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La educación de un noble En este sentido, lo primero que debe pasarse por el tamiz de la crítica es la extendida afirmación de que el autor de Crónica mexicana estudió en el Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco. Dado que su nombre no aparece en la relación de alumnos notables de Fray Juan Bautista, ni figura entre los colegiales que ayudaron a Sahagún en su monumental investigación etnográfica, ni se menciona en la documentación oficial u oficiosa relacionada con Santa Cruz, la lógica invita a negar el indemostrado aserto. Pero hay otra razón de peso en contra del supuesto. Consignando su árbol genealógico en la Crónica mexicayotl, Tezozomoc indica que una de sus hermanas menores, llamada Isabel, se casó con Antonio Valeriano, un antiguo colegial de Tlatelolco, colaborador de Fray Bernardino de Sahagún y profesor de latín de alumnos indios y frailes jóvenes, entre ellos, Juan de Torquemada, futuro autor de una extensa obra intitulada Monarchía indiana. Para el aristocrático Don Hernando, Valeriano era un plebeyo cuyo único mérito consistía en saber hablar latín, y así lo expresó sin ambages en la Crónica mexicayotl al tratar de Isabel, séptima u octava hija, según su liada cronología, del matrimonio formado por Diego de Alvarado Huanitzin, gobernador indígena de la antigua Tenochtitlan, y Francisca de Moteczuma, hija del Tlatoani mexica28: La séptima de nombre D?. Isabel. A este preciado vástago la desposó Dn. Antonio Valeriano, que no era noble sino tan sólo un gran sabio, un "colegial", que sabía la palabra latina, natural de Atzcapotzalco29. La contradictoria opinión de Tezozomoc sobre su cuñado --el párrafo conjuga el desprecio clasista del noble por las personas de status inferior con la encubierta admiración por los conocimientos del amo pilli Valeriano--no deja ningún resquicio para la duda. Si Don Hernando hubiera estudiado en Santa Cruz, no habría dejado pasar la oportunidad de señalarlo, revalorizando su prestigio al tiempo que desprestigiaba al atzcapotzalca. El hecho de que Alvarado Tezozomoc, descendiente directo de Motecuhzoma, no recibiese educación europea puede resultar sorprendente a primera vista, pero desde luego no tiene nada de misterioso. Posiblemente el futuro autor de Crónica mexicana superaba la edad reglamentaria y su solicitud de ingreso, si acaso se presentó, fue rechazada. Al menos, esta es la conclusión que se desprende de un análisis en profundidad del párrafo arriba citado. Todas las fechas que relacionan a Valeriano con Santa Cruz indican que el atzcapotzalca debió ser uno de los alumnos que inauguraron el colegio. Como el centro se abrió en 1536 y la edad de los educandos iba de los ocho a los doce años, la fecha de nacimiento del futuro yerno de Huanitzin puede situarse entre 1524 y 1528. Lo cual permite fijar el momento de su boda en el período que va de 1544 a 1548, cuando el joven y brillante egresado contaba veinte o veintipocos años y su linajuda novia unos quince. Si Isabel, nacida entre 1529 y 1533, ocupaba el séptimo puesto en la escala familiar y Hernando el quinto, la diferencia de edad entre ambos, teniendo en cuenta el período de lactancia de tres años, era de ocho, nueve o diez años. Por lo tanto, el natalicio de Alvarado Tezozomoc debió tener lugar en el septenio 1519-1525. Descontando las datas inicial y final, bastante improbables en tanto en cuanto no dejan lugar para la más mínima variación30, es factible situar el evento en cualquier año situado en torno a 1523. Hay otra vía alternativa para corroborar la fecha de nacimiento. En el discurso que abre la Crónica mexicayotl, Don Hernando afirma textualmente que oyó, o mejor, aprendió, las narraciones que transcribe de su padre Don Diego de Alvarado Huanitzin, de Don Pedro Tlacahuepantzin, su tío, y de Don Diego de San Francisco Tehuetzquititzin, quienes, apostilla, bien rectamente sabían el preciado antiguo tratado. Como Tlacahuepantzin regresó de su primer viaje a Castilla en 1530 y emprendió un segundo en 154031, la reunión (o reuniones) mencionada puede fijarse en 1539, coincidiendo con la restauración de la dinastía en Huanitzin y la consecuente reavivación del problema sucesorio. Una ocasión, como se observa, muy propicia para saber el corazón del preciado legado antiguo, o, dicho con la prosaica mentalidad occidental, para fijar las genealogías y debatir los derechos de los diferentes candidatos. Difícilmente un tierno infante de meses, o cuanto más, en su primera infancia entendería algo de aquel galimatías, eso suponiendo que le dejasen asistir. Tampoco un joven de diecinueve o más años aprendería nada porque lo que allí se dijese tendría que saberlo desde los quince, edad en que los jóvenes nahuas comenzaban su educación formal. En cambio, un quinceañero Tezozomoc encajaría a la perfección en la conferencia. Tras la resta de rigor, se obtiene 1524, fecha muy cercana a 1523. Parece claro, pues, que Don Hernando de Alvarado vio la luz entre 1523 y 1524, y que no pudo, aunque hubiera querido, aprender la latin tlatolli. Tezozomoc pertenecería, por lo tanto, a la primera generación de mexicanos alfabetizados --recuérdese que desde 1525 funcionaba en el convento seráfico de San Francisco de México una escuela a cargo de Fray Pedro de Gante, pariente del César Carlos--, y sus conocimientos se limitarían a la lectura, la escritura, el canto religioso y la doctrina. Lo cual --hay que señalarlo porque sólo resulta obvio una vez expuesto-- no implica en absoluto que fueran reducidos o deficitarios. De hecho, sus escritos demuestran que los asimiló mejor que la inmensa mayoría de los alumnos de los monasterios-escuelas, cuya capacidad de aprendizaje como colectivo era tan grande que admiró incluso al poco indianófilo Jerónimo López, uno de los más acreditados portavoces del partido de los encomenderos. Hablando de la educación primaria, dice en una de sus pintorescas cartas: Les quisieron los frailes seráficos mostrar leer y escribir; y por su habilidad, que es grande, y por lo que el demonio negociador pensaba negociar por allí, aprendieron tan bien las letras de escribir libros, puntar, é de letras de diversas formas que es maravilla verlos; y hay tantos é tan grandes escribanos, que no lo sé numerar, por donde por sus cartas se saben todas las cosas en la tierra de una á otra mar muy ligeramente, lo que de antes no podian hacer32.
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La elección de esta obra Cuando se me propuso contribuir a esta colección de Crónicas de América, ya venía yo pensando en la conveniencia de incorporar a ella algún texto de Sarmiento de Gamboa, personaje de importancia capital en la proyección marítima del Perú y autor de gran erudición y fino estilo, relegado injustamente a segundo término en la mayoría de los estudios referentes a la América virreinal. intelectual y hombre de acción, fue sin duda la dispersión de sus inquietudes, la causa de su fama opaca. Y sin embargo, sólo como cronista del Nuevo Mundo, debiera tener derecho a una atención impar: su Historia Indica, sin llegar cuantitativamente a lo que fue la obra de Cieza de León --el narrador por excelencia de las cosas del Perú--, posee una calidad científica de primera magnitud, encomiada fuera de España antes que en España. Markham, que con respecto a Sarmiento no es, ni mucho menos, ditirámbico, lo reconoce como la más alta autoridad en cuanto a la historia externa de la época incaica, y Salvador de Madariaga establece un paralelismo entre el navegante cronista y el gran investigador de la Nueva España precortesiana, Bernardino de Sahagún. La Historia Indica de Pedro Sarmiento es, no obstante, texto controvertido, comentado críticamente por más de un autor, como Ernesto Morales. Otros hay suyos --como el que presento al lector-- que han merecido el aplauso unánime de los entendidos, en este caso, de sus colegas, los marinos. La obra es el resultado del cruce entre las dos principales facetas de este hombre singular: la científica y la de mareante. Está escrita, además, con completa independencia y con ocasión de una aventura en la que fue --por única vez en su vida-- indiscutido capitán. Sus restantes relatos marineros --el de su viaje a las Salomón, y los relativos a su frustrado intento colonizador en el Magallanes-- carecen del empaque científico y de la objetividad que caracterizan a esta Relación y Derrotero. La narración del descubrimiento de las islas del Mar del Sur es el testimonio de una empresa fallida. Se inició con propósito de poblamiento, del que Mendaña --general de la expedición-- desistió, y debíase haber encontrado una ruta de retorno --utilizando las corrientes australes, como Sarmiento recomendaba-- que finalmente no se buscó. La consecuencia fue que las islas Salomón quedaron tan desconectadas del Perú como lo estaban antes de descubiertas (no pudo ser Sarmiento el Urdaneta del Sur). En cuanto a las relaciones sobre el proyecto colonizador magallánico, indudablemente de gran interés por la cantidad de datos geográficos y antropológicos que contienen --los cuales aparecen, igualmente, en esta crónica marinera--, se ven enturbiadas por las referencias --a veces demasiado amargas, demasiado destempladas-- a penosos factores humanos y logísticos que perturbaron aquél desde su iniciación, condenándolo al fracaso. Todos estos textos, por otra parte, precisan del contraste con los demás que a los mismos asuntos se refieren. La resultante de tal recopilación --ya elaborada, por cierto--, no podría quedar dedicada solamente a la figura de Pedro Sarmiento de Gamboa, que es el objetivo de este volumen. Son --creo-- suficientes las razones apuntadas para identificar al personaje con la crónica de su mejor viaje. Pero aún puedo aducir una razón más: es ésta una relación optimista, esperanzada, llena de esforzada vitalidad. Se corresponde con el corto momento pletórico de una vida desgraciada, y narra una aventura genial felizmente concluida. Por todo lo anterior, y por este motivo, es la obra más característica de aquel navegante sabio que fue el cronista Pedro Sarmiento de Gamboa. Alonso de Ercilla, el cantor de los araucanos, haciéndose eco de las leyendas que habían generado los intentos desastrosos de cruzar de Oeste a Este el Estrecho de Magallanes, había escrito: Por falta de pilotos y encubierta causa quizá importante y no sabida, esta secreta senda descubierta, quedó para nosotros escondida, ora sea yerro de la altura cierta, ora que alguna isleta removida del tempestuoso mar y viento airado encallando en la boca, la ha cerrado. Sarmiento de Gamboa aclaró, nítidamente, las dudas del poeta con su viaje glorioso: determinó exactamente la altura --latitud-- de la boca occidental del paso interoceánico, y ordenó el dédalo de islas y canales que la ocultaban a las proas de los navíos. Esta es, contada por su protagonista, la crónica de aquella epopeya descubridora.
