La Presente edición Para facilitar la lectura del texto hemos tomado la modernización que de él hizo Pilar Guibelalde, basado en la edición de Zaragoza de 1552. Hemos corregido en él algunos vocablos indígenas cuya lectura no nos pareció acertada y hemos vuelto a su forma original México, mexicano y demás derivados, que en la citada versión aparecían escritos con j. Es un tema éste en el que cada cual tiene sus gustos, y nosotros, en parte por costumbre y en parte por respeto a nuestros amigos mexicanos, lo escribimos como a ellos les gusta. Hemos procurado que las notas, sin escasear, no atosiguen al lector. Frecuentemente son muy breves, aclarando algún punto oscuro o ahorrando al esforzado leyente el acudir al diccionario para aclarar el significado de un término ya desusado o muy críptico. Con el mismo interés de facilitar la lectura, damos las equivalencias monetarias en uso en la época. Las medidas para el oro y la plata eran de peso, y su valor se refería a éste. No siempre fueron constantes las equivalencias, pero las que damos pueden servir de punto de referencia. El maravedí fue una unidad de cuenta, que nunca existió como moneda, pero a la que se referían los diferentes valores. En la Nueva España circuló un peso de oro de minas de 450 maravedises y otro de "oro común", de 272 maravedises. En España, en la época de la Conquista de México, el peso era de 480 maravedises, dividido en 8 reales. Existió también el ducado, que tuvo en Nueva España un valor de 375 maravedises. Equivalencias del peso de los metales 1 libra = 460 gramos = 2 marcos. 1 marco = 230 gramos = 50 castellanos. 1 castellano = 46 gramos = 8 tomines. 1 tomin = 5,75 gramos = 12 gramos. Ediciones Salvo indicación en contrario, las ediciones se refieren al conjunto de la Historia General de las Indias. Cuando la obra editada sea solamente la Conquista de México, aparecerá (CM) al final de la ficha. Ediciones en español 1552 Zaragoza, Agustín Millán. 1553 Medina del Campo, por Guillermo de Millis. 1554 Zaragoza, Pedro Bernuz. 1554 Amberes, J. Steelsio. 1554 Amberes, Juan Lacio. 1554 Amberes, Martín Nucio (CM). 1554 Amberes, Juan Bellero (CM). 1554 Zaragoza, Agustín Millán (CM). 1743 Madrid, Andrés González Barcia, volumen II de Historiadores Primitivos de Indias, edición utilizada por la Biblioteca de Autores Españoles para la edición hecha por Enrique de Vedia, Madrid, 1946-47. 1820 México, casa de Ontiveros, edición de Carlos M. Bustamante (CM). 1826 México, con traducción al nahuatl y la aprobación de Chimalpahin Ontiveros (CM). 1870 México, J. Escalante y Cía (CM). 1887-88 Barcelona, Biblioteca Clásica Española de Daniel Cortezo y Cía (CM). 1927 Madrid, Espasa Calpe. 1932 Bilbao, Espasa Calpe. 1941 Madrid, Espasa Calpe. 1943 México, Pedro Robredo, edición de Joaquín Ramírez Cabañas (CM). 1954 Barcelona, Iberia Agustín Núñez, edición de Pilar Guibelalde. 1979 Caracas, Biblioteca Ayacucho, edición de Jorge Gurría Lacroix (CM). 1982 Barcelona, Amigos del Círculo del Bibliófilo. Facsímil de la edición de Zaragoza, 1552. 1985 Barcelona, editorial Orbis. En francés 1569 París, Bernard Turrisan. 1569,1577, 1578, 1580, 1584, 1587, 1597, 1605, 1606 París, Michael Sonnius, traducción de Martín Fumée. 1588 París, Abel lAngelier (CM). En italiano 1555, 1556 Roma, Valerio y Luigi Dorici. 1557 Venecia, Andrea Arrivabene. 1557, 1565 Venecia, Giordano Ziletti. 1560 Venecia, Francisco Lorenzini. 1564 Venecia, Bonadis. 1566, 1568 Venecia, Giordano Ziletti (CM). 1576 Torino, Camillo Franceschini. 1599 Venecia, Barezzo Barezzi. En inglés 1578 Londres, Henry Bynneman. 1596 Londres, Thomas Creede. 1883 Londres, Hakluyt Society. 1964 Berkeley, edición y traducción de Leslie B. Simpson. José Luis de Rojas
Busqueda de contenidos
contexto
Ediciones anteriores Como adelantábamos al recoger las desventuras y avatares sufridos por el manuscrito hasta su definitiva adquisición por la depositaria actual del mismo, la Newberry Library de Chicago, fue esta institución la que se encargó de su primera publicación en 1966 en Santiago, en colaboración con el Fondo Histórico y Bibliográfico José Toribio Medina de la capital chilena. La edición se pensó originariamente que constase de dos tomos, el primero concebido como una introducción histórica y literaria al cuidado del prestigioso historiador Guillermo Feliú Cruz y un segundo volumen conteniendo la transcripción del manuscrito. De ellos, únicamente llegó a aparecer el segundo, cuyo trabajo corrió a cargo del profesor Irving A. Leonard. Uno de los mayores méritos de esta edición es su carácter facsimilar y a plana, puesto que la transcripción, aunque muy meritoria por tratarse de la primera vez que se abordaba la lectura del texto, no es paleográfica como se declara, ya que se ha modernizado el resultado final siempre que se ha estimado conveniente. Contiene además numerosos y abundantes defectos de lectura que propician frecuentes errores, lo que denota una falta de comprensión en ocasiones del sentido de muchas palabras y expresiones por una carencia del dominio del castellano de la época. Lujosamente presentada, esta edición cuenta con tres láminas en colores y dieciséis en blanco y negro, algunas de ellas con varias viñetas, y tiene, como ya se ha señalado, la gran ventaja de poder consultar y leer directamente el original siempre que surja cualquier pequeña duda. Posteriormente, en 1979, La Bibliotheca Ibero-Americana publicaba en Berlín en la editorial Colloquium una nueva edición a cargo de Leopoldo Sáez Godoy. En esta ocasión sí se trata de una muy buena edición paelográfica, aunque también posee sus pequeños errores o quizás erratas de imprenta. Confeccionada con el auxilio de computadoras, uno de sus objetivos principales, además de mejorar sensiblemente la edición precedente, es el de abrir y ofrecer a los estudiosos de distintas disciplinas un gran número de posibilidades, especialmente en los variados y múltiples campos relacionados con la Lingüística y la Filología. Esta segunda impresión cuenta con suficientes recursos gráficos como para permitir reconstruir en todo momento el texto original, en cuyo auxilio se han redactado numerosísimas notas a pie de página y una lista alfabética de las voces comentadas. Su formato y presentación corresponden a las propias de una edición de bolsillo. Nuestra edición Conscientes de la extrema dificultad que supone conseguir, o tan siquiera consultar en alguna biblioteca especializada, cualquiera de las publicaciones que acabamos de comentar, nos hemos animado a dar a la luz por primera vez en nuestro país la interesante obra de Jerónimo de Vivar. Como es lógico suponer, hemos debido preparar el texto que presentamos según las características que la colección "Crónicas de América" posee, de acuerdo a los fines que la editorial y la dirección de la colección han estimado oportuno y convenientes. En primer lugar, destinadas como van las distintas crónicas a su conocimiento y divulgación entre un numeroso público no especializado, es obligación ineludible hacer asequible su lectura modernizando el texto, para lo que se han actualizado los signos anticuados, las formas verbales más alejadas de las empleadas hoy en día, y en general, intentando respetar las normas para la transcripción de documentos históricos aprobadas por la Primera Reunión Interamericana sobre Archivos, se ha perseguido establecer un difícil equilibrio entre la consideración debida al manuscrito que se conserva, de forma que éste no resulte alterado, y el resultado final que se propone. Nuestro criterio ha sido modernizar para permitir la lectura, pero a la vez, conservar para iniciar en el conocimiento del lenguaje y la escritura del siglo XVI. Por otra parte, constituye otra particularidad de la colección la inclusión de notas explicativas o aclaratorias a pie de página con el fin de ilustrar acerca del sentido de una palabra o una expresión caída hoy en desuso, o introducir ampliaciones históricas de hechos o personajes que aparecen en el guión argumental. Por último, otro tipo de notas van destinadas a ofrecer la información necesaria e indispensable sobre los pueblos indígenas mencionados, que constituyen los otros grandes protagonistas de las crónicas, a los que nos hubiese gustado haber podido dedicar algún apartado de esta breve introducción que esperamos poder ofrecer en otra oportunidad. Con la presente edición de la Crónica y relación copiosa y verdadera de los reinos de Chile, pretendemos dar a conocer en nuestro suelo este importante relato para la bibliografía histórica y etnográfica chilena y facilitar y estimular con ello el estudio por una porción de América injustamente relegada hasta ahora entre los especialistas españoles. Ángel Barral Gómez Madrid, otoño de 1987
contexto
