Busqueda de contenidos

contexto
Hallazgo del original En Stratfield Saye estaba el original de la Historia General de Fr. Martín, esperando su hora. Esta iba a venir por caminos bien impensados, aunque dentro del marco de las investigaciones históricas. En 1950 era Presidente de la Real Asamblea de la Historia el Excmo. Sr. D. Jaime Fitzjames Stuart Portocarrero, Duque de Berwick y de Alba, que mantenía -después de sus años de Embajador en Inglaterra, y por razones familiares- una excelente amistad con el entonces Duque de Wellington. Por él supo el de Alba la existencia de las cartas de desafío que se habían cruzado entre Carlos I de España y Francisco I de Francia, y que se encontraban también en la Biblioteca de Wellington, procedentes de la batalla de Vitoria. A petición del Presidente de la Real Academia de la Historia, Wellington remitió, en depósito y para su estudio, las Cartas, cuyo comentario fue encomendado a la académica de número y Bibliotecaria Perpetua, doña Mercedes Gaibrois de Ballesteros, que deseó, al tiempo que las estudiaba, conocer la historia de cómo había llegado a manos de la casa Wellington. Así se conoció todo lo que ya sabemos y que, lo que era más importante, que no eran presa única, sino parte de una colección de manuscritos del más alto interés, relativos al Perú. Se imponía una más detenida inspección de los fondos de la Biblioteca Wellington26. La referida inspección fue encomendada al entonces profesor de la Universidad de Madrid, asistente de la cátedra del autor de este estudio, Dr. D. Miguel Enguidanos Requena, a cuyo profundo conocimiento de las cosas de América no le pasó por alto la importancia del manuscrito original, y un telegrama a Madrid, lacónico pero expresivo, daba la gran noticia: Original Murúa localizado Biblioteca Duque Wellington. El descubrimiento estaba hecho, sólo faltaba proceder a su edición. Esto sucedía en el año 1951, en cuyo mes de septiembre se celebraba en Lima el cuarto centenario de la fundación de la Universidad de San Marcos, para lo cual se convocó el I Congreso Internacional de Peruanistas. Esta fue la ocasión de dar a conocer el descubrimiento, para lo cual redacté una comunicación, ilustrada con diapositivas de las ilustraciones, que despertó entre los peruanistas el apetito de conocer una obra cuya pérdida se lloraba, por la ya mencionada defectuosidad de las ediciones de una copia mala e incompleta. Habría que esperar diez años, hasta 1961, en que apareció la edición Ballesteros, ya reseñada. Este original es el que hoy estudiamos y editamos. El P. Bayle, en su Introducción a su edición27 ya preveía que algún día habría de encontrarse el original y, proféticamente, decía lo siguiente: El deseo es que la presente edición se arrumbe pronto y definitivamente, por otra perfecta exacta, fiel al pensamiento y lenguaje de Fray Martín de Murúa: sin huecos ni equívocos. El día que aparezca el original auténtico, el libro gana de golpe treinta y tres capítulos sobre la edición de Lima y trece sobre ésta. Y de los más enjundiosos y nuevos, porque se refieren a las costumbres e idolatrías, donde la experiencia personal de un párroco descubre rincones e intimidades repletas de interés. Evidentemente tuvo razón el P. Bayle. El original, aparte de la autenticidad deseada, no coincide con lo ya conocido por la copia del Mss. Loyola, y en vez de cuatro libros, torpemente adobados, con refundición de capítulos y desglose de otros, tiene tres libros conforme a un esquema sólido y lógico, con un total de 163 capítulos. Los capítulos con materias distintas a las ya conocidas, se elevan a sesenta, en vez de los treinta y tres que precedía el P. Bayle.
contexto
II. Tradición textual A mediados del siglo pasado los conocimientos sobre la procedencia del texto de la crónica eran los siguientes, en palabras de Joaquín García Icazbalceta en la Advertencia que estampó el 15 de agosto de 1851 al frente de su ejemplar: Escribióse esta Crónica Mexicana hácia el año de 1598, según se deduce de su mismo contexto (Véase el folio 358 v.) y poseyó el MS. original D. Lorenzo Boturini Benaduci, en cuyo catálogo se encuentra asentado con el núm 11 del § VIII. De este original de Boturini sacó una copia el historiador D. Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, y de esta se tomó, segun la advertencia del colector, la que existe en el Archivo General de la Nacion. Según todas las apariencias la presente copia se sacó de la del Archivo, en el mismo año de 1792 en que se hizo aquella, ó acaso directamente de la que perteneció a Veytia. No he tenido la oportunidad de cotejar la mía con la del Archivo, y acaso lo haré más adelante. El Dr. Beristain en su Bibliotheca Hispano Americana Septentrional (tom. 1, pag. 66) da á entender que no vió esta Crónica y la cuenta por perdida. No es extraño este descuido del Dr. Beristain, porque en su Biblioteca se encuentran á cada paso pruebas de que nunca vió la colección de Memorias Históricas formada de órden del Virey Revillagigedo, que hoy se guarda en el Archivo General. El Sr. Lucas Alaman en sus Disertaciones (tom. 2, pág. 86) lamenta tambien la pérdida de esta Crónica; pero ambos escritores se equivocaron por fortuna y aún conservamos este preciso documento. (...) Sería de desear que esta obra viese la luz pública en su lengua original, porque solo se ha impreso una traduccion francesa de ella trabajada por Mr. Ternaux-Compans, quien la ha publicado en los Nuevos Anales de Viages. (...) México Febrero 18 de 1850 La Crónica de Tezozomoc ha sido recientemente impresa en su lengua original en el IX volumen de la magnífica colección de Kingsborough (Antiquities of México, London, 1830-48). Sirvió de original para dicha impresión una copia tomada de la que está en el Archivo general. Agosto 15 de 1851 7. Pocos años más tarde, en 1878, los conocimientos acerca de la historia de este texto habían mejorado solo muy ligeramente. Orozco y Berra los expone detalladamente: Ignoramos cuándo terminó su labor Tezozomoc: respecto de ella, hé aquí la mencion mas antigua que encontramos: "El sitio que ocupa el hospital (de Jesus) se llamaba antes de la conquista Huitzillan, y era famoso por un suceso extraordinario acontecido en él. El emperador Ahuitzotl hizo conducir á la ciudad por una atargea (cuyas ruinas dice Carlos de Sigüenza y Góngora que se veian en su tiempo), el agua de la fuente de Acuecuexco, inmediata á Cuyoacan, la cual rebozó en este paraje con tal exceso, que causó una grande anegación en la ciudad, con mucho estrago de sus edificios y habitantes, y como esta agua no era ni es caudalosa, tal anegación se atribuyó a una causa maravillosa y arte diabólico. Sigüenza cita la historia de los mexicanos que escribió D. Hernando de Alvarado Tezozomoctzin, hijo del emperador Cuitlahuatzin, sucesor de Moctezuma, cuya obra tenia manuscrita en su libreria, y en ella se refiere este suceso en el cap. 82, fol. 113."1 (...) Sigüenza donó sus manuscritos al Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de jesuitas y tal vez su ejemplar fué el visto por Clavigero, quien le menciona en estos términos: --"Fernando de Alvarado Tezozomoc, indio mexicano. Escribió en español una Crónica Mexicana hacia el año de 1598, que se conservaba en la misma libreria de jesuitas".2 Los volúmenes MSS. donados ascendian á 28, de los cuales quedaban solamente ocho en el año 1750 al ser consultados por José Eguiara y Eguren para formar la Bibliotheca Mexicana 1855, habiendo desaparecido el resto: á la expulsión de los jesuitas, los manuscritos restantes se llevaron a la biblioteca de la Universidad, en donde acabaron por perderse. De aquí dimana lo dicho por algunos escritores, afirmando no existir copia alguna de la Crónica de Tezozomoc. Merced a las laboriosas indagaciones del distinguido caballero Lorenzo Boturini Benaduci reapareció de nuevo la obra, de la cual da noticia el descubridor en los siguientes términos: --"Crónica Mexicana en papel europeo, escrita en lengua castellana por Don Hernando de Alvarado Tezozomoc cerca del año de 1598 y contiene 112 capítulos, desde la gentilidad, hasta la llega del invicto Don Fernando Cortés á aquellas tierras. Es la primera parte y falta la segunda".3 Debemos poner este hallazgo antes del año 1773 por 1743, en que Boturini fué puesto preso y sus papeles le fueron embargados. Por fortuna la rica colección formada por Boturini estuvo toda ó en parte en poder de Don Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, á quien aprovechó para escribir su historia; á la muerte de Veytia la colección pasó á la secretaria de cámara del virreinato, en donde la humedad, los ratones y los curiosos la cercenaron bastante; Antonio de León y Gama y el P. José Antonio Pichardo la disfrutaron, sacando copias de pinturas y manuscritos; lleváronse los restos á la biblioteca de la Universidad, en donde se redujo a casi nada, y los residuos fueron puestos en el Museo Nacional para sufrir la última merma. J. M-.A. Aubin cuenta lo que de estos monumentos existe en su poder. Por este camino estuviera perdida segunda vez la obra, á nos ser porque Veytia sacó copia del ejemplar de Boturini hacia el año 1755. (...) Deseoso el Gobierno español de reunir materiales para la formación de la historia de sus posesiones en América, remitió órdenes a México (ya otras veces lo habia hecho en el mismo sentido,) para que se formase una copia, y se remitiese a España, de los documentos mas importantes al intento. Nada hicieron de provecho en la materia los vireyes D. Martin de Galvez (1783-1784,) D. Bernardo, de Galvez (1785-1786,) y D. Manuel Flores (1787-1789.) Por real orden de 21 de Febrero 1790 se recordó lo antiguainente mandado, pidiendo expresamente se remitieran á la Corte los siguientes documentos: los papeles del Museo de Boturini (...). Gobernaba á la sazon la colonia el buen conde de Revilla Gigedo 1789 a 1794, quien encomendó la tarea al religioso franciscano Fr. Francisco Figueroa, quien tanta priesa se dió en su trabajo que pudo presentarle concluido en menos de tres años, el de 1792. La colección manuscrita fue llamada: --"Memorias para la Historia Universal de la América Septentrional, que por el año de 1792, se dispusieron, extractaron y arreglaron en este Convento grande de N.S.P.S Francisco de México"8 (...) Tres ejemplares se hicieron de la colección. El uno fué remitido á España; túvole en su poder D. Juan Bautista Muñoz y vióle Ternaux-Compans, quien da un extracto del catálogo1: existe actualmente en la Biblioteca de la Real Academia de la Historia en Madrid. El segundo ejemplar quedó en la secretaria del Vireinato, de donde pasó al Archivo general (...) El tercer ejemplar quedó en la biblioteca del convento principal de San Francisco de esta ciudad, de donde desapareció por volúmenes separados, pasando á poder de diversos particulares mucho antes de la extincion del convento y de la órden. A esta cuenta, las copias de la Crónica de Tezozomoc eran ya cuatro, contando por primera la de Veytia. La obra de Tezozomoc ocupa el volúmen XII de estas colecciones, bajo este título: Crónica mexicana, por D. Fernando Tezozomoc, y al frente puso lo siguiente el P. Figueroa: --"Advertencia del Padre Colector. Don Fernando Alvarado Tezozomoc fué sin duda, uno de los investigadores mas diligentes de las antigüedades mexicanas (...) --Clavijero se aprovechó de muchas noticias de Tezozomoc para su historia: lo mismo hizo D. Mariano Veytia para la que compuso en la Puebla de los Angeles (...) El hábil Boturini que hace particular mencion de esta primera parte de Tezozomoc, en su catálogo, solicitó la segunda y no la pudo conseguir. De la crónica MS. Que fué de Boturini sacó D. Mariano Veytia un ejemplar por el año de 1755, y del ejemplar de Veytia se sacó la presente copia á que se aplicaron las atenciones que debia inspirar el conocimiento de la importancia de la obra. --Certifico que esta crónica se ha copiado exactamente de un ejemplar que fué de D. Mariano Veytia. México, veinte y uno de Noviembre de mil setecientos noventa y dos-- F. Francisco García Figueroa"9. Parece claro, pues, que todos los ejemplares conocidos de este texto provienen de la copia que hizo Veytia en 1755 del ejemplar de Boturini. A las palabras de Orozco y Berra no hay sino añadir que no fueron tres sino cuatro las copias que se sacaron en 1792 del ejemplar de Veytia: dos, y no una, que fueron remitidas a España y están hoy en la Real Academia de la Historia, otra que de la Secretaría del Virreinato pasó al Archivo General de la Nación en México, y otra más hecha para el archivo del convento franciscano, cuyo paradero es hoy desconocido. Asimismo, hay que puntualizar que la copia perteneciente a García Icazbalceta, cuyas diferencias con la de Orozco y Berra eran, dice este, relativamente importantes, no es seguro que procediera directamente de la del archivo del convento franciscano, sino quizás de la del Archivo General, como el mismo García Icazbalceta señala, aunque ambiguamente, al no aclarar de cuál de los dos archivos procede. A partir de 1792, año de la Colección de memorias de Nueva España, o incluso algo antes, a partir de 1755, año de la copia de Veytia, la historia y la procedencia de los manuscritos actualmente existentes son muy probablemente conocidas. La historia del texto antes de 1755, en cambio, no podía hacerse más que a partir de suposiciones no comprobables puesto que se consideraba perdida la copia de Veytia y, sobre todo, se desconocía el paradero del ejemplar de Boturini, que este aseguraba ser el original de Tezozomoc y del que aquella era copia. Pero en 1954 un artículo del profesor D. W. McPheeters dio a conocer la existencia de Un códice desconocido de principios del siglo XVII de la Crónica mexicana de Hernando de Alvarado Tezozomoc10. Después de indicar los pocos datos conocidos sobre el autor, McPheeters identifica el códice como perteneciente a Boturini, aunque sin precisar en qué se basa para ello, lo describe sumariamente, y acaba con una hipotética reconstrucción de su historia. McPheeters debió de examinar apresuradamente el manuscrito en 1951 por lo que cometió algunos errores en su descripción que todavía perduran. Su presentación, en efecto, fue durante casi 20 años la única fuente de conocimiento disponible pues hasta 1969 el manuscrito era propiedad del librero, bibliófilo y coleccionista neoyorquino Hans P. Kraus. Por esa fecha este lo donó, junto con un centenar y medio más de documentos, a la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. El conjunto, conocido como Colección Hans P. Kraus de manuscritos hispanoamericanos, se puso a disposición del público a principios de los años 70, fecha a partir de la cual fue posible consultarlo con todo el detenimiento necesario. Eso es precisamente lo que hizo en primer y hasta hoy único lugar el encargado de la Guía de esa colección, el historiador J. Benedict Warren de la Universidad de Maryland11. La conclusión más importante que saca Warren de ese examen corrige la especie difundida por McPheeters: el manuscrito Kraus está incompleto, falto de dos folios, con sus dos capítulos correspondientes. Por tanto, todas las copias hechas del mismo están igualmente faltas de esos dos capítulos, aun cuando lo ignoren: reducen los 112 capítulos y 160 hojas originales a 110 y 158, respectivamente, eliminando erróneamente la solución de continuidad entre el principio del capítulo 3 y el final del capítulo 5. El final del capítulo 5 queda así convertido en final del capítulo 3 --creando, naturalmente, un non sequitur discursivo--, el capítulo 6 se convierte en capítulo 4 y se numeran de nuevo todos los demás capítulos y hojas con una correspondiente disminución de dos cifras: El texto tenía originalmente 112 capítulos, pero le faltan dos hojas (4-5), que contenían el final del capítulo 3, todo el capítulo 4 y el principio del capítulo 5. D. W. McPheeters, que describió este manuscrito, ... desechó la idea de que faltara texto alguno, pero es evidente que donde hay ahora dos números de página ausentes, con una correspondiente falta de dos números de capítulo, debe faltar algún texto. Las ediciones impresas de la obra ocultaban el salto en el texto numerando de nuevo los capítulos, a partir del capítulo 6 (capítulo 4 en las versiones impresas). Al hacerlo probablemente seguían las copias manuscritas hechas al final del siglo XVIII12. El manuscrito Kraus difiere pues de todos los demás conocidos de esta crónica por el hecho de evidenciar el estado original del texto como escrito en 160 hojas, no en 158, y dividido en 112 capítulos, no en 110. Pero también difiere en otras muchas ocasiones en materia de ortografía, de sintaxis y hasta de fraseología. Véase como simple botón de muestra este pasaje en sus dos versiones (al texto del manuscrito Kraus no se le han añadido más que los signos de puntuación y las mayúsculas de los nombres propios, además de separar las palabras): Durante estas guerras murió Teçoçomoctli, rrey, y, abido los tepanecas su acuerdo, determinaron <en>tre ellos, pues era muerto Teçoçomoctli, <que> hera bien <que> fuesen a matar Acamapichtli, su generaçión, proçedido que era el rrey Chimalpupuca su hijo, y, muerto, que <en>tenderían los de Aculhuacan, texcucanos, y Culhuacan la rrazón por que los mataron los tepanecas: "y temernos an los unos y los otros con esto que hagamos en Chimalpupuca y mexicanos". Rresolutos con esto y armados, con traición fueron a Tenuchtitlan los de Azcapuçalco y mataron al rrey Chimalpupuca y a su hijo Teactlehuac, quedando la rrepública mexicana sin govierno ni rrey <en>tre ellos <que> los governase (Ms. Kraus, Cap. VII). Durante estas guerras murió el rey Tezozomoctli, y habido los tepanecas su acuerdo, pues era muerto Tezozomoctli, determinaron entre ellos que era bien fuesen á matar á Acamapichtli y su generación, de donde había procedido el rey, que era Chimalpopoca su hijo, y muerto éste, que entenderían eso los de Aculhuacan, tezcucanos y Culhuacan, que es la razón porque los mataron los tecpanecas; con esto temernos han los unos y los otros, esto es, matar á Chimalpopoca y mexicanos. Resuelto con esto y armados, con traicion fueron á Tenuchtitlan los de Azcaputzalco y mataron al rey Chimalpopoca y á su hijo Teuctlehuac, quedando la República Mexicana sin gobierno, ni rey entre ellos que los gobernase (Orozco y Berra, Cap. V). Es evidente que estas diferencias se deben no sólo a errores de copia sino a la voluntad de castellanizar el texto limándole incorrecciones. Sabemos que no fue Orozco y Berra quien lo hizo. Así lo afirma y no hay razón para dudar de ello. Como él usó una de las copias de la Colección de Memorias de Nueva España, es a los copistas de esta o, mejor dicho, al único de ellos conocido, el Padre Manuel de la Vega, a quien se le podría achacar. Pero el director de la colección, el Padre Provincial franciscano, afirma haberse copiado bien y fielmente del texto de Veytia. A este entonces es a quien habría que achacar los numerosos cambios si no fuera porque igualmente afirma copiar fielmente el ejemplar de Boturini. Según Ursula Dyckerhoff el texto de su manuscrito no difiere sustancialmente del de la versión impresa de Orozco y Berra13. No diferiría tampoco, en consecuencia, de las demás copias antedichas de las que esta versión impresa procede. Mas como sí difiere, como se ha visto, del texto del manuscrito Kraus que Veytia copiaba, es a este a quien por el momento hay que atribuir los cambios a pesar de sus afirmaciones. Por otra parte, cuando en 1792 se acaba la Colección de Memorias de Nueva España la Advertencia del Padre Colector señala que es en el capítulo 81 donde Tezozomoc indica cuándo la escribió. En el manuscrito Kraus esta indicación está en el capítulo 82, y en las ediciones y copias posteriores, después de numerar de nuevo el texto, en el capítulo 80. O el Padre Manuel de la Vega se equivocó o Veytia, de quien copiaba, había numerado mal. Este extremo no sería comprobable más que compulsando directamente el manuscrito parisino, cosa que no he tenido todavía ocasión de hacer. Cuando Veytia consultó el códice ya estaba seguramente encuadernado tal como ahora se conserva, y en la portada de la tapa, en la esquina superior izquierda, puede leerse En 158 lo cual parece ser una indicación de los 158 folios de que constaba en el momento de hacerse la inscripción. Por cierto, esta indicación 158 se repite con la misma letra en el margen derecho del recto del primer folio como resultado de la suma de 81+77. A partir de 1744, fecha del secuestro de la biblioteca de Boturini, el códice tuvo una historia que ya ha sido referida mediante la cita de las palabras de Orozco y Berra y de García Icazbalceta. A ellas cabe añadir, puesto que ellos no dispusieron de este texto, aunque supusieron bien su trayectoria, que es el mismo que consultó en México hacia 1740 el historiador Mariano Veytia, amigo y albacea