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Vista de conjunto de la Crónica del Perú Hay una clara diferencia entre la Primera Parte de la Crónica del Perú y las dos restantes: la Primera --única cuya impresión pudo supervisar Cieza-- tiene un aire mucho más definitivo que las otras. La Segunda comienza por tres capítulos que alguien consideró fuera de lugar, y suprimió, aunque salieron completos de manos de nuestro autor, ya que Sarmiento de Gamboa parece transcribir párrafos completos hoy desaparecidos; en la Tercera Parte el fenómeno es inverso, faltan capítulos en la cola, que en nuestra edición crítica he tenido que completar con los homólogos de las Décadas herrerianas. El siguiente tratado de Cieza, que se centra en torno a la batalla de Salinas, comienza y concluye con más solemnidad que cualquiera de los anteriores, iniciando así en las guerras civiles un bloque más coherente que la Crónica del Perú. La Crónica era --en la idea de Cieza-- la introducción a lo que él consideraba de mucha mayor importancia y trascendencia: las guerras civiles, porque ciertamente --dice-- además de ser muy largas pasaron grandes acaecimientos, y que no ha habido en el mundo gentes de una nación que tan cruelmente las siguiesen, olvidados de la muerte, e no dándose nada por perder la vida por vengar unos de otros sus pasiones... Como tercera razón de la importancia de estas guerras está --en opinión de Cieza-- el número de los muertos españoles, considerado en relación con la lejanía del teatro de las operaciones bélicas: ya que tanta admiración causa decir acá que hay juntos quinientos españoles, como en Italia cuando dicen que hay veinte mil... Grandeza relativa, pero grandeza que, aunque trágica, constituye en estas guerras un tema de interés humano indiscutible. Según eso, y en contraste con un enfoque actual, son las guerras, con sus multitudes encarnizadas y con el número de los muertos en ellas, el tema central y de primario interés, al que se subordinan los libros de la Crónica que preparan el escenario y lo sitúan en la historia universal y en la geografía americana. Si los tres libros de la Crónica preparan el escenario para el cruento final de las guerras civiles, los dos primeros lo preparan para el acto previo a la gran tragedia que es la ruptura entre los dos otros amigos y socios en descubrimientos y conquistas, don Francisco Pizarro y don Diego de Almagro; cuya ruptura se hace clara y definitiva en el último desarrollo que forma la trama del libro tercero. En la mente de Cieza, este desarrollo tan trágico e inexplicable recibe la correspondiente iluminación desde el que llamaríamos piso superior de la providencia, en esquema épico de puro corte clásico. A lo largo de la acción no aparecen, como en la Iliada, los dioses que están del lado de Francisco Pizarro, el indiscutible héroe a los ojos de Cieza, pero sí asoman de modo insistente las fuerzas del mal, que Cieza identifica como los demonios empeñados en hacer fracasar aquella conquista que debería haber sido evangélica y pacífica; como en realidad parecía presentarse en los primeros contactos en las costas septentrionales peruanas entre los indígenas y los españoles, que venían envueltos en mitos ancestrales que aquí eran Viracocha, como en México habían sido Quetzalcoatl. En ese planteamiento, Cieza encuentra algo que perturba su mirada, que hubiera querido ser de un contraste total: sus héroes --los cristianos-- hubieran debido ser perfectos en su línea de caballeros; en tanto que todos los malos deberían haberse amontonado en el campo contrario como huestes del demonio. Cieza no puede ignorar que la realidad parece cambiar los campos y hace malos a los buenos; y Cieza lo acepta y no deja de comentarlo con un énfasis que procede no de lo que llamaríamos lascasismo, sino de una especie de decepción que le acongoja; de ahí la insistencia en anotar los excesos de sus colegas los conquistadores y la frecuencia con que alaba las virtudes humanas y sociales de los incas. Carmelo Sáenz de Santa María Acad. corresp. de la Historia