El "Libro perdido" Si las Noticias son un trasunto... ¿dónde está el texto que siguió el anónimo copista? Por desgracia, el interrogante carece de respuesta. A veces, cuando la investigación heurística ha producido pocos frutos, o los datos son contradictorios, los estudiosos suelen recurrir al axioma del libro perdido, un concepto que en la mexicanística tiene idénticas funciones a las del primer motor aristotélico. Amparándome en este recurso tradicional --el cual, dicho sea de paso, ha sido uno de los factores que más ha contribuido a rellenar el catálogo de Historias en paradero desconocid29--, avanzó la hipótesis que el fragmento formaba parte de una relación más extensa, de un libro perdido. Sin embargo, quiero dejar bien sentado que únicamente doy un valor hipotético, conjetural, a mis reflexiones. El tiempo y otros investigadores más serios que yo se encargarán de presentar las conclusiones definitivas. Para establecer una relación entre el fragmento y otros textos del Libro perdido --le daremos esta denominación a falta de otra mejor-- conviene determinar con precisión cuál es la particularidad más llamativa de las Noticias. Dejando a un lado el marcado chauvinismo, lo característico del manuscrito sería su providencialismo. El fervor religioso del cronista, que nunca deja de admirar al lector, alcanza el clímax en el último capítulo, consagrado a relatar el épico combate que Cortés e Ixtlilxochitl, cruzados de la cristiandad, mantuvieron con los servidores del diablo en la cúspide del teocalli mayor de Tenochtitlan: Llegaron a lo alto, donde estaba el ídolo mayor muy adornado ..., y echando Cortés mano de la máscara y lo que de ella pendía, y el don Fernando de los cabellos que solía antes adorar le cortó la cabeza y alzándola en lo alto la comenzó a enseñar y a decir a grandes voces a los mexicanos: "veis aquí a vuestro falso dios y lo poco que vale; daos por confundidos y vencidos, y recibid el bautismo y la ley de Dios que es la verdadera." A esta sazón, le tiraban tantas pedradas que fue necesario que su tío don Andrés con su rodela a él y a Cortés los guareciese30. En la famosísima Decimotercera relación del afamado historiador don Fernando de Alva Ixtlilxochitl, intitulada De la venida de los españoles y principio de la ley evangélica, la anécdota está relatada de forma idéntica31. Por supuesto, en las Noticias menudean los datos de cariz semejante. El brutal bautizo de la princesa Yacotzin, madre de Ixtlilxochitl, resulta muy ilustrativo al respecto: El Ixtlilxuchitl fue luego a su madre Yacotzin y diciéndole lo que había pasado y que iba por ella para bautizarla, le respondió que debía de haber perdido el juicio, pues tan presto se había dejado vencer de unos pocos de bárbaros como eran los cristianos, a la cual le respondió el don Hernando que si no fuera su madre la respuesta fuera quitarle la cabeza de los hombros, pero que lo había de hacer aunque no quisiese, que importaba la vida del alma; a lo cual respondió ella con blandura que la dejase por entonces, que otro día se miraría en ello y vería lo que debía hacer; y él se salió de palacio y mandó poner fuego a los cuartos donde ella estaba ... Finalmente ella salió diciendo que quería ser cristiana32. Este piadoso ejemplo de amor filial también se encuentra en el escrito de Alva, si bien el historiador, asustado ante el recio caso, se limitó a consignar que el feroz acolhua viendo la determinación de su madre se enojó mucho y la amenazó que la quemaría viva33. Como ya habrá observado el lector, el autor de la Decimotercia relación sigue muy de cerca el contenido del segundo fragmento. ¿Quiere ello decir que nuestro historiador manejó el manuscrito conservado en el Códice Ramírez? En absoluto. Fernando de Alva consultó el Libro perdido. El hecho de que Alva Ixtlilxochitl incluyera en las páginas de su relato la polémica que Cuitlahuac y Cacamatzin sostuvieron en la reunión convocada por Motecuhzoma, censurada en la copia del Códice Ramírez, no deja lugar para la duda34. Así pues, el Libro perdido existía aun a principios del siglo XVII, ya que el erudito virreinal se sirvió de él en repetidas ocasiones. Por desgracia, Alva Ixtlilxochitl se mostró reacio a descubrir sus fuentes de información. La crítica moderna ha demostrado que empleó los mapas conocidos como Tlotzin, Quinatzin y Tepechpan, los códices Xolotl y Chimalpopoca, y diversas historias castellanas, tlaxcaltecas y mexicanas35. Lamentablemente, ninguna de las cien referencias que aparecen en las obras de Alva concuerda con el Libro perdido. Este misterioso escrito, procedente del área tetzcocana, estaba redactado en castellano y se compuso en el segundo cuarto del siglo XVI, pues, como se recordará, sirvió de base a las relaciones del clan Pimentel. Posiblemente, el propio don Hernando Pimentel patrocinara la investigación preliminar, porque los gobernantes tetzcocanos, influidos por las indagaciones etnográficas del franciscano Motolinia en el antiguo señorío acolhua, mostraron un gran interés por las antigüedades de sus antecesores36. Hasta donde yo alcanzo a saber, no existe ninguna alusión al Libro perdido en los repertorios bibliográficos, ya sean antiguos o modernos. Prueba evidente de que los propietarios no hicieron ningún trasunto. Si así ocurrió --y todo invita a suponerlo--, el preciado manuscrito quizá se halla perdido para siempre. Y es una lástima, porque el otro fragmento que ha resistido el paso del tiempo demuestra que el original era francamente entretenido. El texto en cuestión figuraba en el inventario del caballero Lorenzo Boturini con el título de Pedazo de historia de la vida del referido Nezahualcoyotl, mas un erudito del siglo XIX cambió el arcaico epígrafe por el más moderno La guerra de Chalco y sucesos posteriores hasta la muerte de Nezahualcoyotzin. En esencia, el relato es el siguiente. Tras sufrir una derrota en la larguísima campaña de Chalco, el tlatoani acolhua, acusado de impiedad por el clero, mandó que se hiciese sacrificio de muchos hombres para calmar a los dioses. Pero las sangrientas deidades persistieron en su enojo, pues los chalcas capturaron a dos príncipes tetzcocanos y los sacrificaron. Víctima del dolor, el tlacatecuhtli se retiró a orar para ayunar al dios todopoderoso creador de todas las cosas, oculto y no conocido. Transcurridos cuarenta días, tuvo lugar un hecho portentoso: Uno de los pajes de su recámara, llamado Iztapacoltzin, oyó una voz que de la parte de afuera le llamaba por su nombre, y saliendo a ver quién era, halló que el que le llamaba era un mancebo hermoso y resplandeciente con ricas vestiduras; y como se espantase de aquella visión nunca por él vista, el mancebo le llamó por su nombre y le habló diciéndole: "no temas, entra y dile al rey, tu señor, que no tenga pena y se consuele, que el dios todopoderoso y no conocido, a quien él ha ayunado y hecho ofrenda estos cuarenta días le ha oído y le vengará por manos de su hijo el infante Axoquentzin ... y la reina, su mujer, parirá un hijo muy sabio y prudente que te suceda en el reino". Y diciendo esto se desapareció ... Tuvo el rey por disparate y embuste lo que le decía, porque el infante Axoquentzin no se había visto en batallas, era un mozo de diez años y siete años, y la reina, mujer mayor, y que había muchos años que no paría37. Claro está, se cumplió el milagro anunciado por el ángel, pues a lo que parece tal era la naturaleza del misterioso ser. El pusilánime infante venció a los chalcas y la menopáusica reina concibió al todopoderoso Nezahualpilli. La visión providencialista del relato --apócrifo del primer al último renglón-- presenta tanta similitud con la del segundo fragmento del Códice Ramírez que, en mi opinión, ambas pertenecen al Libro perdido. Ahora bien, no sólo existen semejanzas en el fondo, sino que la forma es idéntica en ambos textos. Tanto el uno como el otro presentan las mismas construcciones sintácticas. Igual puede afirmarse de la redacción, un tanto cultista y afectada, aunque agradable de leer, ya que el autor se esforzó por dar al libro un tono literario. Por lo que respecta a los vocablos nahua o aztecas, un cotejo de los mexicanismos existentes en los dos escritos corrobora un origen único. Por ejemplo, ambos textos escriben Tezcuco en ver de Tetzcoco y tienden a sustituir la x por la z. Cabe añadir que el autor poseía un magnífico conocimiento de la lengua mexicana, si bien su excesivo academicismo le llevo a aplicar las reglas fonéticas de transformación con demasiada rigidez. Hasta aquí mis especulaciones sobre el Libro perdido, las Noticias y la historiografía tetzcocana. Ediciones La primera impresión del Códice Ramírez tuvo lugar en 1878. Su editor, el mexicano José María Vigil, lo publicó conjuntamente con la Crónica mexicana de Hernando Alvarado Tezozomoc en la Biblioteca Mexicana. Que yo sepa, hoy en día no hay otra edición distinta a la efectuada por Vigil, si bien existen en circulación reimpresiones hechas por otras editoriales.