de Boturini, cuando este aún disponía de sus papeles. Y se sabe por Veytia mismo que una vez requisados estos y encontrándose en la Secretaría de Cámara del Virreinato, aprovechando Veytia otra visita suya a México, pidió permiso al conde de Revillagigedo, primer virrey de este nombre en Nueva España (1746-55), para copiar algunos manuscritos, entre ellos el de esta crónica, a instancias de Boturini, entonces exiliado en España y alojado en su casa. Las notas marginales de mano del XVIII que lleva el manuscrito son atribuibles, en efecto, con mucha probabilidad a Veytia mismo, aunque quizás también a Boturini; o a ambos (este extremo se verificará al compulsar el manuscrito número 207 de la BNP): la comparación de la letra de varias de estas anotaciones marginales con la caligrafía respectiva de Boturini y de Veytia, tal como se ve en The Boturini-Veytia Tarascan Calendars14, no permite una atribución segura a uno o a otro. Veytia dejó la copia en México, puesto que años más tarde de ella es de la que afirma el colector de la Colección de Memorias de Nueva España haber sacado sus propias copias. Lo que no se sabe es el paradero de este manuscrito de Boturini desde entonces, 1755, hasta finales de los años 40 de este siglo, al comprarlo Hans P. Kraus a la familia del conde de Revillagigedo. Podría pensarse que uno u otro virrey de este nombre lo llevó o envió a España. Ambos tuvieron que ver con el manuscrito: uno para permitir que lo copiara Veytia, otro para ordenar que se cumpliera la orden del Gobierno español de reunir esa Colección de memorias. El actual conde de Revillagigedo, así como su hijo, encargado del archivo familiar, niegan haber vendido ningún manuscrito colonial a persona alguna. El profesor Eugene Lyons, de la Fundación San Agustín de Florida, encargado de la sistematización de ese archivo, dice desconocer indicación alguna de la existencia, y ahora falta, de ese documento entre los papeles de la familia del conde de Revillagigedo. Así y todo, queda la posibilidad de que el manuscrito se encontrara entre sus papeles sin catalogación alguna y fuera uno de los muchos robados durante la Guerra Civil española y luego vendidos fraudulentamente en los primeros años de la posguerra. El vendedor (o el comprador) sabían sin duda lo bastante de la historia probable del documento como para verosimilizar su origen atribuyéndolo al archivo del descendiente de los virreyes de este nombre. Algo menos misteriosa es la historia probable del manuscrito Kraus antes de adquirirlo Boturini. De tratarse efectivamente, como este afirma, del manuscrito original, sería el mismo que perteneció a la colección de Carlos de Sigüenza y Góngora, donada a su muerte a la biblioteca del Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de los jesuitas en México. Al estar escribiendo su Piedad heroica de Don Fernando Cortés, entre 1688 y 1698, Sigüenza afirma haber poseído el original de esta crónica: Assi lo dice D. Hernando de Alvarado Teçoçomoctzin, hijo de Cuitlahuatzin, sucesor de Motecuhçoma en el imperio, en el cap. 82. fol. 113 de la Historia que escrivió de los mexicanos; y tengo original M.S. en mi libreria15. El franciscano Agustín de Vetancurt, autor del Teatro mexicano de los sucesos religiosos (1697) y amigo de Sigüenza y Góngora a quien este permitió en varias ocasiones consultar su biblioteca, afirma que, en efecto, estaba en su poder, entre otros varios, este códice original de Tezozomoc. También confirma que se trata del mismo texto la autoridad del jesuita Clavigero cuando hace una lista de Historiadores mexicanos, acolhuas y tlascaltecas de los textos que consultó en 1759 en el Colegio Máximo procedentes de la biblioteca de Sigüenza y Góngora e incluye esta obra: Don Fernando Alvarado Tezozomoc. Crónica Mexicana, escrita acia el año 1598#* (...) Omito otros muchos por ser anónimos. Los que están notados con # estaban en el Museo del Caballero Boturini; los que llevan * son los que dio el sabio Sigüenza a la librería del Colegio Máximo de los Jesuitas de México16. Habiendo sido propiedad de Sigüenza y Góngora y luego de los jesuitas, cuya biblioteca Boturini se sabe que consultó, cabe preguntarse cómo pasó a su poder el manuscrito, si lo sustrajo, se lo regalaron o lo compró a los jesuitas mismos o a una tercera persona que se había hecho con él. Otra circunstancia más que hace probable que el manuscrito Boturini-Kraus sea el mismo que perteneció a Sigüenza y Góngora es la consistente en referir este la información de Tezozomoc acerca de la inundación de México al capítulo 82, folio 113 del manuscrito de su propiedad, donde en efecto trata Tezozomoc la cuestión en el manuscrito que, a partir de ahora, habrá que llamar Sigüenza-Boturini-Kraus. Para Sigüenza y Góngora o los folios no estaban perdidos o, sabiendo de su pérdida, respetaba la numeración original. Es imposible por ahora rastrear la historia del manuscrito antes del momento en que fue propiedad de Sigüenza y Góngora, pero caben unas pocas suposiciones adicionales. Se dedicó éste a coleccionar este tipo de textos y cuando en su testamento los donó a los jesuitas, después de señalar el trabajo que le costó reunirlos, se jacta de poseer una biblioteca única sobre la materia. Tan única era, sin duda, que es de suponer que debiera bastante a colecciones anteriores, entre otras a la de Fernando de Alva Ixtlilxochitl, uno de los más famosos historiadores antiguos mexicanos y poseedor de una magnífica colección de historia antigua mexicana. Aunque es verdad que Ixtlilxochitl no menciona nunca a Tezozomoc en sus escritos, cabe suponer que tuviera alguno suyo y que por este conducto lo haya llegado a poseer Sigüenza. Es sabido, en efecto, que el principio de su colección, en 1668, se benefició del contacto y la amistad con la familia de Fernando de Alva Ixtlilxochitl, no con este mismo, pues murió entre 1648 y 1651, cuando Sigüenza, nacido en 1645, sólo tenía 3 o 6 años, sino con uno de sus hijos, Juan de Alva Ixtlilxochitl que había heredado la colección del padre y bien la donó a su muerte a su amigo Sigüenza, bien a su sobrino Diego de Alva Ixtlilxochitl, a quien Sigüenza ayudaría decisivamente en su sucesión al cacicazgo del tío. Se podría entonces imaginar la siguiente trayectoria del manuscrito: confeccionado en 1598, pasó a poder del historiador Fernando de Alva Ixtlilxochitl y, a su muerte, a su hijo, juntamente con el resto de la colección del padre. El hijo donará esta colección a su sobrino o directamente a Sigüenza, quien, a su vez, donaría los 28 volúmenes de su biblioteca al Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo de los jesuitas en México en 1700. A partir de ese momento desaparece el manuscrito, pues no se encuentra ya entre los 8 volúmenes que en esa biblioteca encuentra Antonio de Eguiara y Eguren en 1750, antes de publicar su Biblioteca Mexicana en 1755. Así y todo, Clavigero señaló que la obra pertenecía17 a esa biblioteca en 1759, no se sabe si porque todavía estaba allí o porque sabía que tal había sido el caso. La otra pista que ofrece el manuscrito Kraus acerca de su transmisión hasta las manos de Sigüenza y Góngora es la del ex-libris inscrito con letra del XVII en el margen inferior del recto del primer folio: Este libro de mano escrito, historia de mex<i>co, es de fran<cis>co peres de peñalosa, que lo compre a el p<adr>e fran<cis>co besera en 1 p<e>so y 4 to<mines>. Se desconoce quiénes fueron estos dos individuos por cuyas manos pasó el manuscrito. McPheeters nos recuerda la existencia de un franciscano llamado Becerra, pintor famoso, así como su sobrino, en el México de la primera mitad del XVII conocido de Sigüenza y Góngora, que le menciona en sus escritos. Se sabe también que un Francisco Pérez de Peñalosa es mencionado en un auto de la Inquisición18. Pero tanto Becerra como Peñalosa eran apellidos demasiado comunes en el México colonial para identificar fácilmente a estas personas. Por el momento esto es todo lo que se sabe de la historia de este manuscrito.
contexto
II. Los indios del suroeste a travÉs de las crÓnicas Los indios que hoy llamamos pueblo y que habitan el suroeste de los Estados Unidos no pertenecen a una sola familia. Aunque podamos reconocer similitudes en sus culturas, no obstante sus actitudes religiosas, ideológicas y simbólicas manifestadas en sus rituales, hacen que notemos sus diferencias. Sus costumbres pasaron a la historia al ser descritas en las crónicas de los españoles que les observaron por primera vez en el siglo XVI. Ellos les bautizaron con el nombre de pueblos. Este nombre es un término general que se aplicó a los muchos nativos del Río Grande que vivían en alojamientos permanentes formando pueblos, en lugar de ser nómadas como los indios comarcanos. En la época de la conquista española los indios pueblos tendrían una población de unas 20.000 almas habitando unos 70 pueblos. Pero a pesar de sus semejanzas pertenecían a muchos grupos lingüísticos. En el noroeste vivían los hopi o moqui que hablaban shoshonean, una lengua parecida a la de los utes y comanches. En el oeste de lo que hoy es Nuevo México estaban los zuñi que hablaban una lengua de la cual no encontramos afinidad con ninguna otra. Al este de los zuñi vivían los keres (queres), divididos en dos grupos, uno a orillas del río Puerco y otro en el río Grande, al norte de Alburquerque. Al igual que la lengua zuñi, la lengua queresa no tenía afinidades con otras. El resto de los pueblos pertenecía a la familia lingüística de los tanoan que estaba dividida en tewa, tigua, jemez, tano y piro. Excepto los tano y piros, que han desaparecido, todos los demás pueblos viven hoy día aproximadamente en la misma área e incluso en el mismo lugar, practicando las mismas costumbres que observaron los españoles en 1540. Hoy el número es más reducido. Hay sólo 26 pueblos y con una población aproximada de 9.000 habitantes. Aunque reducidos en número por muchas causas y de alguna manera influenciados por el contacto español, mexicano y angloamericano, la vida de los pueblos sigue hasta hoy unida a sus tradiciones pasadas, conservando sus rituales ceremoniales tal y como fueron descritos en las fuentes españolas. Uno de los primeros pasos para reconstruir esta historia es observar la ubicación de estos pueblos en la época hispana o compararla con la posición que ocupan hoy día. Unos de los elementos que más nos sorprende es la movilidad de estos indios, a pesar de la sólida construcción de sus pueblos y del trabajo necesario para construirlos. Los indios pueblos están menos afincados a sus casas de lo que podríamos suponer. Exceptuando los pueblos de Acoma y Zuñi, ningún otro ocupa exactamente el mismo lugar que ocupaba en 1540. A veces el mismo pueblo se ha mudado unos cuantos kilómetros y construido sus casas a poca distancia del anterior. Las razones del cambio no parecen justificadas en algunos casos. Desde el primer momento del contacto hispano, ya observaron los cronistas la cantidad de ruinas que había entre pueblo y pueblo. A veces obedecían a motivos de guerra, otras desconocemos el porqué los abandonaron y aún hoy día, por razones aparentemente triviales, mantienen esta costumbre4. Sin embargo, es de notar que aunque estos cambios de lugar, hayan sido frecuentes, el área de los pueblos es sagrada. Esta área se ha mantenido y defendido con pasión porque a ella está vinculada la leyenda de su origen. El origen de los pueblos en general y en particular de los indios queres se remonta a su mundo de infratumba en que habitaban el centro de la tierra. El pueblo zuñi ocupa hoy el centro de los pueblos. De este mundo subterráneo emergieron un día porque el dios Sol necesitaba la harina de maíz y las plegarias del palo que los indios le consagran. En su ascenso a través de cuatro mundos perdieron sus rabos animales y se convirtieron en humanos. Uno de los lugares en que se establecieron en este proceso emigratorio fue el cañón del Pajarito Plateau5. En este cañón se han encontrado casas construidas en las inmensas rocas que forman amplias cuevas. Una de estas casas comunales, edificada en el interior de la cueva formada por la erosión, llega a tener 400 cubículos de diversos tamaños. Las paredes o muros ascienden a una altura de tres estados. Cuando estas cuevas se usaron como pueblos las primeras casas, naturalmente, fueron edificadas en la superficie más llana del interior. Luego hubo que nivelar las superficies más irregulares y finalmente se formaron terrazas para ensanchar el espacio. En estas circunstancias, el aprovechamiento de la superficie era esencial y cada nueva adición estaba superpuesta sobre las inferiores. Quizá este tipo de construcción, nacido de razones utilitarias, formó parte de la cultura pueblo y de allí proviene el estilo peculiar de agrupar sus habitaciones en diferentes niveles que hoy se considera típica arquitectura pueblo. Los mitos representan incidentes de su pasado cuando carecían de las costumbres de que gozan ahora. El mito para el indio es importante. La leyenda de su historia pasada seduce su imaginación y acentúa los sentimientos interiores de los indios que creen que el mundo sensorial y el mundo del espíritu están unidos totalmente; hasta el punto de que el mundo de los sentidos está regido totalmente en los más pequeños detalles por el mundo del espíritu6. Cuando los indios tratan de dar un orden cronológico a estos mitos, se convierten en recuerdos históricos del principio de su tribu; algo que no deben olvidar y que por lo tanto pasa de generación en generación a través de tradición oral. El período histórico propiamente dicho de los queres empieza en 1540, pero sabemos por sus tradiciones que dos siglos antes ya vivían allí y según los restos arqueológicos puede esta tradición ser confirmada. Según los restos hallados, los pueblos queres del siglo XVI eran: Acoma, Castil, Glanco, Castildabio, Cochiti, Guaxitlán, La Barraca, La Guarda, La Rinconada, Quirex, San Felipe, Santa Ana, Santo Domingo, Talaván y Zía. Algunos de estos pueblos habían sido habitados durante 200 años. Varios de ellos siguen habitados y otros estaban ya deshabitados en la época colonial. Los queres a través de las crónicas Los exploradores españoles que penetraron en el suroeste de los Estados Unidos tratando de expander el Virreinato de Nueva España fueron infatigables viajeros. En sus viajes lo observaron todo y lo dejaron escrito. Sus narrativas nos permiten hoy día localizar las zonas arqueológicas de cada pueblo que estaba habitado o deshabitado a su paso. Casi es imposible pensar que hubiese habido algún lugar de importancia pasado por alto. Su detallada descripción nos hace pensar que cualquier pueblo no identificado o mencionado en sus anales puede ser considerado como abandonado antes del año 1540. Hoy día se puede encontrar evidencia de este hecho porque en las excavaciones se encuentran restos de utensilios europeos o huesos de ganado caballar o lanar que no existen en capas inferiores. Así podemos diferenciar la antigüedad de diversas zonas arqueológicas. Esta movilidad de que hablábamos antes hace que el suroeste sea una meca para la arqueología y dé origen a toda clase de leyendas emigratorias en que los indios creen. La cuna de sus antepasados reside siempre entre unas ruinas cercanas. Esto coincide con su idea típica de la mitología queres de que la vida es un camino. Sus ceremonias están llenas de caminos hechos con harina sagrada que marca senderos para sus espíritus. Coincidiendo con esta ideología, no nos ha de extrañar que el camino de su historia nazca de una leyenda. Las antiguas fábulas europeas o indias se unen en el suroeste de los Estados Unidos como un gigantesco cordón umbilical del Viejo al Nuevo Mundo. Los indios pueblos fueron descubiertos por los españoles que buscaban las Siete Ciudades. Esta leyenda se identifica con el suroeste de los Estados Unidos. Y sin embargo, la tradición de las Siete Ciudades había vivido en la mente española por más de setecientos años. Se decía que los moros de África al invadir la Península Ibérica habían forzado a muchos cristianos, acompañados de siete obispos, a abandonar España y a navegar por el mar desconocido, el océano Atlántico. Los cristianos habían descubierto la isla de Antilia. Cada obispo había fundado su ciudad y, el mágico número siete aparece en la historia. La isla de la Antilia fue dibujada en el mapa de Toscanelli, en la carta de marear de Grazioso y en la de Martín Behain. Estos mapas falsificaron la proximidad de Europa y Asia y fue el origen de que Colón buscara su ruta en el oeste. Sin embargo, aunque para 1492 el mito ya estaba disipado, todavía cincuenta años más tarde seguía presente en muchos recuerdos. Si las Siete Ciudades no eran una isla, quizá podrían ser descubiertas en el continente americano. Y esta leyenda dio comienzo a nuestra historia... Nuño Beltrán de Guzmán7 tenía un sirviente llamado Tejo, el cual decía haber visitado siendo niño unos pueblos edificados de adobe con casas adornadas con preciosos metales. Aquella comarca situada al norte de México tenía ¡Siete Ciudades especiales! El misterio del norte quedaba todavía en la oscuridad. Hernán Cortés recorría incansablemente el mar de la Baja California buscando nuevas ciudades. Ahora la historia de Tejo daba otro aliciente a su búsqueda. Quizá la historia recordada por Tejo tuviera alguna base real. Sabemos que hubo intercambios de productos mucho antes de la conquista. La ruta del Norte al Sur cruzaba por el río San Pedro en Arizona y el río Grande en Nuevo México. La ruta desde el Pacífico al Este tenía dos caminos. Uno cruzaba el río Colorado en territorio de los indios yuma, y otro cerca de Needles. Ambas rutas se unían cerca de los pueblos zuñi y, se convertían en una sola ruta que avanzaba hacia las llanuras de los bisontes atravesando el río Grande cerca de lo que hoy es Bernalillo y que era el pueblo tigues de las crónicas. Es decir, que la ruta cruzaba entre los pueblos zuñi y lo que hoy es Alburquerque, el centro de la comarca ocupada por los indios pueblos. En las excavaciones arqueológicas esta ruta está marcada por una variedad de conchas marinas de 38 especies originarias del golfo de California, y nueve especies que procedían del océano Pacífico. Al mismo tiempo sabemos que productos derivados del búfalo llegaban a California a través de Nuevo México, Arizona y Sonora. Las crónicas nos lo confirman cuando Oñate nos dice que entre los búfalos los indios vaqueros cruzan para comerciar con los picures y taos donde cambian pieles por algodón y maíz y unas piedras verdes que usan8. En la carta de Alonso Sánchez se dice de los pueblos que los nativos son inteligentes campesinos, y dados al comercio que llevan de provincia a provincia sus frutos9. En la expedición de fray Marcos vinieron a verle indios de otras islas que tenían colgadas de la garganta muchas conchas y le dijeron que había perlas. Le dijeron que más adelante había gentes vestidas de algodón... que tenían vajilla de oro... y unas paletillas de él con que se raen y se quitan el sudor. Los indios de la costa le dijeron que iban a Marata, Acus y Totonteac (indios pueblos) a comprar turquesas y, cueros que lo rescataban sirviendo en Cibola cavando la tierra. A finales de 1535, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes de Carranza y Alonso de Castillo Maldonado aparecieron en el río Grande después de cruzar el perímetro total de lo que hoy llamamos el suroeste de los Estados Unidos. Con ellos venia un sirviente moro que se llamaba Estebanico10. Los tres españoles y el africano eran los únicos supervivientes de entre 300 españoles náufragos en La Florida. Aunque cautivos de los indios y héroes de muchas penalidades, pudieron encontrar a los españoles después de ocho años y tres meses de caminar perdidos por la nación de las vacas. En su camino habían oído a los opatas hablar de los productos que habían intercambiado con pueblos sedentarios que iban vestidos de gamuzas y vivían en casas de muchos pisos de altura. No era importante lo que Vasco Nuño dijera. Lo importante era que la gente quisiera oír y creer. Al pasar el tiempo, estas ciudades crecieron en imaginación y en riqueza. Quizá otro nuevo México esperaba ser descubierto. Estebanico, el moro, fue el encargado de guiar la expedición de fray Marcos. El fraile era un experto misionero de gran coraje que había enviado al rey copiosos informes sobre el mal trato que recibían los indios. El virrey, don Antonio de Mendoza, creía que era hombre de fiar... experto en cosmografía y en las cosas del mar, tanto como en teología. En 1538, Carlos V aprobó la expedición al norte, y el virrey Mendoza dio cuidadosas instrucciones al religioso para que tratara bien a los indios y llevareis mucho aviso de mirar la gente, si es mucha ó poca, y si están derramados ó viven juntos. Debería observar la calidad de la tierra, el clima, la flora