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La expedición de Grijalva y las primeras acciones de Cortés en el Enchiridion de Pedro Mártir de Anglería (Basilea, 1521) Pedro Mártir que, desde varios años antes se mantenía informado acerca de las cosas del Nuevo Mundo, refiere expresamente que tuvo ocasión de conversar con Hernández Portocarrero y con Montejo. Los informes que de ellos recibió y la contemplación y examen de los presentes que habían traído para el Emperador, lo movieron a escribir para dar a conocer a otros cuanto pareció a él de interés excepcional. Siguió en ello su costumbre de incluir sus noticias en cartas que en principio destinaba a personajes prominentes, de modo particular al Romano Pontífice. Así había difundido ya copiosa información que abarcaba otros hechos a partir del desembarco de Colón en las Antillas13. La primera publicación de Pedro Mártir en la que habla de las tierras y gentes que se conocería más tarde como la Nueva España ostentó el siguiente título en latín: De Nuper sub D. Carolo Repertis Insulis, simulatque Incolarum Moribus Enchiridion, dominae Margaritae divi Max imiliani Caes aris Dicatuni, Basileae, Anno MDXXI (Enchiridio o Epítome acerca de las islas recientemente descubiertas bajo el imperio de don Carlos y de las costumbres de sus habitantes. Dedicado a doña Margarita, hija del ínclito emperador Maximiliano, Basilea, año de 1521). En este libro que, escrito en latín, tuvo gran difusión, incluyó también Pedro Mártir, la versión que había recibido del capellán de Diego Velázquez, el clérigo Martín, del "Itinerario de la Armada#", o sea la obra de Juan Díaz sobre la expedición en la que participó al mando de Juan de Grijalva. Su testimonio de la impresión que le causó contemplar los presentes indígenas remitidos por Cortés al Emperador, quedó más tarde incorporado en su IV Década del Nuevo Mundo14. Allí se difundió por vez primera la opinión de un humanista del Renacimiento sobre las creaciones de gentes para él desconocidas, los mexicanos prehispánicos, de cuyo ingenio, industria y arte quedó él maravillado. Veamos al menos algo de lo que escribió al respecto: Trajeron --nos dice en su IV década del Nuevo Mundo-- dos muelas como de mano, una de oro y otra de plata, macizas, de casi igual circunferencia, veintiocho palmos# El centro lo ocupa, cual rey sentado en su trono, una imagen de un codo, vestida hasta la rodilla, semejante a un zeme, con la cara con que entre nosotros se pintan los espectros nocturnos, en campo de ramas, flores y follaje. La misma cara tiene la de plata, y casi el mismo peso, y el metal de las dos es puro# De sus casquetes, ceñidores y abanicos de plumas, no sé qué decir. Entre todas las alabanzas que en estas artes ha merecido el ingenio humano, merecerán éstos llevarse la palma. No admiro ciertamente el oro y las piedras preciosas; lo que me pasma es la industria y el arte con que la otra aventaja a la materia; he visto mil figuras y mil caras que no puedo describir; me parece que no he visto jamás cosa alguna, que por su hermosura, pueda atraer tanto las miradas de los hombres15. Dado que se conserva el registro de los objetos que envió Cortés, cabe afirmar que de ellos enumeró Pedro Mártir tan sólo los que más atrajeron su atención16. Lo mismo ocurrió en el caso de uno de los más grandes artistas de esa época, el pintor Alberto Durero. Refiere éste en su Diario de Viaje que, hallándose en Bruselas en 1520, pudo ver aquellos objetos extraños y maravillosos enviados al Emperador desde la nueva tierra del oro. El hecho de que Durero haya podido ver tales objetos en Bruselas, pone de manifiesto que Carlos V, que los había recibido en Valladolid, decidió llevarlos consigo en su viaje a Flandes. La reacción de Durero ante esas creaciones del México antiguo, casi un año antes de que Cortés se adueñara de la metrópoli azteca, es en verdad reveladora. No es inverosímil pensar que quien con tanta elocuencia se expreso así respecto de esas creaciones, hable de ellas otras muchas veces, contribuyendo en consecuencia a difundir las noticias que a muchos debían interesar sobre las nuevas tierras en las que se hallaba Hernán Cortés. He aquí las palabras de Durero: Y también vi allí en Bruselas las cosas que trajeron al rey desde la nueva tierra del oro desde México: un Sol todo de oro de una braza de ancho, igualmente una Luna toda de plata, también así de grande, asimismo dos como gabinetes con adornos semejantes, al igual que toda clase de armas que allá se usan, arneses, cerbatanas, armas Maravillosas, vestidos extraños, cubiertas de cama y toda clase de cosas maravillosas hechas para el uso de la gente. Y eran tan hermosas que sería maravilla ver algo mejor. Estas cosas han sido estimadas en mucho, ya que se calcula su valor en 100.000 florines. Y nada he visto a todo lo largo de mi vida que haya alegrado tanto mi corazón como estas cosas, En ellas he encontrado objetos maravillosamente artísticos y me he admirado de los sutiles ingenios de los hombres de esas tierras extrañas17. De esta suerte el testimonio que expresó Durero en 1520 vino a sumarse a los que se difundían en publicaciones en latín, italiano y alemán. Información mucho más amplia iba a recibirse en breve que alcanzaría aún mayor difusión, capaz de despertar en no pocos el afán de embarcarse con rumbo a esas tierras de las que tan grandes cosas se referían. El Primer mapa del golfo de México y tierras circundantes En el mismo año de 1519, poco tiempo después del desembarco de don Hernando en playas veracruzanas, cuando se aprestaba a marchar con rumbo a Tlaxcala, recibió nuevas de ciertos navíos que habían sido avistados muy cerca de las costas. Pronto supo Cortés que dichos barcos habían sido enviados desde Jamaica por Francisco de Garay. Aunque en esa ocasión los hombres de Garay no intentaron hacer penetración o poblamiento alguno, consta que, siguiendo su derrotero hacia el norte, costearon el litoral del golfo, desde Yucatán hasta la Florida18. Tanto acerca de la Florida como de Yucatán se tenían ya desde antes algunas noticias. En lo que respecta a la Florida había sido visitada ésta desde 1512 por Juan Ponce de León. Respecto de Yucatán las expediciones de Hernández de Córdoba y Grijalva, así como luego la del mismo Cortés, habían allegado información relativamente abundante. Sin embargo, hasta 1519 la configuración del golfo de México con esas dos penínsulas, era por completo desconocida en el contexto de la cartografía del Nuevo Mundo. Correspondió precisamente al piloto de la expedición enviada por Garay, Alonso Álvarez de Pineda, disponer un primerísimo mapa, bastante preciso, del perfil del golfo de México y tierras adyacentes. Ese mapa enviado por Garay a España como prueba fehaciente de sus esfuerzos y gastos destinados a ampliar la expansión española más allá de las Antillas, tendría en poco tiempo muy amplia difusión19. Lo curioso del caso es que ésta no redundaría en beneficio de Garay sino de quien fue su permanente adversario, el propio Cortés. Bien sabido es que Garay participó en una segunda expedición, en 1522, en la que desembarcó por el rumbo del río Pánuco con propósito de hacer poblamiento. No obstante haberse asociado con el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, su empresa tuvo resultados en extremo precarios. Con el nombre un tanto pomposo de Victoria Garayana, se designó a la nueva penetración y asentamiento. Al intento siguió luego el encuentro con Hernán Cortés y a la postre la llamada Victoria Garayana se convirtió en derrota. Trasladándose Garay a México, donde Cortés le dio hospedaje, murió allí muy poco después de mal de costado, al decir de algunos, en tanto que otros, cuando el juicio de resistencia de Cortés, quisieron culpar a éste del fallecimiento de quien fue su rival. Pudiera pensarse que la desaparición de Garay iba a dejar en el olvido más completo a sus expediciones. Si éstas fracasaron desde el punto de vista de hacer conquistas, tuvieron al menos la importante consecuencia de haberse logrado, gracias a la primera de ellas, un bastante preciso conocimiento del perfil geográfico de las extensas tierras con riberas en el golfo de México. Al ocuparnos en seguida de los ulteriores testimonios que envió Cortés a España para dar cuenta de sus logros al Emperador, veremos cuál fue en última instancia el destino y la difusión que tuvo ese primerísimo mapa debido a Alonso Álvarez de Pineda.
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La Historia de Motolinia, fuente etnohistórica Como cualquier obra histórica, ésta proclama un cierto argumento y un discurso demostrativo: los indios mesoamericanos vivían endemoniados y actuaban como presos en las idolatrías falsas que confundían sus espíritus y que impedían su acceso al conocimiento de la religión verdadera. Dios, a través de los misioneros, ponía en el camino de la verdadera fe a estos indígenas, y los cristianos estaban destinados a cumplir la gran misión de ofrecerles el mensaje de Cristo, cualesquiera que fuesen los obstáculos que se opusieran a su conversión. Puestos en el camino de esta misión trascendente, los franciscanos conseguían sus objetivos sin pausa y por diversos medios: sustituyendo los símbolos demoníacos indígenas por el signo supremo de la Cruz y por las representaciones formales de Cristo y de la Virgen María. El logro de estos fines pasaba por la predicación y por el ejemplo, pero era también necesario que se dieran señales de superioridad de una religión sobre otra y que los indígenas, como así ocurrió, estuvieran predispuestos a recibir en profundidad este mensaje religioso. En este extremo, algunos milagros que se describen también coadyuvaron al logro de conversiones; y desde luego, el comportamiento moral de estos religiosos, y hasta incluso la visible relación de autoridad que mantenían con conquistadores y civiles españoles, les proporcionó el respeto reverencial hacia sus personas. Todo ello, más el prestigio de las victorias españolas, así como las alianzas con los señores indígenas entendidos como fuerzas locales de poder ancestral, y su misma dedicación a las masas sociales serviles, contribuyó a desarrollar en los indígenas un ánimo favorable a sus intenciones, mientras, al mismo tiempo, su sabiduría y su humildad impresionaban lo suficiente a los nativos, hasta el extremo de llevarlos a la conclusión de que estos misioneros pertenecían a una línea de relación que los entroncaba directamente con la divinidad en su más exigente proyección. En los comentarios que constituyen nuestro interés, podremos apreciar cómo nuestro Motolinia iba cumpliendo este objetivo mientras, al mismo tiempo, descubría en el conocimiento del pasado prehispánico la información que necesitaba para hacer que los indígenas se hicieran cristianos. Las páginas que siguen pretenden poner en evidencia cómo se cumplieron los objetivos y cómo, además, esto significó el descubrimiento progresivo del modo de ser indígena, condición necesaria para alcanzar los fines misioneros. En realidad, el logro de este conocimiento se convirtió en pieza articular clave en el proceso de esta empresa. Y ésta sería la razón primera del interés que tuvo Motolinia por saber cómo eran las culturas indígenas antes de la llegada de los españoles. Cabalmente por eso, para quienes se dedican a la Antropología de campo y son conscientes de que éste impone como condición indispensable el planteamiento de una observación empírica, directa y personal de los hechos, es obvio que la técnica de trabajo seguida por Motolinia es la etnográfica. En un primer extremo, Motolinia estuvo condicionado por el hecho de que ignoraba la lengua indígena y que, por lo tanto, permanecía limitado por este inconveniente. Por eso, sus primeras aproximaciones al conocimiento de las culturas indígenas consistieron en indagar y en observar a quienes, desde un primer momento, españoles e intérpretes indígenas de éstos podían proporcionarle las informaciones que necesitaba, por lo menos para comenzar a saber cómo relacionarse con el mundo nativo y cómo iniciar, además, su misión evangelizadora. Desde luego, Motolinia, al igual que sus demás compañeros franciscanos, contó con una primera ventaja a su favor: hacía cerca de tres años que los españoles que le antecedieron habían conquistado Tenochtitlán, y aunque no habían extendido todavía su dominio total por todos los extremos de Mesoamérica ##desde Michoacán al norte y desde Guatemala hacia el sur##, en general, sí habían establecido su poder en el punto más estratégico del imperio azteca, como eran su capital y los valles adyacentes. Es también indudable que durante este tiempo se había conseguido establecer conocimientos lingüísticos mínimos para poder conseguir ciertos intercambios verbales entre indígenas y españoles, pues la misma convivencia social con éstos y la dependencia mutua que resultaba, los hacía necesarios. El mismo Hernán Cortés contó, desde el principio de su llegada a las costas mayas, con el auxilio lingüístico de doña Marina, la también llamada Malinche o Malintzin, y asimismo con el náufrago español jerónimo de Aguilar, para sus comunicaciones con los aztecas. Desde el comienzo de esta experiencia lingüística, es obvio que tres años después de la conquista de Tenochtitlán algunos jóvenes indígenas, y otros españoles, habían conseguido mantener intercambios lingüísticos suficientes que socialmente les permitían dialogar y comunicarse verbalmente en el transcurso de sus relaciones de convivencia interétnica. Así, cuando los doce frailes arribaron a México tuvieron desde este mismo instante la oportunidad de disponer de una red de comunicación social, verbalmente suficiente, que tenía como base de maniobra a los intérpretes que utilizaban los españoles. Desde el inicio, por lo tanto, pudieron trabajar con indígenas, y en este sentido cabe añadir que si la historia de que nos ocupamos fue escrita hacia la mitad del siglo XVI, entonces Motolinia ya conocía el nahuatl, y según sus propias noticias, él y sus compañeros de misión llegaron a predicar hasta en tres idiomas nativos. Los dos primeros años, estos frailes permanecieron instalados, y casi aislados, en sus casas o conventos, porque, como dice Motolinia, no sabían todavía las lenguas de la tierra. Después que las aprendieron, presumiblemente a partir de estos dos primeros años, empezaron a distribuirse por diferentes puntos del Anahuac11, y en el caso de nuestro fraile, parece haber estado en casi todos los lugares importantes de la zona, lo cual hizo posible que su conocimiento de la vida indígena fuera muy profundo. Este convencimiento se induce de la lectura comparada de otras fuentes de la