contexto
EL MANUSCRITO #117 DE LA COLECCIÓN HANS P. KRAUS I. El texto hasta ahora conocido de la Crónica Mexicana Hasta el día de hoy la Crónica mexicana de Hernando de Alvarado Tezozomoc no se conocía más que en tres ediciones completas del siglo pasado y una parcial de hace cincuenta años. Tanto esta como dos de aquellas están en el castellano original; la tercera es una traducción al francés1. La traducción, hecha por H. Ternaux-Compans, fue la primera publicación y apareció en París entre 1844 y 1849 en sus Nouvelles annales des voyages de la géographie et de l'histoire, volúmenes 102-04, 107, 111-14 y 116-21; fue reimpresa en dos volúmenes en 1847 y 1849, respectivamente, por A. Bertrand, y luego, en 1853, en dos volúmenes también, por P. Jannet. La primera edición en castellano fue la del coleccionista británico Edward King Kingsborough en el último volumen de sus Antiquities of Mexico, comprising facsimiles of ancient Mexican paintings and hieroglyphs ... the whole illustrated by many valuable inedited manuscripts by Lord Kingsborough, cuyos 9 volúmenes fueron publicados en Londres entre 1831 y 1848. Los volúmenes son de un tamaño y un peso tales que los hacen difícilmente manejables, pero además hoy son imposibles de conseguir y sólo pueden consultarse en unas pocas bibliotecas especializadas. La segunda edición en castellano es la que se sigue manejando hasta el día de hoy mediante reimpresiones y selecciones; es la realizada por Manuel Orozco y Berra en 1878 y reimpresa en 1975 y en 1980 por la editorial Porrúa de México juntamente con el Códice Ramírez, es decir, la Relación del origen de los indios que habitan esta Nueva España, según sus historias, del Padre Juan de Tovar, una de las dos versiones existentes de su Historia de los Indios Mexicanos. En 1944 Editorial Leyenda de México reimprimió sólo la crónica de Tezozomoc con todas las notas de la edición original, pero sin sus estudios de introducción ni el Códice Ramírez. Finalmente, Mario Mariscal llevó a cabo dos selecciones del texto de la crónica que fueron publicadas en México en 1943 y 1944 por la U.N.A.M. y por la Secretaría de Educación Pública, respectivamente. Manuscritos utilizados en las publicaciones impresas Ternaux-Compans La traducción al francés lleva por título Histoire du Mexique par Don Álvaro Tezozomoc traduite sur un manuscrit inédit par H. Ternaux-Compans. No se sabe con certeza cuál sea el manuscrito en cuestión. J. Rubén Romero Galván asegura que d'après Orozco y Berra, Ternaux-Compans se servit de la copie de Madrid pour faire sa version française de la chronique2 basándose en la afirmación de aquel según la cual Ternaux-Compans tuvo ocasión de ver una de las copias que hoy se encuentra en la Real Academia de la Historia como parte de la Colección de Memorias de Nueva España, de la que más adelante se hablará. De hecho, Ternaux-Compans también podría haber utilizado para su traducción otro manuscrito que él manejó, el número 207 de los Fonds Méxicains de la Biblioteca Nacional de París, originalmente parte de la colección Aubin. Joseph Marie-Alexis Aubin estuvo en México de 1830 a 1840 y durante esos años llegó a juntar una colección considerable de documentos sobre antigüedades mexicanas procedentes de las colecciones de Ixtlilxochitl, Sigüenza y Góngora, Boturini, Veytia, León y Gama y Pichardo que luego consiguió llevar ilegalmente a Francia. Eugène Goupil compró la colección de Aubin en 1889 y, después de añadirle algunos pocos documentos más, su viuda la cedió a la Biblioteca Nacional de París en 1898. El manuscrito número 297, un volumen in-folio de 580 páginas, es la copia que hizo el historiador Mariano Fernández de Echeverría y Veytia del ejemplar de Boturini, como se desprende de la inscripción en que dejó constancia de su trabajo: Chronica Mexicana. Escripta por Don Hernando de Alvarado Tezozomoc por los años de 1598. Copiado de su original que por tal la tiene el Cav? Boturini, la que con los demas papeles, se le embargo y se halla depositada en la secretaria de Govíerno del cargo de Don Joseph Gorraez. De donde se sacó esta copía bíen y fielmente por el mes de Octubre del año de 1755. Nota. El cavallero Boturini, en el libro que imprímio en Madrid el año de 1746, con el titulo de Idea de una Nueva Historia general de la America septentrional, cita este manuscripto en el Catalogo de su Museo Indiano que imprimio al fin del atp. 17 No 11 y dise, ser el autor de esta Historia el referido Tezozomoc, y que es el primer tomo y falta el segundo y asi solo comprehende hasta la llegada de los Españoles y parese, que en el otro tomo devia seguir refiriendo la conquista3. Kingsborough El texto que dio a la estampa Lord Kingsborough en 1848 se basa, según Joaquín García Icazbalceta en una copia tomada de la que está en el Archivo General4 de la Nación de México, es decir, una de las copias de la Colección de Memorias de Nueva España. Actualmente se desconoce su paradero, aunque quizás sea el número 56 de la colección O. Rich de la New York Public Library, donada por James Lenox hacia 1848 a esta biblioteca, que procedía de varias colecciones anteriores, entre ellas la de Antonio de Uguina y la de H. Ternaux-Compans. Orozco y Berra La edición hoy más conocida, y la única fácilmente asequible, es, como ya se ha dicho, la de Manuel Orozco y Berra de 1878. Aclara éste respecto a ella: La copia dada por nosotros á la estampa se hizo directamente de la del Archivo General; confrontóse con el ejemplar de nuestro amigo el Sr. Lic. D. Alfredo Chavero, al mismo tiempo que con la del Sr. Joaquín García Icazbalceta. La nuestra y la de Chavero resultaron conformes, fuera de las pequeñas faltas debidas a la incuria de los copiantes. Mayores fueron las discordancias entre nuestro manuscrito y el del Sr. García, pues consistieron no solo en la variación de los nombres mexicanos (teniendo en cuenta la correccion del Lic. Faustino Galicia Chimalpopoca), sino en saltos ó lagunas, ya en el uno, ya en el otro libro. Explicamos esto porque el MS. del Sr. García Icazbalceta proviene de la Colección de San Francisco, segun consta por estas palabras: --"Se sacó esta copia para el Archivo de este Convento de N.P.S. Francisco de México el año de 1792, por el P. Fr. Manuel de la Vega"-- No hemos tocado el texto; dejamos las frases cual las hemos encontrado, atreviéndonos solo, en algunos casos, á llamar la atención acerca de la oscuridad del concepto. Nos permitimos á veces cambiar la puntuacion, en donde no podía variar el sentido, advirtiendo esto á los lectores para ayudarles en sus interpretaciones. Ninguna superchería en cambios, aumentos ó mutilaciones5. Mariscal No indica Mario Mariscal el manuscrito de que se sirvió para su corta selección del texto de la crónica, pero es muy problablemente el mismo utilizado por Orozco y Berra. Respecto de los cambios por él introducidos, dice lo siguiente: No creemos necesario esforzarnos por hallar justificación a las --por otra parte, imprescindibles-- levísimas modificaciones y recomposiciones, que nos ha sido preciso introducir en este texto ... expurgándolo de sus errores y aminorando sus defectos, ya que no tratemos de embellecerlo; cosa que ni necesita, ni creemos que pueda hallarse a nuestro alcance6. Tanto el texto utilizado por Orozco y Berra y, probablemente, Mariscal, como los utilizados por Lord Kingsborough y por Ternaux-Compans, es decir, los que se conocen impresos, proceden pues de copias: en el caso del texto en castellano copias segundas de una misma versión, la utilizada por la Colección de Memorias de Nueva España de 1792, a saber, la copia que hizo Veytia en 1755 del texto perteneciente a Boturini; en el caso de la traducción, esas mismas segundas copias o la copia primera de Veytia.
contexto
El manuscrito de la Tercera Parte Durante mucho tiempo ha sido el gran desaparecido. Estuvo en manos de Jiménez de la Espada, quien pensó alguna vez en publicarlo; no lo hizo y se pasó la oportunidad. En 1946, el investigador peruano Rafael Loredo comenzó en el Mercurio Peruano la publicación de capítulos de esta parte tomados de un manuscrito que nunca describió, ni detalló; en una primera serie trascribió 56 capítulos, a los que se añadieron dos capítulos más que llevaban los números 61 y 77, que aparecieron en Lima en 1964, en tanto que la serie fue saliendo al público desde 1946 a 1958. A esta serie añadí yo en 1974 nueve capítulos más (del 88 al 97) en el Boletín del Instituto Riva Agüero. Loredo hablaba de varios manuscritos conservados en España; por mi parte, y tras larga búsqueda, localicé, en la biblioteca del antiguo patronato Menéndez y Pelayo del CSIC de Madrid los nueve capítulos que habían sido transcritos por Jiménez de la Espada de un manuscrito que le había proporcionado el conocido bibliófilo Sancho Rayón. Pude localizar un manuscrito en posesión del súbdito irlandés sir John Galvin, pero no me fue posible hojearlo, ni simplemente verlo. Sorpresa agradable produjo en los ambientes ciecianos la publicación en Roma, en 1979, de un manuscrito casi completo de la Tercera Parte, por su descubridora Francesca Cantú, que se guardaba en la biblioteca apostólica vaticana. Poco después tuve la oportunidad de examinar a mi gusto el manuscrito Reginense Latino n.?51 (llamado así por proceder de la colección formada por la reina Cristina de Suecia), del que se me proporcionó amablemente una copia en microforma, de la que he tomado texto para la edición madrileña de 1984-1985. En el manuscrito van juntas la segunda y la tercera parte colocadas en orden inverso, de tal manera que la tercera parte ocupa los folios 1-131, y la segunda desde el 132 hasta el 216. El manuscrito tiene toda la apariencia de ser ológrafo, y de haber sido sometido a distintas correcciones en vida del autor; en cualquier caso, conserva notas destinadas o a un lector de mucha confianza, o a un copista que debe transcribirlo. En el primer caso está la nota marginal que se conserva en el folio 1.: V.md. lo haga /el favor /de que se ponga en tal parte que no me trasladen /copien /nada; porque debajo desta confianza irá por sus cuadernos lo que v.md. mandare; y si me trasladaren algo dellos, es destruirlo todo. Y este cuaderno leído, tráiganlo y llevarán otro; y si quisiera lo de los Incas /la Relación/ también lo llevarán... Esta nota marginal nos deja algo perplejos, pues no se ve por qué sería destruirlo todo permitir que se sacara una copia de parte del manuscrito. Hay una nota en el folio 42 al final del capítulo 36, de la misma letra que el resto, en que se indica al lector o al copista que salte a los folios 45, 46 y 47 y continúe pasados éstos con el 42 v; en que comienza el capítulo 39 con la noticia de las primeras acciones de la guerra civil por la sucesión de Huayna Capac: indicación que perturba el orden de los folios, pero no el de los capítulos, que mantienen el orden existente: 36-37-38. En el folio 107 (c. 81), una nota parecida manda al lector a una señal marginal que se encuentra nueve folios más adelante, en el 116 v del cap. 87: la nota dice: Este capítulo de Hernando Pizarro ha de entrar, donde está otra señal como ésta... Y en el lugar correspondiente a la segunda nota, se dice: Aquí ha de entrar el capítulo de Hernando Pizarro que tiene esta señal. Indicación que no ha sido seguida por los editores, sin que al parecer haya sufrido mucho la inteligibilidad del texto. Las fechas no eran el fuerte de Cieza; comparando la relación de la primera entrada que hizo al continente desde el golfo de Urabá, con la relación aprovechada por Fernández de Oviedo, y con la documentación coetánea, aparece claramente un desvío de un año: febrero de 1537 frente a enero de 1538. Curiosamente, Cieza mantuvo a lo largo de sus relatos la fecha adelantada; y en el tercer libro damos con una anotación referida a fechas, de las que se reconoce ignorante: se trata del día, mes y año en que don Francisco Pizarro salió del puerto de Sanlúcar, cuando acababa de conseguir las primeras capitulaciones para sus conquistas. Dice así: El señor provisor (¿Pedro Bravo?) mande escribir a Hernando Pizarro, si se acuerda del día, mes y año, que salieron de San Lúcar; téngoselo de acordar y suplicar... Cieza no consiguió el dato que pedía al provisor, y la fecha quedó en blanco en el manuscrito. Para completar la descripción del manuscrito vaticano, hay que hacer constar que le faltan algunos folios, que sin embargo existían en el manuscrito que utilizó Loredo en su edición del Mercurio Peruano. Son éstos los folios 36 y 37, que comprenden los capítulos