y la fauna. La orografía, los metales... y si por si acaso encontrara algún trozo de mar la tierra adentro11. Fray Marcos en su viaje se certificó que la Baja California ser isla y no como algunos quieren decir tierra firme y ví que della pásaban á la tierra firme en balsas, y de la tierra firme á ella, y el espacio que hay de la isla á la tierra firme, puede ser media legua de mar. Estebanico, que se le había adelantado, decidió actuar por su cuenta y abusar de sus privilegios. Vestido lujosamente fingía ser hechicero y hacía que le sirviesen su comida en vajilla de loza verde. Exigía regalos de los indios y abusaba de sus mujeres y de su hospitalidad. En su camino iba mandando noticias al fraile que le seguía muy despacio. Las noticias eran impresionantes y decía que en esta provincia hay siete ciudades muy grandes; las más pequeñas de un sobrado y una azotea encima, y otras de dos y tres sobrados, y la del señor de cuatro, juntas todas por órden; y en las portadas de las casas principales muchas labores de piedras turquesas... y la gente destas ciudades anda muy bien vestida12. Estos reinos se llamaban Marata, Acus y Totonteac. Al mismo tiempo fray Marcos iba investigando de los otros indios la verdad de estas noticias y ellos al tentar el hábito franciscano de paño de Zaragoza le habían dicho que en Totonteac las casas estaban llenas de esta ropa obtenida de unos animales pequeños, los cuales quitan lo con qué se hace esto que tú traes. Es más, el tamaño de los animales era grande comparado con los galgos de Castilla que acompañaban a Estebanico. Los indios con los que se encontraba fray Marcos le hablaban de las Siete Ciudades de Cebola y para que él los creyesen tomaban tierra y ceniza, y echábanle agua y señalabanme como ponían la piedra y como subían al edificio arriba, poniendo aquello y piedra hasta ponello en lo alto, luego tomaban un palo y poníanlo sobre la cabeza y dezían que aquel altura hay de sobrado a sobrado. Este término Siete Ciudades de Cebola es un factor de gran importancia pues no se sabe que apareciera previamente en ningún otro documento. Desde entonces las siete ciudades famosas desde el siglo VIII habían sido encontradas y bautizadas con un nuevo nombre: ¡Las Siete Ciudades de Cebola! El final de Estebanico estaba cerca. Su mágica medicina, sus cascabeles extraños, su proceder abusivo atrajeron la desconfianza de los nativos. Le mataron y repartieron su cuerpo. En los primeros pueblos quedaron abandonados sus amuletos, sus turquesas, sus galgos y su vajilla de loza verde. Cuando le llegó la noticia a fray Marcos, no pudo sino observar desde lejos el lugar de su muerte, y desde un cerro lejano vio (o creyó ver...) una ciudad más grande que la ciudad de México que era la más grande y la mejor que se había descubierto13. El fraile, temeroso por su vida, regresó a dobles marchas sin ver más del país. Cuando llegó a México su relato fantástico fue creído y la expedición de Coronado se encargó de probar que los zuñi, el pueblo en que mataron a Estebanico, era un pueblo pobre, apiñado, comparado con el cual, había ranchos en Nueva España de mejor apariencia. Los zuñi aún recuerdan en sus tradiciones la triste figura de Estebanico. Señalan las ruinas de Kiakima en la montaña del Trueno y dicen que allí fue donde murió el negro mexicano. La expedición de Coronado iba a demostrar la dura realidad pero también iba a abrir nuevos horizontes en la geografía americana. Con él iba don Pedro Tobar, que descubriría los pintorescos pueblos hopi; otro de sus hombres, López Cárdenas, descubriría el impresionante Gran Cañón del río Colorado, y el capitán Alvarado iría a buscar los célebres bisontes de las llanuras. Con la expedición de Coronado, los indios pueblos pudieron observar por vez primera el rítmico galopar de los caballos, su olor, su relincho. Aquellos centauros españoles iban vestidos de metálicas armaduras y llevaban el trueno en sus manos. Una nueva vida se presentaba para los indios del Oeste. Si era verdad que estos indios no conocían la lana, ni adornaban sus casas con turquesas, ni California era una isla, quizá sería verdad lo que fray Marcos decía del reino de Acus. Un soldado de Coronado, el capitán Alvarado, comenzó su jornada y en cinco días de marcha llegó al pueblo de Acuco situado en una roca14. El pueblo, en seguida, llamó la atención de cada español que recorrió tal camino. Era un pueblo fortaleza, construido en una alta meseta rocosa cuyos habitantes guerreros eran temidos por toda la provincia. La ciudad en su cima, hoy llamada Acoma, es la ciudad más antigua, permanentemente habitada por los indios pueblos. Alvarado escribiría: Saliéronnos de paz, aunque bien pudieran escusarlo é quedarse en su peñol sin que les pudiéramos benojar. Castañeda lo describe diciendo que pasó el campo por Acuco el gran peñol y como estaban de paz hicieron buen hospedaje dando bastimientos y, abes auque ella es poca gente como tengo dicho a lo alto subieron muchos compañeros por lo ber y los pasos de la peña con gran dificultad por no aber usado porque los naturales lo suben y bajan tan liberalmente que ban cargados de bastimentos y las mugeres con agua y parece que no tocan las manos y los nuestros para subir auian de dar las armas los unos a los otros por el paso arriba. En la Relación de Suceso se dice que Alvarado encontró una roca con un pueblo en lo alto, la ciudadadela más fuerte que se pudo ver en el mundo y que en su lengua llaman Acuco15. El ejército de Coronado al ascender a lo alto notó la cisterna de agua de lluvia que abasteció al pueblo y el muro de rocas que tenían preparado para su defensa. Jaramillo en su narrativa lo identifica con el pueblo Tutahaco. Es el mismo pueblo de Acoma que en la Relación Postrera de Sivola nos dice que estaba a cuarenta leguas con diezientas casas. Arqueólogos y etnólogos han presentado muy poca evidencia y datos acerca del origen de Acoma que está todavía envuelto en la leyenda. Los habitantes de Acoma eran indios queresan. Su provincia contiene hoy día otros pueblos de la misma lengua: San Felipe, Santo Domingo, Santa Ana, Cochiti y Sia, al Oeste. Cerca de Acoma está Laguna. En las leyendas sus vecinos de Zuñi los llaman los que beben del rocío, dado que sus pueblos están separados del río. Hay muchas leyendas que les asocian con los pueblos de Tusayan o Hopi en cuyas tradiciones persiste la idea de emigraciones a Acoma. Sin duda su fama de guerreros era justificada por su situación en la roca que era inaccesible y que nunca, hasta hoy, han abandonado. No sabemos nada de su principio y su historia empieza en la expedición de Coronado en el año 1540. Las ruinas de la Cañada de la Cruz y una meseta perfecta llamada Katzimo se cree pueden ser el origen de sus antecesores. Las tierras de labor están lejos de la meseta rocosa, en Acomita, donde la población emigra en los veranos para cultivar la tierra, tal y como observaron los españoles. Por la proximidad con los zuñi y por la cantidad de ruinas que une a ambos pueblos podemos comprender la similitud de costumbres que practican. A partir de la expedición de Coronado, una nueva serie de conquistadores van a frecuentar el camino abierto por Alvarado. Con la expedición de Chamuscado llegaron los primeros misioneros a Nuevo México y se produjo el primer mártir franciscano entre los pueblo. Chamuscado, al pasar por Acoma, observó que había tinas 500 casas de tres o cuatro pisos de altura. La necesidad de ir en ayuda de los misioneros y de investigar la muerte del padre Santa María produjo una nueva entrada. El nuevo capitán era un comerciante llamado Espejo16 que a su paso por Acoma escribió (su cronista Luxán) que: está edificado este pueblo por la guerra que tiene con los indios querechos, que son como los chichiniecos, en un alto cerro de peña atajada, que tiene cuatro subidas cuanto puede subir una persona a pie todos los escalones en la propia peña atajada y las propias puertas de las casas a manera de compuertas. Vélanse de día y noche, saliéronnos á recibir los naturales é por nos hacer fiesta, hicieron un mitote muy solemne á el uso mexicano, y que entraban mugeres con mantas mexicanas muy galanas de pintura é plumas é otras galas, é allí nos dieron muchas manta é gamuzas, é gallinas, é maíz. Espejo dice que en este baile usaban unas serpientes vivas que causo impresión a los españoles. A unas leguas de distancia hallamos muchos sementeras de maíz de riego, con sus acequias y presas, como si españoles lo hicieran. Hoy se llama Acomita17. La marcha de Espejo seguida a través del diario de su acompañante Luxán nos va a describir el territorio limítrofe con Acoma. Así nos comunica las frecuentes nevadas de poca duración, el terreno volcánico por el que han de atravesar y el descanso que hicieron al llegar a un ojo de agua al pie de un Peñol, á el cual paraje llamamos el Estanque del Peñol. Estos lugares descritos por vez primera por ojos españoles van a marcar páginas interesantísimas en la historia del Oeste americano. El autógrafo de roca Este peñol descrito por Luxán, y sin duda alguna visitado por Coronado anteriormente, quedó señalado en la historia durante más de 300 años en que cientos de españoles, misioneros, soldados y luego angloamericanos tuvieron que acampar, al abrigo de esta roca, en cuevas naturales y con agua a su disposición. Muchos dejaron sus nombres escritos en la pared lisa de la roca que como una gran pizarra calcárea se presta al mensaje carvado con la daga. Otros nombres con los que vamos a continuar nuestra historia aparecen en sus muros. Algunos tan importantes como el del gobernador Oñate en 1605. Todavía hoy día podemos leer en El Morro (así se llama este peñol que es hoy monumento nacional de los Estados Unidos) el autógrafo de Oñate hecho quince años antes de que los peregrinos llegaran a Plymouth Rock. Dice así: Pasó por aquí el adelantado Don Juan de Oñate del descubrimiento de la mar del Sur A 16 de Abril de 1605. Junto con este autógrafo hay otro posterior, pero no menos famoso, del general don Diego de Vargas: Aquí estuvo de General Don Diego de Vargas quien conquisto a nuestra Santa Fe y a la Real Corona todo el Nuevo México a su costa. Año de 1692. La historia se hizo piedra y todavía pueden leerse cientos de mensajes de personajes que en medio del desierto pararon en la laguna como un: ojo de agua al pie de un Peñol... Si es verdad que los indios iban saciando su curiosidad y observando a los españoles con detalle, otro tanto ocurre con nuestros narradores. La vida religiosa de los indios queres sorprende a Luxán y nos dice que hay unas casillas de oraciones donde hablan al Diablo é le ofrecen ollas y cazetas con pinole é otras legumbres, puso el Padre Fray Bernardino junto á una Cruz y entraron dentro algunos criados por cazetes, y decían los viejos que ya no estaba el Diablo en la Casa que habían puesto los cristianos, y por que habían entrado dentro de la casa18. El encanto de estas narraciones aumenta más al observar la penetración que supone en la enigmática religión india. Estamos aquí delante de las primeras descripciones de las kivas o cámaras sagradas que los españoles llamaron luego estufas y en las cuales había ofrendas de ollas de harina sagrada y ofrendas de palos como nos describen las crónicas. Espejo cree que los queres tenían cinco pueblos con más de quince mil habitantes y que eran idólatras. Las casas eran de tres pisos y estaban gobernados por un cacique que no tiene autoridad excepto en su propio pueblo19. El pueblo que es la cabecera se dice Sia y es un pueblo muy grande que yo andube con mis compañeros en que había 8 plazas con mejoradas casas de las referidas atrás, y las más déllas encaladas y pintadas de colores y pinturas, al uso mexicano. Espejo que queda impresionado de la calidad de los panes de harina de maíz con mucha curiosidad, así en el aderezo de las viandas como en todo lo demás; es gente más curiosa que las demás provincias que hasta aquí hemos visto, vestido y gobierno como lo demás20. Nos dice que en Sia había tres caciques para gobernarla. Uno se llamaba Quasquite, otro Quichir y otro Quatho21. El nuevo encuentro de los queres con los españoles va a hacerse en 1598 en la expedición colonizadora de don Juan de Oñate. Era el mes de mayo de 1598 cuando los indios piros vieron aparecer en el horizonte la caravana del fundador de Nuevo México: Oñate. Hasta ahora estaban acostumbrados a alojar a unos cuantos exploradores o algún ejército de paso, pero lo nunca visto aparecía en la distancia. Carretas tiradas por bueyes: 7.000 cabezas de ganado, familias enteras confundiéndose entre las carretas y los animales que iban abriendo los primeros surcos por los caminos polvorientos del Oeste. Aquella caravana venía presidida por un grupo de conquistadores y de misioneros franciscanos. Hacía ya tres semanas que habían cruzado el río del Norte por El Paso. Al llegar al territorio que hoy forman los Estados Unidos, la caravana de 83 carretas que transportaba al Oeste una nueva raza y una nueva cultura habían descansado el día de Jueves Santo para celebrar la Semana Santa. A orillas del río Sacramento celebraron por primera vez el rito de Penitencia con el que conmemoraban el Viernes Santo. Para solemnizar la ocasión se hizo una procesión de silencio y los soldados, imitando a su general Oñate, flagelaron sus carnes en el silencio del páramo. Hoy día en la comarca cercana a Santa Fe, la ciudad que él fundara, todavía celebran la Semana Santa los hermanos de la luz azotándose sus carnes22. Después de tomar posesión de las tierras de Nuevo México en nombre del Rey, Oñate se estableció entre los pueblos tiwa, la primera ciudad española establecida veinte años antes de que Plymouth fuera fundada. La nueva colonia empezaba su vida social con una semana de fiestas en la que hubo corrida de toros, juegos de cañas y sortijas y una comedia teatral de moros y cristianos, escrita por el capitán Farfán. Esta comedia sigue viva en Nueva México y forma parte de las celebraciones de Chimayó23. Entre los indios que curiosamente observaban a los recién llegados y espiaban sus movimientos y tácticas había un grupo de indios queres de Acoma que regresaron a su tierra con las noticias de los nuevos intrusos. En el ejército de Oñate tres nombres van a sobresalir en la historia: sus dos sobrinos, Juan de Zaldívar, maese de campo y Vicente Zaldívar, sargento mayor. Junto a ellos sobresale el nombre del famoso capitán-poeta de Salamanca: Gaspar de Villagrá. Los hechos de sus hazañas han quedado escritos en su Historia de la Nueva México.
contexto
III. Descripcion del manuscrito Kraus El manuscrito Kraus consta de 158 hojas de texto de un tamaño de 305 milímetros de largo por 213 milímetros de ancho, es decir, el tamaño llamado folio menor. Las hojas se recortaron en el momento de encuadernarlas y por un doblez en la esquina superior derecha del folio 51 se puede comprobar que el tamaño original era 2 milímetros más ancho, es decir, 215 milímetros. En el momento de la encuadernación se pintaron los cantos de las hojas de rojo pálido. La escritura, en tinta que hoy es de color sepia oscuro, es caligráfica cursiva, ágil, muy clara y nítida, y corresponde a principios del siglo XVII. La caja del texto, perfectamente justificada a la izquierda y casi también perfectamente a la derecha en todas las páginas, tiene un tamaño de 230 milímetros de alto por 150 milímetros de ancho, a razón de 44 líneas por página. Los folios van numerados solo en su anverso, en la esquina superior derecha, pero no son visibles los números en todas las hojas a causa del recorte de la encuadernación. La labor caligráfica no presenta más características notables que la de su limpieza y uniformidad y la de carecer de reclamos fuera de la caja del texto al fin o al comienzo de página. Los párrafos van señalados por calderones en el margen izquierdo, y los finales de frase correspondientes al punto y seguido van indicados por un trazo horizontal continuo hasta el borde de la caja. Los capítulos, a seguido uno de otro en la misma pagina, van distinguidos por un título precedido por un calderón marginal y por una línea en blanco, y seguidos de otra línea en blanco que precede al comienzo del texto del capítulo, también señalado mediante un calderón exterior. En el margen izquierdo y a la altura de la primera línea del texto del capítulo se encuentra la indicación capítulo y debajo el número, todo ello con un trazo superior en forma de lazo y una raya horizontal inferior. En los márgenes izquierdo y derecho se encuentran varias docenas de anotaciones de la misma letra y tinta que el texto: la mención ojo, seguida de una corta raya horizontal en la mayoría de los casos; el dibujo de una mano con el índice extendido; indicaciones en una o varias líneas cortas de los temas tratados, a las que se sobrepone un lazo en algunos casos y cuya última palabra suele estar rematada por un trazo horizontal que iguala la escritura con la línea anterior de la nota marginal. El texto carece prácticamente de tachaduras salvo en la primera página, en donde hay cinco muy importantes que no se vuelven a repetir (a partir de esa página no hay más que unas pocas tachaduras de letras o palabras individuales mediante un simple trazo horizontal que permite leer lo tachado): la primera de tres renglones y medio, la segunda de renglón y medio, la tercera de casi un renglón, la cuarta de algo más de medio renglón y la quinta de menos de medio renglón. Se trata de tachaduras mediante varios gruesos trazos horizontales repetidos que hacen casi, pero no totalmente, ilegible lo tachado. Son de la misma tinta que el resto del texto y por ello han de atribuirse al escritor y no a terceros. Lo que aún se puede leer bajo las tachaduras confirma el carácter alternativo y no consecutivo de la redacción desechada. Lo tachado no interrumpía la lógica discursiva, por lo que se puede inferir que las tachaduras reflejan dudas de redacción y no equivocaciones caligráficas ni decisión censora posterior. Encontrándose al principio mismo del texto y no repitiéndose más adelante resulta extraño que esa única página afectada no haya sido desechada para empezar de nuevo la escritura limpiamente. Quizás haya que tener en cuenta que el papel utilizado entonces no venía en hojas sueltas sino que estas venían agrupadas --dobladas y quizás incluso cosidas ya-- en cuadernos. De modo que tirar la primera hoja suponía, cuando menos, tirar también la última del cuaderno, es decir, cuatro páginas, tres de ellas en blanco. Estos cuadernos son perfectamente visibles a pesar de la posterior encuadernación y constan de ocho hojas. De lo anterior cabe inducir que este manuscrito es producto de una redacción definitiva del autor, aunque este no fuera necesariamente el mismo que el amanuense y aunque es evidente que el texto conocido no es el texto total, puesto que existía la intención de continuarlo en otro cuaderno, nunca escrito u hoy perdido. La incorrección del lenguaje ha hecho que se le niegue al texto este carácter de versión definitiva. Es Mario Mariscal, en la introducción a su edición parcial de la crónica, quien ha tratado más largamente de esta cuestión: Es la oscuridad de la Crónica Mexicana el resultado natural, aunque indeliberado, de la forma en que debió ser concebido originalmente este texto. Para mí que no puede caber la menor duda de que fue escrito primitivamente en la lengua materna de su autor --que lo era mexicano o náhuatl--, y posteriormente traducido al idioma en que ha llegado finalmente a nosotros; bien por su propio autor, o más probablemente, por algún otro escritor de su tiempo. Acaso, también, haya sido simplemente dictada por Tezozomoc a una segunda persona, en su idioma materno, y la que, más ducha en la legua castellana, se encargaría de ponerla en este idioma; o --por último--, existe también la posibilidad de que fuera el propio Tezozomoc quien escribiera directamente el texto en español. Pero, en cualquiera de estos tres casos, parece indudable una cosa, y es que la obra fue pensada originalmente en la lengua materna del autor, y de ello se resiente no solo su estilo, sino más que nada, el sentido de toda ella. Para nadie que tenga la más ligera idea de la sintaxis del náhuatl, dejará de ser esto evidente. (...) Todo lo anterior no tendría nada de extraordinario, puesto que sabemos sin sombra alguna de duda, que en el caso se trata efectivamente de un autor indígena, de idioma y pensamiento autóctonos; pero lo que sí resulta sumamente extraño, y habla muy en favor de nuestra idea de una traducción hecha al castellano por pluma ajena a la de su autor, es la presencia constante de errores de léxico inadmisibles en autor tan versado en su idioma aborigen, como lo era Tezozomoc.