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Vocación a Indias Estaba en Córdoba nuestro Pedro cuando se llenó Andalucía con las nuevas del Perú al arribar a Sevilla a principios de 1534 la expedición que capitaneaba Hernando Pizarro; y que era portadora del rescate de Atahualpa que comprendía, entre otras riquezas, 155.000 pesos de oro, medio millón de marcos de plata; a los que se agregaban objetos que no habían pasado por la fundición: una cuarentena de vasijas de oro y otras tantas de plata. Todo ello destinado al emperador como perteneciente al 20 por 100 de su soberana regalía. Tampoco faltaban participaciones para los restantes capitanes y soldados que habían decidido retirarse de la empresa peruana y gozar en la patria de un merecido retiro. Nuestro treceañero, con su recién estrenada pubertad, se consideró aludido en el libro con que uno de los expedicionarios triunfalmente regresados, Francisco López de Xerez, describía aquel espectacular desembarco. Debió impresionarle, sobre todo, aquella estrofa en que Xerez se describía a sí mismo saliendo de Sevilla en quince años de su edad. Veinte años había pasado allá, y como detallaba Xerez: los diecinueve en pobreza, y en uno, cuanta riqueza ha ganado y trae acá. Cieza veía despoblarse Córdoba de su mejor juventud; dejando abandonadas a sus mujeres, sin hacer caso de quienes les aconsejaban un mínimo de prudencia que el genio popular tradujo en esta copla que nunca olvidó Pedro: Los que fuéredes al Perú guardaos del cucurucú... Ballesteros opina que Pedro fue enviado a Indias para que se iniciara en los negocios de su amplia familia; me hace la impresión de que se trató de una decisión juvenil y poco meditada, que resultó bien en conjunto, pero que estaba llena de riesgos. Se conservan dos asientos de pasajeros a indias que pueden corresponder a nuestro escritor: el primero está datado a 2 de abril, y el segundo a 3 de junio. La primera expedición estaba capitaneada por Juan del Junco, y llevaba Cartagena como destino; la segunda se inscribe en el grupo de Manuel Maya, y tendría como punto de atraque Santo Domingo. De la primera nos consta que tuvo un fin desastroso: el armador Cifuentes, que había adelantado el capital necesario para ser cancelado con la primera ganancia en indias, nunca llegó a esta reposición; resultándole una pérdida de más de un millón de maravedís. La providencia veló por nuestro Pedro haciendo que pasara en Santo Domingo aquella especie de temporada de aclimatación que salvó la vida de muchos. Empieza su carrera de escritor En Cartagena de Indias (Calamar, en lengua indígena) pasó su primera temporada en el continente americano: paseando, como otros muchos, su aburrimiento y primera decepción; pero, a diferencia de otros, anotando todo lo que le llamaba la atención en aquella naturaleza, mitad marisma, mitad selva, y en todo momento abundantes mosquitos. Oyó hablar del territorio del Perú, donde abundaban las sepulturas con ricos depósitos de objetos de oro. Y se inscribió en la expedición que puso en marcha el licenciado Vadillo, comenzando así el largo peregrinar por el espinazo de los Andes, que no concluiría hasta la ciudad minera del Potosí, en la actual Bolivia, con lo que se cerraron los ocho mil kilómetros que Cieza realizó: de norte a sur por los Andes, y de sur a norte navegando por la costa. Su primer planteamiento de escritor se centró en la costa norte de la actual Colombia; y ya tenía preparado hasta el título: Relación de las cosas sucedidas en las provincias que confinan con el mar Océano. Según fue centrándose su interés en el Perú bajó el que habían despertado las regiones septentrionales del semicontinente sur; pero sus apuntes de viajero observador quedaron incorporados a la Primera Parte de la Crónica del Perú, que se abre con la descripción de la costa del Pacífico, desde Panamá hasta las tierras de Chile: trayecto que él hizo en sentido contrario (sur-norte) desde el Callao de Lima. El trayecto marino no representa un viaje de Cieza, ya que lo hizo en sentido contrario; en cambio, el camino terrestre desde el golfo de Urabá (actual Colombia) hasta el cerro del Potosí (actual Bolivia) fue recorrido en su integridad por nuestro caminante; aunque, probablemente, no siempre a pie, ya que nos consta que lo hizo como soldado de caballo cuando se incorporó a la hueste de Hernández Girón que acudía al llamamiento del Visitador don Pedro de la Gasca. El primer tramo de su viaje terrestre lo hizo con el visitador Vadillo, y con él llegó a la ciudad de Cali, donde la expedición, al encontrar va zonas exploradas por los castellanos, se deshizo. Para Cieza esto significó el cambio de jefe y el paso a la esfera de influencia de Jorge Robledo, que le fue beneficiosa en más de un sentido. Jorge Robledo era un soldado veterano en Europa y en Indias: en América se había estrenado con el duro Nuño de Guzmán y, con el romántico Pedro de Alvarado. Se nos dice que formo en el primer grupo de vecinos que fundaron la ciudad de San Salvador; y suponemos que pasó al Perú en la expedición de Alvarado, aunque no aparece su nombre en las listas de soldados que acompañaron a don Pedro. Robledo había quedado en Cali por orden de Belalcázar; y allí lo encontró la expedición de Vadillo y la más próxima de Lorenzo de Aldana, que lo acostumbraron a los típicos vaivenes de gobernadores y visitadores, con los que no cabía excesiva sumisión: ya que la sumisión al uno pudiera significar la ruptura con el otro. En aquel momento Robledo había decidido marchar hacia el norte en el viaje opuesto al seguido por Cieza bajo las órdenes de Vadillo; y con propósitos semejantes, aunque de contrario signo: establecer una zona que pudiera dar base a una gobernación que le fuera eventualmente otorgada. En ella --siguiendo la costumbre de sus antecesores--, Robledo procedió a la fundación de villas castellanas, con sus cabildos, y su rollo o picota --símbolo de la justicia--, que nunca faltaba. En la documentación referente a Robledo encontramos la fundación de Santa Ana de Ancerma (1539), y Cartago (1540). En ninguna de estas ocasiones se ve la firma de Pedro de León, pero sí aparece en la de Antioquía (1541), fundaciones éstas que encendieron el interés de Pedro por las actuaciones legales de los castellanos y su complemento de actas fundacionales, calzadas por las firmas de fundadores y primeros vecinos: estos papeles despiertan un interés de escribano y de cronista y bautiza su nuevo proyecto histórico con el título secundario de las Fundaciones. En Robledo encontrará Pedro un jefe interesado en el oficio de escritor, y con él tendrá siempre tiempo para pasar sus impresiones al papel en un libro, que al cabo de los años formaría su primicia literaria con el título de Primera Parte de la Crónica del Perú. Era frecuente en aquellos tiempos encabezar una obra que se pretendía larga y detallada con el título algo comprometido de Primera Parte, a riesgo de quedar solitaria en la bibliografía. Sin adelantar el tema, hay que decir que así sucedió en el caso de esta Crónica, que mantuvo su primeriza soledad desde 1553 hasta muy avanzado el siglo pasado (1880), en que Jiménez de la Espada editó la segunda parte, quedando inédita la tercera hasta 1979.