época, e incluso limitándonos al análisis de las descripciones, y se confirma cuando leemos, además, los Memoriales12 que él mismo escribiera, y en cuyo texto alcanzamos la convicción de que Motolinia no sólo escribió definitivamente sus libros a mediados del siglo XVI, sino que cuando lo hizo su mente estaba saturada de vivencias maduras suficientes como para haber cuajado, como así ocurre, una obra importante para el conocimiento de las culturas del altiplano mexicano. Lo cierto es que esto fue posible porque desde su llegada a México en 1524 ya pudo iniciar sus observaciones personales, y en función del carácter de su misión evangelizadora, entregarse a la redacción de informes y de notas que luego constituyeron el pósito de su experiencia intelectual. La llegada de los franciscanos a México se hizo, pues, cuando ya se disponía de bases lingüísticas y sociales para comenzar la evangelización directa, pero el hecho de que estos frailes no dominaran todavía las lenguas nativas obligó a demorar las predicaciones directas. Sin embargo, dos años después, cuando ya estaban en condiciones de conversar con los nativos y de comprender el sentido de sus giros lingüísticos, es también evidente que ya disponían de informaciones que les fueron dadas por los propios españoles y por los intérpretes nativos de éstos. Conforme a tales supuestos, Motolinia dispuso de informaciones y de informantes viejos para obtener las historias de las culturas indígenas, al tiempo que conseguía familiarizarse con sus tradiciones orales. Asimismo, y como era común entonces, los frailes podían disponer de libros indígenas que consultaban y entendían a través de intérpretes nativos. (Estos libros eran pictografías en amtl o papel indiano, y en pieles curtidas de venado.) Las primeras fuentes históricas que tuvieron a mano estos frailes fueron los llamados códices indígenas donde, por medio de glifos, se representaban acontecimientos e ideas. En dichos códices, la escritura podía ser ideográfica, esto es, relacionada con la expresión de ideas; pictográfica o referida a la representación de objetos, y fonética o que designaba voces o sonidos13. El contexto de estos códices era, pues, muy variado y su estudio proporcionaba a los frailes informaciones que podemos considerar étnicas porque constituyen la versión de la cultura nativa desde los mismos indígenas. En cualquier caso, estos códices o escrituras propiamente indígenas habían sido elaborados por los llamados tlacuilo o tlacuiloque14, personajes encargados de escribir las historias y el pensamiento de sus naciones. Realmente, estos tlacuilo formaban parte de los estamentos sociales superiores, gozaban de gran prestigio y eran, en definitiva, los que recibían y conservaban este conocimiento expresado literalmente. En gran manera, estos códices tenían que ser interpretados en cada caso, y por lo mismo requerían ser enseñados a quienes se acercaban a ellos por primera vez. Esto significa que Motolinia tuvo que ser auxiliado para su lectura por indígenas sabios, pues directamente no estaba en condiciones de hacerlo por sí mismo, a menos que ya hubiera obtenido la necesaria familiaridad con sus textos, habitualmente escritos sobre pieles de venado, o en telas de papel de maguey, o sobre telas de algodón tejido, en cualquier caso previamente alisadas y blanqueadas mediante la superposición de capas de yeso adheridas a estas superficies. Para los nativos esta escritura constituía el medio tradicional de registro de sus memorias étnicas, de su historia y, en definitiva, era su literatura escrita. Venían a ser como Anales y se consideraban instrumentos oficiales de consulta, incluso de sus negocios con otras naciones, y eran utilizados a modo de documentos formales. Al mismo tiempo, y con respecto a la manera como Motolinia reunió esos materiales, estaban los informantes que recordaban tradiciones, sucesos e historias transmitidas de una generación a otra. Por ello, Motolinia y los demás cronistas españoles de la época que pudieron disponer de información directa u observada, se vieron obligados a consultar continuamente a estos sabios nativos en lo referente al conocimiento del pasado en sus cronologías y orígenes. Cabalmente, pues, el fondo historiográfico de Motolinia consistió en estudiar estas fuentes escritas con ayuda de los tlacuilo, sobre todo, y en verificarlas, asimismo, a partir de sus informantes nativos, generalmente individuos de edades avanzadas y con autoridad intelectual capaces de recordar el sentido de los acontecimientos, tanto porque, en casos, habían sido protagonistas de ellos como porque disponían de estos conocimientos por tradición familiar, local o erudita. Estas serían las fuentes que Motolinia pudo consultar y que, aparte de las que pudo obtener de otros españoles que, asimismo, disponían de informaciones semejantes o que las reunían en otros lugares utilizando los mismos procedimientos, formaron el corpus de la historia prehispánica que narra. Por ende, la indagación etnográfica que hiciera Motolinia podía ser hecha porque entonces fueron frailes quienes hicieron las mejores descripciones del mundo indígena, y esto ocurría no sólo porque dedicaban su tiempo a vivir con los indios, sino también porque eran los más preparados para registrar de modo sistemático lo que observaban. Ellos mismos tenían la obligación de informar a sus superiores mientras, además, este conocimiento debía llegarles en forma muy organizada y categorizada. Excepto algunos cronistas, pocos, funcionarios de la Corona, como Gonzalo Fernández de Oviedo, en este tiempo los misioneros fueron etnógrafos excelentes. Salvo sus constantes admoniciones y juicios de valor aplicados a los comportamientos que describen, debemos considerarlos etnógrafos, los primeros, de la época moderna occidental. Motolinia debe ser incluido entre ellos. El hecho de haber vivido la experiencia social con los indígenas a partir de 1524, pero sobre todo dos años después de esta fecha, cuando ya podía relacionarse con aquéllos en su lengua, permite reconocer que el trabajo de obtención de datos de campo se hizo recurriendo a técnicas de observación directa, con lo cual resulta que los datos que se nos transmiten dentro de esta obra cumplen, por lo que hace a sus técnicas de obtención, con los requisitos que habitualmente los antropólogos exigen de los miembros de su comunidad científica, en este caso, residencia, lo más prolongada posible entre los nativos sobre los que escribe, y rigor clasificatorio.
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La obra El libro tiene por su parte una larga historia y una aventura casi apasionante. Para que podamos comprender el proceso que siguió el original desde su llegada a España, debemos establecer una secuencia cronológica, restituyendo con hipótesis los vanos que hay entre los datos seguros. Tomemos el hilo en el momento en que muere. Fr. Martín. 1. Primera etapa. La otra, con sus ilustraciones de las que luego hablaremos, con las correcciones de Fr. Martín, con los informes y censuras, queda en poder de la orden de la Merced, sin que nadie -al menos, que sepamos- se preocupe de darla a las prensas. Alguien del convento queda, sin embargo, encargado de su custodia y él u otra persona se traslada a Salamanca, y se instala en el Colegio Menor de Cuenca, a cuya biblioteca lo dona. Y allí estará dormido -que los libros que nadie lee, están dormidos- durante años y años. Cabe también la hipótesis, que no puede pasar de ser una mera conjetura, que el P. Murúa fuera a acabar sus días en Salamanca, y que ésta sea la razón de que el libro fuera a parar al Colegio Menor de Cuenca. Porque lo que sí es seguro es que estuvo en esa Biblioteca, como consta manuscrito en la portada -manuscrita también del original11, donde se dice: De la Biblioth? del Coll? Mor de Cuenca. 2. Segunda etapa. Dormido o no, el libro de Fr. Martín iba a sufrir la misma suerte que todos sus compañeros de Biblioteca, y ésta la del Colegio Menor. Este Colegio, que era de Patronato Regio, se disuelve en el siglo XVIII y todos sus libros, en vez de pasar a la Biblioteca Universitaria de Salamanca, como quizá hubiera sido lógico, van a engrosar la Librería Real, donde aún se conservan. Una pregunta ingenua sería: ¿está allí el original de Fr. Martín? No. No está, aunque sí figura en el inventario. Y esto es asombroso en sí mismo porque la Biblioteca Real es probablemente uno de los fondos bibliográficos mejor guardados del mundo, donde las garantías de conservación de los libros son máximas y las precauciones que se toman para que nadie pueda dañarlos, son extremas. Si esto es así, cabe preguntarse en qué ocasión pudo salir de recinto tan bien guardado, por bibliotecarios, alabarderos, guardas y centinelas. Sólo había un medio: que alguien con autoridad de Rey lo hiciera, y así fue. Pero esto constituye la etapa siguiente de la historia de las aventuras del manuscrito. 3. Tercera etapa. Durante el predominio de Napoleón Bonaparte en Europa, como es sabido, éste colocó en el trono español a su hermano José, que reinó brevemente como José I, y al que la historia y la administración española han dado el nombre de rey intruso12. La mala fortuna final del imperio napoleónico -gestada en gran parte en España- hizo que José I tuviera que abandonar su Reino, lo que hizo con un copioso equipaje, en el que metió aquellas cosas que más le llamaron la atención, especialmente en el Real Palacio. Una de ellas, quizá por sus ilustraciones en color, fue la Historia General del Perú, de nuestro fraile mercedario. Pero, como sabemos, el equipaje del rey José, como lo titulará Pérez Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, no llegaría nunca al destino que el rey intruso le había preparado, porque el ejército hispano-inglés de Wellesley, el futuro Lord Wellington, lo alcanzaba en las cercanías de Vitoria, en 1813, infligiéndole tal derrota, que en su huida José Bonaparte tuvo que abandonar toda su impedimenta, que quedaba en poder del vencedor, incluso los tesoros que llevaba en su berlina, entre ellos el manuscrito de Murúa. El vencedor era Wellesley, que se hizo con la impedimenta y la llevó consigo a Inglaterra, especialmente lo que contenía el propio coche del rey intruso, cuya imperial estaba abarrotada de cuadros, grabados y libros con miniaturas. Entre ellos la Historia de Fray Martín y otros de la Biblioteca del Colegio de Cuenca. En Inglaterra lo recibió el hermano mayor de Wellington, William Wellesley Pole, que en 9 de febrero de 1814 daba cuenta de una primera inspección. No quedó satisfecho Wellington con la posesión del equipaje del rey José. Suponiendo que estaban las cosas mezcladas y que había objetos de diversas procedencias, comenzó a clasificarlo todo y a restaurar lo que estaba deteriorado. En 16 de marzo de 1814 escribe a su hermano Enrique, embajador de Inglaterra en España, pidiéndole que lo comunique al Rey Fernando VII, y que éste designe persona que vaya a reconocer lo que es suyo, tanto de grabados como de pinturas y libros. Jamás obtuvo contestación. En 1816, el minucioso Duque de Wellington escribía al Conde de Fernán Núñez, Duque de Montellano, embajador de España en Londres, enviándole un catálogo de lo que tenía en su poder, para que le diga lo que es del Rey de España. Nuevo silencio. Por fin, en 29 de noviembre de 1816, el conde de Fernán Núñez le comunicaba la decisión de Fernando VII de que retuviera en legítima posesión cuanto apresara en Vitoria, y que no volviera sobre el asunto. Wellington decidió entonces reunir todo en su residencia de Stratfield Saye, donde se dedicó a conocer personalmente todo lo que había ido reuniendo. Y topó con la Historia del Perú, que le pareció podría ser -intuición grande de hombre grande- de utilidad a los historiadores. En vista de ello, en 14 de noviembre de 1824 reunía una serie de documentos y papeles, y entre ellos la obra de Murúa, y se los enviaba a Sir Walter Scott, con una carta en que le decía: ... Los documentos y otros que encontré, con el libro conteniendo las copias de las cartas de Carlos V y la Historia del Perú y su primera conquista por un testigo presencial13, hubieran sido inestimables al Profesor Roberston14 y me alegrará tener su opinión acerca de la manera de utilizarlos. Walter Scott los devolvió a poco, sin dar opinión alguna que se conozca, y la obra quedó en Apsley House -la residencia de Wellington en Londres- hasta 1945, en que el actual Duque de Wellington la devolvió a su primitiva biblioteca de Stratfield Saye, donde aún se conserva e iba a ser encontrada poco después. Pero ésa es otra historia, que veremos más adelante: la de su descubrimiento. Pero la historia de los manuscritos no acaba con el itinerario que siguió el original, desde las orillas del lago Titicaca hasta el Berkshire, pasando por Potosí, La Plata, Buenos Aires, Madrid, Vitoria y Londres. La obra debió despertar en su tiempo un evidente interés y, según costumbre del tiempo, cuando un libro no era impreso, se hizo una copia de él, que fue a parar a Loyola, pero sin las ilustraciones. Hay, pues, dos manuscritos del libro, el llamado de Loyola y el Wellington. De la suerte del primero volveremos a tratar cuando hablemos de las ediciones que se han hecho. El Mss. Wellington, que es el original, como hemos ido considerando, está escrito en folios, por las dos caras, de papel de tina, formando un volumen de 377 folios y 37 ilustraciones15, dividido en tres libros. El título general y el de los libros es el siguiente: TITULO: Historia General del Pirú. Origen y descen / dencia de los Incas, donde se trata, assí de las guerras / civiles Ingas, como de la entrada de los españoles / Descripción de las ciudades y lugares dél, con / otras cosas notables, compuesto por el Muy rdo. Pe. / Fr. Martín de Murúa, elector genl. del orden de nra. S? / de las mds. Rra de captiuos, comor y cura de Hunata. (Tiene una viñeta central, con los escudos de España, Perú y de los Incas, y una leyenda que dice quod vidimus et audivimus testamur.) LIBROS: (I) Libro del Origen y descendencia de los / Ingas. Señores deste Reyno del Pirú donde se / ponen las conquistas que hizieron de diferentes probincias / y Naciones y Guerras civiles hasta la entrada / de los Españoles, con su modo de governar condi / ción y trato y la descipción de las más prinsi / pales Ciudades y Villas de / esta amplisima provincia. (92 capítulos.) (II) Libro segundo, del gobierno que los Yngas / tubieron en este reino y ritos y ce / remonias que guardaban. (40 capítulos.) (III) Libro tercero, donde se trata, en / general, y particular deste reino / del Pirú, y las ciudades prins / ipales y villas dél. (31 capítulos.)