(...) Las constantes adulteraciones de los términos en lengua náhuatl, no pueden atribuirse a otra causa que no sea la apuntada: el descuido del no muy, apto ni experimentado traductor del original mexicano, a quien debemos la oscuridad, rayana en verdadera confusión, de que tan justificadamente puede acusarse a la hermosa Crónica Mexicana, en el estado en que nos ha sido transmitida.(...) Y pues eso es así, nada menos plausible que la suposición de que pueda deberse a Tezozomoc la versión de su propia obra, siendo como era dueño soberano de su idioma nativo, según lo sabemos a ciencia cierta por tan irrefutable testimonio como el aportado por su Crónica Mexicáyotl, de la que dijo J. M.-A. Aubin que se halla escrita "en méxicain trés élegant". Y Aubin sabía muy bien lo que decía...19. Desde la descripción de McPheeters, que Mariscal no podía conocer, se negó que el manuscrito Kraus fuera de mano de Tezozomoc porque la comparación de su letra con la del Papel de tierras (tlalamatl) de Huauquilpan, que se creía escrito por Tezozomoc en 1598, permitía negar la identidad. Pero este documento, se sabe hoy día, no fue escrito por Tezozomoc ni siquiera es de principios del siglo XVII: se trata de uno de los muchos códices Techialoyan de finales del XVII y principios del XVIII20. También se había negado que fuera de mano de Tezozomoc porque en 1598, fecha de la redacción, este debía de tener un mínimo de 60 años y probablemente más (Mariscal supone que estaría más bien cerca de los 80) y a esa edad la letra ya no suele ser tan ágil, tan limpia y tan igual como la de este manuscrito. La cuestión de la edad de Tezozomoc sigue sin comprobarse: se sabe que su padre, Don Diego Huanitzin, murió en 1542, fecha límite, por tanto, para su nacimiento; y que él era bien el tercero bien el séptimo de sus hijos, aunque posiblemente no hayan sido todos de la misma madre. Se sabe también que 11 años más tarde, en 1609, Tezozomoc vivía todavía y componía entonces su otra crónica, la genealógica Crónica mexicayotl o de la mexicanidad, aunque tampoco el manuscrito sea de su mano. No se puede ni afirmar ni descartar, por tanto, que el manuscrito Kraus haya sido escrito por Tezozomoc mismo. Y se debe suponer, en cambio, que se trata de su propia redacción. Aunque la limpieza de la escritura hace suponer que no se trata de un borrador, la incorrección de su lenguaje hace dudar que represente la versión definitiva del autor, de quien es de creer que hablara un español más correcto. Las explicaciones de esta incorrección son varias. Puede tratarse, desde el punto de vista de la redacción, si no de la escritura misma, de una primera versión de la crónica que refleja una traducción quizás literal de un texto en nahuatl, traducción que Tezozomoc haría de viva voz para que la transcribiera tal cual su amanuense. Así parece indicarlo el hecho de que las incorrecciones de lenguaje delaten sobre todo la lógica sintáctica y discursiva del nahuatl, a las que se pliega parcialmente el castellano del texto. Esta traducción oral transcrita supondría suficiente trabajo y tendría suficiente valor como para que bien se conservara de la manera más limpia posible, bien mereciera ser copiada limpiamente por terceros. Según los conocedores de la lengua nahuatl también es improbable que fuera Tezozomoc el escritor del texto a causa de las faltas de ortografía en los abundantes vocablos nahuatl que se encuentran en él, pues no es probable que desconociera esa lengua hasta ese punto quien era capaz de redactar en ella la Crónica mexicayotl con toda corrección lingüística. La otra posibilidad es que Tezozomoc no dominara el español ortodoxo de su época bien por insuficiencia personal bien porque lo normal para él fuera usar el dialecto hispano de los indígenas nahua de la época, un dialecto que aunque no llegó a sobrevivir, posiblemente existiera entonces y haya quedado aquí reflejado. El códice, encuadernado en pergamino con un par de cintas de cierre, lleva en el lomo la inscripción Chronica Mexicana de Tezozomoc. En la esquina superior izquierda de la portada se lee, como ya se ha dicho, En 158 y en el centro 22 con un signo irreconocible debajo. A juzgar por el tipo de papel de las hojas de guarda y por la escritura que se lee en ellas, la encuadernación del códice es bastante posterior a su escritura. Se trata, por cierto, de una encuadernación segunda: así lo indican los dos tipos de pegamento visibles en el códice; ambas, sin embargo, corresponden a materiales usados en el siglo XVIII y no antes. En las dos hojas de guarda delanteras, la primera pegada al reverso de la portada, la otra suelta, se lee una plegaria a la Virgen repetida varias veces en cada una de las páginas hábiles, escrita por un tal Pedro Díaz de Aguilera en México el 13 y el 14 de octubre de un año desconocido. Las dos hojas de guarda traseras, una también pegada al reverso de la contraportada y otra suelta, llevan escrito repetidamente el alfabeto en letras grandes en sus tres páginas hábiles; todo ello con letra del XVIII. En la esquina superior izquierda de la hoja pegada al reverso de la portada, con letra y tinta distintas, se lee un 12 subrayado, y a su derecha, un poco más abajo, la suma en cifras superpuestas de 1470 y 128, con un total de 1598. En la esquina superior derecha de la hoja de guarda delantera se lee $8,500 y a la vuelta Codice 12. En la hoja de guarda trasera pegada al reverso de la contraportada, en la esquina inferior derecha, se lee, escrito a lápiz, un 10316 subrayado. La filigrana respectiva del papel del texto y del papel de las hojas de guarda también es diferente. La de estas últimas son tres círculos superpuestos rematados arriba por una corona; el primer círculo contiene una cruz latina lobulada y el intermedio una P invertida cuya base lleva una barra horizontal. En la monografía de Ramón Mena sobre Filigranas o marcas transparentes en papeles de Nueva España del siglo XVI aparece en la lámina II, sin número, una filigrana en todo semejante a esta salvo que lleva las letras AR en el círculo intermedio. Según Mena, el papel que llevaba esta filigrana es de finales del siglo XVI y se usó durante la primera mitad del siglo siguiente. Sin embargo, al tratar de ella, y a renglón seguido, Mena transcribe el permiso dado en diciembre de 1740 al primer fabricante de papel en Nueva España, un tal Francisco Pardo, lo cual parece indicar que supone que esta filigrana es no del siglo XVI sino del XVIII y que corresponde a los productos de ese individuo21. Podría ser, en efecto, dado que es la letra P la que aparece en el círculo intermedio de la filigrana. La fecha correspondería más ajustadamente a la letra del escrito en estas hojas de guarda. Tanto en esta misma monografía como en el conocido catálogo de Briquet, entre otros, aparecen filigranas de finales del siglo XVI y principios del XVII muy parecidas a la que ostenta el papel del texto de la crónica: un círculo alargado en pico abierto por la parte inferior que lleva dentro el perfil de una cruz latina y bajo el que se encuentran tres letras unidas que parecen ser RAG. Esta encuadernación es, en todo caso, anterior a 1745. La prueba de ello tiene especial importancia para la identificación del manuscrito. Se trata de una inscripción en trazo grueso en la cubierta posterior que reza Ynventario 2? N? 7. La inscripción se repite en una hojita suelta, entre los folios 68 y 69, escrita por ambas caras, parcialmente legibles: en una dice 16", debajo Tezozomoc ilegible y debajo Ynv?_2?_N?_7; en la otra, una operación aritmética que parece ser la división de 16644 entre 66 o entre 252. Tanto la inscripción de la cubierta posterior como las de esta hojita son de la misma letra y corresponden a la identificación que llevó a cabo Patricio Ana (o Antonio) López, Intérprete General de la Audiencia, encargado de inventariar en 1745 los papeles secuestrados a Lorenzo Boturini el año anterior por el Gobierno virreinal, tal como se desprende del encabezamiento de su propio inventario: EN VIRTUD DEL AUTO PROBEIDO POR V. S. el día dos de Abril de este corriente año 1745; he reconocido todos los Papeles y Mapas que de orden de Su Exa. se le sequestraron a Dn. Lorenzo Boturini Benaduci (...); los que según el referido auto, he executado con el esmero, atensión y Vigilancia que se me ordenó, arreglado al Inbentario, según sus Cláusulas, y números marginales en ellos conthenidos, cuio Yndice es el que sigue: ... Ynventario 2? ... Núm. 7 En este se halla otro manuscrito. Su Author Don Fernando de Albarado Tezozomoc, Indio Cazique; parece un Resumen historial que haze desde los primeros Fundadores de México y Progresso de todos los demás Reyes que la gobernaron, sucesos y, acaescimientos de sus Gouiernos hasta la entrada de los Españoles, sin fin, en las mismas foxas que son ciento sesenta y ocho, en lengua Española22. Gracias a ello queda claro que este códice perteneció a Boturini y es el mismo que copió Veytia en 1755, copia de la que se hicieron las Memorias de Nueva España en 1792, y procedencia, finalmente, de todas las demás copias conocidas de esta crónica que dieron origen a todas sus versiones impresas. Este es, en efecto, el mismo códice que Boturini había descrito de memoria en 1746, cuando se encontraba en España desprovisto de sus papeles, del modo siguiente: Manuscritos de autores indios. VIII ... 11 Chronica Mexicàna en papel Europèo, escrita en lengua Castellana por don Hernando de Alvarado Tetzotzòmoc cerca del año de 1598. Y contiene 112. capitulos, desde la Gentilidad, hasta la llegada del Invicto Don Fernando Cortès à aquellas tierras. Es la primera parte, y falta la segunda. Al margen añadió Boturini Tom. 6. en fol. Original y aunque su numeración no se refleja en ninguna inscripción en el códice, evidentemente se trata del mismo ejemplar catalogado por el funcionario virreinal en 1745 23. Gonzalo Díaz Migoyo
contexto
III. El poeta-soldado autor de "La historia de la Nueva MÉxico" El libro de Gaspar Pérez de Villagrá es actualmente rarísimo. Se publicó por primera vez en Alcalá de Henares en el año 1610, en un volumen 8.? menor de 24 hojas preliminares sin numerar y foliado el texto desde la 1 a la 287. Existen muy pocos ejemplares de esta edición. El consultado para este estudio pertenece a la colección Graiño de la Biblioteca del Instituto de Cooperación Iberoamericano. Según la reimpresión que se hizo en México por el Museo Nacional en 1900, el original fue prestado por don M. Gómez Velasco. De acuerdo con la información más verídica que conocemos, Gaspar Pérez de Villagrá o Villagrán, fue hijo de Hernán Pérez de Villagrá. Nació en Puebla de los Ángeles sobre el año 155524. Era pues descendiente de los Pérez de Villagrá que habían dado a América capitanes tan famosos como don Francisco de Villagrá, conquistador de Chile, al cual se refiere Gaspar en su Historia. Pérez de Villagrá se graduó con el título de bachiller de letras en la Universidad de Salamanca, y debió de salir para América sobre el 1580. En el canto veinte de su Historia nos dice que pasó siete años en la Corte de Felipe II antes del 1595 en que se asoció con Oñate para la colonización de Nuevo México. En el momento de alistarse en el ejército de Oñate, aparece su nombre en la lista del año 1598 en que se le describe como de mediana estatura, fornido, barba canosa y calvo. De acuerdo con el grabado de su fisonomía que aparece en su Historia se notan dos marcadas arrugas que le cruzan la frente a las cuales también alude Zaldívar. Se muestra en este retrato la fisonomía de un veterano capitán. Villagrá fue elegido por Oñate en muchas ocasiones para misiones de importancia, lo que asegura su valor y la confianza que mereció de su general. Fue procurador del ejército en la expedición colonizadora por ser persona cualificada por su carácter para ejercer ese cargo. Otro de sus cargos fue el de capitán y miembro de su Consejo de guerra. Como juez asesor, Villagrá debería decidir junto con los misioneros materias de orden eclesiástico y de foro mixto, cargos que ejerció en diversas ocasiones durante la conquista. Dada la confianza depositada en él, debió de halagarle la amistad de Oñate pues siempre correspondió con admiración a su general en La Historia. Existen documentos que prueban la confianza y la estima en que se tuvieron sus servicios. En una carta de Oñate escrita desde el pueblo de Santo Domingo, el 10 de mayo de 1599, después de la batalla de Acoma, el general Oñate encomia su participación, sus viajes al valle de San Bartolomé y a las minas de Taxco en México, Zacatecas, para reclutar más soldados y ayuda para el ejército. También él fue quien escoltó a los misioneros en su llegada a Nuevo México. Fue elegido asimismo, junto con Vicente Zaldívar y otros seis hombres, para descubrir el paso del río Grande tras grandes penalidades. A pesar de todo ello, Villagrá se muestra muy modesto al hablar de sus méritos. Dice sólo que fue elegido para llenar el número más que para ayudar a la empresa. Cuando fue hecho prisionero por siete nativos, admite su miedo en aquella breve lucha, y en diferentes ocasiones de La Historia nos muestra sus debilidades, su arrepentimiento y la humanidad de su carácter. No nos ha de extrañar que fuera él quien interpretara para el general Oñate las ventajas que obtendrían los nativos del gobierno español, ni que años después llegara a formar parte de la Real Hacienda de Nuevo México. Nadie ha sido más severo consigo mismo que el poeta-soldado, autor de nuestro poema épico, no sólo quitándose importancia como héroe y testigo de los hechos, sino también dudando de su talento literario. No hay duda de que conocía a los clásicos, pero a pesar de ello la veracidad histórica se impone con toda su autenticidad. Aunque se proponía escribir una segunda parte, nunca llegó a publicarla y el poema épico termina con la conquista de Acoma. Después de esta batalla la fama de Villagrá debió de crecer hasta el punto de ser nombrado gobernador de Acoma, y ser elegido para explicar las riquezas espirituales y naturales de Nuevo México en la capital del Virreinato. Desde marzo de 1599 hasta agosto de 1600 estuvo reclutando refuerzos para el general. Oñate, por un poder real, declaró a Villagrá hijodalgo de solar el 1 de octubre de 1603, con todos los privilegios para él y sus descendientes. Años más tarde regresó a México como alcalde mayor de Guanacevi (Durango). Aunque no sabemos cuando regresó a España, tenemos un testimonio suyo, dado en Sevilla el 10 de mayo de 1610, en que dice que salió para México en 1608 y que regresó en 1609, el año en que escribió su Historia. En una petición hecha en 1613, el 8 de julio, Villagrá quiere ser recibido por el rey en vista a su hoja de servicios y alega sus derechos de regresar a la Nueva España y recibir tierras de acuerdo con sus merecimientos y los gastos particulares invertidos en la expedición25. En dicha petición se defiende de los cargos contra él, hechos en un juicio de causa que consistían en: a) Que hizo justicia a dos desertores del ejército, llamados Manuel Portugués y Juan González, cortándoles la cabeza, sin juzgarles ni dar tiempo a confesar, dejando a otros dos sin castigo; b) Que en su carta al virrey había exagerado la riqueza del terreno descubierto, cuando la realidad era muy contraria. Declarado culpable de ambos cargos se le desterró en 1614 de la provincia de Nuevo México por seis años y, se le prohibió ejercer su oficio y cargo de capitanía por dos años, haciéndole pagar los gastos del juicio. El 20 de noviembre de 1615 certificó que dada la lista de sus servicios pedía el gobierno de Campeche y el Corregimiento de Tabasco. Finalmente, el 20 de febrero de 1620 Villagrá fue nombrado alcalde mayor de Zapotitlán, en Guatemala. Este cargo no llegó a ejercerlo nunca, ya que de camino para ocupar su nuevo puesto murió en el barco que le llevaba a América26. A su muerte dejó viuda y dos hijos: José de Villagrá y María de Vilches, casada con el capitán Cristóbal Becerra y Montezuma. Su viuda, Catalina de Soto, envió a su hijo a España con un memorial, pidiendo dinero, en 1622. El Consejo de Indias aprobó darle la cantidad de 200 pesos. Ediciones de La Historia de la Nueva México El poema épico que nos ocupa ha sido desconocido por el público y poco conocido en los ambientes literarios. En el aspecto histórico ha tenido más suerte por servir de base histórica a los investigadores norteamericanos del sudoeste de los Estados Unidos. Entre los primeros en mencionar la obra hay que citar al historiador norteamericano Bancroft27, que refiriéndose a la Historia sobre Felipe II, de Luis Cabrera de Córdoba, encontró una breve noticia de la conquista de Nuevo México extractada del poema de Villagrá. Dicha noticia fue a su vez recogida por Ternaux-Compas28. El investigador español Cesáreo Fernández Duro29 resumió el libro y Bandelier30 utilizó también los documentos que contiene. En el Museo Nacional de México, en la Colección Ramírez, Bandelier debió de haber copiado a mano este libro. Dicha copia se encuentra hoy día en la Colección Hemenway del Museo Peabody de la Universidad de Harvard. Un segundo manuscrito hecho por Bandelier fue regalado a Thomas B. Catron de Santa Fe31. En la opinión de Bandelier el poema es una fuente histórica de gran valor. En 1892 dijo: La poesía del libro es espesa, o mejor dicho chapucera. Pero aún así, no cabe duda de su valor. Villagrán era un poeta abominable, pero era un buen historiador, aunque sólo fuera porque tomó parte en los hechos. Su versión de la tragedia de Acoma y la reconquista de los pueblo es excesivamente homérica; pero era el estilo de la época32. El estudioso Dr. John Gilmary Shea escribió sobre este poema un artículo titulado: La primera épica de nuestro país, por el poeta conquistador de Nuevo México, capitán Gaspar de Villagrá33. La reimpresión del libro hecha en 1900, y que es la usada para este estudio, lleva una introducción de Luis González de Obregón en que considera a nuestro poeta más cronista que poeta, y dando fe de su vocación histórica lamenta que no haya usado la prosa en lugar del verso para darnos la información de los hechos de que fue testigo. El profesor Bolton en su libro Spanish Explorations in the Southwest lo cree una fuente importante de datos, que acompañados de documentos no encontrados en otras fuentes, hace este libro imprescindible para el estudio de la conquista y colonización de Oñate. Por último, Henry R. Wagner en su libro The Spanish Southwest, 1542-1794, lamenta que no se hubiera traducido al inglés hasta el presente por ser considerado una autoridad en el tema de la historia de los Estados Unidos. La Historia de Villagrá fue reimpresa por el Museo Nacional de la Ciudad de México en 1900. Consta en dos volúmenes, el primero dedicado a La Historia de Villagrá, mientras que el segundo incluye documentos relativos a Gaspar de Villagrá recogidos por José Fernando Ramírez34. El poema está totalmente dedicado al tema americano. Aunque la hazaña es española, los indios adquieren el mismo valor y crean las páginas más atractivas del poema. El poema nos recuerda al segundo libro de la Ilíada. La historia del Suroeste, especialmente los sucesos de Acoma, ganan valor descritos en endecasílabos. Aunque con entusiasmo alaban a su jefe y a sus compañeros, admiró a Bembo y a otros jefes indios con igual fidelidad. Sólo es modesto Villagrá cuando nos cuenta sus hazañas. La historia de los queres de Acoma va a ser narrada en verso. La épica española ha estado siempre al servicio de la historia aportando autenticidad a los hechos cantados. Quizá sea esta la característica más sobresaliente y más distintiva de nuestra literatura. Por eso no nos ha de extrañar de nuestro soldado se convierta en poeta y que en boca del historiador Bancroft sea Nuevo México el único Estado que tenga el honor de basar sus primeros anales en un poema35. El poema épico La Historia de la Nueva México de Villagrá se publicó once años después de la conquista y este hecho sitúa esta historia como la más antigua de los Estados Unidos, publicada catorce años antes de la historia de Smith36. El mérito más sobresaliente de esta obra es que, al igual que Bernal Díaz, Gaspar de Villagrá es testigo de los sucesos que narra y su poema nos cuenta la verdad histórica más que la verdad poética. Su musa carece de imaginación cuando trata de sucesos no vividos por él. A veces le interesa más la autenticidad histórica que el verso y rompe el poema para intercalar o transcribir en prosa un documento de importancia. La dificultad de la rima se agrava por la necesidad de mantenerse fiel a la historia. En el poema encontramos largas listas de nombres propios, que sin su ayuda hubieran quedado anónimos. La riqueza de detalles, costumbres indias, organización político-social de los indios pueblos quedan allí descritas como fuente indispensable para los etnólogos y antropólogos de nuestros días. La licencia poética casi no existe y la mayor parte de la narración es honrada y sincera37.