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Las primeras noticias que hizo llegar Cortés a España (1519) De la festinada salida de Cortés, al tiempo en que Velázquez quiso quitarle el mando de la expedición, de la travesía de sus barcos que tocaron varios lugares a partir de la isla de Cozumel y Yucatán, hasta que desembarcó en las costas de Veracruz el jueves Santo de 1519, habrían de informar muy pronto el mismo Cortés y el Cabildo que, a instancias suyas, quedó allí constituido11. Las cartas que don Hernando dispuso fueran llevadas a España con ricos presentes para el Emperador, confirmarían y ampliarían las noticias que corrían ya en el Viejo Mundo gracias a los informes que había hecho circular Benito Martín, el referido capellán de Diego Velázquez. Para llevar las cartas de Cortés y del cabildo de Veracruz, salieron en la nao capitana, en calidad de procuradores, Francisco de Montejo y Alonso Hernández Portocarrero. La embarcación, en la que iba como piloto Antón de Alaminos, zarpó el 16 de julio de 1519 con rumbo a España. Llegados a Sanlúcar, no obstante una serie de contratiempos, los procuradores de Cortés lograron en esencia su cometido. Por una parte las comunicaciones del Cabildo de Veracruz y de don Hernando llegaron a manos del Emperador. Por otra, los presentes de oro y plata, así como otros objetos suntuarios y dos libros o manuscritos indígenas fueron remitidos a Valladolid para que pudiera allí contemplarlos el monarca que en ese momento salía de Barcelona con rumbo a La Coruña en donde se embarcaría luego con destino a Flandes. Aunque es cierto que ni las comunicaciones del Cabildo de Veracruz ni la escrita por don Hernando fueron dadas a conocer públicamente, el viaje de los procuradores Montejo y Hernández Portocarrero no resultó vano para los ulteriores planes de Cortés y asimismo para una más amplia difusión en España y fuera de ella de las noticias referentes a esas tierras tan ricas, habitadas por gentes que vivían en ciudades con mucho orden y acomodo. En tanto que, un siglo después el erudito Antonio de León Pinelo manifestaría, a modo de explicación de por qué no se supo más de esta primera carta de don Hernando que, parece es la que se mandó recoger por el Real Consejo de Indias a instancias de Pánfilo de Narváez12, consta, en cambio, que los procuradores, entrevistándose con el cronista real Pedro Mártir de Anglería (1455-1526), hallaron en él otro camino para propalar las noticias que traían.
obra
Esta fue una de las varias versiones que Sisley realizó de las inundaciones de este lugar cercano a París, donde el pintor vivió varios años. Sisley se sintió atraído por la representación del agua, las brumas y los cielos nubosos, logrando plasmar toda una serie de matices cromáticos y sensaciones poéticas. En aclaración a esta manera de pintar, él mismo confesaba: "Es necesario que la factura, en ciertos momentos arrebatada, comunique al espectaador la emoción que el pintor ha sentido".
Personaje Escultor
Interesado desde su juventud por la escultura, se formó en el taller de escultura industrial de su padre y en la Escuela de Bellas Artes de Madrid, trabajando desde bien joven como restaurador en la mezquita de Córdoba donde continuó su formación. En un primer momento se interesa por Rodin pero al mismo tiempo no duda en sentirse tentado por el arte oficial de las Exposiciones Nacionales, obteniendo en la de 1899 una primera medalla. En palabras de Gaya Nuño: "pocos escultores hicieron cosas tan rechazables y tan rigurosamente feas como él las hizo, pero pocos acertaron en obras de tanta hermosura". De 1920 es su primera obra de interés, Forma, con la que obtiene la Medalla de Honor de la Exposición de ese año. También interesante es la estatua ecuestre del Gran Capitán, de la cordobesa plaza de las Tendillas. En Madrid también realizó algunos monumentos de importancia como el del pintor Rosales y el de Lope de Vega, ante la iglesia de la Encarnación, renovando con sus trabajos la escultura de su tiempo.
obra
Los horrores de la guerra y la posguerra alemanas se concentran en esta imagen de Otto Dix. La dureza de los temas de Dix -los mismos que en las obras de Grosz- se acentúa por su forma de presentarlos: fría y minuciosa. Dix narra con lucidez, sin hacer concesiones al espectador, lo que vio en la guerra. Voluntario para ver y aprender, una vez acabada la contienda seguirá viendo los mismos, o semejantes, horrores en la vida diaria, en la realidad torturada de la posguerra alemana.