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La tercera parte de la Crónica del Perú Y con esto llegamos a la tercera parte de esta Crónica, que es el objeto de esta introducción. La tercera parte de la Crónica del Perú estaba destinada en el programa del autor a lo que especifica en su Proemio a la primera edición: En la tercera parte trataré --escribía nuestro Pedro-- el descubrimiento y conquista de este reino del Perú; y de la grande constancia que tuvo él el marqués don Francisco Pizarro; y los muchos trabajos que los cristianos pasaron, cuando trece de ellos, con el mismo marqués (permitiéndolo Dios) lo descubrieron. Y después que el dicho don Francisco de Pizarro fue por su majestad nombrado por gobernador, entró en el Perú, y con ciento sesenta españoles lo ganó, prendiendo a Atabalipa. Y asimismo en esta tercera parte se trata la llegada del Adelantado don Pedro de Alvarado, y los conciertos que pasaron entre él y el gobernador don Francisco Pizarro. También se declaran las cosas notables que pasaron en diversas partes de este reino; y el alzamiento y rebelión de los indios en general: y las causas que a ello les movió. Trátase la guerra tan cruel y porfiada que los mismos hicieron a los españoles que estaban en la gran ciudad del Cuzco, y las muertes de algunos capitanes, españoles e indios; donde hace fin esta tercera parte en la vuelta que hizo de Chile el Adelantado don Diego de Almagro, y con su entrada en la ciudad del Cuzco; estando en ella por justicia mayor el capitán Hernando Pizarro, caballero de la orden de Santiago... Este párrafo detalla con exactitud el contenido del libro tercero, que paso a explicar. El libro se compuso, en su mayor parte, durante la estancia que como criado del mariscal Robledo hizo en Panamá. Hasta entonces Pedro había recorrido los caminos terrestres de los valles del Atrato y del Cauca, en la actual Colombia, hasta rendir viaje en compañía del licenciado Vadillo en la ciudad de Cali. Desde allá, y siguiendo órdenes primero de Andagoya, y después de Belalcázar y de Robledo, había emprendido un camino de regreso, siempre terrestre, hasta San Sebastián de Buena Vista, en el fondo de la Culata de Urabá. Robledo decidió allí emprender un viaje a Castilla para fianzar su mando: en los valles y montañas que había recorrido y en los centros de población que había fundado; en Urabá, Pedro se despidió de su jefe y marchó con sus instrucciones a Panamá, sede de la Audiencia, para negociar ante ella los asuntos que Robledo le había dejado encargados. Situado en Panamá, y pasando la mayor parte del día encerrado en su casa; pues la ciudad, dice, está trazada y edificada de levante a poniente, en tal manera que, saliendo el sol, no hay quien pueda andar por ninguna calle de ella: porque no hace sombra ninguna. Y esto --continúa-- siéntese tanto, porque hace grandísimo calor, y porque el sol es tan enfermo: que si un hombre acostumbra andar por él, aunque no sea sino pocas horas, le dará tales enfermedades que muera, porque así ha acontecido a muchos... En esta ciudad tan inhóspita tuvo la suerte de dar con antiguos vecinos del Perú que le fueron contando las peripecias de aquella descomunal aventura. Entre ellos recuerda Cieza a Nicolás de Ribera, quien le sirvió de fuente principal para esta tercera parte que entonces emprendía. Plan de la obra La Tercera Parte de la Crónica del Perú distribuye su materia en 97 capítulos en 132 folios, con una media inferior al folio doble (2 páginas) por capítulo. La materia se distribuye, en una primera división lógica, entre el descubrimiento y la conquista, correspondiendo al descubrimiento tanto en gestiones previas con la formación de la sociedad entre sus principales protagonistas: Pizarro, Almagro, Luque, a los que se agregaron Pedrarias y Gaspar de Espinosa en papeles menos estables, cuanto los primeros viajes de reconocimiento y exploración de la costa y sus islas. Una primera crisis de gobierno en Panamá se abrió cuando Pedrarias Dávila fue sustituido por Pedro de los Ríos: Ríos consideró aquella empresa descabellada, con un balance muy negativo en dinero y en vidas humanas; y trató de prohibir el reclutamiento que habría de hacerse en su gobernación de Tierra Firme. La constancia de Pizarro hizo triunfar la empresa, cuando estableció aquel dilema: Perú o la riqueza, Panamá o la pobreza; dilema que produjo la formación de aquel pequeño grupo de decididos que fueron los trece de la fama, de la isla del Gallo. A la espera de refuerzos, el grupo se trasladó a la isla que bautizaron con el nombre mítico de Gorgona, a la que Cieza consagró una doble descripción: la primera en el capítulo 3 de la Primera Parte; la segunda en el capítulo 17 de la Tercera Parte. En la primera, dice de ella: la isla de Gorgona es alta, donde jamás deja de llover j, tronar, que parece que los elementos unos con otros combaten... Y en la segunda: En la mar del Sur, la Gorgona tiene el sonido de no ser tierra ni isla sino apariencia del infierno. Comparación que completa con la mala nombradía que en el Océano entre Indias y la Tercera tiene una isla que llaman la Bermuda... de la cual huyen los navegantes como de pestilencia... Curiosa nombradía que ha llegado hasta los tiempos actuales con el famoso triángulo de las Bermudas... El grupo de expedicionarios tuvo la suerte de dar con una balsa que navegaba a vela en la que venían indios procedentes de una ciudad llamada Túmbez, que constituyó un presagio de lo que habría de ser finalmente el Perú. La llegada a Túmbez fue tan decisiva que impulsó a los tres asociados a enviar a España a Francisco Pizarro para que negociase las capitulaciones oportunas para la conquista de aquella región que se anunciaba rica en toda clase de productos vegetales, animales y minerales; y en la que existía un verdadero imperio, bajo el mando de un grupo humano llamado Inca. Cieza transcribe las capitulaciones que en Castilla obtuvo Pizarro y cree encontrar en su redacción las primeras raíces de la gran división que llegaría a transformar en cordiales enemigos a los mismos que habían iniciado la operación del Perú. Una segunda sección, que abarca los capítulos 28 a 38, comprende sucesivos contactos con los indios de Túmbez y la Puná, y se cierra con la primera fundación urbana en el Perú, que fue la ciudad de San Miguel. El gran imperio de los incas parecía una fiera adormecida, y no daba importancia a aquel grupo de extranjeros, blancos y barbados, que merodeaban por las playas septentrionales. Y es que por primera vez en su historia el imperio estaba sometido a una cruel guerra de sucesión, cuyo resultado en aquel primer tiempo no estaba aún decidido. A esta circunstancia alude Cieza de vez en cuando, considerándola providencial: ya que los castellanos no hubieran podido desembarcar en tierras peruanas si el imperio hubiera seguido unificado y poderoso, como en los buenos tiempos del que acababa de fallecer, Huayna Capac. Cieza, atento siempre a la sucesión cronológica --aunque esto no le impida confundir los años--, interrumpe la sucesión de los descubrimientos costeros para dar cuenta del desarrollo de la contienda civil entre Huascar y Atahualpa: a la que dedica los capítulos 39-40, que nos deja con el relato de la prisión de Huascar, a quien Cieza presenta un tanto ingenuo frente a las astucias de su medio hermano Atahualpa. Desde el capítulo 41 conectan de nuevo las historias de los castellanos y de Atahualpa que van acercándose a la decisiva confrontación en Cajamarca, que se describe en el capítulo 45. Siguen los capítulos dedicados al frustrado rescate y a la ejecución del emperador: ya que aquella muerte difícilmente escapa de este apelativo por el pánico que se apoderó de los compañeros de Pizarro al recibir tantos informes sobre un inminente ataque indígena que eventualmente no pudieran superar. Pero --como suelen decir-- para un soldado no es excusa válida el miedo: y aquellos soldados habían dado ya suficientes muestras de arrojo y aguante. Bien es verdad que Cieza hace constar que no fueron los soldados las víctimas del pánico, sino los oficiales reales, encargados del control administrativo de la empresa, a los que añade al reverendo Valverde, personaje no demasiado estimado por nuestro autor. En el capítulo 54 acaba esta sección con el relato de la muerte de Atahualpa: muerte dada por el habitual garrote aplicado a la garganta y no por decapitación, como lo ha descrito la tradición pictórica. La muerte de Atahualpa dirige las ambiciones de algunos conquistadores de los castellanos hacia Quito, que parecía haber rivalizado con el Cuzco en la capitalidad del imperio; y había sido la ciudad escogida por Atahualpa como sede y centro de sus ambiciones dinásticas. Quito atrae la atención primero de Belalcázar, y después del gobernador de Guatemala, don Pedro de Alvarado; detrás de ambos, el socio y colaborador de Pizarro, don Diego de Almagro. La narración de Quito se entrelaza con la que se centra en el Cuzco, al que se va acercando, por los Llanos de la costa, don Francisco. De camino, y dentro del plan de establecer una nueva capital para aquella provincia que acababa de conquistar, pasa por jauja, donde la establece provisionalmente, según se cuenta en el capítulo 61. Dos capítulos más adelante introduce Cieza la expedición de don Pedro de Alvarado, que se dirige hacia Quito, creyendo encontrarlo fuera de los límites de la gobernación de Pizarro. La expedición de Alvarado encuentra en su camino la de Belalcázar y Almagro que se han apresurado a fundar en Riobamba un establecimiento provisional que pudiera ser trasladado al valle de Quito sin perder su república: es decir, su esquema capitular; en perfecto paralelismo con la ciudad de jauja, en relación con Lima, que formaría su destino final. Cieza cuenta el acto final de la expedición de Alvarado con la renuncia de éste a todo intento colonizador en el extenso subcontinente meridional: arreglo que evitó un precoz enfrentamiento que no llegaría a su trágica maduración hasta la ruptura de los antiguos y fidelísimos amigos Pizarro y Almagro. El arreglo pacífico de Alvarado, que vende su armada y sus hombres y sus derechos a Diego de Almagro, se concluye y se relata en el capítulo 76. El libro concluye con dos operaciones de gran envergadura y casi simultáneas: la expedición a Chile de Diego de Almagro, en la que se enrolan muchos de los procedentes de Guatemala, y él viaje a España de Hernando Pizarro. El viaje de Pizarro, comenzado con los mejores auspicios, se desarrolló muy favorablemente en España, donde Hernando obtuvo todo lo que quiso para su hermano; y no pudo impedir que en la corte se atendieran las justas peticiones de Almagro, a quien se concedió una gobernación que por culpa de unos y de otros fue causa inmediata del enfrentamiento armado. Todo ello después de que, superada una especie de tormenta de verano, Pizarro y Almagro repitieran juramentos e imprecaciones: que --según Cieza-- se cumplieron con todo su trágico dramatismo. La expedición de Almagro a Chile fue un total fracaso: inesperadas dificultades, a la ida las nieves de los Andes, al regreso el desierto de Atacama, tuvieron el regusto del desencanto, porque no encontraron en Chile... los objetos de oro y plata que esperaban... Sin embargo, un viaje más tranquilo y menos polarizado con lo que se habían imaginado que era Chile les hubiera permitido descubrir la zona minera en torno al cerro de Potosí y otros cotos metalíferos que hubieran podido satisfacer las ambiciones más desatadas. La llegada de las provisiones reales con el nombramiento de gobernador de Nueva Toledo para Almagro, y el frenesí geográfico que se apoderó de jefe y expedicionarios, les hicieron regresar a marchas forzadas al punto de partida: que no fue otro que la ciudad que mantenía todavía --aunque ya expoliada de muchas de sus riquezas-- el prestigio de capital del imperio incaico: el Cuzco. Y con eso concluye la relación del descubrimiento y conquista del Perú, o Tercera Parte de la Crónica del Perú.