contexto
IV. El mundo indÍgena descrito por VillagrÁ Villagrá fue un hombre de acción y así lo demostró en su canto. Después del establecimiento de la colonia en el pueblo indio bautizado San Juan de los Caballeros, Oñate se dirigió al oeste para reconocer Acoma y los zuñi y que se sometieran a la obediencia al Rey. El viaje de Oñate hacia Acoma se sabía en lo alto de la roca. Los espías queres habían contado a su consejo de guerra el poderío de sus armas pero su cacique Zutacapán arengaba a sus indios guerrero pidiendo: O mueran tristemente miserables Aquestos atrebidos que enderezçan Sus mal seguros passos á nosotros. Pero la opinión del indio guerrero contradijo la opinión de su hijo: Llamado Zutancalpo, moço afable, Que veinte años cumplidos no tenía, Gracioso, gentilombre, y bien hablado, Amigo de su Patria, y muy compuesto, Y en cosas de importancia reportado. Este joven, con la ayuda de un nuevo Néstor de América, quieren evitar la lucha: ... un noble viejo Que ciento y veinte años alcançava, Este por nombre Chumpo se llamava. Ambos quieren aplacar a Zutacampo, pero el guerrero decide actuar por su cuenta y ordena en secreto a sus rebeldes: Que al General sin replica ninguna Dentro de aquella fuerça le matasen, Dando entre todos traza que en entrando, A cierta estufa luego le llevasen, Y dentro doze barvaros secretos Allí la vida juntos le quitasen. Mientras estos planes se fraguan en secreto el general tiene ocasión de admirar Acoma: Llegó el Governador con todo el campo, Y admirado de ver la brava fuerça, Grandeza, y fortaleza que mostravan, Los poderosos muros lebantados, Torreones, castillos espantosos, Baluartes y braveza nunca vista, Pasmado se quedó por un buen rato, Mirando desde afuera las subidas, Y bajadas, grimosas no pensadas. El general ascendió a la cumbre por el peligroso camino de escaleras talladas en la roca y una vez allí recorrió el pueblo rodeado de sus hombres que en cada momento estaban precavidos. Abajo quedaba el resto del grupo y los caballos. Zutacampo decidió poner en juego su plan e instó al general a que visitara la estufa o kiva ceremonial. Y assi que llegaron á la estufa, Alegre le rogó que dentro entrase. Y visto el soterrano, y boca estrecha, el general decidió disimular su desconfianza y le dijo que primero debía alojar a su gente y luego le complacería en la visita. Zutacampo esperó paciente hasta que el general bajara al llano; pero una vez seguro Oñate, se disculpó nuevamente diciéndole: Que por venir cansado y ser muy tarde, Ya izo podría subir, que tiempo abría, Para poder bolver á darle gusto. Oñate, al disculparse, había salvado su vida pero el odio y, la venganza del cacique acomeño quedaba insatisfecha. La estufa referida en el poema, era la misma casilla en que hablaban al diablo de la narrativa de Espejo. Estas kivas estaban excavadas bajo tierra aunque no faltaban las adosadas, en semisótanos, a las casas. Así las describen las crónicas: Tienen entre quince ó veinte vecinos una estufa debajo de la tierra con gruesas vigas é techadas é alosadas todas que están tan hirviendo, que cuando hacen mayores frios, están ellos encueros ó sudan; aquí dentro destas estufas, los indios hilean algodón y tejen mantas, aunque dicen que rescatan parte de este algodón de la provincia de Mohose, que es tierra templada, que las mantas que ellos y ella traen es de pita y también curada que parece de angeo. Estas kiva o estufas tenían como condición indispensable que fueran en parte subterránea para poder entrar en ella por una abetura cuadrada en su techo como escotillón de navio por el que salían los palos de una escalera de pino que bajaba a su interior. El orificio de la kiva se llama Si-Pa-Pu y representa el lugar de donde la vida emerge. Este orificio está en el suelo y según Mr. Mideleft pudiera representar el génesis de sus cuatro casas. Según su mito de origen, el orificio más bajo es el del creador, Myuinga. La segunda casa sería al ras del suelo de donde proviene la luz. La sección más elevada como una plataforma sería el tercer estado de procedencia de animales. Aquí se colocan fetiches de animales y aquí descansa la escalera de pino y por ella ascendieron, convertidos en humanos, los antecesores de los indios que salieron a la luz por el cuadrado abierto en el techo que representa el cuarto mundo. En estas kivas los viejos hechiceros o curanderos de las crónicas se reunían para sus consejos y lo hacen hoy día usando todavía estas cámaras para iniciar a sus jóvenes en las tradiciones de su pasado. Y es aquí donde instalaban los telares donde los hombres y no las mujeres (terrible sorpresa para los españoles) tejían sus mantas. El héroe de nuestro poema no había estado presente en los sucesos de Acoma, encargado por el general de perseguir y castigar a unos desertores. Cuando regresó al Real de San Juan vio que el general Oñate se le había adelantado. El impetuoso Villagrá, solo y sin escolta, acompañado de su briosa yegua y su fiel perro, se lanzó en su búsqueda con ánimo de darle enseguida alcance. Al llegar al Peñol de Acoma se detuvo buscando agua y comida, pero los indios se mostraron recelosos y le hicieron demasiadas preguntas. Sin desmontar siquiera, no esperó las provisiones y decidió continuar a marchas forzadas, siguiendo las huellas de su general. Aquella noche durmió en el campo y al despertar una nevada inesperada de la que nos habló Espejo había hecho desaparecer las huellas que le orientaban. Villagrá en su diestro caballo continuó la marcha por un camino que se estrechaba en un portillo de empalizada. Descuidado, guió a su caballo por este lugar y notó que bajo sus pies La tierra que pisava, y que corría, Abriendo una boca poderosa Sentí que me sorbía y me tragava... Villagrá y su caballo yacían conmocionados en una trampa cavada en la tierra por los indios acomenses. La trampa hecha para cazar animales o quizá para cazara los nuevos intrusos sirvió de fosa al noble caballo. Villagrá, recuperado, fue saliendo Del horrible sepulcro temeroso Que Zutacapan hecho me tenía, para cogerme vivo si pudiese y decidió alejarse del lugar para salvar la vida. Escondido en un risco dejó la cota y escarcela, el yelmo y la adarga, junto con el arcabuz, y se alejó con su espada y la daga distanciándose de Acoma. Sabía que los indios eran expertos en seguir los rastros dejados por las huellas de hombres y animales y por lo tanto desplegando gran ingenio Los zapatos bolví sin detenerme, Poniendo los talones à las puntas. En la narrativa de Villagutiérrez dice así: Abriéndolos por delante y poniendo los talones a las puntas de los pies. El ingenio de Villagrá ha sido imitado por los cuatreros y desesperados que robaban ganado en el Oeste americano. Solo y perdido en el desierto sacrificó la vida de su único amigo el fiel perro que le acompañaba, para comer de su carne. Después del fatal acto se dio cuenta Que fuego para assarlo me faltava. Y con arrepentimiento y falto de fuerzas encaminó sus pasos hasta el Peñol encontrado por Espejo que marca su silueta acogedora en medio del desierto. Allí encontró la laguna de agua que hasta hoy día existe, en donde pudo saciar su sed. Por el suelo había abandonado trozos de mazorcas que otro ser humano había dejado. Villagrá, alentado con este refrigerio, decidió descansar sus pies hinchados y su ánimo frustrado. De repente oyó español y al otro lado del Peñol (El Morro) vio aparecer a unos compañeros de armas que llegaban En busca de cavallos que perdidos Andaban codiziosos de hallarlos. Una salva de arcabuces atronó el aire para anunciar al resto del campamento su posición. Esta carga ahuyentó a los indios que la perseguían y permitió a Villagrá ser Socorrido, amparado y remediado. De este encuentro entre Villagrá y sus compañeros no nos queda ningún autógrafo en la roca lisa de El Morro. Sabemos que Oñate pasó por allí el 13 de diciembre de 1598, pero su famoso autógrafo no lo hizo hasta su segundo viaje en que recorrió tal camino para ir hasta el golfo de California, en abril de 1605. Indios y españoles Mientras Villagrá se recuperaba en el campamento del general, su maese de campo Juan de Zaldívar decidió recorrer el mismo camino de nuestro poeta-soldado para salir al encuentro del general. Mientras tanto, en Acoma las órdenes de Zutacapán habían prevalecido en su deseo de venganza al verse defraudado por dos veces en sus intentos. El odio se va a descargar en la figura de su tercer visitante: Juan de Zaldívar. Al aproximarse el maese de campo con una pequeña escolta, no sólo le recibieron bien sino que le invitaron a ascender el Peñol de Acoma y recibir allí abundantes provisiones con que Zaldívar pudiera abastecer al ejército. Dejando su campamento en el llano, ascendió la peligrosa rampa escalonada con 16 de sus camaradas. Las provisiones habían de ser traídas de diversos almacenes desperdigados por el pueblo. Sabemos que las primeras plantas de las casas-terrazas de los indios eran usadas como almacenes de sus cosechas. Seis soldados quedaron cerca de Juan de Zaldívar. Arriba, el cielo brillaba sobre la dura roca. La llanura quedaba abajo a unos cuarenta metros. La ocasión era propicia para la venganza. Los indios arengados por Zutacapan Alborotados todos lebantaron Un portento estruendo de alaridos Juan de Zaldívar, que era consciente de que debería evitar la lucha, decidió retirarse; pero un capitán de su escolta, bravucón y desafiante, le reprochó lo que él juzgaba cobardía. El momento propicio pasó y la lucha se hizo inevitable. Salió Zutacapán feroz diziendo, Mueran, mueran á sangre y fuego, mueran, Todos estos ladrones que han tenido, Tan grande atrebimiento y desberguença, Que sin ningún temor ni buen respecto, Han querido pisar los altos muros De aquesta illustre fuerça. Con sus poderosas mazas o macanas incrustadas de guijarros cayeron sobre los españoles y les forzaron a replegarse al despeñadero donde muchos se lanzaron y Muertos llegaron dando cien mil botes, Por los más crudos riscos lebantados. Zaldívar quedó solo ante Zutacapán: estaba dispuesto a vender cara su vida. El combate, como en todos los poemas épicos, se hace cuerpo a cuerpo entre los dos héroes de la historia, hasta que Al fin con gran cuidado fue bajando, De aquel Zutacapán la fuera maça Con tan valiente fuerça que assentada Sobre las altas sienes del Zaldívar, Allí rendido le dexó entregado, Al reposo mortal y largo sueño Que á todos nos es fuerça durmamos. Viendo los indios que Juan Zaldívar yacía sobre la roca, con una terrible algarabía se acercaron a descargar sus macanas sobre el cuerpo inerte de Zaldívar. En la confusión, los cinco soldados que quedaban vivos El valiente Zapata y Juan de Olague, El gran León, y fuerte Cavanillas, Y aquel Pedro Robledo, el animoso, Se fueron a gran prisa retirando Hasta llegar a un salto lebantado, Da más de cien estados descubiertos, De donde todos cinco se lançaron. Estos españoles salvaron su vida, excepto Robledo que se mató en la caída. Los otros cuatro cayeron sobre un banco de arena y aunque conmocionados y maltrechos pudieron ser auxiliados por los soldados que guardaban los caballos. Divididos en pequeños grupos para prevenir emboscadas fueron tomando otras rutas hasta retirarse al Real de San Juan. Precavido, el general Oñate dio un gran rodeo para evitar su paso por Acoma. La fuerza de los acomenses se extendió por la comarca. Sus mazas eran más ágiles y más peligrosas en su meseta que los pesados arcabuces que eran incapaces de ser cargados con premura y cuyos tiros necesitaban hacerse con distancia. Arriba en su roca su superioridad era indiscutible; abajo en la llanura los temibles caballos y las armas de fuego tenían superioridad. Su fortaleza, una vez más, era su protección y su ayuda. Un serio problema se les presentaba a Oñate y a los españoles concentrados en San Juan: los indios no podían quedar sin castigo. De ser así, sus vecinos imitarían su ejemplo. Por otro lado, el castigo no podría fallar: la roca de Acoma tenía que ser conquistada. La superioridad de las armas españolas era la única posibilidad de establecer la colonia en terreno hostil. Oñate tenía a sus órdenes 200 soldados mientras que sólo en Acoma había más de 300 guerreros. Los indios navajos estaban dispuestos a ayudarles. Oñate tenía que dividir sus fuerzas pues no podía dejar sin protección familiar el Real de San Juan en donde vivían los colonos sin protección militar. De acuerdo con las Leyes de Indias, el general no podía empezar una guerra hasta probar primero que la causa era justa. Esta prerrogativa estaba en manos de los padres misioneros. Oñate sabía que cada Adelantado de Su Majestad, después de servir su turno debería pasar por un juicio de Causa en que cada decisión podría ser juzgada. El canto XXV de Villagrá se dedica en su totalidad a explicar las razones aducidas para justificar la guerra justa contra Acoma. El general eligió a la persona más idónea para vengar la muerte del maese del campo: su hermano Vicente Zaldívar, el sargento mayor del ejército. El general dio instrucciones a su sobrino para que conquistara con paz y evitara la guerra con los acomenses. Tales condiciones nunca podrían ser admitidas y ninguno ignoraba que la batalla era inminente. De acuerdo con el general, Vicente Zaldívar debería Con muchas suzbidad allí llamase; De paz aquella gente, pues avia, Rendido la obedencia y entregasen, Todos los movedores que causaron, El passado motín... También les mandaba que abandonaran la roca y que asentaran su pueblo en el llano en donde pudieran ser instruidos en la religión católica. Si los indios no cumplían esto, les aguardaba un castigo ejemplar. Unos 70 soldados elegidos por su valor, entre ellos el misionero Alonso Martínez, se aprestaron a defender el honor de España y a vengar la muerte de sus camaradas bajo las órdenes del sargento mayor. Entre los elegidos para la empresa estaba también nuestro poeta-soldado. Oñate despidió a sus hombres exhortándoles a que recibiesen la comunión y que no olvidasen la caridad cristiana. Les previno contra los excesos de la venganza y les despidió consciente de que aquel 12 de enero de 1599 podría ser importantísimo para su gobierno. No bien hubo salido el ejército de Zaldívar, cuando los rumores se hicieron sentir de que el Real había de ser atacado por los indios comarcanos. El general Oñate tenía la responsabilidad de proteger a los colonos y se aprestó a la defensa del pueblo distribuyendo a sus hombres por los distintos lugares accesibles del Real. Había pocos hombres capaces de luchar; pero como los heroínas de la Araucana ... doña Eufemia valerosa Hizo seguro el campo con las damas, Que en el Real avia, y fue diziendo, Que si mandara el General bajasen Que ellos defenderían todo el pueblo Mas que si no, que solas las dexasen, Si asegurar querían todo aquello. El general quedó contento de ver en embras un valor de tanta estima y mandó que doña Eufemia se encargase de defender aquel barrio de la ciudad y así las damas con gallardo donaire passeavan los techos y terrados vigilando la proximidad de una emboscada. En lo alto de la roca de Acoma los indios pueblos también hacían sus preparativos de guerra. En su kiva se habían reunido sus caciques para tomar acción. Chumpo, el Néxtor de esta épica, dio su opinión: Yo soy, de parecer que con recato Si en el hecho quereis aseguraros Que nuestros hijos todos y mugeres, Salgan de aqueste fuerte, y nos quedemos, No mas que los varones. Pero Zutacapán, bravucón, quiso afear el miedo de los precavidos con la ayuda de su hechicero. En las experiencias pasadas, los espías de Acoma habían reportado que en las fiestas de sortijas y cañas los españoles usaron sus armas, pero en cambio no se mataban, por lo cual Bien claro conozimos y entendimos No ser sus armas mas que solo asombro Y al fin todo alboroto, pues sus rayos, Si assi quereis llamarlos, no hirieron a ninguno de todos los que andavan, En medio de sus truenos poderosos. Los 70 hombres de Zaldívar se aproximaban por el camino de Zia. Llevaban provisiones sólo para dos semanas, obligándose así a acortar el tiempo necesario para la conquista de Acoma. Al ser divisados desde lo alto de la roca los indios dieron sus terribles alaridos de guerra mientras que el pequeño destacamento iba observando que la fortaleza tenía dos grandes peñoles lebantados. Mas de trescientos passos decididos Los terribles assientos no domados Y estaba un passaman de uno al otro, De riscos tan sobervios que ygualavan, Con los disformes cumbres nunca vistas, Desde cuios assientos fue contando Zatacapán la gente que venía... Esta orografía de la roca se describe aquí por primera vez en las crónicas y coincide con la actual configuración de la meseta en que una gran área se une por un estrecho pasadizo a la meseta sur que está deshabitada. En este estrecho passaman de Villagrá hay grandes fisuras en las rocas erosionadas que cortan la superficie. Por lo tanto ni es ni era usado en la época de la conquista. El canto XXVII y el canto XXVIII del poema se dedica a la descripción de los bailes ceremoniales que hicieron en Acoma para implorar la ayuda de sus dioses. Bailes que tienen todo el sabor de las danzas guerreras que hasta hoy usan los indios de Acoma. Llevaban la misma pintura en sus cuerpos desnudos, se ataviaban con las pieles y máscaras de sus animales sagrados, cuyo espíritu imploraban y bailaban con los mismos ritmos y contorsiones de hoy día. Así los describen los españoles en 1599. Y assi salio bramando con su gente, Qual jugando la maça y gruesso leño, Qual la sobervia galga despedida, Del lebantado risco, peñasco, Qual tirava la piedra, qual la flecha, Qual de pintados mantos se adornava, Y de diversas pieles y pellicos, Otros tambien alli se entretejian, Entre cuias libreas se mostrava, Vna grandiosa suma nunca vista, De barvaras bizarras, muy hermosas, Las partes bergonçosas enseñando, A vuestros Castellanos, confiadas, De la victoria cierta que esperaban, Tambien entre varones y mugeres, Andavan muchos barvaros desnudos, Los torpes miembros todos descubiertos, Tiznados, y embijados de unas rayas Tan espantables, negras y grimosas, Qual si demonios brauos del infierno, Fueran don sus melenas desgrañados, Y colas arrastrando, y unos cuernos, Desmesurados, gruessos y crecidos, Con cuios trajes todos sin verguença, Saltaua como corços por los riscos, Diziéndonos palabras bien infames. Mientras los indios se preparaban a luchar invocando a los espíritus, los españoles preparaban su estrategia. Antes de salir el alba un grupo elegido de 12 soldados, entre los cuales iba nuestro capitán, debería esconderse entre las cuevas de la meseta sur, que estaba deshabitada. Lo difícil sería pasar a la meseta principal a través de los peligrosos pasadizos erosionados. Para ello deberían arrastrar un madero que sirviera de puente entre roca y roca. Al amanecer darían el grito de ¡Santiago! y se lanzarían todos los demás a ascender la roca por el camino más asequible. De esta manera los indios abandonarían sus puestos de la meseta sur y concentrarían su fuerza en rechazar a los españoles que ascendían a la meseta habitada. Pero los indios habían elegido a un capitán de guerra extraordinario. Era Giocombo, el nuevo Caupolicán del oeste americano. Con prudencia y sagacidad preparó su táctica. Sus indios, escondidos también en las rocas, deberían dejar pasar a los españoles sin molestarlos y una vez arriba cortarían su retirada cogiéndoles entre dos fuegos. Antes de la batalla fue también, como el héroe araucano a despedirse de su compañera Luzcoija, que no quería dejarle partir. Que si vienes Señor para boluerte Que el alma aqui me arranques, que no es justo, Que viua yo sin ti tan sola vn hora, Y assi la boz suspensa, colocando, Aguardando respuesta fue diziendo, El afligido baruaro señora, Iuro por la belleza de essos ojos, Que son descanso y lumbre de los mios, Y por aquesos labios con que cubres, Las orientales perlas regaladas, Y por aquestas blandas manos bellas, Que en tan dulze prision me tienen puesto, Que ya no me es possible que me escuse, De entrar en la batalla contra España, Por cuia causa es fuerça que te alientes, Y que tambien me esfuerçes, porque buelua, Aquesta triste alma à sólo verte, Que aunque es verdad que teme de perderte, Firme esperança tiene de gozarte, Y aunque mil vezes muera te prometo, De boluer luego à verte y consolarte, Y porque assi querido amor lo entiendas, El alma y coraçon te dexo en prendas. Era el día de san Vicente, onomástico del sargento mayor, y el padre Martínez ofreció el sacrificio de la santa misa por vez primera entre las rocas de Acoma. Todos los españoles habían comulgado (lo que fue el Viático para muchos), menos un soldado que, obstinado, no había aceptado la reconciliación religiosa38. El padre les recordó: Que aquese es el valor de Castellanos, Vencer sin sangre y muerte, al que acometen... La batalla había llegado a su momento decisivo. Mientras el ejército trepaba por el camino esperado, los doce valientes avanzaban en sus posiciones acercándose a los suyos. Para salvar las hendiduras de las rocas iban usando el tronco de árbol preparado. Ya habían salvado la primera zanja cuando fueron sorprendidos por los indios valientes de Giocombo. La retaguardia no pudo ayudar porque un soldado en su premura había arrastrado el árbol al otro lado de la segunda zanja. Los españoles