los dos imperios. Cosroes, hombre culto y refinado, se erigió en vengador de su amigo el asesinado emperador Mauricio, una vez hubo conjurado el peligro turco por el Oriente. Desde ese momento Cosroes se dedicó al saqueo de las provincias bizantinas de Siria, Palestina y Egipto (611-617), llegando a saquear Jerusalén, donde perecieron 50. 000 cristianos, y de donde se llevó la reliquia de la Vera Cruz. El golpe de Estado de Heraclio (610-641) y el final del reinado de Focas supuso un enderezamiento de la situación para los bizantinos y el inicio de un reinado crucial, ya que el nuevo emperador después de formar un nuevo ejército y realizar una verdadera desamortización para poder mantenerlo, contraatacó por el Cáucaso con la ayuda de los armenios, invadiendo el Azerbaiján (623) y derrotando a los sasánidas ante las ruinas de Nínive. La toma de Ctesifonte y del palacio imperial de Dastgrad en 623 culmino la campaña victoriosa de los bizantinos. En 630, Heraclio entró triunfante en Jerusalén con la recuperada reliquia de la Vera Cruz en sus manos. Ante estas gravísimas derrotas, Cosroes II fue destronado por la nobleza, que eligió como nuevo soberano a su hijo Kavad II (623). Éste hubo de firmar la paz, a costa de la evacuación de Armenia, Siria y Egipto y de la pérdida de parte de Mesopotamia recuperadas por Bizancio. En esta situación de descomposición territorial lo único sólido era los jefes territoriales (decanes), que llevaron a una regionalización del imperio. Cuando en 636 los árabes llegaron a Ctesifonte, no existía ninguna autoridad central, ya que el último hijo de Cosroes II, Yezdigerdes III (632-651), no era emperador más que nominalmente. A pesar de todo, el último emperador sasánida logró reunir un considerable ejército al mando del general Rostam que se enfrentó en Kadesiya a los árabes (637), en donde fue estrepitosamente vencido. Siete años después, en 644, los árabes alcanzaron la definitiva victoria de Nehaven, al sur de Hamadan, que les permitió la total ocupación del país. Yezdigerdes III aún pudo huir hacia el Norte en busca del apoyo turco, pero en 651 murió asesinado, desapareciendo el último representante de una dinastía que había dado días de gloria y esplendor a los persas.
Personaje
Político
La muerte de León IV de manera prematura el 8 de septiembre de 780 situaba a Constantino VI en el trono imperial. El nuevo emperador tenía diez años por lo que su madre, la emperatriz Irene, se hizo cargo de la regencia. El césar Nicéforo encabezará una conspiración que sería resuelta satisfactoriamente por la regente. La restauración del culto a las imágenes será el siguiente paso a realizar, puesto en marcha de manera lenta y precavida. A finales del año 784 fueron hechos públicos los planes del gobierno: se convocó un concilio ecuménico que debía restablecer el culto a las imágenes. Tuvo lugar en Nicea entre el 24 de septiembre y el 13 de octubre del año 787 y en él se condeno la iconoclastia como herejía y se restauró el culto a las imágenes. Cuando Constantino alcanzó la edad de gobernar solo, su madre quiso mantener las riendas del poder lo que motivó que un importante grupo de oposición se agrupase alrededor de Constantino. Irene consiguió eliminar una revuelta en la primavera de 790 y exigió ostentar la supremacía en la soberanía. Las tropas de Asia Menor apoyaron al joven Constantino y la emperatriz tuvo que abandonar el palacio pero a los dos años recuperaba el poder. Un nuevo movimiento favorable al césar Nicéforo fue rápidamente apagado con el cegamiento de los líderes, lo que motivó el estallido de una revuelta en Armenia. Para sofocar esta rebelión el emperador de nuevo recurrió a la crueldad. Paulatinamente Constantino iba perdiendo sus apoyos. El 15 de agosto de 797 era cegado por orden de su madre y nadie movió un dedo por él. Irene conseguía su propósito: gobernar el Imperio en solitario. Era la primera mujer que lo hacía. Sus métodos de gobierno no fueron muy afortunados ya que en la corte se respiraba un aire cargado de intrigas. Para atraerse a la población disminuyó los impuestos, favoreciendo a los monasterios y a la población de Constantinopla. Las arcas del Estado sí notaron estas reducciones. En la política exterior Irene tuvo que observar como el papa León III coronaba emperador a Carlomagno el 25 de diciembre del año 800. Esta coronación suponía un importante perjuicio de los intereses bizantinos, considerando Irene que este acto significaba una usurpación. El Imperio se separaba definitivamente en dos partes. Para solucionar las diferencias Carlomagno enviaba una misión diplomática con una propuesta de matrimonio. Antes de su llegada se produjo una revolución en palacio que destronaba a Irene el 31 de octubre de 802. La emperatriz era desterrada a las islas de los Príncipes, dirigiéndose después a Lesbos donde falleció. Nicéforo I será su sucesor.