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La versión española de la HGCNE a) Los manuscritos El texto en español de lo que hoy se designa como la Historia general de las cosas de Nueva España se ha conservado en dos manuscritos: el Códice Florentino (MS 218-220 de la Colección Palatina de la Biblioteca Medicea-Laurenciana de Florencia) y el Códice castellano de Madrid o Manuscrito de Tolosa (MS A77, Colección de Muñoz, 50.9-4812 de la Biblioteca de la Real Academia de la Historia). De aquí en adelante se designarán con las siglas CF y MT respectivamente. El CF, objeto de la presente edición, lo dio a conocer por primera vez el bibliógrafo A.M. Bandini en 1793. Su descripción, parte de la cual reproduce García Icazbalceta (1954: 358), concuerda con el estado actual del códice. El manuscrito bilingüe a dos columnas, ricamente ilustrado por un arte que denota un avanzado proceso de aculturación, está encuadernado en tres volúmenes, el primero de los cuales contiene los Libros I-V, el segundo los Libros VI-IX, y el tercero los Libros X-XII (en el Prólogo al Libro IX se indica que originalmente estaba organizado en cuatro volúmenes). El primero de éstos resulta acéfalo, al habérsele arrancado el primer folio que contendría la carta de dedicatoria a fray Rodrigo de Sequera, del que queda una tira marginal con una C mayúscula en la parte superior. En el verso del folio cuarto de guarda aparece bajo el signo de una cruz el lema franciscano: Christus vinit. Christus vincit. Christuy regnat. Franciscus famulatur. No nos queda, pues, título alguno en él. Otras particularidades físicas del códice pueden verse en Paso y Troncoso (1929: 316-320) y en Martínez (1982); en el texto de esta edición quedan señalados aquellos lugares que, en el proceso de encuadernación, sufrieron mínimamente de la gillotina. Este es el códice al que alude Sahagún en la carta del 26 de marzo de 1578 dirigida a Felipe II. El porqué y el cómo fue a parar a Italia ha sido, en mi opinión, demostrado en el estudio ya citado de Marchetti (1983). En este trabajo, tras concluirse que el códice tuvo que mandarse a España en el año de 1578, se sugiere que Felipe II lo enviase como regalo de bodas al gran duque de Toscana, Francisco I. En apoyo de su tesis Marchetti muestra los fuertes lazos existentes entre el duque y el monarca, el conocido interés de aquél por las ciencias naturales, y la referencia a un "ricchissimo libro de Spagna" que se encuentra en una carta, fechada a 12 de octubre de 1579, dirigida al duque por el naturalista boloñés Ulisse Aldrovandi. El habérsele cortado nítidamente el primer folio del códice, donde como ya se indicó estaría la carta dedicatoria a fray Rodrigo de Sequera, sirve como un argumento más. En ella, como puede comprobarse en la versión que tenemos en el MT, Sahagún, agradece en tonos encomiosos a Sequera los actos de ayuda y protección deparados a su obra, lo que implícitamente contradice y denigra la política recientemente intaurada por Felipe II con respecto a los trabajos históricos y etnográficos de la Nueva España. Otras teorías sobre cómo y cuándo el CF llegó a Italia se habían sugerido antes por Z. Nuttall (1926: 302) y D. Heikamp (1972: 1921), pero ninguna de las dos contradice la expuesta por Marchetti. El CF, a pesar de constituir la elaboración más extensa de las versiones en lenguas náhuatl y española de la HGCNE, hasta el punto de podérsele considerar como la recensión final, ha sido hasta muy recientemente, en lo que respecta a la versión española, prácticamente ignorado por los editores. Con la excepción de Anderson y Dibble, quienes utilizan con frecuencia pasajes de la versión española en las notas a su excelente edición y traducción del texto náhuatl (1982), los editores en el pasado se han basado en el MT. Destaca entre las razones que pueden explicar este olvido el juicio emitido por Paso y Troncoso a principios de siglo sobre el texto en cuestión. Según él, "conviene conservar del Códice Florentino la parte mexicana, bien que ruda y de pronunciación más difícil, es absolutamente necesario desechar lo escrito en castellano por los indios de México, a causa de los barbarismos y faltas de sintaxis en que abunda: vicios que sería indigno conservar en una edición monumental como la nuestra" (en Zavala 1938: 72). El juicio del erudito mexicano es, en mi opinión, excesivo e injusto, ya que, si bien es verdad que el texto presenta una gran variedad de anacolutos, hay que tener en cuenta que la "versión-traducción" tuvo que ser hecha por Sahagún al dictado, proceso que es precisamente el reflejado en los "defectos", lo que constituye de por sí un aspecto de interés lingüístico. Años más tarde uno de los más ilustres estudiosos de Sahagún y su obra, el padre Garibay, incomprensiblemente llegaba a afirmar en el Proemio general a su edición de la HGCNE que: "Por desgracia, a pesar de que se piensa lo contrario, no es el Códice de Florencia ni tan antiguo como se afirma, ni tan limpiamente elaborado como se desearía. No lo vio de seguro el mismo Sahagún y si es muy antiguo, no podrá pasar del fin del siglo XVI, cuando el franciscano reposaba en su tumba" (1985: 4). Dije "incomprensiblemente" porque en otro lugar del Proemio indica haber cotejado su edición con el CF, y éste lleva la firma del propio puño y letra de Sahagún (Apéndice del Libro IV), así como alguna que otra corrección con la misma escritura temblorosa en los Libros VII, IX y X. Tampoco ha ayudado a la propagación de la versión española del CF las dificultades de consulta, por razones de conservación, impuestas durante ciertas épocas por la biblioteca donde se guarda. La situación ha comenzado a cambiar en los últimos años gracias a la edición facsimilar del CF llevada a cabo por el gobierno mexicano en 1979, y gracias también a la existencia en ciertos centros de investigación de microfilmes de la obra como es el caso en la Library of Congress. Un aspecto importante del CF lo constituye la rica serie de ilustraciones que lo acompaña. Sin contar los motivos ornamentales, aparecen en él un total de 1855 iluminaciones según el cómputo de Quiñones Keber (1989: 206). No obstante, Sahagún nunca se refiere a ellas ni dice nada sobre el proceso de su composición, a pesar de los numerosos comentarios que hace sobre el texto escrito en los diferentes prólogos y notas interpoladas. El mayor número de las ilustraciones aparecen en la columna dedicada al texto español, por ser el más corto, si bien algunas aparecen en la columna de la versión en náhuatl. En general sirven para ilustrar gráficamente lo dicho en el texto escrito; sólo en contadas ocasiones los dibujos ofrecen información no recogida en el texto. Todos los libros están ilustrados. En ocasiones las ventanas, donde debería ir algún dibujo, han quedado en blanco; otras veces aparece el trazado en carboncillo negro o sepia, sin aplicación de color alguno, lo que parecería indicar la presura con que se realizó el códice, que en última instancia quedó inacabado. Las iluminaciones muestran tanto en el trazado de las imágenes como en el de composición un estilo europeo. Los tlacuiloque ("ilustradores de manuscritos") presentan sus figuras con proporciones y rasgos anatómicos, y componen sus viñetas de forma tal que puede observarse su preocupación por los aspectos espaciales y de movimiento. Incluso los dibujos de las figuras de los dioses (Libro I) o de los señores (Libro VIII), donde se esperaría mayor fidelidad a la tradición pictórica prehispánica y de hecho son los que muestran un cierto aspecto híbrido, denotan la influencia de las técnicas pictóricas de Europa. El MT es un códice de 682 páginas (343 folios) escrito en una sola mano, que contiene el texto castellano de la HGCNE. La comparación que con el CF realizaron Dibble y Cline les llevó a concluir que MT es una copia "editada" de aquél (Cline 1973: 199 y Dibble 1982: 22). En ésta se ha alterado la ortografía, modificado la puntuación, y se emplean con más frecuencias las abreviaciones de palabras. Más importante aún, en algunos pasajes, sobre todo en los Libros VI y XI, el copista abrevió, omitió y alteró el texto. Fray Juan de San Antonio (1732: 214) fue el primero en mencionar este códice como uno de los guardados en la biblioteca del convento franciscano de Tolosa, de ahí su nombre. Medio siglo más tarde, en 1783, fue adquirido en préstamo de esta biblioteca por el cosmógrafo Juan Bautista Muñoz, a quien se le había comisionado escribir una historia de las Indias. A su muerte eventualmente el códice fue a parar a su localización presente. En una hoja añadida al comienzo se dice: Este libro se hallava en el Conbento de Frayles Franciscos de la Villa de Tolosa de Guipuzcoa, de donde lo recojio en Virtud de Real orden de 6 de Abril de 1783 por el excelentisimo Don Joseph de Galvez, Don Juan Bauptista Muñoz, Cosmografo mayor de Indias, comisionado por Su Magestad para escrivir la Historia General de aquellos Dominios, por cuyo fallecimiento se traxo con otros papeles suyos a esta Secretaria del Despacho de Gracia y Justicia de Indias. Haviendolo reclamado dichos Religiosos se les insinuo que Su Magestad tendria gusto de tenerlo; en cuya Virtud lo cedieron voluntariamente dandoles una copia integra de dicho Libro en el año de 1804 como consta del expediente causado sobre el particular que existe en esta Secretaria. Este Libro aunque se llama original, no es sino copia ni tiene otra recomendación que el estar escrito en letra antigua de la epoca de la conquista de Nueva España, y a pocos años despues de ella. Madrid 4 Julio de 1804 La copia que se dio a dichos Religiosos de Tolosa costo mil y doscientos rreales (en Ballesteros Gaibrois 1964: 173; se han resuelto las abreviaturas). Dos teorías existen sobre la razón de esta copia. Según Baudot (1969: 67-68), uno de los estudiosos que identifica el CF con el "manuscrito Sequera" y que cree en que se hicieran dos copias del manuscrito bilingüe entre 1576 y 1580, se debería al continuo interés de fray Rodrigo de Sequera quien, al volver a España haría copiar, esta vez solo en español, el manuscrito bilingüe entregado por Sahagún. Marchetti (1983: 530) arguye, sin embargo, en favor de que esta copia se hiciera casi simultaneamente a la ejecución del CF, para asegurar al menos que de esta forma, debido a la medidas de interdicción que se habían iniciado, quedase un ejemplar entre los franciscanos. De aceptar la teoría de Marchetti, se podría conjeturar además que esta copia fuera precisamente los libros a que Sahagún alude en su "llevólos despues de esto, el padre Fray Rodrigo, de Sequera, desque hizo su oficio de comisario en esta tierra", declaración insertada, como se vio más atrás, en su segunda redacción del Libro XII, y que la mención del "muy historiados" que acompaña sea simplente resultado de la ignorancia de Sahagún de lo que estaba ocurriendo con sus manuscritos. Creemos, pues, que el CF se redactó entre 1576 y 1577 y que sería pronto enviado a España, de donde, como ya se expuso, fue a parar a Italia. El MT se copiaría por esas mismas fechas y Sequera lo llevaría a España a su regreso, donde finalmente iría a parar al convento de Tolosa, lugar con el que varios protagonistas de esta historia habían estado conectados. Estos son los casos de fray Miguel Navarro, fray Gerónimo de Mendieta, y el decimoctavo provincial de la orden durante estos años fray Domingo de Areizaga (Mendieta 1971: 542, y Marchetti 1983: 530). Del MT se hicieron por los menos tres copias. La primera, de la que proceden directa o indirectamente la mayoría de las ediciones del pasado, se llevó a cabo por encargo de Diego Panes y Avellán en 1793, antes de que el manuscrito fuera a parar definitivamente a la biblioteca de la Academia de la Historia, y se llevó a México, donde se encuentra en la Biblioteca Nacional. La segunda, es la mencionada en la hoja añadida al códice y cuyo paradero se desconoce. La tercera, es la dada a conocer en Londres por Felipe Bauzá en la revista Ocios de españoles emigrados (1824: 369-380) y que sirvió de base a la edición de Lord Kingsborough (1830). Es muy posible que ésta sea la que hoy se encuentra en la New York Public Library, en la colección de Obadian Rich, MS 55, adonde algunos de los manuscritos de Lord Kinsborough fueron a parar. b) Título El CF resulta acéfalo al habérsele arrancado, como ya quedó indicado, el primer folio que contendría la carta dedicatoria a fray Rodrigo de Sequera y tal vez el título. Así nos encontramos con una obra en la que su autor, a pesar de los numerosos comentarios insertados sobre el proceso de su composición, nunca se refiere a ella con un título específico. Hay, sin embargo, una referencia en el Libro X que en parte concuerda con el título con que hoy se conoce la obra. Después de la rúbrica inicial y el prólogo al libro, se lee: Comiença el décimo libro de la General Historia... La primera página del MT contiene el título, en parte mutilado por la corrosión de la tinta, del que se lee: ... sal de las cosas de la Nueua s ... libros y quatro volumenes en lengua española. Compuesta y copillada Por el muy Reverendo Padre Fray Bernardino de saagun de la orden de los Frayles menores de obseruancia (con las abreviaturas resueltas). En la página añadida con posterioridad y fechada en 1804, el título reza: Historia universal de las cosas de Nueva España. En el último folio y de la misma mano del amanuense de todo el manuscrito hay un colofón que dice: Fin de la Historia general compuesta Por el Muy Reverendo Padre bernardino de sahagun (con las abreviaturas resueltas). Una indicación más del posible título que Sahagún quisiera dar a su obra se encuentra al principio de los Memoriales en español donde se lee: Historia universal, de las cosas de la nueva españa: repartida en doze libros, en lengua mexicana y española, fecha por el muy reverendo padre fray bernardino de sahagun: frayle de sanct francisco, de observancia (ed. de Paso y Troncoso 1906: 401). La variedad que en cuanto al título muestran los manuscritos ha hecho que la obra se haya designado como Historiam Universalem Nova Hispania por fray Juan de San Antonio en 1732, Historia Mexicana por Bandini en 1793, Historia general de las cosas de Nueva España por Bustamante en 1829, Historia Universal por Lord Kinsborough