sitiados pidieron a voces que pusieran el madero-puente entre las zanjas para ayudarles. Oyendo pues aquesto retiréme, Porque entendí Señor que à mi dezia, Cosa de nueve passos, y qual Curcio Casi desesperado fui embistiendo, Aquella primer çanja, y el sargento Pensando que pedazos me haría, Assione del adarga, y si no suelta Sin duda fuera aquel el postrer tiento, Que diera a la fortuna yo en mi vida, Mas por largarme presto fui alentando, La fuerça de aquel salto de manera, Que al fin salvè la çanja y el madero, No libre de temor y de rezelo Fui como mejor pude alli arrastrando, Y puesto en el passage los dos puestos, Passaron con presteza, allí los vuestros (soldados del Rey Felipe II). Villagrá con su impetuosidad e imprevisión acostumbrada se convirtió en el héroe de la jornada. Todavía hoy en lo alto de Acoma, los guías indios señalan el lugar del salto que, como el de Alvarado en México, ha pasado a la historia. La lucha calle a calle, casa a casa, fue horrorosa. Ningún lado se daba por vencido. Los españoles pegaron fuego a la ciudad para ver si los indios queres se rendían. Hubo un intento de rendirse Zutacapán, pero al saber las condiciones que imponían los castellanos de Juan Zaldívar, el guerrero indio volvió a la lucha. Según Villagrá, la lucha duró tres días; los acomenses, como nuevos numantinos, prefirieron arrojarse a las llamas antes que entregarse al enemigo. Se mataron los unos a los otros y dejaron que el fuego consumiese la ciudad. Giocombo es el primero que recuerda a sus hombres la promesa: Firmes en la promesa que juramos, Que à la felice muerte las gargantas Las demos y entreguemos, pues no queda Para nuestra salud mayor remedio. La bravura de los indios y sus jefes, en especial Giocombo y Bempol, hace que Zaldívar quiera la paz. El viejo Chumpo es el único que la acepta Echándole los braços el Sargento En peso le tomó y con gran respecto, Abraçado le tuvo por buen rato Y después que con mucho amor le dixo, Razones y palabras de consuelo... Zaldívar pudo así encontrar los restos de su hermano que habían sido consumidos por el fuego en una gran pira a la que ofrecieron los indios sus plumas, mantas, pellicos, flechas y macanas en agradecimiento por haber obtenido la muerte del castellano. En este lugar se levantó una cruz mientras que el poema dice que Zaldívar dijo: ¡Aquí fue Troia nobles caballeros! La paz se hizo en Acoma. Estaba claro que había vencedores y vencidos. El orgullo indio no pudo comprenderlo. Por vez primera su roca había sido ocupada. Era necesario explicar la situación de alguna manera honrada. Entre ellos se corrió el rumor de que un ser sobrenatural, acompañado de una mujer, había venido en ayuda de los españoles. El desconocido iba En un blanco cavallo suelto, y tiene, la barra larga, cana y bien poblada, Con él buscaban a Vna bella donzella tambien buscan, Mas hermosa que el sol, y mas que el Cielo, No pudiendo encontrarles entre los españoles y Zaldívar le respondió a Chumpo Que son bueltos al Cielo, donde tienen Del assiento su morada, y que no salen, Si izo es à defendernos u ayudarnos... Santiago sigue caminando en su caballo por la vía láctea de Nuevo México. En muchas iglesias, hoy día, le vemos todavía matando a moros (no indios) adornados de turbantes y de rojas capas. La Virgen María también tiene un culto muy extendido. La paz de Acoma no podría traer amistad; el odio al invasor va a durar hasta la revuelta de todos los indios pueblos en 1690. Como presagio del futuro Villagrá cierra su poema con el heroico suicidio de dos jóvenes acomenses. Ellos, al colgarse y morir antes que entregarse a la justicia española, increparon así a los soldados. Soldados advertid que aquí colgados, Destos rollizos troncos os dexamos, Los miserables cuerpos por despojos, De la victoria illustre que alcançastes, De aquellos desdichados que podridos, Estan sobre su sangre rebolcados, Sepulcro que tomaron, porque quiso, Assi fortuna infame persequimos, Con mano poderosa y acabarnos, Gustosos quedareis, que ya cerramos, Las puertas al viuir, y nos partimos, Y libres nuestras tierras os dexamos, Dormid à sueño suelto, pues ninguno, Boluio jamas con nueua del camino, Incierto y trabajoso que lleuamos, Mas de una cosa ciertos os hazemos, Que si boluer podemos á vengarnos... lo harían nuevamente. Esta historia de Acoma sirvió de lección a todos los indios del valle del río Grande. La Superioridad de España fue reconocida y tolerada. Juan de Oñate trasladó su campamento a San Gabriel en 1601. Ocho años más tarde fundaría su capital Santa Fe. Estos pueblos, en contacto directo con los españoles, se hispanizaron rápidamente; los que estaban más lejos toleraron la presencia de España, porque la incumbencia en su vida y negocios no se hizo sentir y, por lo tanto, mantuvieron sus costumbres vivas a través de la dominación hispana y anglosajona. En un aspecto, sin embargo, España insistió en civilizarles, y lo hizo a través del sistema misional que los franciscanos extendieron aún a los más remotos puntos de Nuevo México. La misión era la agencia del gobierno español más efectiva en la frontera del Norte. Gracias a esta campaña misional y no de exterminio, el historiador Bolton39 cree que los indios conquistados por España aún existen. En otros lugares de América han sido exterminados o desaparecidos. En las leyes españolas se ve bien claro que España trató de convertir, proteger, civilizar y explotar a los nativos. Cuando el sistema de encomienda se desacreditó por sus abusos, el sistema misional le sustituyó. El misionero se convirtió en agente del Rey y de la Iglesia. A pesar de lo separada que quedaba Acoma del centro de influencia hispana, allí llegó enseguida su misionero que construyó su iglesia y su escuela. El misionero se convirtió así en diplomático, arquitecto, maestro y relator de las necesidades de la colonia ante el virrey. Los conquistadores fueron en muchos casos soldados brillantes, pero su historia sería incompleta si no hubieran llevado a su lado al misionero que con su hábito pardo franciscano fue la figura más conocida por el indio. El se quedó allí cuando los soldados terminaron la conquista. Para ellos, la conquista de almas duraría toda su vida40. Aunque numerosos libros publicados en los Estados Unidos nos hablen y exageren los horrores de la conquista, la lucha entre los franciscanos, sus métodos opresivos, etc., hay que reconocer que ante las enormes dificultades de números y distancia sólo quedaban dos alternativas: la completa aniquilación de la raza aborígena o su incorporación gradual y absorción en la coherente cultura de la nación conquistadora que se creía estar más civilizada, En las leyes de indias y en el testamento de Isabel la Católica en 1504 se dieron instrucciones para que se enseñara a los indios y se les educase como ciudadanos de España. Las primeras escuelas empezaron a funcionar en 1550. Los misioneros de Acoma fueron sucediéndose con los años. El primero fue fray Andrés Corchado. Le siguió el célebre historiador y misionero Zárate Salmerón que nos dio noticia de la Kiva de Acoma y comenta sus pinturas. Más tarde, Acoma aparece en el Memorial de otro franciscano, Benavides. El famoso misionero elogia a los acomenses como buenos discípulos en el arte de música, escritura y lectura, al igual que en otros oficios. El nuevo padre misionero de Acoma fue el célebre padre Ramírez. Sabemos por el autógrafo que el gobernador Silva escribió en El Morro que él fue encargado de escoltar a los padres a su nueva misión. En la inscripción se lee: Aquí llego el Señor y Gobernador Don Francisco Manuel de Silva Nieto Que lo imposible tiene ya subjeto Su brazo indubitable y su valor Con los carros del Rey Nuestro Señor Cosa que solo el paso en este efecto De Agosto (5) mil seiscientos Veinte Nueve Que se Bien a Zuñi pasa y la Fe lleve. Según la tradición, cuando el padre Ramírez llegó a Acoma, no le acompañaba el gobernador Silva Nieto, sino que ascendió por la peligrosa subida, hecha en la roca, acompañado sólo de su cruz y su breviario. Un aluvión de piedras y flechas fueron tiradas contra él. Ninguna le alcanzó; es más, en la confusión cayó por el precipicio una niña india a quien el padre auxilió y devolvió a los brazos de su madre. Este milagro abrió el camino del padre en los corazones indios. Aunque la historia no confirma esta milagrosa entrada, sí sabemos que el padre Ramírez se ganó la confianza y el respeto de sus acomenses hasta hacerles construir una gran iglesia, con su convento y su escuela, que aún hoy se levanta imponente y airosa sobre la dura roca de Acoma. Los indios de Acoma no tenían tierra para hacer el adobe, no tenían madera para sus vigas ni campo donde excavar su cementerio. Sin embargo, el padre Ramírez construyó el camino del padre por donde burros cargados de tierra para la construcción pudieran transportar desde la llanura todo lo necesario. La iglesia de Acoma Este monumento a la fe de los indios de Acoma que aún hoy podemos visitar debió ser construido entre 1629 a 1640. La puerta de la iglesia es una auténtica muestra del estilo español del siglo XVII en territorio americano. La nave principal tiene 55 metros de longitud. En el centro del altar mayor, en la pared, hay un nicho de su santo patrón san Esteban41 que se saca en procesión el día 2 de septiembre de cada año. Hay también una piel de búfalo con una pintura de san Esteban del siglo XVII. Hoy como ayer carece de bancos pues los indios se sentaban sobre sus mantas en el suelo. A la izquierda hay un cuadro en lienzo pintado con la imagen de san José. Cerca de la misión hay un famoso cementerio que impresiona más si recordamos que está hecho sobre la dura roca. Los neófitos levantaron un muro de contención de unos veinte metros de alto en un extremo de la meseta, cerrando una gran cuadrado. Llenaron este cuadrado de tierra, esportilla a esportilla, hasta ocupar una superficie de 200 metros cuadrados. Allí pudieron enterrar a sus muertos siguiendo los usos prescritos por los misioneros. Uno de los sucesos más peculiares ocurridos en esta misión de Acoma fue un juicio entre el pueblo de Acoma y el de Laguna situado a 20 kilómetros al sur42. El objeto en disputa fue el cuadro de san José que cuelga del muro izquierdo de la misión. Este cuadro fue traído por el padre Ramírez con las campanas y se cree que fue regalo del rey Carlos II de España. En 1852, Acoma, llevó a juicio a Laguna acusándole de haberle robado la pintura de san José. En tiempo de sequía, pestilencia o ataque de apaches o navajos, san José ayudó al pueblo de Acoma y a él debían su prosperidad y salud. El pueblo vecino de Laguna padecía epidemias y sequías. Una delegación de sus principales rogó a los de Acoma el préstamo del cuadro durante un mes. Pasó el tiempo acordado y los de Laguna no lo devolvieron. En los anales impresos por el juzgado de Nuevo México43 se dice que Laguna tomó prestado dicho cuadro de los pueblo de Acoma con el propósito de celebrar la semana santa... hicieron una reclamación legal del mismo y se negaron a devolverlo. El cura párroco actuando por el pueblo decidió echar a suertes la posesión del cuadro recayendo éste en Acoma, por lo cual como demandantes creíamos que Dios y los santos habían decidido que el mencionado cuadro debía pertenecer a los pueblo de Acoma. Pero el pueblo de Laguna no aceptó esta decisión y regresó armado y amenazando con romper la puerta de la iglesia si no le devolvían el cuadro. Para evitar la guerra se lo concedieron y llevaron el caso a los tribunales. Durante el interrogatorio de los testigos los de Laguna aseguraron que, según sus ancianos, el cuadro de san José les había sido regalado por un obispo y que fueron los de Acoma quienes lo habían robado, por eso no aceptaron la suerte y decidieron tormarlo y reclamarlo como suyo, aunque tuvieran que pleitear. Para entender la religiosidad de los acomenses, nada mejor que transcribir un testimonio de este proceso: Los primeros conquistadores regalaron el santo al pueblo de Acoma, y tiene mucho valor para ellos; es el santo patrón de Acoma y no puede ser sustituido por otro, y él (el testigo) cree que para estar a bien con Dios es necesario tener a san José en Acoma. Otro testigo asegura que el cuadro lo regalo el rey Vicente en la época de la Segunda Conquista. De ser verdad se referirá a Vargas el reconquistador de Nuevo México, 1696. Como hemos podido leer, el juicio favoreció a Acoma y todavía cuelga de sus muros macizos en la famosa iglesia que ha servido de modelo para toda la arquitectura misional del suroeste. La vida de la colonia seguía su curso hasta que los indios pueblos instigados por su hechicero Popé de Taos se unieron en la revuelta de 1680. Los indios de Acoma, aunque lejos del centro de la acción, tomaron parte en la secreta venganza en que murieron 400 españoles, entre ellos 23 sacerdotes. En Acoma mataron a su misionero, el padre Maldonado, y quemaron todas las insignias de su cristiandad44. Sin embargo, su iglesia debió de quedar preservada pues aún está en pie. Una vez que los españoles fueron expulsados del territorio, la unión de los indios pueblo se rompió. Popé se convirtió en un déspota, muchos pueblos fueron arrasados por guerras y sequías, otros desaparecieron y se ubicaron en otros lugares. Dieciséis años más tarde, Diego de Vargas reconquistó Nuevo México y volvió a visitar a los queres de Acoma para tomar posesión de la tierra en nombre del Rey, ceremonia realizada por su predecesor Oñate cien años antes. En su visita a Acoma el conquistador sirvió de padrino del hijo de su cacique Mateo, un indio culto que hablaba español. El bautismo se celebró en la iglesia de San Esteban que Vargas describió como imponente con sus muros macizos de casi medio metro de espesor. Aunque en la primavera y verano de 1696 hubo otro intento de revuelta y los indios zuñi, moqui (hopi), así como los de Acoma, ayudados por los apaches, se trasladaron al pueblo de Chimayo, en el camino de Santa Fe, la crecida del río impidió el ataque a la capital. Los indios de Acoma regresaron a su roca y aunque nunca fueron totalmente sometidos a Vargas e impidieron su entrada, lo remoto de su situación geográfica con respecto a la capital les hizo quedar al margen de la hispanización y ser tratados con más tolerancia. Sin embargo, oficialmente, se sometieron de paz al gobernador Cubero en 1699. Ayer y hoy en Acoma En ningún lugar se podría entender mejor la cultura pueblo con su armonía y la vitalidad que los indios dan a todo lo que les rodea que en una visita a Acoma, a sus casas edificadas en lo alto de la roca que forman parte de su misma naturaleza. Hace cinco siglos que los españoles les vieron igual que los vemos hoy y al igual que entonces el pueblo se ha resistido al proceso americano de sus nuevos conquistadores. Su cultura les pertenece a ellos. Aceptaron de España lo que les convenía y lo mismo hacen del gobierno de Washington. Una visita al pueblo nos hace ver lo conscientes que son de su pasado. El camino por el que subió Zaldívar lo llaman el camino del muerto; el que construyó el padre Ramírez, el del padre; la grieta entre sus rocas, el salto de Villagrá. Desde lo alto de su meseta uno parece estar colgado entre el cielo y la tierra. Sus casas aun hoy día conservan los cristales de mica en algunas ventanas hechas en la época hispana. Aquí y allá los hornos en forma de colmenas nos avisan lo práctico que aceptaron de España, porque en las crónicas leemos que eran famosas sus tortillas de maíz que Luxan elogia: el pan de arina de maiz (lo hacían) con mucha curiosidad. Luxán los describe como gente trabajadora que siembra y coge mucho maíz; también es gente limpia y aseada e no hieden como otras Naciones. a) Las moliendas La descripción de los indios pueblo hecha por Luxán tiene plena vigencia hoy: Las casas son de barro puesto a mano a manera de tapias de media vara de ancho, pequeños sus altos y bajos y tiene sus recamaras. Suben a lo alto en escaleras levadizas y mandanse los bajos por los altos, y tienen grandes sótanos, y e los bajos tienen sus trolas y despensas, y cocinas, é la una banda dellas, tiene sus molinos, en que muelen el maiz como para hacer sus tortillas muelen el maiz crudo e tostado a amasanlo con agua caliente, e hacen muy lindas tortillas. Los molinos están de esta manera, están conforme la posibilidad de la casa cuatro o cinco, hasta ocho molinos juntos, son una vara en largo y de dos tercias en ancho, en el piedras encaladas edificados en el propio suelo, que está bajo como metates y de un palmo de alto de cerca, y en medio una piedra picada como de metate hasta media vara de largo é una tercia en ancho y con otra piedra muelen. La piedra picada del manuscrito de Luxán se refiere a piedra volcánica de color grisáceo de la que se hacían las manos de las moliendas. Al mismo tiempo que las mujeres molían, una música de flauta las acompañaba. Esta descripción es muy cercana a la de los antropólogos que estudian las costumbres indias de hoy día: la misma música acompaña su faena. b) La vestimenta Luxán, al igual que Castañeda y otros escritores, describió el vestuario indio. Según Luxán, para los queres el hábito dellos, es unas mantas como de paño de manos, tapadas sus verguenzas, y otras mantas como tilmas enbijadas, y sus zapatos de cuero a manera de botines, y las indias traen una manta por sima de el hombro y con una cinta atada por la cintura y los cabellos cortados por la frente y las demas trenzados, que vienen á hacer dos cuernos, y encima una manta de pluma de gallinas, y cierto es feo traje. Hoy día conservan ese mismo traje en las ceremonias. El juicio de Luxán es muy honrado, llama feo el traje, pero dice que fueron los queres tan dadivosos que tuvieron que devolver las tortillas al pueblo por no poder comer tanto... Los acomenses tiene muchas costumbres que se asemejan a la vida de los pueblos españoles. Coronado observaba cómo las indias iban y venían de la fuente llevando sus tinajas sobre su cabeza, para lo cual tenían un rollo en lo alto de la cabeza con el que los sujetaban balanceándolas por las pendientes de la roca con gran soltura. También Castañeda nos dice que eran monógamos y que tenían sacerdotes que les dieron sermones, a quien ellos llaman "pa-pas" (hermano mayor). Los curanderos iban por el pueblo pregonando a la salida del sol mientras el pueblo los escuchaban en silencio y añade: les dicen como han de vivir y creo que las leyes que han de obedecer, pues no hay borrachos, no hay sodomitas, no hay sacrificios, sino sólo trabajan45. Y Villagrá nos añade: la gente es llana y apacible de buenos rostros, bien proporcionado, rebueltos, puestos, sueltos y alentados, no mancos, no tallidos, no contraechos. Las capas de plumas con que iban vestidos de acuerdo con los españoles se han abandonado ahora, siendo sustituidas por mantas de lana, que el ganado lanar importado por los misioneros hizo posible tejer. Ellos sabían ya tejer, según Jaramillo, pellones de plumas que las tuercen acompañando la pluma con unos hilos, y despues las hacen à manera de tegido raro con que hacen las mantas. Villagrá dice que las mujeres traían mantas puestas al ombro a manera de gitanas. Y algo que habría de ofender mucho a los españoles era notar que eran los indios los que tejían, mientras que las mujeres eran las que hacían el adobe y lo extendían sobre los muros de las casas. Hoy también, como en los pueblos de España, las mujeres blanquean el adobe de sus casas antes del 2 de septiembre, la fiesta de san Esteban, la fiesta de Acoma. También hoy sus casas tienen la apariencia descrita por los españoles. Han añadido puertas con visagras y ventanas. Todavía ascienden al segundo piso por sus escaleras móviles, y las ristras de ajos, pimientos y calabazas cuelgan en las puertas de la casa, unida al maíz indio de colores que siguen usando para sustento y para ceremonial religioso. Fray Francisco Atanasio Domínguez46 dice de los pueblos del Oeste, que son vien apersonados, visten decentemente, nada viciosos, tienen obediencia a cacique y capitanes; en una palabra, solo ser Cristianos les falta... c) La Religión de ayer y hoy en Acoma Y cristianos los indios queres también lo son. Lo que pasa es que la religión cristiana se ha fundido tanto con la religión pagana que hoy ambas están confundidas y amalgamadas. Para saber realmente la religión original tenemos que volver a las crónicas y a los diarios o informes de los misioneros franciscanos. Los arqueólogos nos dicen que hubo mucha más unión entre todos los pueblos cuando todos sus pueblos estuvieron habitados. Su cultura sería más uniforme. Cuando cientos de pueblos fueron abandonados antes de la llegada de los españoles, el aislamiento de los pueblos les hizo desarrollar nuevas lenguas y nuevas ceremonias. La costumbre ceremonial de los pueblos tiende más a ser colectiva que aislada. Por eso la danza del pueblo es una ceremonia que fue tan sagrada en sus ritos como hoy lo es en honor de sus cantos cristianos. Los pueblos que basan su economía en la agricultura tienden a desarrollar ceremonias de tipo popular en que la participación de la comunidad es necesaria. Los pueblos cazadores necesitan por el contrario participación personal. La razón por la que los pueblos desarrollaron una religión ceremonial puede estar influida por las costumbres de trabajo que eran colectivas, tales