segunda mitad del 31, 32 entero, y mitad primera del 33. En ellos se trata de las primeras hostilidades que aparecieron entre los indígenas, que ya estaban molestos por la presencia de los castellanos. Estos capítulos están en la copia empleada por Loredo, que puede ser el mismo manuscrito que sigue en poder de sir John Galvin. En cambio faltan en las dos familias de manuscritos los que hubieran formado la unión entre este libro y la primera de las guerras civiles (la guerra de Salinas). Cieza alude a su contenido, demostrando que él los había redactado. En la edición de 1984, yo he suplido estos capítulos por los que Herrera dedica al tema al final de su Década Quinta y comienzo de la Sexta. Carezco de datos para saber si el ms. utilizado por Loredo tenía estos capítulos; o si el ms. propiedad de sir John Galvin los tiene. Sin embargo, parece que no los tenía el ms. propiedad de Sancho Rayón que Jiménez de la Espada tuvo en su poder, y que concluye de la misma manera que el ms. vaticano, interrumpiendo la acción con la llegada de Rada al campo de Almagro en territorio chileno. Antonio de Herrera, último poseedor conocido de este manuscrito cieciano, se engalanó con plumas ajenas al copiarlo (o plagiarlo) en sus Décadas, comenzando en la III y concluyendo en la V; en que precisamente he utilizado yo su texto para suplir, en la edición madrileña de 1985, los folios perdidos de Cieza. Voy a dedicar un poco de atención a este editor inesperado. Siempre se ha considerado muy aceptable la versión de Herrera sobre el descubrimiento y conquista del Perú, pero sólo tras el hallazgo del manuscrito vaticano se puede establecer cuál fue su fuente de información, y hasta qué punto Herrera ha seguido el texto de Cieza. Herrera se apega al texto de Cieza desde el capítulo II al XL, que transcribe fundamentalmente en sus décadas III (libros: 5, 6, 8 y 10) y IV (libros: 2, 3, 6, 7 y 9). En los capítulos 37 a 43, que Cieza considera fuera de lugar en el manuscrito, Herrera sigue el orden antiguo en las décadas V y III. Lo mismo ocurre en los capítulos 86-89 de Cieza, que en su libro representan una interrupción del orden estrictamente cronológico: interrupción que Herrera retrotrae al libro 7.? de la década quinta. Pasado este par de interrupciones, y desde el capítulo 86 de Cieza hasta el 97, Herrera se ajusta al orden cieciano. No está de más repetir lo dicho anteriormente y que confirma esta identidad básica; ha sido posible sustituir los folios desaparecidos, en los manuscritos hasta ahora conocidos de Cieza, por los que en Herrera relatan el sitio del Cuzco, hasta conectar con la llamada guerra de Salinas, y que se encuentran al final de la década quinta y comienzo de la sexta. La circunstancia de haber sido conocida la versión de Cieza a través de las páginas de Herrera las hace altamente probables, tomándose por dos testimonios concordantes lo que no es más que uno: redactado por Cieza y copiado por Herrera. Difieren generalmente en las consideraciones morales que ocupan gran parte del texto cieciano y que dan a su obra un tinte pesimista que no ha pasado a la versión de las Décadas, que es un himno a los castellanos.
contexto
El talante historiador de Cieza Cieza se confiesa repetidas veces con sus lectores; para él lo fundamental es decir lo que pasó apoyado en la documentación disponible que siempre cita individualmente --o en testimonios de testigos inmediatos-- del hecho. Sabe que esta morosidad quita agilidad a su narración, pero prefiere ser tildado de poco grato al gusto del lector que de inexacto en sus declaraciones. En torno a los hechos que relata, Cieza se permite una serie de consideraciones, que yo he llamado moralizaciones y que equivalen a la moraleja de las narraciones breves, con la única diferencia de que no están reservadas para el fin y que se multiplican a lo largo de la historia. La primera moralización es teológico-trascendente. Cieza es profundamente cristiano y no le falta un leve regusto, diríamos musulmán, que tiñe de fatalismo las acciones de los hombres. Por encima del proceder de cada uno, que obedece a sus propias e individuales motivaciones, está la alta providencia divina, que pone en acción la antigua frase: Dios escribe derecho con líneas torcidas... A Cieza le parece especialmente significativa la expresión de una india que recorría el pasado próximo de su tierra y profetizaba lo que el porvenir te guardaba, con estas palabras que no cito textualmente. En esta tierra hubo gente mala que mereció un castigo colectivo que les vino por medio de los incas y su dominación; los incas no se mantuvieron en la línea moral que hubiera podido esperarse de su papel de ejecutores de la justicia divina y prevaricaron; y Dios les acaba de castigar con la derrota sufrida ante los cristianos. Lo mismo ocurrirá con los cristianos, y de triunfadores pasarán a ser derrotados y castigados. Movimiento cíclico de la historia que a Cieza le parecía una ley de suficiente altura y amplitud para que pudiera aplicarse a cualquier proceso fáctico. Bajando un poco, y antes de entrar en particulares responsabilidades, Cieza encontraba en cada uno de los compañeros Pizarro y Almagro suficientes extravíos morales para que el castigo pudiera considerarse inevitable. Cieza --amigo de los papeles-- transcribió las fórmulas con que en repetidas ocasiones se comprometieron ante Dios para mantener la mutua fidelidad entre ambos. Estos compromisos no se hicieron sólo sobre la base de simples palabras intercambiadas: estuvieron siempre robustecidos por grandes juramentos que apelaban a la presencia y a la suma fidelidad de Dios como última garantía. En sus imprecaciones pedían toda clase de males para quien quebrantara aquellos juramentos; y lo malo del asunto es que la repetición de actos semejantes --que se tuvieron, por lo menos dos veces, en plena celebración de la Misa y delante de la hostia consagrada-- demuestra que nunca fueron cumplidos con la exactitud que tales ceremonias exigían. Los amigos, y sucesivamente enemigos, Pizarro y Almagro repitieron demasiadas veces tan solemnes actos para ser duraderos: hubiera bastado un compromiso solemne, pero cumplido. Cieza recuerda los males, que pedían contra sí mismos, en caso de infidelidad; y Cieza recoge con ánimo entristecido la narración de las catástrofes por ellos pedidas; y por todos, a causa de ellos, recibidas. Bajando a un nivel más terreno, pero siempre sobrehumano, Cieza bosqueja una especie de epopeya de corte clásico en que las acciones humanas son eco amortiguado de los grandes designios de la providencia: en una especie de combate entre Cristo y las fuerzas del infierno. El demonio, para Cieza, es verdadero protagonista a través de las personas que están en contacto con él. Cieza considera haber oído una vez la comunicación demoníaca en las cercanías de Cartagena: con un silbo tenorio especifica Cieza; aunque no fue capaz de comprender ningún mensaje concreto. Cieza no perdió ocasión de entrar en relación con los sacerdotes o representantes de los cultos indígenas; y a través de ellos pudo conocer particularidades, ocultas para observadores más superficiales. En esta lucha épica, Cieza sabía que la victoria final estaba por los cristianos, pero lamentaba que los heraldos del evangelio hubiesen sido tan poco evangélicos en su conducta. Entrando en detalles de esta lucha que se desarrollaba en paralelo con la otra invisible entre Cristo y los ángeles malos, Cieza lamentaba las inútiles destrucciones que habían marcado con su huella la superficie de un país: que lo recordaban --de acuerdo indios y cristianos-- próspero, y en orden y justicia. Perdonaba con demasiada facilidad la brutalidad de las guerras que habían dado la victoria a los incas y no encontraba el doble sistema de traslados forzosos de los mitimaes y el encierro de las hijas, de los jefes sometidos, en las casas del sol: sistema de rehenes que mantenía subyugados a los pueblos que --antes del imperio-- vivían en su libertad y en su plena soberanía. Los jefes vencidos, que se libraban de las habituales matanzas que acompañaban las conquistas, acababan con frecuencia despellejados o, por el contrario, vaciados, de manera que pareciesen vivos y pudiesen --inflados, o rellenos de paja-- participar en los desfiles triunfales de los incas victoriosos: un detalle macabro consistía en hinchar sus vientres de manera que al balancearse en los desfiles sonaran como atambores al compás de los brazos que los golpeaban: atambores incaicos que nunca dejaron de señalar aun los observadores más superficiales. Visión de los incas triunfadores que escamoteó años adelante el seudo inca Garcilaso de la Vega: seudo porque la dignidad de inca no se transmitía por línea femenina. Los castellanos --se quejaba-- no mantuvieron la tradición de rectitud y justicia que habían iniciado los gobernantes incas: robaban, mataban, obligaban a trabajos forzados, desperdiciaban las subsistencias; tanto en los productos vegetales, como en los animales; y en éstos especialmente las llamadas ovejas: animales utilísimos que no se daban en el resto del continente americano. Los indios, por otra parte, utilizaban en grandes cantidades el oro, pero lo hacían casi exclusivamente al servicio de sus grandes difuntos; y el despojar una tumba de sus joyas les parecía a los soldados de a pie un robo al demonio, sin que se hubiera hecho de conocimiento común y menos de adaptación general la tesis de fray Bartolomé de las Casas que defendía su inviolabilidad. Por otra parte, los incas, en contraste con los indios moradores de los Andes colombianos, no eran antropófagos; pero convertían sus funerales en orgías de homicidios rituales; sin sangre, ni gritos, ni escenas desgarradoras: ya que las víctimas --mujeres y esclavos-- eran sepultadas tras una borrachera ritual que reservara para un despertar en la tumba el encuentro con una muerte ineludible. La costumbre --y la fe en una pervivencia al servicio del señor con quien se enterraban-- hacía voluntarias estas inmolaciones. No todos los personajes que intervienen en esta gran epopeya gozaban de la misma simpatía por parte de Cieza: don Francisco Pizarro ocupa un lugar primero e indiscutible en el afecto y en el respeto cieciano; parecido respeto despierta en él el burgalés Alonso de Alvarado; y no ocupa mal lugar el extremeño don Pedro, del mismo apellido. Don Diego de Almagro viene muy atrás, junto a la turba de los Pizarros, entre los que se lleva la palma --pero negativa, ya que es el malo de la acción épica--, Hernando Pizarro. Sería inútil seguir analizando los restantes personajes del grupo castellano; pero es útil recordar que no fueron los religiosos los más estimados por Cieza; a quienes deja mal parados en esta Tercera Parte; aunque; en algún caso, él u otra mano extraña han corregido sus frases, dulcificando sus censuras. En conjunto, Cieza, en esta parte de su relato, es un buen cronista, aun teniendo en cuenta que carece de la calidad del testigo de vista; detallando algo más, cuenta con un buen narrador que había estado presente en todos los sucesos que relata, en torno a don Francisco Pizarro; aunque hubo de apoyarse en otros, que no se mencionan específicamente, para los procesos que se desarrollaban en torno a Quito, o en Castilla. En este punto, Cieza es testigo inmediato para el hecho de la conmoción que en Córdoba produjeron las noticias del tesoro recién desembarcado procedente del Perú, aunque su extrema juventud te impidió colocarlo en la exacta perspectiva. En este libro no tiene mucha ocasión de consultar viejos papeles, pero no pierde la oportunidad de transcribir la provisión que debería haber producido la pacífica convivencia entre Pizarro y Almagro; que, por el contrario, encendió, definitivamente la discordia. En algunos casos, contó con informadores indios que le comunicaron sus dolorosas impresiones en torno al saqueo de los templos del Cuzco y de Pachacama. Estos informantes consiguen a lo largo de la obra teñir de indigenista la exposición cieciana. Las simpatías y antipatías que he señalado en el párrafo anterior ejercieron --no cabe duda-- influjo en el tono de su historia, pero no parece que hubiera sido en ningún caso venal: como le acuso años adelante Pedro Pizarro. Las frases con que en el testamento recuerda las cantidades recibidas con el destino que debería haberles dado, y su decisión de que sus albaceas completaran los pagos que él no había podido realizar, producen tal impresión de sinceridad, que hacen poco probable y débilmente fundada la acusación de venalidad.