en 1830, e Historia de las cosas de la Nueva España por Paso y Troncoso en 1905-07. No obstante, el título con que apareció en la edición de Bustamante es el que se ha generalizado y es el que se sigue en esta edición. c) Contenido y organización No hay duda que el propósito inicial que llevó a Bernardino de Sahagún a recoger los materiales que presenta en su HGCNE fue el de promover la conversión de los naturales, lo que él declara explicitamente en el Prólogo de la obra. Pero también es verdad que el resultado final contiene mucho más que los aspectos "idolátricos" de la religión que quería eliminar, lo cual no ocupa cuantitativamente más de una tercera parte de la obra. El resto lo constituye una de las informaciones más ricas y precisas de la sociedad prehispánica del Valle de México. En el Libro I se trata de los dioses, sus características y atributos, así como de las ceremonias a ellos consagradas. Se presenta, si bien no de forma muy extensa y completa, el panteón náhuatl. Los primeros cinco capítulos se dedican a las deidades principales masculinas: Huitzilopochtli ("Colibrí de la izquierda"), numen solar, cuya asociación con la "izquierda" se debe a la posición donde se pone el sol; Páinal ("Presuroso") especie de deidad doble del anterior, a quien representaba; Tezcatlipoca ("Espejo humeante"), divinidad suprema; Tláloc, dios de la lluvia; y Quetzalcóatl ("Serpiente de pluma"), dios de los vientos. Se pasa después, en los capítulos seis al doce, a presentar las principales deidades femeninas: Cihuacóatl ("Mujer serpiente"), la diosa de la tierra, diosa madre; Chicomecóatl ("7-Serpiente"), diosa de los mantenimientos; Temazcalteci ("Abuela de los baños"), la diosa madre en tanto protectora de los baños y de los que los regían; Tzaputlatena ("La madre de Tzaputla"), diosa a la que se atribula haber inventado el ungüento medicinal úxitl; Chalchiuhtlicue ("Su falda es de chalchihuite") diosa de las aguas; y Tlazoltéoll ("Diosa de la basura"), nombre dado a una variante de la diosa madre en cuanto diosa de la carnalidad. En los últimos diez capítulos del libro, del trece al veintidós, se presentan las divinidades de menor "dignidad" según Sahagún: Xiuhtecutli ("Señor del fuego"); Macuilxúchitl ("5-Flor"), manifestación del dios solar Xochipilli ("Señor de las flores"); Omácatl ("2-Cañas") dios de los convites; Ixtlilton ("Carinegrillo"), dios de las fiestas, es una manifestación del dios principal Tezcatlipoca; Opuchtli ("Izquierdo"), uno de los dioses de la lluvia, protector de los pescadores; Xipe Tótec ("El desollado"), dios relacionado con la fecundidad; Yiacatecutli ("Señor guía"), dios de los mercaderes; Neppateculli ("Señor de los cuatro lugares") uno de los dioses de la lluvia, protector de los artesanos que trabajaban con pita; y Tezcatzóncatl ("El de Tezcatzonco"), uno de los dioses del pulque o bebidas fermentadas. Las equiparaciones que a veces aparecen en el texto entre las deidades aztecas y grecolatinas, por ejemplo: Tezcatlipoca como "otro Jupiter", Chicomecóatl como "otra diosa Ceres", son resultado de la intención de Sahagún de hacer su texto más comprensible, y no producto de ningún grado de aculturación por parte de los informantes. Estas equiparaciones sólo aparecen en la versión española. Termina este primer libro con una "confutación" de Sahagún de la idolatría, basándose en textos de las Sagradas Escrituras. En el Libro II los diecinueve primeros capítulos, que no tienen correspondencia en la versión náhuatl, presentan a manera de resumen las fiestas fijas de los aztecas, a la vez que ofrecen una correlación del calendario mexicano con el cristiano. En los siguientes diecinueve capítulos, Sahagún nos da, a menudo ampliando lo recogido en la versión náhuatl, una vívida representación de la vida social y religiosa del México prehispánico. Siguiendo los meses del calendario azteca se describen las fiestas con sus ceremonias, ritos y sacrificios, los edificos y lugares donde tenían lugar, los ministros y participantes de las mismas, así como las comidas, atuendos y formas de comportamiento que acompañaban las celebraciones de dichas fiestas. La información un tanto escueta que del panteón náhuatl se ofreció en el primer libro se amplía en éste, al incorporar nuevas divinidades e introducir nueva información de las deidades ya mencionadas o de sus representaciones. Se agrega también en este libro una descripción de las fiestas movibles, así como una serie de "relaciones" entre las que destaca la de los edificios del Templo Mayor de México. En el Libro III se vuelve a tratar el tema de los dioses; esta vez el de sus orígenes. Lo más interesante que se presenta aquí son los relatos míticos, restos de antiguas epopeyas, relacionados con el nacimiento de Huitzilopochtli, y la historia de Quezalcóatl y Huémac, el rey de Tula. En el principo del apéndice a este libro, Sahagún relata algunas de las creencias de los naturales sobre los lugares a donde iban a Parar las almas de los difuntos; después pasa a dar una serie de noticias tocantes a la educación de los jóvenes en el tepochcalli ("casa de los jóvenes") y en el calmécac ("templo-escuela"), terminando con unas consideraciones sobre el proceso de selección de los sumos sacerdotes. En el Libro IV, a pesar de su título, Astrología judiciaria, es decir, la influencia de los astros en la vida de los seres humanos, lo que Sahagún presenta es un tonalpohualli, cuenta o lectura de los destinos de las personas según el signo en que nacían. Estos signos en número de veinte se repiten trece veces, creando una especie de "calendario" de doscientos sesenta días. En este tonalámatl ("libro de los destinos") Sahagún, aun considerándolo arte de nigromancía, se explaya en la descripción de la buena o mala fortuna que conllevaba el nacimiento en cada uno de estos signos, así como las diferentes circunstancias mediante las que se podía perder la buena o corregir la mala. De forma ancilar aparece en este libro toda una copiosa información sobre la vida social de los antiguos mexicanos: el diferente tratamiento que recibían las mujeres de los hombres, y las clases inferiores de las superiores; el comportamiento de los esclavos y sus señores; el tema de la embriaguez; el protocolo que acompañaba la partida de los mercaderes a lugares lejanos; las condiciones de las malas mujeres, etc. El Libro V, junto con el séptimo el más corto de la compilación, trata algunos de los agüeros y pronósticos en que creían por tradición popular los naturales de la Nueva España, y presenta los consejos que recibían como consolación aquellos que experimentaban estos agüeros. A modo de apéndice le acompaña una colección de "abusiones" o supersticiones, algunas de las cuales tienen vigencia hoy día. El Libro VI contiene una colección de oraciones retóricas, conocidas generalmente bajo el término de huehuetlatolli. Este vocablo, que no aparece en la HGCNE, se define en el Vocabulario de fray Antonio de Molina como "historia antigua, o dichos de viejos". Entre los tratadistas modernos se le ha dado la acepción de "pláticas de viejos", "dicursos didácticos" o "preceptos de los ancianos"; no obstante la definición que mejor cuadra al término en el contexto sahaguntino es la de "orations handed down from generation to generation and delivered on key occasions, both religious and secular, for the purpose of perpetuating and preserving the religious, social, moral, and even historical traditions of a people whose form of picture writing was inadequate for this task" (Sullivan 1974: 99). Los primeros nueve capítulos contienen ocho oraciones al dios Tezcatlipoca, siete dichas por un sacerdote y una por el nuevo rey electo, y una al dios Tláloc, dicha también por un sacerdote, en tiempo de sequía. En los capítulos diez al dieciséis se encuentran las oraciones dirigidas por una persona principal o un sacerdote al señor recientemente elegido y las respuestas de éste al orador y al pueblo. De los capítulos diecisiete al veintidós se presentan diferentes exhortaciones de los padres y madres a sus hijos e hijas. Se sigue, hasta el capítulo cuarenta, con una serie de oraciones relacionadas con el embarazo de la recién casada, el parto y los casos de muerte por parto. El mundo que se refleja en esta oraciones es el de la clase noble o alta. El libro termina, sin embargo, con tres capítulos dedicados a presentar una colección de refranes, adivinanzas y metáforas de clara expresión popular. El Libro VII es tal vez el menos logrado desde el punto de vista de Sahagún, de lo que deja constancia en el apartado dedicado Al lector. No obstante, en este texto Sahagún ha transmitido, sin comprenderlo totalmente, uno de los mejores relatos del mito de la creación del Quinto Sol (cap. II), que era, según la cocepción azteca, el que regía el universo en tiempos de la llegada de los españoles. Importante también es la descripción de la fiesta toximmolpilía ("atadura de los años"), que se celebraba al terminar el ciclo temporal de cincuenta y dos años (caps. X-XII). En el Libro VIII los primeros capítulos se dedican a enumerar los gobernantes de Tenochtitlan, Tlatelolco, Tezcoco y Huexutla, y a dar una breve relación, que se ampliará en el último libro, de los pronósticos que aparecieron antes de la llegada de los españoles y lo que éstos hicieron desde su desembarco hasta la toma de México. El resto del libro, a partir del capítulo ocho, es una interesante descripción de la vida de los señores y de la forma que llevaban a cabo el regimiento de sus estados. Se presentan, con toda suerte de detalles, los atuendos, aderezos, insignias, comidas y pasatiempos de los señores, así como sus ocupaciones en tiempo de paz como de guerra, y la forma en que eran elegidos. Al describir las diferentes "casas reales", se nos ofrece una verdadera guía de la administración publica, presentado lo que hoy podríamos llamar departamentos o secretarías de gobierno: el de guerra, el de abastos, el de hacienda, el de justicia, etc., y el círculo de personas a ellos adjunto. Termina con dos capítulos dedicados a la manera de criar a los hijos de los señores y de la gente noble, y el proceso por el que éstos debían de pasar para adquirir las dignidades superiores. El Libro IX en su mayor parte está dedicado a presentar la historia de la clase privilegiada de los mercaderes, su organización, los bienes en que traficaban, sus fiestas y ceremonias, y viajes. La última parte del libro, que Sahagún abrevia considerablente en relación a la versión náhuatl, presenta algunos aspectos, sobre todo las fiestas y deidades, de los orfebres, lapidarios y artesanos de plumas. El Libro X trata del individuo en general. Nos presenta sus virtudes y vicios, o bondades y maldades, según el papel que hace en la sociedad ya sea por criterio de parentesco, clase u oficio. El capítulo veintisiete, que en la versión original trataba de las partes del cuerpo, lo sustituye Sahagún por una interesante digresión sobre las dificultades encontradas por los misioneros en el proceso de conversión de los naturales, en la que a veces el franciscano deja entrever su admiración por ciertos aspectos de la cultura prehispánica, tal como el de la educación de los hijos. Siguen dos largos capítulos, uno dedicado a las enfermedades y a las medicinas y remedios de ellas, y el último a presentar un panorama histórico de los diferentes grupos indígenas asentados en las tierras del antiguo México. Los dos títulos del Libro XI, "bosque, jardín, vergel de lengua mexicana" y "de las propiedades de los animales, aves, peces, árboles..." reflejan los dos propósitos de Sahagún al componer este libro: por una parte el lingüístico, al recoger un gran corpus léxico de la flora y fauna de estas tierras; y por otra el "científico", al presentarnos una historia natural de las mismas. Aparecen en estas páginas una de las mejores fuentes de información que tenemos sobre los animales, plantas y minerales de una naturaleza que con el correr de los tiempos practicamente ha desaparecido. El Libro XII con que termina la compilación es un relato hecho desde el punto de vista de los habitantes de Tlatelolco de la conquista de México. Su importancia reside, en ser una narración de los "vencidos". La organización de los diferentes libros de la HGCNE, tal y como nos ha llegado en el CF, corresponde a la organización tradicional de las enciclopedias medievales. Como se puede ver por la descripción del contenido de los libros, la obra procede de la presentación del mundo sobrenatural o divino: los dioses y creencias religiosas (Libros I-V), al del aspecto físico del universo (Libro VII), el mundo de los seres humanos en orden jerárquico descendente (Libros VIII-X), y el mundo natural (Libro XI). Es por ello que se haya tratado de establecer las posibles fuentes que ispiraran a Sahagún. Para Garibay (1975: 9) el punto de arranque sería la Historia Naturalis de Plinio, obra que se encontraba en la biblioteca del Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco (Nicolau D'Olwer 1952: 85-86); para Robertson (1969: 617-627) el De Proprietatibus Rerum de Bartholomaeus Anglicus. Se habrá notado la falta de mención de los Libros VI y XII, cuya ubicación e incorporación a la obra ha sorprendido a la mayoría de los estudiosos. No obstante, si tenemos en cuenta que el Libro VI trata de la retórica, en el sentido más amplio de la palabra, y de la philosophía moral, esto es, del comportamiento y conducta apropiados y éticos, y si tenemos también en cuenta que en él se incluyen las oraciones, que establecen dicho comportamiento y conducta, dirigidas a los dioses y a los seres humanos, no debe sorprender su inclusión y lugar, ya que sirve de punto de enlace y concatenación entre lo divino y lo humano. En cuanto al Libro XII, del que Sahagún dice que "trata de las guerras cuando esta tierra fue conquistada, como de cosa horrible y enemiga de la naturaleza humana" (Prólogo al Libro IX), su inclusión y ubicación podría justificarse como sugerencia de que la guerra es algo todavía "más bajo" que lo presentado en el Libro XI. Otra explicación, que considero más plausible, sería que por medio de él Sahagún estaba indicando que la llegada y conquista de los españoles significaron el fin y destrucción de la cultura y sociedad que acababa de presentar.