como la siembra, la irrigación de los campos o la cosecha. Al mismo tiempo el pueblo debería participar en las oraciones para el bien común; las rogativas para obtener lluvia o sol, abundancia de maíz y éxito en las guerras. Estas tres demandas no podían beneficiar a un solo hombre sino a la comunidad del pueblo. Como el sistema religioso debe mantener la abundancia de la cosecha, su ceremonial tiene que estar unido al maíz, su producto básico, y la siempre necesaria lluvia. Este ceremonial era y es muy elaborado, necesitando mucho ritual. Durante las ceremonias se usaron muchas plegarias de palo, muchas aspersiones de harina usada como el agua bendita de los cristianos. Ambos ritos simbólicamente son ofrendas a sus dioses. La religión de los queres, al igual que su arquitectura, indumentaria y sistema social ha sido relativamente poco afectado a través de los siglos. Sólo hay una superposición de ritos cristianos unidos a los antiguos que conocemos a través de las crónicas. La necesidad de mantener este ritual exige que un jefe lo aprenda y recuerte. Cuando él se retira ha de enseñarlo a su sucesor. Esto crea un poder sagrado en la persona elegida, no por su magia visionaria, sino por memorizar la fórmula que producirá el milagro. Su participación es, por lo tanto, esencial. De aquí la autoridad de sus caciques. Lo más importante es mantener cada fase de la faena agrícola en constante espíritu con sus dioses. A intervalos necesarios se celebran danzas en que todo el pueblo participa más o menos activamente. Celebran el ciclo del maíz; desde que lo plantan, hasta que crece, hasta que se cosecha. Entre estos pueblos agricultores, el maíz ha sido diferenciado y personalizado, obteniendo casi la altura de la divinidad: la madre mazorca de los queres. Una de las personificaciones más frecuentes de sus ritos son sus oraciones con plumas que simbolizan el espíritu de las nubes. Se hicieron tan populares que usaron plumas para paz, para guerra y para obtener las nubes de lluvia. El padre Sahagún nos dijo que entre los aztecas las plumas también significaban la luz pálida del amanecer. Otro rito ceremonial sería la personificación de las nubes hecha a través de aspersiones de lluvia de harina sagrada o de danzas e enmascarados. También los animales con su poder podían retransmitirlo a través de sus pieles a los indios que las vestían. Los queres usan pieles de osos e incluso imitan sus zarpazos en sus danzas. Sólo tenemos que recordar la danza guerrera que los de Acoma celebraron sobre la roca antes de la batalla con Zaldívar. Leer en los versos de Villagrá sus gestos e indumentarias, las pinturas de sus cuerpos desnudos, etc., es ver una de estas danzas hoy en las plazas de Acoma. El cacique guerrero es al mismo tiempo el que se encarga de las oraciones por las cosechas y de recoger el grano que guarda en su casa para alimentar al espíritu de su kachinas que traen la lluvia. Aun antes de la guerra con Acoma tenemos noticia en las crónicas de que los españoles vieron a un indio con orejas de media vara de largo, el ozico por extremo orrible, la cola que casi le arrastraba, bestico con un pellico muy ajustado y zeñido al cuerpo, manchado todo de sangre, con su arco en la mano y carcax de flechas al ombro. Se acercó a los españoles dando saltos y haciendo cocos en un lado y a otro. Los españoles que lo creían de broma le quitaron la máscara y quedó corrido, triste y avergonzado, rogándoles que le devolvieran la máscara como si ello fuera parte de su equipo47. Quizá por vez primera uno de sus Payasos Sagrados, tan importante hoy día en sus danzas fue descrito en la historia. Estas danzas con máscaras son el ejemplo más cercano de arte dramático de un pueblo que trata de representar sus ideas por medio de símbolos. El simbolismo representativo juega una parte muy importante en la religión de los queres. Uno de los símbolos más sagrados es el número cuatro. Cuatro eran sus mundos infraterrenales, y los puntos cardinales de sus cruces en que el viento traía el cambio de temperatura de las cuatro estaciones. Había cuatro creaciones de vida. Se celebran cuatro fiestas al año en el pueblo. Se reza cuatro veces al día. Después de nacer un niño la madre pemanece recluida por cuatro días. Al bautizar al niño se tiran al aire cuatro flechas en dirección de los cuatro puntos cardinales. Al morir se deposita comida en la tumba por cuatro días. Se guarda el luto por cuatro días, cuatro meses o cuatro años. El símbolo más conocido fueron sus palillos cruzados que significaba el mágico número cuatro. Los franciscanos, al querer entender la mente india, quedaron sorprendidos de su parecido con la cruz, y la asociaron a sus ritos para que entendieran el nuevo mensaje. Castañeda nos dijo que cerca de Acoma (Acuco) había una cruz de dos palmos, tan grande como un dedo hecha de madera con un madero cruzado cruzándola y muchos palillos decorados con pluma alrededor y flores secas. Observa otra de dos palillos atados con hilo de algodón y nota que están colocados cerca de un manantial por lo que ve claro que adoran al agua, aunque comenta extrañado que debieron tener alguna idea cristiana, quizá camino de la India de donde provienen... Hoy día sabemos que los indios hacen estos palillos con toda clase de reglas, cada pluma significa una petición; se regula cómo y por dónde doblar la cuerda de yuca que siguen usando a la manera de sus antepasados48. Espejo, al ver estas cruces, dice que al igual que los españoles, los indios tienen cruces en sus caminos, ellos tienen en medio de un pueblo a otro, en medio del camino, unos cruizillos à manera de humilladeros hechos de piedra, donde ponen palos pintados y plumas, diciendo, va allí à reposar el demonio y à hablar con ellos. Escalente los llama ídolos de palos pintados. En el Memorial de Benavides se habla de una flecha con plumas de colores en lugar de punto que tiraban en señal de paz. Al fumar echaban el humo en las cuatro direcciones del viento. En la relación anónima49 de los indios pueblos se dice: ofrecen unos palillos pintados e plumas e pollos amarillos de flores, y es lo más ordinario en las fuentes. El agua como elemento vital en un pueblo agricultor exige una serie complicada de ritos. En uno de los bailes o mitotes de los que nos hablan las crónicas de Acoma usaban serpientes vivas. Las serpientes al salir de la tierra al igual que sus antepasados y al contorsionar su cuerpo imitando el rayo se identifica con el símbolo del agua. Lagos, arroyos, serpientes están en alguna manera identificados con el Si-pa-pu o el lugar de salida de los espíritus del mundo subterráneo. El agua es el camino más directo de comunicación con el dios de la fertilidad, cuyo símbolo sería el rayo-trueno que atrae la lluvia50. No hay ceremonia hoy día en que las plegarias de palo no se usen. Se pueden ver enterradas en el campo; escondidas entre arbustos; sumergidas en arroyos, en lagos, en canales; en lo alto de las montañas o en las casas o kivas. Es como una introducción, dicen los queres, al mundo de ultratumba51. Diferentes pigmentos de malaquita, cobre, carbón, óxido de magnesio, calcio, hematita y agua formaban los colores con que los pintaban, asociados con diversos símbolos. Otro de los símbolos más usados por los pueblos y en particular los queres fue la lluvia de harina con que bautizaron a los españoles desde su primer encuentro. Al capitán Alvarado al visitar Acoma por vez primera le cortan el paso con una línea hecha de harina de maíz. Sabemos que Estebanico encontró su muerte por cruzar dicha línea en Hawikuh (Zuñi). Luxán dice que para recibirles bien les salpicaron con harina de maíz por donde habíamos de pasar, para que la pisásemos. Marcaron con ella un camino y la derramaron sobre ellos y los caballos hasta cubrirles como payasos en Carnaval. Este pinole del que hablan las crónicas se uso liberalmente sobre las cruces que levantaron los cristianos. Las aspersiones de harina generalmente se hacen con la mano, sobre la cual se sopla antes de echarla. Para los queres la vida es un camino marcado por líneas de harina. Se hacen con ella círculos o cuadrados, en donde han de mantenerse las serpientes, o un camino para que viajen sus espíritus, hoy día, ¡sus santos! Para prevenir cualquier intrusión extraña, se cierran los senderos de los pueblos con esta raya sagrada. Nada más asombroso para la mente de un cristiano que ver cómo los indios usan igualmente aspersiones de agua, lavados de cabeza parecido a un bautismo y ayunos preparatorios para cualquier fiesta. Ellos también creen que esta purificación les redime del pecado. Los indios captaron muchos de los conceptos cristianos a través de su propia religión. Asimilaron los que más se les parecía y aceptaron las procesiones de los santos, el bautismo y las fiestas que más se asociaban con las suyas. En Acoma se celebran cuatro fiestas: el día de san Esteban, el día de las Animas, el solsticio de invierno que coincide con la Navidad y la fiesta de san Juan (24 de junio), que coincide con el solsticio de verano. En la fiesta de san Esteban las procesiones recorren el pueblo a la manera cristiana, pero en la plaza mayor hay una danza con carácter de representación dramática, al mismo tiempo que se hacen danzas típicamente paganas. En la fiesta de las Animas unos diez jóvenes van por las calles llamando a oración a la caída de la tarde. Van tocando una campana y diciendo oremos. Se lleva comida al cementerio vigilado por el cacique guerrero. La oración que rezan está basada fonéticamente en el español enseñado por los padres52. La fiesta de Navidades se llama la fiesta del re, y va precedida de una danza guerrera después de grandes purificaciones en las kivas. Las campanas llaman cada mañana desde el 16 de diciembre la sextana hasta el día 22 y desde ese día hasta el 30 hay danzas e intercambios de regalos. En Navidades hay la danza Comanche en la iglesia al pie del altar revestidos con los trajes descritos en las narrativas. Cuando los indios de Acoma se sintieron incapaces de luchar contra España, aceptaron sus fórmulas, asimilaron aspectos de su religión pero siguieron conservando sus ritos antiguos provocando este complejo ritual que llamamos ceremonial de Acoma. Este ceremonial que está siendo estudiado por los etnólogos americanos está basado en sus tradiciones prehispánicas y para encontrar la aculturación de sus ceremonias, es necesario leer las crónicas de la época. Con su locuacidad característica, los españoles nos dejaron la descripción de sus pueblos, sus costumbres, su indumentaria. Un viaje a los queres, una visita a Acoma en Nuevo México, tiene que ir acompañada de las crónicas. Son las mejores guías turísticas que poseemos, pues sin perder autenticidad, tienen el encanto especial de señalar lo pintoresco. El ayer y el hoy perdura entre los pueblos: unos indios que subsisten en la encrucijada del tiempo, de las tradiciones y de la historia.
contexto
La "Hispania Victrix" Parece claro que Gómara escribió una obra que, al mismo tiempo, eran dos. Aunque en las primeras ediciones apareciera como un solo libro con dos partes, la separación entre ambas era bien clara para el autor. Por ello, cada una lleva una dedicatoria distinta. La Historia de las Indias fue dedicada al rey Carlos I, mientras que la Conquista de México lo fue a don Martín Cortés, hijo y heredero del conquistador, quien libró una partida como recompensa al autor, como ya vimos. El propio Gómara señala las diferencias en el prólogo a la primera parte: "Por lo cual he tenido en esta mi obra dos estilos; ya que soy breve en la historia y prolijo en la Conquista de México."16 En realidad, el estilo es el mismo, y lo que cambia es el grado de acercamiento a los hechos. La segunda parte es tratada con detenimiento y lujo de detalles. Se ha especulado con que la intención primaria fuera escribir ésta, mientras que la Historia de las Indias trataba de ser una introducción que permitiera al lector situarse en contexto. Según este punto de vista, la introducción se fue alargando hasta convertirse en una obra completa y muy interesante. Es posible que fuera así en origen, pero no debemos descartar que la obra fuera concebida por completo como quedó, pues Gómara, como historiador, debió sentirse muy atraído por la acción española en América. Su proximidad a Cortés le debió decidir a ampliar la Conquista de México, pero el narrar las gestas de los españoles en el Nuevo Mundo pudo ser una idea anterior. Gómara trataba de llegar a un público lo más amplio posible, y la apertura de los temas a considerar debió favorecer sus proyectos. Este deseo de llegar queda claro en su explicación del lenguaje, en la introducción a la historia: "El romance que lleva es llano y cual ahora usan, la orden concertada e igual, los capítulos cortos por ahorrar palabras, las sentencias claras, aunque breves."17 Es una excelente descripción de la forma en que está escrito el libro. Las frases son muy directas, fáciles de asimilar, y ello no va en demérito de la narración. Para público más selecto pensaba el autor en una versión latina que estaba preparando, circunstancia de la que advertía a los futuros traductores. Se ve que el clérigo estaba convencido de su éxito y se preparaba para ser leído en diferentes idiomas. Al mismo tiempo, promocionaba su trabajo, al anunciar que el texto latino contendría noticias no divulgadas: "La hago de momento en castellano porque gocen de ella primero todos nuestros españoles. Quedo haciéndola en latín más despacio, y la acabaré pronto, Dios mediante, si Vuestra Majestad lo manda y favorece. Y allí diré muchas cosas que aquí se callan, pues el lenguaje lo sufre y lo requiere..."18 Esta versión latina fue considerada como perdida durante mucho tiempo. Se creyó que desapareció en la confiscación de los papeles de Gómara que ordenó Felipe II. Ramón Iglesia19 piensa que el comienzo es un fragmento llamado De rebus gestis Fernandi Cortesii, que fue publicado y traducido al castellano por Joaquín García Icazbalceta20. No pudo éste dejar de advertir las similitudes entre las dos obras, y dio primacía temporal a Gómara, sin considerar la posibilidad de que fueran dos versiones del mismo tema. Con razón afirmó que nada nuevo decía sobre Cortés, aunque deploraba la pérdida del resto del texto, por considerarlo de lectura "gustosa"21. Antes de entrar en el análisis de la parte de la obra, que nos ocupa, debemos decir algunas palabras sobre la primera. Por supuesto, recomendamos su lectura, que ofrece un panorama general de los hechos de los españoles, sucinto pero jugoso. Falta el protagonismo que motiva la Conquista de México, pero eso es beneficioso en muchos Pasajes. La obra comienza con noticias geográficas y algunas reflexiones sobre el mundo, entre las que son de destacar las referentes a los antípodas: "Llaman antípodas a los hombres que pisan en la bola y redondez de la Tierra al contrario de nosotros, o al contrario unos de otros. Los cuales, al parecer, aunque no de cierto, tienen la cabeza baja y los pies altos."22 A continuación se ocupa de los adelantos en la navegación que permitieron la gesta americana: "Antes de comenzar la descripción y cosmografía quiero decir algo de la navegación, porque sin ella no se pudiera saber; que por tierra no se camina tanto, quiero decir, tan lejos, como por agua, ni tan de prisa; y sin naos nunca se hallaran las Indias, y las naos se perderían en el Océano si no llevasen aguja; de suerte que la aguja de marear es principalísima parte del navío para navegar bien."23 Esta precisión geográfica está presente en toda la obra. En cada región, antes de describir los hechos, se sitúa al lector, mezclando informes etnográficos: "El Cuzco está a diecisiete grados más allá de la Equinoccial. Es tierra áspera y de mucho frío y nieves. Tienen casas de adobes de tierra, cubiertos con esparto, que abunda mucho por las sierras, las cuales crían también de por sí nabos y altramuces."24 El orden de la obra contiene aspectos geográficos y temporales, que en el caso de América central y del sur casi coinciden. Comienza Gómara por presentarnos a Colón, describirnos sus luchas y sus gestas. Ello le da pie para comenzar su labor por las Antillas y continuar hacia el sur, conforme avanzaba la exploración española. Dedica unas escasas líneas a México, remitiendo al lector a la segunda parte de su obra. Trata la expedición de Magallanes, la exploración de las Molucas y el reparto de las indias entre castellanos y portugueses, antes de entrar en la conquista del Perú. Algo más de la tercera parte del libro está dedicada a esta región, y Gómara no se recata de detenerse en las guerras civiles, sobre las que se expresa con dureza: "Atribuyen los indios, y aun muchos españoles, estas muertes y guerras a la constelación de la tierra y riqueza; yo lo achaco a la malicia y avaricia de los hombres. "25 Tras el Perú, vuelve hacia el norte, a las expediciones de Nicuesa en Nicaragua, a la conquista de Guatemala y a la búsqueda de Cibola. Remata con algunas generalizaciones sobre los indios y con un elogio de los españoles: "Tanta tierra como llevo dicho, han descubierto, andado y convertido nuestros españoles en sesenta años de conquista. Nunca jamás rey ni gente anduvo y dominó tanto en tan breve tiempo como la nuestra, ni ha hecho ni merecido lo que ella, así en armas y navegación, como en la predicación del santo Evangelio y conversión de idólatras, por lo cual son los españoles dignísimos de alabanza en todas las partes del mundo."26 Para finalizar, unas reflexiones sobre la actuación de los españoles, suavizadas, afirmando que sólo escribe la historia de la conquista: "... quien quisiere ver la justificación de ella, lea al doctor Sepúlveda, cronista del Emperador, que la escribió en latín doctísimamente. Y así quedará satisfecho del todo."27
contexto
La conquista de México Muchas de las características que hemos descrito para la Historia General de las Indias son compartidas por la segunda parte. El autor continúa siendo el mismo y mantiene su afán de precisión, su deseo de informar con minuciosidad de cuanto había y pasaba. Surgen de este carácter descripciones como las del rescate que Juan de Grijalva se llevó (pp. 18-20), la enumeración del quinto real enviado a España con Alonso Hernández Portocarrero y Francisco de Montejo (pp. 67-68) y la descripción de la manera que los indios tenían para hacer fuego (p. 324). El mismo espíritu le lleva a detenerse en la narración de las tácticas militares indígenas y en la organización del imperio que iba a ser conquistado. No escapan a su atención los artilugios de guerra: "Para remediar que de las casas y azoteas no recibiesen daño ni heridas, como hasta entonces, hicieron tres ingenios de madera, cuadrados, cubiertos y con sus ruedas, para llevarlos mejor. Cabía en cada uno veinte hombres con picas, escopetas y ballestas, y un tiro. Detrás de ellos habían de ir los zapadores para derrocar casas y albarradas, y para conducir y ayudar a andar el ingenio." (p. 155) Siguen llamando la atención del autor las descripciones de los lugares y de los fenómenos que le parecían especialmente interesantes. No vacila en extenderse cuando algo llama su atención: "... estando junto a Campeche surtos los navíos en la playa, esperando a los bergantines y barcos que andaban entre algunas caletas a descubrir el que faltaba, pronto se quedaron en seco, aunque estaban casi una legua dentro del mar: tanto es el menguante y creciente que hace allí. El mar no crece más que allí, del Labrador a Paria; nadie sabe la causa de ello, aunque dan muchas, pero ninguna satisface..." (p. 34) Al mismo interés explicativo obedecen las continuas comparaciones, en las que abundan las referencias a cosas de las Antillas: "A este baile lo llaman los españoles areito, que es vocablo de las islas de Cuba y Santo Domingo." (p. 152) Antes de considerar las fuentes de Gómara, muy relacionadas con la intencionalidad del libro, debemos destacar aspectos que, por lo infrecuente, nos han llamado mucho la atención en la lectura. El primero aparece en la descripción del calendario y ha sido objeto de una nota. La fuente de Gómara en este aspecto es excelente y, por la parte en la que está situada la descripción, debe ser Motolinía, que señala que el día postrero del mes era muy solemne entre ellos28. Lo cierto es que la mayoría de los cronistas equivocaron la situación de las fiestas en el calendario indígena, mientras que nuestro clérigo acierta. Sahagún, a lo largo de todo el libro II, coloca las celebraciones el día primero del mes, mientras Gómara dice: "De veinte en veinte días es fiesta festival y de guardar, que llaman tonalli, y siempre cae el último de cada mes" (p. 319) Este matiz es de vital importancia para el conocimiento y manejo del calendario. En 1967, Alfonso Caso demostró cómo el único sistema viable para el funcionamiento de tan complejo modo de registrar el tiempo era considerar que el último día era el de la fiesta29. Esto implica que el día que daba nombre al año era también el último. Desde el punto de vista lingüístico, Gómara es la mejor fuente. Su manera de escribir las palabras indígenas es la más correcta de todas. Claro que cuando Cortés escribió sus Cartas de Relación estaba todavía influido por el nahuatl de Marina (ver nota 25 del texto), mientras que cuando relató los hechos