contexto
El virrey Enriquez y Tovar: la Primera relación El 17 de agosto de 1572, Felipe de Austria ordenaba a don Martín Enriquez de Almansa, virrey de Nueva España, que remitiese cuantas noticias pueda adquirir de las personas que hayan escrito sobre la conquista y población de aquellos reinos5. Para cumplir el real encargo, Enriquez pidió al p. Tovar que efectuara investigaciones sobre las antiguallas e historias de los naturales. El virrey jamás tendría que lamentar la elección. El padre Juan de Tovar, un mestizo tetzcocano que pertenecía a la Compañía de Jesús, era la persona idónea para llevar a buen puerto la comisión. El tetzcocano conocía bien la psicología indígena gracias a sus actividades docentes en el colegio de San Gregorio, y era tan experto lingüista que se le conocía con el sobrenombre de Cicerón mexicano. Además, por si esto no bastara, sabía algo sobre los métodos etnográficos empleados por Olmos y Sahagún, los dos grandes historiadores franciscanos, merced a su amistad con Juan González, canónigo de la catedral metropolitana. En una carta dirigida a José de Acosta, el conocido autor de la Historia natural y moral de las Indias, el jesuita mestizo dice lo siguiente sobre la comisión virreinal: El virrey don Martín Enriquez, teniendo deseo de saber estas antiguallas de esta gente con certidumbre, mandó juntar las librerías que ellos tenían de estas cosas, y los de Méjico, Tezcuco y Tulla se las trajeron, porque eran los historiadores y sabios en estas cosas. Envióme el virrey estos papeles y libros con el doctor Portillo, provisor de este arzobispado, encargándome las viese y averiguase, haciendo alguna relación para enviar al rey. Vi entonces todas estas historias con caracteres y hieroglifos, que yo no entendía, y así fue necesario que los sabios de Méjico, Tezcuco y Tulla se viesen conmigo por mandato del mismo virrey. Y con ellos yéndome diciendo y narrando las cosas en particular, hice una historia bien cumplida, la cual acabada, llevó el mismo doctor Portillo, prometiendo de hacer dos traslados de muy ricas pinturas, uno para el rey y otro para nosotros. En esta conjuntura le sucedió ir a España, y nunca pudo cumplir su palabra ni nosotros cobrar la historia6. En 1578, tras dos años de duro trabajo, Tovar había puesto el punto final a una historia de considerables proporciones, que se conoce como la Primera relación en el mundo americanista. Por aquellas mismas fechas, un dominico, fray Diego Durán, laboraba en una empresa de características similares. Hacia 1581, el predicador concluyó su obra, que recibió el título de Historia de las Indias de la Nueva España e Islas de la Tierra Firme. Durán tuvo mejor suerte que su colega, porque manejó un voluminoso documento que le evitó la lucha diaria con informantes seniles o pinturas incomprensibles. Este manuscrito, redactado en lengua mexicana, inspiró también la Crónica mexicana, una pésima traducción fruto de la mal cortada pluma de Hernando Alvarado Tezozomoc, miembro de la casa real de Tenochtitlan. Como suele ocurrir en estos casos, nada se sabe sobre el inapreciable manuscrito... tan enigmático que se le conoce en el mundillo nahuatlista como la Crónica X.
contexto
Elenco de las fuentes indígenas A cuatro siglos y varias décadas más de lo que ocurrió en México entre 1517 y 1521, podemos conocer por fin el otro espejo en que se reflejaron los hechos. Tan grande ha sido el interés que han despertado no sólo en México sino también fuera de él estos testimonios que la Visión de los Vencidos, sacada a luz en 1959, corre hoy también en inglés, francés, alemán, italiano, polaco, serbo-croata, sueco, hebreo, húngaro, japonés, portugués y catalán. En los relatos indígenas se recuerdan acontecimientos y se formulan apreciaciones que contrastan con lo que escribieron los cronistas españoles. Ahora bien, en las obras de vencedores y vencidos, si bien se consignan hechos oprobiosos que no pueden negarse, es cierto también que Hernán Cortés y sus hombres, al igual que el príncipe azteca Cuauhtémoc y sus guerreros, alcanzan el rango de figuras de epopeya. Si Cortés se nos muestra como el prototipo del conquistador de los tiempos modernos, Cuauhtémoc se hace acreedor al título que le diera el poeta de único héroe a la altura del arte. Fueron tres las formas principales como preservaron las gentes de idioma náhuatl sus recuerdos y juicios acerca de la Conquista. La primera fue valiéndose de sus antiguas formas de escritura: con sus glifos pictográficos, ideográficos y en parte fonéticos, siempre en el complemento de dibujos y pinturas de las escenas o sucesos en cuestión. La segunda manera incluye elementos de la antigua escritura, dibujos, y también textos (relatos) consignados ya por medio del alfabeto. A este respecto debe recordarse que, desde 1524 con la presencia de los tres primerísimos frailes (Pedro de Gante y sus compañeros), se estableció una escuela en Tetzcoco donde hubo indígenas que participaron en la adaptación del alfabeto para representar los fonemas del náhuatl. Son algunos cantos tristes (icnocuícatl), la tercera forma de recordación que ha llegado hasta nosotros. Compuestos a raíz de los hechos y preservados por tradición oral, se transcribieron hacia comienzos de la segunda mitad del XVI. A continuación describiré con algún detenimiento los principales testimonios indígenas que cabe situar dentro de estos géneros. a) Cantares acerca de la Conquista Parece ser que los más antiguos testimonios indígenas sobre la Conquista encontraron natural expresión en varios cantares, compuestos a la usanza antigua, por algunos de los pocos cuicapicque o poetas nahuas sobrevivientes. Así, para no citar otros, pueden recordarse al menos aquellos dos poemas, verdaderos ejemplos de los llamados icnocuícatl, cantos tristes, o elegías, en el primero de los cuales se describen los últimos días del sitio de Tenochtitlan, mientras que en el segundo se refiere cómo se perdió el pueblo mexicatl. Copiamos aquí siquiera unas estrofas de cada uno de dichos poemas, para mostrar ya cuál fue la reacción de los indios, al contemplar destruido su mundo y forma de vida antigua: En los caminos yacen dardos rotos, los cabellos están esparcidos. Destechadas están las casas, enrojecidos tienen sus muros. Gusanos pululan por calles y plazas, y en las paredes están salpicados los sesos. Rojas están las aguas, están como teñidas, y cuando las bebimos, es como si bebiéramos agua de salitre. Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe, y era nuestra herencia una red de agujeros. Con los escudos fue su resguardo, pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad#.39 Llorad, amigos míos, tened entendido que con estos hechos hemos perdido la nación mexicatl. ¡El agua se ha acedado, se acedó la comida! Esto es lo que ha hecho el Dador de la Vida en Tlatelolco#40 Como indica el doctor Ángel M.? Garibay, al analizar estos documentos en su Historia de la literatura náhuatl, para la composición del segundo de estos poemas podría fijarse la fecha de 1523 y para la del primero el año siguiente de 152441. b) La relación anónima de Tlatelolco (1528) Pero además de los poemas, existen las relaciones netamente indígenas, escritas ya desde 1528. Verdaderamente importante es en este sentido el manuscrito 22 de la Biblioteca Nacional de París, conocido bajo el título de Unos anales históricos de la Nación Mexicana, escrito en náhuatl por autores anónimos de Tlatelolco hacia 1528. Tan valioso testimonio pone al descubierto un hecho ciertamente extraordinario: el de un grupo de indios, que antes de la fundación misma del Colegio de Santa Cruz, llegaron a conocer a la perfección el alfabeto latino y se sirvieron de él para consignar por escrito diversos recuerdos de sus tiempos pasados y sobre todo su propia visión de la Conquista. Si como documento