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Las cartas de relación de don Hernando (1520-1526) Aproximadamente año y medio después de haber desembarcado en Veracruz, y cuando ya habían ocurrido sucesos de enorme trascendencia, Cortés escribió el 30 de octubre de 1520 la segunda de sus cartas de relación al Emperador. Redactada en la que se llamó villa de Segura de la Frontera, abarca en una primera parte, desde la salida de Cortés de Veracruz con rumbo al altiplano, hasta la llegada a la gran ciudad de México, el recibimiento de Moctezuma, descripción de las maravillas que allí había, y estancia en ella de los españoles en calidad de huéspedes. En el resto de la carta trata Cortés de la venida de Pánfilo de Narváez, enviado por Diego Velázquez para quitarle el mando; la derrota de Narváez; el regreso del extremeño a México donde descubrió lo que había ocurrido allí con la consiguiente rebelión de los aztecas que, tras la muerte de Moctezuma, acometieron a los españoles que se vieron forzados a salir de la ciudad y buscar refugio entre sus aliados tlaxcaltecas. La recepción de esta carta en España, prescindiendo ahora de las consecuencias favorables que tuvo para Cortés, despertó aún más el interés, tanto del monarca como de otros muchos, ante noticias que sonaban casi a fantasías. El hecho es que esta comunicación comenzó a tener enorme circulación, impresa primeramente en su original castellano en Sevilla, 1522. A dicha edición siguieron otras muchas: segunda en español, Zaragoza, 1523; primera en francés, Amberes, 1522; primera en flamenco, 1523; primera en latín, Nüremberg, 1524; segunda en latín, Colonia, 1532; primera en italiano, Venecia, 1524; segunda en italiano, Venecia, 1524#20. Importa señalar que, acompañando al texto de la primera edición de esa carta en castellano, apareció un mapa del golfo de México, a todas luces inspirado en el ya mencionado del capitán Alonso Álvarez de Pineda. Del viaje de éste, enviado por Francisco de Garay, había tenido noticia Cortés desde que, todavía en 1519, apresó en las cercanías del Pánuco a cuatro de los hombres que venían a las órdenes de Álvarez de Pineda21. Como quiera que haya sido, el hecho es que la semejanza del mapa que se publicó junto con la segunda relación de Cortés con respecto al anterior, debido a Álvarez de Pineda que era el único que había costeado el interior de todo el golfo de México, prueba que la fuente última estuvo en la delineación geográfica obra del enviado de Garay. De esta suerte ese mapa comenzó a difundir en varias de las ulteriores ediciones de la segunda relación, una primera imagen del país sobre el que tantas noticias se daban. Las cartas tercera (15 de mayo de 1522) y cuarta (15 de octubre de 1524), que don Hernando envió al Emperador con otros procuradores suyos y más obsequios, alcanzaron por igual rápida y extensa difusión. En la tercera el tema central fue la conquista del gran imperio azteca, en tanto que en la cuarta se refirió Cortés a sus primeras acciones y reducciones de otras provincias, una vez tomada la ciudad de México. No siendo mi propósito ofrecer aquí un elenco bibliográfico de las ediciones que tuvieron esas cartas, expresaré tan sólo que de ellas se conocen más de una docena, anteriores a 1550, en castellano, latín, italiano, francés y alemán22. En lo que toca a la quinta carta de relación (3 de septiembre de 1526) en la que se refiere Cortés sobre todo a su expedición a las Hibueras, debe notarse que permaneció por mucho tiempo inédita, hasta que en 1844 la sacó a luz Martín Fernández de Navarrete en el volumen V de la Colección de documentos inéditos para la Historia de España (Madrid, 1844). También en fechas bastante tardías fueron saliendo a la luz pública otras muchas cartas y memoriales, en general de corta extensión, escritos en diversos momentos por el mismo conquistador. A modo de explicación de esto puede decirse que en la mayoría de tales comunicaciones el asunto principal no era ya describir ni la grandeza de los reinos indígenas ni los hechos de la Conquista, temas que en realidad eran los que tanto habían atraído el interés de numerosos lectores en muchos lugares de Europa. Más publicaciones hasta 1536 sobre las nuevas tierras y la conquista de las mismas Sería difícil querer dar aquí un registro completo del gran conjunto de obras en las que, con apoyo sobre todo en las relaciones de Cortés y también en otros testimonios recibidos de viva voz, se buscó satisfacer el creciente interés y curiosidad sobre lo que se decía acerca de esos reinos recién conquistados. Como muestra mencionaré sólo algunas publicaciones principales. De temprana fecha es la que apareció en Ausburgo, 1522, con el título en alemán de Ein schöne newe Zeytung so Kayserlich Mayestet aus India yetz, nemlich Zukommen seind (Un hermoso noticiero de como los de su majestad imperial ahora desde la India han regresado). En dicho impreso, tras recordarse los viajes de Colón, se describe la conquista de México y se habla luego del retorno a España de una de las embarcaciones de la armada de Magallanes, aquélla en la que dio la vuelta al mundo Juan Sebastián Elcano. A la par que aparecían libros y folletos que, en diversas lenguas, hablaban de los ricos países recién conquistados por Cortés, también en la cartografía acerca del Nuevo Mundo se fue delineando, cada vez con mayor precisión, el perfil de esas tierras que comenzaban ya a conocerse como Nueva España, el nombre que les dio don Hernando en la segunda de sus cartas de relación (1520). Mapas de particular interés en este contexto son el todavía muy fantasioso atribuido a Johannes Schönner, de 1523, en el que se traza el recorrido de la expedición de Magallanes. En él la masa continental de América muestra ya con bastante precisión el perfil del sur del continente. Respecto del hemisferio norte incluye anotaciones como La Florida, Dariensis y Bacalaos. La parte en que se representa a México muestra el correspondiente golfo y la península yucateca. En el interior del país se traza un lago con la inscripción Senotormus. En un panfleto que escribió el mismo Schönner, al referirse a la ciudad de México, nota una extravagancia digna de ser recordada: Por un muy largo circuito hacia el poniente, partiendo de España, hay una tierra llamada México y Temistitán, en la Alta India, que en tiempos antiguos se llamó Quinsay, es decir Ciudad del Cielo, en la lengua del país#23. Mejor informado estuvo, en cambio, Vesconte de Maiollo, cartógrafo genovés que publicó un mapamundi en Génova, 1527. En el lugar en que se registra la ciudad de México, se reproduce en pequeño el plano de la ciudad atribuido a Cortés y publicado, junto con su segunda relación desde 152424. Al inglés Robert Thorne se debe una Orbis Universalis Descriptio, en la que sobre tierras mexicanas aparece ya la leyenda Hispania Nova25. Mucho más rico en información precisa es el mapamundi del portugués Diego Ribero, al servicio de Carlos V, producido en 1529 con base en la información reunida en el Padrón General existente en Sevilla. En dicho mapa aparecen las leyendas Nueva España y Guatimala, así como una copiosa toponimia a lo largo de las costas del golfo de México. En el interior de México una leyenda expresa que se llama Nueva España porque hay en ella muchas de las cosas que se encuentran en España# Encierra mucho oro#26. La existencia de estas y otras alusiones a México en la cartografía universal anterior a 1530 es indicio del enorme interés que despertaban las maravillas y riquezas que se decía allí abundaban. A propósito de otros testimonios que se imprimieron luego, me limito a mencionar tan sólo tres aparecidos antes de 1540. Comenzaré con los del humanista siciliano afincado en Salamanca, Lucio Marineo Siculo. Publicó éste en 1530 en Alcalá de Henares su Opus de Rebus Hispaniae Memorabilibus, que apareció también en castellano en el mismo lugar y año. En dicha obra, al hablar de los varones ilustres de España, dedica varias páginas a la vida del que llama Don Fernando Cortés, marqués del Valle. Las noticias que allí proporciona sobre el conquistador dejan entrever que había tenido contacto personal con el mismo durante su reciente estancia en España (de 1528-1530), cuando precisamente recibió el título de marqués. Esta biografía, fruto de una probable entrevista, poco tomada ahora en cuenta por los estudiosos de la vida y hechos de Cortés, pone de manifiesto la celebridad que había alcanzado el conquistador. Signo de los tiempos fue que, cuando esta obra de Lucio Marineo Siculo se reimprimió en 1533 en la misma Alcalá de Henares, se suprimieron en ella, por disposición de la Corona, los folios que contenían las vidas de los hombres ilustres, entre ellas la de Hernán Cortés. Publicaciones asimismo de particular significación fueron las recopilaciones póstumas de lo escrito por Pedro Mártir de Anglería, así como la primera edición de la gran crónica de Gonzalo Fernández de Oviedo. De Pedro Mártir se reprodujeron sus Décadas, De Orbe Novo (Alcalá de Henares, 1530), en las que se reunió, entre otras cosas, el conjunto de sus noticias sobre México, desde el viaje de Grijalva hasta la consumación de la Conquista. En el caso de Fernández de Oviedo, que había publicado desde 1526 en Toledo su Natural Hystoria de las Indias, cabe decir que incorporó en su nueva obra, dividida en diecinueve libros, intitulada Historia general y natural de las Indias, impresa en Sevilla en 1535, muchos testimonios tocantes a Cortés y las cosas de Nueva España. Con su aportación, más allá de los documentos primarios como el Itinerario de la Armada y las cartas de Cortés, se iniciaba formalmente en la crónica oficial sobre las Indias Occidentales, una interpretación de los hechos ocurridos y de su relevancia para el imperio de Carlos V. A la primera edición de 1535 siguieron otras, basadas en la enriquecida con una segunda parte publicada en Valladolid, 1556. México en otras grandes obras de cronistas y compiladores de documentos a lo largo del XVI Para acabar de valorar cuáles han sido los textos y publicaciones a los que, por mucho tiempo, se ha acudido --como fuentes para estudiar el tema de la conquista de México-- mencionaré a modo de elenco, otros trabajos que vieron la luz en el siglo XVI y que, por tanto, fueron accesibles a los interesados. Por una parte destacan las dos obras del capellán de Cortés, Francisco López de Gómara, Historia de las Indias e Historia de la Conquista de México, aparecidas en Zaragoza, 1552. Tildadas de tendenciosas, se llegó incluso a prohibir su circulación. La Historia de la Conquista de México refleja fundamentalmente el punto de vista de Cortés. Las reacciones antagónicas a que dio lugar vuelven a ser testimonio del nunca extinguido apasionamiento en torno a la figura del conquistador y sus hechos. Y a pesar de todo, entre los años de 1552 y 1554, se reimprimió en Zaragoza y en Medina del Campo y otras cinco veces más en Amberes, lo que no deja la menor duda acerca de la popularidad que llegó a alcanzar, incrementada tal vez por el mismo hecho de tratarse de un libro prohibido27. Durante el resto del siglo XVI y primeros años del XVII hubo al menos otras cuatro grandes obras en las que ocupan lugar prominente las exploraciones y conquista de México. Una, de carácter documental, en la que se incluyen varios testimonios como el del llamado conquistador anónimo y otros referentes a las expediciones dispuestas por Cortés a California, es la conocida compilación de Gianbattista Ramussio, Delle Navigationi et Viaggi, en tres volúmenes, el tercero de los cuales se destinó a temas americanos, publicado en Venecia, 1565. Notable difusión tuvo asimismo el trabajo del jesuita José de Acosta (1540-1600), Historia natural y moral de las Indias, Sevilla, 1590, y reimpreso en Barcelona, 1571; Sevilla, 1591; Madrid, 1608; 1610# Aunque es mucho lo que podría decirse para valorar esta obra escrita con un sentido de modernidad, me limito a señalar que en ella, tras describir las peculiaridades del Nuevo Mundo y las costumbres y creencias sobre todo de los antiguos mexicanos y peruanos, se dedica la mayor parte del libro séptimo y último a la historia del México prehispánico y de su conquista por Cortés. De modo especial importa subrayar que, por caminos indirectos, correspondió a Acosta ser el primero que, al escribir sobre la conquista de México, tomó en cuenta hasta cierto punto algo que, con raras excepciones, los estudiosos de tiempos posteriores habrían de olvidar por completo. Me refiero a la existencia de testimonios indígenas sobre el encuentro con los españoles. Citaré tan sólo dos lugares en los que el jesuita alude expresamente a las fuentes nativas. En un caso lo hace a propósito de los presagios y prodigios extraños que acaecieron en México antes de que feneciese su imperio. Después de expresar muchas salvedades, insistiendo en que la divina escritura nos veda el dar crédito a agüeros y pronósticos vanos#, señala que lo que va a referir debe, sin embargo, tomarse en cuenta: He dicho todo esto tan de propósito, para que nadie desprecie lo que refieren las historias y anales de los indios, cerca de los prodigios extraños, y pronósticos que tuvieron de acabarse su reino, y el reino del demonio, a quien ellos adoraban juntamente; los cuales, así por haber pasado en tiempos muy cercanos, cuya memoria está fresca, como por ser muy conforme a buena razón, que de una tan gran mudanza el demonio sagaz se recelase y lamentase, y Dios, junto con esto, comenzase a castigar a idólatras tan crueles y abominables, digo que me parecen dignos de crédito, y por tales los tengo y refiero aquí28. En otro contexto, hablando de cómo entraron los españoles en México y de los hechos de Hernán Cortés, nota que: De esto mismo hay ya muchas historias y relaciones y las que el mismo Fernando Cortés escribió al Emperador Carlos Quinto# Sólo para cumplir con mi intento, resta decir lo que los indios refieren de este caso, que no anda en letras españolas hasta el presente#29. Si fue Acosta el primero que consideró pertinente tomar en consideración testimonios indígenas al escribir acerca de la conquista de México, cabe al menos preguntarse cuál fue la documentación que tuvo al alcance y si realmente perteneció ella al conjunto de textos que pueden describirse como integrantes de la visión de los vencidos. Es cierto desde luego que Acosta ni supo la lengua indígena ni tampoco realizó una investigación directa en busca de tales fuentes nativas. Lo que ocurrió es que, durante su estancia en México entre los años de 1586 y 1587, poniéndose en contacto con el también jesuita Juan de Tovar, recibió de él copia de una obra que tenía redactada sobre antigüedades indígenas y la conquista de México. Para preparar su manuscrito se había servido Tovar del trabajo inédito del dominico Diego Durán, Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme30. Ahora bien, el dominico Durán que sí hablaba el náhuatl y había pasado numerosos años de su existencia en México, probablemente desde 1540, para disponer su obra había tomado muy en cuenta diversos testimonios indígenas, en especial una crónica en náhuatl a la que alude con frecuencia. Puesto que el manuscrito de Tovar constituía en realidad un extracto de la obra de Durán, fue así cómo, a través del primero, tuvo Acosta acceso indirecto a lo expresado por indígenas en relación con la Conquista31. En tanto que, hasta mediados del siglo XIX, nadie volvió a acordarse de los manuscritos de Durán y Tovar, puede afirmarse que correspondió al padre Acosta el honor de ser el primero en publicar una obra en la que, si se quiere indirectamente, la documentación indígena mereció ya cierta atención. Lo extraño del caso es que, a pesar de las referencias expresas de Acosta a la existencia de testimonios indígenas, hubo sólo otro único autor que, algunos años más tarde, volvió a atender a ellos en los volúmenes que publicó. Ese autor fue fray Juan de Torquemada que habría de publicar la primera edición de su Monarquía Indiana en 1615. En dicha obra se da entrada a más copiosas referencias a testimonios indígenas, de modo especial a los que transcribió pocos años antes fray Bernardino de Sahagún con sus colaboradores nativos. Esos testimonios, citados también indirectamente por Torquemada, eran en realidad parte importantísima del conjunto de textos de la Visión de los vencidos. Antes de ver lo que manifestó Torquemada sobre tales testimonios, importa hacer referencia a otro clásico de la historiografía, cronista real de Indias, que escribió en España y desconoció por completo la existencia de fuentes indígenas mesoamericanas.