a Gómara ya tenía amplia experiencia de la tierra y de la lengua. De todos modos, el autor no termina de estar satisfecho con su labor: "... y aunque he procurado mucho informarme muy bien de los propios vocablos y nombres de los lugares que nuestro ejército pasó en este viaje de las Higüeras, no estoy satisfecho del todo." (p. 254) Esta preocupación aparece también en la nota a los traductores, situada al principio de la Historia General de las Indias30: "Y que no quiten ni añadan, ni muden letra a los nombres propios de indios, ni a los sobrenombres de españoles, si quieren hacer oficio de fieles traductores; que de otra forma es certísimo que se corromperían los apellidos de los linajes" La proscripción de la obra de Gómara dejó el campo libre a otros autores de peor ortografía, con lo que se han extendido las malas lecturas. Pero no todo se debe a errores de los escritores. Los editores tienen también que ver, y una mala lectura de la palabra Tenuxtitlan en las Cartas de Cortés dio Temixtitán, que ha sido un vocablo de éxito. Gómara comprendió mucho mejor que otros el sistema de "esclavos" existente en México. Llama malli al cautivo de guerra destinado al sacrificio, sin mezclarlos para nada con los tlacohtin, trabajadores a los que los españoles asimilaron a los esclavos (p. 212). Esta asociación se ha repetido continuamente en obras modernas sobre la esclavitud prehispánica. Si otro hubiera sido el destino de la obra de Gómara, se podrían haber evitado errores de este tipo, pues deja bien claro que: "Los cautivos de guerra no servían de esclavos, sino de sacrificados, y no hacían más que comer para ser comidos." (p. 313) Hemos comentado ya como Gómara, cada vez que puede, aprovecha para dar opiniones sobre las cosas. Algunas veces esas opiniones son ataques, más o menos velados, colocados con cierta sorna, como en este ejemplo, tomado de la salida de Tenochtitlan en la Noche Triste: "De los nuestros tanto más morían cuanto más cargados iban de ropa, oro y joyas pues no se salvaron más que los que menos oro llevaban y los que fueron delante o sin miedo; de manera que los mató el oro, y murieron ricos" (p. 162) Es continua la alusión a la "ropa", junto al oro y otros presentes. Gómara no comprendió el alcance de esta asociación y se limita a constatar el hecho. Aún así, es el único que refiere cómo cuando los españoles tomaban el oro tras conquistar Tenochtitlan, los indios recogían las mantas (p. 211). En el México prehispánico y en buena parte del siglo XVI novohispano, las mantas fueron una moneda de gran valor. Parece como si los indios hubieran dado el oro a los españoles porque era lo que ellos ansiaban, y al mismo tiempo, "algo de valor", por si acaso. Comentarios del tipo del de la cita anterior debieron proporcionar a Gómara muchas enemistades, quizá más que su buen trato a Cortés. Cuando la Corona se veía implicada tampoco se mordía la lengua, y eso, como ya dijimos, pudo ser una de las razones principales para su prohibición. Los comentarios del tipo del que sigue debieron caer como una losa en palacio: "Hay en este reino Michoacán muchas minas de plata y oro bajo, y en el año 1525 se descubrió en él la más rica mina de plata que se había visto en la Nueva España; y por ser tal, la tomaron para el Rey sus oficiales, no sin agravio de quien la halló." (p. 215) Como motivos para relegar a Gómara y no utilizarlo como fuente se ha aducido en primer lugar su profundo cortesianismo y su utilización de las informaciones. Trataremos brevemente de ambos. Es obvio que Gómara toma a Cortés como protagonista y guión de su obra. Algunos de los motivos han ido apareciendo ya en estas páginas: admiración por el hombre y la empresa, relación personal, etc. Ahora debemos considerar que, además, Cortés fue la fuente principal para la Conquista de México. Este motivo no debe descalificar el trabajo, ni sirve aducir que con leer las cartas de Cortés basta. Gómara incorpora muchas cosas al texto, pues procuró informarse. Otra cosa es que no cite sus fuentes. No se le puede culpar por ello, pues era una costumbre generalizada en la época y no hace falta más que echar una ojeada a los clásicos del pasado americano: Mendieta, Torquemada, Cervantes de Salazar, quien empleó profusamente la obra de Gómara. El propio Bernal Díaz construye su libro a base de recuerdos personales y de la obra de Gómara, aunque fuera para rebatirla. Ramón Iglesia se ha esforzado por reivindicar la figura de nuestro autor: "El escepticismo y el espíritu crítico, llevados a la exageración, tienen grandes fallas en el terreno de los estudios históricos. Bien está que se confronten textos y se aglutinen testimonios, pero que se llegue al extremo de rechazar un libro porque utiliza los datos de la conquista suministrados por el propio Cortés es un caso monstruoso de la deformación a que puede llevar el cientificismo histórico. "31 Continúa el mismo autor defendiendo a Gómara, quien, por otro lado, tenía perfecto derecho a escribir la biografía de su patrón: "No se olvide que, cuando publica su libro, el conquistador había muerto ya. Muerto en desgracia. Por eso tienen más mérito su fe y su entusiasmo."32 El relato de Gómara sigue las Cartas de Relación de Cortés, con la salvedad hecha de la mejora de la ortografía nahuatl. Pudo ser que manejara una edición del libro, que recibiera la información directamente del autor, o ambas cosas. Pero como tenía madera de historiador, no se quedó ahí. En la primera edición cita él mismo entre sus fuentes a Pedro Mártir de Anglería, Gonzalo Fernández de Oviedo y "otros", además de su patrón. En un párrafo reconoce haber recibido información de Andrés de Tapia, uno de los conquistadores (p. 125), que escribió una relación de la conquista que llega hasta la lucha con Pánfilo de Narváez33. No conocemos la fecha en la que Tapia escribió, ni si Gómara leyó el relato, pero es cierto que se asemejan bastante. Para las cuestiones etnográficas, sigue a Motolinía34, lo que es señalado por Cervantes de Salazar35. Es decir, Gómara está empleando para escribir su libro las últimas novedades en el tema, libros recién escritos y, en algunos casos, no publicados, lo que supone que gozaría de buenos contactos para conseguir copias. Se comporta como un auténtico historiador, en busca de fuentes de las que extraer datos para su propia obra. Poco pone de su cosecha, salvo el no pequeño esfuerzo de ordenar el material y escribirlo amenamente, y algunos comentarios más o menos afortunados. Hay que resaltar que Gómara no conocía América y era consciente de ello, por lo que recurría a quien podía para obtener información. Su estancia en Sevilla debió ser muy productiva en este aspecto. Además, como resalta Iglesia, eligió muy bien sus informantes: "La Conquista de México es esencialmente un resultado de largas conversaciones con Cortés. El interlocutor no estaba mal elegido para obtenerlos datos. Y, sin embargo, son muchos los que no han perdonado a Gómara que lo hiciera así. Sería curioso saber de dónde querían que los tomara."36 La intención de Gómara era escribir sobre Hernán Cortés, y hacerlo con los datos que él mismo le suministró. Ello queda claro en varios lugares. En la dedicatoria, hecha a Martín Cortés, dice: "Solamente digo que vuestra señoría, cuya vida y estado nuestro Señor prospere, se puede preciar tanto de los hechos de su padre como de los bienes, pues tan cristiana y honradamente los ganó." (p. 12) La empresa es lo que le llama la atención, y su capitán es el portavoz de la hueste y el que la potencia: "Nunca jamás capitán alguno hizo con tan pequeño ejército tales hazañas, ni alcanzó tantas victorias ni sujetó tamaño imperio." Bernal Díaz siempre emplea la palabra México para designar a la capital azteca, y ese uso debió pesar en Gómara, haciéndole aclarar que su conquista no es el único objetivo de la redacción de su obra: "La Conquista de México y conversión de los de la Nueva España, juntamente se puede y debe poner entre las historias del mundo, así porque fue bien hecha, como porque fue muy grande. Por ser buena, la escribo aparte de las otras, como muestra de todas." (p. 12) En realidad, la ampliación se limita a recoger las andanzas de Cortés, principio y fin del libro: "Tal fue, como habéis oído, Cortés, conquistador de la Nueva España, y por haber comenzado yo la Conquista de México en su nacimiento, la termino con su muerte." (p. 340) Queda fuera de toda duda el protagonismo del capitán, al que se hace responsable de la expedición. Para Gómara esto implica que Cortés es el destinatario de las alabanzas y también de los reproches: "Fue Cuahutimoccín hombre valiente, según de la historia se colige, y en todas sus adversidades tuvo ánimo y corazón real, tanto al principio de la guerra para la paz, cuanto en la perseverencia del cerco, y así, cuando le prendieron, como cuando le ahorcaron, y como cuando, porque hablase del tesoro de Moctezuma, le dieron tormento, el cual fue untándole muchas veces los pies con aceite y poniéndoselos luego al fuego; pero más infamia sacaron que oro, y Cortés hubiera debido guardarlo vivo como oro en paño, pues era el triunfo y gloria de sus victorias." (p. 254) Cortés es presentado por Gómara como un hombre arrogante, muy seguro de sí mismo, capaz de ganarse a sus hombres y de hacer aliados, y de ser muy cruel cuando lo juzgaba necesario. Era piadoso, muy preocupado de atender a las cosas de religión: "Llegó a México en el año 24 fray Martín de Valencia con doce compañeros, como vicario del Papa. Les hizo Cortés grandes regalos, servicios y acatamiento. No les hablaba una vez siquiera sino con la gorra en la mano y la rodilla en el suelo, y les besaba el hábito para dar ejemplo a los indios que se habían de volver cristianos, y porque de suyo era devoto y humilde." (p. 236) Su arrogancia se revelaba en el trato con superiores, iguales y subordinados. Uno de los ejemplos más notorios fue la dedicatoria de la culebrina de plata que mandó a Carlos I. La copla le valió numerosos enemigos: "Aquesta nació sin par; o en serviros sin segundo; Vos sin igual en el mundo." (p. 237) Más ejemplos de este carácter de Cortés, tan de la época (recordemos tan sólo los protagonistas de Lope de Vega), se encuentran en el episodio del enfrentamiento con Narváez, que aunque quedó tuerto en la refriega, tampoco era manco: "Cuando se vio Narváez delante de Cortés, dijo: "Señor Cortés, tened en mucho la ventura de tener mi persona presa." Él le respondió: "Lo menos que yo he hecho en esta tierra, es haberos prendido."" (p. 149) El mismo episodio le sirve a Gómara para resaltar la figura de su biografiado: "Mucha templanza tuvo aquí Cortés, pues ni aun de palabra injurió a ninguno de los presos y rendidos, ni a Narváez, que tanto mal había dicho de él, estando muchos de los suyos con gana de vengarse, y Pedro de Malvenda, criado de Diego Velázquez, que venía como mayordomo de Narváez, recogió y guardó los navíos y toda la ropa y hacienda de entrambos, sin que Cortés se lo impidiese. ¿Cuánta ventaja lleva un hombre a otro? ¿Qué hizo, dijo, pensó cada uno de estos dos capitanes? Pocas veces, o nunca por ventura, tan pocos vencieron a tantos de una misma nación, especialmente estando los muchos en lugar fuerte, descansados y bien armados." (pp. 149-150) Queda claro en las últimas líneas que Gómara atribuía un papel decisivo a las habilidades de Cortés, y no deja lugar a poner ninguna excusa. Su objetivo al escribir es que: "Permanezca, pues, el nombre y memoria de quien conquistó tanta tierra, convirtió tantas personas, derribó tantos dioses, impidió tanto sacrificio y comida de hombres." (p, 12)
contexto
La crónica en el espacio Más de veinte accidentes importantes del Estrecho de Magallanes y regiones aledañas (Cabo del Espíritu Santo, Punta Delgada, Punta Anegada, Bahías de San Felipe, Santiago y San Gregorio, Puntas de San Isidro y San Vicente, Monte de San Simón, Cabo de San Gregorio, Bahía de Gente Grande, Cabo Boquerón, Puntas de San Valentín y Santa Ana, Río de San Juan, isla de San Pablo, Bahías de Lomas y Voces, Cabo de San Isidro, Canal Magdalena, Islas de Santa Inés y San Carlos. Estrecho Concepción, Golfo Trinidad, etc.), conservan los nombres que Sarmiento les otorgara. Puede afirmarse que, en líneas generales, los expedicionarios posteriores han sido respetuosos con la toponimia magallánica propuesta por Sarmiento en la Crónica. Hay que celebrar que ésta fuese utilizada en tiempo oportuno por aquéllos; así, las costas del paso más austral del planeta siguen relacionadas con el primer hombre que, en detalle, las reconoció. El texto de Sarmiento impresiono, sin duda, por su precisión, a cuantos tras él, y consultando sus anotaciones, se aventuraron por las aguas sureñas americanas. Hasta que la expedición de Parker King las surcó no había en la zona ningún recuerdo dedicado al marino español. Fue su colega británico, reconociendo el mérito de quien con su escrito le guiaba por aquel laberinto meridional, el que bautizó un majestuoso pico fueguino (2.300 metros) con el nombre de Sarmiento. Así nos narra Charles Darwin su visión, el 9 de junio de 1834, de este monte preantártico: Asistimos a un espectáculo espléndido: el velo de nubes que nos oculta el Sarmiento se disipa poco a poco y descubre a nuestra vista la montaña. Es una de las más altas de la Tierra del Fuego y mide 6.800 pies. Sombríos bosques cubren su base hasta un octavo próximamente de su altura total, cubriéndola hasta el vértice una sábana de nieve. Estas masas inmensas de nieve, que no se funden jamás, y que parecen destinadas a durar tanto como el mundo, presentan un grande ¿qué digo? un sublime espectáculo. La silueta de la montaña se destaca clara y bien definida. La cantidad de luz reflejada sobre la superficie blanca y lisa, impide que se vean sombras en todo el monte: no podemos, por lo tanto, distinguir más que las líneas que se destacan en el cielo, lo cual da a la masa admirable relieve, Muchos ventisqueros bajan serpeando desde estos campos de nieve hasta la costa; podría comparárselos a inmensos Niágaras congelados, y quizá estas cataratas de hielo azulado son tan bellas como las de agua corriente. El explorador inglés realizó un acto de justicia al dedicar ese monumento mineral al hombre que aclaró para siempre la maraña magallánica. La crónica de su gesta, permanente en el tiempo y en el espacio --hoy mismo, con ella podría hacerse una segura navegación por aquellas aguas-- ha venido a convertirse en espléndido homenaje para el que la compuso. En el Cabo Vírgenes existe un modesto recuerdo a Pedro Sarmiento de Gamboa. Con él no están colmados los reconocimientos a este héroe desdichado. Allí, donde la tierra por el austro se acaba el hombre del Sur, con quieta mirada de bronce, debería contemplar el lugar en que quiso, sin conseguirlo, vivir y morir. Esa deuda tiene con él España. Esa deuda tiene con él América.
contexto
La crónica en el tiempo Con tres copias de su relación, llegó Sarmiento a España aquel 15 de agosto de 1580. La cuarta, viajó con el piloto Hernando Alonso --en el patache que partió de Cabo Verde--, hasta el istmo panameño, para ser rendida al virrey don Francisco de Toledo. No he encontrado referencias de ella, que puede hallarse en los archivos de Lima. Mientras Sarmiento realizaba su viaje, escribía Felipe II a don Antonio de Padilla, presidente del Consejo de indias: Mírese si será bueno hacer un fuerte en el puerto de Magallanes. La crónica de Sarmiento llegó, pues, a las manos del monarca y al Consejo de indias en momento sumamente oportuno: existía en la corte gran preocupación como consecuencia de la audacia de Drake, quien había repetido la ruta de Magallanes, practicando la depredación por las costas occidentales de la América hispana (la expedición de Sarmiento fue corolario de esta incursión). En el informe del marino, aparecía el plan estratégico magallánico formulado por el navegante y el virrey, que coincidía con los intereses del soberano. Cosa inusual en éste, decidió con gran rapidez la fortificación y el poblamiento del Estrecho: al año siguiente partía de España la expedición con destino al último rincón americano. Pero, en seguida, la estrategia atlántica del Rey Prudente, experimentó una mutación violenta al pasar de la acción indirecta --ocupación de encrucijadas mediante el uso de fuerzas sutiles y económicamente semiautónomas-- a la directa: la invasión de Inglaterra. La organización de la Armada Invencible acaparó la atención de la corte entera, y el fracaso de tal operación no implicó cambio en el modelo estratégico filipino: parece ser que Felipe II --dice Comellas-- planeaba de nuevo un desembarco en Inglaterra cuando le sorprendió la muerte. Quedó Sarmiento --decidido partidario de la estrategia de acción indirecta-- oscurecido, y su crónica, olvidada. Cuando, ya en el siguiente siglo, Felipe II, tras la alarma provocada por el viaje al sur de América de los holandeses Le Maire y Schouten, organiza la expedición de los Nodales, dice a éstos: Os detendréis en la dicha boca occidental del Magallanes todo el tiempo que os diere lugar, porque respecto de no estar bien reconocida por aquella parte, ni tenerse noticia que ninguno baja pasado por ella, sino el capitán Pedro Sarmiento, hay más necesidad de tener de ella un reconocimiento muy puntual y ajustado para los efectos que se pueden ofrecer a mi servicio... Este mandamiento prueba que la relación del descubridor dormía en algún olvidado estante cortesano. Dice Amancio Landín que, para su viaje, iban los hermanos Nodal provistos de la relación y, cartas que la pluma de Sarmiento había trazado, lo que Javier Oyarzun niega. Por su parte Julio Guillén, en su prólogo a la edición de la Crónica (1944, Instituto Histórico de la Marina) afirma que el diario impreso de los Nodales nada alude a Sarmiento, y parece desconocer sus reconocimientos al oeste del Estrecho, pues la carta que trazó Ramírez de Arellano, su piloto mayor, carece de cuanto conoció aquél. Y concluye el marino académico: La relación de Sarmiento pareció haberse extraviado en nuestro país, mientras en Inglaterra la conoció el comandante Byron, que la utilizó en 1764. Sin embargo, hizo uso de ella Bartolomé Leonardo de Argensola siquiera en extracto, añade julio Guillén, para escribir su obra Conquista de las Islas Malucas, publicada en Madrid, en 1609, de la cual tampoco debieron tener conocimiento los hermanos Nodal. También, como hemos visto, el padre Torrubia en su Gigantología usa y manipula a Sarmiento, dando otro tono a lo que éste, sobre tal asunto, escribió en su crónica. Caracterizado el siglo XVII español por un notable abandono de la política naval, también Sarmiento y sus relaciones pasaron al ostracismo. Al final de esta centuria, don Francisco de Seixas y Lovera, en su Descripción Geográfica y Derrotero de la Región Austral Magallánica, alude al fracasado colonizador, más de forma tan confusa, que no puede darse como probable que el citado autor hubiese tenido acceso al diario del navegante. El texto fue conocido en Inglaterra: tomado tal vez del patache que Sarmiento adquirió en Cabo Verde, o extraviado durante la expedición que el padre Quiroga realizó a la costa patagónica en 1745. Esta última posibilidad la apunta Julio Guillén. El caso es que el comandante Byron hizo uso de aquél en 1764, con motivo de su viaje alrededor del mundo. Volvió en España a ver la luz el importante documento cuando salió a subasta pública, siendo adquirido por don Bernardo de Iriarte, quien lo publicó en 1768 junto a otros documentos, bajo el título genérico Viaje al Estrecho de Magallanes por el capitán Pedro Sarmiento de Gamboa y noticia de la expedición que después hizo para poblarle. En esta recopilación figura la declaración de Tomé Hernández, el único superviviente de quien se tiene noticia cierta de las fallidas poblaciones magallánicas. Esta edición fue utilizada por varios expedicionarios posteriores, como Malaspina, Parker King y Fitz Roy. En la expedición de este último participó Charles Darwin, quien, en consecuencia, también manejó el diario del navegante español. Ya en este siglo, el padre Pastells realizó una interesante recopilación de textos de Sarmiento, en especial de aquellos referidos al viaje de poblamiento. Sir Clements Markham, por su parte, tradujo al inglés la notable Crónica, integrándola en su obra Narratives of the voyages of Pedro Sarmiento de Gamboa to the Straits of Magellan. Dentro de la Colección de diarios y relaciones para la Historia de los Viajes (Instituto Histórico de la Marina, Madrid) editó y prologó en 1944 julio Guillén este texto de Sarmiento, del que existen amplias referencias en los trabajos de Landín (Vida y viajes de Pedro Sarmiento de Gamboa, Madrid 1945), y Oyarzun (Expediciones españolas al Estrecho de Magallanes y Tierra de Fuego, Madrid 1976). Dos documentos dan entrada a la Relación y Derrotero de Sarmiento: las Instrucciones que se dieron por el Virrey del Perú, al Capitán Pedro Sarmiento para la jornada y descubrimiento del Estrecho de Magallanes, y pelear con el corsario inglés que por él entró a esta Mar del Sur, si lo encontrase, y el juramento que prestó el marino antes de emprender la aventura. Ambos fueron incluidos por Sarmiento en su diario. Se guardan los dos en el Archivo de Indias. El original de la crónica, en la Biblioteca Real.