son valiosos estos anales, desde un punto de vista literario y humano lo son todavía mucho más, porque en ellos se expresa por vez primera con no pocos detalles el cuadro de la destrucción de la cultura náhuatl, tal como lo vieron algunos de sus supervivientes. La versión castellana de este texto, preparada por Garibay sobre la base de la reproducción facsimilar del mencionado manuscrito de la Biblioteca Nacional de Paris, se incluye íntegramente, en lo que a la Conquista se refiere, en el capítulo XIV de este libro. En el elenco bibliográfico que va al final de esta obra, podrán hallarse las referencias correspondientes, tanto de la versión castellana, como de otra al alemán, así como de la reproducción facsimilar de tan importante testimonio. c) Testimonios de los informantes de Sahagún Sigue en importancia y antigüedad al texto de 1528, la mucho más amplia relación de la Conquista que, bajo la mirada de fray Bernardino de Sahagún, redactaron en idioma náhuatl varios de sus estudiantes indígenas de Tlatelolco, aprovechando los informes de indios viejos, testigos de la Conquista. Según parece, la primera redacción de este texto "en el lenguaje indiano, tan tosco como ellos lo pronunciaron", como escribe Sahagún, quedó terminada hacia 1555. Posteriormente fray Bernardino hizo un resumen castellano de la misma. Desgraciadamente esa primera redacción en náhuatl de 1555, se extravió. Se conoce en cambio una segunda redacción asimismo en náhuatl, concluida hacia 1585 y en la que, según Sahagún, se hicieron varias correcciones, respecto de la primera, ya que en aquélla "se pusieron algunas cosas que fueron mal puestas y otras se callaron que fueron mal calladas#". Como ha escrito Ángel M.? Garibay, no es posible decir si ganó o perdió el texto con esta enmienda, en tanto que no conozcamos el primitivo42. El hecho es que, tal como hoy se conserva la relación de la Conquista, debida a los informantes de Sahagún, constituye el testimonio más amplio dejado por los indios al respecto. Abarca desde los varios presagios que se dejaron ver, "cuando aún no habían venido los españoles a esta tierra" (incluido en el capítulo I de este libro), hasta uno de los discursos, "con que amonestó don Hernando Cortés a todos los señores de México, Tezcoco, y Tlacopan", exigiéndoles la entrega del oro y de sus varios tesoros. En este libro se incorporaron numerosas secciones de tan valioso testimonio. De igual manera que en el caso anterior, se ofrecen al fin las correspondientes referencias bibliográficas. d) Principales testimonios pictográficos Tanto en lo que se refiere a la obra de los informantes de Sahagún, como en otras varias recopilaciones llevadas a cabo por los indios, encontramos la supervivencia de su antigua manera de escribir la historia, sobre la base de pinturas. Mencionamos aquí tan sólo algunos de los principales trabajos en este sentido: las pinturas correspondientes al texto náhuatl de los informantes de Sahagún, que hoy día se conservan en el Códice Florentino. El célebre Lienzo de Tlaxcala, de mediados del siglo XVI, que ofrece en ochenta cuadros una relación de los tlaxcaltecas, aliados de los conquistadores. La serie de pinturas del impropiamente llamado Manuscrito, de 1576 (ya que en él se ofrecen datos de fecha posterior a la citada), conocido también bajo el nombre de Códice Aubin, en el que al lado de importantes textos, se conservan también ilustraciones alusivas. Hay asimismo dibujos de clara procedencia indígena en el manuscrito conocido como Códice Ramírez, debido probablemente a la recopilación de datos que en los años anteriores a 1580, llevó a cabo el jesuita Juan de Tovar, así como se sabe, tuvo acceso a otros muchos testimonios indígenas hoy desaparecidos. De esas fuentes pictográficas, provienen las ilustraciones que se incluyen en el presente libro y que fueron copiadas por la hábil pluma de Alberto Beltrán. e) Otras relaciones indígenas más breves Además de las ya mencionadas fuentes pictográficas, existen otras varias relaciones indígenas de menor extensión, de algunas de las cuales se transcribirán aquí varios fragmentos. En el ya citado Códice Aubin o de 1576, se encuentran varios textos de sumo interés. De él se tomó una de las versiones indígenas que acerca de la matanza del templo máximo se dan en el capítulo IX de este libro. Otros importantes testimonios nos ofrecen don Fernando Alvarado Tezozómoc en sus dos crónicas "Mexicana" y "Mexicáyotl", así como el célebre historiador oriundo de Chalco, Domingo Francisco de San Antón Muñón Chimalpain Cuauhtlehuanitzin, de cuya Séptima Relación se tomó un texto incluido en el capítulo XIII de este libro en el que se describen las pesquisas llevadas a cabo por el Cortés, después de tomada la ciudad. Además del ya citado Códice Ramírez, en el que también se contienen importantes noticias de informantes de Tlatelolco, deben mencionarse las breves secciones acerca de la Conquista contenidas en los Anales Tepanecas de Azcapotzalco y en los más breves de México y Tlatelolco. De todas estas fuentes se ofrece, como en los casos anteriores, la correspondiente referencia bibliográfica al final de este libro. f) Testimonios de los aliados indígenas de Cortés Deficiente resultaría esta presentación de textos indígenas acerca de la Conquista, si no se incluyeran en ella, por lo menos en algunos casos, los testimonios de algunos escritores indígenas y mestizos, que hacen gala de descender de quienes se aliaron con Cortés para conseguir la derrota de los aztecas. La pintura que de algunos hechos nos ofrecen, distinta de las otras descripciones indígenas, no cae fuera del título general de este trabajo Visión de los vencidos. Porque, si es cierto que los tlaxcaltecas y los tezcocanos lucharon al lado de Cortés, no deja de ser igualmente verdadero que las consecuencias de la Conquista fueron tan funestas para ellos como para el resto de los pueblos nahuas: todos quedaron sometidos y perdieron para siempre su antigua cultura. De estos testimonios, además del ya citado Lienzo de Tlaxcala, se aducen aquí algunos textos tomados de la Historia de Tlaxcala, redactada en castellano por Diego Muñoz Camargo, mestizo que escribió durante la segunda mitad del siglo XVI. Es particularmente interesante su versión, claramente tendenciosa, de la matanza de Cholula, texto que se incluye en el capítulo V de este libro. La interpretación histórica de la Conquista, desde el ángulo de los tezcoanos, nos la ofrece el célebre descendiente de la casa de Tezcoco, don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl. Tanto en su XIII relación, como en su Historia chichimeca, escritas ambas en castellano, se encuentran numerosos datos recogidos por Ixtlilxóchitl de antiguas fuentes indígenas en náhuatl hoy desconocidas, pero interpretadas con un criterio muy distinto al de los escritores de México y Tlatelolco. Los textos de Ixtlilxóchitl que aquí se transcribirán son en algunos casos particularmente interesantes. Así, para citar sólo un ejemplo, aquel breve cuadro en el que nos pinta la reacción de la vieja indígena Yacotzin, madre del príncipe Ixtlilxóchitl hijo de Nezahualpilli y aliado de Cortés, que calificó a su hijo de loco y sin juicio por haber abrazado tan deprisa la religión de "esos bárbaros" (los españoles), que en forma tan violenta habían hecho su aparición en Anáhuac43. Tales son, descritas de manera general, las principales fuentes indígenas de las que provienen los textos e ilustraciones que en este trabajo se ofrecen. Preservándose en ellas el testimonio de quienes vieron y sufrieron la Conquista, sin hipérbole puede afirmarse que la presentación de estos documentos, con todas las limitaciones propias de quienes llevamos a cabo la versión y selección de los mismos, constituye un cuadro indígena de la Conquista: una visión de los vencidos.