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Las noticias y la historiografía tetzcocana El segundo fragmento del Códice Ramírez contrasta vivamente con los textos que le preceden. Su ilustre descubridor, impresionado por la relación que iniciaba el manuscrito, no le prestó ninguna atención, limitándose a efectuar una somera descripción formal, que reza así: Es un original y de letra enteramente diversa. Las numerosas testaduras manifiestan claramente que era el borrador. Está distribuido en capítulos, habiendo quedado en blanco sus números ordinales. Relátanse en él compendiosamente los hechos de la conquista, desde la llegada de los españoles a Tezcuco hasta los inmediatos a la rendición de México8. Por supuesto, sobra señalar que no comparto la opinión del ilustre anticuario. La historiografía mexicana se caracteriza por una acusada carencia de originales y la aparición de un supuesto ológrafo, aunque sea un borrador, constituye todo un acontecimiento. Máxime si, como sucede en el caso que nos ocupa, proporciona datos de sumo interés sobre la participación del Acolhuacan --uno de los Estados miembros de la Triple Alianza-- en los sucesos de 1519-1521. La heurística, una actividad a caballo entre el arte y la ciencia, presenta más obstáculos que facilidades a la persona que se adentra en tan apasionante campo. Naturalmente, el resultado final depende en gran parte de las dificultades que muestre el documento, las cuales varían de manera considerable en cantidad y calidad. Por lo que respecta al retazo localizado por Ramírez, los problemas son tantos que, sin duda alguna, cualquier análisis del mismo difícilmente rebasará la categoría de mera conjetura. Por esta razón, las reflexiones esbozadas en las líneas siguientes no pretenden sentar o iniciar polémica alguna. Deben considerarse, única y exclusivamente, como una mera lucubración, cuyo único objetivo reside en atraer la atención de los estudiosos sobre un texto ignorado por la crítica.
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Las obras de Herrera y Torquemada Casi al mismo tiempo, el franciscano fray Juan de Torquemada (c. 1562-1624) que laboraba en Tlatelolco, al norte de la ciudad de México, y el Cronista Real Antonio de Herrera y Tordesillas (1549-1625), célebre humanista e historiador oriundo de Cuéllar, en Segovia, se afanaban en la preparación de dos magnas obras que darían a uno y otro gran celebridad. En lo que toca a Herrera, se había distinguido ya éste como traductor de obras clásicas del italiano y como autor de una Historia de lo sucedido en Escocia e Inglaterra en cuarenta y cuatro años que vivió María Estuarda, reina de Escocia, publicada en Madrid en 1589, y asimismo de otra que le atrajo considerable atención, intitulada Cinco libros de la Historia de Portugal y Conquista de las islas Azores en los años de 1582-1583, sacada a luz en Madrid, 1591. De modo especial este último trabajo debió ser del agrado de Felipe II cuya persona fue allí objeto de amplia consideración, al haber tenido lugar durante su reinado la incorporación de Portugal a España. Ahora bien, gracias a sus méritos y otros valimientos, Herrera alcanzó un doble y codiciado nombramiento, el de Cronista de Castilla y también el de las Indias. Este último encargo le fue conferido en mayo de 1596. En su calidad de Cronista Mayor de Indias logró Herrera acumular documentación en extremo copiosa, proveniente de lo allegado hasta esos años en los reales archivos, sobre los reinos y provincias de ultramar. Herrera se propuso distribuir sus materiales por décadas, en las que situó lo acontecido en las diversas regiones del Nuevo Mundo. Su obra, aunque precedida de una especie de libro introductorio en el que intenta una descripción y demarcación de las Indias occidentales, fue básicamente una especie de gran surtido documental. Copiando unas veces y resumiendo otras los distintos documentos a su alcance, fue enhebrando la secuencia de los hechos con muy pocos comentarios y con muy escasos juicios críticos de su propia cosecha. Su trabajo fue, no obstante, de enorme importancia ya que en él se reunieron multitud de documentos antes dispersos, no pocos de los cuales se encuentran en la actualidad perdidos. Con tanta celeridad trabajó Herrera que en 1601 pudo sacar una primera parte de la que intituló Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra Firme del Mar Océano. En dicha publicación incluyó su Descripción de las Indias, así como lo referente a las cuatro primeras décadas, a partir de la llegada de Colón a las Antillas. Más tarde, en 1615, continuaría la publicación de su trabajo, hasta alcanzar éste su cabal completamiento como ahora se conoce. En la obra de Herrera ocupan lugar muy especial las noticias sobre las primeras expediciones a tierras mexicanas y el relato pormenorizado de la conquista de México llevada a cabo por Cortés. Para escribir sobre este asunto se valió Herrera del Itinerario de la Armada, las Cartas de Relación de don Hernando, lo escrito por Fernández de Oviedo, los textos del cronista Francisco Cervantes de Salazar, los manuscritos de fray Bartolomé de las Casas, las obras publicadas de Francisco López de Gómara y del padre José de Acosta. Respecto de posibles testimonios indígenas, ni supo acerca de ellos, ni probablemente pasó por su mente que pudieran haber existido. La obra de Herrera, desde su parcial publicación en 1601, despertó tan grande interés que muy pronto aparecieron traducciones al latín (cuatro ediciones), al francés (tres ediciones), al alemán (una edición), al holandés (una edición) y al inglés (dos ediciones). La difusión que así alcanzó confirma el interés que siguió prevaleciendo en Europa por saber acerca de las cosas del Nuevo Mundo. Como ya dijimos, en tanto que, en su calidad de Cronista Real en España, adelantaba Herrera con grande empeño en sus trabajos, también el franciscano Torquemada estudiando todo género de testimonios, laboraba en su celda del convento de Santiago de Tlatelolco. En particular tuvo acceso Torquemada a los escritos, que por mucho tiempo permanecieron inéditos, de varios hermanos suyos de religión como fray Toribio de Benavente Motolinía, fray Andrés de Olmos, fray Jerónimo de Mendieta y fray Bernardino de Sahagún. Pudo aprovecharse también de la gran aportación, asimismo inédita, de fray Bartolomé de las Casas, la Apologética Historia Sumaria. Pero además de dichos testimonios, Torquemada había dedicado varios años al estudio directo y la valoración de buen número de manuscritos indígenas, con pinturas y textos en legua náhuatl. Su intención era llegar a publicar una magna obra dispuesta en veintiún libros y en la que abarcaría cuanto pudiera reunir acerca del pasado prehispánico, la conquista de México, la evangelización y el primer siglo de vida de la Nueva España. Hallándose en medio de tal empresa tuvo ocasión Torquemada de leer, tanto la Historia Natural y Moral de las Indias de José de Acosta (1509), como las primeras cuatro Décadas de la aportación de Herrera (1601). Respecto del libro de Acosta, aunque reconoció sus méritos, le hizo varias criticas, sobre todo por apoyarse a veces en fuentes que Torquemada no tuvo como dignas de fe. Mucho más duro fue el cronista franciscano al juzgar la aportación de Herrera. Entre los cargos que enderezó al Cronista de las Indias sobresalen dos. El primero es haberse puesto a escribir sobre la historia de tierras que enteramente desconocía. El segundo es no haber tomado en cuenta fuentes para Torquemada primordiales, como las de algunos franciscanos, en especial Motolinía, Olmos, Mendieta y Sahagún, y menos todavía la de autores indígenas de cuyo estudio mucho se apreciaba Torquemada. El franciscano, después de bastantes años de trabajo, dio por concluida su obra hacia 1612. Trasladándose a Sevilla para cuidar de la publicación de la misma, la Monarquía Indiana, en tres gruesos volúmenes, apareció en 161532. Fue esta obra la primera de las que se publicaron en la que se dio cabida a testimonios indígenas consultados por quien conocía la lengua náhuatl y era experto escudriñador de los manuscritos indígenas. Se mencionó antes que José de Acosta había hecho algunas referencias a testimonios nativos. Pero como también se indicó, tales referencias fueron indirectas y con apoyo en lo reunido en última instancia por Diego Durán cuya obra no habría de publicarse sino hasta mediados del siglo XIX. Razón tuvo pues Torquemada al preciarse de haber buscado la verdad plena de los hechos de la Conquista acudieron al testimonio de los indígenas. En su opinión, Herrera se equivocó en lo que escribe por haber consultado sólo autores españoles. Así, por ejemplo, al hacer referencia al presente enviado por Moctezuma a Cortés expresa que de eso hablan. Gómara y Antonio de Herrera confusamente# Pienso estuvo el yerro en no hacer estas inquisiciones e informaciones más que con los españoles que entonces vinieron, y no las averiguaron con los indios, que también les tocaba mucha parte de ellas y aun el todo, pues fueron el blanco donde todas las cosas de la Conquista se asestaron, y son los que muy bien las supieron y las pusieron en historia a los principios, por sus figuras y caracteres, y después que supieron escribir, algunos curiosos de ellos, las escribieron, las cuales tengo en mi poder. Y tengo tanta envidia al lenguaje y estilo con que están escritas, que me holgaré saberlas traducir en castellano con la elegancia y gracia que en su lengua mexicana se dicen. Y por ser historia pura y verdadera, la sigo en todo; y si a los que las leyeren parecieran novedades, digo que no lo son, sino la pura verdad sucedida; pero que no se ha escrito hasta ahora, porque los pocos que han escrito los sucesos de las Indias, no las supieron, ni hubo quién se las dijese#33. Y añade a continuación que en alto grado se debía la recopilación de muchos de esos testimonios en lengua indígena al ya citado franciscano Sahagún: Ni tampoco yo las escribiera si no las hallara averiguadas de el padre fray Bernardino de Sahagún, religioso santo y grave, que fue de los segundos que entraron en la conversión de esta Nueva España, y de los primeros, el primero investigador de las cosas mis secretas de la tierra; y supo todos los secretos de ella, y se ocupó más de sesenta años en escribir lengua mexicana y todo lo que pudo alcanzar en ella34. Tomando así en cuenta los testimonios indígenas allegados por él mismo y los que había obtenido antes Sahagún de ancianos que habían contemplado los hechos de la Conquista, dio cabida Torquemada en su obra a fuentes que pertenecen plenamente a la visión de los vencidos. No dejaré de notar que el cronista Herrera, ocupado todavía en la preparación de las siguientes Décadas de su obra, tuvo ocasión de leer las críticas que le hizo Torquemada. Molesto por ellas, endilgó a su vez duras palabras al fraile que ha sacado un Monarchía Indiana, del cual notó que no sabría juzcar cuál es mis en este autor, el ambición o el descuido en guardar las reglas de la historia#, añadiendo de paso un juicio adverso a los trabajos de los frailes, entre ellos los de Olmos, Sahagún y Mendieta, y su parecer sólo pretendidos conocedores de las realidades indígenas35. Con esta especie de polémica de la que hablan los cargos que en sus respectivas obras se hicieron el franciscano y el Cronista Real, y en la que fue asunto de debate la existencia y valor de testimonios indígenas sobre la Conquista, concluye el ciclo de las aportaciones hechas hasta principios del siglo XVII para dar a conocer a los europeos los grandes hechos ocurridos en el Nuevo Mundo. A modo de balance, es necesario reiterar que, fuera de las indirectas referencias de Acosta y las alusiones de Torquemada, todo lo que se difundió por el ancho mundo respecto al choque de pueblos y culturas que fue la conquista de México, provino en exclusiva del testimonio expresado por los vencedores. Esta realidad confirmaba plenamente el viejo dicho de que la historia la escriben siempre los que triunfan y se imponen.