contexto
Epidemias En este contexto, Motolinia hace patente la formidable estructura de los conflictos que estorbaban, primero, la supervivencia de los indios, y segundo, la viabilidad ética de su conversión al Cristianismo. Partiendo de estas diferencias, es obvio que los españoles se constituyeron muy pronto, y en tanto vencedores, en el grupo étnico dominante, y es también cierto que no sólo ejercieron una política de poder sobre los indígenas y sus diferentes clases sociales, sino que también convirtieron en problema mortal del indio sus enfermedades más sencillas, tanto como podían serio sus conquistas militares y sus motivaciones económicas. Los avatares que sufrieron los indígenas en este período que va de la Conquista a la conversión fueron tenidos como plagas letales por Motolinia. Al enumerarlas, éste cita un total de diez, y éstas serían la causa fundamental de las disminuciones demográficas sufridas por los indígenas. Aquí las pérdidas demográficas indígenas no se atribuirían, como dijera Las Casas, a un exterminio intencional o dirigido, sino que resultaron de la combinación de factores adaptativos inadecuados entre ambos grupos, españoles e indios, entre los cuales serían decisivos los que hacen referencia al uso indiscriminado del indio como fuerza de trabajo ocupada en tareas ##transporte y minería, por ejemplo## para las que no reunía capacidades de esfuerzo como las que le eran exigidas por los españoles. Y asimismo, y en estas relaciones, tendrían también un carácter destructivo en masa la transmisión, en forma de epidemias de viruela, sarampión y gripe. Estas experiencias se convirtieron rápidamente en factores causales de mortalidad masiva, y su contagio desarrolló morbilidades contra las que los indígenas apenas disponían de defensas orgánicas eficientes. De este modo, la forzada y rápida movilidad que llevaba a los indios de una región a otra, el trabajo agotador con alimentación inadecuada, la fragilidad física relativa del indígena y las guerras de desgaste, constituyeron el núcleo de las plagas a que refiere Motolinia. Estas diez plagas serían, en el orden puesto por Motolinia, las siguientes: 1) Epidemia de viruela (1520), la hueyzahuatl, traída por un negro que procedía de la expedición de Pánfilo de Narváez. 2) Epidemia de sarampión (1531-1532), la tepitonzahuatl, causada por un español. 3) Muertes por guerra y las hambres como resultado del abandono de los cultivos. 4) La institucionalización de los calpixque o mayordomos al servicio de los españoles y dedicados a la movilización de indios y al cobro de tributos. Con ellos, Motolinia agrega los negros cuyo comportamiento con los indígenas era también condenado por nuestro fraile. En todo caso, al referirse a los calpixque, Motolinia señala que siendo los encargados de hacer trabajar a los indios fuera de sus lugares de residencia, los agotaban hasta causarles la muerte en muchos casos. 5) Considera Motolinia como plaga mortal el hecho de que la carga de los primeros tributos que fuera impuesta a los indígenas repercutió sobre éstos en forma de sufrimientos hasta el punto de que, por falta de pago, se veían obligados incluso a vender sus hijos y, en casos, hasta llenar las cárceles como castigo. 6) Motolinia entiende como otra de las plagas la que tuvo como protagonistas la minería y los continuos servicios a que estaban sometidos los nativos, y como resultado implicaba excesos físicos irresistibles para la frágil constitución de esta fuerza de trabajo indígena insuficientemente alimentada para estas funciones. 7) La reconstrucción de la ciudad de México movilizó grandes masas de individuos y produjo un trasiego de poblaciones, con efectos fisiológicamente desconcertantes, lo cual contribuyó a un desarrollo de las enfermedades e hizo vulnerables a estos individuos. 8) La esclavitud fue considerada como un mal que tanto amenazaba la integridad física del indio por malos tratos como influía negativamente en su organización psíquica. 9) Enfermedades causadas por la debilidad acumulada; y 10) divisiones y luchas entre españoles, con incidencia entre los mismos indígenas. Motolinia incluye también como contribuyente de estas contrariedades a la misma antropofagia ritual o sacrificio humano, el cual seguía practicándose y, que en algunos casos, como ya se dijo, constituía una tendencia alimentaria privilegiada. Esto último, sin ser directamente una plaga, pues no representaba una anormalidad entre los indígenas, causaba entre los frailes la máxima condenación y su erradicación fue una preocupación permanente para ellos. Fue precisamente esta última lo que modificó grandemente mucha de la hostilidad que manifestaban los españoles hacia los indígenas y que, en cierto modo, provocaban en aquéllos una repulsa de las costumbres de los segundos. Todo ello afectaba a las relaciones interpersonales distanciándoles en la amistad. Sólo aquellos que hacían acto de fe cristiana y que abandonaban este canibalismo podían entrar en el entramado social de la nueva sociedad. Esto significó para los frailes un esfuerzo de convencimiento cuyo logro implicaba una predicación especial y el enfrentamiento con los grupos sacerdotales nativos que se resistían a su desaparición funcional en el contexto de las nuevas necesidades espirituales y de los nuevos recursos morales aportados por los españoles, y en este caso por los frailes. De alguna manera, el sacramento de la comunión católica sustituyó simbólicamente a la antropofagia ritual, y a media que los frailes conseguían explicar su significado, penetraba en la conciencia indígena el sentimiento del pecado, y con éste y la idea de culpabilidad nacía la convergencia entre españoles e indios. Es indudable que los sucesos incluidos en las llamadas plagas por Motolinia desencadenaron un proceso de entropías y desorganizaciones que sólo un profundo sentido de reorganización y una política de continuidad y desarrollo de la empresa colonizadora española, y la implantación de instituciones capaces de integrar en una misma sociedad a las diversidades étnicas indígenas y al individualismo español, propenso a la dispersión, permitió salvar de esta confusión y entropía al conjunto de este México turbulento y traumatizado. Fundamentalmente, cuando Motolinia actuaba en la Nueva España ya se habían producido los primeros síntomas de esta reorganización social, pues tanto las misiones y la iglesia, como el mismo Hernán Cortés con sus estrategias de cohesión del sistema, y las presencias funcionariales encargadas de fundar y desarrollar las instituciones que definiría la formación del virreinato, permitían actuar en la dirección de restablecer un orden social pacificado. En este punto es cuando la aculturación iniciaba un recorrido firme y sistemático, y junto con el mestizaje19 constituyó el punto de partida de una sociedad hispano-india que, poco a poco, iría fundiéndose en una sociedad virreinal estructuralmente única, y monárquicamente vicaria por ser institucionalmente delegada, tanto como colonial en lo que tenía de conjunto político dependiente o cuya estrategia estaba trazada por la metrópoli peninsular española. A partir de este momento, el proceso de aculturación adquiere una cierta velocidad, pues resulta del interjuego entre individuos, entre organizaciones y entre instituciones cada vez más encajadas entre sí, mientras, al mismo tiempo, implantaban sus sistemas de acción, esto es, sus formas de vida, técnicas de explotación y concepción del mundo, todo ello en relación con las respectivas capacidades de transformación permitidas por sus estadios adaptativos. Así, por ejemplo, los grupos recolectores se aculturaron de modo diferente al de los grupos urbanos y los cultivadores, y los grupos del altiplano se acomodaron de manera específicamente distinta de como lo hicieron los de las regiones tropicales. El contexto étnico y cultural inicialmente múltiple conservó, al comienzo y durante siglos, gran parte de su identidad. Sin embargo, los españoles introdujeron un patrón único que históricamente acabó produciendo una sola sociedad: la novohispana. Algunos aspectos de este proceso muestra Motolinia en el transcurso de sus relatos de misión y de lo que él mismo observaba que ocurría. Veamos, pues, el carácter dialéctico de este proceso.
contexto
Gómara, el historiador No constituye esta obra la primera ni el único trabajo histórico de Gómara. Han llegado hasta nosotros otros dos libros que tuvieron varia fortuna, cuando fueron realizados y publicados. Escribió sobre los sucesos de Argel (De los hechos de los Barbarrojas), fechada en 1545, pero que vio la luz en el Memorial Histórico Español, volumen VI, pp. 331-439, con el título de Chorónica de los muy nombrados Omich y Haradin Barbarrojas. El manuscrito se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (Mss. 6339). En el mismo lugar, con la signatura 1751, se encuentran los Anales de Carlos V que llegan hasta 1556. Tampoco fueron publicados en su época. Fue Roger B. Merriman quien los editó en 1912 en Oxford (Clarendon Press), traducidos al inglés. La obra principal es la Historia de las Indias y Conquista de México, terminada en 1552 y publicada en ese mismo año (ver ediciones al final de esta introducción). El título con el que se publicó en 1553 (Medina del Campo) es Hispania Victrix. Primera y segunda parte de la Historia General de los Indias, con todo el descubrimiento y cosas notables que han acaescido desde que se ganaron, hasta el año 1552. Con la conquista de México de la Nueva España. Con ello queda claro que el protagonista principal es el Estado español, manifiesto en las hazañas de sus hijos. En sus dos partes aparece el porte historiador de Gómara y su devoción por los intérpretes de los hechos. El propio autor relata con que intención escribió: "Dos maneras hay, muy ilustre señor, de escribir historias. La una es cuando se escribe la vida, la otra cuando cuentan los hechos de un Emperador o valiente capitán. De la primera usaron Suetonio Tranquilo, Plutarco, Sant Hierónimo y otros muchos. De aquella otra es el común uso que todos tienen de escribir, de la cual, para satisfacer al oyente, bastará relatar solamente las hazañas, guerras, victorias y desastres del Capitán. En la primera hanse de decir todos los vicios de la persona de quien se escribe. Verdadera y descubiertamente ha de hablar el que escribe vida. No se puede bien escrebir la vida del que aún no es muerto; las guerras y grandes hechos muy bien, aunque esté vivo. Las cosas de los demás excelentísimos capitanes que agora hay, hablando sin perjuicio de nadie, he emprendido de escrebir. No sé si mi ingenio llegará a su valor, ni si mi pluma alcanzará donde su lanza: porné, a lo menos, todas mis fuerzas en contar sus guerras. Ninguno me reprehenda al presente si dixere algo, o echare menos alguna cosa en esta mi scriptura, pues no escribo vida, sino historia, aunque pienso si los alcanzare de días, de escribir asimismo sus vidas."4 Gómara tiene mucho cuidado en pretender que no le malinterpreten. Trata continuamente de ponerse a salvo de las críticas, declarando antes sus propósitos, pero no tuvo éxito en ello. En el prólogo a la Historia de las Indias afirmó: "He trabajado por decir las cosas como pasan. Si algún error o falta hubiese, suplidlo vos por cortesía, y si aspereza o blandura, disimulad considerando las reglas de la historia; que certifico no ser por malicia. Contar cuándo, dónde y quién hizo una cosa, bien se acierta; empero decir cómo, es dificultoso; así, siempre suele haber diferencia."5 Insiste el autor en que no es un mero narrador, y eso le aparta de los cronistas. Gómara, curioso y erudito, da opiniones en el curso de sus obras, a veces relacionadas con conceptos generales o morales. A veces toma el aire de un censor, como ocurre cuando critica la desmedida ambición: "Así acabó el adelantado Francisco de Garay, pobre, descontento, en casa ajena, en tierra de su adversario, pudiendo si se hubiere contentado, morir rico, alegre, en su casa, al lado de sus hijos y mujer." Pobre consuelo, diríamos nosotros. Otras opiniones pudieron ser malinterpretadas por sus contemporáneos. Gómara reflexionó así sobre la fugacidad de las cosas: "Y es gran cosa que cuando los reinos están más florecientes, entonces se caen y pierden o cambian señor, según cuentan las historias, y como lo hemos visto en Moctezuma y Atabaliba." En la época en que esta frase fue publicada, en la que en el imperio español empezaba a no ponerse el sol, por lo que no debió ser considerado de buen gusto este abrupto recordatorio de la fragilidad de los dominios terrenos. El descontento de la Casa reinante, causado por comentarios de este tipo, debió ser una de las razones de la fulminante caída en desgracia del clérigo historiador. Muchos fueron sus pecados. Uno, el de poseer una pluma poco recatada en la censura y el apoyo, plasmados en las personas a quienes atacaba o defendía. Su protector no gozaba especialmente de los favores reales, por haber sido un hombre combativo, demasiado independiente y con una gran ambición de poder, contra la que la Corona se rebeló. Además de la censura a Carlos I, por su ingratitud con Cortés, estuvo la oposición de Gómara a personajes influyentes, como el obispo Bartolomé de las Casas. Aunque son mucho más virulentos los ataques de las Casas a nuestro autor, ello se debe fundamentalmente a la aversión que profesaba a Hernán Cortés, que se hacía extensivo a cuanto se relacionara con él. Gómara es mucho más fino en la censura, como en el siguiente pasaje de la Historia de las Indias, en el que salen malparados la corona y el obispo "defensor de los indios": "Tan pronto como estuvieron hechas las Ordenanzas y Nuevas Leyes para las Indias, las enviaron los que allá en la corte andaban a muchas partes: isleños a Santo Domingo, mexicanos a México, peruanos al Perú. Donde más se alteraron con ellas fue en el Perú, pues se dio una copia a cada pueblo, y en muchos repicaron las campanas de alboroto, y hasta bramaban leyéndolas. Unos se entristecían, temiendo la ejecución; otros renegaban y todos maldecían a fray Bartolomé de las Casas, que las había procurado."6 Estas enemistades con personajes influyentes no debieron de ayudar en nada al libro de Gómara, pero sus censuras a la Corona serían el detonante principal de la prohibición. El 17 de noviembre de 1553, apenas un año después de la publicación, el entonces príncipe Felipe dio en Valladolid la siguiente cédula: "EL PRÍNCIPE. Corregidores, asistente, gobernadores, alcaldes e otros jueces e justicias cualesquier de todas las ciudades, villas e lugares destos reinos e señoríos, e a cada uno y cualquier de vos a quien esta mi cédula fuere mostrada o su treslado signado de escribano público. Sabed que Francisco López de Gómara, clérigo, ha hecho un libro intitulado la Historia de las Indias y Conquista de México, el cual se ha impreso; y porque no conviene que el dicho libro se venda, ni lea, ni se impriman más libros dél, sino que los que están impresos se recojan y traigan al Consejo Real de las Indias de Su Majestad, vos mando a todos e a cada uno de vos, según dicho es, que luego que ésta veáis, os informéis y sepáis qué libros de los susodichos hay impresos en esas ciudades, villas y lugares, e todos aquellos que halláredes los recojáis y enviéis con brevedad al dicho Consejo de las Indias, e no consintáis ni deis lugar que ningún libro de los susodichos se imprima ni venda en ninguna manera ni por ninguna vía so pena que el que los imprimiere o vendiere, por el mismo caso, incurra en pena de doscientos mil maravedís para la Cámara e fisco de Su Majestad; y ansimismo haréis pregonar lo susodicho por las dichas ciudades, villas y lugares, y que nadie sea osado a lo tener en su casa ni a lo leer, so pena de diez mil maravedís para la dicha Cámara."7 La prohibición fue fulminante, pero no llegó a tiempo de impedir que la obra se reeditara en Zaragoza en 1554. Grande debió ser la aceptación del libro en España, como lo fue en el extranjero, seguramente acrecentada por la prohibición real (ver las ediciones extranjeras del siglo XVI, para sopesar el éxito). Las alabanzas a Cortés no debieron ser un argumento fundamental para la Corona, sino la censura que éstas representaban para la política imperial. El excesivo protagonismo del Capitán debió enojar a sus hombres y provocó la culminación de la Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo, como hemos visto, que se convirtió en el relato clásico de la Conquista de México, desplazando a la obra de Gómara y relegándola casi al olvido hasta el siglo XX. A los lectores interesados en cotejar los escritos de ambos autores, los remito al estudio de Ramón Iglesia, tantas veces citado, en estas páginas. Bernal acusó en repetidas ocasiones a Gómara de falsario, pero de la lectura de ambas historias no se desprende la actitud mixtificadora del historiador y sale más bien algo malparado el soldado metido a cronista. Algo que no conocemos se esconde en el ánimo de Bernal Díaz, pues su opinión cambió radicalmente: "Estando escribiendo esta relación, acaso vi una historia de buen estilo, la cual se nombra de un Francisco, López de Gómara, que habla de las conquistas de México y Nueva España, y cuando leí su gran retórica, y como mi obra es tan grosera, dejé de escribir en ella, y aun tuve vergüenza que paresciese entre personas notables, y estando tan perplejo como digo, torné a leer y a mirar las razones y pláticas que el Gómara en sus libros escribió e vi desde el principio y medio hasta el cabo no llevaba buena relación y va muy contrario de lo que fue e pasó en la Nueva España."8 Se ignoran las fechas en las que se produjeron ambas opiniones, pero la obra de Bernal Díaz, concebida para rebatir la que hoy publicamos, no lo consigue. Es un estilo diferente de narrar y el autor se encontró en el lugar y tiempo de los hechos, lo que no le salva de hablar de oídas en muchos pasajes. Lo que sí consiguió fue ocupar su puesto en la distribución, convirtiéndose en una fuente de primera magnitud para los mexicanistas. Bernal se apoya mucho en la obra de Gómara para escribir la suya. Muchas veces el orden de los capítulos y el de los acontecimientos, dentro de ellos, es el mismo aunque, claro, eso se puede achacar también a que ése fue el orden en el que se produjeron los hechos. El nombre de Gómara acude a la pluma de Bernal cada vez que ha de oponerse a lo que dice, y no siempre tiene razón. La tergiversación en la lectura existía ya en el siglo XVI. Cierto es que el soriano a veces carga las tintas sobre la actuación de Cortés, pero su caída en desgracia provocó que se convirtiera en el árbol del que todos sacaban leña, no siempre justamente. La comparación de un episodio muy conocido en las obras de ambos, es un buen ejemplo. Empecemos con Bernal9: "Aquí es donde dice Francisco López de Gómara (que salió Francisco de Morla en un caballo rucio picado antes que llegara Cortés con los de a caballo, y) que eran los santos apóstoles señor Santiago y señor san Pedro (...) y pudiera ser que los que dice el Gómara fueran los gloriosos apóstoles señor Santiago o señor San Pedro, e yo, como pecador, no fuese digno de verles, lo que yo entonces ví y conocí fue a Francisco de Morla en un caballo castaño..." Veamos ahora que es lo que cuenta respecto de este episodio el acusado: "Estando, pues, así, caídos y a punto de huir, apareció Francisco Morla en un caballo rucio picado, arremetió a los indios y les hizo arredrar un tanto. Entonces los españoles, pensando que era Cortés, y teniendo algo más de espacio, arremetieron a los enemigos, y mataron a algunos de ellos (...). A esta sazón llegó Cortés con los otros compañeros de a caballo, harto de rodear y de pasar arroyos y montes, pues no había otra cosa por allí. Le dijeron lo que habían visto hacer a uno de a caballo, y preguntaron si era de su compañía; y como dijo que no, porque ninguno de ellos había podido venir antes, creyeron que era el apóstol Santiago, patrón de España. Entonces dijo Cortés: "Adelante, compañeros, que Dios es con nosotros y el glorioso San Pedro"" (pp. 40-41) En todo caso, fue Cortés y no Gómara el que inventó la intervención sobrenatural en ayuda de sus huestes. Cuando niega que el jinete formara parte de su Compañía no sabemos si actúa deliberadamente para tener un pretexto con el que subir la moral, o si realmente ignoraba lo que había hecho Morla. En otras ocasiones, la situación es parecida, negando Bernal lo que Gómara no dice. Otro autor que se apoya en el nuestro es Francisco Cervantes de Salazar. Cita a Gómara para seguir su relato, como en la descripción de la erupción de un volcán10 y en la del osario de México, que casi traslada fielmente11. Muchas veces une los nombres de Motolinía y Gómara, afirmando que éste sigue a aquél, y otras toma información sin anunciar la procedencia. Cervantes de Salazar pone en boca de Cortés las palabras que más adelante citamos como prueba de su arrogancia al vencer a Narváez12, y esa conversación que Gómara pone en su historia no aparece en las Cartas de Cortés, ni en Tapia, ni en Motolinía. Parece que la fuente está clara. En ocasiones censura con posibilidad de tener razón. Sobre la entrada de los españoles en Cholula, dice Cervantes de Salazar13: "... hecho, pues, el concierto todo lo más secretamente que pudieron, comenzaron a alzar el hato y sacar fuera los hijos y mujeres, y no a la sierra, como dice Gómara, porque Cholula no tiene sierra, sino muy lexos" Es cierto que Gómara dice lo de la sierra (p. 96), pero Cholula está muy próxima a los grandes volcanes Popocatepetl e Iztaccihuatl, por lo que el clérigo no andaba tan errado. Otras veces, Cervantes incurre en injusticias como las de Bernal. Hablando de la toma de una localidad próxima a Cempoala, a la que llama Cipancinco, dice14: "No hicieron el estrago que dice Gómara, porque mataron muy pocos y fue mayor el pavor y miedo que pusieron con su súbita venida que no el daño que hicieron..." Gómara llama al pueblo por su nombre correcto, Tizapancinco, y no menciona ningún estrago (p. 65): "Salieron al campo los de Culúa, pensando de habérselas sólo con cempoallaneses; mas cuando vieron a los de a caballo y a los barbudos, se aterrorizaron y echaron a huir a más correr. Estaba cerca la guarida, y a ella se acogieron rápidamente; quisieron meterse en la fortaleza, mas no pudieron tan de prisa que los de a caballo no llegasen con ellos hasta el lugar; y como no podían subir al peñasco, se apearon Cortés y otros cuatro, y entraron dentro de la fortaleza a revueltas de los del pueblo, sin combate." Bernal Díaz también dice que entraron sin combate15 y no menciona para nada a Gómara. Cortés apenas menciona el asunto, por lo que en este caso, como en muchos otros, la Conquista de México ofrece los recuerdos y testimonios del conquistador con mayor amplitud que lo que él mismo hizo. Parece como si en largas conversaciones, quizá al amor del fuego, Gómara hubiera sonsacado a Cortés los detalles de su historia. Las desgracias de Gómara no acabaron con la prohibición impuesta a su obra, y el 26 de septiembre de 1572, Felipe II ordenó en Madrid la recogida de todos los papeles del clérigo, sitos en Gómara, lugar donde seguramente había fallecido. El anatema se levantó en 1727 y el historiador mereció los elogios de Juan Bautista Muñoz y más tarde de Marcelino Menéndez y Pelayo. Pese a ello, aún no ha alcanzado el sitio que merece, como lectura amena y como fuente histórica, aunque vive un momento de rehabilitación, uno de cuyos frutos es esta edición.